Bastante después de que Edward se marchara,Bella aún seguía sentada en el banco de piedra del jardín,rodeada por las rosas que a su madre le encantaba cuidar.Aquel pequeño rincón era el único capricho,el único recuerdo que la mujer conservaba de la vida rural que había dejado atrás:trabajar en el jardín,en la tierra en la que crecían las rosas.Los jardineros se encargaban de la mayor parte de la propiedad,pero aquel lugar perfecto era el dominio de su madre.Bella había pasado muchas horas allí sentada,buscando consuelo en la belleza que allí crecía y en la embriagadora fragancia que la envolvía.Echaría de menos aquel pequeño rincón de Inglaterra cuando se marchara,pero primero tenía que marcharse y rápido,antes de verse atrapada de nuevo por la obligación de quedarse.
Las lágrimas le escocían en los ojos.No había previsto echar de menos nada de aquel horrendo lugar.Lo había odiado incluso antes de llegar,porque la había apartado de todo lo que amaba,de las personas a las que quería.La había apartado de Edward,del mismo que le había prometido que iría a buscarla...
Y que por fin estaba allí sólo porque Inglaterra lo había reclamado.
No podía negar que,por una parte,se alegraba de haberlo visto,de saber que estaba sano y salvo.Incluso había contemplado la posibilidad de aceptar su ridícula propuesta de enseñarle las costumbres sociales;no por librarse de que le desabrochara el corpiño,sino por poder pasar un poco de tiempo con él.Pero había preferido proteger su corazón,que era en extremo vulnerable.No quería volver a verse obligada a dejarlo,ni creía que pudiera seguir allí mucho tiempo sin perder los últimos vestigios que le quedaban de sí misma.
Se había adaptado,había aprendido y había desempeñado el papel de hijastra de un aristócrata,pero nunca había tenido la sensación de que podía mostrarse tal cual era a todas aquellas personas.Había querido que la aceptaran y por eso había cambiado.Como su madre y sus hermanas.Solían reunirse en la quietud del salón para practicar su pronunciación.No se trataba sólo de perder el acento,había que aprender las palabras adecuadas,las inflexiones,el estilo.
Cuando su padrastro las había sorprendido una tarde intercambiando palabras que habían oído,tratando de descifrar su significado,procurando usarlas correctamente,se había sentido tan culpable,que Bella estaba convencida de que las embarcaría a todas de vuelta a Tejas.En vez de eso,Quileaute había contratado a una serie de tutores para que les enseñaran dicción,etiqueta,caminar,bailar,montar a caballo,comer,tocar el piano,cantar,pintar y escribir cartas.Ni un solo aspecto de su conducta quedó sin cultivar.
Edward quería que ella le enseñara todo lo que necesitaba saber.No sabía lo que pedía.Le llevaría meses,cielo santo,incluso años.Edward era impetuoso y descarado,un hombre de hábitos poco trabajados y tendencias salvajes.
Además,Bella tampoco estaba segura de querer domesticarlo.
Oyó el crujido de unas faldas y los pasos suaves de un caminar elegante,por eso no la sorprendió que un instante después su madre se sentara en el banco,junto a ella.
—Siempre me ha gustado especialmente esta parte del jardín—le dijo en voz baja.
—Y yo—contestó Bella.
—También a mí—la corrigió su madre con dulzura.—Esta noche no estoy de humor para jugar a ser inglesa,mamá.
La mujer le cogió la mano que tenía apoyada en el regazo.
—La cena está lista.
—No tengo hambre.
—Rosalie se ha encontrado con Edward en el vestíbulo.Le ha dicho que lo lamentaba mucho pero que,por lo visto,había olvidado otro compromiso ineludible que le impedía quedarse a cenar.
—Por lo visto.
—¿Has hablado con él antes de irse?
—Antes de que se marchara—la corrigió por costumbre,la misma que había llevado a su madre a corregirla a ella hacía apenas unos segundos.Entre las damas tejanas de la casa,cuando se trataba de emular a las personas con las que se relacionaba Quileaute,no había distinciones jerárquicas,sólo un deseo sincero de ayudarse a encajar.
—Sí—prosiguió Bella—,he hablado con él.
—¿Te ha dicho algo interesante?
