EL ARISTOCRATA

Autor: kristy_87
Género: Romance
Fecha Creación: 07/02/2011
Fecha Actualización: 31/05/2011
Finalizado: SI
Votos: 9
Comentarios: 41
Visitas: 54674
Capítulos: 23

 

En busca del amor Él tenía oscuras sospechas acerca de Bella y de sus padres. Era celoso, irritable y exigente; enigmático, encantador y todo un aristócrata. ¿Por qué, entonces, Isabella Swan, se había enamorado locamente de su primo conde Edward de Massen?

 

Este fic no es mío es de GUISSY HALE CULLEN.

 

 

TERMINADO

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Capítulo 19:

 

-¡Oh, Jacob! -Bella alzó la vista con una amplia sonrisa y los ojos brillantes-. A veces eres increíblemente encantador.

Un ruido en el pasillo llamó la atención de Bella y volvió la cabeza cuando Edward pasó ante la puerta abierta y se detuvo un ins tante para observar la escena de la muchacha sonriente que colocaba los gemelos del hombre, mientras ambos mantenían las cabezas muy juntas. Una ceja oscura se alzó casi imperceptiblemente y, con una leve inclinación de cabeza, Edward continuó su camino dejando a Bella sonrojada y desconcertada.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó Jacob con evi dente curiosidad, y ella se inclinó para ocultar el intenso rubor de sus mejillas.

-El conde de Massen -contestó con estu diada indiferencia.

-¿No será el esposo de tu abuela? Su voz estaba teñida de incredulidad y la pre gunta provocó una sonora risa de Bella contribuyendo a disipar la tensión.

-¡Oh, Jake, eres encantador! -Dio unos sua ves golpecitos en su muñeca, donde el gemelo ya había quedado firmemente asegurado, y le miró con ojos chispeantes-. Edward es el actual conde y es el nieto de mi abuela.

-Oh. -La expresión de Jacob se tornó pensativa-. Entonces él es tu primo.

-Bueno... -Bella pronunció lentamente las palabras-. No precisamente... -Explicó la complicada historia de su familia y la resultante relación entre ella y el conde bretón-. De modo que ya ves -concluyó, cogiendo a Jacob del bra zo y abandonando la habitación-, de una mane ra indirecta se nos podría considerar primos.

-Primos consortes -observó Jacob frunciendo el ceño.

-No seas tonto -protestó ella súbitamente, perturbada por el recuerdo de unos labios ar dientes y exigentes sobre su boca.

Si Jacob se percató de la vehemente negativa y del rubor de sus mejillas, no hizo ningún comen tario. Los dos entraron en el salón cogidos del brazo y bella sintió que su rubor se intensificaba ante la mirada fugaz pero descarada de Edward. Su rostro permanecía totalmente inexpresivo y Bella deseó con repentino fervor po der leer los pensamientos que había detrás de aquella fría máscara. Bella vio que la mirada se desviaba hacia el hombre que estaba a su lado pero sus ojos permanecieron inescrutables.

-¡Ah, Bella, monsieur Black! -La condesa estaba sentada en el elegante sillón que había junto a la enorme chimenea y era la viva imagen de un monarca recibiendo a sus súbdi tos. Bella se preguntó si la elección de aquel sillón había sido deliberada o accidental-. Edward, permíteme presentarte a monsieur Jacob Black, de los Estados Unidos, el invitado de Bella. Bella advirtió que la condesa había catalo gado a Jacob como de su propiedad personal.

-Monsieur Black -continuó la anciana sin al terar su ritmo-. Permítame presentarle a su anfitrión, el conde de Massen. El título fue subrayado con delicadeza, esta bleciendo claramente la posición de Edward como señor del castillo. Bella miró a su abue la con ojos perspicaces. Los dos hombres intercambiaron algunas formalidades y Bella pudo observar la vieja rutina de medirse, propia de los hombres, como si fuesen dos mastines estudiando al adversario antes de entrar en combate. Edward sirvió un aperitivo a su abuela y luego preguntó a Bella qué deseaba beber, antes de dirigirse a Jacob.

