El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61016
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

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Capítulo 15: La noche de los dones

Una nueva rutina se instauró a partir de ese momento. Siempre había un par de lobos cerca de la casa de los Cullen, listos para advertirle al resto de la jauría cuando llegaran los Vulturi. Habíamos acondicionado una casita cerca de la casa principal para ellos, que así podrían quedarse a dormir o guarecerse allí de las frecuentes lluvias de Forks. La casa de la familia era un lugar que ellos evitaban, con el argumento que el lugar apestaba de un modo insoportable para sus sensibles narices.

En general, la convivencia no era difícil. Algunos de los lobos se acostumbraron pronto a tratar con vampiros y hasta aceptaron adoptar su forma humana cerca de nosotros. Jacob fue, desde luego, el primero en jugar al ajedrez con Jasper, permitir que Alice lo peinara, correr carreras con Emmett y discutir de mecánica automotor con Rosalie. Poco a poco, los demás fueron dejando sus recelos atrás y tomaron confianza. Los más jóvenes y los amigos de Jake fueron, desde luego, los primeros en acercarse a oír a Edward narrar sus recuerdos de la invasión a Normandía o en aceptar la comida preparada por Esme, pero poco a poco prácticamente todos fueron tomando confianza.

Pronto Esme tenía como nuevo pasatiempo principal cocinarles toneladas de comida a los lobos, que siempre tenían hambre y estaban agradecidos por las capacidades culinarias de la matriarca de la familia. Carlisle trabajaba aún en el hospital, aunque en sus ratos libres seguía examinando discretamente a los lobos. Tener varios especimenes diferentes que analizar hacía su investigación más interesante que nunca.

Dos semanas pasaron casi sin sobresaltos, sólo apareció el indicio que estábamos esperando: en Portland comenzó una ola delictiva de grandes proporciones. Los muertos y desaparecidos ya sumaban una treintena en quince días. Alice no podía ver nada estando en casa, dada la constante presencia licántropa, por lo que varias veces al día se iba a un par de decenas de kilómetros de distancia, en el intento de averiguar detalles de la visita de los Vulturi.

Me sorprendía tanto como me alegraba que los Cullen estuviesen tan conformes en trabajar en equipo con los lobos. Parecían hasta felices, al menos algunas veces, de tenerlos ahí. No fue hasta que me quedó en claro que los lobos estaban dispuestos a destrozar a los que ataquen a los Cullen que comprendí por qué tanta tolerancia. El día que los ancianos quiluetes, Billy Black entre ellos, llegaron de visita para hablar personalmente con Carlisle, la paz entre ambas partes quedó sellada oficialmente.

Charlie había dejado de intentar comprender qué pasaba. No es que se hubiese esforzado mucho tampoco, pero ir de pesca con Billy ocasionalmente hacía que estuviese al tanto de que la legendaria enemistad entre los Cullen y los quiluetes de pronto había desaparecido, que muchos de los jóvenes de la reserva se pasaban los días en casa de los Cullen, y que había algo relacionado con unos enemigos en común o algo así. Pero Charlie decidió que, en vista que todos parecían felices y conformes, no podía ser nada demasiado malo lo que sea que estuviese pasando. Al menos, eso fue lo que Edward encontró en su mente, y debo decir que me tranquilizó que papá pensara así.

.

Antes de lo pensado, llegó el día. O mejor dicho, la noche. La visión de Alice cambió de nuevo, y pasó del crepúsculo a una noche oscura, tan nublada que parecía de luna nueva. Acabó siendo a mediados de julio, el día dieciséis. Llevábamos desde el dos de junio esperando y sufriendo; saber que de ahí a un rato todo estaría concluido, para bien o para mal, era causa de alivio y terror a la vez.

Alice lo vio poco más de una hora antes de que los Vulturi llegaran, lo que nos dio tiempo de sobra para estar todos presentes. Todos los licántropos estaban allí, los quince que eran a esa altura. Ah, sí, parece que el que los licántropos conversos regresaran a la reserva con el olor a vampiro impregnado en ellos aceleraba el proceso en los otros jóvenes, del mismo modo que la cercanía de Jake con los Cullen y conmigo parecía haber precipitado la transformación de Embry y Quil, sus amigos más cercanos y con quienes pasaba más tiempo cuando no estaba con los vampiros o en su casa. Esas eran teorías de Carlisle, por supuesto.

Los lobos estaban ansiosos, expectantes, inquietos. Habíamos acordado con ellos esperar a que los Vulturi hicieran el primer movimiento, pero Jasper y Emmet también habían practicado con ellos cómo atacar y destruir vampiros, por si lo peor llegaba a pasar.

-Calma, amor –intentaba tranquilizarme Edward-. Todo está bajo control. Con la jauría apoyándonos, no hay razones para preocuparnos. Si vienen con malas intenciones, la sola vista de los lobos debería amedrentarlos –cerca de allí Jacob, transformado, rezumaba orgullo y satisfacción ante las palabras de Edward-. Y si no, de todos modos no hay por qué angustiarse.

Todo eso eran palabras muy bonitas, pero yo no podía evitar sentirme ansiosa. En verdad, Edward también estaba inquieto, al igual que todos los demás. Estábamos en el claro en el que la familia Cullen solía jugar al béisbol; vagamente recordé que la última vez que hubo tanta tensión en ese lugar fue cuando llegaron los nómadas.

Nos dispusimos formando un semicírculo, con Jasper y Emmett en los extremos, Rosalie y Esme a continuación de ellos. Carlisle estaba en el centro, con Edward a un lado para 'soplarle' acerca de las intenciones de los atacantes; si bien Carlisle podía oír los pensamientos también, no lo hacía tan bien como Edward ni a distancias tan grandes. Alice y yo estábamos junto a Carlisle y Edward respectivamente, en el sitio más protegido. En lo que a uso de poderes extra se refiere, Alice estaba virtualmente ciega, y yo como neófita sin experiencia en combates era un objetivo fácil. La familia estaba protegiéndonos.

Esperamos en perfecto silencio, los minutos pasando muy despacio pero también más velozmente de lo que me gustaría. Los lobos se habían agrupado a nuestro alrededor, formando dos alas irregulares. Jacob comandaba la derecha, y Sam la izquierda.

Por fin, aparecieron. Un vampiro de aspecto extraño encabezaba la marcha. Su piel era de un blanco traslúcido, similar al papel cebolla, y parecía muy delicada, lo cual contrastaba con la larga melena negra que le enmarcaba el rostro. Tenía los ojos rojos, como los de quienes le rodeaban, pero turbios y empañados. Me pregunté si eso afectaría a su visión. Ése debía ser el tal Aro.

Junto a él, su mano apoyada en el codo de Aro, iba una mujer rubia y hermosa, pero con un tipo de belleza diferente al de Rosalie. Mientras que mi casi cuñada era una belleza impactante, la mujer que iba junto a Aro y que debía ser su esposa, Sulpicia, tenía una belleza calmada y señorial, propia de una reina, consciente de su encanto y su poder. También ella tenía la piel más clara y delicada de lo común entre los vampiros, pero sin llegar al tono casi translúcido de su marido. Mientras la piel de Aro era extraña, un poco aterradora, a Sulpicia le daba un toque etéreo y como sobrenatural.

Las dos figuras pequeñas, envueltas en capas color gris oscuro, y que iban un paso atrás de Aro y Sulpicia, debían ser Jane y Alec, las joyas de la guardia. Aunque yo sabía que eran más jóvenes que el resto, me sorprendió lo niños que parecían, sobre todo considerando quiénes los rodeaban. Los corpulentos, morenos bajo la palidez vampírica y peligrosamente sonrientes vampiros que iban junto a ellos debían ser Demetri y Felix. Uno de ellos tenía el cabello corto, mientras que al otro le caía en cascada por los hombros.

Chelsea y Renata, en tanto, eran dos mujeres de rostros anodinos, no feos ni bellos, o al menos no más de lo normal en un vampiro. Chelsea caminaba con gesto despreocupado junto a los luchadores, en tanto que Renata tenía una mano apoyada en la espalda de la túnica de Aro. Recordando lo que mencionó Carlisle acerca de que Renata era un escudo, uno físico, que repelía ataques corporales hacia Aro, esta acción tenía bastante sentido.

-Aro está curioso, no esperaba encontrarte junto a un grupo tan grande de vampiros… y los lobos lo están sacando completamente de equilibrio –informó Edward a Carlisle en un murmullo veloz y tan bajo que yo, que estaba al otro lado de Edward, casi no pude oírlo-. Sulpicia está intentando visualizar una resolución diplomática… Chelsea está evaluando nuestros lazos emocionales y está sorprendida por lo fuertes que son. Los demás… -el tono de Edward se hizo bajo y amenazante-… están repartiéndose las presas. No son optimistas, los lobos son un factor que no saben cómo considerar, pero están dispuestos a matarlos a todos aprovechándose de los dones de Alec y Jane…

Algo explotó en mi interior en ese momento. No los lobos. No Jake, el primer amigo de verdad que tuve. No Quil, Embry, Seth, Paul, Jared, Sam, Leah, Colin, Brady… no ellos. Y definitivamente, no mi familia. No las personas que me habían cuidado y protegido, los que me ayudaron, me aceptaron y me enseñaron una nueva forma de vida. No ellos, y menos por la ambición sin límite de un vampiro con ínfulas de rey y juez.

No me moví en absoluto, pero por dentro yo bullía de furia. Ellos me habían protegido, ¡y ahora yo no era capaz de devolverles el gesto! ¡De qué me servía mi estúpido "escudo mental" si no podía proteger a mis seres queridos! Mi ira llegó a su pico máximo en ese momento. Todos mis músculos estaban en completa tensión, mi boca estaba inundada de veneno, mi cabeza era una sola bola de cólera…

… y esa cólera explotó del modo más extraño. Podía sentirla, la sentía fluir a través de mí como un maremoto de puro poder. Mis músculos se tensaron, y actué automáticamente. Algo explotó dentro de mí con toda la fuerza de mi mente.

