Epílogo.
-¡Dale, Emmett! –repetía Rosalie a su esposo, alentándolo para que le ganara a Bella, quien sostenía una mano contra el oso de la casa, jugando al pulso, por incitativa de él después que volviera a la casa.
Los espectadores aglomerados en la mesa de la cocina, mesa que Esme cuidaba con el alma, estaban Esme, Carlisle, Alice –quien sabía que iba a ganar la mujer –, Jasper, Edward, Micaela, Raúl, Jacob y Lizzie. Estos dos últimos estaban allí por petición de la última, que no quería abandonar por completo el hombre que fue importante en su vida.
-Vamos, Em, si estás cansado puedes rendirte –repitió Edward rosando sus labios contra el hombro de Bella, quien lo miró divertida. Emmett gruñó.
-Pff, ella no me va a ganar por segunda vez –refunfuñó el oso.
-Em, ya lo vi. Ríndete –murmuró Alice abrazándose a Jasper. Jasper rió contra el hueco del cuello y hombro de su novia, sentía la humillación en el ambiente que estaba alrededor de Emmett. Edward ahogó la risa.
-Tú puedes, osito –alentó Rosalie.
Esme y Carlisle se alejaron del montón para irse a la sala y sentarse a hablar. Micaela y Raúl se dedicaban a observar atentos la nueva Bella que no conocían. Por su parte, Jacob se sentía incomodo allí pero él haría cualquier cosa por Lizzie.
-¡Pff! –gritó Emmett soltando la mano de Bella de un momento a otro. Y desapareció de la mesa, seguido por Rosalie. Todos rieron al unísono.
-¡Vuelve, Emmett! ¡Me debes dinero! –gritó Jasper sin moverse de su lugar. Todos rieron más fuerte y Bella se quitó una gota de sudor imaginaria de la frente.
-Qué duro, oso. Me has hecho sudar por segunda vez –murmuró. Emmett gritó desde la segunda planta.
-¡Cállate, Bella!
-¡Cállate, Emmett! –respondieron Bella y Edward al tiempo y después rieron más.
-Bella, Bella, ahora ¿podemos ir de compras? Estoy sufriendo por verte con la misma ropa con la que te fuiste –pidió Alice colgándose del brazo de su barbie hermana. Bella miró a Edward suplicante, y la sensación de dejavu recorrió el cuerpo de los tres presentes, y se remontaron a hace un año y tres meses. Edward agarró la cintura de su esposa y la aferró a su cuerpo, miró a Alice con la resolución en el rostro.
-No te la vas a llevar, Alice Cullen –medio gritó Edward, exagerando su actuación, dejando que una sonrisa, una muy reconocida sonrisa, se descubriera en el rostro.
-Vamos, Edward, no seas paranoico –jugó Bella pegándole suavemente en un lado de la cara.
-Bella, vamos, por favor, quiero salir un rato –intercedió Micaela. Bella se rindió, alzó las manos en señal de rendición y se volteó hacia Lizzie quien estaba a punto de salir por la ventana con Jacob en la mano.
-¿Quieres acompañarme en mi cárcel personal, Lizzie? –le preguntó tragándose el orgullo.
-Yo… bueno, yo… -tartamudeó un poco y miró a Jacob preguntándole con la mirada, él se encogió de hombros, lo que ella quisiera siempre –, si no molesto…
-¡Por favor! Mientras más gente mejor, tendré más muñecas –dijo Alice corriendo escaleras arriba, abrió una puerta y Emmett y Rosalie gruñeron -¡Lo siento, lo siento! Ya, lo siento, no me miren así, ¡Jasper, ayuda! –gritó Alice devolviéndose hacia la mesa. Jasper protegió a su novia entre los brazos mientras aparecía Emmett abrochándose los pantalones y sin camiseta. Acorraló a los novios en un rincón y simuló cazar.
-¡Alice! –dijo con voz tenebrosa.
-¡Dejen de jugar, niños! –gritó Esme desde la sala. Todos rieron, incluso Rosalie desde arriba y se escuchó la corredera subirse.
-¡Rose! Vamos de compras, ¿te nos unes? –preguntó Bella medio gritando. Edward gruñó contra su piel.
-No quiero que vayas.
-Sí, ya bajo –respondió Rose.
Las cuatro mujeres salieron de la casa a los diez minutos, rumbo Port Ángeles, seguidos de sus parejas.
-¿Cómo te has aguantado esto? -preguntó Lizzie tomando del brazo a una cansada Bella. Ella rió.
-Ni siquiera cuando era humana, y por fin veo que alguien tampoco se interesa en las compras como yo -susurró a su oído. Alice y Micaela voltearon, ya que iban más adelante que ellas, y las dos le sacaron la lengua.
-¡Te escuchamos! -gritaron por entre la gente.
-Shh, shh. Levantamos a las fieras -dijo Lizzie. Entonces las dos amantes de las compras se voltearon y corrieron hasta ellas, arrastrandolas a las dos hacia una tienda de lencería fina.
Jacob y Emmett silbaron de felicidad, y Lizzie se sonrojó. Edward supo con certeza que si su esposa pudiera, tambien lo hubiera hecho.
Todos rieron. Aunque claro, Jacob no estaba muy cómodo, y Edward lo sabía.
Pero ahora las cuatro amigas, harían que esa rivalidad pendeja dejara de serlo, para dar paso a la amistad inquebrantable que años después, tendrían que fortalecer para unirse otra vez para enfrentar a los Vulturi.
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