NO ME OLVIDES

Autor: Monche_T
Género: Romance
Fecha Creación: 21/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 28
Visitas: 15056
Capítulos: 10

"FINALIZADO"

 

¿Cómo se le dice adiós a alguien que se ama?

Cuando me sorprendieron robando, creí que el mundo se derrumbaba. Fue una estúpida travesura, pero eso no fue lo peor: la jueza me impuso una pena de trescientas horas de servicio comunitarios. ¡Toda una eternidad! Claro que nunca hubiera creído que me encantaría trabajar en un centro asistencial, y que alguien como Edward se cruzaría en mi camino.
Desde que lo conozco, me siento otra persona. Tenemos tantas cosas en común, y se nos acaba el tiempo... ¡Ahora querría que esas trescientas horas fueran eternas!

¿cuando fue la ultima vez que viste el atardecer?, ¿alguna vez haz visto las luces de neon entre la lluvia?, ¿te haz dormido escuchando el canto de las aves nocturnas? ¿cuando fue la ultima vez que te haz detenido a pensar que la vida se vive solo un instante?

 

 

Mi otro Fic http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3520

 

LA HISTORIA NO ES MIA ES UNA ADAPTACION DEL LIBRO "NO ME OLVIDES" de CHERYL LANHAM, Y LOS PERSONAJES SON LOS DE CREPUSCULO

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Capítulo 3: ADAPTANDOME.

21 de Septiembre

Querido Diario:

Como no tuve tiempo de escribir esta mañana, decidí hacerlo ahora, mientras espero el autobús. Las cosas no están saliendo como planeé. Tengo que entregar ese famoso resumen el lunes y la biblioteca no tiene el libro que necesito. Mike me invitó a salir otra vez… A lo mejor, una de mis fantasías está por convertirse en realidad. ¿Se habrá vuelto loco por mí? Sin embargo, lo extraño de esta situación es que yo no estoy segura de querer salir con él. Anoche no pude dejar de pensar en Jacob, aunque no por que me parezca un buen mozo irresistible. Me siento rara en todo. Tampoco me puedo sacar de la cabeza a ese idiota y grosero de Edward. Y por si todo esto fuera poco, mis padres se han puesto tan pesados que no se dan cuenta de nada. Mamá ni siquiera reparó en que no probé bocado en el desayuno esta mañana. Si la situación se prolonga demasiado, moriré de inanición antes de que logre machacar en sus cabezotas que estoy terriblemente deprimida. ¿O debo decir que he caído en un pozo depresivo? Lo que fuera; mi plan se está yendo a pique. Tal vez deba mejorar mi actuación.

El chillido de unos frenos aerodinámicos avisó a Bella que había llegado el autobús. Guardó el diario en su mochila a las apuradas, se puso de pie y desenterró del bolsillo de sus Bellas el cambio justo que tenía preparado para pagar su pasaje. Ése era otro tema que la fastidiaba: tener siempre a mano las monedas para el dichoso transporte.

En lugar de bajarse en la parada que quedaba en la puerta del Hogar, esperó la siguiente, ubicada frente al bar. Cruzó la calzada corriendo, empujó las pesadas puertas de vidrio y abrió. Se sentó en uno de los bancos y miró a su alrededor, buscando a Jacob.

El lugar estaba casi vacío. Algunos clientes ocupaban un par de reservados y también había un hombre inclinado sobre su periódico, al otro lado del mostrador.

Jacob entró por unas puertas vaivén que estaban detrás de la barra. Llevaba una pila de bandejas llenas de vasos. Bella no pudo contener el impulso de mirar el movimiento de los potentes músculos de sus brazos. Sólo esperaba no haberse puesto demasiado en evidencia. Pero le sobraba media hora y no había muchas formas de matar el tiempo en ese lugar.

Sacó su libro de francés, lo abrió y trató de concentrarse en la conjugación de los verbos. Imposible. Jacob la distraía demasiado. Con disimulo, lo espió de reojo mientras descargaba las bandejas sobre el mostrador de atrás. Cuando se volvió para acercarse a ella, Bella bajó la vista automáticamente.

