Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32279
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 3: Creo que deberíamos averiguarlo.

Edward se quedó en la puerta después de que Bella se marchara del apartamento de Garrett. La había visto alejarse hacia el ascensor con sus zapatos de Barbie, con paso tan firme como si hubiera llevado unas zapatillas de correr. Detrás de él, la habitación le pareció de pronto excesivamente silenciosa, menos animada que antes.

Maldición.

Había permitido que la voz jadeante y las medias de Bella lo distrajeran del interrogatorio, algo que no le había pasado nunca en sus casi diez años en el departamento de policía de Nueva York. Pero se había cubierto las espaldas pidiéndole que acudiera a la comisaría al día siguiente, sabiendo que en aquel ambiente podría concentrarse en el caso y no en las piernas de Bella.

Pero, aun así, confiaba en que llevara pantalones. Su teléfono móvil sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Edward se lo llevó al oído mientras recorría el apartamento de Gallagher una última vez.

-Cullen.

El hombre que había al otro lado de la línea no se molestó en saludar.

-Por la comisaría corre el rumor de que Bella Swan está mejor aún en persona que en fotografía.

Evidentemente, el compañero de Edward, Jasper Hall, ya había oído ciertos comentarios acerca del arresto de esa mañana.

-Eh, Hall. Si no fueras tan blandengue, podrías haberla visto con tus propios ojos.

-El doctor dice que dentro de unas horas ya no podré contagiárselo a nadie. ¿Quieres que vaya y repase las pruebas contigo?

Jasper llevaba tres años más que Edward en el cuerpo, pero ambos habían formado equipo muchas veces desde que Edward pertenecía al departamento. Formaban una buena pareja de policía bueno-policía malo, y sus estilos a la hora de investigar se complementaban el uno al otro.

Pero a Edward no le había importado estar solo ese día. Jasper le habría dado el día si lo hubiera visto mirar a Bella boquiabierto.

-Está todo controlado -Edward miró la colección de CDs de Garrett, buscando alguna prueba que hubiera pasado inadvertida en el registro de esa mañana. Quizá encontrara una evidencia definitiva: algún vínculo irrefutable entre Garrett y sus amigos los traficantes-. ¿Por qué no te ves unos cuantos capítulos más de Starsky y Hutch, a ver si aprendes algo?

-Lo único que estoy aprendiendo con Starsky y Hutch es que nos están estafando con el coche patrulla. Estoy pensando que tenemos que hablar con el inspector para que nos dé un coche más molón, uno que tenga un poquito más de potencia.

Al no encontrar nada en los CDs, Edward se acercó a la librería, otra zona que a menudo se dejaba de lado en los registros. Le pareció extraño que entre los libros no hubiera ni uno solo dedicado a la moda o a los tejidos.

-Pero si tú te echas a temblar en cuanto vamos a más de cincuenta. Mi abuelo siempre decía «no muerdas más de lo que puedes masticar».

-Ahora que lo dices, Edward, tu abuelo debió de hablar como un sabio desde el momento que tú naciste. ¿Te has inventado a ese antepasado para poder soltar toda esa sarta de refranes y cuentecillos de vieja?

-Mi abuelo te daría una patada en tu lindo trasero de urbanita si te oyera insinuar que es una vieja - sonrió al pensarlo. Su abuelo siempre había mirado con profundo recelo la ciudad de Nueva York, pero había aplaudido la decisión de Edward de hacerse policía en la Gran Manzana, pues estaba convencido de que no había otra ciudad en el mundo tan necesitada de un ás, -¿No te alivia que gracias a él yo siempre tenga algo que decir?

Jasper lanzó un gruñido.

-Ahora ya sé a quién culpar de eso. Llámame, si encuentras algo más por ahí, ¿me oyes? No quiero que eches a perder tu ascenso por no tenerme ahí para ayudarte.

-Vete a tomarte tus píldoras, viejo. Yo lo tengo todo controlado por aquí -Edward cerró el teléfono antes de que Jasper pudiera protestar.

Conseguiría ese ascenso a detective de primer grado sin la ayuda de su compañero. Jasper había sido ascendido el año anterior, y Edward esperaba la revisión de su contrato para fines del mes de mayo. En primavera, una vez hubiera limpiado el distrito de la moda con una buena tanda de arrestos, su expediente estaría listo para un ascenso.

