El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61010
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 16: Los arboles mueren de pie

Edward estaba de lo más entusiasmado por la llegada de mi madre. Tenía curiosidad por conocerla, casi tanto como ansiaba ser presentado ante ella como "mi novio". El muy tontorrón parecía creer que eso haría nuestra relación más oficial si cabe, aunque su excusa era que tenía mucho interés en oír su mente y así tratar de averiguar más sobre mi escudo mental.

El resto de los vampiros de Forks estaban más o menos amablemente interesados en conocer a mi madre, sin la irritante curiosidad de Edward, pero sin particular apatía tampoco. Esme había prometido invitar a Reneé varias tardes, y me pareció que le interesaba de verdad conocer a su "consuegra" (aunque nadie, ni por broma, usaba ese término: todos estaban al tanto de mi aversión al matrimonio).

Charlie aseguraba que nada de eso le importaba y actuaba con la más completa normalidad y jovialidad, lo cual confirmaba mis temores de que la visita de mi madre lo afectaba más de lo que él reconocía y yo había temido.

En lo que a mí respecta, tendría que haberme salido una úlcera si fuese humana. Los nervios de las últimas semanas me estaban matando, bueno, figurativamente. Primero fue la visita de los Vulturi, después esa oferta/sentencia de la que aún no habíamos encontrado la forma de salirnos elegantemente, ¡y ahora mi observadora madre! Era una suerte que no podía engordar, arrugarme ni enfermarme, porque de otro modo…

.

-No entiendo qué te tiene tan nerviosa –opinaba Rosalie dos días más tarde-. Es tu madre quien viene, no el FBI.

Era una de las noches en que había "fiesta de pijamas" en casa de los Cullen, al menos oficialmente. Extraoficialmente, lo que había era noche de chicas, con todas las cosas aterradoras que eso incluye: música, maquillaje, esmalte de uñas, películas de chicas, y desfile de modas a manos de Alice. Aterrador.

-Para el caso, creo que prefiero el FBI –admití, mientras Alice seguía con su recientemente aprendida técnica de uña esculpida en mi mano derecha. La uña esculpida, pese a su nombre, consistía en pintar cada uña como si fuese una minúscula pintura, algo tonto en mi opinión y maravilloso en la de Alice.

-Vamos, no es tan grave. ¿Temes más el hecho que ella vea que tienes un novio, o el que ella es humana y por lo tanto susceptible de sangrar y tentarnos a todos? –indagó Rosalie, mientras con estudiada indiferencia gastaba una lima de uñas contra sus perfectas uñas. Desde luego, las uñas de las vampiresas no se gastan por algo tan mínimo como una lima pasando por ellas, de modo que lo que se gastaba… era la lima.

-Creo que las dos cosas van más o menos parejas –no me quedó más remedio que confesar, entrecerrando los ojos. Estaba cansada, no físicamente, pero me sentía cansada-. Mi autocontrol dista de ser muy bueno, ni si quiera tengo ojos completamente anaranjados, aunque con un poco de suerte ya no estarán rojos para cuando ella llegue. Respecto a lo otro, un novio en la adolescencia es algo que me equipara a todas esas chicas frívolas y vacías a las que mi madre me enseñó a despreciar desde que tuve ocho años. Amo a Edward, pero de ser posible me ahorraría el mal trago de presentárselo a mi madre. Charlie ya fue bastante difícil.

-¿Difícil? –bufó Rosalie, mientras Alice soltaba una risita-. ¡Se besaron como si quisieran comprobar que las amígdalas del otro seguían en su sitio al momento de llegar Charlie a casa! Eso no es lo que yo llamo una explicación muy elaborada.

Abrí los ojos sólo para echarle una mirada envenenada a Alice, quien seguía pintando mis uñas con esmero.

-Yo sólo dije que se habían besado con ganas –se defendió con una gran sonrisa-. El resto es añadido de Rose, no fui yo quien lo dijo.

-Lo insinuaste –señaló Rosalie, con una sonrisa burlona.

-Puede ser –concedió Alice, risueña.

-Cría cuervos… -gruñí yo, volviendo a dejar caer la cabeza sobre el respaldo del sofá.

-Pero en serio, estaremos todos a tu alrededor, cuidando que nada se salga de control mientras tu madre esté por aquí –prometió Rosalie-. Sobre ahorrarte la parte de presentarle tu novio a tu madre un poco psicótica y traumada con la idea de evitar a cualquier costo el matrimonio antes de los treinta, no creo que tengas muchas esperanzas. En realidad… casi te envidio.

-¿Qué es lo que me envidias? –le pregunté, girándome a verla, sin entender.

-Puedes presentarles un novio a tus padres –dijo Rosalie en voz baja, la mirada distante-. Ellos saben quién es él, saben que estarás bien, que estás enamorada y que él te adora.

Me quedé estática. ¿Qué se dice en un momento como éste?

-Tienes a tus padres, Bella –añadió Alice con suavidad, sonriendo con un poco de tristeza-. Sabes quiénes son, los recuerdas. Ellos te quieren, sabrán que estás bien cuando te alejes de ellos. Antes que llegue el momento, podrás despedirte, quedar en paz con ellos.

De pronto me sentí un bichomalvado, egoísta e inmaduro por haberme quejado de mis padres. Comparada con las dos jóvenes que estaban frente a mí, yo estaba en una situación inmejorable respecto a mis progenitores.

-No te avergüences por lo que tu madre pueda decir o hacer, lo hace con la mejor de las intenciones, del mismo modo que Charlie sólo es severo frente a Edward porque… bueno, porque eres su niña, y el que tengas novio, aunque es algo que eventualmente pasaría, no es algo que él sepa muy bien cómo manejar. Sé que ante los demás habla muy bien de Edward, y aprueba la relación, aunque le parece algo temprano –me confió Rosalie.

-¡Listo! Dame la otra mano –exigió Alice con una sonrisa.

Yo no me moví de inmediato. Todavía estaba procesando la conversación. Eran muchas cosas que nunca me había detenido a pensar en detalle, y que sólo me hacían sentir peor cuanto más lo pensaba.

-¿Bella? –me llamó Alice, sonando un poco preocupada.

-Sí, claro –le tendí la mano izquierda, sin estar con toda la cabeza en mis uñas esculpidas.

-Bella, no quisimos hacerte sentir mal, pero es verdad que deberías disfrutar a tus padres mientras puedas estar a su lado sin levantar sospechas –señaló Rosalie, la lima de uñas moviéndose automáticamente entre sus manos-. En veinte años no podrás visitarlos sin llamar la atención de todo el vecindario.

-Es temprano para pensar en despedidas, pero llegará el momento en que ya no podrás ir a verlos sin exponerte y poner en peligro el Secreto –dijo Alice en voz neutra-. Tendrás que ir perdiendo gradualmente el contacto con ellos a lo largo de los siguientes años, pero mientras tanto…

No hizo falta que Alice completara la frase.

.

Pocos días después Edward y yo esperábamos a Reneé en el aeropuerto de Port Angels. Edward estaba más ansioso que yo por ver por fin a mi madre, mientras que a mí varias noches y parte de los días pensando desde la conversación mantenida con Rosalie y Alice me habían otorgado una cierta calma respecto al asunto. En ese momento, estaba más preocupada por no herirla.

-Espero que no le moleste la idea de viajar en el asiento trasero, mientras yo viajo en el lugar del acompañante –musité, por decir algo mientras esperábamos-. O podrías dejarme conducir y viajar con ella en el asiento trasero…

-Llevamos cinco días cazando todos los días, alimentándonos hasta el hartazgo –me repitió Edward con tono aburrido. Habíamos tenido esa discusión media docena de veces por lo menos, sólo en las últimas 24 horas-. Tus iris se volvieron de color anaranjado marronoso hace días, mis ojos están a punto de volverse blancos más que amarillos, ninguno de nosotros dos tiene ojeras y hasta parecemos ligeramente sonrojados. No hay más precauciones que podamos tomar, a menos que quieras empezar a usar un bozal.

Bufé irritada, y me crucé de brazos decidida a castigarlo con mi indiferencia. Sin embargo, al cabo de cinco minutos no pude contenerme de volver a fastidiarlo. Sabía que me estaba comportando irritante, pero también estaba demasiado nerviosa como para que me importara.

-¿De modo que no vas a dejarme conducir? Sería más fácil si fuese yo quien manejara.

-Sería más fácil si te tomaras las cosas con calma –suspiró Edward, me pareció que esforzándose por ser paciente-. Después dicen que yo soy melodramático y tiendo a actuar exageradamente, pero lo tuyo es ya casi un caso paradigmático.