― Hola ― la saludó. Sacó su anotador y el lápiz. ― ¿Qué vas a tomar?

― Una Coca. –Se quedó contemplando su espalda mientras trabajaba. Con movimientos firmes y seguros, llenó el vaso con hielo picado. Luego lo colocó debajo de la máquina expendedora. Parecía tener mucha confianza en sí mismo.

Se volvió y colocó la bebida frente a ella.

― Gracias.

Él le sonrió.

― No vives aquí. ― Fue una afirmación, no una pregunta.

Bella desenvolvió la pajita y la deslizó dentro del vaso.

― Vivo en el este.

―Con calma Bella ― se dijo ―. Tranquila.‖

― ¿Qué haces por aquí, entonces?

― Trabajo como voluntaria aquí enfrente. Pero mi turno comienza a las y media.

― ¿Voluntaria? ¿Te refieres al Hogar, a Lavender House?

Bella sonrió.

― Sí. ¿Te sorprende?

Jacob se encogió de hombros.

― Me pareces muy joven. Eso es todo.

― Tengo diecisiete ― dijo, ganando cada vez más confianza. La mirada de él delataba que estaba impresionado. Bella decidió hacer un nuevo avance. ― Además, creo que debemos ayudarnos unos a otros, ¿no?

― Claro. ― Jacob tomó la cafetera y vertió un poco más de la humeante bebida en la taza del hombre sentado en el extremo de la barra, quien le agradeció entre dientes. ― Pero yo, entre el trabajo y la escuela, ayudar al prójimo es un lujo que no puedo darme. Con esto no quiero decir que esté mal lo que haces. Al contrario, me parece maravilloso.

― Te hace sentir bien ― acotó Bella.

― Sí, lo sé. Nosotros también aportamos nuestro granito de arena. Henry, el propietario de este lugar, a veces me pide que vaya a llevar un pastel o una Tarta al Hogar. No es mucho, pero al menos colaboramos. Algunos pacientes vienen a tomar café. Si no estoy muy ocupado, les doy charla o jugamos una partida rápida a los naipes.

― Es muy amable de tu parte. ― Apuró un sorbo de Coca. ― ¿A qué colegio vas?

― Landsdale JC. Espero poder ir a Santa Barbara después de eso ― dijo él ―. ¿Cómo te llamas?

― Bella Swan. ¿Y tú? ― preguntó ella, aunque ya lo sabía.

― Jacob Laurie. ― Le obsequió una amplia sonrisa. ― Supongo que te veré muy seguido por aquí. Ah… Con respecto al otro día, en el autobús.

― ¿Qué?

―¡Demonios! Se acordó. Ahora creerá que soy una idiota.‖

― Oh, no es nada.

Mientras él atendía un cliente y a otro, conversaron hasta que Bella tuvo que marcharse. Se enteró de que Jacob vivía con su madre viuda, que estudiaba en la universidad y que aspiraba a convertirse en psicólogo algún día. Notó que había despertado interés en él. Lástima que no tuviera auto. Pagó la cuenta y pensó que, si empezaban a salir juntos, tal vez sus padres se apiadaran de ella y le devolvieran su licencia de conducir.

Estaba de muy buen ánimo cuando subió las escalinatas de Lavender House. Hasta saludó a la señora Drake con una sonrisa de oreja a oreja. Sin embargo, su humor cambió cuando le asignaron la tarea del día: limpiar los baños. Esperaba recordar como se hacía. La última vez que había cumplido con esa tarea tenía doce años. Desde entonces, en su casa contrataron una mucama para la limpieza.

Una hora y media después, se dio cuenta de que, al fin y al cabo, no había sido tan terrible como creyó en un primer momento. Enjuagó el lavabo de la habitación de Jamie Brubaker y se quitó los guantes de goma. Al abrir la puerta del baño encontró a Jamie, un paciente con sida, descansando muy tranquilo. Momentos antes, luego de una conversación de diez minutos con él, había decidido que era una persona muy interesante. Antes de enfermarse, se desempeñaba como piloto en una aerolínea.

Sin embargo, se alegró de que estuviera dormido. Pobre. Hasta una breve charla lo agotaba.