«Y de ese modo ascenderás hasta las estrellas». Otra perla de la sabiduría de su abuelo. Quizá un ascenso en el departamento de policía no era tan poético, pero Edward hacía lo que podía. Y su trabajo le encantaba.

Se acercó a los cojines del sofá, que a menudo eran una mina de trozos de notas o de algún documento inculpatorio de la clase que fuera. El sofá de Garrett desafortunadamente parecía beneficiarse con frecuencia de los cuidados de la asistenta.

Se acercó al sillón orejero que había al lado. Todavía quedaba en él un retazo del olor de Bella Swan: un olor fresco y sencillo que recordaba a la lluvia. Como una flor, en lugar de diez.

Bella era una conjunto de contradicciones. Su gabardina clásica y su fresca fragancia, su peinado de estrella de cine y sus medias rosas. Pero, por encima de todo, Bella seguía pareciéndole increíblemente atractiva.

Lástima que fuera una niña rica y que se mezclara con delincuentes. Por muy bien que oliera, Bella Swan ocupaba un lugar en su lista de «prohibido el paso».

Podría pasarse horas haciendo recuento de los encantos de la señorita Swan, pero tenía trabajo que hacer. Le ordenó a su nariz que ignorara el olor a fresia mientras alzaba el cojín de cuero gris. Una caja negra, rectangular, cayó al suelo.

-¿Qué demonios es...?

¿Cómo era posible que el equipo de la policía judicial no hubiera visto aquello? Edward se puso un par de guantes de látex y se agachó para recogerlo.

Al abrir la caja, se confirmaron sus sospechas de que dentro había una cinta de vídeo. Sobre ella había pegada una etiqueta en la que ponía a lápiz: Privado.

Edward guardó la prueba en una bolsa de plástico y observó la letra de la pegatina. Él no era un experto en grafología, pero notaba cierta resolución en el trazo de las líneas, como si quien la había escrito quisiera de verdad advertir que aquello era, en efecto, «privado».

La excitación que siempre le producía la resolución de un delito se avivó dentro de él: el mismo ansia, de justicia que lo había impulsado durante sus cuatro años en la universidad y durante los casi diez que llevaba en el cuerpo. Estaba deseando visionar la cinta esa noche, en la comisaría.

Tardó menos de una hora en hacer un último registro al apartamento y en hablar con el portero del edificio acerca de las idas y venidas de Garrett. Tomó unas cuantas notas más y luego se dirigió al vestíbulo, con la esperanza de estar de vuelta en comisaría antes de que las calles se llenaran de tráfico.

Estaba mirando bajo las macetas de las palmeras que había junto al ascensor cuando el repicar de unos zapatos de tacón de aguja llamó su atención. Bella Swan había vuelto.

Y también la excitación que sentía Edward al verla. Esa mañana, había confiado en que su estado de excitación fuera un simple capricho pasajero, pero la reacción física inmediata que experimentó al verla lo convenció de que, en efecto, al deseaba.

Edward aprovechó que ella estaba distraída para observarla. Estaba claro que había ido a casa, a cambiarse. Ahora llevaba la gabardina abierta, dejando al descubierto un jersey de cuello vuelto negro que a Edward le pareció de cachemira. Unos pantalones de lana grises cubrían hasta el último centímetro de sus bellas piernas, y unas botas de cuero, también negras de tacón tan alto como los zapatos de Barbie, enfundaban sus pies. Su pelo castaño claro seguía recogido en un elegante moño sobre la nuca, aunque ahora algunos mechones sueltos le caían sobre la cara. Colgado de su brazo oscilaba al ritmo de sus rápidos pasos un pequeño bolso de cuero negro.

Ahora parecía una ejecutiva del mundo de la moda llena de confianza en sí misma, mientras que esa mañana le había parecido tímida y nerviosa. Todo lo cual le hacía preguntarse de qué demonios iba.

Edward intentó anteponer su sentido del deber como oficial de policía a sus deseos de probar aun que fuera solo un poco el sabor de la tersa piel de Bella, y se acercó a ella.

-¿Bella?

Ella se detuvo y apartando los ojos de los ascensores, lo miró fijamente. El bolsito que llevaba osciló como un péndulo un instante y luego se detuvo.