Le costaba descifrar el tono de su madre.Hablaba con cautela,como si esperara que le revelara alguna verdad horrible.
—Quiere que le enseñe a ser un caballero.
—Puede contratar a alguien para que se encargue de eso.
—Pretendía contratarme a mí.Me he negado,por supuesto.
Su madre le apretó la mano.
—Sé que debe de ser difícil para ti verlo después de tantos años...
Bella no se dio cuenta inmediatamente de que las lágrimas rodaban por sus mejillas.Tragó saliva y se las enjugó.
—«Difícil»se queda corto.Ahora su sitio está aquí,donde yo no quiero que esté el mío.
Notó que la mano de su madre se crispaba.
Volviéndose un poco,Bella la examinó a la luz amarillenta del jardín.Su transformación de trabajadora de una plantación de algodón en condesa había tenido lugar de forma tan gradual,que a su propia hija a veces le costaba recordar cómo era antes.Lo que sí recordaba era su insistencia en que no perdiera el tiempo con aquel «muchacho incorregible».
De pronto,empezó a formarse en su mente una certeza que le aceleró el corazón.
—Edward dice que me ha escrito,mamá.Que todos estos años me ha estado escribiendo.
La mujer se levantó,avanzó varios pasos,se cruzó de brazos y miró a la oscuridad.
—Me has escondido las cartas—prosiguió la joven con el atrevimiento nacido de esa certeza innegable.
Su madre se volvió.
—Eras tan infeliz...
—¿Y creíste que escondiéndome las cartas dejaría de serlo?—preguntó,incrédula,poniéndose de pie y apretando los puños furibunda a ambos lados del cuerpo.
—Pensé que si nadie te recordaba constantemente lo que habías dejado en Tejas, te adaptarías mejor a esta nueva vida.
—Eso no tiene sentido.No me escondías las de Leah.Ni las de Sue.
Sue era una de sus mejores amigas de Tejas,ahora condesa de Torterra,esposa del primo de Quileaute,Jasper.
—Eso era distinto.No creo que sus cartas te recordaran constantemente lo que habías dejado atrás.No te escapabas por las noches para reunirte con ellas.
—No tenías derecho...
—Es responsabilidad de una madre proteger a sus hijos.
—¿De qué pensabas que me protegías?
—De que te rompieran el corazón.Procuraba que te resultase más fácil adaptarte,Bella.
—Pues no lo has conseguido,ni mucho menos.
A pesar de la oscuridad,le pareció ver que su madre se estremecía.Lamentó de inmediato la dureza de sus palabras,pero era incapaz de contener la rabia que le bullía dentro.Jamás había estado tan furiosa,tan dolida.Nunca se había sentido tan traicionada.Quizá nunca había comprendido bien lo que Edward significaba para ella,porque,de haberlo hecho,no le habría escondido las cartas.
—¿Podrías dármelas ahora,por favor?—preguntó con resignación.El daño ya estaba hecho.Pagarlo con su madre,a la que siempre había querido y respetado,no iba a solucionar nada.
—Lo siento,Bella.Las quemé.
Eso le sentó como una bofetada.
—Edward dice que me escribió todos los días durante dos años—dijo en voz baja.—Eso son más de setecientas cartas,mamá.¿Leíste alguna?
La mujer negó despacio con la cabeza.
—No,me pareció mal hacerlo.
—¿Y esconderlas y destruirlas no te lo pareció?
—No me pareció tan mal porque tenía una buena razón para hacerlo.
—Tenías una razón,pero no estoy segura de que fuera buena.¿Nunca te sentiste culpable?
—Al final.La perseverancia del muchacho me asombraba,pero cuando descubrí que no era de los que se dan por vencidos fácilmente,ya era demasiado tarde.Si de repente hubieras empezado a recibir cartas,te habrías preguntado qué había ocurrido con las otras.Pensé que no te valdría ninguna explicación.
—Querrás decir que temías que te odiara por lo que habías hecho.
—Temía que te costara perdonarme,sí.Pero por muchas que mandara,mi razón para interceptarlas seguía siendo la misma:protegerte,evitar que albergaras falsas esperanzas.Proporcionarte una vida mejor.Está demasiado oscuro para que me veas las manos...