El escudo saltó de mí en una burbuja de pura energía, una rápida nube de metal líquido. Latía como una cosa con vida; podía sentirlo, desde la cumbre hasta los bordes.

Ahora que lo había puesto en libertad, mi escudo explotó sus bueno cuarenta y cinco metros de mí, sin esfuerzo, tomando sólo una fracción de mi concentración. Podía sentirlo doblarse como simplemente otro músculo, obediente a mi voluntad. Lo empujé, en forma de un largo y puntiagudo oval que rodeaba a toda mi familia, lobos incluidos.

Todo bajo el escudo de hierro flexible fue de repente una parte de mí. Podía sentir la fuerza vital de todo lo que cubría al igual que los puntos de calor brillante, deslumbrantes chispas de luz, en torno a mí. Estuve segura que, con un poco de práctica, sería capaz de identificar a cada uno... en efecto, enseguida pude notar que Edward era azul intenso, y Carlisle era de un tono verde esperanza; Rosalie brillaba en rojo, en tanto Esme era de color rosado. Alice era violeta, y Jasper, celeste cielo; en tanto que Emmett era un brillante punto color amarillo.

Fruncí el ceño. Los colores me parecían muy extraños, algunos no eran los que yo habría elegido para ellos. El rojo iba muy acorde con Rosalie y el azul era perfecto para Edward, pero yo difícilmente hubiese escogido el violeta para Alice ni el amarillo para Emmett. Sin embargo, esos eran los colores que veía. Los lobos no brillaban del mismo modo que mis congéneres vampiros, sino que eran puntos de calor marronoso, con apenas pequeñas diferencias de matices de uno a otro.

Me esforcé en dejar esas consideraciones para más tarde. Apenas habían pasado dos segundos desde que yo había escuchado a Edward murmurarle a Carlisle que los miembros de la guardia se repartían mentalmente quién de ellos mataría a cuál de nosotros. Carlisle apenas estaba girando la cabeza hacia Edward para responderle.

-¿Debería intentar hablar con él? –preguntó el patriarca de la familia en voz tan baja que casi sólo movió los labios.

Edward asintió con cuidado; Carlisle cuadró los hombros, tomó aire y avanzó a paso lento y cuidadoso hacia Aro y su comitiva, que se detuvo al verlo acercarse.

-Aro, mi viejo amigo. Han pasado siglos.

Todo estuvo en un duro silencio por un largo momento. Pude sentir la tensión desbordando de Edward mientras escuchaba cómo Aro evaluaba las palabras de Carlisle. La tensión crecía a medida que los segundos pasaban. Aro caminó unos pasos más, y luego ladeó su cabeza hacia un costado. Sus lechosos ojos brillaron con curiosidad.

-Sabias palabras, Carlisle, amigo mío -susurró en su fina y tenue voz-. Parecen fuera de lugar, considerando el ejército que has montado para matarme y matar a los que quiero.

Carlisle sacudió su cabeza y extendió su mano derecha hacia delante como si no hubiera una distancia de varios metros entre ellos.

-Sólo tienes que tocar mi mano derecha para saber que esa nunca fue mi intención.

Los astutos ojos de Aro se estrecharon.

-Si tus intenciones no son atacarme ni herirme, ¿cómo es que reuniste a este ejército para recibirme? -frunció el ceño, y una sombra de tristeza cruzó sus rasgos; si era genuina o no, no podría decirlo.

-No es un ejército, Aro –corrigió Carlisle, en voz tensa, aunque cortés-. Es mi familia. Por favor, permíteme presentarte a Esme, mi esposa –Esme estuvo junto a Carlisle en un instante, sonriendo en forma amable, aunque tensa. Ambos enlazaron sus manos, en un gesto que a mí me pareció de mutuo apoyo-. Ellos –añadió Carlisle, señalándonos a los que quedábamos más atrás- son nuestros hijos.

Aro pasó la mirada por todos nosotros, desde la montaña de músculos que era Emmett hasta el reguero de cicatrices que cubría a Jasper, y eso que la mayor parte de las que tenía en los brazos y el torso quedaban cubiertas por la ropa.

-Tus hijos –repitió, con un tono de voz escéptico.

-Nuestros hijos –subrayó Carlisle-. De Esme y míos. Ellos son Emmett, Rosalie, Alice, Edward, Bella y Jasper –nos presentó Carlisle, siguiendo el orden en que estábamos parados. Yo me acerqué más a Edward y Jasper se acercó más a mí, de modo de cubrir los huecos de Carlisle y Esme.

-Es una familia muy numerosa –dijo Sulpicia con voz suave y un poco curiosa, acercándose hasta quedar a la par de Aro, y poniendo su mano en la muñeca de su marido.

Yo no sabía mucho de Sulpicia. Carlisle la conocía superficialmente, pero cuando hablaba de ella era con cierta reverencia, con admiración que no manifestaba ni por Aro. Había mencionado una vez que Sulpicia era una dama en el sentido más completo del término. Parece ser que en vida humana había sido una joven romana de la época del imperio, maltratada por su brutal marido, suficientemente mayor como para ser cómodamente su padre y casi su abuelo. Pero la educación patricia estaba en ella, aún después de mil quinientos años y con una transformación en vampiro de por medio.

-Mi esposa, Sulpicia –presentó Aro, sin dejar de observarnos con un poco de recelo.

-Es un gusto conocerte, Esme –saludó Sulpicia, amable-. Me alegro mucho de volver a verte, Carlisle. Qué bueno que encontraste a más que siguen tu inusual estilo de vida.

-El gusto es mío –respondió Esme, cordial-. Me alegra que se hayan decidido a visitarnos.

-Es un placer volver a verla, Sulpicia, después de tantos años –sonrió Carlisle-. Está usted más encantadora que hace doscientos cincuenta años, si me permite la galantería.

Sulpicia sonrió con amplitud, complacida con las palabras que acaba de oír. Quien no parecía complacido, ni un poco, era Aro. Quizás fue solo impresión mía, pero me pareció que no estaba acostumbrado a no tener el control de la situación, y el que su esposa estuviese haciendo buenas migas con 'el enemigo' no lo alegraba precisamente.

-Estábamos cerca de aquí, en Portland, y Demetri nos hizo ver que no estabas tan lejos, Carlisle… sentimos curiosidad por saber qué había sido de tu persona, más aún considerando el extraño estilo de vida que llevabas ya en la época en que nos conocimos –comentó Aro, y me pareció notar que observaba los ojos color ámbar de Carlisle con atención-. La verdad, si las cosas siguen así habrá que instalar una base permanente en los Estados Unidos, nos están dando trabajo como nunca –comentó Aro en un tono casi reflexivo-. No hace mucho, tuvimos que enviar a casi toda la guardia a poner orden. Esos clanes en el sur… uno creería que sólo dos aquelarres no podían armar tanto jaleo, pero éstos dos estaban enfrentados en un odio a muerte que ríete de los Montesco y los Capuleto. Lo que hicieron en Phoenix fue un desastre.

-¡¿Phoenix? –se me escapó un chillido antes de poder evitarlo. Me tapé la boca con ambas manos inmediatamente, pero el daño estaba hecho.

Edward pasó un brazo por mis hombros, intentando tranquilizarme, mientras los Vulturi me observaban con extrañeza.

-Sí, nuestro secreto no había estado tan expuesto en mucho tiempo, como lo estuvo a causa de esos dos clanes… pero ya erradicamos el peligro –explicó Aro, sin dejar de observarnos con atención, moviendo sus ojos extrañamente opacados, por todos los "hijos" de Carlisle y Esme-. Los exterminamos a todos, bueno, a todos los que pudimos capturar con las manos en la masa. Eran cuarenta y cinco, sumando los dos clanes, y no quedó más remedio que destruirlos a todos. Estaban preparando una batalla épica, pero los detuvimos antes que hicieran un desastre mayor… aunque en realidad el desastre ya estaba hecho.

-¿…en qué sentido? –preguntó Carlisle en voz muy baja, casi como si no estuviese seguro de querer saber o no.

-Esos idiotas, previendo un enfrentamiento, salieron a morder a cuanto ser vivo se les pusiera por delante. La transformación de estos renacidos se completó cuando los clanes originales ya estaban exterminados, y no había nadie ahí para controlarlos… -Aro negó con pesar, pero me preció que disfrutaba bastante de la audiencia de su historia-. La Guardia se pasó dos semanas limpiando Phoenix de neófitos descontrolados. Hubo que sacrificar a al menos cien, se habían vuelto completamente salvajes. El sur debería ser de lo más tranquilo ahora, salvo que regresen los que se nos escaparon, y vuelvan a empezar las revueltas… se nos escaparon unos pocos –admitió. Parecía renuente a reconocerlo-. La Guardia tenía bastante trabajo con los clanes, los neófitos… se nos habían escapado un rastreador, su pareja capaz de transmitir pensamientos, una muchacha proteica y una encantadora de serpientes. Los estamos buscando y exterminando; confiamos en encontrarlos pronto a todos. Nadie quebranta las leyes de este modo y queda impune.

-De hecho, capturamos al rastreador y su pareja, la transmisora de pensamientos, en Portland –añadió Sulpicia.

-Sí, esos dos estaban volviendo a las andadas –asintió Aro, y con una sonrisa de fingida indiferencia, añadió-. Nos llevó un poco de tiempo encontrarlos, la transmisora de pensamientos tenía un sexto sentido para escapar de quienes la buscaban. Pero dimos con ellos y eliminamos la fuente de peligro que representaban.

Los ojos de Aro se estrecharon un poco y una sonrisa extraña se posó en sus facciones. A mi lado, Edward se tensó perceptiblemente.