Al ver mejor su cara, Edward pensó que no se sentía tan segura de sí misma como su porte aparentaba. Pequeñas arrugas de preocupación fruncían su frente y tensaban sus labios carnosos.

Bella pareció tomarse un minuto para recomponerse. Estaba claro que no esperaba encontrárselo allí.

-Detective...

Edward consiguió lanzarle su sonrisa deslumbrante, su fachada de poli bueno.

-Llámame Edward.

La sonrisa con que Bella respondió le pareció forzada: un esfuerzo para dejar al descubierto sus dientes, más que un gesto para iluminar su delicado rostro.

Maldición. Edward no deseaba descubrir que Bella estaba implicada en las actividades criminales de su novio. Pero ¿por qué tenía una expresión tan culpable?

-Sí, claro. Edward.

Al ver que no le explicaba por qué estaba allí, Edward preguntó:

-¿Vuelve a la escena del crimen?

.

.

Bella luchó por formular una respuesta. No esperaba encontrarse con él allí una hora después del interrogatorio. Había ido con la esperanza de convencer al portero o a la señora de la limpieza de que la dejaran entrar en el apartamento de Garrett.

-Créeme, no tenía ganas de regresar a este edificio.

Eso era cierto. La infidelidad de Garrett, le recordaba su incapacidad para mantener una auténtica relación con un hombre. Había perdido quince quilos y se había pasado dos años estrujándose el cerebro para conseguir estar tan atractiva como uno de sus escaparates. Había alimentado la esperanza de que su arma secreta la ayudaría de algún modo a encauzar su vida amorosa antes de que el otoño empezara de nuevo, y con el, el torbellino de los desfiles de moda. Pero había perdido la cinta antes incluso de tener ocasión de probar su eficacia.

Al ver que Edward se limitaba a esperar, sonriendo amablemente mientras le bloqueaba el paso con sus anchas espaldas y su metro ochenta y cinco de altura, Bella le dijo:

-Creo que me he dejado una cosa en el apartamento de Garrett, esta mañana.

Decirle aquello no entrañaba peligro, ¿no? Edward frunció el ceño.

-Yo volví a entrar cuando te marchaste, y no vi ninguna cartera, ni llaves, ni nada por el estilo. No hay nada.

¿Debía decirle que no se trataba de una cartera? Tal vez había encontrado la cinta y había pensado que era de Garrett.

No. Una niña de colegio de monjas no podría engañar a un poli, y quizá se viera obligada a tener que mentirle. Tal vez la cinta se le había caído en la calle. Ojalá un taxi le hubiera pasado por encima.

Y, si un desconocido se la encontraba en la calle, al menos no sabría quién era. El anonimato tenía que tener alguna virtud.

-Ah, bueno, entonces creo que miraré por los ascensores y por los pasillos -esperó a que Edward se apartara de su camino, pero las estrellitas fluorescentes de su corbata y su pelo de desordenado permanecieron inamovibles en medio de su campo visual.

-Le echaré una mano. ¿Qué dice que ha perdido?

Finalmente, Edward se apartó de su camino, pero su cuerpo ensombreció el de ella por un costado. Al sentirlo tan cerca, Bella notó que sus nervios se crispaban y que su piel se erizaba. Al parecer, la atracción que había sentido esa mañana hacia Edward no se debía a la lencería indecente, ni a los zapatos de color chicle que llevaba. Se había envuelto en cachemira y cuero después de pasar seis horas apenas cubierta con encaje, y, a pesar del grosor de sus ropas, podía sentir el calor que irradiaba el cuerpo del detective Cullen.

-Hmm... mi agenda -mintió, pese a sí misma. Ya le costaba bastante trabajo hilvanar alguna frase delante de aquel hombre; cuanto más, ocultarle lo de su arma secreta-. Pero, de todos modos, no importa.

Él le lanzó una mirada de reproche, una mirada que, esa mañana, durante el interrogatorio, habría hecho que Bella se mordiera las uñas. Pero ahora iba completamente vestida y no se sentía tan intimidada por aquel hombre. Solo se sentía... excitada.

-Debe de ser importante, si se ha tomado la molestia de venir hasta aquí.

Ella sacudió la cabeza, relajándose un poco al pensar que, por lo que parecía, Edward no había descubierto la cinta de vídeo. Seguramente se le había caído en la calle al montarse en el taxi.