Una vez fuera, colocó el balde con los artículos de limpieza en el carro y tachó la habitación. Sólo le quedaban dos y luego podría bajar para preparar las bandejas con la cena. Esa tarea le gustaba. Por lo menos, mientras acomodaba los platos y envolvía cubiertos tenía alguien con quien hablar. Empujó el carro por el pasillo y frunció el entrecejo al notar que el próximo baño que le tocaba era el de Edward. Tal como le habían indicado, golpeó suavemente la puerta y luego asomó la cabeza. Le habían dicho que, si los pacientes estaban durmiendo, no tenía que molestarlos a menos que fuera estrictamente necesario.

Edward estaba sentado junto a la ventana.

― Pasa ― le dijo, en voz baja.

― Vengo a limpiar tu cuarto ― explicó.

― Adelante. ― Le sonrió con simpatía.

Bella apoyó el balde con sus cosas en el piso y comenzó a cerrar la puerta.

― Déjala abierta ― indicó Edward.

Bella alzó la cabeza y lo vio de pie afuera.

― ¿Por qué? ― le preguntó ―. ¿Te espanta verme refregando lavabos?

― Lavabos no ― corrigió, apoyado contra el marco ―. Inodoros.

― Muy gracioso. ― Estuvo tentada de cerrarle la puerta en la nariz, pero lo cierto era que se alegraba de tener alguien con quien conversar. ― ¿Por qué no estás en la cama?

― Porque no estoy cansado. Y necesito compañía. Hasta la tuya me vendría bien.

― Muchas gracias. ― Roció la bañera con un producto de limpieza. ― Debes de estar muy desesperado para sentir necesidad de hablar conmigo. ― Experimentó una repentina irritación. De acuerdo, puede que ella estuviera en mejores condiciones que él y tampoco trabajaba allí por que era generosa, pero eso no le daba derecho de ser tan… tan… despectivo. ― ¿Qué pasa? ¿No tienes amigos?

Edward se rió y apartó un mechón de pelo de sus ojos. El gesto atrajo la mirada de Bella a sus manos y brazos. Eran tan delgados, que parecían piel y hueso; las venas de las manos se marcaban claramente en su piel morena. La irritación de Bella desapareció al ver la enfermedad. Habría apostado su mensualidad entera a que debajo del conjunto deportivo de algodón que llevaba puesto, el resto de su cuerpo estaría igualmente arruinado.

― La mayoría de mis amigos viven en Los Ángeles. Y a diferencia de los tuyos, papi no les regaló un auto para su decimoséptimo cumpleaños.

― Es bueno que te enteres de que yo viajo en autobús ― refunfuño Bella, despidiéndose de su compasión.

― Sí, pero apuesto a que tienes un auto.

Ella cerró la boca y colocó el trapo de limpieza debajo del grifo. Moribundo o no, era un idiota. Si tenía o no razón, era tema aparte. Claro que tenía auto. ¿Y con eso qué? ¿Acaso tenía que sentirse culpable porque sus padres trabajaban mucho y le regalaban cosas bonitas?

― Lo tienes, ¿verdad? ― continúo él ― -. ¿Qué marca es? ¿Un llamativo convertible, un juguete que cuesta mucho dinero y que papi no quiere que traigas a un barrio como éste?

― No es un convertible ― contestó ella. Abrió el grifo y enjuagó con abundante agua los bordes de la bañera. ― Es un auto chico.

― ¿Entonces por qué vienes en el autobús?

Tuvo intenciones de decirle que no quería traerlo a ese barrio humilde por lo que él había conjeturado, pero, para su asombro, no le pareció bien mentirle.

― Cuando me arrestaron, mis padres me quitaron la licencia.

― Un golpe bajo, ¿eh? ― murmuró, aunque Bella supo que no sentía ninguna pena por ella ―. Por lo menos, la recuperarás cuando hayas cumplido tu condena. A propósito, ¿Cuánto tiempo te quedarás aquí?

― Tengo que cumplir trescientas horas de servicio comunitarios ― contestó, mientras se levantaba del piso ―. A razón de veinte horas por semana, saca la cuenta. Si necesitas ayuda, puedo prestarte la calculadora que tengo en mi mochila.

