Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32278
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 15: El desenlace

La música disco resonaba a través del sistema de megafonía, haciendo rebotar el rítmico sonido del bajo de un extremo a otro del enorme centro de convenciones.

Parada en medio del ajetreo que reinaba entre bastidores, Bella respiraba hondo, intentando calmarse, mientras Alice pasaba revista a las modelos por última vez. Dos chicas necesitaban algunos retoques de maquillaje; otra se había equivocado de color de medias; y otra había olvidado tirar el chicle. Tras ordenarle que le enseñaran los dientes para asegurarse de que no tenían manchas de carmín, Alice declaró que estaban listas para desfilar.

Bella pensó que ojalá ella estuviera también preparada.

Alice se abrió paso hasta ella, con sus pantalones de cuero de color calabaza, a juego con la correa de Jacob.

-¿Qué tal te va, querida? Tienes un aspecto horrible.

Bella se alisó automáticamente el vestido corto, de color azul turquesa con flores fucsias. Aquel atuendo, tan poco característico en ella, era tal vez un intento inadvertido de iluminar su vida en ausencia de cierto apuesto detective.

-¿Me he pasado con el vestido?

Alice hizo girar la correa de color zanahoria de Jacob.

-¿A mí me lo preguntas?

Bella se echó a reír y miró la pasarela desde detrás de las cortinas del escenario. A sus modelos les tocaba desfilar a continuación.

-Supongo que estoy un poco nerviosa.

-Pues no tienes por qué estarlo, porque tus diseños son fabulosos -Alice fue a ocupar un sitio en la primera fila y a calentar un poco el ambiente.

Bella la vio marcharse y de pronto se sintió sola, a pesar del bullicio que reinaba entre bastidores. ¿Cómo era posible que su vida se hubiera vuelto tan solitaria sin Edward?

Podía rodearse de estampados brillantes y aun así, sin él a su lado, su existencia carecería de color. Hasta cierto punto, el desfile de esa noche reflejaba la emoción que había sentido estando con Edward. La seda amarilla ornamentaba ahora las chaquetas de lana que había diseñado a principios de año. Y los remaches en forma de estrella habían sustituido a los botones en todas las prendas de abrigo. Hubiera querido invitar a Edward al desfile, pero sabía que, estando con él, solo podía desear imposibles: que Edward confiara en ella lo suficiente como para creer en la inocencia de su padre; que se preocupara de ella lo bastante como para investigar a la contable de Charlie Swan; o que supiera ver, más allá de la fama de su familia, a la mujer que Bella llevaba dentro.

La música que atronaba a través del sistema de sonido se transformó en un clásico de Sinatra, anunciando que las modelos debían salir a la pasarela. Aquella canción le recordó a otro hombre de maravillosos ojos verdes. Pero sabía que aquel no era momento de pensar en él.

Cuando llegó la hora de iniciar el desfile, Bella sintió un cosquilleo en el estómago y un repentino arrebato de esperanza al contemplar los diseños que había creado. Revisó atentamente a la primera modelo de la fila y seguidamente la mandó a la pasarela.

Por primera vez, no sentía envidia de las escuálidas mujeres que la rodeaban. Aunque no sacara nada más en claro de su relación con Edward, al menos tenía que agradecerle el haberle dado confianza en su propio cuerpo.

Estaba revisando su portafolios para asegurarse de que las modelos salían a desfilar en el orden oportuno cuando alguien se colocó a su lado. Al alzar los ojos, vio que Jessica Stanly estaba junto a ella y que tenía una expresión ansiosa tras sus enormes gafas.

-Hola, Bella -la contable le dirigió una sonrisa tan breve que Bella pensó que se la había imaginado-. Sé que estás ocupada, pero necesito hablar contigo en privado.

Bella sintió rabia y resentimiento al verse cara a cara con la mujer que seguramente llevaba todo un año engañando a su padre. Señaló el portafolios y la fila de modelos que pasaba a su lado.

-Ahora mismo no puedo.

Jessica se acercó un poco más a ella.

-Lo siento. Pero se trata de tu padre, y de sus libros.

