El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61012
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

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Capítulo 14: ESPERANDO LA CARROZA

Carlisle tuvo una visión. En sí mismo, esto ya era alarmante; él no solía ver el futuro salvo que fuese algo muy grave. No habíamos olvidado la visión de Alice de hacía un par de semanas, pero ésta era ligeramente diferente, más amenazante.


Al igual que en la de Alice, el tal Aro estaría llegando a casa, acompañado de parte de su guardia. Jane, Alec, Demetri, Felix, Chelsea y Renata lo escoltaban, y me asustó el temor con que Carlisle los enumeró. Pero había más. Sulpicia, la esposa de Aro, los acompañaba también en la nueva visión. Yo no lo comprendí, pero para todos los demás ésta pareció una pésima noticia.


-Sulpicia es capaz de manipular la mente para hacer dudar –me explicó Carlisle, que había palidecido aún para términos vampíricos-. Puede hacerte dudar de todo, de lo que piensas, lo que ves, lo que sabes, lo que recuerdas… es enloquecedor. De hecho, suele conducir a la locura.


Estábamos en el salón. Eran cerca de las tres de la madrugada de uno de los escasos días de Forks en que no había más que unas pocas nubes en el cielo y nada de lluvia. Oficialmente, yo me había ido de campamento con los Cullen, aunque en rigor apenas si habíamos salido hasta un prado cercano. Y ahora, tras la visión de Carlisle, todos nos habíamos reunido en el salón, deliberando qué hacer.


Jasper estaba de pie, mirando la pared cristalera fijamente. Carlisle estaba sentado en el sofá con expresión meditabunda. Esme estaba junto él, acariciándole suavemente el cabello, sin quedar en claro quién consolaba a quién. Rosalie se mordía un nudillo con expresión pensativa; Emmett estaba serio, pero no parecía mayormente preocupado. Edward estaba junto a mí, con una expresión mezcla de nervios y preocupación en sus rasgos. Alice se había sentado con las piernas cruzadas en un sillón, y tenía una expresión concentrada a la vez que neutra y como en blanco; estaba fisgoneando el futuro.


-Vienen hacia aquí, pero no puedo ver cuándo –reconoció Alice-. Hay algo… una decisión que aún no está tomada. Vendrán… pero todavía no lo saben…


-¿Qué vamos a hacer? –susurró Esme, poniendo una mano en la encorvada espalda de su marido-. ¿Huimos? ¿Nos escondemos?


-No serviría –musitó Edward, tenso-. Demetri va con ellos. Nos encontrará en menos tiempo del que necesitamos para escondernos.


-Hay una remota posibilidad… -meditó Jasper.


-¡No! –gruñó Edward de inmediato.


-Dije que era una posibilidad, no que tuviésemos que hacerlo –repuso Jasper en tono neutro.


-Claro, es que… dejarlo solo… -siseó Edward, nervioso-… no sólo no es correcto, sólo ganaríamos tiempo. Nos encontrarán de todos modos, tarde o temprano…


-Por favor, ¿podemos discutirlo entre todos? –gruñó Rosalie.


-Jasper tiene razón en algo, y es que Demetri en rigor sólo conoce y puede rastrear con facilidad a Carlisle –explicó Edward en un tenso susurro-. Si los demás nos alejamos, tenemos una remota posibilidad, pero sólo de ganar tiempo. Demetri irá tras Carlisle, y cuando lo hayan encontrado, Aro revisará su mente, nos verá a los demás, y nos darán caza también.


-No veo por qué –respondió Carlisle con voz compuesta, pasando la mirada por cada uno de nosotros-. Si se alejan sin decirme a dónde, ellos no tendrán cómo localizarlos.


-No te dejaremos solo –dijo Esme con voz firme-. Si no me equivoco, Demetri puede ubicar cualquier mente, aún a enormes distancias, aunque es más fácil con los que ya conoce. Entonces, localizarnos a los demás le tomará un poco más de tiempo, pero llegará a nosotros tarde o temprano.


-Es cierto… -Jasper parecía abatido-. No hay nada que hacer.


-¡Enfrentémoslos! –exclamó Emmett, sonriente y feroz. Por un momento, me dio miedo-. ¡Démosles su merecido!


-Como si fuese tan fácil –masculló Edward-. Te harían picadillo antes que puedas decir "vampiro".


-Olvidas que tenemos con qué luchar contra ellos –murmuró Rosalie.


Al otro lado de la habitación, un ramo de flores estalló en llamas dentro de su florero. Emmett sonrió más, mientras el ramo se retorcía y hundía en el agua, apagando el fuego.


-¡Ésa es mi chica! –exclamó Emmett, una mezcla de admiración y adoración en su mirada.


Los demás no estaban ni de lejos tan entusiasmados. Alice todavía tenía la mirada desenfocada, intentando atisbar el futuro; Jasper parecía pensar muy concentradamente. Esme acariciaba el cabello de Carlisle, que había cerrado los ojos en ademán agotado. Edward fruncía el ceño, pensativo.


-Perdón, pero ¿alguien puede explicarme por qué es tan grave que vengan? –pregunté yo, y todos se giraron a mirarme con sorpresa-. Que yo sepa, nadie hizo nada malo… quizás sólo tienen curiosidad por ver a Carlisle después de tantos años. No tiene por qué ser algo malo, ¿no? –quise saber, insegura.


-Es posible –murmuró Esme, y sonó como si se quisiera aferrar a esa posibilidad con todas sus fuerzas-. Bella tiene razón. Tal vez no sea nada malo.


-Aro no abandona la Torre si no es para algo realmente importante… si quisiera verme, me llamaría a su presencia –murmuró Carlisle, inseguro.


-Vendrán a los Estados Unidos, pero no directamente aquí –dijo Alice de pronto-. Hay algo más… vienen por otra razón, pero quizás pasen por aquí… la decisión no está tomada. ¡Portland! –exclamó Alice de pronto, hasta ella parecía sorprendida.


-¿Portland? –repitió Emmett, haciéndose eco del desconcierto general.


-Algo pasa en Portland, o va a pasar –dijo Alice oscuramente-. Algo hay ahí que hará que los Vulturi se dirijan a la ciudad…


-Portland no está tan lejos de aquí… Es la ciudad grande relativamente más cercana, hacia el sur -reflexionó Jasper-. Unos cientos de kilómetros en línea recta. Una distancia corta para un vampiro.


-¿Algo los llevará a Portland, y aprovechando que estarán cerca de Forks, pasarán a saludar? –preguntó Rosalie, entre irónica y confusa.


-Por así decirlo –Alice se encogió de hombros, enfocando la mirada-. La decisión no está tomada, no puedo verlo –repitió, desalentada.


.


Edward seguía tenso y nervioso horas después, tanto que le sugerí que saliéramos a cazar. Descargar energías debía servir, aunque en rigor Edward no podría cansarse. Tenía mi calidad de neófita como excusa para salir de caza, aunque no tenía más sed que de costumbre.


Yo no acababa de comprender por qué era tan terrible que los Vulturi viniesen. Las reacciones de quienes yo ya consideraba mi familia, no sólo la de Edward, me parecían un poco desproporcionadas.


Me conformé con un apestoso ciervo viejo y ciego de un ojo; Edward capturó un puma especialmente agresivo, lo cual pareció distenderlo un poco. Una vez que estuvimos alimentados y tranquilos, aproveché a preguntarle por el tema que les tenía a todos los pelos de punta.


-Edward –comencé, un poco dubitativa-, si estos Vulturi son una especie de casta gobernante, de realeza, que se auto impusieron el rol de ordenar la vida vampírica, ¿por qué es tan grave que vengan aquí? Quiero decir, todos tenemos la conciencia limpia…


La ansiedad me atacó de pronto, comprendiendo que ésa debía ser la razón. Los Vulturi controlaban que se cumpliera la ley que impedía que se descubriera a los vampiros, y habían descubierto que alguien había matado humanos por esta zona, y ésa era yo, y había estado poniendo a todos en evidencia, y ahora venían a castigar al infractor de las normas... Yo era la causa de que vinieran, y los Cullen eran demasiado amables para decírmelo directamente.


-Es por mi culpa, ¿verdad? –le pregunté, aterrada-. Ellos vienen porque yo…


-Bella, lamento decepcionarte, pero no vienen por ti –me dijo Edward, un poco más relajado, y hasta con parte de su ironía habitual-. Dudo que sepan siquiera de tu existencia. Aunque quizás querrán llevarte como parte de su guardia. Serías una adquisición de lo más interesante, tu escudo mental es la mar de atrayente.


-Mi "escudo mental" es una tontería –musité.


-Los demás no creen eso –me contradijo Edward-. Rosalie daría mucho por tenerlo, e impedir que yo me entrometa en sus pensamientos. Te puede parecer poco, pero estar a salvo de Esme revisando tus pensamientos, yo oyendo lo que pasa por tu mente, Carlisle haciendo otro tanto, y todos los otros vampiros capaces de afectarte con ilusiones mentales, es mucho más valioso de lo que crees.