-Vi en las mentes de esos dos que te habían visitado recientemente, eso en gran fue parte de lo que me impulsó a querer venir a verte –le dijo Aro a Carlisle con una mirada extraña, calculadora-. Es curioso, porque esos dos, los tales James y Victoria, son responsables de la transformación de dos de los miembros de tu clan.

Intercambiamos miradas sorprendidas y leves estremecimientos. Nos llevó a todos, creo yo, exactamente medio segundo comprender a quiénes se refería Aro. Todos recordaban quién los había mordido… salvo Alice y yo.

-¿Cómo es eso? –preguntó Carlisle, tan cuidadoso como curioso.

-Parece ser que la joven Alice estaba recluida en un neuropsiquiátrico donde trabajaba un vampiro, que compartía le extraña idea de no ver a todos los seres humanos como alimento –explicó Aro, dejando en claro por el tono de voz lo extraña que le parecía esa idea-. James detectó su aroma, que como humana era delicioso… pero este otro de los nuestros, el médico, lo supo e hizo lo que estuvo a su alcance para proteger a la muchachita de una muerta segura.

-La mordió –dijo Esme en voz baja. No era una pregunta.

-Exacto. Según parece, el cuerpo humano de ella había recibido tantos electrochoques que apenas se enteró de nada. Pero James se desquitó matando al creador de la joven antes que la transformación de la chica se completara… ¡qué curioso que justo fuese a parar a este clan! –se asombró Aro-. De modo que, si bien no la mordió él, fue indirectamente responsable de su transformación.

-¿Y Victoria…? –comenzó Esme, pero se le quebró la voz antes de completar la pregunta.

-Ah, eso fue un trabajo bastante sucio –frunció la nariz Aro-. Atacó a la joven –me señaló con un gesto de la mano- por la espalda, le mordió la nuca y la dejó tirada… Sólo estaba intentando crear un nuevo neófito, y lo irónico es que fue el último humano que Victoria mordió antes de buscar a su pareja, James, y huir de la ciudad. Si se hubiese decidido a huir de la ciudad media hora antes, Bella probablemente todavía sería mortal.

Tomé aire profundamente, mientras Edward me sujetaba en un apretado abrazo que yo estaba necesitando con todas mis fuerzas. Sentí la mano de Alice sobre mi hombro, y pronto ella se unió también al abrazo, junto a Jasper, que intentó confortarnos con un poco de tranquilidad y paz. Emmett y Rosalie se unieron al abrazo poco después, sin decir nada. No hacía falta.

Mi misterioso origen estaba explicado por fin, al igual que el de Alice. Al menos, ahora ambas sabíamos qué era lo que nos había precipitado a una vida que no elegimos, pero decidimos vivir. Por mi cabeza resonó vagamente lo dicho por Aro al final: "si se hubiese decidido a huir de la ciudad media hora antes, Bella probablemente todavía sería mortal." Sacudí mi cabeza. Con mi mala suerte como humana, lo más probable sería que me hubiese alcanzado una bala perdida del tiroteo o que me atacara un neófito descontrolado…

De cualquier manera, ésa era una bifurcación en el tiempo que yo no estaba viviendo. Dado que yo no era Ts'ui Pên, el creador de Xiu, que vivía todas las existencias posibles, tendría que limitarme a hacer lo mejor posible con la bifurcación que me había tocando. Tras un fuerte apretón, me deshice del abrazo de Edward. Ya estaba bien, y no estuve dispuesta a mostrarme débil frente a los Vulturi.

-Oh, ¡pero qué descortés de mi parte! –rió Esme de pronto, con una pizca de histeria-. ¿Por qué no pasan a casa, nos sentamos y conversamos? Ésta parece ser una charla muy larga.

Aro la miró un poco sorprendido, como si acaba de caer en la cuenta que ella estaba allí. Sulpicia, en cambio, no había dejado la sonrisa cortés, y se dirigió a Esme con naturalidad.

-En verdad es una larga historia, pero creo que estaremos más cómodos aquí afuera…

-Ejem, si es por la presencia de los lobos, ellos están aquí en calidad de aliados –explicó Carlisle-. Aro, si aceptaras tomar mi mano y comprobarlo… Ninguno de nosotros tiene intenciones de agredirte, ni a tu esposa, ni a nadie de tu guardia –aseguró Carlisle, tendiéndole la mano derecha a Aro, nuevamente.

La tan mentada guardia pareció un poco recelosa ante las palabras de Carlisle, pero Sulpicia otra vez otra vez tomó la mano de su marido, ésta vez con expresión ansiosa. Recordando la capacidad de Aro de captar los pensamientos a partir del contacto físico, eso significaba que Sulpicia estaba intentando hacerle saber algo urgentemente.

Tras dudarlo un poco Aro, él y Carlisle avanzaron cada uno varios pasos, hasta acabar frente a frente. Aro extendió la mano derecha, y capté a último momento que Carlisle aún estaba bajo mi escudo. Quité el escudo de él, aunque no me gustó en absoluto tener que hacerlo. Por suerte, Aro se movía tan lenta y precavidamente que me dio tiempo a retraer mi escudo, aunque lo dejé listo, preparado para proteger a Carlisle a la menor señal agresiva.

Tanto Carlisle como Aro estaban completamente inmóviles y tensos mientras sus manos parecían unidas. Pasaron casi tres minutos, tres de los minutos más largos de mi vida, en los cuales se jugaba la absolución o condenación de mi familia y mis amigos. Yo sabía que Aro tenía algunos siglos de recuerdos que revisar en la cabeza de Carlisle y que lógicamente le llevaría tiempo, pero aún así esos minutos se me hicieron eternos.

-Extraordinario –musitó Aro por fin, un poco sobrecogido, liberando la mano de Carlisle-. Completamente extraordinario…

Edward se relajó levemente a mi lado, y hasta se permitió una pequeña sonrisa. Por si acaso, yo me apresuré a volver a cubrir a Carlisle con mi escudo, y me aseguré que cubriera también a Esme. Sólo por las dudas, claro.

-Vaya, y pensar que cuando nos conocimos, estabas seguro de que no poseías ningún poder excepcional –musitó Aro, observando a Carlisle con una mezcla de sospecha y admiración-. Pensar que te dejé ir…

A lo último lo dijo casi en tono de queja, como si se reprochara a sí mismo. Sulpicia miró con atención a su marido, como limitándose a esperar que él le informara, pero sin rebajarse a preguntarle.

-Aro, con todo respeto, nuestros puntos de vista eran irreconciliables, y creo que siguen siéndolo –le recordó Carlisle con suavidad-. Me hubiese ido tarde o temprano.

-Hubiésemos podido hacer concesiones… -musitó Aro, todavía reflexivo.

-Me halaga que de pronto mi compañía te parezca tan interesante, pero no, gracias –repuso Carlisle con amabilidad, pero firmeza-. No aspiro al tipo de gloria que me proporcionaría el pertenecer a la guardia.

-¿Qué hay de tus hijos? ¿O tu esposa? –preguntó Aro de pronto, entornando un poco los ojos-. ¿Te opondrías a que alguno de ellos se nos uniera?

-Tal como acabas de decir, son mis hijos y mi esposa, no mis propiedades –repuso Carlisle con tranquilidad-. Si alguno de ellos quisiera unirse a la guardia, yo no se lo prohibiría. Aunque sí me tomaría la libertad de darles un consejo.

-¿Qué tipo de consejo? –preguntó Sulpicia.

-Que lo piensen muy bien –respondió Carlisle, paseando su mirada por todos nosotros, con su calma habitual-. Tanto el quedarse a mi lado, como el unirse a la guardia, son decisiones muy serias, que los afectarán de un modo quizás irreversible. Les diría que sopesen muy bien las ventajas y desventajas de cualquiera de las dos opciones… y que respeto su decisión, cualquiera que sea. Por favor, no se sientan presionados por mí para quedarse, si es irse lo que quieren. El que yo no desee llevar ese tipo de vida no quiere decir que se los prohíba. Pero desde luego son bienvenidos de quedarse, no quiero expulsarlos tampoco. Son personas libres, piénsenlo bien y elijan con inteligencia.

-Sabias palabras –murmuró Aro-. ¿Qué me dicen, jóvenes? Sus extraordinarios poderes les asegurarían un lugar privilegiado en la guardia, sin duda… ¡Los suyos son poderes dignos de la nobleza, y en nobleza los convierte la pertenencia a la guardia! –noté que mientras hablaba su mirada se detenía especialmente en Esme, Rosalie, Jasper, Alice, e inexplicablemente, en mí. Edward y Emmett también se ganaron miradas apreciativas, pero no tanto como los demás.

Los miembros de la guardia, en tanto, parecían bastante enojados ante la idea que Aro estuviese tan ansioso por convencernos de que nos uniéramos a ellos. Jane y Alec nos fulminaban con la mirada; Chelsea tenía los ojos entornados, evaluadores. Felix y Demetri estaban tan escrupulosamente inexpresivos que debían estar bullendo de emociones contradictorias interiormente. Sólo Renata seguía mirando la espalda de Aro con devoción, inquieta al saberlo desprotegido, o eso me pareció.