Él pidió un vermut, la misma bebida que había elegido Bella, y ella sonrió levemente, conociendo la predilección de Jacob por los martinis secos con vodka o los oca sionales coñacs. La conversación fluyó apaciblemente y la condesa insertó numerosos datos personales que Tony se había encargado de suministrarle aquella tarde.

-Es verdaderamente tranquilizador saber que Bella se encuentra en tan buenas manos en Washington -dijo la condesa con una graciosa sonrisa, y continuó, ignorando deliberadamente la mirada de Bella-. Hace mucho tiempo que sois amigos, ¿verdad? La leve acentuación, apenas perceptible, de la palabra "amigos" hizo que Bella frunciera el ceño.

-Sí -asintió Jacob dando unas palmaditas afectuosas en la mano de Bella-. Nos conoci mos hace un año en una fiesta. ¿Te acuerdas, querida? Jacob se volvió con una amplia sonrisa y Bella cambió rápidamente la expresión severa de su rostro.

-Naturalmente. Fue en la fiesta que dieron los Carson.

-Y ahora ha viajado desde tan lejos sólo para hacerle una breve visita. -La condesa sonrió con cariñosa indulgencia-. Ha sida un hermoso ges to de su parte, ¿verdad Edward?

-Muy considerado -dijo él. Inclinando ligeramente la cabeza, Edward alzó su copa y bebió lentamente. "Eres una intrigante incorregible -pensó Bella-. Sabes bien que Jacob ha venido en viaje de negocios. ¿Qué es lo que pretendes?"

-Es una verdadera lástima que no se pueda quedar más tiempo entre nosotros, monsieur Black. Es muy agradable que Bella pueda disfrutar de la compañía de sus amigos estadounidenses. ¿Monta usted a caballo?

-¿Montar a caballo? -repitió, Jacob sorprendido-. No, me temo que no.

-Es una pena. Edward ha estado dándole lecciones de equitación a Bella. ¿Cómo progresa tu alumna, Edward?

-Muy bien, abuela -contestó Edward, mirando intensamente a Bella-. Tiene una habilidad natu ral y ahora que ya ha perdido el temor inicial -una sonrisa fugaz iluminó el rostro de Edward y ella se ruborizó al recordar aquellos mo mentos-, estamos haciendo muchos progresos, ¿verdad, pequeña?

-Sí -asintió ella, sorprendida por su cariñosa actitud después de varios días de fría cortesía-. Me alegra de que me hayas convencido para que aprendiese a montar.

-Ha sido un verdadero placer. La enigmática sonrisa de Edward no hizo más que aumentar la confusión de Bella.

-Tal vez tú puedas enseñar a montar a mon sieur Black cuando tengas oportunidad de hacerlo. La condesa concitó su atención y los ojos cafés se entrecerraron al percibir la falsa inocencia de su voz.

"¡Si será entrometida! -estalló Bella internamente-. Está enfrentando a Edward y a Jacob, y yo estoy en medio como si fuese un hueso apetitoso." La irritación se convirtió en una sonrisa divertida cuando los ojos claros de la condesa se posaron en los de ella y un diablo travieso bailó dentro de ellos.

-Tal vez, abuela, aunque dudo de que sea capaz de dar el salto de alumna a instructora. Han sido solamente dos lecciones y eso, eviden temente, no me convierte en una experta ni mucho menos.

-Pero habrá más lecciones, ¿verdad?

-Ignorando la réplica de Bella, la condesa se puso en pie con fluido garbo-. Monsieur, ¿me haría el honor de acompañarme al comedor? Jacob sonrió, gratamente halagado, y ofreció el brazo de la condesa, si bien quién era el que acompañaba al otro hacia el comedor resultaba dolorosamente obvio para Bella.