-¿Con qué tipo de ilusiones mentales no me pueden afectar gracias a mi supuesto y grandioso escudo? –pregunté con una mezcla de ironía y curiosidad, sentándome en un tronco muerto y cubierto de musgo.


-No sé exactamente qué alcances tiene, y no pienso comprobarlo del modo más simple, exponiéndote a ellos, pero… -la expresión de Edward era especulativa mientras se sentaba a mi lado, observándome con atención-. Posiblemente Aro no pueda husmear en tu mente, y quizás Jane y Alec no pueden afectarte tampoco. Otro tanto para Sulpicia, y parece que Xiu tampoco fue capaz de alterar tu mente, como no fue capaz de hacerlo Victoria. No sé exactamente cómo funciona el don de Demetri, pero podría ser que él tampoco te afecte…


-Espera, espera –lo detuve, confundida-. Aro, Jane, Alec, Sulpicia, Demetri, de acuerdo, sé lo que hacen, y si bien no estoy segura de que sea cierto eso que no me afecten, es remotamente posible. Pero, ¿Xiu y Victoria, qué tienen que ver?


-¿Oíste a Xiu narrando su historia? –me preguntó Edward, cuidadosamente.


-Sí –le respondí, un poco impaciente-. Encierra a alguien dentro de su mente, lo obliga a dar vueltas, lo hace perderse dentro de sus propios recuerdos, deseos, anhelos; lo enloquece y petrifica. ¿Qué tiene que ver conmigo? Ella no usó su poder en mí, lo que me pasó fue distinto.


-Pero los efectos fueron los mismos –repuso Edward.


-Eso es lo que ella cree, yo no estoy tan segura –contraataqué-. No puede ser que nadie más haya tenido a alguien que amara lo suficiente como para sobreponerse al Laberinto.


-Buen punto –reconoció Edward, pensativo-. Tal vez se sobrepusieron, pero tardaron tanto que Xiu no estuvo allí para enterarse…


-¿Y Victoria? –lo interrumpí-. ¿Qué hace ella? ¿Y qué hacen James y Laurent, hablando de eso?


-Laurent, creí que lo habrías deducido. Él traduce.


-No me digas, no me había dado cuenta –le respondí, sarcástica.


-Quiero decir, él traduce de cualquier idioma a cualquier otro idioma –aclaró Edward, aparentemente divertido por mi mal humor-. Si pudo traducir del chino mandarín al inglés y viceversa, y eso añadiendo un acento afrancesado sólo porque le parece sofisticado, ya ves que es un don muy poderoso.


-Ya veo –musité, admirada. Yo no sabía más idiomas extranjeros que el español sumamente básico aprendido en la escuela, y cualquier persona que supiera dos idiomas o más me parecía digna de admiración-. ¿Y James y Victoria?


-James es un Rastreador, uno con más ínfulas que talento si me preguntas, pero debo admitir que parece que es bueno –reconoció Edward con una mueca, como si le doliera reconocer que James era bueno en algo.


-¿Qué tipo de poder tiene Victoria? –insistí.


-Ella transmite el pensamiento. Oyes su voz dentro de tu cabeza. Me tomó un rato advertirlo, porque no era nada raro para mí oír su mente. Ella intentó gritarte mentalmente que despertaras –explicó Edward, mirándome especulativamente otra vez-, pero no reaccionaste en absoluto, y eso que ya habías recuperado el conocimiento.


-¿Esa serie de circunstancias extrañas te lleva a creer que mi mente tiene un súper campo de fuerza que la hace invulnerable? –pregunté, con una mezcla de escepticismo, sorpresa… y algo de miedo.


El que Edward no hubiese sido capaz de oír mi mente había sido considerado raro por todos los Cullen desde un inicio, y la curiosidad que sentían por mi cabeza aumentó al notar que tampoco Esme podía acceder a mis recuerdos. Carlisle tampoco había sido capaz de abrirse paso en mi cabeza, y si bien yo lo consideraba más preocupante que maravilloso, todos los demás parecían creer que mi mudez mental era algo extraordinario.


-No diría que la hace invulnerable, pero sí que la mantiene protegida de intromisiones molestas –opinó Edward-. No es que me gustaría exponerte a ninguno de los Vulturi, pero estoy razonablemente seguro que serías capaz de resistirlos también.


-Eso nos lleva de regreso al tema principal. ¿Para qué vienen los Vulturi, y por qué todos se comen las uñas hasta el codo ante la idea que estén aquí? –pregunté, impaciente.


-No sabemos para qué vienen, Alice no puede ver ese tipo de detalles… aún. Quizás, cuando se tome la decisión, tengamos más datos. Sobre por qué nos tomamos tan en serio el que vengan, es por una triste conclusión a la que llegó un… creo que podrías considerarlo un primo, nuestro. No sé si ya te hemos hablado de Eleazar.


-Eleazar, sí, algo… El marido de Carmen, vive con el clan de Denali, también son vegetarianos –respondí velozmente, no queriendo que Edward otra vez se fuera del tema-. ¿Qué tiene que ver Eleazar con los Vulturi?


-Actualmente, nada. Pero fue uno de ellos.


En mi mente yo traté sin mucho éxito de conciliar la imagen de un pacífico vampiro de ojos dorados, comprometido con la conservación de la vida humana, y de un feroz miembro de la tan mentada Guardia, que iba por ahí descuartizando vampiros rebeldes. No conocía personalmente a Eleazar, ni a nadie de la Guardia, pero por la forma en que toda la familia Cullen hablaba de ellos, parecían conceptos mutuamente excluyentes.


-Pertenecer a la Guardia es considerado un honor, Bella –intentó explicarme Edward -. Recuerda que los Vulturi son el equivalente de la realeza, ser parte de ellos es como poseer un título nobiliario. Ser parte de la Guardia es equivalente al ascenso social, a obtener respeto y admiración de parte de todo el mundo. Sólo los mejores son aceptados –siguió Edward, y añadió con una mueca-. Pero Eleazar no estaba cómodo con ese tipo de vida, y se alejó de ellos. Aro lo dejó ir no sin decepción, aunque creo que en su foro más interno debió sentirse un poco aliviado. El don de Eleazar incomoda a veces.


Pero lo cierto es que Eleazar un tiempo más tarde comprendió un cierto patrón en las partidas de limpieza de la Guardia, y es que solían informarse sobre los dones de un clan en particular, y si encontraban algo que les interesara, intentaban atraer primero a ese vampiro en específico. Si no funcionaba, quedaba la opción de acusar al clan de algún crimen imperdonable, y luego exterminarlo, salvo al vampiro del don especialmente interesante. Si ese vampiro seguía sin desear unirse a ellos (no solía ser el caso, pero sucedió un par de veces) se lo aniquilaba también. "Muerto o conmigo", parece ser el lema de Aro. Prefiere ver muerto a alguien con un don lo suficientemente poderoso como para volverse peligroso si lo decidiera utilizar contra él.


-Todo eso no suena nada bien… pero, ¿a quién enviaron los Vulturi para informarse sobre nuestra familia? –me sorprendió la facilidad con la que pude hablar de 'nuestra familia'. Yo los sentía como parte de mi familia, a todos ellos.


-No sé –reconoció Edward-. Es uno de los muchos cabos sueltos. No se arriesgarían a venir porque sí. Es más, ni siquiera deberían saber dónde encontrar a Carlisle, que es al único de nosotros a quien conocen. Sólo saben que está en el continente americano, pero ni siquiera deberían saber si en América del Sur, Central o del Norte. Claro que teniendo a Demetri, eso no es un problema… Aunque según la segunda visión de Alice, parece que vendrán a una partida de limpieza a Portland, y vendrán sin saber todavía qué dones tenemos. Eso quizás juegue a nuestro favor.


-¿A quién de la familia crees que querrían llevarse? –musité, intentando no pensar en nadie de la familia yéndose junto a unos desconocidos vampiros de maquiavélica sonrisa.


-A todos, si me preguntas a mí. Tenernos es la omnisciencia total: Pasado, tienes a Esme y su don con la memoria; Presente (modestia aparte), puedo saber qué es lo que pasa por la cabeza de alguien mejor que nadie; y Futuro, no conozco a nadie mejor que Alice. ¿Te parece poco? Un buen trofeo para los Vulturi, eso seguro. De acuerdo, Esme tiene casi el mismo poder que Aro, no es rigor algo nuevo lo que ella puede aportarle, ni lo que puede obtener de mí –admitió Edward-. Pero el don de Esme, me refiero a la parte de manipular los recuerdos, es un arma peligrosísima en las manos equivocadas. Jasper es una auténtica joya para su colección, no sólo tiene un don poderoso y único, sino que es un estratega brillante y un luchador consumado. De tu escudo, mejor ni hablar; eso sólo ya merece una visita de Aro. Rosalie puede usar su don de modos mortíferos si lo desea, ¡imagínate matar a tus enemigos a distancia! ¡Quemarlos vivos, sin necesidad de tocarlos, siquiera! Emmett es menos interesante, pero sigue siendo útil: sabe luchar, es fuerte aún para estándares vampíricos y con su poder puede, por ejemplo, hacer levitar a sus enemigos e impedirles que huyan corriendo.


