Los gritos de júbilo de Emmett se escuchaban desde aquí, seguidos de las exclamaciones de alegría de los demás. Habíamos vencido el ejército creado por Victoria y Eliam. Pero el muy cobarde había huido. Como no. Suspiré frustrada. Ya llegaría el momento de un encuentro cara a cara, y si Hadara me dejara, no le daría la oportunidad de huir.
Un lamento ahogado hizo que levantara el rostro a ver a Edward. Tenía la mirada perdida, sus ojos eran tan negros como el carbón ahora. Pero eso no fue lo que más molestó. Una inmensa tristeza se reflejaba en su perfecto rostro.
—Edward. Todo está bien. Vencimos — lo alenté.
Elevé una mano a su rostro y acaricié su mejilla. Él bajó la vista hacia mí. El desconsuelo que leí en ellos me abrumó.
—Lo siento tanto, Bella… — murmuró.
—¿El qué? ¿De qué hablas?
Lo miré sin comprenderle.
—Todo esto. Es por mi culpa. Te he condenado a una existencia miserable… sin alma— afirmó él con aplomo.
Cada palabra sonó separada y clara. Lancé una mirada aterrada a Edward y me percaté de que era ya demasiado tarde. En ese instante mis peores temores resultaron ciertos y supe porque Hadara se había disculpado. Eliam había metido mano en los recuerdos de Edward. ¿Pero cuánto había borrado? Esa pregunta me horrorizaba.
—Edward. Los vampiros si tienen almas — susurré intentando que mi voz sonara firme.
Un rastro de dolor surcó sus rasgos perfectos.
—No. No tenemos alma, somos una calamidad de la naturaleza — afirmó.
Tomé su rostro entre mis manos y se lo apreté fuerte.
—¡No digas tonterías! Recuerda, Edward, debes recordar la isla de Hadara. Lo que paso ahí… ¡Vamos! Tu don, Edward…
Mis palabras salieron en un susurro desesperado. Al ver su expresión confusa supe que no sabía de lo que le hablaba.
Me separé de él y busqué con la mirada a los Cullen. La primera que vi fue a Alice, estaba muy seria y miraba con fijeza en mi dirección. Lo sabía. Alice lo había visto.
Una idea apareció en mi mente. ¡Pues claro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Me volví hacia Edward y le sonreí.
—Te voy a demonstrar lo equivocado que estas.
Me miró y su frente se pobló de arrugas. El fuego acudió sin llamarlo, como sintiendo lo desesperada que me sentía por dentro. Mi piel empezó a centellar de una tenue luz rojiza.
Me aproximé a Edward.
—Cuidado, Bella— murmuró él.
No dejé que se notara en mi rostro que me habían dolido esas dos palabras.
—¿Qué es lo último que recuerdas, Edward?
—Yo mordiéndote.
Retuve un gemido. Era mucho más grave de lo que pensé. Tenía que intentar despertar su don, como sea.
—No voy a hacerte daño. Edward, ¿confías en mí?
Dudó un segundo antes de contestarme. Seguramente se preguntaba en qué consistía exactamente mi pregunta.
—Sí —admitió con cautela.
Vi como tensaba su cuerpo cuando di un paso y me lancé a su cuello. Lo abracé con rapidez apretándome a él. Lo escuché jadear, su cuerpo empezó a temblar. Sus brazos se deslizaron entorno a mí y me ciñó a él.
—Siéntelo, Edward — le rogué.
Donde antes estaba su don que tan maravillosamente descubrimos, no percibí nada más que un eco vacío… sabía que estaba ahí, pero estaba como congelado. Igual que lo intuí en Roma.
—Moriré si es lo que deseas. Me lo merezco —proclamó con resignación.
—¡No! ¡Bella, suéltalo! — oí gritar a Rosalie.
Todo ocurrió muy deprisa, un brazo de aire me atrapó. Fui arrancada de sus brazos y echada para atrás con una fuerza tremenda. Di una voltereta en el aire y aterricé sobre mis pies. Cuando mi mente procesó lo que veía ante mí, un grito se escapó de mi boca. El torso de Edward lucia quemado… ¡Quemado! Le había hecho daño ¿Pero cómo? ¿Por qué? No, no, ¡no! No podía ser verdad…
Lo vi tambalearse pero aun así intentaba aguantar la compostura. Carlisle llegó a su lado en un pardeado seguido de Esme. No podía quitar la vista de su piel chamuscada. Empecé a hiperventilar, si eso era posible. Y me sentí caer, las rodillas tocaron la arena blanda y el sonido fue apenas perceptible.