-Perdón, pero ante el riesgo de matar a mi madre, me pongo un poquito nerviosa –le dije en un gruñido bajo, enseñándole un poco los dientes, en un acto reflejo.

-Bella, vas a hacerlo maravillosamente, Alice lo vio, todo parecerá un musical, sólo que sin música ni bailarines –insistió Edward, tomándome la mano derecha.

-¿Cuál es el chiste de un musical sin música ni bailarines? –le pregunté, torciendo la boca.

-El final feliz, por supuesto –respondió Edward, como si fuese lo más obvio.

Abrí la boca para soltarle una respuesta cáustica, pero el que el panel del aeropuerto señalara que el vuelo de Reneé acababa de llegar me distrajo.

Nos dirigimos velozmente hacia el lugar en el que ella desembarcaría, y nos quedamos esperándola en silencio. La gente que bajaba del avión daba un considerable rodeo a nuestro alrededor, sintiendo lo que no podía explicarse racionalmente: que éramos peligrosos, Edward y yo. Me pregunté por un momento si Reneé también se sentiría incómoda y una poco nerviosa en mi compañía ahora.

Por fin distinguí el cabello castaño, largo hasta los hombros, de mi madre. Tenía la acostumbrada expresión despreocupadamente sonriente en el rostro, que cambió a una gran sonrisa al momento de detectarme, y a una sonrisa especulativa al momento de ver a Edward a mi lado. Él sonrió más, aunque también se removió con un poco de incomodidad. Quién sabe qué estaba pensando mi madre…

.

El viaje de una hora en Volvo, con mi novio vampiro y mi madre humana, fue increíblemente bien, considerando que al momento de saludarme con un enorme abrazo Reneé había estado muy pero muy cerca de convertirse en un tentempié, y ella tan fresca, sin sospecharlo siquiera. En cuanto se le pasaron los grititos de alegría y se tranquilizó un poco, Edward la saludó con toda amabilidad, tuvo la delicadeza de presentarse a sí mismo sabiendo que yo estaba racionando el aire como si lo pagara y, como era de esperar, deslumbró a mi madre del modo más vampiresco.

-Bella, ya veo lo que me decías, ¡sí que es encantador este chico! –me cuchicheó emocionada, sin saber que este chico, a escasos tres metros de nosotras, escuchaba no sólo su voz sino también sus pensamientos con toda claridad. Él sólo sonrió mientras acomodaba las valijas de mamá en el baúl del automóvil.

La siguiente hora fue muy fácil, por suerte. Edward conducía, mientras yo iba en el asiento del acompañante y Reneé en el asiento trasero. Edward no parecía tener problemas para oír la mente de mamá, porque siempre supo exactamente qué decir y cuándo salirse por la tangente para evitar preguntas o cuestiones difíciles. Ella estuvo encantada con él.

-¿A qué se dedican tus padres? –comenzó Reneé, sus ojos brillando de excitación, según pude ver en el espejo retrovisor.

Era una pregunta bastante básica, si lo que pretendía era evaluar el perfil del aspirante a mano de su hija. Me tomó un poco por sorpresa que mamá se pusiera en plan inquisitivo, ése era más el terreno de Charlie, quizás debido a que él era policía de profesión.

-Carlisle es médico cirujano, y Esme es arquitecta, aunque no está trabajando ahora –explicó Edward con tono amable-. Con ocuparse de la familia tiene trabajo más que suficiente.

-¿Tienes más hermanos? –quiso saber Reneé.

-Sí, tengo un hermano mayor, Emmett, y una hermana un poco menor, Alice, además de mis primos mellizos –respondió Edward-. Jasper y Rosalie viven con nosotros desde los ocho años.

-¿Qué les pasó a sus padres? –soltó mamá antes de cubrirse la boca con las manos-. Perdón. Eso fue indiscreto. No tienes que decírmelo si no quieres…

-Está bien, es sólo que es… un poco delicado. No se menciona mucho el tema en casa –dijo Edward lentamente, como si dudara cuánto decir-. La madre de Rosalie y Jasper falleció de cáncer de estómago cuando ellos eran muy pequeños, y su padre murió poco después, al caer por el hueco de un ascensor. Esme era hermana de la difunta madre de Rose y Jasper, por lo que los Cullen se convirtieron en su familia de acogida. Esme estuvo encantada de recibirlos, le encantan los niños. Prueba de eso es que nos adoptó a mis hermanos y a mí.

-¿Eres adoptado? –inquirió Reneé con sorpresa.

-Sí. Mis padres fallecieron hace tiempo, casi no los recuerdo. A Alice, Carlisle y Esme la recogieron de un orfanato, fue abandonada allí siendo bebé. Emmett fue dado en adopción por su madre, que no podía cuidar de él –explicó Edward en tono neutro; yo escuchaba con toda atención. Nunca me había molestado en averiguar cuál era la versión oficial que presentaba la familia respecto a las historias individuales de cada uno de ellos, aunque, cuidadosos como eran, debí imaginar que los Cullen tendrían toda una coartada lista y ensayada-. En verdad, fuimos muy afortunados, todos nosotros. Carlisle y Esme son los padres más maravillosos que puedo imaginar.

-Qué bueno que los quieras…

-No podría no hacerlo. Son mi modelo a seguir. Son pacientes, cariñosos, amables… y de mentalidad abierta –añadió Edward, que parecía un poco nervioso de pronto, aunque no creo que Reneé lo haya notado-. Eh, Reneé, ¿usted tiene… algún tipo de… esquema rígido en cuestión de relaciones sentimentales?

-¿Me estás preguntando por alguna cuestión en especial? –preguntó mamá, un poco curiosa-. ¿Alguno de tus hermanos o tus primos es… homosexual?

-No, no, nada de eso –se apresuró a aclarar Edward, y estuve segura que de seguir teniendo sangre en las venas, en ese momento estaría furiosamente sonrojado. Me tuve que recordar que allá por 1920 algo así era una tragedia familiar-. Es que… mi primo es pareja de mi hermana, y mi hermano, de mi prima. Como no son parientes consanguíneos, no hay impedimos legales, mis padres lo aceptan… y ellos se aman, de todo corazón. Pero me pareció mejor decírselo antes.

-No tienes que darme explicaciones, jovencito –dijo Reneé con cariño, y ni Edward ni yo pudimos suprimir una sonrisa ante el epíteto. Edward era suficientemente mayor como para ser sin problemas el padre de Reneé, aunque físicamente aparentara otra cosa-. No es asunto mío hacer juicios de valor, si ellos se aman… pero gracias por decírmelo antes. Estoy sorprendida, sí, pero si temías que eso me diese asco o que lo reprobara, no te preocupes. Yo estoy casada con un hombre siete años menor que yo, de modo que entiendo un poco la situación.

Debo decir que estuve agradablemente sorprendida por las palabras de mamá. No es que yo temía que fuese a hacer un escándalo, pero era mejor obtener su palabra de que todo estaba bien.

-Cuando acabe mis estudios, tengo planes de estudiar medicina –siguió diciendo Edward en tono distendido, sin apartar los ojos de la calle. Por respeto a mi madre y a mis nervios, íbamos a la más que decente velocidad de sólo 90 kilómetros por hora.

-¿Lo haces sólo por complacer a tu padre? –inquirió Reneé con una agudeza poco habitual en ella.

-No, no lo hago por él –respondió Edward, como si la idea lo tomara por sorpresa, algo poco probable, con su don de oír mentes-. Sé que cualquier decisión que yo tome, ellos la aceptarán, pero es algo que yo quiero hacer. No sólo porque mi padre adoptivo es médico, creo que también es un poco por mis padres fallecidos… quiero ayudarle a la gente, quiero hacer sus vidas mejores, más fáciles.

La charla siguió relajada y tranquila. Apenas tuve que aportar nada, mamá interrogó a gusto a Edward, y él hasta le sonsacó algunas cosas humillantes de mi niñez. Que era tan torpe en mis clases de ballet que la maestra me colocaba en la última fila, con la esperanza que si caía lo haría para atrás y no arrastraría a nadie conmigo. Que a los nueve años leí un cuento sobre vampiros que me causó pesadillas un mes seguido. Que una vez, cocinando, me equivoqué y le eché yogurt bebible de frutilla en lugar de leche al puré de papas. Que me desmayaba al ver sangre. Que de niña era tan pálida que Reneé me llevó al médico, preocupada por que estuviese anémica…

Mi madre y mi novio pasaron un viaje de lo más entretenido, confabulados contra mí. Dignamente ofendida, me crucé de brazos y no dije ni una palabra, al igual que tampoco respiré. Estaba lloviznando otra vez, lo cual era bueno en tanto significaba que había pocas posibilidades que saliera el sol; pero era malo en tanto significaba que teníamos que viajar con las ventanillas cerradas, y eso hacía que el olor de mi madre impregnara todo el interior del auto.