-Rosalie, ¿puedo llamarte Rosalie, verdad? Rosalie, el tuyo es un don extraordinario –insistió Aro, con voz suave, acariciante, mientras se comía a Rose con los ojos. No era una mirada lasciva, sino escrutadora-. ¿Quisieras unirte a nosotros? No tienes por qué cambiar tu dieta, respetaríamos los… gustos de tu clan –prometió Aro, haciendo una mueca al hablar de los "gustos" de los Cullen-. Nuestra misión es la de hacer justicia, de asegurarnos que no haya inequidades. ¿Quisieras ayudarnos? ¿Y qué hay de ti, Alice? –Alice abrió grandes los ojos, mientras Aro seguía hablando-. Tu don es maravillosamente útil, ¡podríamos anticipar los conflictos, intervenir antes de que se deba llegar a una situación de guerra! ¡Jasper! –Jasper se encogió con recelo cuando Aro se dirigió directamente a él-. No tendrías necesidad de luchar si no quieres, ¡basta que nos confirmes los sentimientos de culpa o no de los involucrados en los conflictos! Bella, querida joven, serías una verdadera princesa en la corte –me tensé ante su promesa, inquieta. No era eso lo que yo quería-. ¿No querrías ayudar a los encargados de hacer justicia, a quienes se preocupan por que los vampiros ataquen gente? ¿No nos ayudarías a que más casos como el tuyo puedan evitarse? Edward, muchacho –Edward se tensó como el arco de un violín-, tu don sí que es práctico. ¿No quisieras ponerlo al servicio de la justicia? Emmett –el más fornido de los Cullen apretó un poco los puños-, un luchador nato como es tu caso, ya que vas a pelear, ¿no quisieras que sea por una buena causa? ¡Y Esme, por último, pero no por eso menos importante, más bien al contrario! –Esme se sobresaltó visiblemente cuando los lechosos ojos de Aro se posaron en ella-. ¿No te gustaría ayudarnos, con tus inusuales poderes, a descubrir la culpabilidad o inocencia de un acusado? ¡Sería el modo más rápido y limpio de hacer justicia! ¡Uno casi infalible! Carlisle, mi querido amigo, por favor piénsalo. ¡Tu clan tiene tanto que dar, tanto que ofrecer! –la leve sonrisa cortés de Carlisle se volvió una mueca.

-Gracias por su oferta, pero ya tuve guerra suficiente para toda una existencia –respondió Jasper, cauteloso.

-No, gracias –contestó Alice, amable-. Si Jasper no va, no me interesa. Y mi don es mucho más falible de lo que parece.

-Muy considerado de su parte, pero eso no es para mí –declinó Emmett-. Una lucha por deporte no es lo mismo que apostarse la vida.

-Gracias, pero no –se negó Rosalie-. Creo en otro tipo de justicia.

Antes que Edward pudiese responder, sentí de pronto un aleteo en la parte superior de mi escudo. No era doloroso, sino más bien molesto, cosquilleante. El mismo aleteo se repitió a los costados, como una polilla atraída por una luz. A mi lado, Edward se tensó otra vez.

-¿Qué…? –preguntó en voz baja, sin comprender.

-Chelsea, por favor, apreciaría que dejaras de intentar manipular a mi familia –le pidió Carlisle con toda educación, pero también con más frialdad en su voz de la que yo había oído nunca-. Si no es mucho pedir, por favor déjalos tomar la decisión por sí mismos.

La que yo ya había identificado como Chelsea abrió enormes los ojos, y el aleteo cesó. Aro y Sulpicia miraron de Carlisle a Chelsea y de regreso a nuestra familia con expresiones desconcertadas. Acto seguido, un fortísimo pinchazo hirió mi escudo en el sitio en que estaba Carlisle. Me tomó tan de sorpresa que me doblé sobre mí misma, jadeando. Edward me sujetó de inmediato, y también Jasper me sostuvo al otro lado, preocupado. Yo estaba más concentrada en mantener el escudo que en evitar caerme.

-Jane, por favor, ¿qué tal si dejas de herir a Bella? –gruñó Edward, sosteniéndome-. No estás ayudando a que unirnos a la guardia nos parezca una buena opción.

-Yo no estaba atacándola a ella… -musitó Jane, antes de callarse abruptamente.

-Estaba atacándome a mí –murmuró Carlisle, atónito-. ¿Cómo es que…?

Mientras todos estaban todavía intercambiando miradas confusas y sorprendidas, algo nuevo tocó mi escudo. Era una especie de niebla blanquecina, dulzona y densa, casi empalagosa, extrañamente fría. Por primera vez me pude hacer una idea de lo que sería el olor de los vampiros para Jake y su jauría.

La extraña niebla trepó por el escudo, sin dañarlo, pero sin poder penetrarlo tampoco. Al hacerlo, dejó expuesto el colosal tamaño del escudo, que hasta a mí me tomó por sorpresa. Los lobos gimotearon un poco y se alejaron del borde, recelosos. No puedo culparlos, un solitario rayo de luz de luna se filtró en ese momento por entre las nubes, como enviado a propósito para causar un efecto casi cinematográfico, y la verdad es que hizo parecerlo todo más impresionante de lo que ya de por sí era.

Las miradas de toda mi familia se centraron en mí, y no pude evitar una sonrisa orgullosa. Me erguí más, sintiéndome importante como nunca antes. Edward apretó más su brazo alrededor de mis hombros, mientras me dirigía una sonrisa gigantesca.

-Vaya, parece que tu neófita hija… o nuera, o como quieras verlo… tiene más dones de los que sabías –murmuró Aro, atónito.

-Cada día, una novedad –asintió Carlisle, igual de sorprendido, aunque casi enseguida mostró una enorme sonrisa en mi dirección, admirado y curioso. Esme también estaba radiante, y la alegría y el orgullo que se reflejaba en los ojos de ellos dos fue toda una caricia para mi alma, o lo que sea que los vampiros tengamos.

La niebla se retiró poco a poco de mi escudo. Me pareció ver muecas de furia en las caras de Jane y Alec, sus aniñados rostros distorsionados por la cólera.

-Bella, querida, tu don es completamente sorprendente, y muy poderoso –dijo Sulpicia, dirigiéndose directamente a mí, lo cual me tomó de sorpresa, y por las caras a mi alrededor, parecía que no solo a mí-. ¿Estás segura de que puedes manejarlo? ¿Estás segura que no perderás el control?

Algo muy raro pasó mientras Sulpicia me hablaba. Casi podía ver a sus dulces palabras viajando hacia mis oídos, pero cuando atravesaban mi escudo, sentí algo extraño, desagradable, quedándose enganchado en él, como se queda la nata en un colador cuando se filtra la leche…

Era eso. Mi escudo trabajaba también como filtro de su poder, que era el de confundir con palabras, de hacer dudar. Las palabras llegaban a mí, pero desprovistas del poder del que salían empapadas de la boca de Sulpicia.

-Sí, señora, estoy segura de estar haciéndolo bien –le respondí, respetuosa, pero sin poder dejar de ser un poco irónica al añadir-. Gracias por su preocupación.

Contrariamente a lo que había esperado, Sulpicia sonrió enormemente, mientras Aro se quedaba en blanco. La guardia se agitó, nerviosa.

-¡Qué joven tan asombrosa! –exclamó Sulpicia; su sonrisa parecía honesta-. ¿Todos están bendecidos con dones tan poderosos? ¿Cuál es el tuyo, Esme?

Esme dudó un momento, pero Aro ya debía saberlo de todos modos, por lo que compuso una sonrisa y respondió.

-El mío es encontrar los recuerdos en la mente de alguien. Puedo obligar a quien quiera a rememorar todo tipo de hechos de su vida… excepto por Bella, a ella no puedo afectarla –sonrió Esme, un poco dudosa, y Sulpicia sonrió de regreso, animándola-. También puedo manipular los recuerdos, a partir de los que ya están en la mente de alguien, y crear otros nuevos.

-¿Podrías demostrarme cómo? –Sulpicia estaba ansiosa-. Busca en mi mente… mi boda con Aro –indicó.

Esme se acercó hasta quedar a un paso escaso de ella. Ambas mujeres tenían casi la misma estatura, Sulpicia era unos centímetros más alta que Esme, pero mi madre/suegra podía verla a los ojos sin problemas, por lo que se puso manos a la obra enseguida. Dudé un momento si debía quitar el escudo de Esme, pero ya Sulpicia soltó un pequeño jadeo de sorpresa, y Esme la estaba mirando fijamente a los ojos. Aro tomó la mano de su esposa de inmediato, no sé si tanto para apoyarla como para no perderse un momento de lo que Esme les estaba haciendo revivir. Al cabo de medio minuto Esme apartó la mirada, y Sulpicia parpadeó, como intentando aclarar sus pensamientos.

-Esme, querida, ¡eso sí que es impactante! –elogió Sulpicia-. Nunca antes había visto algo así… y quédate tranquila respecto a lo otro. No fue nunca algo sensual.

-Lo lamento, no pude resistirme de echar un vistazo –se disculpó Esme-. Curiosidad, supongo.

-Esme aprovechó a mirar un par de recuerdos de Sulpicia sobre cuando conoció a Carlisle –nos explicó Edward en voz muy baja-. Él habla con tanta admiración de Sulpicia, que Esme no pudo evitar sentirse un poco celosa.

Sin embargo, a juzgar por cómo Esme y Sulpicia se sonreían en ese momento, las dos parecían grandes amigas antes que rivales celosas. Carlisle sonrió también antes de besar con suavidad la frente de Esme.

-Te amo -le dijo a Esme en voz baja-. Sulpicia es una gran mujer, pero nunca sentí otra cosa que respeto por ella.

Sulpicia asintió, sonriendo divertida. Quien no parecía divertido era Aro, a juzgar por su cara. No aparentaba estar acostumbrado a no tener el control de la situación, y todo eso de los celos de Esme por una hipotética relación entre Carlisle y Sulpicia no lo tenía ni remotamente feliz.

-Carlisle, mi joven amigo, el clan que constituiste aquí es verdaderamente impresionante… por no hablar de tu alianza con los cambiadores de forma, que se llaman licántropos a sí mismos… impresionante –empezó a murmurar Aro en voz baja, casi ensimismado, con la mano de Sulpicia aún entre las suyas-. Me pregunto…

Sus ojos se trasladaron inesperadamente a Jacob, el lobo más grande y peludo de entre todos los que estaban ahí, y en lugar de la repugnancia con la que los demás Volturi miraban el lobo gigante, los ojos se llenaron con un anhelo que yo no comprendí.

-No funciona de esa manera -dijo Edward de inmediato desde el lugar en que estaba, la cuidadosa neutralidad abandonó de repente su tono y lo volvió áspero.