Intenté controlarme y razonar. ¿Qué es lo peor que pudo ocurrir? Me estremecí. Quemar a Edward. Esa era la pregunta equivocada, sin duda. Me costaba mucho trabajo respirar bien, aunque no lo necesitaba. Tragué para deshacer el repentino nudo que se me había formado en la garganta. No sirvió de nada y me eché a llorar. Me levanté dando un brinco y sin atender a la llamada de Alice empecé a correr desierto adentro, lejos de ellos. Lejos del horror que sentía. Y lejos del daño que le había causado a la persona que más amaba en el mundo.
Para mí todo había terminado con lo que le había hecho.
Corrí y corrí sin detenerme. Perdí la noción del tiempo. Debieron de transcurrir horas, pero para mí apenas eran segundos. Era como si el tiempo me acompañara, llovía.
Al final me detuvo el océano.
—¡Hasta que por fin te detienes, muchacha!— exclamó la voz de Byron.
No me sorprendió oírlo. La lluvia era él. Se posó a mi lado. Me había seguido todo el rato.
— Vete, Byron.
—¿Es una orden? — cuestionó.
Deje caer los hombros,abatida.
—No.
La lluvia seguía cayendo. El cielo era gris. Era de día. Oí como se paseaba Byron cerca de mí, como si estuviera inquieto o no supusiera que hacer. Me abracé a mí misma.
—¡Dios, qué hice! – dije en un sollozo. La voz se me quebró.
El dolor fue demasiado para que pudiera suportarlo. Y como si de un interruptor se tratara desconecté mi mente. Me sumí en un sopor que me impedía pensar, o eso esperaba al menos.
Cerré los ojos y desee con todas mis fuerzas dormirme para no despertar jamás.
—No dejaré que hagas eso. Vamos, sal de ese estado ahora mismo — exigió Byron.
No respondí.
—Veo que en realidad solo eres una cría. Y esto te viene muy grande — indicó él.
Abrí la boca un poco para responderle.
—¿Qué pretendes diciéndome eso?
Rió. Abrí los ojos de golpe. Volteé hacia a él.
—¿Herí tus sentimientos? — se burló él.
La bola de fuego se formó prácticamente sola ante sus palabras. Salió en su dirección a una velocidad alucinante… fue tragada por un chorro de agua del tamaño de un tubo que se había elevado frente a él en el mismo instante y venía directamente a mí. Salté hacia atrás por instinto, luego brinqué a un lado viendo como el brazo enorme de agua intentaba llegar a mí.
—¡Para! — le pedí a Byron.
Escuché su risa otra vez.
—Ahora no. Me estoy divirtiendo demasiado sacándote de tus casillas… mi reina.
—No es divertido — reclamé echándome de lado y escapando del molesto tubo de agua.
—Oh si, lo es. ¡Lucha!
Gruñí de frustración. Será imbécil. Vaya momento había elegido para querer jugar. Eso me cabreó y el fuego estalló dentro de mí. Las bolas salían de mis manos una tras otra en su dirección, y todas fueron apagadas a mi gran desespero. Era bueno. Muy bueno.
La lucha extraña duro bastante, me mojé, gateé sobre la arena a velocidad vampírica, corrí, salté para sorprenderle y nada. Cada vez era atrapada por ese brazo de agua. Gruñí.
—¿Ya te has cansado, niñita?
—¿Por qué no me dejas en paz, eh? Lárgate.
—No está tan mal como crees.
—No es cierto. Lo he quemado… ¡Quemado!
—Actuaste mal. Y muy deprisa. No es el fuego lo que despertará su don.
Lo busqué entre el tubo de agua con desesperación. Cuando en realidad lo tenía sobrevolándome todo el rato.
—Explícame como se hace.
—Debes conectar él con el alma, dejar el fuego completamente quieto. ¿Recuerdas que inició el despertar de él?
—Estábamos… estábamos intimando —susurré.
Ahí comprendí lo que quería decirme. Lo mucho que nos costó a ambos poder llegar a ese preciso punto, y lo maravilloso que fue descubrir todo. ¡Dios!
—¿Pero cómo voy a pretender hacer eso? Lo olvidó todo. Solo recuerda cuando me mordió… — dije con la voz quebrada.
Byron bajó hasta mí y se posó con sutileza y elegancia. Traía un sonrisita de lado.
—Enamóralo, simplemente. Sedúcelo.
—No conoces a Edward. No sabes como era su forma de pensar al respecto a mí. Volverá a creer que creó un monstruo y no se perdonará por eso.
—Piensa como se debe sentir él ahora. Confuso. Perdido sin ti. Y en un país que no es el de origen en donde todo empezó. Te necesita más que nunca.