-¿Y Carlisle? –soplé más que hablé.


-¡No me digas que no es el más interesante de todos! –se rió Edward con un humor decididamente negro-. Aunque también el más peligroso. ¡Copiar cualquier poder! Y para colmo, con esos extraños principios de no matar humanos. Les encantaría encerrarlo bajo un campana de cristal y estudiarlo como a un microbio particularmente contagioso, que es demasiado fascinante para destruirlo, pero muy peligroso como para dejarlo suelto. En realidad, Carlisle bien podría decidir que no necesita a los Vulturi y decidir gobernarse por sí mismo, o por ejemplo erigirse él como líder del orden en el continente americano, o algo así…


-¡Pero Carlisle no lo haría! –interrumpí, aturdida.


-Porque no quiere, no porque no pueda –replicó Edward.


-Pero él solo no podría hacer nada contra los Vulturi, ni aún con todos los poderes extra… -hice notar con voz débil.


-Carlisle no es el único que cree que los Vulturi se exceden con sus atribuciones –repuso Edward, seguro-, y dentro de todos los que están desconformes, es el más pacífico, créeme. Si quisiera erguirse como líder, no le faltarían vampiros que lo sigan. Podría crear un ejército y enfrentarlos… ya tiene a siete reclutas, si ves a la familia con los ojos de un guerrero.


-…


-Suena paranoico para cualquiera que conoce mínimamente a Carlisle –reconoció Edward, notando que yo me había quedado muda-, pero los poderosos suelen temer más a sus subordinados de lo que les gusta admitir. Es más, cuanto más déspotas y tiranos son, más temen a sus inferiores. Y los Vulturi son la tiranía personificada, en lo que a vampiros respecta.


-Carlisle, queriendo apoderarse del mundo vampírico… ¡es tan absurdo! –sólo pude sacudir la cabeza con incredulidad-. ¡Ayer llegó a casa prácticamente llorando porque no pudo salvar a una niña humana…! ¡Es como imaginar a Mahatma Gandhi revindicando los ataques contra las Torres Gemelas, o contra la Estación de Atocha…! ¡Es absurdo, imposible… y tan ridículo! Él es probablemente el ser más pacífico que conocí, y pensar en él recorriendo el mundo y eliminando vampiros desobedientes… ¡no encaja! ¡Para nada! ¡Ni un poco!


-Haciendo la excepción que Mahatma Gandhi revindicando ataques terroristas es un anacronismo imperdonable, la comparación no es tan mala –reflexionó Edward.


Yo sólo pude volver mis recuerdos al día anterior por la tarde, cuando había pasado por casa de los Cullen. Edward estaba intentando enseñarme a tocar el piano, y tenía una paciencia a toda prueba, considerando mi torpeza musical.


Jasper y Esme habían ido a la tienda de los Newton, a aprovisionarnos para nuestra "acampada" del día siguiente. Emmett y Rosalie competían armando castillos de naipes, a ver quién construía el más alto en menor tiempo. Rosalie equilibraba las cartas a toda velocidad, mientras Emmett, con una sonrisa suficiente, cruzado de brazos levitaba los naipes aún más rápido, conformando un intrincado revuelo de tréboles, diamantes, picas y corazones. Rosalie le echó una mirada furiosa al castillo de Emmett, una vez y media tan alto como el suyo, y un segundo más tarde la construcción de su marido de quita y pon ardía de los cimientos al techo. Alice estaba ahí antes que la cubierta plastificada de los naipes se consumiera, y vació un matafuegos sobre el castillo ardiente. Como de costumbre, lo había previsto.


En resumen, un día normal en casa de los Cullen, con todos pudiendo demostrar sus habilidades especiales y disfrutando al hacerlo, dado que yo era la única que todavía se sorprendía o sobresaltaba al ver arder o volar cosas, oír a Alice prediciendo y a Edward contestando preguntas no formuladas. Algo esperable, supongo. Después de medio siglo viendo los mismos trucos una y otra vez, uno se insensibiliza.


Jasper llegó justo a tiempo para impedirle a los dos gallos de riña que eran Emmett y Rosalie que comenzaran una pelea en el salón. Por indirectas e insinuaciones, yo había sabido que lo que empezaba como pelea a puñetazo limpio entre ellos solía acabar al modo de las películas múltiple equis, y eso era algo que yo no tenía deseos de ver.


Una vez más, Jasper era el hombre orquesta: acarreó la nueva carpa y las latas de comida deshidratada adentro, le sostuvo abierta la puerta a Esme, y todavía tenía concentración suficiente para enviar calma y languidez por el salón.


Rose y Emmett estaban limpiando el estropicio causado por la mezcla de espuma blanquecina y naipes a medio carbonizar cuando oímos llegar a Carlisle. El automóvil venía despacio, lo cual era normal en él, pero debía haber más, porque Jasper, Alice y Edward dejaron de inmediato lo que estaban haciendo y le dirigieron a su figura paterna toda su atención.


-Está triste, cansado… casi deprimido –informó Jasper, confundido.


-Va a meterse al medio de la corriente del río –avisó Alice-. Tiene una cara…


Esme, inquieta, se dirigió a la puerta a paso veloz, pero humano.


-Ve con él, ten necesita –le dijo Edward en voz baja a Esme-. Perdió un paciente… una niña. Está destrozado.


-Lo vi esta tarde –asintió Alice, triste-. Dile que no había nada que podía hacer. La chiquita moría en todos los futuros posibles. No es su culpa.


Esme asintió velozmente con la cabeza antes de salir. Yo me había asomado a la ventana, y desde allí observado cómo Carlisle salía del automóvil, dejaba su abrigo y sus zapatos en la orilla, y se metía en lo más profundo del río cercano a la casa. Era cierto lo que decía Alice, y también lo referido a su cara. Estaba ojeroso, pálido aún para la característica palidez vampírica, y su expresión era desgarradoramente triste.


Edward estaba a mi lado, y los dos vimos a Esme dejando sus zapatos en la orilla también antes de meterse al río, donde Carlisle no era más que un borrón claro contra el fondo barroso. Esme desapareció bajo las aguas un momento antes de salir otra vez, llevando a Carlisle con ella. Ella tomó entonces el rostro de su marido entre las manos y lo miró fijamente a los ojos, sin duda observando los recuerdos de Carlisle. Él contrajo el rostro con expresión adolorida antes de esconder la cara en el hueco del cuello de Esme, quien lo abrazó con ternura y empezó a acariciarle con suavidad los hombros. Ambos permanecieron abrazados en medio de la corriente, ella hablándole con suavidad, él respondiendo a veces.


-En verdad es una suerte para Carlisle tener a Esme -musitó Edward, con una pequeña sonrisa.


-Nunca lo había visto tan… frágil, a él –admití, mientras nos alejábamos de la ventana para dejarles un poco de tranquilidad-. Suele ser alguien seguro, fuerte, un líder… verlo tan destrozado, tan débil… tan humano…


-Ya perdió muchos pacientes, a lo largo de siglo y medio es algo inevitable –asintió Edward-, pero eso no lo insensibilizó. Sigue sufriendo cada vez que un paciente no sobrevive, y es peor cuando se trata de niños, como en este caso. Por lo que oí en su mente, una niña de siete años sufrió un accidente de tráfico junto a su familia. La llevaron al quirófano lo antes posible, pero no hubo mucho que hacer… la perdieron en la operación, el corazón había sido dañado y no pudo mantener el ritmo.


-¡Pero Carlisle no tiene la culpa, al contrario! Si pudo operarla sin desear convertirla en almuerzo, ya es demasiado…


-Dile eso a él –Edward sonrió torcido-. Como decías, Carlisle es muy humano, y cualquier vida perdida es para él como si perdiera una pequeña parte de su humanidad. Sigue pudiendo conmoverse, sufrir por los que no sobreviven, alegrarse junto a los que se recuperan… Creo que eso es lo que lo mantiene tan… vivo. Pero eso también hace que a veces él necesite un hombro en el que llorar, metafóricamente. Si bien es fuerte, hay ocasiones en que las emociones lo superan.


-¿Y por qué se metió al río? ¿Trataba de tranquilizarse antes de enfrentarnos…? –intenté comprenderlo.


-No, a él no le preocupa que lo veamos triste, o aún derrotado. Es que la cirugía fue complicada, y supongo que él no se rindió al primer intento, y se quedó junto a la niña hasta que no le quedó más que reconocer que la habían perdido… tenía el olor de su sangre muy impregnado en la ropa, y no quiso incomodarnos. Sabe lo difícil que es, sobre todo para ti, y no quiere hacerlo peor –explicó Edward.


Mi admiración creció más. Ahí estaba el buen doctor vampiro, triste y necesitado de un abrazo, pero aún así pensaba primero en mí y en mi poca resistencia al olor de la sangre…


Regresé de mis recuerdos de vuelta al presente, sólo para reafirmar mi convicción de que esos Vulturis eran unos idiotas si consideraban a Carlisle capaz de reunir un ejército dedicado a exterminar vampiros salvajes. Idiotas, o desinformados. De cualquier modo, era una tontería.