-Sólo un pensamiento errante -dijo Aro, evaluando abiertamente a Jacob y, a continuación, sus ojos se trasladaron lentamente a través de las dos líneas de hombres lobos a nuestros costados.

-Ellos no nos pertenecen, Aro. Ellos no siguen nuestras órdenes. Ellos están aquí porque ellos quieren estar –insistió Carlisle, que también estaba tenso.

Un gruñido bajo y amenazante salió entre las líneas de hombres lobo, como una advertencia.

-Aunque ellos parecen estar bastante conectados contigo -dijo Aro, paseando la mirada por los lobos y de regreso a Carlisle-. Y tu familia. Lealtad -su voz acariciaba suavemente la palabra-. Un don tan precioso, y tan raro…

-Ellos están comprometidos a proteger la vida humana, Aro. Eso hace que sean capaces de coexistir con nosotros, pero apenas contigo. A no ser que quieras repensar tu estilo de vida –comentó Carlisle con intención. Aro se rió alegremente.

-Sólo un pensamiento errante –repitió-. Sabes como es. Ninguno de nosotros puede totalmente controlar nuestros deseos subconscientes.

-Realmente sé como es –dijo Carlisle con una sonrisa tensa-. Pero…

-Sabemos la diferencia entre un pensamiento y la clase con un propósito detrás de él –dijo Edward con una mueca-. Nunca podría funcionar, Aro.

La inmensa cabeza de Jacob se volvió en dirección a Edward, y un débil gimoteo se resbaló de entre sus dientes.

-Está cautivado con la idea de... perros guardianes –murmuró Edward.

Hubo un segundo de silencio sepulcral, y luego el sonido de los gruñidos furiosos que salían de la jauría entera que llenaba el claro gigantesco. Hubo un fuerte ladrido de mando, de Jake probablemente, y la denuncia rompió en ominoso silencio.

-Supongo que eso responde a mi pregunta –dijo Aro, riendo de nuevo-. Han escogido su lado, entregado sus lealtades. Eso sólo los hace más fascinantes…

Sulpicia apretó la mano de su marido entre las suyas, y la cara de Aro se iluminó con una enorme sonrisa, que no lo hacía parecer más agraciado, sino sólo más peligroso.

Edward y Carlisle jadearon a la par. Lo que sea que Aro estuviese pensando, los había sobresaltado muchísimo.

-Aro, Sulpicia, ¡no pueden tomar una decisión de esa envergadura los dos solos! –siseó Carlisle, alterado-. ¡Al menos, consúltenlo con los demás…!

-Oh, no creo que se nieguen –opinó Aro, casi divertido ante la desesperación de su interlocutor.

-Es una excelente idea –lo apoyó Sulpicia-. Estoy segura que los demás estarán de acuerdo. Marco no se opondrá, nunca lo hace. Cayo aceptará cuando por fin consigamos hacerle comprender que es una solución perfecta…

-Sigue habiendo un problema, ¡yo no quiero! –protestó Carlisle, que parecía asustado-. Estoy feliz con mi vida, no aspiro a eso. Si fuese eso lo que busco, me hubiese quedado con la guardia hace mucho, ¡y no lo hice!

-Al menos, consúltalo con los demás –sugirió Aro con cierto retintín en la voz.

-Es cierto –asintió Carlisle, más tranquilo-. No es una decisión solo mía. Si nos permiten…

-Faltaba más –sonrió Aro, amable. Sulpicia sólo asintió con la cabeza.

Carlisle casi arrastró a Esme de regreso junto al resto de la familia, donde Edward tenía la mandíbula muy apretada. Los demás, Esme incluida, nos moríamos de curiosidad por saber qué demonios estaba pasando. Revisé mi escudo, que seguía firme en su lugar, sólo por si ésa era una maniobra de distracción.

-Jacob, por favor, acércate –le indicó Carlisle, todavía con el rostro algo descompuesto, aunque mucho más tranquilo que hacía un momento-. Esto también te atañe.

Jake se acercó trotando lentamente, su rostro de lobo lo suficientemente expresivo como para mostrar curiosidad.

-Aro tiene una propuesta… mejor dicho, es idea de Sulpicia, aunque Aro está convencido que se le ocurrió a él –comenzó Carlisle, tenso, en voz muy baja-. Comprendió que no puede convencernos de unirnos a sus fuerzas, y que no puede destruirnos tampoco, por lo que tiene una nueva propuesta que hacernos, una que, eso cree él, no vamos a rechazar –tomó aire profundamente antes de soltar la bomba-. Quiere nombrarnos los Guardianes del Orden en el continente americano, mientras él y el resto de los Vulturi se quedan con Europa, Asia, Oceanía y África. Nos ceden el poder de mando en toda América, desde el Ártico hasta la Antártida. Nos reconocen como sus iguales, y esperan que podamos colaborar y trabajar juntos en armonía… a cambio de que no los destronemos.

-¿Quieren que nos convirtamos en los Vulturi de América? –tartamudeó Esme, atónita.

-Algo así –confirmó Carlisle-. Los lobos los tienen aterrorizados, y creen que ni regresando con toda la guardia y más luchadores podrían derrotarnos… por lo que prefieren delegarnos ellos parte de su poder, a arriesgarse a combatir con nosotros y perder por completo. Mejor una pequeña merma que una gran derrota.

Nos quedamos todos inmóviles. No sé ellos, pero yo jamás hubiese esperado algo así. ¿Acaso tomar la mano de Carlisle y husmear en todo sus recuerdos no le había dejado suficientemente en claro a Aro que no era ese tipo de gloria o poder al que aspiraba la familia Cullen?

-Es una decisión muy seria –musitó Esme-. ¿Están decididos a castigarnos si no aceptamos?

-No sé, pero no parece algo imposible –admitió Carlisle.

-¿Entonces están obligándonos a aceptar pese a que no queremos? –gruñó Rosalie.

-¡Ataquémoslos, eso debería ser una respuesta bastante clara! –sugirió Emmett.

-Quizás lo mejor sería ganar tiempo para pensarlo bien –sugirió Jasper, pensativo-. Aceptar o rechazar sin sopesar muy bien las opciones no parece prudente.

Carlisle y Jasper intercambiaron una mirada, y si bien usualmente yo no los veía muy compenetrados ni actuando como padre e hijo, en ese momento sus pensamientos me parecieron casi sincronizados: Jasper acababa de echar mano al consejo que Carlisle nos había dado en general un rato antes.

-Entonces, ¿les pedimos tiempo para evaluar a conciencia los alcances y las implicancias de lo que acaban de proponernos? –preguntó Carlisle, mirando de un rostro a otro en busca de aceptación o rechazo de su propuesta.

Esme asintió de inmediato, al igual que Jasper, Alice y Edward. Emmett, que seguía mirando con anhelo a Demetri, asintió con expresión sufrida, aceptando que había perdido la oportunidad de medir sus fuerzas con el otro, al menos por ahora. Rosalie apretó los dientes y asintió. Era obvio que ardía, y perdón por el mal juego de palabras, en ganas de hacer arder a algunos de ellos. Yo asentí también, y junto a mí, Jacob asintió con la cabeza también.

-Bien –dijo Carlisle, más tenso que antes-. Jacob, por favor, ven conmigo a anunciarles nuestra decisión.

Jacob trotó junto a Carlisle, creando un contraste de lo más extraño: el vampiro, blanco y rubio, caminando tranquilamente junto al enorme lobo rojizo y peludo.

-Aro, Sulpicia. Mi familia y la jauría, tomaron una decisión –comenzó Carlisle, en voz clara, pero cautelosa-. Consideramos que esto que nos ofrecen en un honor y un privilegio muy grande, y por eso mismo algo que no se puede tomar a la ligera. Necesitamos tiempo para evaluar qué decisión tomar, y si estamos capacitados para hacernos cargo de una responsabilidad tan grande –Jacob, convertido en lobo, asintió.

Aro pareció satisfecho, como si ésa fuese la decisión que había estado esperando. Sulpicia parecía más bien sorprendida, como si no se estuviese esperando una maniobra evasiva. La guardia profirió una mezcla de gruñidos y silbidos, me dio la impresión que protestaban contra la dilación en la toma de la decisión final.

-Una sabia decisión –aprobó Aro, sus ojos lechosos aún se movían ansiosos de uno a otro de nosotros. Edward gruñó en respuesta a algún pensamiento de Aro, y rodeó mi cintura con uno de sus brazos, apretadamente.

-Nosotros también debemos consultarlo con los demás –señaló Sulpicia, colocando su mano en el codo de su marido-. Hasta pronto, espero. Fue un placer volver a verte, Carlisle, y conocer a tu encantadora familia. ¿Permitirías a tu esposa que nos visite?

-¿Por qué no le preguntas a ella? –preguntó Carlisle con una sonrisa un poco forzada-. Está justo frente a ti.

-Esme, querida, ¿te gustaría visitarme en Volterra? Estoy segura que a Athenodora, esposa de Cayo, le encantará conocerte –siguió diciendo Sulpicia, sonriente-. Me gustaría saber más sobre este particular estilo de vida que sigues junto a tu familia.

-Me encantará, Sulpicia, pero quizás más adelante –declinó Esme-. Por el momento estamos un poco ocupados, cuidando entre todos la adaptación de Bella. Pero por favor ven a visitarnos cuando gustes, y trae a quien quieras. Eres bienvenida.

-Lo mismo aplica a ti, Aro –añadió Carlisle-. Las visitas amistosas son siempre bienvenidas.

-Ah, Carlisle, mi querido amigo, alguna vez tendré que tomarme una largas vacaciones y pasar un tiempo largo junto a ti. ¡Tanto que aprender, tantas cosas inusuales! Después de un par de milenios, creí que lo había visto todo, ¡pero aún consigues sorprenderme! –una expresión anhelante se le escapó a Aro al observar a mi familia, pero la codicia quedó enmascarada por el miedo cuando su mirada se posó en los lobos. Jake le mostró los dientes, largos y afilados como cuchillos-. ¡Sorprendente, tan sorprendente…! Lealtad, amistad, amor, ¡quién lo diría! Alianzas que no hubiese creído posibles, ¡es tan sorprendente tu clan… tu familia…! Adiós, adiós, mis queridos, ¡hasta pronto!

