Aquella tarde Isabella se encero en su habitación, no se sentía capas de enfrentarse al Barón. El recuerdo del beso que le dio parecía abrazarle los labios y a pesar de no le llego a rozar se sintió muy a punto. Se frotó la mejilla e incluso los labios hasta que casi quedaron en carne viva, persistió el horror y la indignación que ello produjo.
-Lo odio! -dijo llena de cólera dando vueltas de un lado a otro y de pronto supo, con un repentino sentimiento de desamparo, que no había nada que pudiera hacer. Como podría acusarlo ante ti Rene? Y no había nadie mas. Nunca en su vida se sintió tan sola. Con lagrimas en los ojos se dijo que ello le sucedía casi a todas las mujeres: estar a la merced de los hombres.
Tal ves las sufragistas, en su lucha por la igualdad de los sexos fueran el hazmerreír de la gente, pero tenían razón en muchas cosas. Aunque se hablara de la influencia de las mujeres y que eran la inspiración de los hombres, en realidad la mujer era una esclava, una ciudadana de segunda clase sin derechos ni privilegios, a menos que le fueran graciosamente concedidos por su madre o su marido.
Media hora antes de la cena, Isabella envío una nota a su tía, diciendo que tenia dolor de cabeza. Luego, se recostó en la cama, pues era la verdad. Solo se le olvido decir que le dolía el corazón.
Se sintió molesta de pronto con cuantas personas conoció en casa de su tía: con aquellos repugnantes volubles franceses, con las mujeres escandalosas y borrachas, con el siniestro Vladimir Fisher; de aspecto de batracio y sobre todo con aquel patán que era el Barón.
Sintió alivio al pensar en Jasper Whitlock, lo amable que era para con ella. Pensó en la boda que su tía quería que ella realizase lo mas pronto posible y se reconfortó al pensar que tal vez si aceptaba la proposición del señor Whitlock, él pediría su mano y quien dice; en un futuro no muy lejano volver a Inglaterra, lejos de todo lo que detestaba.
Pensó en Lord Cullen; su reservada dignidad, y en especial su discreción, la hicieron sentirse orgullosa de que fuera su compatriota. Pensó en aquel sorpresivo momento en que él le oprimió la mano con la suya y sintió un extraño éxtasis, casi mágico. Tal ves, pensó, no lo comprendió cuando pareció ser brusco con ella en el balcón, el día de la fiesta.
Quería disculparlo de alguna forma, quería pensar en él como una persona integra y fuerte en medio de la multitud de gente extravagante y desagradable que había conocido desde que llego a París. Que andaba mal en esta casa y por que era todo tan diferente a lo que espero? Por que su tía aceptaba las atenciones de hombres como el Barón? Y por que debía ser ella amable con alguien como Vladimir Fisher? No lograba entenderlo. Se sintió perdida, desvalida y como una niña, vio las lagrimas rodar por sus mejillas y lloro en secreto por su madre mirando las flores que le regalo en la tarde Lord Cullen.
Se durmió llorando, se despertó en la mañana sintiéndose lo bastante fuerte para enfrentarse a lo que viniera.
Era muy temprano y todos dormían aun, pero no pudo permanecer mas en casa. Ni siquiera los sirvientes estaban de pie, ya que no había nadie que los apresurara con sus deberes a esa hora y casi todos ellos se habían acostado tarde.
Supuso que no seria correcto que saliera sola a caminar y que debía acompañarla una doncella. Se pregunto si Bree estaría ya despierta, aunque en realidad no deseaba ninguna compañía.
Se vistió y bajo las escaleras. Abrió los cerrojos de la puerta principal, halándola hacia ella con un fuerte tirón.
Tenia algo de aventura el encontrarse en París a esta hora de la mañana y pensó que aunque la regañaran por su escapada, valdría la pena.
El sol brillaba y el olor de las flores perfumaba el aire. Se sentía caminar como si tuviera alas en los pies.
Llego a los Campos Eliceos. Los capullos en los castaños parecían velas rosas y blancas con el azul del cielo.
Ningún elegante miembro del bello mundo se centava a esa hora bajo los árboles, ni en las pequeñas mesas; debían estar profundamente dormidos en sus camas. En su lugar, se veía a hombres en manga de camisa barriendo los desechos de la noche anterior y a mujeres de todas las edades; con chales negros sobre la cabeza llevando enormes canastas.