Eché un vistazo envidioso a Edward, que reía alegremente ante la narración de la vez que intenté convencer, con argumentos muy lógicos para una mente infantil, a mi madre de que me regalara un hermano mayor. ¡Ah, ese autocontrol…! Yo sabía que era algo que se lograba sólo con el tiempo, pero no podía evitar envidiarlo un poco.

.

Después de dejar a mamá instalada en la pensión, con la señora Mallory asegurándonos que todo estaba maravillosamente y Reneé diciendo que estaba bien, que fuésemos a divertirnos, Edward y yo viajamos a casa de los Cullen.

Intentando acostumbrarme al olor de mamá, dejamos las ventanillas cerradas y yo probé de inhalar muy lentamente, apretando los puños ante el dolor quemante en mi garganta. Ardía, demonios, y dolía, dolía mucho. Sentía la boca repleta de veneno, la garganta seca, el estómago contrayéndose. Apreté los puños con más fuerza, clavándome las uñas en las palmas, un chirrido de piedra sobre piedra llenando el interior del auto. Apreté mi mandíbula con más fuerza, el ardor era terrible, pero inhalé de nuevo. Hubiese podido llorar de dolor, tanto me lastimaba mi garganta; todos mis músculos estaban agarrotados, había tanto veneno en mi boca que tuve tragar o empezaría a babearme…

De pronto, una brisa fresca me dio en la cara. Edward, piadoso, había abierto las ventanillas, y en ese momento me miraba con comprensión.

-No tienes por qué torturarte –me dijo en voz seria-. Bella, sólo tienes seis meses, antes del año es muy difícil que lo puedas manejar bien, más considerando que sólo llevas cuatro meses siguiendo la dieta de animales. No te sientas mal por eso, es parte de tu instinto.

-No intento torturarme, sólo quiero tomar precauciones –le respondí entre los dientes apretados-. Últimamente paso más tiempo entre vampiros que con humanos, y me estoy desacostumbrando al olor. Pero lo voy a lograr –añadí con un medio gruñido.

-No te exijas demasiado, lo estás haciendo muy bien, pero tomará tiempo el que tengas un autocontrol suficiente como para mezclarte entre humanos, que entre ellos respires y hables como si tal cosa –advirtió Edward-. Lleva años, dos al menos si nunca probaste sangre humana, y más si lo hiciste en algún momento, según nuestras experiencias.

-¡Pero no tengo años para inmunizarme, mi madre está aquí ahora! –protesté, pero otra vez me ganó la curiosidad-. ¿A quién le tomó dos años? –pregunté, sospechando la respuesta.

-Carlisle, por supuesto, y a Rosalie, ella tampoco nunca bebió de humanos. Eso es algo que la hace sentirse un poco superior al resto, aunque no lo diga abiertamente.

-¿Todos los demás…? –No supe muy bien qué decir-. ¿Alice? ¿Esme…?

Me era tan raro imaginarme a Alice, tan pequeña, de aspecto tan frágil, o a Esme, tan maternal y dulce, matando a alguien y sorbiendo su sangre…

-Alice despertó completamente sola, sin saber dónde estaba ni qué le había pasado, y recordando sólo su nombre. Tenía sus visiones para guiarse, claro, pero era una neófita y los instintos son muy fuertes en los primeros meses –Edward me echó una elocuente mirada, aunque no era acusatoria-. Otro tanto para Esme: si bien Carlisle y yo estuvimos a su lado durante el primer año, los instintos son demasiado fuertes para resistirse fácilmente, y yo no había verificado antes que no hubiese humanos en el área… hubo un par de accidentes. Emmett tampoco cazó humanos con intenciones de alimentarse, pero de vez en cuando alguno huele demasiado bien, y es casi imposible oponer resistencia al olor, menos cuando se es un neófito joven.

-Dímelo a mí –suspiré, con lo que la garganta me ardió otro poco. Pero era mejor eso que atacar a mi madre.

.

Por suerte Reneé estaba cansada y se fue dormir pronto, lo que nos salvó de cenar con ella. Al día siguiente también nos saltamos el desayuno, alegando que yo me había quedado dormida, pero para la hora del almuerzo se nos habían acabado las excusas. Edward salvó el día al presentarse con una enorme canasta de pic-nic a media mañana en la pensión e invitarnos a hacer senderismo. Mamá estuvo encantada, se calzó sus botas y salimos.

Tuvimos que ir en la Chevy, para exhibirla y justificar que la tuviese. Fui al lado de la ventanilla, con Edward manejando, y mi madre entre nosotros dos, parloteando animadamente. Alice no había visto lluvias ni sol para esa tarde, por lo que nos arriesgamos a ir al prado donde Edward y yo solíamos ir en tiempo soleado. El trecho largo por carretera quedó pronto atrás, y empezamos a caminar.

Edward llevaba la canasta de comida, vigilaba que no me llegara demasiado olor a humano y aún tenía una mano libre para sostener a Reneé cuando estaba a punto de tropezarse. ¿Qué hubiese hecho yo sin él?

-Me sorprendes, Bella, antes no te gustaba ni caminar hasta la esquina a comprar caramelos, ¡y ahora haces senderismo! –se sorprendía mamá-. Forks sí que te cambió.

-Es la compañía, ante todo –le dije, medio disculpándome, medio justificándome.

-Claro, eso influye –reconoció Reneé, con una sonrisa conocedora.

Demasiado tarde, me di cuenta que podría interpretar que yo no me refería sólo a su compañía, sino también a la de Edward. Preferí no corregirla. Después de todo, era cierto.

Llegamos cerca del mediodía al prado, tan repleto de flores como antes. Edward extendió una gruesa tela impermeable, y encima de ella un coqueto mantel a cuadros blancos y azules. Después, abrió la cesta, y yo me quedé atónita. Había comida para seis personas ahí, y eso que de nosotros tres sólo Reneé comía.

-Lo preparó mi mamá –le explicó Edward a mi madre, empezando a sacar sándwiches, pastelitos, empanadas, frutas y botellas con jugo y agua, además de vasos-. Dice que le encantaría conocerla, y que si no tiene compromisos, está invitada a un té esta tarde en casa –añadió con una de sus deslumbrantes sonrisas.

.

El pic-nic del almuerzo fue un éxito, pero el té se llevó todos los premios. Esme y Reneé se saludaron con amabilidad, sirvieron el té con aprecio y a la segunda taza ya eran íntimas amigas. Mi madre hasta se olvidó por completo de mí, algo que ya no sabía si era bueno o malo.

Rosalie, Alice, Jasper y Emmett no se quedaron durante todo el té, sino sólo por un rato, lo suficiente como para presentarse y responder algunas preguntas generales. Carlisle llegó un rato más tarde, oliendo a yodo y alcohol, vestido con su ropa del hospital y con el estetoscopio colgado del cuello, en un exceso de realismo que nunca antes se había molestado en fingir. Sin embargo, Reneé no pareció dudar en absoluto de él ni de su profesión al verlo en esa facha; supuse que Alice había metido baza por ahí.

En algún momento se me escapó que Edward tocaba el piano, por lo que tuvimos un concierto gratis, gentileza de mi novio. Después, él y mamá tocaron a cuatro manos una de las piezas favoritas de Reneé, y después Esme cantó. La tarde se había convertido en una velada musical con toda facilidad, la música inundaba la casa.

Entre tantas cosas, conseguí apartar a Alice un momento y preguntarle si había visto algo nuevo acerca de los Vulturi. Lo único que me faltaba era que llegaran justo cuando Reneé estaba de visita…

-Desde anoche regresaron las visiones –admitió Alice-. Aunque no hay nada claro. Veo varios futuros posibles, algunos de ellos contradictorios entre sí. Veo a Esme en una gran habitación de piedra, junto a Sulpicia y otra mujer rubia, más delgada y frágil.

-¿Un mujer o una vampiresa? –insistí.

-Una vampiresa, siendo exactos. Ésa debe ser Athenadora, la esposa de Cayo, supongo. En unas visiones Esme está con ellas, en un lugar oscuro y de piedra, que según las descripciones de Carlisle podría ser Volterra. En otras, Sulpicia se acerca a casa con una maleta en la mano; a veces va sola, otras veces, acompañada, pero no alcanzo a distinguir por quién –explicó Alice, que parecía frustrada al no saber todos los detalles.