Intrigada, Bella se metió el portafolios bajo el brazo. Había preparado el desfile hasta el último detalle, de modo que no esperaba que hubiera ningún problema. Y quería saber qué quería decirle Jessica.

Deslizándose bajo la sombra de un pilar de mármol, intentando encontrar un poco de intimidad entre el ajetreo de los camerinos, Bella aguardó.

-¿Sí?

-Me he enterado de que has estado revisando los libros -dijo la mujer.

¿Cómo que se había enterado? ¿Se lo habría dicho su padre?

-Sí. Estoy preocupada porque últimamente mi padre ha estado perdiendo dinero.

Bella no veía razón para negarlo. Tarde o temprano, una auditoria externa descubriría el pastel y Jessica tendría que responder por sus errores.

La contable bajó la voz.

-No, la verdad es que no está perdiendo dinero.

Bella se puso alerta. Esperaba aquella respuesta.

-No, claro. Al menos, en lo que respecta a la rentabilidad de su negocio.

Jessica hizo girar los ojos.

-Tu padre paga a esos mafiosos amigos suyos, Bella. Lo hace desde hace años.

En lugar de confirmar sus temores, aquellas palabras solo consiguieron fortalecer la convicción de Bella de que su padre ignoraba los tejemanejes de su contable.

-¿Hablaste de ese tema con mi padre antes de empezar a robarle sus beneficios?

Al ver que unas cuantas modelos se dirigían hacia allí, Jessica tiró de Bella hacia las sombras.

La canción de Sinatra se convirtió en una melodía de Jonh Ellington, y Bella comprendió que el desfile había llegado a su ecuador.

-Tengo que prepararme para el final del desfile. ¿Qué te parece si, después del pase, nos sentamos las dos con mi padre y discutimos todo esto? Estoy segura de que se nos ocurrirá alguna forma de resolver ciertos malentendidos.

-Debes comprender que no podemos dejar de hacer esos pagos así como así -Jessica la agarró del brazo con sorprendente fuerza para una mujer de su talla.- Se trata de la mafia, por el amor de Dios. Del crimen organizado. De gente que puede poner fin a tu carrera, e incluso a tu vida, de un día para otro.

-No creo que...

Sin soltarla, Jessica le mostró un fajo de billetes de cien dólares.

-Además, tu padre preferiría que no sacaras a relucir ciertos temas.

Aquello ya era el colmo. Jessica Stanly se había pasado de la raya.

Bella se desizó bruscamente de su agarre, sintiendo que la indignación se apoderaba de ella, a pesar de que sabía que tenía que prepararse para salir a la pasarela a saludar.

-¿Quién demonios te crees que eres para decirme lo que debo decirle a mi padre?

Iba a darse la vuelta para alejarse de ella cuando dos fuertes brazos la sujetaron. Dos fuertes brazos enfundados en un uniforme de policía. Bella se quedó perpleja al oír la voz femenina que acompañaba a aquellas tenazas.

-Buen trabajo, Jessica -dijo aquella voz por encima de su hombro-. Ya te dije que no la convencerías con dinero.

Bella sintió una punzada de miedo en el estómago cuando, al girar el cuello, vio a la agente Tanya Denaly.

¿La compañera de Edward? No podía ser. Edward era tan noble, tan recto. Para él sería un duro golpe descubrir que entre los suyos, entre los buenos, había personas corruptas.

Jessica volvió a guardarse el dinero en el bolsillo de la chaqueta y se encogió de hombros. Bella deseó chillar, sintió la ridícula necesidad de llamar a gritos al hombre que debía estar a su lado esa noche. Pero Tanya le tapó la boca con la mano antes de que pudiera hacerlo.

En medio del trajín de entre bastidores, entre las modelos que entraban y salían a toda prisa de los camerinos, nadie parecía darse cuenta de lo que ocurría a la sombra de aquel pilar de mármol.

-Si su padre está limpio, a pesar de todos los amigos mafiosos que tiene -siseó Tanya, dirigiéndose a la contable-, ¿no es lo más lógico que su querida hija sea aún más honrada que él?