Sin duda venían del mercado después de hacer las compras del día. Había trabajadores que se apresuraban a sus labores o conducían sus carretas por los caminos, tiradas algunas por perros.
Todo era fascinante e Isabella se movía entre los árboles sin darse cuenta de las miradas curiosas que la seguían. Con su vestido verde, parecía una ninfa salida de los árboles, el rostro iluminado por la emoción, los ojos brillantes, el cabello parcialmente oculto por el sombrero de paja adornado con una guirnalda de flores.
Debió caminar como una hora antes de darse cuenta de que tenia hambre y debía regresar. Volvió apenas sobre sus pasos cuando escucho el sonido de los cascos de un caballo. Alguien se detuvo junto a ella y, al mirar hacia arriba, reconoció el apuesto rostro que se inclino hacia ella a la ves que decía:
-Mademoiselle Vulturi, que sorpresa!
Era el Conde Emmet McCarty.
-Buenos días -le contesto con mucha ceremonia.
-Se ha levantado muy temprano, y se le ve tan hermosa como la primavera misma. Puedo felicitarla, mademoiselle, tanto por su apariencia como por su traje?.
-Si así lo desea -replico Isabella-, pero temo que no puedo detenerme; tengo prisa por llegar a casa.
-Dudo que llegue mas rápido que mi caballo -agrego el con una extraña sonrisa.
Isabella no contesto y siguió caminando rápidamente. Se percato de que el la seguía y su intromisión le echo a perder el goce de la mañana.
-Siempre se levanta tan temprano? -le pregunto el conde.
-Es una oportunidad para estar con migo misma -dijo Isabella con toda intención.
-Es usted muy cruel con migo -se quejo él.
Ella evito mirarlo, manteniendo la vista al frente y después de un momento, el añadió:
-Todo lo que quiero es ser su amigo.
-No necesito mas amigos -replico ella, deseando que ello fuera verdad.
-A usted solo le interesa Lord Cullen y su primo, pero le aseguro que ellos no pueden ofrecerle tanto como yo. No me dedicara una sonrisa, mademoiselle?
A Isabella le pareció que estaba diciendo tonterías y prosiguió su camino. Pero no podía dejar de pensar que cuando estaba sobrio, el apuesto conde era encantador.
Poseía la flexible gracia del buen jinete y se veía mejor que nunca montado en su caballo.
Guardaba el silencio por un momento, pero luego dijo:
-Esta noche cuando asista a la fiesta de su tía, le llevare un regalo, algo que le gustara, pues armoniza con el café de sus ojos. Me promete que iremos a algún lugar tranquilo para que pueda dárselo?
-Es muy amable de su parte -respondió Isabella-. Pero estoy segura que a mi tía no le gustara que acepte regalos de un extraño.
-Pero yo no soy un extraño! Además, por que iba a protestar su tía? Ella misma acepta regalos sin tanta alharaca. Me dijeron que usted llevaba uno de ellos el otro día.
-Fue así? -pregunto Isabella sorprendida-. No se a que se refiere.
-La magnifica estola de chinchilla que, según me dijeron, llevaba puesta el primer día que salio cuando fue a ver a monsieur Brandon. Fue un regalo que recibo su tía y puedo adivinar quien se lo dio.
-De verdad -repuso Isabella con frialdad. Le pareció que aquel era un terreno peligroso.
Que derecho tenia el conde para hablar así de su tía? Que derecho tenia de insinuar cosas tan desagradables? Pero, como cualquier ser humano tenia curiosidad.
La estola de chinchilla debía valer miles de libras, estaba consiente de ello. Y, quien pudo haber gastado tal cantidad en su tía, excepto tal vez una persona? Sintió que la sangre afloraba a sus mejillas y ya no pudo soportar seguir oyendo al conde.
Se volvió metiéndose en un laberinto de pequeñas mesas a donde el no podía seguirla.
Oyó la voz de el cuando la llamaba:
-Mademoiselle Isabella, a donde va? Espéreme!
Isabella, rodeando la orilla de un pequeño kiosco donde se vendía periódicos y tabaco, empezó a correr, siguiendo el camino a través de los árboles y alejándose de los senderos por los que transitaban los caballos.