-¿Eso pasaría pronto? –le pregunté, preocupada.

-Ni siquiera puedo asegurarte que pasará –Alice negó con la cabeza, dudando-. Las visiones son muy borrosas. Hay decisiones que falta tomar, no sé si por parte de ellos o de nosotros, o quizás de ambos. También veo a todos los Vulturi viniendo, todos ellos: los tres ancianos, las esposas, toda la guardia, además de un grupo grande de testigos. Alternativamente, veo a Aro llegando solo, con una expresión furtiva en la cara; otras veces, es Aro y dos o tres miembros de la guardia que al parecer gozan de su confianza.

-¿Entonces…? –pregunté, confundida y asustada.

-Espera, no es todo –me detuvo Alice, con las palmas de las manos extendidas hacia adelante-. En otra, Aro le ofrece a Carlisle una especie de corona o diadema, pero no puedo visualizar si es aquí o en Volterra, o en otro lugar distinto; tampoco puedo ver si Carlisle acepta o no, porque él no tomó esa decisión. En otra visión distinta, Aro aleja a Carlisle de nosotros y lo destruye. En otra visión, Carlisle está junto a Aro y ambos están sentados en una especie de tronos, con Rosalie junto a él y Esme, Jasper y yo cerca de allí. También apareces a veces en mis visiones; a veces huyendo, a veces como una princesa de su corte. Otro tanto respecto a mí.

-¿Y los demás? ¿Puedes ver a Edward? –pregunté, angustiada.

-Poco. Aro parece estar interesado en él, pero no tanto como en Rosalie, en ti o Carlisle. No puedo ver nada concreto, Aro parece estar cambiando de opinión continuamente… me está por dar un dolor de cabeza –gruñó Alice, masajéandose las sienes-. O quizás Aro tomó una decisión y los demás no la comparten, por eso hay tantas visiones distintas…

-¿Qué podemos hacer? –le pregunté a Alice, intentando sin mucho éxito ocultar la desesperación en mi voz.

-Tomar una decisión que nos libre de ellos, y rápido –señaló Alice, ominosa-. No piensan venir de un modo inmediato, pero se nos está acabando el tiempo.

.

Se nos está acabando el tiempo.

Alice no lo había dicho para asustarme, sino porque eso era lo que estaba pasando, ni más ni menos. Los Vulturi estaban por venir, no es como si estuviesen desembarcando el aeropuerto de Seattle en esos momentos, pero la decisión de venir estaba bastante firme, a juzgar por las visiones de Alice.

-Bella, por favor, ¿qué te pasa? Llevas toda la tarde más nerviosa que un pavo en vísperas de Navidad –me susurraba Edward esa noche, cuando otra vez estábamos tendidos en mi cama; él, inmóvil como si realmente durmiera, y yo, retorciéndome y pataleando, nerviosa como si acabara de vaciar el contenido de una cafetera.

-No es cierto –me defendí-. El pavo está seguro de que lo van a sacrificar, yo todavía tengo esperanzas. Creo.

La sonrisa juguetona de Edward dio paso a una mueca amarga.

-Alice te dijo.

-Sí, me dijo. Prefiero saber cuando me están por descuartizar y quemar, ¿sabías? –añadí, mordazmente-. Por tu tono, parece que no tenías pensado decirme.

-Iba a decirte todo, en cuanto se fuera tu madre –aclaró Edward-. Ahora estarás nerviosa y ansiosa a su alrededor, y ella sospechará que hay algo que no le estás diciendo.

-Siempre hay cosas que no estoy diciéndole. Que soy vampiresa, por ejemplo.

-Corrijo, sabrá que hay algo gordo, algo serio de verdad, que no le estás diciendo.

-Basta, Edward –lo corté, harta-. Mejor dime cómo es que Alice no puede ver la resolución de esto.

-Porque no tomamos una decisión al respecto –admitió Edward con aire derrotado, dejando caer la cabeza en la almohada-. Estamos esperando a que ella vea algo para tomar una decisión, pero hasta tanto no tomemos una decisión ella no puede ver nada.

-Tomemos una decisión y listo –sugerí.

-No es tan fácil, tratamos anoche de tomar decisiones diversas y ninguna afectó directamente sus visiones. Parece que los Vulturi tampoco están del todo seguros todavía, hay demasiadas visiones confusas, turbias, contradictorias… -conjeturó Edward, pensativo.

-¿Carlisle tuvo alguna visión? –pregunté en voz baja.

-Sólo cuando se centra en ello, y entonces ve casi lo mismo que Alice, sólo que aún más borroso –dijo Edward con una mueca-. Él vio, sin embargo, a Athenadora y Sulpicia acercándose a Forks, una visión que Alice no tuvo. Claro que tampoco estamos seguros de que ésa visión sea la clave, pero es la única en la que Alice y Carlisle difieren.

-El poder de Carlisle es muy raro… -pensé en voz alta-. ¿Cuánto tarda en copiar un don? ¿Él ya domina el mío? Un escudo doble no es mala idea.

-No, no domina el tuyo, y no está ni cerca de lograrlo –negó Edward, sonriendo con algo de pesar-. Le toma unos diez años absorber el don de otro vampiro, si está cerca de él. El contacto físico de piel con piel ayuda a acelerar el proceso, pero sólo en un par de años. Claro que, cuando más tiempo pase Carlisle con el otro, cerca de él, tocándose, tanto más rápido adquiere el don. Por eso tardó solo siete años en dominar el de Esme, pero diez años en mi caso y unos doce en todos los demás.

-¿Por qué tardó menos en tu caso? –le pregunté, sin entender.

-Rosalie, después de lo que le pasó, no soportaba que ningún hombre la tocara, ni siquiera del modo más inocente, como tomarle la mano, y cuando encontró a Emmett, claramente prefirió pasar tiempo con él antes que con Carlisle –añadió Edward enarcando las cejas-. Emmett estaba demasiado ocupado besando el suelo que pisaba Rosalie como para interesarse por estar cerca de Carlisle, y Alice y Jasper también llegaron como pareja a la familia. En cambio, yo pasé varios años a solas con Carlisle, antes de que llegara Esme, y solíamos pasar tiempo juntos leyendo, cazando, tocando yo el piano, conversando… aunque no teníamos más contacto físico que un ocasional golpecito en el hombro, un apretón de manos o algo así de superficial, seguía siendo más de lo que Carlisle tuvo con mis demás hermanos. Desde luego, él y Esme compartieron besos, abrazos, y todo lo demás; eso aceleró el proceso.

-Hay otra cosa que me está dando vueltas… ¿Esme nunca intentó encontrar el pasado humano de Alice en su cabeza usando su don? –pregunté-. Aunque Alice no lo recuerde conscientemente…

-Alice no lo recuerda en absoluto, consciente o inconsciente. Esme intentó, pero no hay nada antes de la primera visión de Alice. Es como… -Edward pensó un momento, buscando una comparación adecuada antes de hablar- chocar con una pared de piedra. Está completamente bloqueado, y Esme temió lastimar a Alice si forzaba a la pared a desaparecer.

-Otra cosa... Rosalie parece sufrir mucho por las recuerdos de lo que esos cochinos le hicieron. ¿No sería más fácil si Esme bloquea esos recuerdos? Rose podría olvidarlo todo y empezar de cero –expuse, pero Edward ya estaba negando antes de que yo completara la idea.

-No creo que sea lo mejor –respondió, sacudiendo la cabeza-. Por empezar, bloquear los recuerdos ahora no tendría mucho sentido, Rose lleva décadas atormentándose con eso. En el mejor de los casos, eso hubiese tenido que hacerse inmediatamente después de transformada. Esme estuvo dispuesta a hacerlo, pero le preguntamos primero a Rosalie si era lo que quería. Después de todo, eran sus recuerdos, y ella debía decir si quería conservarlos o no. Y en ese momento, Rosalie dijo que prefería acordarse, que aunque doliera, ella tenía que hacerle frente a eso y salir adelante, y por sobre todo, quería venganza. La obtuvo… ¿te contó cómo?

-Sí, me dijo –confirmé, sin querer acordarme demasiado.

Rosalie había cazado a esos canallas uno por uno, los había asesinado de modo lento y doloroso, pero sin derramar una gota de sangre, para no tentarse. Excepto al último, su ex-prometido, a quien quemó vivo del modo más horrendo y doloroso, dando rienda suelta a su recién despertado poder.

-Espero que no haya entrado en demasiados detalles –comentó Edward, un poco preocupado ante mi tono de voz.