-Bien, chérie. -Edward se acercó a ella y extendió una mano para ayudarla a levantarse del sillón-. Parece que tendrás que aceptarme como sustituto.

-Creo que podré soportarlo -replicó ella, ignorando los furiosos latidos de su corazón cuando su mano cogió la suya.

-Tu amigo debe ser un hombre muy lento -comenzó a decir Edward retóricamente, reteniendo la mano de Bella e irguiéndose frente a ella con actitud indiferente-. Hace un año que te conoce y aún no es tu amante. El rostro de Bella se volvió de color púrpura y le miró con furia, sintiéndose herida en su dignidad.

-¡Realmente, Edward, me sorprendes! Esa ha sido una observación increíblemente grosera.

-Pero verdadera -dijo él imperturbable. -No todos los hombres piensan exclusivamen te en el sexo. Jacob es una persona cariñosa y considerada, y no un ser arrogante como otros que conozco. Edward sonrió con exasperante seguridad en sí mismo.

-¿Acaso tu Jacob hace que tu pulso se acelere de este modo? -El pulgar de Edward acarició su muñeca-. ¿O que tu corazón se estremezca como lo hace ahora? Su mano cubrió el corazón que galopaba frenéticamente como si fuese un caballo desbocado y sus labios rozaron su boca con un beso suave y prolongado, un beso tan diferente de los otros que Edward le había dado que Bella per maneció inmóvil, atrapada por sensaciones que la dejaron totalmente aturdida.

Los labios de Edward recorrieron su rostro, demorándose en las comisuras de la boca y reteniendo la promesa del placer con la experiencia del aventajado seductor. Sus dientes mordisquearon suavemente el lóbulo de la oreja y Bella lanzó un estremecido suspiro cuando el pequeño dolor envió inapreciables y agrada bles corrientes a lo largo de su piel, narcotizán dola con un delicioso y lento placer. Con increíble suavidad los dedos de Edward se deslizaron por su columna vertebral y luego continuaron su camino con devastadora morbosidad sobre la desnuda piel de su espalda hasta que Bella sucumbió anhelante entre los brazos de Edward mientras su boca buscaba con pasión la satisfacción de su deseo.

Él sólo le hizo probar brevemente la sal de sus labios antes de deslizar los hacia la nacarada garganta, mientras las manos viajaban por cada curva del cuerpo de Bella. Los dedos rozaron simplemente los turgentes senos antes de iniciar un suave masaje en sus caderas. Musitando su nombre, Bella se aplastó contra el cuerpo de Edward, incapaz de exi gir aquello que ella imploraba, deseando febril mente la boca que él le negaba. Deseando sólo ser poseída, necesitando lo que sólo él podía darle, sus brazos lo atrajeron hacia ella en una silenciosa súplica.

-Dime -susurró Edward y, a través de una bruma de laxitud, Bella percibió una ligera burla en su voz-. ¿Acaso Jacob te ha oído sus pirar entre sus brazos y susurrar su nombre? ¿O ha sentido tus huesos derretidos contra su pecho mientras te abrazaba? Bella, total y absolutamente aturdida, se deshizo de su abrazo al tiempo que podía sentir cómo la ira y la humillación se mezclaban con el deseo.

-Estás demasiado seguro de ti mismo, Edward -dijo-. A ti no te interesa lo que yo pueda sentir cuando estoy con Jacob.

-¿Crees que no? -preguntó Edward con voz amable-. Debemos discutir ese tema más tarde, mi querida prima. Ahora creo que será mejor que nos reunamos con la abuela y nuestro invitado. -Le sonrió traviesamente y Bella sintió grandes deseos de asesinarle-. Deben estar preguntándose dónde diablos nos hemos metido.