Sin darnos siquiera tiempo a pensar una respuesta, Aro y Sulpicia se giraron velozmente y, seguidos del resto de la guardia, que no se contuvo de echarnos miradas de desprecio, salieron corriendo a toda velocidad.

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-Todavía no me puedo creer del todo que lo Vulturi ya estuvieron aquí, que nos hicieron una oferta tan extraña, que vivimos para contarlo y que ellos acabaron casi huyendo –musitaba yo esa noche, cómodamente acurrucada en brazos de Edward-. ¡Es tan surrealista…!

-Tampoco es el tipo de desenlace que yo había considerado, ni por un instante, pero debo decir que a grandes rasgos no está mal –opinó Edward, la mirada fija en el cielorraso-. Estamos todos y estamos vivos, eso ya es más de lo que en algún momento me atrevía a esperar.

Ahora que las cosas estaban en calma, o al menos en la sensación de eufórica calma posterior al saber que, si jugábamos bien nuestras cartas, teníamos grandes posibilidades de salir con vida, Edward y yo otra vez estábamos en mi habitación, en mi cama, sin fingir dormir esta vez, sino conversando en voz muy baja, repasando por centésima vez lo que habíamos vivido esa misma tarde.

Por supuesto que ni bien fue seguro que los Vulturi se habían retirado, se habían ido, y no pensaban regresar de inmediato a masacrarnos, estalló la alegría y felicidad. Hubo abrazos, besos, chillidos, achuchones a los lobos, aullidos de victoria de nuestros aliados cuadrúpedos. De algún modo tácito todos estuvieron de acuerdo, una vez que Alice confirmó que los Vulturi subían a un avión y luego los vio desembarcando en Florencia, en tomarnos el resto de la noche libre y dejar las discusiones más serias para el día siguiente.

Los chicos de La Push regresaron a sus casas, tras reafirmar el pacto de amistad y mutua ayuda entre ellos y los Cullen, y de prometerle a Esme que se dejarían caer por allí de vez en cuando a saludarla y a comer una porción de torta (o una torta entera, si tenían hambre suficiente).

Emmett y Rosalie se fueron a bailar a un lugar de moda en Port Angels, Rose estaba deseando tirar abajo unas cuantas autoestimas. Jasper y Alice se perdieron por ahí, sin darle mayores explicaciones a nadie de a dónde iban. Esme y Carlisle se quedaron en su casa, tumbados en el sofá, disfrutando que no había prisas para nada ni nadie dependía de ellos por esa noche. Yo tuve que volver a casa a dormir para guardar las apariencias, y desde luego Edward fue conmigo, aunque Charlie no lo supiera.

-Es increíble esta sensación de victoria –murmuró Edward en mi oído, antes de detenerse en seco. Sus palabras, aunque dichas sin esa intención, enviaron mi mente en una dirección distinta, o no tanto.

Victoria. Yo no había desperdiciado mucho tiempo pensando en ella, como tampoco apenas había pensado en James, en Laurent o en Xiu. Saber que había sido ella quien me había mordido, quien me había catapultado a esta vida, y sólo por su afán de reunir un ejército en el que yo era una peón más, dispuesto en primera fila para morir en una guerra que no era la mía, me hacía sentir muy extraña, sobre todo considerando que a la par de saber que había sido ella quien me transformó, supe que había muerto.

-Estoy bien -murmuré-. Me hubiese gustado que Victoria no lo hiciera, pero si no fuese vampiro, difícilmente te hubieses fijado en mí… y aún en caso que lo hicieras, las cosas habrían sido imposiblemente difíciles.

Por mi mente desfiló la posibilidad de conocer a Edward siendo yo humana. Mi primera y más segura convicción fue que no sería suficientemente buena para él, y la segunda, que aún en el improbable caso que yo le gustara de todos modos, esa sería una situación peligrosa en extremo para mí. Edward estaría siempre tentado de beber mi sangre, siempre teniendo que tener un terrible cuidado para no herirme, ¡los humanos son tan frágiles! Es más, si yo hubiese seguido siendo humana, probablemente me hubiese muerto en el accidente de Tyler: sin fuerza sobrehumana para detener ese auto, yo sin duda estaría criando malvas en el cementerio de Forks.

-No es el ser vampiro en sí lo que no soporto –intenté explicarle-. Sino el que las cosas se hayan dado de esta manera. Si me hubiese convertido en el seno de tu familia, contenida, sabiendo qué esperar del Cambio, con alguien que me explicara las reglas y la alternativa en alimentación… me hubiese ahorrado muchas muertes, mucho dolor, mucho sentimiento de culpa. Me gustaría que hubiese sido tu veneno el que marque mi cuerpo, no el de una perfecta desconocida. Sé que para fines prácticos no importa, es sólo que soy una romántica empedernida.

-Eres mi maravillosa Bella, la que nos salvó a todos el pellejo hoy –sonrió Edward, admirado y feliz-. La que casi le causa un susto de muerte a Aro, la que se ganó el respeto de Sulpicia. ¡La heroína!

-Bah, lo del escudo fue pura desesperación –intenté dejarlo en claro-. No fue nada premeditado. Ni siquiera sabía que podía hacerlo hasta que… lo hice.

-Eso sólo te hace más maravillosa –Edward sonreía como un maníaco-. Ahora todo estará bien –prometió, antes de inclinarse a besarme.

Los besos de Edward eran algo de lo que yo nunca tendría suficiente. Este beso, igual que tantos otros, fue aumentando de intensidad hasta que, en la mejor parte, Edward se apartó, jadeando un poco.

-Edward, ¿recuerdas nuestra conversación esa noche en que acordamos casarnos cuando yo acabe la carrera? –le dije de pronto, decidida a decirle algo que me daba vueltas por la cabeza desde hacía un par de días, pero no había sido el momento apropiado para decirlo antes.

-¡Cómo no recordarla! –suspiró él con satisfacción-. Negocié una reducción de más de 270 años en el tiempo que falta para hacerte mi esposa. Es mi mayor logro en términos de diplomacia desde que logré que Emmett dejara de pensar en Rosalie en ropa interior cuando estaba cerca de mí… y eso fue hace cincuenta años, cuando la ropa interior femenina todavía cubría mucho más que ahora.

-Edward, tengo una objeción a tu afirmación sobre que tu alma está perdida.

-Soy todo oídos –sonrió Edward, interesado-, más allá de que no esté probado aún si tengo un alma o no.

-¿Te interesa lo que estoy por decirte o no? –le pregunté, frunciendo el ceño.

-Sí, claro. Te escucho.

-Bien. Es esto: decías que tu alma está perdida porque mataste gente, mentiste, etcétera. Pero, ¿no se supone que el humano es pecador por naturaleza? Está en él, es parte de él. Ya sabes, el pecado original y todo eso –hice un gesto de la mano, intentado simplificar-. Todos somos indignos de ir al Cielo, y sólo porque Dios es bueno, paciente y comprensivo es que tenemos esperanzas. Un cristiano añadiría que es gracias a que Jesús murió por nosotros que tenemos siquiera un atisbo de posibilidades, porque si fuese por nuestros méritos, vamos todos fritos. No es por mérito, sino por fe, por lo que nos salvamos o no. Por lo tanto, estás mucho más cerca de salvarte que yo, que ni siquiera creo.

-"El que creyere y fuere bautizado será salvo, pero el que no creyere será condenado"… "Les aseguro que hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" –musitó Edward, quizás citando un pasaje bíblico. Al menos, a mí me sonó a Biblia. [N/A: los pasajes bíblicos que cita Edward corresponde a San Marcos 16:16, versión Reina-Valera, y a San Lucas 15:7, versión Dios Habla Hoy]

-¿Ves? –le dije, segura de mí misma-. Por favor, no te arrepientas de todo, o te irás al Cielo solito. Sé que soy egoísta, pero no puedo evitarlo; saber que vas a salvarte y yo, no, me vuelve peor de lo que soy.

-Bella, el único Cielo que puedo imaginar, es uno que te incluye –murmuró Edward, muy suavemente-. Y todavía no está probado si tenemos alma o no. Todo esto es precaución…

-Tengo una solución perfecta. No vamos a morirnos nunca, y listo –propuse, muy convencida.

-Es un plan impecable. No entiendo cómo no se me ocurrió –suspiró Edward teatralmente.

El resto de la noche transcurrió muy tranquilo. Habíamos tenido nervios y angustia suficientes para un largo tiempo, y ninguno de los dos tenía más ganas de hablar de temas profundos ni del futuro. Sólo nos quedamos tumbados, abrazados, sin decir ni hacer nada, disfrutando el estar juntos y a salvo.

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A media mañana del día siguiente estábamos otra vez en casa Cullen, reunidos en el comedor, que a estas alturas ya deberíamos empezar a llamar sala de conferencias. Carlisle ocupaba la cabecera de la mesa, con Esme a su derecha y Jasper, que sonreía con tranquilidad, a su izquierda. Alice estaba al otro lado de Jasper, con la misma expresión en la cara que un gato que acaba de zamparse un gran tazón de nata (las ropas nuevísimas que vestía toda la familia posiblemente tenían algo que ver). A continuación de Esme estaba Edward, y yo junto a él. A mi lado estaba Rosalie, con Emmett junto a ella. Ambos tenían idénticas sonrisas satisfechas. Estaba bastante claro que todos ellos habían aprovechado la noche para divertirse y relajarse, después de las semanas de tensión y angustia.

-¿Deberíamos esperar a Jacob? –se preguntó Carlisle.

-Primero debatamos esto entre nosotros –sugirió Alice-. Jacob por supuesto tiene voz y voto en este asunto, pero resolvamos primero a nivel vampiros qué hacer.