.


Con todos los Cullen ansiosos y nerviosos, yo también estaba inquieta. No volvió a tocarse el tema de la inminente o no tan inminente, no lo sabíamos, visita de los Vulturi, pero todos estábamos tensos, aunque fingiendo calma y tranquilidad.


Estaba tan concentrada en ese asunto que me tomó totalmente por sorpresa el que Alice anunciara, pocos días después de la visión, que iríamos a comprar vestidos para el baile de fin de curso.


-Alice, ¿quién en su sano juicio está pensando en el estúpido baile, con los Vulturi a la vuelta de la esquina? –pregunté en voz muy baja, empujando el carrito de supermercado por la góndola de los lácteos.


-Ay, Bella, es el primer baile de fin de curso al que asistirás en Forks, deberías estar feliz –se quejó Alice, mirando con curiosidad la variedad de trozos de queso empaquetados expuestos en el anaquel refrigerado.


Estábamos en el supermercado de Forks, haciendo compras para Charlie. Alice había insistido en acompañarme, curiosa por todas las cosas que sí tenía sentido que yo comprara.


-No me gustan los bailes –refunfuñé, eligiendo un trozo de queso Cheddar y añadiéndolo al carrito-. No tengo ningún interés en ir.


-¡Pero Bella, llamará la atención que no vayas! –protestó Alice, frunciendo la nariz ante la cercanía de un gran trozo de queso Brie-. Ya te perdiste el baile de primavera.


-Con la mejor de la excusas. No quiero pescarme una recaída, pero lo haré si es la única forma de salvarme de ese baile –repliqué, tomando dos vasos de yogurt del estante.


Yo no comería eso, pero a Jacob le encantaba, y considerando el tiempo que pasaba en casa, no sería mala idea comprar un poco de comida extra. Decidida, añadí dos vasos más de yogurt al carrito.


-¿Alguna vez fuiste a un baile en Phoenix? –quiso saber Alice, olisqueando el yogurt de vainilla con fascinación.


-Como si no lo supieras –murmuré, siguiendo viaje.


-Bella, yo veo el futuro, no el pasado –me recordó Alice, trotando a mi lado-. Entonces, ¿fuiste a por lo menos un baile en Phoenix, sí o no?


-No –confesé, deteniéndome en la sección panadería.


-¿Ningún baile? –Alice estaba atónita-. ¿Nunca?


-Alice, cuando vivía en Phoenix yo era terriblemente patosa, además de muy tímida y ni por asomo tan atractiva como ahora –intenté explicarle entre dientes, mientras elegía una bolsa de pan para los sándwiches de pescado de Charlie.


-¡Razón de más para ir ahora! –insistió Alice.


-No, Alice –repliqué con dureza, antes de seguir hablando en un tono bajo y demasiado veloz para oídos humanos-. Razón de más para mantener las distancias con un salón lleno de olorosos humanos.


-Lo estás haciendo muy bien… -empezó Alice, mientras yo seguía hacia el sector siguiente.


-… y no quiero arriesgarme a echar todo a perder –completé yo, agregando un paquete de azúcar al carrito sin dejar de avanzar.


Alice se mantuvo inusualmente callada mientras recorríamos la sección de productos de limpieza, sólo arrugando la nariz ante los intensos olores, demasiado fuertes para su delicado sentido del olfato o el mío. Yo había aprendido a no inhalar allí, pero para Alice era posiblemente la primera vez que venía al supermercado en lo que llevaba viviendo en Forks y todavía no había aprendido ese tipo de trucos.


-¿Y si Edward te lo pidiera? –me preguntó Alice de pronto, cuando recorríamos la sección verdulería. Yo estaba decidida a hacerle comer algo de verdura a Charlie.


-Edward sabe perfectamente que es demasiado peligroso –respondí seleccionando espárragos de un cajón y poniéndolos en una bolsa de plástico.


-¡Vamos, Bella! –Alice casi lloriqueaba a esta altura, ya perdida por completo la paciencia-. ¡No es tan difícil! Sólo tienes que usar un bonito vestido…


-Odio los vestidos bonitos –gruñí, encontrando de paso otra razón para no ir.


-… permitir que yo te maquille y te peine… -siguió Alice, impertérrita.


-Lo que me faltaba –suspiré dramáticamente.


-…bailar un par de piezas… -insistió Alice, poco dispuesta a darse por vencida.


-Yo no sé bailar –contesté con rapidez, ganando otro punto a favor de mi postura.


-… ¡y divertirte! –acabó Alice, sin prestar la más mínima atención a mis razones.


-Me divierte más una noche cazando patos silvestres que un baile –gruñí.


Cerca de mí, una mujer rubia que llevaba un niño de la mano me miró con estupor. Rayos, había hablado en voz demasiado alta. Me mordí el labio inferior, tomé otra bolsa de plástico y empecé a embolsar manzanas un poco más rápido y más enérgicamente de lo estrictamente necesario.


-Necesitamos el baile para distendernos y olvidarnos de los problemas por un rato –siguió diciendo Alice, poniendo una mano en mi antebrazo y dándome a entender de paso que redujera la velocidad-. Todo saldrá bien.


-¿Lo estás viendo? –inquirí en voz baja, para estar segura.


-No puedo verlo, no tomaste una decisión de si irás al baile o no –confesó Alice, con el ceño algo fruncido.


-¿Tomó Edward una decisión? –pregunté, intentando saber a qué atenerme.


-No, él espera a plegarse a la tuya –tuvo que admitir Alice a regañadientes.


-Alice –empecé de nuevo, con aire más derrotado, y en voz bajísima-. Honestamente no tengo ganas de ir al baile, pero aún si quisiera, estar en el mismo lugar cerrado que un centenar de humanos no es una opción, menos si esos humanos estarán físicamente cerca de mí, con sus corazones latiendo, la sangre latiendo por sus venas, sus mejillas sonrojadas; y menos que menos puedo siquiera considerarlo si se espera que yo baile. De acuerdo, mejoró mi sentido del equilibrio, pero eso no implica que yo sepa bailar. Me da mucho miedo descontrolarme y poner a todos en peligro: a mis compañeros humanos, a mi familia vampírica –Alice sonrió cálidamente ante mis palabras-, a mí misma… No quiero, no puedo, y por sobre todo, no debo ir.


Mal que le pesara, hasta Alice tuvo que admitir su derrota en esta ocasión. Estuvo inusualmente silenciosa mientras pasábamos las cosas por la caja. No dijo una palabra mientras yo pagaba y recibía un cupón para participar por el sorteo de una bicicleta gracias a que había comprado un paquete de fideos de una determinada marca. Recogí las bolsas, fuimos hasta mi Chevy, dejamos las cosas en la caja de la camioneta y me senté al volante para conducir de regreso a casa.


-De acuerdo –admitió Alice en el momento en que puse el motor en marcha con enorme estruendo-. Debo admitirlo: cuando tienes razón, tienes razón. Está bien.


-¿Y eso? –le pregunté, desconfiada-. Hasta hace diez minutos estabas desesperada por llevarme al baile, y de pronto…


-Me acabo de dar cuenta que tienes razón. Perdón, por favor. A veces olvido que tienes sólo cuatro meses de esta vida –Alice parecía arrepentida-. Es que te manejas tan bien que de a ratos olvido el esfuerzo que supone para ti el estar entre humanos sin atacarlos. En serio quiero ayudarte, no pretendo que te expongas más de lo necesario a las tentaciones... pero cuando de fiestas se trata me entusiasmo y olvido cosas como ésta…


-Sólo estás haciendo sentirme mal –mascullé, saliendo del estacionamiento del supermercado y comenzando a manejar por la calle mojada con cuidado-. No tienes que disculparte.


-Yo soy la que se siente mal por haberte sacado el tema olvidando lo difícil que es para ti. Me siento miserable… Oh, Bella, toda esta discusión me deprime –suspiró Alice, y con una sonrisa radiante, añadió-. Necesito un par de zapatos nuevos para levantar mi ánimo.


Sólo pude reír.


-Me pregunté qué hace una vampiresa deprimida, si no podemos comer chocolate ni helado… -reflexioné en voz alta.


-A mí comprar zapatos me resulta muy bien –respondió Alice, sonriendo otra vez-. Y voy a necesitar una cartera, y el cinto haciendo juego…


Sonriendo, me resigné a pasar otra tarde de compras con Alice. Era mejor que ir a un baile, vestida muñeca de porcelana, y aguantarme de convertir a los asistentes en la cena.


.


Cuando esa noche hablé con Edward al respecto del baile, él estuvo de acuerdo con mi decisión, y me aseguró que no le importaba perdérselo.


-Es mejor para ti, sólo te haría sufrir el tener a tantos humanos a tu alrededor –asintió Edward, reflexivo-. Por mí no te preocupes, ya fui a bailes de fin de curso suficientes a lo largo de los años. Mejor para los dos si nos libramos de Alice y su obsesión por elegirnos ropa, zapatos y peinado.


-¿En serio no te preocupa perderte el baile… ni el que todos supongan todo tipo de cosas al ver que ninguno de nosotros dos está? –le pregunté, descubriendo mi temor real.