― Puedes guardártela. Siempre he tenido diez de promedio en matemáticas ― le contestó. Volvió a reírse.

Ella se sorprendió.

― ¿De veras?

― Por supuesto ― repuso, orgulloso ―. ¿Qué pensabas? ¿Que los que tenemos nombres latinos sólo servimos para atacar a la gente en patota y manejar cascajos?

― Yo no dije eso ― se defendió, molesta porque él estaba acusándola de encasillar a las personas en estereotipos racistas.

― ¿Entonces por qué te sorprendieron mis calificaciones?

― Porque sí, eso es todo. ― Edward estaba incomodándola. Bella estaba asombrada de sí misma. Nunca se había creído prejuiciosa. Pero si así era, ¿por qué se había asombrado tanto al enterarse de sus calificaciones?

― De acuerdo ― admitió él, cauteloso ―. Tal vez no me creías un rufián violador de mujeres.

― Y tal vez yo no debí sorprenderme tanto ― concedió ella. Por alguna extraña razón, se sentía obligada a ser honesta con ese chico. ― De todas maneras, lamento haberte ofendido.

― No te preocupes. Yo tampoco debí haberte atacado de inmediato. Supongo que soy un poco sensible en cuanto a los sajones. Para que sepas, toda mi vida he sido un alumno de diez. Me otorgaron una beca para la universidad. ― Se encogió de hombros y concentró su atención en las cerámicas del piso. ― Por supuesto, jamás llegaré a usarla.

Bella lo miró fijo. No sabía qué decir. Sí bien Edward no era santo de su devoción, en ese momento le inspiraba una profunda tristeza. Una beca completa y jamás tendría oportunidad de poner un pie en la universidad. Recordó su modesto seis cincuenta de promedio y la insistencia de sus padres para que lo levantara. Dios, que injusto. Idiota o no, Edward Masen se había quemado las pestañas para ingresar a la universidad. Nadie tenía esas calificaciones si no se mataba estudiando.

― Oye, te pido disculpas. Realmente debes de haberte esforzado mucho, tantos diez no pueden salir de la galera.

― No me compadezcas ― le dijo él y levantó la mirada buscando la suya. Sus ojos eran oscuras cavernas de antigua sabiduría. Infinitamente tristes, infinitamente comprensivos. Bella sintió un nudo en la garganta. Movió los labios, luchando por decir algo… pero no hubo palabras. No había nada que decir.

― A veces ― continuó Edward en un tono suave ―, tú atrapas al león. Otras, el león te atrapa a ti.

Bella intentó borrar de su mente esos últimos minutos con Edward. Se quitó los guantes de goma y miró sus manos. Tenía la piel colorada, irritada. A pesar de todas las precauciones que había tomado, fue imposible que no le entrara agua. Tenía que acordarse de humectar sus manos con abundante loción una vez que llegara a casa.

―A veces, el león te atrapa a ti.‖

Aquellas palabras hacían eco en sus oídos mientras guardaba los artículos de limpieza en el armario. Oyó a la señora Thomas que cantaba en voz baja en la cocina. Se apoyó en el marco de la puerta y suspiró. Tenía que dejar de pensar en él. Después de todo, no eran amigos ni nada por el estilo.

― Bella ― la llamó la señora Thomas ―. Las bandejas están listas para preparar.

Entró de inmediato en la cocina, feliz por tener algo que hacer para mantenerse ocupada. Pero no resultó. Acomodar cubiertos no requería tanta destreza mental como para distraer sus pensamientos de Edward. No podía borrar aquel rostro de su mente. Perecía tan, tan…

― Bella ¿Qué estas haciendo? La voz de la señora Thomas interrumpió sus cavilaciones.

― ¿Eh? ― Se sobresaltó, asustada. Vio a la mujer que miraba azorada la bandeja. ― Oh, me distraje. Supongo que Jamie no necesita tres juegos de cubiertos.

― Mmm. Me parece que estabas pensando en algo muy serio ― comentó la señora Thomas, con un tono cordial ―. ¿Será que este lugar comienza a afectarte?