Era evidente que a ninguno de los dos les ha bía preocupado dónde se habían metido ellos, advirtió Bella cuando entró en el comedor cogida del brazo de Edward. La condesa se las había ingeniado maravillosamente para en tretener a Jacob hablando sobre la fascinante colección de cajas Fabergé que se exhibían en una amplia vitrina. La cena comenzó con vichyssoise, un plato frío y refrescante, y la conversación se desarro lló en inglés como deferencia hacia Jacob.

Los temas eran generales e impersonales y Bella se sintió relajada, ordenando a sus músculos que se desanudaran, cuando terminaron la sopa y procedieron a servir el homard grillé. La langosta era exquisita y ella pensó ociosamente que, si la cocinera era efectivamente un dragón como había bromeado Edward el primer día, no cabía duda de que era un dragón muy habili doso. -Me imagino que el cambio desde el castillo hasta vuestra casa en Georgetown no debió resultar demasiado complicado para tu madre,

Bella -dijo Jacob de pronto y Bella le miró confundida.-Creo que no entiendo muy bien a qué te refieres. -Existen tantas similitudes básicas -observó él y, al percatarse de la expresión azorada de Bella, añadió-: Naturalmente, en el castillo todo está construido a una escala mayor, pero repara en los altos techos, en las chimeneas en cada habitación, en el estilo de los muebles. Pero si hasta la baranda de las escaleras es igual. ¿Seguro que no te habías dado cuenta?

-Pues, sí, supongo que sí -contestó Bella lentamente-, si bien no con la claridad con que lo veo ahora. Tal vez, reflexionó, su padre había elegido precisamente aquella casa en Georgetown por que él también había notado esas similitudes y su madre había escogido los muebles siguiendo los dictados de su memoria, cuyos recuerdos la remontaban a la niñez transcurrida en el casti llo. Ese pensamiento le produjo una cálida sen sación.

-Sí, incluso las barandas de las escaleras -continuó diciendo con una brillante sonrisa-. Yo acostumbraba a deslizarme por ellas continuamente, desde el estudio que estaba en la tercera planta hasta el primer poste y luego continuaba por ese improvisado tobogán hasta la planta baja. -La sonrisa se convirtió en una sonora carcajada-. Mamá solía decirme que otra parte de mi anatomía debía ser tan dura como mi cabeza para soportar ese castigo.

-Ella también solía decirme lo mismo a mí -dijo Edward súbitamente y la sorprendida mirada de Bella se volvió hacia él-. Pues claro, pequeña. -Edward respondió a su mi rada azorada con una de sus infrecuentes sonrisas-. ¿Qué sentido tiene caminar si uno puede deslizarse? La imagen de un niño cobrizo volando hacia abajo por el estrecho carril de la baranda y de su madre, Renee, joven y hermosa, observándole sonriente, llenó su mente.

Su mirada de asom bro se convirtió gradualmente en una sonrisa que imitaba la de Edward. Bella dio cuenta del estupendo soufflé, ligero como una nube, acompañándolo con unos sorbos de champán seco y burbujeante. Descubrió que disfrutaba auténticamente de la cena y dejó que la conversación fluyera cálida mente a su alrededor.

Cuando la cena hubo terminado, se traslada ron al salón principal y Bella rehusó el ofrecimiento de una copa de coñac o licor. La sensa ción de plenitud persistía en ella y sospechó que al menos parte de esa sensación, había decidido no pensar en la otra parte y en la apasionada escena que había compartido con Edward antes de la cena, debía atribuirla al vino que había bebido.

Ninguno de los presentes pareció percatarse de su estado meditabundo, de sus mejillas sonrosadas y de sus respuestas casi me cánicas. Sus sentidos estaban insoportablemen te agudizados mientras oía la música de las vo ces, el tono grave de los hombres mezclándose con los tonos cristalinos de la voz de su abuela. Inhaló con placer sensual las volutas de humo que se desprendían del cigarrillo de Edward y aspiró profundamente la combinación de su perfume y el de la condesa con el aroma sutil de las rosas que colmaban cada florero del salón.