-Me da igual perderme el baile, y hasta te diré que me gusta la idea de tenerte para mí solo –respondió Edward con su sonrisa torcida, mi favorita-. Sobre lo que digan los demás, déjalos que hablen. Como si cualquiera de ellos tuviese el derecho de tirar la primera piedra…


Sólo pude sonreír. Jessica y Mike iban a pasos agigantados en su relación, y Jess no tenía problemas en contar con pelos y señas lo que pasaba en sus citas, aún si los demás no estábamos lo que se dice ansiosos por escucharla. De todos modos, bastaba que pensara el ello para que Edward lo averiguara, lo cual a él no le hacía demasiada gracia.


-¿Qué te gustaría hacer la noche del baile? –me preguntó Edward, sonriente-. Podríamos salir a algún lugar… al cine, por ejemplo. Obviemos la cena, desde luego, pero podríamos ir a dar un paseo, si quieres. Me parece que cerca de Tacoma hay un parque de diversiones que está abierto también de noche, ¿te gustaría ir?


-¿Cómo una cita? –le pregunté yo a su vez, sonando tan cursi y tonta…


-Como una cita –confirmó Edward-. Sin vestidos largos, sin zapatos de taco, sin trajes de etiqueta, sin docenas de humanos bailando alrededor. ¿Qué me dices?


-Que prefiero mil veces la cita, aún cuando tenga mil años y un autocontrol perfecto –le respondí con sinceridad.


Edward rió con ganas y se inclinó a besarme otra vez. Como cada noche, estábamos en mi dormitorio, en la angosta cama de una plaza. Como cada noche, a mi me entraba una mezcla de nerviosismo y alegría al tener a Edward tan cerca. Y como cada noche, yo usaba uno de mis tenues pijamas, y Edward la acostumbrada ropa de calle.


Yo había estado dudando cómo encarar la situación a lo largo de días, desde que nuestra relación se hizo oficial y pública. No habíamos llegado más allá de unos besos más o menos apasionados, ni siquiera caricias más atrevidas que unos roces en el cuello, los brazos o la cabeza. Y yo estaba a punto de padecer una combustión espontánea. Cada vez que Edward me besaba sentía una sed que nada tenía que ver la con la sangre; su olor me atontaba y embriagaba, sus inocentes caricias me hacían desear desesperadamente más.


Ésta vez no fue la excepción. Lo abracé más, con cuidado de no lastimarlo, pero queriendo sentir cada centímetro de su cuerpo contra el mío. El beso se volvía más intenso y apasionado; como no necesitábamos respirar, no tenía sentido interrumpirlo. Me giré para acabar de espaldas, con él encima de mí, y rodeé su cintura con una pierna mientras deslizaba una mano por debajo de su camisa para acariciar la piel de la espalda. Del pecho de Edward salió un extraño sonido, mezcla de gruñido y gorgoteo, antes de que interrumpiera el beso y se alejara hasta sentarse a los pies de la cama, respirando profundamente. Sus ojos de color ámbar brillaban intensamente.


-Bella, por favor, que no soy de madera –masculló Edward, las manos apretadas en sendos puños.


-¿No… no me quieres? –alcancé a tartamudear, avergonzada hasta lo indecible al haber malinterpretado hasta ese extremo lo que él sentía por mí…


-Te quiero, tontuela, te quiero demasiado –los ojos de Edward tenían un brillo casi febril mientras hablaba-. ¿Sabes lo difícil que es resistirme?


-No te resistas –sugerí, rogando internamente que por una vez Edward me hiciera caso.


-Ay, Bella, por favor –su expresión era atormentada-. No me lo hagas más difícil.


-No tiene por qué ser difícil –insistí-. Te amo, me amas, nos deseamos… ¿qué hay de difícil en todo esto?


-Tu padre está en la habitación de al lado –masculló Edward.


-Está durmiendo profundamente –repliqué-. Podemos ir a otro lado si es por eso.


-No, no es por eso solamente… -Edward se pasó las manos por el cabello, con expresión desesperada-. Bella, por favor, comprende que recibí una educación muy estricta, y…


Edward se quedó callado, mirando a la nada. Yo no lo seguía muy bien, pero me esforcé en tratar de entenderlo. Me senté también, con lo que quedamos cara a cara, yo en la cabecera de la cama y él a los pies.


-No te sigo –confesé-. ¿Qué es eso de tu educación? ¿Te preocupa que no tengamos… protección?


-Bella, no hay riesgos de embarazo y no podemos contagiarnos enfermedades, no me refiero a los preservativos –respondió Edward con una sonrisa torcida-. En mi época, puedes creerme que no era ésa la educación que recibíamos. Las cosas eran un poco distintas en cuestión de relaciones de pareja a principios del siglo XX.


-Entonces, ¿qué es lo que te detiene? –inquirí, entre curiosa y frustrada.


Edward suspiró profundamente, intentando tranquilizarse, y me pareció que también buscaba las palabras con las que expresarse.


-Creo que te mencioné sobre la discusión que Carlisle y yo mantuvimos hace un par de décadas sobre si la transformación en vampiro nos hacía perder el alma o no –empezó Edward, mirándome con atención.


-Sí, me lo mencionaste… hace como dos meses –añadí, sorprendida-. Parece que hubiese sido hace mucho más.


-Sí, fue antes de… todo lo que pasó últimamente –asintió Edward, pensativo.


-Pero no te vayas del tema –advertí-. Carlisle decía que eso no hacía perder el alma, que la responsabilidad sobre las acciones seguía en esta vida o existencia o lo que sea.


-Y yo sostenía que al transformarnos perdíamos el alma –prosiguió Edward-. Me parecía el precio a pagar. Una eternidad en la tierra, a cambio de evitar la muerte. Pero sin un cielo ni infierno, o lo que haya después de la vida, para nosotros.


-No te sigo, Edward –admití, frustrada-. ¿Qué tienen que ver tus delirios metafísicos con tu negativa a… acostarte conmigo? Espera –frené, cayendo en la cuenta de algo importante-. Espera. Decías "yo sostenía que…"


-Exacto, chica lista. Sostenía. Pretérito imperfecto, modo indicativo –sonreía Edward.


-¿Entonces cambiaste de opinión?


-Más o menos –Edward titubeó antes de seguir-. No puedo estar completamente seguro de que haya una salvación posible para nosotros, pero últimamente estoy dudando. Si hay una mínima esperanza, no puedo perderla, y la castidad es todo lo que me queda. Quiero al menos hacer bien esto. No estoy seguro, pero por si acaso, no quiero arriesgarnos a quedar excluidos del Paraíso… en especial a ti.


-Ahí sí que me perdí. ¿No se supone que los dos estamos salvados o perdidos por igual?


-No estoy seguro de que estemos salvados o perdidos, y en todo caso, mi alma (en caso que tenga una) está mucho más manchada y arruinada que la tuya. Yo mentí, robé, tomé el nombre de Dios en vano, codicié bienes ajenos… -enumeró Edward.


-Yo también maté, y miento todo el tiempo –le hice ver.


-Mientes tan mal que no cuenta; y mataste por necesidad, por sed –dijo Edward con ansiedad-. No fue tu culpa…


-Edward, detente –lo atajé con las dos manos en alto-. Sí maté, y sí fue mi culpa, y sí me arrepiento, y sí haré lo imposible por no volver a hacerlo. No minimices lo que hice.


-De todos modos, y volviendo al tema, yo maté durante diez años, y aunque los muertos eran escasamente más humanos de lo que soy yo, siguen siendo asesinatos de personas –me dijo Edward en tono bajo, neutro-. Lo peor es que lo hice a pesar de saber que había otra opción. Mentí millones de veces, no siempre para evitar ser descubierto. Bella, en caso que aún tenga una, mi alma está arruinada de un modo insalvable…


-Edward, yo asesiné a una chica embarazada que encontré tirada a un lado de una calle, herida y abusada. Si vamos a competir a ver quién cometió el acto más aberrante, creo que gano yo. ¿Qué crees que me precipitó a mi estado de aturdimiento mental? -le dije con un gruñido amenazante.


Los ojos de Edward estaban desorbitados de sorpresa, y me di cuenta demasiado tarde que acababa de decir lo que me había prometido a mí misma a no decirle a él, por su tendencia a reaccionar de forma exagerada.


-Uh, mier…coles –me corregí justo a tiempo para no decir una grosería-. No tenía intenciones de contarte eso. No me malinterpretes, confío en ti y pondría mi existencia en tus manos, pero sé de tu gusto por atormentarte echándote la culpa de todo, y no quiero que sufras inútilmente. De todos modos, quedó en el pasado. Es horrible y me arrepiento muchísimo, pero no gano nada con flagelarme con el recuerdo… sólo puedo mirar hacia delante y adoptar la dieta a base de animales, con la esperanza de ser suficientemente fuerte para no lastimar nunca más a nadie.


Edward tenía una expresión muy rara en el rostro. Era increíblemente expresivo, pero a la vez estaba como en blanco. Estaba inmóvil, apenas si respiraba.