Miré los ojos perfilados del vampiro medio ángel. Tenía razón. Edward seguramente habría leído en la mente de los demás casi todo lo que ocurrió en estos últimos meses, solo faltaba mis recuerdos para completar el puzle de su mente. Podía hacer eso. Extender mi escudo y mostrarle todo.
Una pequeña sonrisa de esperanza asomó por mi rostro.
—Debo ir con él. Ahora.
—Te llevaré, sube.
Se dio la vuelta dándome así la espalda.
—No, gracias. Prefiero ir corriendo.
Se encogió de hombros. Lo de ir volando a espaldas de alguien le pertenecía únicamente a Edward.
—Vale. Nos veremos allí, niña.
Salí corriendo sin demorar. Jamás me perdonaría de haberle hecho daño, y comprendería si Edward no me perdonara, pero aun así, tenía que dejarle ver la verdad. Los maravillosos recuerdos que compartíamos. Los más hermosos. Los de la isla de Hadara.
Con el alma a punto de estallar corrí de regreso. Seguí mi instinto para regresar a él. No sabía muy bien cómo afrontar su mirada, pero por lo que más quisiera debía hacerlo. Salté sobre las dunas para ir más deprisa, luego se extendía ante mí un inmenso mar de arena y aceleré el paso. El aire silbaba en mis oídos, Rosalie me acompañaba discretamente. Agradecí si gesto. El aire me impulsó a velocidad sobrenatural y sentí mis pies prácticamente despegarse del suelo.
Se delineó en el horizonte el límite del acantilado que creo Benjamín. Frené hasta detenerme por completo buscando a Edward con la mirada. No lo vi.
—¡Bella por aquí! — oí a Alice indicarme.
La vi en el otro lado, tomé impulso y salté por encima sin pensar. No parecía tan ancho como antes, al bajar la mirada noté que el fondo ahora era negro. La lava se había enfriado.
Aterricé a dos metros de Alice. Jasper y Benjamín le acompañaba.
—Alice, ¿dónde está tu hermano?
—Hablando con Carlisle y Esme. Bella… no fue tu culpa, no sabías lo que iba a pasar.
La miré con tristeza.
—Sí, lo fue.
Observé como Alice desviaba la mirada con rapidez hacia Jasper. Las ondas de calma me llegaron repentinamente. Quise gritar al comprender que Alice había visto algo y no me decía.
—¿Qué viste Alice? — balbuceé.
Ella bajó la cabeza.
—Todo está decidido.
Me aproximé a ella.
—¿El qué? ¡Alice, dime! — chillé.
La histeria se estaba apoderando de mí. Jasper se interpuso entre las dos. Los miré con súplica. Y ahí escuche a Alice sollozar despacito. Me estremecí.
—Dios mío… se va a ir. Va a dejarme — comprendí.
Todo mi cuerpo tembló. Me di media vuelta y caminé junto a Benjamín. Él no dijo nada. No hacía falta añadir nada más. Llevé una mano a mi boca para ahogar el llanto que nacía en mi pecho. ¿Cómo podría seguir sin él? ¿Cómo? Nada tenía sentido si no estaba junto a él. La vida, esta existencia. Hadara. Todo.
El aroma de mi amado Edward me llegó y aspiré la fragancia embriagadora con el corazón quebrado por su decisión. Rosalie y Emmett me saludaron brevemente de la mano, pero se me hizo que era como una manera de insuflarme un apoyo mudo. Me sentí peor.
Y ahí los vi. Esme abrazaba a Edward, y Carlisle tenía apoyada una mano en su hombro. Cuando me percibió le susurró algo a su mujer al oído, ella gimió, soltó a su hijo entre sollozos y se alejaron los dos.
Edward se quedó ahí inmóvil, esperando.
A primera vista nada indicaba que las cosas podían ir a peor, pero bajo una apariencia de calma, la intuía. Su partida. Era como el mal presentimiento que había sentido a lo largo de estos últimos meses, y se estaba cumpliendo justo ahora. Yo era la única culpable.
Di un paso vacilante hacia a él. No levantó la mirada para verme. No lo culpaba. ¿Cómo podría? Seguí adelante para enfrentarlo y suplicarle de rodillas, si hiciera falta.
Elevé el rostro con lentitud hasta encontrarme con su mirada llena de agonía. Su expresión era triste y tenía los ojos llenos de culpa.
—No te atormentes — le supliqué—, fui la única culpable en todo esto.
Él suspiró.
—Detente. No tienes que explicarme nada.
—Ya lo creo que sí. ¿Es que no has leído en la mente de tu familia la verdad?