Un agradable equilibrio, reflexionó, la artista respondiendo y disfrutando de la armonía y la fluida continuidad de la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Las luces suaves, la tenue brisa que agitaba apenas las cortinas, el apagado sonido de las copas al ser depositadas sobre la mesa... todo se plasmaba en un lienzo impresio nista que su ojo registraba y almacenaba en su mente. La augusta condesa, magnífica en su trono de brocado, presidía la reunión bebiendo crema de menta en una delicada copa con bordes de oro.

Jacob y Edward estaban sentados frente a frente, como la noche y el día o ángel y demonio. Esta última comparación sobresaltó a Bella. "¿Ángel y demonio?", repitió en silencio mientras estudiaba a los dos hombres.

Jacob, el dulce, confiable y predecible Jacob, que aplicaba la más tierna de las presiones. Jacob, el de la infinita paciencia y los planes cuidadosa mente razonados. ¿Qué sentía por él? Afecto, lealtad, gratitud por estar ahí cuando ella lo necesitaba. Un amor apacible y confortable.

Sus ojos se movieron hacia Edward. Arrogante, autoritario, exasperante y excitante. Un hombre que exigía aquello que deseaba y acaba ba por tomarlo, utilizando su súbita e inesperada sonrisa para robarle el corazón como un ladrón nocturno. Edward era taciturno, mien tras que Jacob era constante, uno era imperioso mientras que el otro era persuasivo.

Pero si los besos de Jacob habían sido placenteros e incitantes, los de Edward eran salvajemente perturbadores y convertían su sangre en un río de fuego y la transportaban a un mundo desconocido de sensaciones y deseos. Y el amor que sentía por él no era apacible ni confortable, sino impetuoso e inevitable.

-Es una verdadera lástima que no toques el piano, Bella. La voz de la condesa la hizo regresar a la realidad con un súbito estremecimiento.

-¡Oh, pero si Bella toca el piano, madame! -informó Jacob con una amplia sonrisa-. Horriblemente mal, pero lo toca.

-¡Traidor! -exclamó Bella con una encan tadora sonrisa.

-¿No tocas bien el piano? -la condesa se mostraba absolutamente incrédula.

-Lamento traer la desgracia nuevamente a la familia, abuela -se disculpó Bella-. Pero no sólo no toco bien, sino que lo hago rematada mente mal. Incluso ofendo la sensibilidad de Jacob, que es prácticamente sordo en cuestiones musicales.

-Querida, ofenderías a un cadáver con tu forma de tocar. Jacob apartó un bucle rebelde de la frente de Bella, con un gesto casual y cariñoso.

-Es verdad. -Ella le sonrió antes de mirar a su abuela-. Pobre abuela, no pongas esa cara tan triste. La sonrisa de Bella se desvaneció cuando sus ojos advirtieron la fría mirada de Edward.

-Renee, en cambio, tocaba maravillosamente -dijo la condesa agitando una mano. Bella volvió a atraer la atención de la condesa, tratando de sacudirse el escalofrío que le habían producido los ojos de Edward.

-Ella nunca pudo entender por qué asesinaba yo la música pero, incluso con su infinita paciencia, finalmente se dio por vencida y me dejó con mis telas y mis pinturas.

-Extraordinaire! -La condesa meneó la cabe za y Bella se encogió de hombros y bebió len tamente su café

-Ya que tú no puedes tocar para nosotros, ma petite -dijo la anciana con un repentino cambio de humor-, tal vez a monsieur Black le agrade dar un paseo por el jardín. -Sonrió perversamente-. Bella disfruta muchísimo del jardín a la luz de la luna, ¿verdad?

-Eso suena muy tentador -convino Jacob antes de que Bella pudiera contestar. Enviando a su abuela una mirada cargada de significado, Bella accedió a que Jacob la acompañara al jardín.


Capítulo 18: Capítulo 20:

 
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