-No es tan importante. Puede que, en realidad, necesitara visitar la escena del crimen para, digamos, procesar lo que me ha pasado hoy.

Edward la observó detenidamente, pasándose la mano por su pelo, cada vez más desordenado y sexy.

-Menudo cerdo, ¿eh? -dijo finalmente, como si de repente hubiera decidido que podía hablar con ella de hombre a mujer, sin tener que mantenerse todo el tiempo en su papel de detective. Metió las manos en los bolsillos de los pantalones.

Bella sonrió al pensar que al fin el hombre que se ocultaba tras la fachada del policía había salido a la luz. Sentía curiosidad por Edward, o mejor dicho, atracción, desde que lo había visto por primera vez.

-No se burle. Menos mal que lo averigüé antes de que llegáramos a algo más -se puso muy colorada al oírse decir aquello-. O sea, antes de que habláramos seriamente de boda.

-¿De verdad pensaba casarse con ese tipo? -Edward bajó la voz cuando una pareja de ancianos con tres perrillos falderos pasó a su lado de camino al ascensor.

Después de lo que había visto esa mañana, ni ella misma podía creer que hubiera pensado en ello. ¿Cómo había podido estar tan ciega respecto a Garrett? Había estado tan enfrascada en el lanzamiento de su primera colección, tan obsesionada por triunfar profesionalmente, que no había prestado mucha atención a sus relaciones personales.

Bella se encogió de hombros.

-Parecía que teníamos muchas cosas en común: nuestros negocios, nuestro círculo social... Edward se echó a reír. Sus ojos se ensombrecieron y su mirada se hizo más aguda.

-Para casarse solo se necesita una cosa en común, Bella, y no es ninguna de esas.

Intrigada, ella se acercó un poco más. ¿Era el hombre o sus palabras lo que la atraían hacia él?

-¿Y qué es?

Antes de que Edward pudiera responder, un grupo de colegiales apareció por la puerta del edificio. Edward la agarró de la mano y la apartó del flujo de tráfico hacia el ascensor. Observó un momento el fondo del vestíbulo y, pareciéndole aceptable, tiró de ella hacia un tranquilo rincón, junto a una antigua máquina de golosinas.

-Lo único que se necesita es química. Pensaba que todo el mundo lo sabía.

Bella se preguntó si se daba cuenta de que aún no le había soltado la mano. El calor de su palma le calentaba los dedos. ¿Era una caricia inocente?

No, al menos por parte de quien la recibía. Bella se sintió al instante sofocada por aquel pequeño gesto de intimidad y por la cercanía de su amplio pecho, un efecto que solo le producía aquel hombre en concreto.

-No sé... -si la disparatada afirmación de Edward sobre la química era cierta, Bella tenía más razones para casarse con un extraño como el detective Cullen que con Garrett - Creo que una relación tiene que basarse en algo más que eso.

Edward sacudió la cabeza, sin dejar de mirarla con sus ojos verdes.

-Pues yo no. Cuando encuentre esa química, no pienso perder el tiempo comparando intereses, preferencias políticas o signos astrológicos. Simplemente, me tiraré de cabeza.

¿Eran cosas de su imaginación, o Edward parecía tan turbado como ella por la atracción que había surgido entre ellos?

-¿De veras?

Bella deseó ser tan atrevida como él. Toda su vida la habían protegido en exceso. Solo en los últimos años había osado desafiar a su padre creando sus propios diseños y buscando una relación íntima con un hombre. Aunque lo primero le había reportado un éxito maravilloso, lo segundo la había hecho sentirse un tanto escarmentada. Sin embargo, no podía sofocar el ansia de aventura que se había apoderado de ella nada más ponerse el corsé, esa misma mañana.

Un ansia que la presencia de Edward alimentaba y hacía bullir al mismo tiempo.

-¿Y si eliges a la persona equivocada? -preguntó.

Edward le acarició el centro de la palma con el pulgar y apretó el hueco de su mano, un gesto que tuvo turbadoras repercusiones en el resto de su cuerpo.

-No sería la primera vez.

Al ver la pétrea expresión que cruzó su cara, Bella pensó que la idea de cometer un gran error no le hacía ninguna gracia.