-No fue muy explícita, pero me temo que mi imaginación hizo el resto –confesé-. No es que crea que ese Royce King no se lo merecía, pero me sigue pareciendo escalofriante.

-Es el peligro de tomar la justicia por mano propia –musitó Edward, mirándome a los ojos-. A veces, con poderes como los que tenemos, nos cuesta no erigirnos como jueces y decidir quién tiene el derecho, o el privilegio, de vivir y quién debe morir.

-Es… embriagador, eso de tener la vida de alguien en tus manos –admití, recordando con un estremecimiento las veces en que yo había matado-. Edward, prométeme que harás lo posible para que yo no vuelva a estar en esa situación. Por favor.

-Sólo si me prometes lo mismo –sonrió él-. Si prometemos cuidarnos mutuamente, nada puede salir mal.

Aunque su optimismo me sonó un poquito cursi, no pude evitar sonreírle también.

.

El resto de la visita de Reneé transcurrió en calma. Los días los pasé con ella y alguno de los Cullen, que 'casualmente' siempre estaban cerca. Todos se esforzaron por actuar lo más normales y humanos posibles, y de no apabullar a mamá estando más de dos o tres de ellos a la vez en la misma habitación que Reneé. Afortunadamente, lo más cerca que estuve de atacarla durante toda su visita fue cuando ella me abrazó en el aeropuerto. Después de eso, una combinación de no respirar y alimentación excesiva mantuvo las cosas majo control.

Por las noches, yo cazaba. Cacé todas las noches que mamá estuvo en Forks, al igual que había cazado todas las noches desde que supe que vendría de visita. Me hastié de sangre, no tenía sed, pero cacé de todos modos. Ya no perseguía ciervos, tanta sangre no cabía en mi estómago. Me alimenté de linces, un puma perdido, zorrinos, mapaches, ¡hasta comadrejas y zarigüeyas, tan desesperada estaba! Mis ojos estaban tomando un color marrón más claro velozmente, con esas cantidades de sangre animal en mi organismo no era de sorprender.

La mañana del día en que faltaban tres días para que mamá regresara a Florida, a donde ella y Phil se habían mudado recientemente gracias al nuevo trabajo de él, me tomó de sorpresa el que Reneé llegase a casa antes de lo previsto. Yo había preparado el desayuno para Charlie y me había retirado al lavadero a empezar a ocuparme de la ropa sucia de la semana, pero desde luego pude oír perfectamente todo lo que se hablaba en la cocina, donde Charlie estaba acabado la primera comida del día.

-Hola, Charlie, ¿Bella ya se levantó? –eran los pasos de mi madre, entrando a casa rumbo a la cocina.

-Buenos días… sí, preparó el desayuno, comió y ahora está lavando ropa –informó Charlie, entrando tras ella a la cocina.

-Parece que nuestra hija nos malcrió demasiado –suspiró Reneé-. No recuerdo que yo fuese capaz de preparar un desayuno en regla como éste.

-Bella es increíble, eso es cierto –respondió Charlie, al tiempo que las dos sillas chirriaban contra el suelo antes que mis padres tomasen asiento-. ¿Quieres?

-No, gracias, comí en la pensión –declinó Reneé educadamente-. Vengo, como ya te imaginarás, a hablar de nuestra Bella. Lo de ella y Edward es muy romántico, pero lo conoces mejor que yo, y me gustaría oír tu opinión.

Charlie no respondió de inmediato. No era un hombre de muchas palabras, y solía tomarse un momento antes de empezar con lo que podía ser un explicación larga. En el lavadero, yo estaba tan ansiosa que trituré los dos broches de ropa que tenía en las manos antes de darme cuenta. Me sacudí de las manos el polvillo al que había quedado reducido el plástico en el momento en que Charlie empezaba a hablar.

-Los Cullen son una buena familia –empezó, hablando lentamente, como si midiera cada palabra antes de pronunciarla-. Albergué algunas dudas sobre ellos cuando llegaron, el doctor y su esposa son muy jóvenes, y no creí que pudiesen manejar a tantos hijos adolescentes, más si eran adoptivos… los chicos adoptados en general dan más problemas que los biológicos. En general –recalcó Charlie, sin que nadie le hiciera preguntas-. Pero éstos son la excepción. Son muy educados, muy amables, nunca dieron ningún tipo de problemas. No conducen ebrios, no rebasan los límites de velocidad -(tuve que morderme la lengua para aguantarme una carcajada ante las palabras de papá)-, no están metidos en peleas ni nada raro… El doctor es un gran hombre, es un cirujano brillante que podría trabajar en otro sitio mejor y ganar mucho más. Dicen que es un médico excepcional, que fue capaz de diagnosticar una bronquitis sólo con oír cómo tosía un niño, y que más tarde las radiografías confirmaron que tenía ambos pulmones afectados. La señora, es una dama, y muy atenta. Son una buena familia –acabó Charlie.

-¿Y Edward puntualmente? –insistió Reneé-. ¿Te parece un buen muchacho?

-Sí, es un chico atento, y muy respetuoso –reconoció Charlie-. Bella se ve feliz a su lado, se la nota…feliz. Enamorada.

-Él fue quien encontró a Bella esa noche, ¿no? Cuando fue lo del accidente –preguntó mamá en un tono más bajo.

-Sí, creo que se sintió culpable por no haber llegado antes o algo así –asintió Charlie reflexivo-. Después confesó que ya estaba enamorado de Bella en ese momento. Imagino que la habrá pasado mal al ver a Bella así, perdida, y él diciéndose que si hubiese llegado antes ella no estaría pasando por eso.

Me sorprendió la agudeza de Charlie. Estaba peligrosamente acertado, aún sin saber los pormenores.

-Bella parece muy enamorada de él –dijo Reneé suavemente.

-Hum, sí, eso, ah, si podrías… lo hubiese hecho yo, pero… te lo iba a pedir… creo que… entre mujeres… y madre e hija, todo eso…

No había escuchado a Charlie tartamudear de esa manera desde que tenía cuatro años y le pregunté cómo hacía la cigüeña para dejar cada bebé en la puerta correcta si los pájaros no saben leer las direcciones. Su respuesta (debo admitirlo, una vez que dejó de atragantarse con las palabras en la boca, fue ingenioso) fue que por eso las mamás se van al hospital a esperar el bebé, así no hay peligro que la cigüeña se confunda.

-¿Vas a pedirme que le dé la charla? –Reneé parecía enormemente divertida ante el bochorno de su ex marido-. Pero Charlie, creo que llegas algo así como diez años tarde. Bella y yo tuvimos esa charla ya dos o tres veces, antes y después de que tuviese el período por primera vez, y otra vez cuando empezó a desarrollarse físicamente. Además, ella dejó entrever que Edward es un poco "chapado a la antigua" y que todavía no había pasado nada en ese sentido.

-¿Te parece que ella te diría…? –Charlie sonaba como si quisiera saber, pero también deseara desesperadamente cambiar de tema.

-Bella no es buena mentirosa –dijo mamá alegremente-. Creo que está diciendo la verdad. Aún si fuese el caso, confío en que los dos son suficientemente grandes y están lo bastante informados como para no cometer errores. El padre de Edward es doctor, ¿no? No puedo imaginarme que no haya hablado con su hijo.

-Sí, eso sí –la idea que Carlisle hubiese pasado por algo similar con Edward pareció animar a Charlie.

-Es curioso, ¿no te parece? Sin ser familia consanguínea, todos los Cullen se parecen un poco –meditó Reneé-. Son todos pálidos, con una piel perfecta… ¡los chicos adolescentes, sin un poco de acné! ¡Ah, cómo los envidio! Sin una arruga, ninguno de ellos. No es que sean muy mayores, pero… y todos con esos ojos castaños claros, casi dorados… ¡preciosos! Es más, son todos muy hermosos físicamente, son… perfectos.

-Sí, son muy guapos. A las enfermeras les cuesta concentrarse cuando el doctor está cerca, aunque está felizmente casado y nunca dio lugar a rumores ni nada –sonrió Charlie.

-Y Bella… es extraño. Está enamorada de Edward, y él de ella, eso está claro –Reneé sonaba reflexiva, como lejana-. Pero hay más. Toda la familia Cullen le tiene mucho cariño a Bella, la integraron por completo. Cuando Bella está entre ellos… es como si la foto familiar estuviese completa, como si ése fuese el lugar en el que ella debiese estar. Como si ya formara parte de la familia. Bella se parece de alguna manera a ellos. No sé cómo definirlo, pero es como si algunas veces tuviese más en común con ellos que con nosotros.