Bella sintió una fugaz oleada de satisfacción, a pesar del miedo que tenía. Las palabras de Tanya confirmaban la inocencia de su padre.

-Y, ahora, ¿cómo le tapamos la boca? -las palabras de Tanya se mezclaron con las del locutor del desfile, que estaba alabando la nueva colección de otoño de Bella Swan a través del sistema de megafonía. De prono, los aplausos sofocaron todos los demás sonidos: un ritmo palpitante, errático, que resonaba a través del centro de convenciones, imitando el latido del corazón de Bella. La voz del locutor se elevó por encima de los aplausos.

-¡Señores y señoras, con ustedes Bella Swan!

.

.

Edward se sentó en el asiento contiguo al de Alice. La voz del presentador resonaba en sus oídos. En cualquier momento vería a Bella.

Unos minutos antes, al verlo aparecer entre el público, Alice lo había convencido de que no se fuera tras el escenario y le había cedido el asiento de Jacob, cosa que no les hizo ninguna gracia ni a Edward, ni al perrillo.

Edward necesitaba ver a Bella. Inmediatamente. Se había llevado un coche patrulla para correr a toda velocidad entre el tráfico de la ciudad, con la sirena encendida. Pero, al llegar al desfile, Alice le había asegurado que Bella estaba bien y que sería mejor que la esperara hasta que acabara la exhibición.

Edward intentaba convencerse de que Bella estaba a salvo, pero sabía que no se quedaría tranquilo hasta que la viera.

Cuando por fin el locutor la llamó al escenario para que saludara, Edward se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento. Las modelos se alinearon a ambos lados de la pasarela y comenzaron a aplaudir, dejando un pasillo en el centro del escenario para que la diseñadora saliera a recibir los aplausos del público.

Bella se merecía todo aquello. Había trabajado mucho para llegar hasta allí, y había triunfado a pesar de las exigencias de su padre y de la insistencia de Edward en que las actividades de Charlie Swan justificaban una investigación policial.

Lástima que Bella no saliera a recibir los aplausos que se había ganado.

De pronto, Edward tuvo miedo, un presentimiento diez veces más fuerte que el que lo había asaltado en la comisaría. Su instinto se puso alerta antes de que aquel ejército de anoréxicas dejara de aplaudir. Mientras el locutor volvía a llamar a Bella, Edward se subió al escenario de un salto, dejando boquiabiertos a los espectadores. Luego, se deslizó tras las cortinas y se quedó parado un momento, luchando para que sus ojos se acostumbraran a la penumbra. Desde algún lugar al fondo, entre la barahúnda de gente, le llegó un grito sofocado.

Esquivando al guarda de seguridad del escenario y a un hombre con cara de pocos amigos armado con unos auriculares y un portafolios, Edward se dirigió al lugar del que procedía aquel sonido, esquivando a la gente. De pronto, un destello de azul turquesa y un hermoso muslo captaron su atención más allá de la arcada de una puerta que ya empezaba a cerrarse.

Él conocía aquellas piernas. Corrió a toda prisa hacia la puerta y alcanzó la salida a tiempo de oír una voz femenina que se quejaba de dolor.

-¡Maldita seas!

Aquella voz no era la de Bella, pero le resultaba familiar.

Edward irrumpió en un camerino lleno de espejos y de sillas plegables. Entre el montón de bolsas de ropa y perchas abandonadas de aquel vestidor improvisado, estuvo a punto de tropezarse con la agente Tanya Denaly, que saltaba a la pata coja de un lado a otro.

-Creo que me ha roto el pie -gritó Tanya, mirando furibunda hacia el otro lado de la sala. Llevaba impresa en la cara la huella roja de una mano.

Edward se giró y al instante vio a quién se dirigía la mirada envenenada de la agente de policía.

-¡Bella! -exclamó, asombrado. Nunca hubiera creído que aquella hermosa criatura fuera un bulldog disfrazado.

Pero Bella estaba allí, sonriéndole, resplandeciente y despeinada, mientras una policía de Nueva York daba saltos a la pata coja por el camerino, jurando en arameo.