-Bella…


También su voz irradiaba tal mezcla de emociones que no pude ni siquiera empezar a descifrar cuál era la predominante. Ternura, miedo, aprensión, respeto, sorpresa, devoción, culpa, admiración, asombro, fervor…


Edward se acercó muy lentamente, tomó mi mano derecha y depositó un beso en el dorso sin dejar de mirarme con esa expresión que empezaba a hacerme sentir incómoda.


-Hay pocas personas que respeto y admiro de verdad, y creo que nunca admiré a nadie tanto como a ti, Bella, en este momento –me dijo con un tono reverente-. Te amo y te admiro, y quiero pasar cada día del resto de la eternidad a tu lado. Bella Swan, ¿querrías casarte conmigo?


Los dos nos quedamos estáticos. No sé él, pero yo, de la sorpresa. Ni en mil años se me hubiese ocurrido que su discurso iba en esa dirección.


-Oh, demonios, por favor golpéame –masculló Edward, soltando mi mano y escondiendo la cara entre sus manos-. Golpéame fuerte, usa toda tu fuerza de neófita. Soy un idiota… bueno, aún me queda una esperanza –Edward emergió de entre sus manos y me miró con timidez-. ¿Querrías casarte conmigo… dentro de doscientos ochenta y tres años?


-¿Qué tipo de propuesta es ésa? –alcancé a tartamudear, sin salir todavía de mi estupor.


-Bueno, una vez me dijiste que no tenías pensado casarte antes de los treinta, pero que ahora trescientos años te parecían pocos para casarte –me recordó Edward-. Yo me había propuesto pedírtelo el día en que cumplieras treinta como primera tentativa, pero… bueno, creo que de todos modos no hubiese resistido tanto.


-No te entiendo –dije por fin, sacudiendo la cabeza-. De todo lo que está pasando esta noche no puedo sacar en limpio más que un montón de cosas confusas. Primero te niegas a acostarte conmigo sin explicarme debidamente por qué, después empiezas con tus dudas religiosas y acabas pidiéndome matrimonio pero para dentro de casi trescientos años. ¿Tiene sentido algo de eso?


-Aunque no parezca, todo está relacionado –Edward sonrió levemente-. Te deseo físicamente y mucho, pero me educaron en una época bastante más moralista que ésta, y las relaciones fuera del matrimonio no son algo que yo pueda aceptar sin más.


-Pero tus hermanos… -objeté.


-Alice y Jasper ya se habían casado cuando se unieron a la familia, y Rosalie y Emmett se casaron más veces de las que yo llevo la cuenta –me informó con una sonrisa-. Dentro de un par de años probablemente tendremos que ir a su boda de nuevo, Rose desea recorrer Sudáfrica en su luna de miel. Y yo fui el padrino de boda de Carlisle y Esme, ¿sabías? Emmett bromea al respecto que soy hijo ilegítimo, nacido fuera del matrimonio.


Sólo pude reír y sacudir la cabeza. Era algo muy propio de Emmett el hacer ese tipo de chistes.


-Por eso, y si bien te amo y me atraes físicamente como nunca antes lo hizo ninguna otra mujer, es que quiero que nos casemos antes de… pasar a mayores –intentó explicarme Edward-. Además, está el asunto del alma.


-Yo no estoy muy segura de que siquiera los humanos tengan alma, y hasta no hace mucho, creías que los vampiros estábamos malditos y habíamos perdido el alma –le recordé con fastidio-. ¿Ahora se te tenía que venir a ocurrir que quizás sí podamos ir al Cielo si obedecemos las reglas de las religiones humanas? ¿Qué fue lo que te hizo cambiar de opinión?


-No es que esté completamente convencido, pero… creo que siempre tuve la esperanza –admitió Edward-. El amor siempre me pareció algo que no podría ser si no se tuviese alma. Conviviendo junto a tres parejas tan enamoradas como el primer día, después de más de ochenta años en el caso de mis padres, casi setenta en el de Rose y Emm, y más de cincuenta en el de Jazz y Alice, mis ideas tan firmes empezaban a tambalearse. No olvides que puedo oír sus mentes y sé de primera mano cuánto se aman. Una vez que el cambio llega, es para siempre… llevan décadas viéndose con la misma mirada sorprendida y atontada del primer amor.


Mis certezas estaban menos firmes que antes, y entonces te conocí. Primero fue una especie de obsesión: una neófita, capaz de controlarse, interactuando entre humanos. Impactante. No podía oír tu mente, algo que nunca antes me había pasado con nadie, y que sólo te hizo más atrayente. El aspecto físico ayudaba, sin dudas, y empecé a conocerte más… y me enamoré por completo. Antes de poder siquiera ponerme a pensar al respecto, estaba besando el suelo que pisabas –admitió Edward con una sonrisa dulce-. Mi severa moral no me permitía llegar más allá de imaginarme besándote o abrazándote, pero lo imaginaba con intensidad suficiente como para que Carlisle y Jasper se sintieran incómodos en mi compañía.


Eso creaba una paradoja: si no tenía alma, no debería importarme pecar de lujuria o fornicación, pero tampoco podría amar. Pero dado que era capaz de amar, quizás sí tenía alma, y entonces tendría que hacer al menos lo posible para intentar salvarla de la condena eterna, y eso implicaba obedecer las reglas en medida de lo posible, lo cual me llevaba a que no podría sucumbir a mis deseos carnales –terminó de exponer Edward.


-Pasaste horas debatiendo contigo mismo, ¿eh? –sacudí la cabeza, sin poder evitar una sonrisa-. Todo eso te convenció de que nos tendríamos que casar antes de… antes de nada.


-Exacto. Pero como me habías dicho eso de que no pensabas casarte pronto… -la expresión de Edward se volvió entre ansiosa y calculadora-. Sólo me quedaba la esperanza de que bastaría con esperar trece años y que cedieras a casarte a los treinta.


Tuve que cubrirme la boca con ambas manos para no estallar en carcajadas. Tuve que recordarme que era qué sé yo qué hora de la madrugada, y no quería despertar a Charlie.


-Sabes, creo que temo más la condena que caerá sobre mí de labios de mi madre que el hecho en sí de casarme, más aún si es contigo –confesé-. Reneé siempre colocó al matrimonio a edad temprana muy encima de toda la lista de cosas peligrosas y prohibidas, más que salir en moto sin usar casco, dejar la llave del gas abierta o tocar con las manos desnudas un cable de alta tensión. No puedo imaginarme diciéndoselo.


-No se lo digas. Casémonos primero y le envías una tarjeta de felicitación después –sugirió Edward-. Desde el destino de la luna de miel, preferentemente. ¿Qué te parece?


Nuevamente casi empecé a reír a carcajadas.


-Creo que fugarse es lo único que podría agravar el delito del matrimonio antes de los treinta –me sonreí-. Fue el beso de la muerte para la relación entre Reneé y Charlie. De todos modos, no creo que podamos hacer nada antes de que ambos tengamos cumplidos los dieciocho oficialmente.


-Según mis documentos de este momento y lugar, cumplo los dieciocho en un par de semanas –caviló Edward-. ¿Cuándo es tu cumpleaños?


-En septiembre –informé-. El trece de septiembre.


-¿Quieres una boda blanca, romántica y tradicional, con todo Forks y alrededores invitado, o una ceremonia más sencilla te basta? –me preguntó Edward, sonriendo.


-Un momento, todavía no dije que sí –lo frené yo-. Reneé hizo un excelente trabajo inculcándome sus prejuicios. No digo que tengas que esperar trece años más, pero… al menos hasta que termine la carrera.


-Eso son cinco años –comentó Edward en tono mezcla de decepción y duda.


-Eso si sigo una carrera de grado, que dure cuatro años, más el año que nos falta para completar la escuela secundaria –observé yo-. Si me decido por una especialización, podría tardar más.


Edward se quedó callado por un minuto, una mueca reflexiva en su rostro. Por fin, volvió junto a mí y se acostó en el mismo lugar que antes. Yo también me tumbé, dudosa sobre qué diría él. Edward nos cubrió a ambos con las mantas, rodeó mi cintura con un brazo y cerró los ojos, como si durmiera profundamente.


-De acuerdo –dijo de pronto, cuando yo ya creía que no contestaría, y estaba por disculparme por mi exigencia-. Esperé casi ciento diez años a encontrarte, y valió la pena cada segundo de espera. Unos años más antes de casarnos no harán diferencia.


-Edward, ¿eso qué significa? –pregunté, dudosa.


-Significa que en realidad tuve mucha suerte –dijo, abriendo los ojos y sonriéndome satisfecho-. De tener que esperar doscientos ochenta y tres años para hacerte mi esposa, negocié en cambio que sólo fuesen seis o siete. Aún si fuesen diez, es un trato muy ventajoso.


-Pero si aceptas esperar hasta que acabe mi carrera para casarnos, también aceptas que no tendremos intimidad hasta ese momento, ¿o me equivoco?


-No te equivocas. Pero como te mencioné antes, es un acuerdo de lo más favorable.


-¿Vas a esperar diez años? –insistí, queriendo estar segura.