Corrió muy deprisa, sin mirar atrás y cuando al final llego a casa Forks, unos minutos después, se encontraba sin aliento y le latía apresuradamente el corazón.
Solo cuando estuvo junto a la entrada miro hacia atrás; afín de ver si el conde ya no estaba a la vista. Le había echado a perder la mañana con sus torpes chismes, con sus insinuaciones y sobre todo con las sugerencias que aceptara un regalo de él.
Por que tía Rene, con todo su dinero, aceptaría un regalos de cualquier hombre? He aquí otra confusa pregunta de la que deseaba y a la ves temia conocer la respuesta.
Un lacayo, que la miro sorprendido, abrió la puerta principal. Sin pronunciar palabra, Isabella subió corriendo la escalera y llego al refugio de su habitación. Era este el único lugar donde podía estar segura?
No pudo ver a su tía hasta la hora del almuerzo y después de haberse disculpado por no asistir al teatro la noche anterior, salieron ambas a dar un paseo. Se detuvieron en algunas tiendas y regresaron a casa a la hora del té.
Como tía Rene subió a descansar, Isabella considero que era un peligro dejarse ver por la casa, en caso de que apareciera el Barón. No acostumbraba a llegar tan temprano, pero no quería tomar ningún riesgo. Bajo la escalera hacia la biblioteca a buscar un libro para leer, lista a escapar si fuera necesario, por la puerta secreta que uso el día de su llegada, sin tener que enfrentarse con el Barón en el vestíbulo.
Llevaba apenas algunos segundos cuando escucho el timbre de la puerta principal. Podía ser el Barón, por lo que tomo el libro y busco el resorte secreto que el ama de llaves uso para introducirla por la escalera de atrás.
Para su consternación no pudo encontrarlo. Creyó estar segura del sitio donde se encontraba, pero se equivoco.
Mientras halaba deprisa uno o dos libros del librero, se abrió la puerta de la biblioteca y oyó la vos del mayordomo que decía:
-Creo que mademoiselle esta aquí, herr Barón.
Se volvió sobresaltada, el rostro pálido y los ojos muy abiertos de miedo. El Barón se veía mas imponente y temible que nunca. Entro en la habitación.
-Ah, esta aquí, Isabella! El mayordomo me informo que creyó verla entrar en la biblioteca.
-No tengo nada que decirle -replico desafiante.
-Mi querida niña -el Barón hizo un gesto con las manos-. Debes permitirme que me disculpe; temo haberla ofendido ayer. Fue tonto de mi parte. Comprenda que la veo como a una niña, solo una niña que puede ser hija de mi muy querida amiga, la duquesa. Cuando la bese, creo que eso fue lo que la enojo, mi beso fue de un padre o un tío.
A Isabella le había parecido mucho mas que eso, pero tal vez fuera muy inexperta para juzgarlo. Tal ves los padres y tíos Alemanes besaban a sus hijos de esa manera. En Inglaterra no era así, pero como los extranjeros eran diferentes. Se sintió relajada.
Era difícil continuar con aquella actitud hostil cuando el Barón estaba dispuesto a disculparse de manera tan abyecta.
-Debemos ser amigos, Isabella -dijo él y ella sabia que hacia un gran esfuerzo para que su vos fuera seductora-. Los dos queremos a la misma persona, los dos deseamos lo mejor para ella, no? Me refiero, naturalmente, a su querida tía.
-Si por supuesto -admitió Isabella.
-Entonces, no debemos pelear. Ella la quiere mucho; me lo ha dicho. Usted ocupa en su corazón el lugar de la hija que nunca tubo. Y en lo que a mi se refiere, no soy importante, solo deseo su felicidad, su satisfacción, comprende?
-Si, por supuesto -dijo Isabella de nuevo.
-Entonces, me perdona?
-Lo perdono -era lo único que podía decir.
-Entonces todo esta olvidado -recalco el Barón-. Y ahora, mi querida Isabella, siéntese unos minutos. Tengo algo importante que pedirle y ese es el motivo por el que he llegado mas temprano. Quería verla sin que su tía se entere de nuestra conversación.
Isabella se puso rígida de nuevo.
-Para que? -pregunto.
-Siéntese y se lo diré.