Por primera vez en su vida, Edward se quedó sin palabras. Había algo en Bella que le hacía hervir la sangre, que hacía que se le secara la boca y que el corazón se le subiera a la garganta.

Bella se alisó el vestido y se atusó el pelo.

-Fue ella quien lo empezó todo -dijo llanamente, señalando a Tanya.

Edward sintió una oleada de alivio y notó que sus nervios empezaban a relajarse.

-Lo sé -no tenía intención de permitir que Tanya y su hermana se escaparan. Ya había llamado a Jasper de camino al centro de convenciones, y su compañero tenía que estar a punto de llegar-. Deja que yo me ocupe de esto.

Edward reprimió el deseo de abrazarla, de besarla, de decirle cuánto la amaba. En ese momento, Bella necesitaba oír algo aún más importante.

Agarrándola por los hombros, la condujo hacia la pasarela. Pasaron junto a varias modelos que se habían metido entre bastidores y que, al verlos, volvieron a ocupar rápidamente sus lugares en el escenario. Edward no se detuvo, ni dejó que Bella se detuviera, hasta que salieron a la pasarela.

-Quieren conocer tu verdadero yo -le musitó al oído, incapaz de resistir el deseo de besarla suavemente en los labios.

Y seguidamente le dio un ligero empujón, impulsándola hacia la luz de los focos, para que recibiera el homenaje del público.

.

.

Al día siguiente, el teléfono de Bella no paraba de sonar. Pero ninguna de aquellas llamadas le llevaba la voz que más deseaba oír.

Todo Nueva York quería sus diseños. La mitad de la ciudad se los pedía porque aparecían en todas las revistas de moda de los quioscos. La otra mitad los quería debido a la notoriedad que le había granjeado la historia, muy exagerada por la prensa, de su triunfo sobre una malvada contable y una policía corrupta.

Bella era la celebridad del momento en una ciudad que, al atardecer, empezaría a interesarse por otra cosa. Pero le estaba resultando muy difícil disfrutar de su nuevo caché, porque no dejaba de pensar en Edward.

El día anterior, en el desfile, este había irrumpido en escena en el momento preciso, con sus estrellitas resplandeciendo sobre la tela azul de una camiseta de deporte. Bella deseó lanzarse en sus brazos allí mismo. Pero durante un instante, dudó de si creería su historia, de si aceptaría su palabra en vez de la de una agente de policía.

Y había resultado que sí.

Cada vez que pensaba en ello, Bella se emocionaba. Aunque, la tarde anterior, al llegar al centro de convenciones, Edward ya sabía que la agente Denaly no era trigo limpio, habría podido sospechar que Bella o su padre estaban involucrados en sus actividades delictivas. Pero no lo había hecho. Sencillamente, había detenido a Tanya y a su hermana y se había alejado cabalgando hacia el atardecer, dejando una estela de babeantes modelos a su paso. Además, insistió en que Bella se quedara en el centro de convenciones para recoger los frutos de sus esfuerzos. Un gesto que a ella la emocionó, aunque sabía que les robaría la oportunidad de hablar.

Lo que no entendía era por qué no la había llamado aún.

El timbre de la entrada trasera de la tienda de su padre sonó de repente. Bella sintió una punzada de esperanza, la misma que había sentido al responder al teléfono las primeras diez veces que sonó esa mañana. Pero no quería abrir la puerta y a sufrir una nueva desilusión, así que llamó a su padre, que estaba dibujando en un rincón del taller.

-Papá, hay alguien en la puerta -dijo, descolgando el teléfono, que había vuelto a sonar.

Su padre frunció el ceño y dejó a un lado el lápiz.

-No pienso hablar con los periodistas -gruñó. Todos los periódicos se hacían eco de la supuesta «ruptura» de Charlie Swan con la mafia, lo cual había provocado que el padre de Bella recibiera unas cuantas llamadas de los peces gordos del hampa, alarmados por si aquello significaba que no podrían seguir comprando sus trajes preferidos.

Bella y su padre habían acordado que el estudio estaría abierto a todo el mundo, pero que no habría más fotos con gángsters, y que la casa de moda Swan intentaría atraerse a clientes más respetables. Como a detectives de la policía, por ejemplo, había pensado Bella secretamente.