― ¿Afectarme? ― repitió Bella. Por supuesto que sí. Afectaría a cualquiera. Santo Dios. Acababa de pasar las últimas dos horas refregando inodoros y conversando con gente que estaría muerta para Navidad. ― ¿Quiere saber si me deprime?

― Algo así. ― La mujer se dirigió a la cocina y levantó la tapa de la cacerola con los spaghetti. ― ¿Quieres hablar del tema?

Bella la contempló detenidamente. En los tres días que llevaba trabajando allí, siempre había visto a la cocinera con una sonrisa a flor de labios y una palabra afectuosa para todo el que pasara por allí.

― ¿Cómo hace para evitar que todo esto la afecte? ― le preguntó por fin.

― No hago nada. ― Le dirigió una mirada distraída. ― Me afecta. Esto afecta a cualquiera. La gente viene aquí a pasar un par de semanas o quizás un mes; esperan la muerte y, mientras tanto, tú te encariñas con ellos. Aprendes a quererlos, te preocupas por su bienestar, y de pronto te sorprendes rezando para que se produzca un milagro, por que no quieres que se mueran. Se volvió y miró a Bella. Pero se mueren de todas maneras y me molesta. Especialmente cuando se trata de personas jóvenes.

― ¿Cómo Edward?

La expresión de la mujer se convirtió en una sonrisa serena.

― Ese chico es especial.

― ¿Por qué?

― Tiene tanto para dar en este mundo. ― Meneó la cabeza. ― No es como la mayoría de los jóvenes. Es distinto. Sensible. Mira las cosas desde otra óptica porque se ha visto obligado a enfrentar algo que un chico a su edad no tendría por que asumir. Su muerte parece una injusticia. Cuando por fin le llegue la hora se me destrozará el corazón.

― ¿Entonces por qué hace esto? ¿Por qué se queda aquí?

― Es mi trabajo.

Bella meneó la cabeza.

― Usted es muy trabajadora y una excelente cocinera. Conseguiría trabajo en cualquier parte.

― Bueno, gracias. ― La señora Thomas sonrió, orgullosa por el cumplido hacia su comida. ― Eres mucho más perspicaz de lo que creí. Sí, lo hago por que quiero. Por que alguien tiene que hacerlo y ese alguien bien puedo ser yo. Por lo menos, tengo oportunidad de dar a los pacientes un poco de alegría y bienestar en sus últimos días. Es lo que la Biblia nos manda y yo obedezco.

― Es religiosa.

― En un lugar como éste ― contestó, volviendo su atención a la cacerola ―, un poco de fe ayuda.

― Supongo que sí. ― Si bien detestaba reconocerlo, aunque fuera ante sí misma, sentía curiosidad por saber más de Edward. ― Eh… ¿Cuánto tiempo se queda?

― Dos meses, tal vez tres.

Se puso tensa.

― ¿Qué es exactamente lo que tiene? ― Alice ya le había contado, pero una parte de sí quería oírlo de otros labios. ― ¿Qué le pasa?

― El corazón no le funciona como corresponde. ― Meneó la cabeza con tristeza. Los médicos lo han intentado todo, pero sin éxito.

― ¿No puede recibir un transplante o algo?

― No. Las válvulas y el tejido que las rodea están tan dañados por la infección virósica, que un transplante sería imposible.

Alice le había dicho lo mismo, pero ella sospechaba que tal vez habría otra razón por la que no podía conseguir un donante.

― ¿Están completamente seguros de eso? Quiero decir, ¿cómo saben que no resultará? Si es una cuestión de dinero…

― No es por dinero ― la interrumpió la señora Thomas, y se volvió para mirarla a los ojos ―. Así es la medicina. No hay razón para practicar un transplante si no va a dar resultado. Y es una lástima. Ese chico no sólo es inteligente, sino talentoso. Un artista con todas las letras. Tendrías que ver sus pinturas.