Isabella obedeció, sentándose cautelosamente en el borde de la silla, las manos cruzadas sobre el regazo y la espalda muy derecha. Aun que ya lo había perdonado, lo quería tanto como se podía querer a una víbora.
"Desconfío de él" Pensó. Tenia una mirada astuta y presentía que cada ves que aquellos delgados labios se movían, era para mentir.
-Le he dicho que su tía la quiere -repitió el Barón- Me puede decir lo que usted siente por ella?
-Por supuesto que quiero a tía Rene -repuso Isabella con actitud defensiva-. Ha sido muy buena conmigo y es m única familia. No tengo nadie mas en el mundo.
-Que triste! Y, como no iba a querer a una tía tan abnegada que la recibió en su casa y en su vida y que solo quiere su felicidad?
-Nadie podría ser mas buena que ella -murmuro Isabella.
-Estoy de acuerdo, y por eso quiero que haga algo en su beneficio.
-Por supuesto. De que se trata?
-Algo un poco difícil, pero que le proporcionara a ella una gran felicidad. Esta preparada para escuchar?
-Desde luego estoy dispuesta a ayudarla. Pero, por que no me pide ella misma?
-Ah, de eso se trata! Su tia no debe saber nada de lo que hablamos. Eso es muy importante, por que si se entera, como nunca piensa en ella si no en los demás, le impediría que lo hiciera.
-Estoy segura de eso -admitió Isabella.
-Bien el asunto es este: su tía tiene un "protege", un joven por el que siente mucho cariño, ya que su madre fue gran amiga. Cuando se quedo huérfano, ella se hizo económicamente responsable de él. Es británico y tenia muchos deseos de ingresar a la Marina Inglesa. Su tía lo arreglo todo y el se encuentra en estos momentos en el mar, con las tropas inglesas.
-Cuantos años tiene? -pregunto Isabella, no por que le interesara, sino por que el Barón esperaba algún comentario de ella.
-Creo que diecisiete o dieciocho -respondió vagamente el Barón-. Es por supuesto, solo un guardia de la marina, o como le llamen al oficial de menor grado de la Marina Británica.
-Así le llaman, guardia de la marina -repuso Isabella.
El Barón se puso el monóculo.
-Lo que le preocupa a su tía es que este chico, Santiago, este en peligro.
-Por que piensa eso?
-Por que ha recibido varios mensajes de el y aquí esta el problema. Los sacan a escondidas otros muchachos de la marina y vienen escritos en clave.
-En clave!
-Eso es lo que pensamos y, naturalmente, su tía no los entiende.
-Pero no comprendo por que los escribe en clave?
-Tampoco la duquesa. Es por eso que piensa que Santiago corre un gran peligro, encerrado en el barco por algún delito leve. Tal vez no quiere exponerse a que los mensajes sean leídos por aquellos que los sacan a escondidas.
-Parece todo muy extraño -musito Isabella.
Eso es lo que su tía siempre dice y ya puede imaginarse lo desesperada que esta. Me ha dicho que no puede dormir. El dilema de Santiago esta en su mente todo el tiempo.
-A mi no me ha dicho nada -replico Isabella.
-Lo se -dijo el Barón, moviendo la cabeza-. No quiere preocuparla y además tiene miedo por el pequeño Santiago.
-En que sentido?
El Barón bajo la voz.
-No comprende que si otras personas se enteran de lo que Santiago esta haciendo, empeorarían las cosas para él? En el caso de que este prisionero y se le haya advertido que no escribiera cartas, lo cual es muy probable, si ello llegara a saberse tal vez empeoraría el castigo.
-Si supongo que si pero, que puedo hacer?
-A eso es lo que quería llegar. Creo que puede ayudar a su tía y poner punto final a sus preocupaciones, si hace lo que le digo.
-Por supuesto que lo intentare.
-Me promete que no le dirá nada a ella de todo esto? Se molestaría mucho con migo si supiera que se lo dije, pero no soporto verla sufrir.
-Lo prometo, pero, como puedo ayudar?
-Haciendo exactamente lo que yo le diga y de ese modo su tía sabrá lo que esconden esos mensajes.
-No puedo encontrar la interpretación de la clave -dijo Isabella-. No conozco a nadie que tenga tales códigos.