Ya se imaginaba a Edward con un traje de Charlie Swan. Con las estrellitas de rigor, por supuesto. Pero ¿se pondría alguna vez Edward algo diseñado por su padre? ¿O preferiría seguir alejado del mundo de Bella?

Esta aguzó el oído, intentando averiguar quién había llamado a la puerta. La mujer con la que estaba hablando por teléfono quería encargar el vestido azul turquesa que llevaba la noche anterior. Bella anotó su nombre y su número. No quería perder clientes por no ser capaz de pensar más que en Edward.

-Bella -la llamó su padre desde la entrada de atrás-. Aquí hay un cliente que quiere el sombrero blanco de vaquero del escaparate. Pero no hacemos sombreros de vaquero, ¿no?

Bella se estremeció de emoción. ¿Cuántos residentes de la Gran Manzana entrarían en la tienda de Charlie Swan para pedir un sombrero de vaquero?

Bella colgó el teléfono y saltó del taburete en el que estaba sentada, notando un cosquilleo en el estómago.

-No es más que un adorno -comenzó a decir, avanzando tímidamente hacia la puerta de atrás justo cuando su padre y el cliente doblaban la esquina de la habitación.

Un cliente de espaldas muy anchas y hermosos ojos verdes.

Edward.

-No es para mí -dijo este, levantando las manos en actitud de rendición mientras el padre de Bella se retiraba discretamente a un segundo plano-. Pero me gustaría ofrecérselo a una amiga. Bella sintió que se le aceleraba el pulso.

-¿Un regalo?

Edward se encogió de hombros, y aquel movimiento hizo sobresalir los músculos que ocultaba su traje perfectamente cortado y sorprendente mente conservador. Un alfiler de plata relumbraba sobre su corbata de seda de rayas amarillas.

-Sí. Es una especie de broma para decirle que sé que es de los buenos -Bella sintió un nudo en la garganta que le impidió decir nada. Edward le apoyó suavemente las manos sobre los hombros.-Siento no haber confiado en ti, Bella -dijo en tono sincero y en voz alta para que lo oyera su padre, que andaba canturreando no muy lejos de allí.

-Quizá había que lavar la imagen de los Swan -reconoció ella.

-No -él le apretó los hombros un poco más - debería haber visto más allá de las apariencias. Soy el primero en admitir que confiaba en Tanya por el simple hecho de que llevaba un uniforme, y que en cambio no fui capaz de ver más allá de la reputación de tu familia y de confiar en ti -sacudió la cabeza-.Y ambas cosas fueron un error. Cruzando los brazos sobre el pecho, ella asintió. -Un gravísimo error.

Las manos de Edward se deslizaron por sus brazos, provocando una oleada de estremecimientos que recorrió todo el cuerpo de Bella. Edward sonrió.

-Aun así, tengo suerte. Se me ha ocurrido un modo de arreglarlo.

-¿De veras?

Él se sacó del bolsillo un precioso pañuelo de en caje antiguo, atado en un nudo.

-Voy a convencerte a base de regalos.

Confundida, Bella aceptó su extraño presente.

-Es muy bonito -balbució, no sabiendo qué decir sobre el pañuelo.

-Es lo mejor que tenían en Canal Street esta mañana -continuó Edward-. Pero solo es el envoltorio del otro regalo.

Bella volvió a sentir un cosquilleo en el estómago. Miró fijamente el pañuelo anudado, intentando adivinar qué secreto contenía. Le temblaron las manos al intentar deshacer el nudo, hasta que por fin Edward se encargó de desatarlo por ella. Bella contuvo el aliento al apartar las puntas del pañuelo, dejando al descubierto una sortija de oro grabada con dibujos celtas.

Un anillo.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

-Otra especialidad de Canal Street. Te lo he comprado para que lo lleves hasta que me ayudes a elegir el de verdad.

Ella intentó contener las lágrimas. Quería asegurarse de que lo entendía bien antes de entregarle su corazón para siempre. Con un hilillo de voz, preguntó:

-¿El de verdad?