Tragué en seco, mientras un par de medias quedaba reducido a hilachas entre mis manos. Había olvidado lo endemoniadamente observadora que podía ser mi madre cuando se tomaba la molestia de prestar atención a quienes estaban a su alrededor.

-Bella es nuestra hija –insistió Charlie-. Los Cullen son buena gente, pero Bella… -su voz se apagó-. ¿Te parece que es para tanto? –Charlie sonaba escéptico, pero también sobrecogido.

-Oh, no me hagas tanto caso –rió Reneé, nerviosa-. A veces veo cosas como me gustaría que sean, en lugar de cómo son realmente.

Preferí intervenir antes de seguir destrozando cosas. Hice intencionalmente un poco de ruido en el lavadero, llené mis pulmones de aire respirando junto a la bolsa de jabón en polvo, y me dirigí por fin a la cocina, intentando aparentar tranquilidad.

-Edward parece un buen chico, pero él y Bella son muy jóvenes –se estaba medio quejando, medio lamentando Charlie.

-Están saliendo, eso es todo –respondió Reneé-. Nadie dice que vayan a quedarse juntos por siempre. Quizás sí, quizás no. Lo importante ahora es que se respeten y cuiden mutuamente.

-Sí, claro, es cierto… es que no sé muy bien qué hacer. No quiero ser el malvado papá policía, pero quiero cuidarla, protegerla, pero dejándola libre… es difícil.

-Lo estás haciendo muy bien. Bella está bien, se la nota feliz y enamorada.

-¡Hola, mamá, ya estás aquí! –los interrumpí, haciendo que ambos giraran las cabezas para observarme-. No te escuché llegar.

-Sólo hablaba un poco con Charlie –descartó ella con un gesto de la mano y una sonrisa-. Cosas de padres.

Charlie también sonrió un poco, acabando su café rápidamente. Me senté junto a ellos, con la cara vuelta hacia la ventana abierta. Era un día cálido, aunque completamente nublado, y por el momento no llovía.

-Le estaba diciendo a tu madre que tus notas fueron excelentes –mintió Charlie con una desenvoltura que me sorprendió-. Acabaste con el segundo mejor promedio, los profesores te adoran –añadió, orgulloso.

-Hablé con el profesor Banner ayer, tu profesor de biología –comentó Reneé alegremente-. Te tiene en un pedestal. También me contó algo muy curioso… ¿cómo es esto que abofeteaste a Edward en clase una vez porque él te molestaba?

Era una suerte que yo ya no pudiese enrojecer, porque de otro modo mi rostro hubiese sido la acertada imitación de la luz roja de un semáforo en ese momento. Estúpido Banner. Lo de "pueblo chico, infierno grande" era mucho más literal de lo que parecía, por lo visto. Reneé me sonreía con interés, mientras Charlie me miraba con sorpresa.

-Fue antes de empezar a salir –expliqué rápidamente-. Edward intentaba darme conversación, creo que sólo quería llamar mi atención, pero yo no tenía interés en oírlo. Me colmó la paciencia y… le pegué –confesé-. No estoy muy orgullosa de eso, pero es verdad. Fue hace meses –añadí.

-No estoy a favor de que golpees a nadie, pero me alegra que sepas defenderte –dijo Reneé, conforme.

-¿Volvió a molestarte en algún otro momento? –preguntó Charlie, el ceño fruncido.

-No, creo que ésa vez le bastó –atajé-. Le pegué tan fuerte que le di vuelta la cara –añadí para calmar a Charlie, aunque era verdad-. Desde entonces, nunca más volvió a hacer nada que me molestara, en ningún sentido. Además, se disculpó delante de toda la clase.

Eso apaciguó a mis padres, por suerte. La conversación tomó rumbos menos peligrosos después de eso; gracias a mi énfasis en alimentarme y a la ventana abierta, no tuve mayores problemas en hablar.

.

Por la madrugada, hubo una reunión súper secreta en la casa de los Cullen. Me sentí como en una película de espionaje cuando Edward se deslizó dentro de mi habitación y me susurró en voz bajísima que había junta en su casa. Saltamos por la ventana, corrimos hacia su casa y no nos detuvimos hasta estar sentados alrededor de la mesa del comedor, extraoficialmente llamada ya sala de conferencias. Todos estaban ahí, intranquilos, pero no especialmente inquietos.

-Vi algo nuevo –soltó Alice enseguida, mientras Edward se sentaba también. Él primero me había corrido la silla y se había asegurado que yo estaba sentada antes de tomar asiento él-. Aro, Cayo y Marco por fin se pusieron de acuerdo. Vendrán aquí, todos ellos. Los ancianos, las esposas, la guardia, además de una treintena de testigos dispuestos a luchar también. No puedo ver el momento en que llegan, porque Jake y los suyos estarán presentes, pero veo hasta el momento en que se acercan al borde del campo de juego… entonces la visión se desvanece.

-¿Con qué intenciones vienen? ¿Puedes verlo? –preguntó Esme, ansiosa, tomando las manos de Carlisle, que estaba tan inmóvil como una estatua, entre las suyas.

-No, no puedo –negó Alice, sacudiendo la cabeza con pesadumbre-. No me parece que tengan intenciones muy pacíficas, pero no puedo asegurarlo. Eso es una corazonada, no algo que haya visto.

-¿Vendrán pronto? –quiso saber Rosalie.

-No estoy segura. Los árboles y el pasto estaban verdes y limpios de nieve, de modo que no era invierno ni otoño, pero… un árbol del borde del campo de béisbol estaba caído, y ése árbol todavía está en pie ahora. Mientras siga en su sitio, no tenemos de qué preocuparnos -añadió Alice.

Un largo silencio siguió a sus palabras. Miré alrededor de la mesa, intentando captar las reacciones de la familia. Esme estaba preocupada, ansiosa, angustiada, con las manos de Carlisle entre las suyas. Carlisle seguía pétreo, inmóvil, sin reaccionar ni siquiera al toque de Esme. Alice no parecía muy contenta, pero se la notaba más inquieta que asustada. Rosalie parecía pensativa, pero tenía los brazos cruzados, en pose defensiva. Emmett, a su lado, tenía el ceño fruncido, y la cabeza ladeada, pero no como si estuviese enojado, sino como si reflexionara. Jasper tenía los labios apretados, la expresión de miedo en sus facciones era obvia y me sorprendió; él no parecía ser alguien que se asustara ni tuviese miedo, al menos no en circunstancias normalmente peligrosas. Eso significaba que o estaba reaccionando exageradamente él esta vez, o la que se nos venía encima era peor de lo que me había temido. Edward, a todo esto, estaba tenso e inmóvil.

-¿Qué hacemos? –pregunté en voz muy baja-. Además de cuidar ese árbol como si nuestras vidas pediesen de sus ramas.

-No hay mucho que podamos hacer –respondió Jasper con desánimo-. Excepto… pelear.

Rosalie asintió enérgicamente, Emmett esbozó una sonrisa enorme y feroz. Edward parecía renuente, mientras me echaba una mirada de preocupación. Esme se estremeció visiblemente, sin soltar las manos de Carlisle, que permanecía inmóvil.

De pronto, Alice dio un grito ahogado y empezó a temblar, Jasper la tomó de los brazos enseguida, con gesto preocupado. Junto a mí, Edward jadeó como si acabaran de quitarle todo el aire de los pulmones de golpe.

-No, por favor, no peleemos con ellos –chilló Alice en tono agudo y alterado-. Acabo de verlo… no, por favor, no.

-¿Tan malo es? –preguntó Emmett en voz baja, rodeando los hombros de Rosalie con un brazo. Ella se acurrucó más contra él.

-Sí –musitó Alice, su voz temblando ligeramente-. Sí. Muertos… todos. Todos nosotros, los lobos… toda la casa ardía –ella echó un vistazo alrededor, como para cerciorarse que la casa estaba intacta de momento-. También los Vulturi tenían bajas, pero de nosotros… no quedaba nadie. Y de los chicos de La Push, tampoco. Era horrible…

-No pelearemos, no podemos ganar. Pero… tampoco vamos a quedarnos de brazos cruzados sólo porque no podemos ganar. No pienso convertir esto en una profecía autocumplida –dijo Edward con voz dura y puños apretados-. Si llamamos a alguien más, a nuestros amigos de Denali, por ejemplo… ¿haría alguna diferencia?

Alice miró al vacío por un momento. Jasper la soltó, pero sosteniendo todavía sus manos con gesto preocupado.