—He visto cómo te quedabas atrapada en una piscina congelada, aunque no sé cómo, y luego te vi con alas y totalmente transformada. He visto todos los momentos de confusión que viviste, en lo que te hacia el fuego. Tu miedo, Bella. Lo que eres.
—Falta la parte más importante — aseguré, intentando expandir el escudo fuera de mi mente.
La goma elástica salió de mi cabeza con dificultad. No comprendía porque ahora me costaba tanto, tendría que ser fácil. Pero no me detuve a pensar y empujé con todas mis fuerzas hasta alcanzarlo.
Lo oí jadear cuando su mente leyó la mía y me concentré en los recuerdos más hermosos. Como llegó a mí en la cueva de Hadara, como me besó con seguridad. Como me desvistió y me acostó en una cama de agua. Como entró en mí y sobretodo lo que sentí. El inmenso amor. La conexión que se formó y ahí perdí el hilo cuando estaba a punto de enseñarle el origen de su don. El escudo volvió a mí de repente. Me di cuenta de que Edward me tenía estrechada con fuerza entre sus brazos. Lo apreté también con esperanza.
—Lo siento, debo marchame. Todo esto, es demasiada información. No lo comprendo.
—¡No! — elevé la voz—. ¡No, Edward! ¡No te vayas! Por favor…
—No puedo vivir con lo que te hice, en lo que te convertiste, me mata. Verte así me destroza.
Pasó un momento antes de que yo pudiera articular palabra y aun así la única respuesta que le pude dar fue:
—Por favor.
Negó con la cabeza. Lo abracé más fuerte con la esperanza de retenerle. Él se tensó.
—Es inminente, te vas — afirmé.
—Sí, dentro de unos cuantos minutos. Sólo me queda por pedirte una cosa...
Esperé. Cuando al fin comenzó a hablar, quise morirme.
−No quiero que me acompañes. Debo irme solo.
Me pregunte si había leído en mi rostro mis intenciones o algo así. Tenía que intentar una última cosa. No esperé a que se decidiera a irse, ni a darle la oportunidad de decirme una vez más el monstruo que según él había creado. Enmarqué su rostro entre mis labios, me puse de puntillas y aplasté mi boca contra sus labios con urgencia. Él inclinó la cabeza para devolverme el beso, pero tenía en realidad otras intenciones. Movió las manos para sujetarme y apartarme.
—Bella — se quejó con una mueca.
Lo vi luchar contra sí mismo, fue frustrante.
—Por favor — le volví a suplicar —. No te vayas, no me alejes de ti. Te quiero.
Mi voz se apagó al ver sus facciones, tan sufribles. Una docena de sentimientos enfrentados revolotearon en mi mente. Negación. Dolor. Amor. Se repetían con diferencia. Pero no podía obligarlo a aceptar algo que no quería hacer. Quería tiempo. Y se lo tenía que dar.
Edward hizo un esfuerzo manifiesto para mirarme.
—Entonces si es lo que quieres, vete. Aclárate las ideas y luego vuelve conmigo, te estaré esperando, siempre.
Bajó su máscara de sufrimiento. Atisbé un extraño brillo en el fondo de sus ojos, pero se desvaneció en un segundo.
—Gracias.
Y esa fue la última palabra que oí de sus labios. Se dio la vuelta y desapareció en un borrón. Me quedé ahí mirando, con los puños apretados y el cuerpo que me reclamaba a gritos ir tras él. Pero no lo hice.
Lo dejé marchar con el alma gritando del dolor que sentía. Me obligué a mí misma a quedarme quieta, aunque moría por alcanzarlo. Dejé escapar un gemido de dolor y apreté los puños.
Sentí la presencia de Alice y Esme. No tuve el valor de mirarlas. Todos se unieron en silencio.
—Esme… ¡lo siento tanto! — lloré.
Unas sacudidas me recorrieron. Sus brazos me enlazaron con ternura.
—Oh, cariño, no podías prever lo que pasaría — me consoló atrayéndome a su pecho.
Me dejé guiar, más por la necesidad de esconder el rostro.
—Bella, no lo quemaste literalmente. Solo fue como una quemadura de sol parecida a las de los humanos —intervino Carlisle.
Gemí. La risa de Alice se elevó de repente, rompiendo el ambiente tan triste. Levanté el rostro para verla. Ahora se carcajeaba. Nada menos.
—Alice, ¿lo compartes por favor? — le pidió Esme.
Jasper rió al sentir las emociones de su mujer. Y Emmett no se pudo aguantar ganado por las hondas de Jasper que estaba cerca de él. Alice se calmó poco a poco, ahí me di cuenta de su mirada ausente. Estaba teniendo una visión. Sacudió la cabeza y volvió en sí. Me dio una sonrisa reluciente.