La chica se quedó contemplando con detenimiento a la cocinera y tuvo que contenerse para no seguir discutiendo con ella respecto de la negativa a practicar un transplante de corazón a Edward. La señora Thomas no le mentía. Por la expresión de su rostro, cualquiera se habría dado cuenta de que la idea de su muerte la perturbaba tanto como a ella. Si no había manera, no la había y punto.

― ¿Pinta? ― preguntó ―. ¿Cuadros?

― Ajá. Y no simplemente, en Los Ángeles. Un mural. Salió fotografiado en el periódico. Se interrumpió cuando la señora Meeker, la enfermera de turno, entró en la cocina a buscar café. Las dos mujeres comenzaron a charlar entre sí y dejaron a Bella sola con sus pensamientos.

Terminó con las bandejas y las acomodó en una pila en el carro. Mientras lo empujaba por el pasillo desierto, camino al ascensor, pensó que por un lado admiraba a la gente como la señora Thomas, pero, por el otro, la consideraba un poco extraña. No podía creer que alguien quisiera de verdad trabajar en un lugar como ése. No entendía por qué esa mujer no salía de allí corriendo despavorida. Sabía que en cualquier momento ella se sentiría así. Esa gente estaba muriéndose. Las lágrimas se agolparon en sus ojos cuando recordó la charla con Jamie. Demonios. Qué agradable era. No merecía morir. Tenía apenas cuarenta y tantos años. ¡Y pensar que pocos días atrás le habría parecido todo un gerente! Ahora le resultaba dolorosamente joven.

Sintió que una lágrima le hacía cosquillas en el mentón. Se la secó con la manga, irritada, y empujó el carro hacia el interior del ascensor. Tal vez hacerse la deprimida delante de sus padres no sería una actuación, después de todo.

La última bandeja fue para Edward. Bella detestaba tener que volver a su cuarto, pero no le quedaba otro remedio. Él se daría cuenta de que lo habrían dejado sin cena. Tomó la bandeja del carro y llamó a la puerta.

― Pasa ― le dijo él.

Estaba en la cama, con la cabecera levantada para poder apoyar la espalda. Bella le llevó la bandeja, la apoyó sobre la mesa rodante y luego la colocó frente a él.

Edward retiró la cubierta de su plato.

― Spaghetti. ― Chasqueó los labios y desenrolló los cubiertos de la servilleta en la que Bella los había envuelto con tanta meticulosidad. ― Nadie hace los spaghetti como la señora Thomas. Es una especialista en arte culinario.

― Es buena ― coincidió ella.

― ¿Comiste alguno de sus platos?

― Los probé un par de veces. Pero no hace falta comerlo para darte cuenta de que es excelente. Con sólo percibir el aroma, se te hace agua a boca. ― Bella se dio cuenta de que tenía hambre. Lástima que no hubiera pasta para ella. Y no porque la señora Thomas le hubiera mezquinado una porción, sino porque no tenía tiempo. No podía darse el lujo de perder el autobús que la llevaría de regreso a casa. Se dirigió a la puerta y fue entonces cuando vio en los estantes de Edward el libro que había visto el día anterior.

― ¿Me lo prestas?

Edward alzó la vista, con la boca llena. Notó que señalaba el libro de bolsillo, apresuró a tragar la comida y asintió con la cabeza.

― Me pareció oír que ya lo habías leído.

― Así es ― confirmó ella, y arrebató el libro del estante antes de que Edward se arrepintiera. Pero tengo que releerlo. Debo entregar un resumen el lunes y la biblioteca del colegio no lo tenía.

― Vaya que eres una chica de muchos recursos.

― ¿Y qué significa eso? ― Realmente, no sabía por qué siempre le daba lugar para que él la pusiera en esas situaciones.

― Exactamente lo que he dicho. Tú, que por supuesto eres la honestidad personificada, entregarás un resumen sobre un libro que ya has leído. Claro. De ese modo, te ahorrarás mucho tiempo ― deslizó con sarcasmo.

― ¿Y con eso, qué? ― ¡Por Dios, que idiota! ― No voy a comprar una versión resumida para hacer el trabajo. Ya lo he leído.

― De todas maneras, en mi opinión, eso es hacer trampa ― le dijo, mientras se introducía otro bocado.

