Día uno.
Jane nos acorraló contra las paredes y nos comenzó a torturar. Por turnos nos castigaba con su mirada penetrante, del tipo del cual aún no conocía su nombre, a Evelyn, después él de nuevo, luego a mí, después Eve, yo de nuevo…
Luego de lo que parecieron ser horas, al caer la tarde, pareció aburrirse de nuestra aparente inmunidad ante el dolor. No habíamos cambiado la decisión.
Al finalizar la tarde Felix y Demetri nos arrastraban a una clase de calabozos (ha, ha, calabozos para vampiros, que estúpido) donde nos custodiaban hasta el día siguiente. Lo que más me torturaba era que Alice aún creía que la sed era más importante para mí que ella misma, al igual que los Cullen.
La misma rutina se mantuvo, y la quemazón en mi garganta crecía de manera imperceptible, pero lo hacía, al igual que mi ansiedad por Evelyn, sus ojos eran de color rojo apagado, aún no eran negros; yo sabía mejor que nadie que con una dieta de sangre humana, la sed regresaba más rápido y con más fuerza que con una dieta animal.
No me permitían verla claro, pero yo lo hacía de cualquier modo con mis visiones.
Todo esto se repetía a diario. Tortura, encierro y tortura por la sed. Más y más tortura cada día. Jamás terminaría, y todos terminaríamos cediendo ante los deseos de Aro. Al menos yo no me rendiría sin dar lucha.
Semana dos.
No necesitaba un espejo, ya sabía que mis ojos eran negros como el carbón. Lo sabía por la intensa quemazón en la garganta, pero era soportable. No me sentía con fuerzas de volverme loca aún. Aún.
Evelyn estaba mucho por que yo, sus ojos eran negros cada vez más. Sin embargo parecía que de un momento a otro le arrancaría la cabeza a alguien. Varias veces Jane había tenido que silenciarla. La pobre de mi hermana no podía más con la sed y su desesperación sólo avivaba más la mía. Su fuerza de voluntad y su decisión de no unirse a los Vulturi, flaqueaba.
Supe que era cuestión de tiempo y Aro nos tendría a las dos. La sed era algo estúpido en esta situación. El tipo, el desconocido estaba mucho peor, ya no hallaba recoveco donde algo de humanidad permaneciera en él. Le gruñía a la nada y lanzaba gritos de dolor por la quemazón en la garganta, eso sólo ponía más nerviosa a Eve, y a mí.
De vez en cuando Jane iba a vernos, ya no nos torturaba. Supe que ella estaba muy consiente de que pronto nos arrastraríamos a sus pies para suplicarle que nos dejara cazar algo, un humano, un animal pero ALGO.
La sola idea de suplicarle a esa mujer me revolvía las tripas. La garganta me quemó con más intensidad al recordar sus ojos carmesíes, del color de la sangre.
Mes tres.
¿Las paredes se mueven o son mis nervios? ¿Ese zumbido es mi cabeza o es que algún vampiro caza allá afuera? ¿Ese pequeño golpeteo será el corazón de la humana que vi al llegar aquí? ¡¿Qué es ese ruido?! Ah… es mi respiración. ¿Qué estará haciendo Eve? Ni idea no me quedan fuerzas para averiguarlo.
Jane por favor, por favor ven y tortúranos. Así tendría una distracción. Ya déjenme cazar.
La sed era tan abrumadora que a veces mi propia respiración, o la de los vampiros cercanos a mí, me parecía tan ruidosa como una bocina gritando: ¡¡Sangre, Sangre!!
¿Cuánto tiempo más estaríamos aquí? ¿Cuánto más soportaríamos? Supe en ese instante que la decisión de cazar sólo me pertenecía a mí. Si me unía a los Vulturi, me dejarían escapar. Tal vez no fuera tan malo… Tal vez…
Supe que todo estaba perdido cuando me descubrí dudando. Lo que más me dolía era que los Cullen algún día se enterarían y jamás tendría la oportunidad de aclarar todo. Jamás los volvería a ver. Jamás escucharía las risas de Nessie, los jugueteos de Jacob y su adoración por la pequeña niña, los malos chistes de Emmett; La luz que invadía los ojos de Alice cada vez que me veía, mis jugarretas con Edward y Bella. Y a mi padre. Carlisle. Jamás volvería a saber de ellos. Al menos estaban a salvo.