—Acabo de ver a Edward.
Di un brinco y me aproximé a ella.
—Alice, habla antes de que le dé algo a Bella —Carlisle se me adelantó en pedirle una explicación.
—Vale. Bien, he visto a mi hermano de aquí a un rato descubrir en su bolsillo el anillo. No recuerda lo que es y para qué sirve, claro está. Bueno pues él, pensando que quizás es algo que le regaló Bella, se lo va a probar y… ¡ahí va un ángel Edward de repente! No saben qué cara va a poner… y… Byron aparece de repente a su lado.
—¿Byron? No. Si él está aquí… − dije al mismo tiempo que le buscaba con la mirada.
Todos lo hicimos.
—Byron se ha ido a ayudar a Edward — aclaró Benjamín.
Vi al vampiro acercarse a nosotros con un andar grácil.
—¿Qué es lo que te ha dicho? — le preguntó Carlisle.
—Que él sabía cómo manejar la situación, que ya lo había vivido con su pareja, Ilisondra.
—¡Ilisondra. Dios mío, él no sabe que está muerta…! − exclamé con horror.
Benjamín se encogió de hombros.
—Están invitados a quedarse en mi casa.
—Es muy generoso de tu parte, gracias — dijo Carlisle.
Miré como poco a poco el cielo se estaba aclarando, tras la partida de Byron, el mantenía el cielo cubierto de nubes. El sol no tardaría en aparecer. Nos pusimos en marcha. Rosalie y Alice me flanquearon.
—Todo saldrá bien ya verás — me consoló Rose.
—Eso espero.
—Él está confundido, Bella. Es normal que quiera tiempo para él.
Miré a Alice de reojo. Asentí. Lo comprendía pero eso no hacía que doliera menos. Lancé una mirada a Jasper. Estaba decidida a seguir costara lo que costara.
—Jasper — lo llamé.
Me miró.
− Dime que ya tienen un plan para lo que concierne los Vulturis.
Sonrió.
—Lo tenemos.
—Bien.
Alice me miró ceñuda.
—¿Qué tienes en mente que ha hecho que cambiara todo el futuro en segundos?
Me detuve al llegar ante un oasis. Una casa bien disimulada se percibía.
—Me voy a Voltera.
Carlisle carraspeó levemente.
—Vamos todos. Te contaré todo lo que sé sobre los Vulturis, pero no debes subestimarlos, recuerda que ellos tienen a muchos vampiros con dones. Tenemos que ir como una familia unida, y demostrarles que no queremos empezar una guerra. Iremos en son de paz.
—Claro, Carlisle.
—¡Sí! Estoy deseando tener una buena pelea — se extasió Emmett.
— No habrá tal pelea si podemos evitarlo, ¿entendido Emmett? — le indicó Carlisle.
Emmett no se inmutó. Se limitó a sonreír.
—Alice, ¿qué tiempo prevés para mañana?— le preguntó Carlisle.
Se concentró un momento.
—Soleado — soltó ella.
Se giró hacia Rosalie.
—¿Podrías traer para mañana unas nubes para cubrirnos?
—Dalo por hecho — replicó con una sonrisa.
En cuando Carlisle se puso a pensar, Alice se puso a chillar de alegría. A mí no me llegó su buen humor, pero se lo debía.
—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! — repetía una y otra vez colgándose de mi cuello de repente.
—Sencillo, Alice, tiene que ser a la imagen de Hadara — le pidió.
—¡Sí! Oh Dios mío, tengo miles de ideas… y tan poco tiempo para elegir…. ¡Vamos, Jasper! Necesito tu móvil. Ya.
Saltó de mí a su marido que la atrapó en el aire. No hizo falta decirle nada que ya se la estaba llevando al interior de la casa acompañados de Benjamín, él la miraba intrigado.
—Carlisle, ¿qué tienes previsto mañana?— cuestionó Esme.
— Que Bella vaya de compras. Necesitará un vestido.
Vi como ella y Carlisle aguantaban una sonrisa.
—¿Qué?
—No sabes en que te metieron, Bella — respondió Rosalie riendo.
No respondí nada. Me quedé bajo la sombra de una palmera. Solo esperaba que el día de mañana pasara rápido. No me importaba si Alice se volvía loca por ir con ella de compras. Tenía un único propósito en la mente ahora mismo. Voltera. Y estaba segura de encontrar allí a Eliam. Lo iba a obligar a devolverle los recuerdos a Edward. Y eso era una promesa...
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