― ¿Eres sordo o qué? No es hacer trampa. Yo ya leí el maldito libro ― vociferó ella.

― Es hacer trampa ― insistió él ―. El objeto de entregar un resumen sobre un libro es, justamente, tener que leerlo. Si tú te basas en uno que ya has leído, el objetivo queda sin cumplir.

Bella no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Quién era él? ¿El alumno ejemplar de la Asociación Nacional de Docentes?

― Señoras y señores, he aquí al Señor Perfecto ― retrucó Bella, usando uno de los clichés favoritos de su amiga Jeniffer. ― No pretenderás que crea que tú nunca lo hiciste.

― Por supuesto que lo hice ― dijo él ―. Hice trampas en algunos resúmenes de libros y en uno o dos exámenes. ¿Y sabes qué? Ahora estoy arrepentido. Es una de las pocas cosas que lamento.

El comentario la dejo helada.

― ¿Por qué?

― Porqué lo más fácil no siempre es lo mejor ― respondió con franqueza ― Aprendes a enfrentar las cosas duras de la vida cuando estás en una situación como la mía.

Bella se puso de pie y lo miró con detenimiento. No sabía que decir; tampoco qué había querido decir él en realidad.

Edward suspiró y le dirigió una sonrisa extraña.

― No tengas miedo, nena, no espero que me entiendas. Anda, llévate el libro. Ojala te saques un diez.

― Gracias ― respondió ella entre dientes ―. Más tarde volveré por tu bandeja.

Cuando regresó, Edward estaba dormido. Sin hacer ruido, abrió la puerta y entró en la habitación en puntas de pie. Notó que se le dificultaba la respiración; tenía el rostro pálido. La luz de la lámpara que estaba sobre la mesa de noche enfocaba directamente a sus ojos cerrados, pero él seguía durmiendo. Bella tomó la tapa metálica del plato frunció el entrecejo; las tres cuartas partes de los spaghetti estaban intactas. Recogió la bandeja. ¿Tendría que informarlo a alguien? Edward no había comido mucho. Si bien ella no conocía mucho a los enfermos, suponía que debían alimentarse bien para no perder las fuerzas.

Cerró la puerta y llevó el carro por el pasillo, hacia el ascensor. Abajo se encontró con la señora Meeker. Cuando le mostró el plato de Edward y le dijo que se había quedado dormido con la luz encendida, la enfermera asintió con la cabeza.

― No te preocupes por él ― le aconsejó ―. Le apagaré la luz y me aseguraré de que se acueste como es debido cuando haga mi ronda nocturna.

― Pero comió poco ― protestó Bella. No tenía la menor idea de por qué se preocupaba tanto por Edward Masen. Si era tan ocurrente como para hacer ciertos comentarios, bien podía cuidar de su propio cuerpo.

La señora Meeker sonrió con amargura.

― Lo sé. Nunca come mucho. Bella, escucha mi consejo. Esta gente se está muriendo. Por más que les des toda la comida y el descanso del mundo, no evitarás ese final. Por lo tanto, no extremes esfuerzos para salvarlos. No puedes. Si tomas las cosas demasiado a pecho, lo único que conseguirás es una úlcera.

― ¿Pero cómo hace usted para no preocuparse por ellos? ― preguntó. ¡Demonios! ¿Qué le estaba pasando? Apenas diez segundos antes había llegado a la conclusión de que Edward podía cuidarse solo, y sin embargo insistía en preocuparse porque no había terminado de comer los malditos spaghetti. Como si él fuera a agradecerle su preocupación. Pero, por lo visto, no podía evitarlo.

― Les doy lo mejor de mí ― contestó la enfermera ―. Trato de hacerles la vida lo más placentera y cómoda posible. Siempre estoy al lado de ellos, incluso en las ocasiones en que lo único que quieren es que me siente en silencio junto a su cama. A veces es todo lo que puedes hacer.

Bella perdió el autobús de las siete y tuvo que tomar el de las siete y veinte. Masticando insultos por lo bajo, se subió y ocupó el primer asiento libre que vio. Llegaría tarde a cenar. Estaba muerta de hambre y afuera había comenzado a caer la noche. Dios, tenía que irse de Lavender House con la luz del día. La idea de regresar a su casa en autobús, en plena oscuridad, superaba los límites de lo tolerable para ella.