-Un anillo de boda -Edward la tomó de las manos-. Ese es el regalo que quiero hacerte, cariño -la atrajo hacia sí, abrazándola con fuerza-. Lo que de verdad quiero darte soy yo mismo -le alzó la barbilla con un dedo-. ¿Me aceptarás?

Su cosquilleo nervioso se transformó en una alegría tan dulce, tan cálida, que Bella deseó fundirse con Edward allí mismo.

-Sí -musitó contra su boca.

Edward la besó, acariciando posesivamente su espalda y su cintura. Bella metió los dedos entre su pelo desordenado, atrayéndolo aún más hacia sí. De pronto, oyó que alguien silbaba una alegre melodía. Aquella era la forma, no muy sutil, en que su padre les expresaba su aprobación.

Edward se apartó de Bella, seguramente llevado por aquellos impulsos de caballerosidad que tan irritantes resultaban a veces. Pero, a pesar de que procuraba mantener las manos quietas, sus ojos brillaban de deseo.

Mientras le devolvía aquella mirada de «espera a que te pille a solas», Bella se dio cuenta de que alguien le había puesto sobre la cabeza un enorme sombrero.

Su padre se interpuso entre Edward y ella y dobló el ala del sombrero blanco de vaquero que Edward había ido a buscar.

-Le sienta bien el blanco, ¿verdad? -comentó, observando a su hija con ojo crítico.

La sutileza nunca había sido el fuerte el Charlie Swan.

Pensándolo bien, Edward y su padre tenían algo en común, después de todo.

Edward se aclaró la garganta.

-Si eso es una indirecta, señor Swan, no se preocupe. Ahora mismo me estaba declarando.

Su padre arrugó el ceño.

-Lo que acabo de ver no se parecía a una declaración. Pero si hay una boda por medio...

-La hay -respondieron Bella y Edward al mismo tiempo.

-Excelente -su padre sonrió. Le quitó el sombrero a Bella- volveré a ser uno de los buenos ahora que mi hija tiene un detective que la proteja -le guiñó un ojo a Bella-. Reconocerás que mis contactos nos han ahorrado muchos quebraderos de cabeza en los últimos años.

Bella gruñó.

-Papá, me prometiste que...

El diseñador asintió.

-Nada de gángsters -dijo, abrazándola-. Y nada de carabinas, porque yo ya me iba. Felicidades, princesa.

Bella se puso colorada, pero le devolvió el abrazo.

-Gracias, papá.

Tras estrecharle la mano a Edward y anunciar que se iba a cenar, Charlie Swan se marchó cantando El amor es maravilloso a pleno pulmón.

Y los dejó solos.

Bella vio que Edward se acercaba a la entrada y echaba los cierres con lenta deliberación.

-Te deseo, Bella -dijo él, volviendo a su lado. Y, al oír el timbre aterciopelado de su voz, Bella comprendió que la había echado de menos tanto como ella a él-. No puedo esperar hasta la boda, diga lo que diga tu padre.

Abriendo la mano, Bella le mostró el anillo.

-No importa. Tengo un anillo que dice que no vas a ir a ninguna parte -se deslizó la sortija de oro en el dedo y a continuación le indicó que se acercara.

Edward se arrimó a ella hasta que sus cuerpos se rozaron.

-Soy todo tuyo.

-¿Todo mío? -ella pasó los dedos por su pecho, deteniéndose encima del cinturón.

-Completamente -Edward extendió las manos, pero Bella lo agarró por las muñecas.

-Bien. Porque tengo algunas ideas para un nuevo vídeo -retrocedió hacia las escaleras que llevaban a su piso.

Edward la siguió.

-Me encantaría oírlas, Bella.

Fin


bueno, lo que es bueno siempre se termina acabando... jejejeje. en fin mis niñas... que decir, muchas gracias por sus sus fav, sus alerta... y sobretodo por compartir conmigo una afición, tan especial. espero seguir leyendo de ustedes en mis otras historias, si no es asi, ya saben, siempre es un placer. haberlas conocido. un besote enorme a todas y nos seguimos leyendo, o no... MUAKIS.

Capítulo 14: Se quien es el malo

 
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