-Corríjanme si me equivoco, pero ¿no se supone que los chuchos están para defender la reserva, no para salir a cazar vampiros por ahí? –preguntó Rosalie con una mueca-. En teoría ni siquiera tendrían por qué haberse aliado con nosotros, es sólo que les parecimos el mal menor. Eso, y que la mascota de la familia, alias Jacob Black, les lavó el cerebro para ayudarnos.

-Rosalie –la amonestó Carlisle levemente-. Jacob es un amigo, no una mascota.

Rose frunció la nariz por toda respuesta. Su relación Jacob consistía en continuas pullas, en llamarse "perro" y "Barbie", "chucho" y "oxigenada", en criticar cualquier cosa que el otro hiciera o dejara de hacer, y en no estar nunca de acuerdo en nada. Muy a su manera, eso constituía también una forma de amistad, ya que si Rose dejaba en paz a Jacob era él quien empezaba la pelea, y viceversa.

-Es cierto que en gran medida los lobos accedieron a ayudarnos porque Jacob nos conoce y tiene voz de mando dentro de la jauría, aunque ahora que nos conocen un poco mejor, quizás acepten hacerlo por propia voluntad –admitió Edward-. Y también es cierto que los lobos están para defender La Push, no para salir a cazar vampiros fuera de su territorio. Aún si aceptáramos la oferta de los Vulturi, no podríamos contar con los lobos como aliados, ellos pertenecen a la reserva.

-Eso nos lleva al tema principal de esta reunión –retomó Carlisle-. ¿Qué hacemos con la propuesta de los Vulturi… o mejor dicho, de Sulpicia?

-La rechazamos, desde luego –repuso Jasper de inmediato, como si fuese la única respuesta lógica.

-Personalmente, no tengo interés alguno en salir a cazar a nadie –contestó Esme.

-Una pelea de vez en cuando no está mal, pero dedicarme a eso profesionalmente… no, gracias –sacudió la cabeza Emmett.

-¿Tengo cara de asesina, acaso? Ya, no me respondan a eso –masculló Rosalie, viendo que Edward estaba por contestarle. Él se encogió de hombros.

-No es eso lo que quiero para mí ni para los míos –dijo Alice con voz suave-. Si busqué a esta familia por medio país fue porque supe que con ellos estaríamos lejos de la muerte y destrucción.

-¿Bella? –preguntó Esme en voz baja.

-Apenas sé nada de este mundo, hace unos meses que me convertí en vampiresa, unas semanas que supe de la existencia de los Vulturi, ayer los conocí personalmente, o al menos a algunos de ellos… -tomé aire profundamente, consciente de que todos los rostros estaban fijos en mí. Empecé a hablar más rápido, tratando de no alterarme, pero sin poder evitar decir lo que estaba sintiendo-. ¡Estoy aterrada por todo lo que está pasando! Lo único que quiero es un poco de tranquilidad para adaptarme a esta nueva vida y nueva dieta; para practicar mi autocontrol de modo que deje de ser un peligro público para mi padre, mis amigos, mis compañeros de colegio y la humanidad en general…

Edward tomó mi mano izquierda entre las suyas, tratando de tranquilizarme. Respiré profundamente un par de veces antes de seguir hablando.

-Como decía, necesito un poco de paz y tranquilidad, y eso no parece compatible con una ocupación policíaca, por no hablar de que sería difícil de justificar ante Charlie dónde voy y qué hago y… bueno, no quiero, creo que eso queda bastante claro.

-Sin duda –sonrió Carlisle, comprensivo-. ¿Edward?

-Ni por un momento se me ocurrió aceptar; todo lo que me da vueltas es cómo decirles que no y que nos dejen en paz –respondió Edward, inquieto-. Me temo que Sulpicia es tanto o más peligrosa que Aro.

-Sulpicia nos tendió una trampa estupenda –se lamentó Carlisle, pasándose una mano por el cabello-. Si no aceptamos, tiene razones para considerarnos sospechosos, mantenernos vigilados, buscar una excusa para volver a intentar exterminarnos. Si aceptamos, no sólo se libran ellos del trabajo constante que suponen las luchas del sur, sino que tenemos grandes posibilidades de acabar diezmados nosotros en las peleas que se nos vendrían encima. De cualquier manera, estamos metidos en un problema importante. Siempre creí que Aro era ambicioso y manipulador, pero su esposa no se queda atrás.

-Creí que admirabas a Sulpicia –se sorprendió Esme.

-Y lo hago, aunque me inspira tanta admiración como miedo –reconoció Carlisle.

-Ella encontró la excusa que Aro no fue capaz, para poder irse ellos sin peligro y dejándonos a nosotros un quebradero de cabeza –añadió Edward, el ceño fruncido.

-Astucia, tienes nombre de mujer –suspiró Jasper-. Evidentemente infravaloramos a Sulpicia, creyendo que se limita a ser la esposa de Aro y nada más.

-Con lamentarnos no vamos a ninguna parte. ¿Qué hacemos? –preguntó Emmett, expectante-. Aparte de decirles "no, gracias".

-La pregunta es cómo les decimos "no, gracias" y que entiendan que es exactamente eso lo que les estamos diciendo, sin trucos ni trampas –caviló Rosalie.

Discutimos durante un rato largo, varias horas, un montón de diferentes formas de dejarles en claro a los Vulturi que lo único que queríamos era que nos dejaran en paz. Todas las propuestas tenían algún punto débil, todas eran insuficientes en algún aspecto.

Lo dejamos cerca del mediodía, cuando yo tuve que volver a casa. Nos comprometimos todos a tratar de encontrar una salida elegante a esta enredada situación, y a convocar una reunión de urgencia cuando tuviésemos cualquier sugerencia.

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Edward cumplió su palabra un par de días más tarde y me llevó al parque de diversiones. Como a Charlie la idea de que yo me fuera de noche a solas con Edward no le hacía gracia, invitamos también a Alice para guardar las apariencias, aunque ella sólo nos acompañó hasta las afueras de Forks. Una vez fuera del pueblo regresó corriendo a su casa; ella y Jasper tenían planes cuyo exacto contenido creo que prefiero no saber.

Pasamos una noche maravillosa. La montaña rusa era casi tan emocionante como correr por el bosque a toda velocidad. El tren fantasma era más cómico que amenazante, sobre todo para alguien como Edward o yo, pero no dejaba de ser entretenido. La vuelta al mundo era maravillosa, podría haberme quedado ahí durante días.

A todo esto, seguía sin ocurrírsenos ninguna solución brillante, pese a que pasaban los días. No se había vuelto a tocar el tema, pero sospecho que todos seguían cavilando al respecto, mientras la vida seguía adelante en una especie de monótona falsa tranquilidad que nos tenía interiormente los pelos de punta a todos.

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En un intento de distraernos, Alice organizó una salida de chicas a Seattle. Angela y Jessica aceptaron ir con nosotras, mientras que Rosalie oficialmente puso como excusa una cita con el dentista.

Fuimos en el Volvo, sólo porque era el menos llamativo de todos los ostentosos automóviles de lujo de los Cullen, con todas las ventanillas abiertas. Curiosamente, mientras que las humanas parecían hallarse a gusto conmigo, Alice les inspiraba algún tipo de miedo o desconfianza. Carlisle me había explicado que ésa es realidad la reacción más lógica de un humano, quienes inconscientemente captaban que somos un peligro para ellos aunque no pudiesen expresarlo conscientemente; en realidad, el que se sintieran cómodos en mi compañía era la excepción, no la regla. De cualquier manera, Alice se mostró lo más inofensiva y entusiasta posible, y pronto las dos humanas estaban tranquilas, aunque un poquito tensas.

La tarde de compras pasó alegre y relajada. Compré un par de zapatos nuevos, que ya me estaban haciendo falta, además de unos libros. Con lo que ahorraba del dinero del almuerzo me di el gusto de comprar una antología de obras de Hemingway, un libro de Edgar Allan Poe y un libro de recetas de pescado.

Jessica se enamoró a primera vista de un vestido de fiesta color marfil, muy elegante, y lo llevó sin pensarlo dos veces, además de un par de conjuntos de ropa interior. Angela compró dos blusas nuevas, y unos pantalones que estaban de oferta por ser los últimos de ese talle. En cuanto a Alice, estaba en su elemento. Aconsejó y criticó sabiamente cada elección, y salvó a Jessica de comprar una camiseta de poliéster que tenía una manga mal cosida. Todo eso, claro, a la par de que compraba sólo una camiseta, un pantalón y un vestido nuevo para ella, como también un solo par de botas. Por las codiciosas miradas que le echaba a las perchas, sin embargo, yo podría haber jurado que pensaba regresar a más tardar al día siguiente a arrasar la tienda.

Tras dar las compras por concluidas, nos dirigimos a un restaurante. Jessica y Angela cenaron, yo ocupé mis manos en mi clásica lata de gaseosa, y Alice pidió un plato de pasta con el que se lo pasó jugando sin comer nada, bajo pretexto que estaba demasiado emocionada por la salida como para tener hambre.

El viaje de regreso fue tan "de chicas" como el de ida. Jessica se ocupó de que se hablara de chicos la mayor parte del viaje, y Alice le siguió la corriente todo el rato, de modo que Angela y yo no tuvimos mucho que acotar. Eso fue bueno para mí, porque ya había anochecido, hacía frío, y por consideración a las humanas hubo que cerrar las ventanillas del auto, lo cual hacía que su olor estuviese mucho más concentrado. Pude mantener abierta en parte la mía, en el asiento del copiloto, por mi supuesta claustrofobia, y eso ayudaba… pero mejor no correr riesgos.

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Alice me dejó en casa antes de ir a dejar a Jessica y Angela en sus respectivos hogares. Charlie ya había encargado pizza y cenado, y estuvo feliz de verme llegar. Le mostré el libro sobre recetas para pescado que había comprado, asegurándole que ahora podía pescar cuanto quisiera, que tenía montones de opciones para prepararle la cena.