Mes cuatro.
Ya ni siquiera tenía fuerzas para darme de topes contra la pared. Mi respiración se había convertido en un jadeo distante y el fuego que abrasaba mi garganta se había esparcido a mi pecho, todo era totalmente irreal.
Veía todo color rojo. Nada existía. Sólo la sed. Ahora incluso me daba miedo ver a Evelyn, ella estaría mucho peor que yo si es que aún no cedía a unirse a Aro, y el tipo aún no mostraba señales de vida. Estaba ahí sentado mirando al vacío, gruñéndole a toda clase de ser viviente que se topara con él. No es que fueran demasiados.
Toqué mi garganta y gemí. Hacía eso cada pocos minutos. Hacía una semana más o menos había soltado un grito. Nadie acudió. Nadie se apiadó. Ni siquiera supe porqué había considerado que lo harían. Malditos. Eran unos malditos sádicos que estaban dispuestos a causar el dolor necesario a cambio de algo más de poder.
Hacía mucho tiempo había dejado de pensar en los Cullen. Eso me hacía daño. Aunque había una duda que me envolvía la cabeza. Ese era el único salvavidas que me impedía estallar a la locura. ¿Por qué Aro se empeñaba tanto en tenernos a nosotros tres? Al grado de obligarnos a aceptar. ¿Por qué a Edward o a Alice no les habían hecho lo mismo? No es que lo deseara, por supuesto que no. Sólo tenía curiosidad.
Algo se estiró en mi garganta provocando que el fuego se expandiera hasta mi tórax. Solté un gruñido y un aullido de dolor. ¡Ya dejen de torturarme por favor!
Algo cambió en la sala, aunque ya ni siquiera estaba segura. Tal vez sólo era una ilusión. Oí un ruido y como un par de pies irrumpían en la sala. Cinco pasos en total fueron necesarios para que llegara ante mí y yo supiera de quien se trataba. No era Jane, como yo hubiera deseado. La sombra. Era él. Alec.
Se agachó en cuclillas y me miró. Yo aún tenía suficientes fuerzas para saber que sus intenciones no eran de “ser un buen amigo”. Me agazapé dispuesta a atacar. Él sonrió.
–Te seré sincero… en esas condiciones no durarás mucho si te enfrentas a mí.
Le gruñí. Tenía razón. Le enseñé los dientes. Iba a luchar de cualquier modo, con suerte me mataría.
Su expresión cambió a una de simpatía y un poco de petulancia, dijo:
– ¿Tienes sed? ¿Necesitas algo para cazar?
Conque de eso se trataba. Iba a tratar de convencerme. Me pregunté que clase de don malévolo tendría y como me haría sufrir, con una sola mirada de Jane en estos momentos, habría cedido a lo que fuera.
– ¿Qué es lo que quieres? –Le espeté –mi decisión no ha cambiado.
Le dije eso para convencerme a mí misma de que era verdad. Así no tendría oportunidad de cambiar de opinión.
Su expresión se volvió de compasión y aunque fuera sólo un poco, de esperanza y simpatía:
–Nada… sólo que tú y tus amigos no aguantarán mucho más con sed, así que me propongo ayudarles.
–No te creo en absoluto –le gruñí – ¡Por qué no te largas!
–Bueno, está bien… no vine a rogarle a nadie… –se levantó despacio –de verdad creí que necesitarías cazar luego de todos estos meses y aprovechando que mis Amos no están…, pero si crees que te molesto –despacio caminó lejos del cuarto.
–Espera… –susurré, y mis palabras salieron a borbotones en contra de mi voluntad, todo por culpa de la sed –de verdad… ¿Cómo podríamos cazar? Nos vigilan siempre.
En la distancia pude ver como su rostro se ensanchaba en una sonrisa petulante.
–Pues te equivocas… –dijo regresando a su posición anterior en cuclillas –ellos no están aquí.
Toqué mi garganta y jadeé ante la posibilidad de poder probar sangre de nuevo.
–Realmente lo necesitan… tú y tus amigos.
Me encogí de hombros. ¿Cómo se encontrarían Evelyn y su amigo? Peor que yo, estaba claro.
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