Sin embargo, Edward no se apartó, no retrocedió ni un paso. De hecho, parecía estar cada vez más cerca. ¿Era él quien se acercaba, o era ella? Atrapada por su actitud de «vive el momento», Bella se permitió quedar hipnotizada por sus ojos.

-Yo no sé si sería capaz de asumir un riesgo así -musitó, más para sí misma que para él.

Su sangre palpitaba al ritmo de su corazón en la palma de la mano, allí donde Edward la estaba acariciando. Aquel ritmo los unía de algún modo, los conectaba en un sentido elemental.

-Creo que deberíamos averiguarlo -susurró él, tan cerca de ella que Bella era incapaz de pensar en otra cosa.

Ella fijó los ojos en su boca, que parecía estar a punto de pegarse a la suya. Un segundo antes, cerró los ojos, emocionada.

No se molestó en resistirse. Sus labios parecieron abrirse con voluntad propia, recibiendo con entusiasmo las cálidas caricias de la lengua y la presión de la boca de Edward.

El zumbido eléctrico de la máquina de golosinas se desvaneció, junto con el ruido de los pasos de la gente al otro lado de los ascensores. Aquel apartado rincón se cerró en torno a ellos, incendiándose con el calor que generaban sus cuerpos.

Edward la puso las manos sobre la cintura y después las deslizó hacia arriba por su espalda, acercándola al sólido muro de su pecho.

Esa mañana, el forro de seda de su gabardina había acariciado de forma enervante la piel de Bella, cuando Edward estaba a solo unos pasos de su cuerpo casi desnudo. Pero aquella sensación palidecía comparada con la caricia de la cachemira ahora que el cuerpo de Edward se apretaba con insistencia contra el suyo.

.

.

Edward aspiraba el fresco perfume de Bella. Estaba tan excitado que apenas podía pensar. El latido de su propia sangre le atronaba los oídos, dejándolo sordo para todo lo que no fueran los agitados suspiros con los que Bella respondía al movimiento de sus manos arriba y abajo de sus caderas.

Había estado buscando una excusa para besarla, pensando que, si podía saborear su boca solo una vez, lograría satisfacer su curiosidad y quitársela de la cabeza: Pero ahora sabía que aquel beso lo obsesionaría siempre, hasta que pudiera besarla otra vez. Y mucho más.

El bolsito de cuero de Bella cayó al suelo con un ruido sordo. Aquel ruido distrajo a Edward un momento justo cuando empezaba a apretar las caderas de Bella contra las suyas. A plena luz del día. En el vestíbulo de un edificio de apartamentos. ¿Qué demonios le estaba pasando?

-Bella... -se quedó muy quieto, sin poder apartar las manos de ella. Sabía que aquello estaba mal. Ella era una princesa de la alta sociedad neo yorquina. Y él era un sapo insignificante en una pequeña charca, que además, no tenía ningún deseo de entrar en el mundo de oro al que pertenecía Bella. Sobre todo, sabiendo que podía convertirse en sospechosa del caso que estaba investigando.

Aun así, se sintió halagado en su ego mientras contemplaba cómo ella volvía lentamente a la realidad. Sus labios entreabiertos, sus mejillas todavía encendidas, y su pelo, con mechones colgando de su moño medio deshecho. Edward la vio mentalmente en su cama, imaginando que le hacía el amor con algo más que la boca.

-Bella... -dijo ásperamente, con la voz cargada de frustración.

Ella abrió los ojos de golpe y se puso aún más colorada.

-Lo siento -murmuró Bella mecánicamente mientras se agachaba algo torpe, para recoger el bolso del suelo.

Maldición.

Edward se apartó un poco, quitando las manos de su cuerpo, por miedo a volver a besarla como acto de disculpa.

-No lo sientas -la ayudó a levantarse suavemente. No quería dejarla marchar aún, con aquel aspecto tan extraviado-. Besas como un ángel.

O como la vampiresa de una fantasía adolescente.

Aunque Bella Swan parecía ser la clase de mujer que prefería verse comparada más bien con un ángel.

Ella se ajustó la correa del bolso sobre el hombro le lanzó una sonrisa vacilante.

-¿Lo dices en serio?