-Me tienes demasiado malcriado –se sonrió, repleto de felicidad, antes de sonreír otra vez con ternura-. Es tan bueno tenerte aquí, ver que estás a gusto… que estás bien…

Su voz se quebró en la última palabra, y apartó la vista, incómodo. Charlie era un buen hombre, pero que no tenía mucha idea de cómo expresar sus sentimientos. Mientras que Reneé los cacareaba, él los tartamudeaba.

-Papá… te quiero –le dije, sonriendo levemente-. Gracias por todo. Te quiero.

-Y yo a ti –me dijo con fervor, aunque también un poco de vergüenza-. Sé que… bueno, no soy a veces muy buena compañía, pero… quiero que seas feliz. Me alegra tanto que te guste Forks, que tengas buenas amigas, y amigos… en fin, que te guste.

Intenté no darle demasiadas vueltas al asunto, pero intuí que mi progenitor pensaba para sí "me alegra que sí te guste Forks, a diferencia de tu madre". Abrí la boca, no sé si para defender a Reneé o consolar a Charlie, pero en eso el teléfono repiqueteó, arruinando el momento. Descolgué el auricular aún con la cabeza en la charla que había mantenido con Charlie.

-Hola.

-¡Bella! Cariño, ¿cómo estás? ¿Cómo está Forks, además de endemoniadamente lluvioso? ¡Hace días que no me llamas!

Esos chillidos emocionados no podían ser de nadie más que de mi madre, eso era seguro. Me sentí un poco culpable, era verdad que llevaba más tiempo del acostumbrado sin llamarla, pero es que con una amenaza de muerte a mano de los Vulturi pendiendo sobre mi cabeza, estuve un poco distraída.

-Hola, mamá –empecé, tratando de racionar el aire, Charlie estaba cerca y la ventana no estaba suficientemente abierta como para que me llegara aire fresco-. ¿Cómo estás?

Lo bueno de Reneé es que dos o tres palabras dichas en el modo y momento adecuado son incentivo suficiente para que ella parlotee durante media hora. Por suerte Charlie pareció entender que ahí había una charla de madre-e-hija o algo así y dejó la habitación. Ni bien lo hizo solté el auricular del teléfono, corrí a toda velocidad a abrir del todo la ventana, inhalé profundamente y todavía regresé a tiempo a recoger el auricular antes de que impactara contra el suelo.

-… y como te estás negando tan rotundamente a venir a visitarme, decidí que "si Mahoma no va a la montaña…" Ay, quise hacerlo una sorpresa, ¡pero no pude contenerme! ¡Bella, voy a ir a visitarte!

Glup. Mi primera reacción fue sobresaltarme. Charlie era feliz ignorando lo obvio, como el que mis iris habían cambiado desde el borde exterior hasta la mitad de su extensión a un color naranja intenso, pero Reneé era harina de otro costal. Aunque atolondrada y despistada, mi madre era observadora como ella sola cuando algo le importaba de verdad, y yo era en todo Forks lo que más le importaría.

-¡Qué bien! –dije, intentando imprimirle a mi voz todo el entusiasmo que fui capaz. En verdad me alegraba de volver a ver a mamá, pero también estaba aterrada de herirla… o matarla-. ¡Me alegro mucho!

-Bella, ¿nunca te dije que eres una pésima mentirosa? ¡Estás ocultándome algo…! –dijo, risueña, pero lo dijo. ¿Qué decía yo de la suspicacia de mi madre? Hasta por teléfono estaba descubriéndome-. Oh, ¿es un muchacho, verdad? ¿Es eso?

Mejor dejarla creer lo menos peor. De todos modos iba a conocer a Edward cuando llegara a Forks, de modo que no tenía sentido negarlo.

-Sí –admití en un hilo de voz.

Es una suerte que los vampiros somos virtualmente indestructibles, porque de otro modo el chillido que dio Reneé ante la noticia me hubiese destrozado un tímpano, o quizás los dos.

-¡Ay, Bella, con razón estás tan distraída! –por suerte Reneé estaba asumiendo las cosas ella sola, eso me ahorraba dar explicaciones-. ¡Cuéntame, cuéntame! ¿Se conocieron en la escuela? ¿Tiene tu edad, o es mayor? ¿Cómo se llama? ¿Es guapo? ¿Es inteligente? Si está contigo, seguro que es inteligente. ¿Están cuidándose…?

-¡MAMÁ! –si yo pudiese sonrojarme todavía, mi cara sería una réplica de un tomate a esas alturas.

-¡Bella, por favor! ¿Están cuidándose o no? –insistió mamá, seria.

-No pasó nada todavía en ese sentido, nos estamos tomando las cosas con mucha calma –mascullé-. Edward es un poco chapado a la antigua.

-¿Edward, eh? Es nombre de príncipe –opinó mi madre-. ¿Y cómo es él?

-Es encantador –suspiré sin poder evitarlo.

-¡Lo sabía! –la voz de la autora de mis días destilaba alegría-. ¡Estás enamorada de los pies a la cabeza! Está bien, está bien, no me cuentes nada más, ¡ya lo veré yo misma!

La conversación siguió más o menos así por un rato, hasta que por fin pude sacar en limpio que mi madre llegaría en cinco días, que Phil no iría con ella, que por favor le reservara una habitación en la única pensión de Forks, y que me llamaría más tarde para confirmarme el horario de llegada a Port Angels, donde habría que ir a buscarla en automóvil.

De modo que además de una horda de vampiros en busca de excusas para descuartizarme y quemarme junto a quienes yo consideraba parte de mi familia, ahora tenía que preocuparme por mi querida, intuitiva y humana madre revoloteando a mi alrededor.

El teléfono volvió a sonar casi de inmediato, y creí que era mamá que se había olvidado de algo. No sería la primera vez que hacía algo así.

-¡Bella, Bella, por favor no te enojes, estaba por decirte, te lo iba a decir esta tarde pero no pude con Angela y Jessica presentes…! –lo voz de Alice zumbaba a toda velocidad en el teléfono-. Tu mamá lo quería hacer una sorpresa, pero de todos modos yo iba a avisarte, para que te prepares, y para que salgas a cazar, ¡iba a decírtelo…!

-Alice, cálmate por favor, no estoy enojada, y en verdad mamá no hubiese podido mantenerlo en secreto, considerando que alguien tiene que ir a buscarla a Port Angels.

-Es cierto, se está dando cuenta ahora de eso –confirmó Alice, antes de añadir con entusiasmo-. ¡Vamos a conocer a tu madre! Me da mucha curiosidad saber cómo es ella. Porque me imagino que le presentarás a Edward y al resto de la familia, ¿no?

-Como si tuviese otra opción –gruñí, más por fastidiar a Alice que por otra razón.

-¡Oh, vamos, Bella! ¿Acaso somos tan impresentables?

-No, no es eso –suspiré, intentando explicarme-. Es sólo que toda la situación me tomó de sorpresa. Reneé consiguió sonsacarme algo sobre Edward; de inmediato quiso saber todo sobre él, y… no sé muy bien cómo lidiar con mi madre, tan efusiva y humana, cerca de mí –lo último lo dije en voz muy baja. Charlie no estaba prestando especial atención, sentado como estaba en el sofá viendo televisión, pero siempre es mejor no descuidarse.

-Te ayudaremos, todos nosotros –prometió Alice-. Va a quedarse diez días. Podemos organizarnos para que esté ocupada la mayor parte del tiempo. Pasará al menos un día contigo, después le presentarás a Edward. Quizás al día siguiente, o por la tarde del mismo día, podrías llevarla a conocer a Esme y Carlisle. Esme le encantará, estoy segura. Podríamos organizar un té, es mejor un té que una cena, a modo de reunión familiar, de modo que ella nos conozca a todos. ¡Y Jake y los chicos! –Alice nunca se refería a la jauría como "los lobos", cosa que sí hacía Edward, o "los sacos de pulgas", al modo que los hacía Rosalie-. También tiene que conocerlos. Eso insumirá otra tarde por lo menos, o podemos hacerlo durar el día entero. Creo que a este ritmo tenemos seis o siete días cubiertos, entre té con Esme, charlas con la familia, visitas de los chicos de La Push, y alguna otra cosa que se nos ocurra. ¿Qué te parece?

Por lo visto Alice no sólo tenía el título de Organizadora de Eventos, era algo que llevaba muy dentro de sí. Le salía con gran naturalidad, y estaba en todos los detalles.

-Estupendo –murmuré con agradecimiento-. Muchas gracias.

-De nada, de nada. ¡Reneé viene de visita! La pensión en la que se alojará la administra Susan Mallory, madre de nuestra querida Lauren Mallory, la misma cuyo automóvil saboteaste hace un tiempo…

-¡Lauren decía que yo usaba peluca y que había seducido a Edward para sacarle dinero…! –protesté.

-No te preocupes, no te voy a delatar, me pareció una venganza brillante –aclaró Alice de inmediato, en contestación a mi principio de protesta-. Pero teniendo que cuenta que Reneé va a alojarse allí mientras esté en Forks, tendrás que considerar que es probable que diversos rumores lleguen a sus oídos. La señora Stanley y la señora Mallory son grandes amigas, y más cuando de chusmerío se trata. Jessica es bastante amiga tuya, pero eso no la detendrá de esparcir rumores sobre tu persona, más bien lo contrario, y Lauren no te pude ver ni en foto, de modo que… -Alice dejó la frase intencionalmente incompleta.

Yo sólo gemí para mí. No sólo tendría que lidiar con las ganas de convertir a mi madre en la merienda, además tendría que dar explicaciones por las absurdas historias que corrían ahí, o peor aún, que mis conocidas hacían correr. Fantástico.

Capítulo 14: ESPERANDO LA CARROZA Capítulo 16: Los arboles mueren de pie

 
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