—Conozco tus manos,mamá,tan bien como las mías.Me han consolado desde que tengo uso de razón.—«Y me han ocultado las cartas de Edward».
—Están llenas de cicatrices,aún ásperas y quemadas después de tantos años—prosiguió la mujer,como si Bella necesitara que se lo recordasen.—¿Sabes la vergüenza que siento cada vez qué comemos con invitados,damas que no han tenido que doblarse para recoger el algodón,que no han levantado jamás nada más pesado que un abanico?.
—No son feas,mamá.Hablan de tu fortaleza,de tu determinación.No son algo de lo que debas avergonzarte.¿Por qué iban a deshonrarte...?
—Son un recordatorio constante de la vida que he llevado.Yo amaba a tu padre,Bella,era un buen hombre,pero el trabajo era duro y los días largos y yo vieja aun siendo joven.Tu padre lo era todo para mí y tras su muerte,en ocasiones me preguntaba cómo iba a salir adelante sin él.Entonces conocí a Carlisle Quileaute y me enamoré de él,cuando no esperaba volver a hacerlo jamás.Me trajo a un mundo en el que nunca me dolía la espalda,ni me sangraban las manos.Me mimó y mimó a mis hijas y he llegado a adorar la existencia que me ha ofrecido.
—Quise que mis hijas disfrutaran siempre de esta vida—prosiguió su madre.—Siempre he confiado en que también vosotras llegarais a adorarla.
¿Llegar a adorarla?No,por desgracia,Bella jamás había experimentado esa sensación.
—¿Recuerdas lo mucho que practicábamos—siguió diciendo la mujer—,la de veces que nos hemos reído de nuestros torpes intentos de parecer cultas y refinadas,la lista de palabras elegantes que memorizamos...?
Bella contuvo las lágrimas,volvió la cabeza a un lado y se quedó mirando fijamente la oscuridad que tan bien reflejaba su vida.Apartar la mirada era más fácil que mirar a su madre retorcerse las manos,más fácil que recordar la lealtad y el apoyo que se habían demostrado unas a otras al enfrentarse a una nueva vida.
—Lo único que he querido siempre es que fuerais felices—dijo su madre en voz baja.
Bella parpadeó para deshacerse de las lágrimas y tragó saliva.
—También es lo único que quiero yo.Pero me siento muy sola aquí.Este no es mi sitio.Nunca lo ha sido.Y nunca lo será.
—Carlisle me ha dicho que quieres volver a Tejas.
Bella detectó tristeza en su voz.
—Sí.—Respiró hondo,consciente de que lo que iba a revelarle no sería de su agrado.—He estado trabajando en una tienda,ganando un salario y ahorrando para poder pagarme el pasaje de vuelta a Tejas.
Había solicitado el puesto poco después de que Vulturi se le declarara,al darse cuenta de que no podía casarse con él.Y si no podía casarse con él,con lo amable y generoso que era,jamás se casaría con nadie,al menos no con nadie de Inglaterra.Quizá en Tejas fuera distinto.Allí se sentía más a gusto,tenía más en común con la gente.No tenía que darse aires,podía ser ella misma.Tal vez encontrar la felicidad que la había evitado en Inglaterra.
—¿De dónde has sacado el tiempo para trabajar,con todas las obras de caridad que haces entre los pobres?—preguntó la mujer.
La joven le dedicó una sonrisa triste que no sabía si ella podría ver en la oscuridad.
—Te he mentido.No he estado haciendo obras de caridad.Por lo visto,el engaño es cosa de familia.
Su madre dio un paso hacia ella.
—Te despedirás mañana.El trabajo no corresponde a tu categoría social y tu padrastro se sentiría indeciblemente abochornado si corriera la noticia de que su hijastra trabaja en una tienda,precisamente.¿En qué demonios estabas pensando?
—En que me marchitaría y moriría si tenía que quedarme aquí mucho más tiempo.Ya no soy responsabilidad de Quileaute,mamá.Ni tuya.Te quiero,pero no deseo la vida que me ofreces.Me vuelvo a Tejas;aunque me cueste la vida,voy a volver.Supongo que me hiciste un favor.Si me hubieras dado las cartas,tal vez ahora estaría casada con Edward y entonces,¿qué otra cosa podría hacer salvo ser la sumisa esposa de un conde?
|