Edward dejó escapar un leve bufido. Pero ¿de verdad era tan inocente? Tal vez Garrett Gallagher se había buscado una amante porque su novia, la hija del gángster, le estaba vedada hasta la noche de bodas. Parecía una idea lógica, teniendo en cuenta que, esa mañana, Bella había entrado en el edificio de apartamentos de Garrett, en vez de salir de él. Daba igual que seguramente llevara una minifalda cortísima y medias de seda bajo aquella gabardina tan clásica. Bella poseía un aire de modestia, un anticuado sentido del pudor y de la dignidad que proyectaba en todo lo que la rodeaba, desde su peinado de estrella de cine de los años cincuenta, a su perfecta compostura.

Él le apretó la mano y asintió.

-Sí, en serio. Pero no quería... dejarme llevar hasta este punto.

Ella le lanzó una sonrisa de alto voltaje, una sonrisa decididamente de vampiresa, y Edward volvió a pensar si no se estaría equivocando respecto a ella.

-A mí no me oirás quejarme.

Habría sido tan fácil besarla otra vez... A ella, obviamente, no le habría importado. Edward tenía tantas ganas de tocarla que le dolían los músculos del esfuerzo que hacía para contenerse. Pero procuraba pensar en las consecuencias.

A pesar de lo que había dicho sobre la química y lo de tirarse de cabeza, Edward tendría que pensár selodos veces antes de liarse con Bella Swan. ¿Acaso sería sensato que un detective de Nueva York perdiera la cabeza por la niña mimada de un presunto gángster? Por una niña mimada que le había mentido claramente al decirle que había regresado al edificio de Garrett en busca de su agenda.

Tal vez Bella solo intentaba tomarse la revancha después de sorprender a su novio con su amante esa mañana. Sin duda, su beso apasionado se debía a eso más que a otra cosa.

Edward señaló con la cabeza hacia el vestíbulo. -Tengo que volver a la comisaría para revisar las pruebas que hemos recogido hoy. ¿Quieres que te lleve al centro? -le preguntó, aunque sabía que debía evitar pasar mucho tiempo con ella. Su abuelo le daría una patada en el trasero si dejaba plantada a una mujer.

Ella sacudió la cabeza y unos cuantos mechones más escaparon de su moño. A Edward le dieron ganas de quitarle las horquillas y ver cómo caía aquella melena color chocolate sobre sus hombros.

-Tengo que volver a la tienda de mi padre, a decorar un escaparate. ¿Sigues queriendo que me pase por la comisaría mañana?

-Te lo agradecería.

Al llegar a las puertas del vestíbulo, Edward abrió una de las hojas para dejarla pasar, recordando cómo se habían conocido esa mañana. La mirada sensual que ella le lanzó lo convenció de que estaban pensando lo mismo.

-Nos veremos a las once, entonces.

Bella se alejó taconeando calle abajo. Su gabardina ondulaba, diciéndole adiós, moviéndose al ritmo de sus firmes pasos. Tenía una forma de andar que hacía que la gente volviera la cabeza a su paso, que el tráfico se detuviera y que Edward se olvidara de todo a su alrededor. Cuando por fin Bella dobló la esquina de la calle Veintiocho, perdiéndose de vista, se dio cuenta de que había estado sosteniendo la puerta abierta para que entraran al menos cinco personas.

Pero cuando realmente comprendió que no conseguiría quitársela de la cabeza, fue cuando, al regresar a la comisaría, pasó revista a las pruebas del caso contra Garrett. Los besos de Bella habían sido calientes como los de una sirena, pero su reacción posterior evidenciaba una inocencia que le advertía de la necesidad de actuar con cautela. El padre de Bella Swan, aquel mafioso, no lo asustaba lo más mínimo, pero los valores anticuados y el conservadurismo lo impresionaban hasta cierto punto.

Procedería muy despacio con Bella a partir del día siguiente, cuando se pasara por la comisaría, a las once.

Hasta entonces, tenía que pensar en el caso y revisar las pruebas que había encontrado el equipo de investigación esa mañana.

Comenzaría averiguando qué contenía aquella cinta de vídeo.


parece que si que hay quimica, eh¿? jejejeje, bueno el proximmo capitulo es el esperado por todas... se titula "El Video", es evidente no¿? jejejeje.

beosos para todas nos leemos mañana guapas!, no se muerdan las uñas que es malo, jejejeje.

Capítulo 2: Dios! esto es una pesadilla. Capítulo 4: El video.

 
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