-Por supuesto que si! -repuso el Barón triunfante-. Lord Cullen los tiene!
-Entonces, quiere que se los pida?
El Barón alzo las manos horrorizado.
-No, no, mil veces no! Como puede ser tan tonta, tan insensible? No comprende que si Lord Cullen supiera que Santiago estaba utilizando la clave de la marina para escribir a su tía, seria un desastre? Podría incluso reportarlo al capitán del barco donde trabaja. Cualquiera que sea el castigo que Santiago este purgando ahora, este empeoraría si se descubrieran los medios que utilizan para ponerse en contacto con el mundo exterior.
-Si, lo comprendo -dijo Isabella. La Historia que el Barón le contaba parecía lógica-.
-Lo que usted debe hacer -continuo diciendo el Barón-, es echarle una ojeada al libro donde Lord Cullen tiene el Código Naval.
-Como sabe que él lo tiene?
El Barón sonrío.
-Mi querida niña, todo el mundo sabe que, en el nuevo puesto que Lord Cullen ocupa en la embajada, tiene la obligación de descifrar todos los cables y cartas que allí llegan.
-Entiendo. Entonces, si pudiéramos ver su libro, podríamos descifrar los mensajes de Santiago.
-Correcto -exclamo el Barón.
-Pero, como podría yo verlo? No creo que lo lleve con sigo para cenar.
-No; pero debe estar en su departamento en la embajada.
-Como puedo verlo yo? -A Isabella le pareció que el Barón hablaba tonterías sin sentido.
-Esa es la parte difícil y es por eso que voy a pedirle, por el bien de su tía, que baya a las habitaciones de Lord Cullen .
Isabella se puso de pie.
-Pero yo no podría hacer eso! No se como puede siquiera sugerirlo. Mi madre nunca aprobaría que yo fuera sola a las habitaciones de ningún hombre y creo que tía Rene tampoco. Temo decirle, Barón, que debo negarme a lo que me pide.
El Barón también se puso de pie.
-Lo siento -dijo-. Pensé que le estaría agradecida a su tía por todo lo que ha hecho con usted desde que llego a París. Se encontraba usted abandonada, huérfana, con la única alternativa de convertirse en institutriz o en dama de compañía, pero yo estaba en un error. Los jóvenes no son agradecidos y no les interesa nadie, excepto ellos mismo.
Creí que usted era distinta.
-Eso no es justo -replico Isabella enojada-. Sabe que ayudaría a mi tía si pudiera. Sabe también que le estoy agradecida. Pero, como ir sola a las habitaciones de un hombre? Que pensaría Lord Cullen?
-Lord Cullen no se enteraría -replico el Barón-, pero no hablemos mas del asunto. Usted tiene razón yo estoy equivocado. Solo soy un viejo tonto que no le gusta ver sufrir a ninguna mujer y se lo mucho que su tía sufre. Olvídelo, por favor, no lo vuelva a mencionar. Vamos a portarnos como si nunca hubiéramos sostenido esta conversación.
Hizo ademán de dirigirse hacia la puerta.
-Dice que Lord Cullen no se enteraría? -musito Isabella.
-Bueno, podría saberlo -admitió el Barón-, pero el no estaría ahí en ese momento. Se enteraría después y ello no tendría ninguna consecuencia.
-No veo como podría arreglarse.
-Tengo una idea, muy simple, pero usted ya me dijo que no quiere ayudar a su tía.
-Yo nunca dije eso. Lo único que dije fue que no era posible que fuera sola a las habitaciones de un hombre.
-Pero si el hombre no esta ahí, y la habitaciones están bacías, entonces que?
-Como puede estar seguro de eso?
-Estoy seguro, completamente seguro pero no hablemos de ello. Deje que su tía sufra y deje que el chico siga preso o que soporte cualquier cosa que pueda sucederle. Espero que con el tiempo habrá una solución; el tiempo casi siempre resuelva todo. Pero no puedo soportar que su tía se enferme y me temo que es lo que sucederá si sigue como esta. Olvídelo, Isabella. Vaya a ponerse uno de sus hermosos vestidos y diviértase.
-No, espere un momento. Dígame con exactitud que tiene en mente.
Con una pequeña sonrisa en los labios, el Barón cerró la puerta que ya había abierto . . .