-A menos que accedas a casarte conmigo antes… sí –respondió Edward, sonriendo angelicalmente.


-Espero que te des cuenta de lo absurdo que es todo esto –suspiré-. Se supone que yo soy la que debería querer casarse, y que es tu rol estar ansioso por no esperar hasta el matrimonio. ¿En qué momento el mundo se puso patas para arriba y yo no me enteré?


-Bella, nuestra relación, como decías no hace mucho, es todo menos convencional –me recordó Edward, acariciándome el rostro con sólo la punta de los dedos-. Si tomas en cuenta en que época y que costumbres fue educado cada uno de nosotros, es lo más lógico. Además, yo sí estoy ansioso, pero quiero hacer las cosas como se deben, y eso significa pasar por el altar antes que por la cama.


-Mmppff –arrugué la nariz-. Lo siento, pero no puedo evitar que la idea de casarme, aunque sea con mi príncipe azul, me parezca una cosa terrible.


-¿Ayudaría si te ofrezco un anillo de compromiso? –ofreció Edward-. Tenía pensado hacerlo, pero las cosas se me salieron de control –se disculpó-. Tampoco tenía pensado pedirte matrimonio hoy, de modo que no vine preparado.


-Hablas como si tuvieses un anillo en el cajón de la mesita de luz –me burlé.


-En el cajón de la mesita de luz no, pero en la esquina derecha del primer cajón de la cómoda, sí –me replicó Edward, sonriendo como un demente-. ¿Voy a buscarlo?


-¡Ni-se-te-ocurra! –siseé, espantada ante la idea-. ¡Nada de anillos!


-De acuerdo, nada de anillos hasta que el anuncio sea oficial –aceptó Edward de buen humor. Mi furiosa negativa parecía divertirlo-. ¿Cuánto tiempo antes de casarnos nos debemos comprometer? Creo que eran seis meses en mis tiempos, pero no sé cómo están las cosas hoy día. No es como si me hubiese preocupado el tema antes. ¿Deberíamos preguntarle a Jessica?


-¡A Jessica nunca! –salté, espantada-. ¡Es la forma más segura de que todo Forks se entere!


-Oh, cierto. ¡Cómo no me di cuenta! –respondió Edward con un tono terriblemente inocente.


-Te odio –le gruñí, tapándome la cabeza con las mantas-. Duérmete.


-Buenas noches, Bella, mi amor, mi futura esposa… -dijo él con voz cantarina.


Sólo pude volver a gruñir, mientras su risita flotaba por la habitación. ¿Cómo era posible que una charla tan inofensiva, sobre el baile de fin de curso, acabara en un compromiso matrimonial, aunque sea a plazo de diez años?


.


Un par de días más tarde, el año lectivo estaba oficialmente concluido. Mis calificaciones resultaron ser las segundas mejores de la promoción, apenas centésimas detrás de Eric. Las calificaciones de la primera mitad del año, mientras estudiaba en Phoenix, arruinaban mi impecable promedio logrado en Foks.


Edward estaba empatado con Alice en el tercer lugar. Cuando le pregunté por qué no habían obtenido los mejores promedios si podían hacerlo, él me respondió con una sonrisa que era mejor no llamar la atención. Era costumbre en ellos fallar en una respuesta decisiva, equivocarse en algo crucial, desarrollar impecablemente la demostración de un teorema para luego contestar mal una pregunta tonta. Era casi un hobby encontrar el punto exacto en que fracasar, el que les permitiría lograr el segundo lugar. Nunca eran los primeros, no lo habían sido nunca en ninguna de las decenas de escuelas en las que habían cursado, sino siempre los segundos. O en su defecto, me dijo con una sonrisa, los terceros.


Rosalie, Emmett y Jasper habían terminado una vez más la escuela, y oficialmente se iban a la universidad. Ellos tres estaban empatados, con exactamente el mismo promedio, en el segundo lugar de su promoción. Los tres habían cometido errores distintos al momento de no obtener la nota máxima en una asignatura. Emmett había fallado en el examen de anatomía, en lugar de 32 respondió que el ser humano tenía 64 dientes. Rosalie había escrito que Colón llegó a América en 1942, lo cual fue tomado con un error producido por el nerviosismo del examen, pero error al fin. Jasper resolvió un complejísimo problema matemático de un modo impecable, sólo para 'equivocarse' al momento de colocar una coma y así tener mal el resultado.


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Ya de vacaciones, teníamos más tiempo libre para no hacer nada, pero eso también implicaba que teníamos más tiempo para preocuparnos por los Vulturi. Alice seguía sin poder ver nada nuevo o más exacto al respecto. Parecía ser de día cuando ellos llegaban, pero no quedaba muy claro si era verano o invierno. No es como si el calor o frío se pudiese deducir de la vestimenta de alguien a quien el tiempo atmosférico no afecta.


Jake y su jauría también estaban ansiosos, preocupados por que los Vulturi atacaran gente. Carlisle les había explicado que venían en una misión de pacificación, no con intenciones de alimentarse, pero eso no los había calmado.


-Por favor, Jacob, diles a todos que tengan mucho cuidado –le repitió Carlisle, serio.


-Vea, doctor, entendemos que son de los suyos, pero si atacan a alguien, los destrozaremos –advirtió Jake, medio disculpándose, medio desafiante-. Nuestra misión es proteger a las personas.


-Claro que sí, Jacob. Yo me refería a que tuviesen cuidado de no atacarlos solos. Si alguien de tu jauría se encontrara él solo con el grupo de vampiros, podría salir muy mal herido, o peor que eso. Los que vienen son guerreros, luchadores profesionales, acostumbrados a matar sin dudarlo –intentó hacerle ver Carlisle-. Me preocupa que alguno de tus compañeros de jauría acabe muerto. Son ocho los que, por el momento, sabemos que vienen, y son la elite de las fuerzas de combate.


-¿Le preocupa más que muera alguno de los lobos, que el que ataquemos a los de su especie? –repitió Jacob, confundido y admirado.


-Jacob, muchacho, los Vulturi posiblemente vienen a exterminar a mi familia –sonrió Carlisle con tristeza-. Haremos lo posible por defendernos, pero no quiero que nadie más acabe involucrado más allá de lo necesario. Bella estará con nosotros porque es prácticamente parte de la familia y apartarla sólo la pondría en más peligro. Pero tu jauría está para proteger la reserva, no para salir a cazar otros vampiros, más a unos tan peligrosos. Adviérteles que se queden cerca de La Push. No creo que los Vulturi se dirijan allí a atacarlos, pero nunca se sabe.


-Doctor… Usted y su familia, ¿están en peligro? –Jacob parecía angustiado ante la idea.


Jasper tomó el relevo y le explicó en general lo que pasaba. Jake escuchó con suma atención, sorprendido e incrédulo ante lo que oía.


-¿Esos vampiros que se creen reyes vienen a matarlos? –preguntó, incrédulo.


-Quisiera creer que es sólo una visita de cortesía, pero tratándose de Aro, lo dudo.


-Pero, ¿no hay nada que puedan hacer? –preguntó Jacob, inquieto, retorciéndose sus grandes manos-. No sonará muy valiente, pero, ¿pensaron en huir?


-No serviría de nada. Con Demetri, un rastreador de primera, entre ellos, no tenemos oportunidad –masculló Jasper, desalentado.


-¿Dispersarse? –sugirió Jacob-. Si se separan, tendrían más oportunidades…


-Sólo ganaríamos tiempo, quizás unas horas, quizás unos meses –respondió Esme esta vez-. Nos cazarían uno por uno. Preferimos afrontar juntos lo que esté por venir.


-¿Entonces…? –los ojos de Jake brillaban.


-No vamos a atacarlos –aclaró Edward-. Pero nos defenderemos si ellos atacan.


-Lo cual quiere decir que probablemente habrá una masacre –se frotó las manos Emmett, con una sonrisa enorme y peligrosa.


-Tenemos armas como para defendernos –acotó Rosalie con suficiencia-. Yo sigo diciendo que no hay mejor defensa que un buen ataque, pero por acá no me escuchan.


-Rose, intentemos por las buenas primero –casi suplicó Carlisle, que lucía agotado-. Alguien de los nuestros podría caer si empezamos por atacarlos. Yo… no soportaría perder a nadie.


-¿Te parece que si son ellos los que atacan, vamos a estar a salvo? -gruñó Rosalie.


-Me parece que contamos con la ventaja de estar alertas y preparados, de saber que vienen y quiénes son los que vienen –respondió Carlisle-. A la menor de señal, atacamos, pero no antes.


-Todavía no capto del todo por qué querría alguien dañar a su familia –murmuró Jake.


Esta vez fue Edward quien le explicó a grandes rasgos la situación, usando más o menos las mismas palabras con las que me lo había explicado a mí tras la cacería.


-Es todo tan alucinante… De acuerdo, les creo, pero sólo porque los conozco –admitió Jake finalmente-. Si no lo supiera mejor, diría que esto el delirio de la mente de una estudiante de Literatura con demasiadas lecturas en su cabeza y necesidad de echar un cable a tierra contando una historia retorcida y sin mucho fundamento. Pero… les creo.