Entró a toda prisa en un almacén antes de ir a su casa y se equipó con bastantes provisiones: una bolsa de pretzels, algunas papitas y una barra de chocolate.

― Hola, Bella ― la saludó su madre desde el comedor ―. Llegas tarde.

Bella dejó su mochila sobre la mesa del vestíbulo y fabricó una expresión de tristeza y melancolía en el rostro. Se dio cuenta de que no tendría que esforzarse demasiado para que su aspecto fuera lamentable. Lo único que debía hacer era recordar a Jamie y a Edward.

Tomó su lugar en la mesa del comedor. Su padre la miró por encima de sus elegantes anteojos y le sonrió.

― Hola, querida. ¿Por qué llegaste tan tarde?

Bella abrió el fuego.

― Perdí el autobús. Tuve que ayudar a la señora Thomas con algunas cenas que se demoraron. Algunos pacientes son muy lentos, es decir, tardan mucho en comer. No puedo apurarlos. No sería justo. Están en una situación tan… penosa.

Rene miró a su esposo y luego a Bella.

― De todas maneras, es importante que llegues a tiempo a casa ― señaló, tajante. Todavía tienes que hacer tu tarea. Date prisa y come.

Bella miró la fuente de pollo que estaba en el centro de la mesa. Se le hizo agua la boca. Las ventanas de su nariz aletearon ante el tentador aroma. En ese momento, los pretzels, uno de sus bocadillos favoritos, perdieron todo su atractivo para ella. Pero sólo Dios sabía cuánto deseaba no tener que volver más a ese lugar.

Segundo disparo.

― Hablando de tareas ― comenzó. Retiró la silla y se puso de pie. ― Será mejor que empiece ya. Mañana tengo prueba de francés.

― Pero no has probado bocado ― protestó la madre ―. Sé que la tarea es importante, pero también lo es tu salud.

Bella sintió el llamado de su conciencia, pero logró ignorarlo. Quería ― no, necesitaba ― conseguir la preocupación de sus padres.

― Mi salud es perfecta, créeme. Después de trabajar en Lavender House, esa idea se te graba muy bien en la cabeza. Simplemente, no tengo apetito.

― Sin embargo, tendrías que tener hambre ― contravino Rene-. Esta mañana tampoco desayunaste y anoche apenas picaste algo de la cena. ― Entrecerró los ojos, pensativa. ― No estarás padeciendo uno de esos desórdenes de la alimentación, ¿verdad?

De modo que había estado atenta nomás, pensó Bella, triunfante.

― No soy anoréxica ― se defendió. Lo único que le faltaba era que sus padres también la fastidiaran por eso. ― Es sólo que no tengo mucho apetito.

― Tienes que comer algo ― recomendó su padre. Se lo veía preocupado.

Bella se encogió de hombros.

― Papá, estoy inapetente, tengo una pila de tarea para hacer y un cansancio que me mata. Quiero dormir un poco esta noche.

Por las miradas que intercambiaron sus padres, se dio cuenta de que por fin se estaba saliendo con la suya. En un día o dos más, los tendría en un puño.

Una vez que su padre tomara conciencia de los horrendos efectos que ese lugar estaba produciendo en su adorada hija, removería cielo y tierra para sacarla de allí.

 

HOLA CHICAS ESTA ES MI NUEVA HISTORIA, NO ES MIA ES UNA ADAPTACION PERO ES UN LIBRO REALMENTE HERMOSO, ESTOY SEGURA QUE LAS HARA LLORAR COMO LO HIZO CONMIGO, ADEMAS ES CORTA SOLO SON 10 CAPITULOS, PERO CADA PARRAFO VALE LA PENA SER LEIDO ADEMAS TE ATRAPA CON CADA EVENTO.

 

LAS INVITO A LEER MI OTRO HISTORIA "EL ESCLAVO DEL PLACER"

Capítulo 2: EDWARD. Capítulo 4: LOS COLORES DEL ATARDECER.

 
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