-No puedo verlo, ellos no aceptaron participar de la lucha –respondió Alice por fin-. Pero… no creo que haga diferencia en una batalla. Los Vulturi siguen siendo muchos más que nosotros. Sólo conseguiríamos arrastrar a Tanya y su familia a la muerte también si les pedimos que intervengan.

-¿Entonces…?

-No sé. No puedo ver nada concreto –murmuró Alice, afligida-. Destellos imprecisos es todo lo que percibo. La visita de los Vulturi está clara como el agua, cada vez que miro se vuelve más nítida. Pero el resto… es como si intentase ver a través de un cristal empañado. Está oscuro, borroso… indefinido.

Otro silencio, más largo y ominoso que el anterior, siguió a sus palabras.

-Está por amanecer –dijo Esme en voz muy baja, mirando por la ventana-. Bella, querida, tendrás que regresar a tu casa antes que haya demasiada luz y alguien pueda verte. Te mantendremos al tanto de cualquier cosa que pase. Cuídate… y cuidado de no mostrar nada ante tu mamá. Ella no puede ayudarnos, y preocuparla no hará ningún bien.

Edward me acompañó en silencio. Los dos estábamos demasiado preocupados como para hablar mucho.

-Ten mucho cuidado mañana, que tu madre note algo y decida quedarse un poco más es una mala idea –me susurró Edward desde el hueco de la ventana, sin entrar a mi dormitorio-. No queremos ponerla en peligro.

-Haré lo posible –prometí, rodeándome el torso con los brazos. Como vampiresa que era, no podía en rigor sentir frío, pero en esos momentos una sensación de desagradable frío interior me recorría.

Edward estaba a mi lado al segundo siguiente, abrazándome con fuerza, enterrando su cara en mi cabello. Le devolví el abrazo con ganas, aunque con cuidado de no apretarlo tan fuerte como para lastimarlo. Eso de tener más fuerza física que él se me hacía rarísimo todavía cuando me detenía a pensarlo.

-Te amo –me susurró Edward en voz bajita, sin soltarme-. Lamento haberte arrastrado a esto, pero no puedo arrepentirme de amarte.

-No lamentes nada –le contesté en otro susurro, sin quitar mi cara de su pecho, donde la había escondido-. Si no fuese por ti, todavía estaría perdida en mi propia cabeza. Esto sonará a culebrón barato, pero prefiero morir mañana entre tus brazos antes que vivir hasta el fin de los tiempos sin haberte conocido.

-Lo mismo digo yo. Es una pena que no nos hayamos conocido antes, sólo lamento que hayamos tenido tan poco tiempo para pasar juntos –suspiró Edward-. Me hubiese gustado pasar por lo menos un par de siglos a tu lado, como mínimo… pero bueno, nadie dice que tenga que ser mañana cuando acabe todo. Quizás…

El repentino ataque de optimismo de Edward se apagó tan rápidamente como había surgido. Estábamos en un callejón sin salida: si luchábamos, acabábamos muertos, pero si no hacíamos nada, tampoco viviríamos.

-Te amo –le repetí, dándole un pequeño beso-. Nunca lo olvides. Pase lo que pase.

-Y yo a ti. Muchísimo, más de lo que en casi ciento diez años amé a nadie –me dijo Edward con fervor, antes de compartir otro beso que me supo amargo y dulce a la vez.

.

El día antes de que mamá regresara a casa vino lo que me estaba temiendo. Alice me había avisado, Edward me había advertido, yo lo había sospechado.

Reneé quería una charla de madre e hija, algo informal, pero en los nueve días que ella llevaba en Forks apenas habíamos estado juntas a solas más que unos minutos. Mi temor a matarla había impulsado que siempre estuviésemos acompañadas. Mamá había hablado con los Cullen, con Charlie, con la dueña de la pensión Susan Mallory y su hija Lauren, con Jacob y toda su pandilla, a quienes había conocido en casa de los Cullen, con medio Forks en realidad, pero apenas había tenido oportunidad de hablar más o menos tranquilamente conmigo.

-Puedo quedarme cerca, pero ella tiene derecho a hablarte sin tener que pedirme que me vaya –había insistido Edward la noche anterior-. Es tu mamá, Bella. Permítele irse tranquila, convencida de que estás bien y que no te tenemos amenazada ni sobreprotegida ni nada.

-¡Podría matarla demasiado fácil…! –protesté.

-Salgan a caminar, al aire libre no tienes problemas con su olor –insistió Edward-. Hazle ése favor, que pueda hablarte y hacer las preguntas que frente a mí no haría. Estaré cerca, a la menor señal de que algo va mal, intervengo. Pero dale la oportunidad a Reneé, es su derecho.

De modo que no tuve más remedio que aceptar. Edward oficialmente tuvo que quedarse en su casa, castigado por pelear con Emmett, de modo que Reneé y yo pasamos el día (oficialmente) solas. Muy dentro de mí, pese a lo aterrada que estaba de cometer errores, tengo que admitir que me alegraba esta ocasión de dejarle un buen recuerdo de mí a mamá. Parecía bastante probable que yo no sobreviviría, al igual que el resto de los vampiros de Forks, a la visita de los Vulturi, y me alegraba que al menos el último recuerdo que mamá tuviese de mí fuese uno donde me veía feliz.

Me salvé de desayunar gracias a que en teoría ya había comido en casa. Reneé y yo salimos a caminar por las afueras del pueblo, donde el olor a humano no me impidiera respirar y hablar con tranquilidad, aunque la excusa era que quería un poco de calma para hablar con ella sin interrupciones.

-¿Qué tal van las cosas con Phil? –empecé. No hay mejor defensa que un buen ataque.

-Bien, realmente bien. Es un encanto, y mucho más responsable que yo, bueno, no es como si eso fuese muy difícil –admitió Reneé con una risita-. Al menos siempre hay comida en la alacena, combustible en el tanque del automóvil y las cuentas de la luz, el agua y el gas están pagas. Es un buen compañero, muy cariñoso y divertido. ¿Qué tal van las cosas con Edward?

-Bueno, llevas nueve días observándonos –le repliqué, intentando sonar relajada-. Dime qué viste.

-Ese chico te ama –respondió Reneé de inmediato, y yo solo pude desviar la mirada, sintiéndome feliz, tonta, y tremendamente enamorada-. No creo que sea un simple enamoramiento adolescente lo que están teniendo. Es como si… como si fuesen dos partes de un todo. Cuando él te mira, lo que veo en sus ojos es adoración, y cuando lo miras, hay devoción en tu cara. Los dos se complementan, se integran de un modo que yo nunca antes había visto. La relación entre los dos es… especial -ella frunció el ceño, mientras luchaba para encontrar las palabras apropiadas-. Es diferente a lo que se suele ver. Él siente algo muy intenso por ti... y muy delicado. Me da la impresión de no comprender del todo esa relación. Es como si me perdiera algún secreto.

"Ah, si supieras". No podía decirle la verdad, desde luego; era mejor desviar el tema.

-¿Eso es malo?

-No, sólo es extraordinario, más aún a los diecisiete años. Tienen la complicidad de viejos amigos, el amor de amantes recientes, y el cariño de una pareja que lleva años junta –dejando el tono reflexivo, Reneé añadió con una sonrisa complacida-. Encontraste otra alma vieja. Estoy bastante segura de que todo irá bien. Aún si llega a no ser la persona indicada para ti, estoy convencida que podrán ser grandes amigos con el paso del tiempo. Él también es maduro, vivir con una familia adoptiva le dio sensibilidad y compasión por los demás, creo yo.

Sólo asentí lentamente. Reneé, como yo me había temido, había visto mucho más allá de la superficie, y aunque aceptara no entender del todo qué era lo que pasaba, estaba acertada en lo que decía.

-Mamá, no sé muy bien cómo definir lo que mantenemos Edward y yo –empecé cuidadosamente, pero mi voz se fue volviendo más firme y rápida a medida que seguía hablando-. Optamos por dejar de lado los etiquetamientos, nos amamos y listo, eso es suficiente. "Novios", "pareja", "compañeros", son todas palabras que no dicen en verdad lo que sentimos. Yo lo amo, lo amo con todo mi corazón, y sé que él también me ama. Nos estamos tomando las cosas con mucha calma –insistí, queriendo dejar al menos eso en claro-. Nos queda un montón de vida por delante -(vida o algo así, me dije para mis adentros, pero no tenía por qué apabullar a Reneé con detalles)-, y no tenemos ninguna prisa. Sólo llevamos casi tres meses juntos, todavía estamos conociéndonos. Pero… -dudé un momento, pero lo dije finalmente. ¡Qué demonios, si era verdad!-. Pero creo que él es el indicado para mí.