.


Los días pasaban. Los vampiros estábamos tensos; los licántropos, ansiosos. Las visiones de Alice se volvían más definidas, más nítidas. Era cada vez más probable que los Vulturi viniesen, pero seguía sin haber una fecha definida. No nos atrevíamos a salir de Forks por miedo a que llegaran justo cuando algunos de nosotros no estuviésemos. Solo cazábamos ciervos y linces en los bosques cercanos. Alice ni siquiera salía a hacer compras más lejos de Forks, Carlisle llevaba el teléfono siempre encima, aún en el hospital. Edward y yo pospusimos nuestra salida al parque de diversiones para después de la visita de los Vulturi, aunque interiormente no pude evitar preguntarme si no sería mejor darnos el gusto en vida… mientras viviéramos. No se hablaba mucho del tema, pero pude notar que en general reinaba el pesimismo en cuanto a nuestra probable supervivencia.


Emmett sostenía que lo mejor era destrozarlos primero y preguntar después, por si acaso. Rosalie chasqueaba la lengua y mascullaba sobre asar vuelta y vuelta al tal Aro. Jasper casi no hablaba por esos días, la tensión que emanábamos los demás debía estar volviéndolo loco. Alice seguía demasiado obstinada en atisbar el futuro como para preocuparse por estrategias, y estaba casi todo el tiempo con la mirada desenfocada. Edward quería planificar una estrategia de ataque en el caso que los Vulturi viniesen con intenciones de atacarnos, y otra en el caso que sus intenciones no fuesen descuartizarnos y quemarnos al primer contacto. Esme se aferraba con uñas y dientes a la idea de que Aro y los suyos venían a curiosear, pero sin intenciones asesinas. Carlisle y yo éramos los que más dudábamos sobre qué podía llegar a pasar. Yo, porque no tenía una idea muy exacta de qué esperar; Carlisle, porque quería creer en las normas y que los Vulturi no las romperían asesinando a alguien libre de culpa y cargo, pero conocía la ambición de Aro y no se fiaba de qué tan respetuoso de las leyes era cuando había dones poderosos de por medio.


Las visiones de Alice fueron arrojando detalles poco a poco. Ahora era el atardecer, la hora del crepúsculo, cuando llegaban nuestros visitantes. Aro iba sonriente, los demás eran más bien inexpresivos. Sulpicia, junto a su marido, mostraba una sonrisa cortés.


De pronto, de un momento al otro, todo había desaparecido. Alice no pudo ver más nada, sólo oscuridad. Eso casi la volvió histérica; Jasper sudó la gota gorda (por así decirlo) para evitar que su mujer sufriera un ataque ahí mismo.


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Reunión familiar de urgencia. Todos en el comedor, sentados alrededor de la mesa. Alice parecía enloquecida, con la vista desenfocada y los puños apretados, haciendo lo imposible por ver el futuro, sin poder ver nada. Jasper tenía una cara de muerto resucitado, con una mano sobre la de Alice. Emmett parecía despreocupado, mientras Edward compartía la angustia de Alice. Yo dudaba entre tranquilizarme por que ese futuro hubiese desaparecido, y aterrorizarme porque ya ni siquiera Alice podría advertirnos. Carlisle intentaba también echarle un vistazo al futuro, sin mejores resultados que Alice, a juzgar por su expresión. Rosalie y Esme estaban completamente tensas cuando llegaron de la caza y se unieron a la reunión.


-Ahora que estamos todos, ¿podemos empezar? –preguntó Emmett con tranquilidad.


Los demás, excepto Alice y Carlisle, que seguían con la mirada desenfocada, se giraron a mirarlo con expresiones que variaban del asombro a la furia. Yo sólo pude observarlo con incredulidad. Emmett era impulsivo, pero no estúpido. ¿Cómo podía estar tan tranquilo?


-¿Qué? –preguntó Emmett con impaciencia, mirando en torno con desafío-. No sé por qué se preocupan tanto. El que Alice no pueda verlos es una buena noticia, ¿no lo entienden? Significa que ese futuro desapareció. ¡Los Vulturi no vienen!


-Es una posibilidad –murmuró Esme, esperanzada, pero cauta.


-¿Y si es un estratagema de los Vulturi? ¿Y si tienen entre ellos a alguien que puede bloquear las visiones de Alice? ¿Alguna especie de escudo, que impide que ella los vea? ¿Qué si tienen una nueva adición a sus fuerzas de combate, alguien que es capaz de bloquearnos de esa manera? –dijo Edward, con un brillo desquiciado en sus ojos dorados que lo hacía parecer demente.


-Lo lamento, no hay nada que hacer –suspiró Carlisle, parpadeando de regreso al presente-. No es que yo haya sido muy bueno en esto antes, pero ahora no puedo ver nada.


-Si los Vulturi en verdad tiene algún nuevo luchador, o luchadora, así de bueno entre ellos, lo mejor que podemos hacer es acabarlos ni bien aparezcan –gruñó Rosalie, entre los dientes apretados. Su postura corporal, con los brazos cruzados frente al pecho y echada hacia atrás en la silla, por no hablar de su ceño tan fruncido que de ser humana se le hubiesen marcado arrugas de por vida, irradiaba enojo y desafío.


-Por favor, cálmense un poco –medio gimoteó Jasper, con los hombros encorvados.


Me esforcé por pensar en cosas agradables y tranquilizadoras, no tenía intenciones de hacerle las cosas más difíciles a Jasper. Bastante mal lo había estado pasando todo este tiempo. Alice puso una mano en el hombro de Jasper, en un silencioso apoyo. Los dos no eran muy demostrativos de su afecto en público, en buena parte porque a Jasper no le hacía falta que Alice se le tirara al cuello y le llenara la cara de besos para saber cuánto lo amaba ella.


De pronto, antes de poder seguir discutiendo, un ruido de patas corriendo nos alertó a todos. Nos quedamos inmóviles, escuchando con atención. Gracias a mi nuevo oído y a la práctica de la caza, yo noté de inmediato que eran patas y no pezuñas lo que oía, que esas patas tenían las uñas afuera, arañando el suelo, y pronto pude notar que eran acompañadas de unas respiraciones jadeantes.


Sin ponernos mayormente de acuerdo, todos estábamos delante de la casa en un abrir y cerrar de ojos. De un modo casi instintivo, Carlisle su ubicó en medio y adelante, flaqueado por Emmett y Jasper, con el resto de la familia ligeramente más atrás y a los costados. Me sorprendí al ver que la forma en que se habían parado todos era casi igual a como se habían dispuesto para recibir a los nómadas: relajados, pero alertas.


Ahí mismo entró una impresionante jauría en nuestro campo de visión. Jacob no me había contado nada sobre los lobos después de que Jared se uniera al grupo, de modo que, sin reflexionar mucho al respecto, yo seguía pensando en cuatro licántropos. Nunca hubiese esperado encontrarme frente a doce lobos del tamaño de caballos.


Miré a los demás vampiros, intentando ver si estaban tan atónitos como yo, y me consoló un poco advertir que, en efecto, sólo les faltaba dejar colgar la mandíbula hasta el ombligo para demostrar por completo su asombro y sorpresa.


Edward fue el primero en recuperarse, y carraspeó antes de hablar.


-Hum, la jauría de Jacob tiene una oferta que hacernos –informó Edward, asombrado y admirado-. Jacob pregunta si están de acuerdo en que yo oficie de traductor. Él no puede recuperar su forma humana ahora, porque sus ropas no aparecen y desaparecen junto a él, y por respeto a las damas presentes...


-Claro, somos todo oídos –articuló Carlisle, aún sorprendido. Los demás se relajaron un poco, y debo decir que ver que los lobos venían en son de paz también me calmó bastante a mí.


-Lo discutimos y pensamos bastante, y resolvimos ofrecerles nuestra ayuda –expuso Edward con voz profunda, traduciendo el pensamiento de Jacob.


-¿Ayuda? –sopló más que habló Esme, mientras los demás ponían (poníamos) ojos como platos.


-Si el problema para defenderse de esos tales Vulturis es que están en desventaja numérica, estamos dispuestos a ayudarlos. Preferimos tener a los Cullen de aliados, que a esos vampiros italianos vagando por aquí. Este clan no atacó a humanos por la zona, nos advirtió de la llegada de los extranjeros, respetó siempre el Tratado… -enumeró Jacob a través de la boca de Edward-. La convivencia es posible, respetando ciertos límites. Pero esos que están por llegar son un peligro para nosotros y todos los humanos de por aquí, de modo que preferimos aliarnos a este clan y unir fuerzas para destruirlos, si hiciera falta.



olaaaaaaaaa ya estoy de vuelta con un nuevo capiii 

siento muxo la tardanza :s`pero como ya sabeis estuve de vacaciones xDDD

bno espero q os guste el capitulo:)

nos leemos en el proximo besos a todas

P.D os podriais pasar por el otro fic q tengo "Regreso a los recuerdos" q esta x terminar :D

Capítulo 13: Todos los dias un poco Capítulo 15: La noche de los dones

 
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