-Eso creo yo también –me sonrió Reneé de regreso, radiante-. No te fuerces a quererlo si no sientes lo mismo… pero no lo dejes ir si lo amas.

Sonreí con cariño, y abrí la boca. Por un momento ardí en ganas de contarle a mamá de mi experiencia de extravío mental; del recuerdo de Edward, que me había traído de regreso; de cómo él y toda su familia se había ocupado de ayudarme y cuidarme; de cómo Edward y yo nos habíamos ido acercando cada vez un poco más, hasta que la tensión entre ambos se volvió casi insoportable; de cómo Mike y su bocota nos impulsaron al primer beso; de todas las hermosas noches de compañía que habíamos tenido desde entonces; de la inusual propuesta de matrimonio de Edward; de cómo yo ya me consideraba y era considerada por ellos un miembro de su familia para todos los fines prácticos…

…y tras el mismo segundo que me llevó pensar en todo eso, volví a cerrar la boca y me limité a sonreír más ampliamente.

-Lo amo –dije, bastante rotundamente-. No tengo la menor duda, y estoy segura que en el improbable caso que algún día ya no lo ame, él respetaría esto y no se volvería un acosador ni un psicópata ni nada de eso. Se lo prometió a Charlie, me lo prometió a mí, y creo en él.

Reneé sonrió con amplitud.

-Eso es importante. Cuando todo va bien, un novio celoso y protector nos parece maravilloso, pero cuando un romance acaba, y el muchacho seductor y preocupado que era el novio se vuelve un acosador obsesivo, la cuestión pierde su encanto. No sólo no es romántico, sino que causa miedo y angustia. Me parece excelente que te prometa eso, creo que sólo prueba lo mucho que te ama.

-Sí… soy muy afortunada al tenerlo –suspiré, sin poder evitar una sonrisa idiota.

-Y él es muy afortunado al tenerte. Hacen una pareja maravillosa, los dos, y en verdad les deseo que sean muy felices juntos –declaró Reneé, radiante-. ¿Qué planes tienen en común una vez que acaben la escuela secundaria? Sé que todavía falta todo un año, pero, ¿ya hablaron al respecto?

El resto de la mañana transcurrió entre charlas mucho menos profundas. Mamá intentó arrancarme la promesa de que la visitaría en Jaksonville; me costó encontrar excusas y evasivas que no fuesen muy obvias.

Me vi obligada a almorzar comida junto a mamá, aunque masticando muy lentamente y reprimiendo las muecas de asco conseguí pasar el tiempo comiendo sólo un sándwich pequeño. Era suficientemente repulsivo, una cosa blanda e insulsa. Dado que ya no tenía mayormente sentido del gusto, sino que me guiaba casi exclusivamente por el olfato, la mayoría de la comida me daba simplemente asco.

La tarde pasó muy tranquila. Mamá y yo charlamos hasta tarde, le conté montones de historias de la escuela, chismes y anécdotas sobre todo. Ella estaba haciendo una suplencia en una guardería de escolaridad doble, de mañana y de tarde, y extrañaba a sus niños de un solo turno de clases. Tenía muchas historias de sus pequeños alumnos, algunas tiernas, la mayoría cómicas, y unas pocas muy tristes.

Por fin, mamá declaró que todo estaba muy bien, pero que ya eran las dos de la madrugada y que ella tenía que levantarse temprano para tomar el vuelo desde Seattle que la devolvería a su soleada y querida Jaksonville.

.

Al día siguiente, muy temprano por la mañana, Edward y yo llevamos a mamá al aeropuerto. El viaje se nos pasó volando, entre animada charla y risas. No llovía e íbamos con las ventanillas un poco abiertas, lo suficiente como para que yo no tuviese que tener tanto cuidado como en el viaje de ida.

La despedida fue bastante breve, habíamos llegado con el tiempo justo. Estábamos puntuales, pero sin mucho tiempo que perder. Nos despedimos con un abrazo que me costó dar y recibir, pero menos de lo habitual. Todos esos días junto a ella sí me habían ayudado.

-Llámame más seguido, Bella –me retó con cariño Reneé-. Entiendo que estás ocupada y distraída ahora –añadió con una mirada de soslayo a Edward-, pero no te olvides de tu madre por eso.

-Claro que no –le prometí, y me propuse que si sobrevivía, en verdad me esforzaría por dejarle el mejor recuerdo de mí antes de perder el contacto por completo.

-Edward, cuida a mi hija, ¿sí? –le dijo Reneé, completamente seria.

-La protegeré con mi vida si hace falta –prometió él, con tanta emoción en la voz que no había duda que lo dijo completamente en serio. Estoy segura que mi madre también lo comprendió, porque asintió lentamente, como si eso fuese ni más ni menos que lo que esperaba oír.

Tras un par de deseos de buen viaje y saludos enviados a Phil por medio de ella, Reneé por fin subió al avión, que despegó poco después. Edward y yo nos quedamos en el aeropuerto hasta que la máquina se perdió de vista, y sólo cuando empezó a llover regresamos al Volvo y nos pusimos en marcha de regreso a Forks.

-¿Estás triste de que se haya ido? –me preguntó Edward en voz baja.

-Creo que estoy más aliviada que triste –admití-. Ella al menos estará a salvo. Tuve pánico todo este tiempo de que los Vulturi llegaran mientras mamá todavía estaba en Forks.

-Todavía no estamos muertos –respondió Edward con un poco de brusquedad, mirando desafiante como el limpiaparabrisas se esforzaba en quitar el agua del vidrio delantero.

-No, todavía no –concedí-. Pero admítelo, nadie es muy optimista al respecto.

Edward no pudo rebatirme eso. Condujo un rato en silencio, con sólo el sonido de la torrencial lluvia contra la carrocería acompañándonos. Durante los diez días que Reneé había pasado en Forks sólo habían caído unos pocos chaparrones, ninguna lluvia importante. Parecía que el tiempo se estaba vengando ahora, con un comienzo de diluvio cayendo con fuerza.

-¿Tienes miedo? –me preguntó Edward al cabo de un rato en voz baja, sin quitar la vista del frente.

-Sí –admití, tras pensarlo un poco-. Tengo miedo. Me aterra la posibilidad de que te hieran, que nos separen, que alguien de los nuestros muera.

-¿No te preocupa morir? –me preguntó él en un murmullo. Un relámpago iluminó fugazmente el cielo, permitiéndome ver su mueca de tristeza con claridad.

-No realmente. Creo que me preocupa más que te maten que morirme yo. Si mueres y yo vivo, lo único que querría sería morir también; si no estás, mi existencia ya no tiene ningún sentido. Morir yo no es algo que quiera o desee, pero no me asusta ni por asomo tanto como una eternidad sola –expuse, mirando por la ventanilla mientras hablaba.

-¿Estás segura que sólo tienes diecisiete años y seis meses como vampiresa? –me preguntó Edward con una sonrisa triste.

-¿A qué viene eso? –le pregunté, frunciendo el ceño mientras lo observaba con atención. El trueno correspondiente al relámpago que había brillado antes sonó en ese momento, retumbando en los bosques mojados.

-Más o menos lo mismo le estaba diciendo Carlisle a Esme anoche –explicó él con una semi sonrisa amarga-. Emmett y Rosalie tuvieron una charla similar hace un par de días; Alice y Jasper ya la habían tenido la misma noche en que Alice tuvo las visiones.

-De modo que aunque nadie lo diga, todos sabemos que lo más probable es que no vivamos para contarlo –concluí.

-A menos que se haga la luz de pronto y se nos ocurra una idea brillante que nos saque de encima todos los problemas…

La voz de Edward se apagó hacia el final de la frase. Yo no le respondí de inmediato. No se me ocurría nada que decir, en realidad. No tenía ningún as bajo la manga que nos sacara de este lío.

El teléfono de Edward sonó, sacándome de mis fúnebres cavilaciones. Él lo tomó con una mano, sin apartar la mirada de la calle medio inundada, y atendió frunciendo el ceño.

-¿Sí, Alice?

-Vengan lo más rápido que puedan sin causar un accidente –la voz de Alice emanaba estrés-. Ocurrió lo que temíamos.

-¿Están ahí? –jadeó Edward, mientras yo me tensaba, medio muerta de miedo.

-No. Pero un rayo cayó en el árbol del borde del campo de béisbol y lo hizo caer –respondió Alice con voz cansada-. A partir de ahora, pueden estar aquí en cualquier momento.

.

Capítulo 15: La noche de los dones Capítulo 17: Sellado con un beso(parte 1)

 
14640705 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10860 usuarios