Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32272
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 14: Se quien es el malo

Bella metió el último maniquí en el escaparate del estudio de su padre, confiando en que con aquel cuerpo de plástico le bastara para acabar de crear el último escaparate que pensaba decorar en toda su vida.

Su padre tendría que buscar a alguien que la reemplazara. Ella tenía que dirigir su propia empresa y no podía perder el tiempo decorando escaparates. Pero pensaba abandonar el escaparatismo con un auténtico bombazo.

Con ese fin, colocó una pistola de juguete en las manos de uno de los maniquíes masculinos. Aquel escaparate sería en parte un comentario político, en parte una sátira de la familia Swan. Y, en parte, un homenaje a Edward.

Separarse de él le había resultado doloroso. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? Edward no confiaba en ella, no la consideraba uno de los buenos. A sus ojos, Bella estaba demasiado condicionada por el mundo en el que había crecido. Quizá quedarse con una copia de la cinta hubiera sido un modo de recordarse a sí mismo la clase de mujer que era, al me nos en su opinión. O sea, una mujer que confraternizaba con criminales y grababa vídeos escandalosos.

Pero, aunque así fuera, Bella se sentía en parte halagada porque la encontrara lo suficientemente atractiva como para ver su vídeo una y otra vez. Al menos, Edward le había dado una confianza en sí misma que nunca antes había tenido.

Bella metió una caja de corbatas de seda en el escaparate y empezó a colocárselas a los maniquíes. Había rebuscado en varias cajas intentando encontrar las corbatas adecuadas para los maniquíes que hacían de buenos, pero su padre tenía una provisión limitada de corbatas chillonas. Los malos llevaban jerséis de cuello vuelto de color negro y trajes de mil rayas. Sus enemigos, en cambio, lucían sombreros de vaquero blancos y chaquetas de etiqueta, simbolismo que resultaría obvio hasta para el transeúnte más apresurado.

Lástima que, en la vida real, no pudiera clasificarse a los hombres tan a simple vista. Al mirar a Edward, Bella solo había visto el exterior. Un exterior que al mismo tiempo apelaba a su sentido del estilo y lo repelía. Sin embargo, había fracasado a la hora de ver más allá de su apariencia, de comprender los elevados valores morales y el sentido de la nobleza que formaban parte de él tanto como la quijada severa y los verdes ojos como esmeraldas.

Suspirando, Bella les puso unas gafas de sol a los dos maniquíes que hacían de buenos. Estos eran los dominadores de la escena, los apuestos vengadores del Distrito de la Moda dispuestos a derrotar a los cuatro villanos perfectamente vestidos con sus trajes a rayas.

Bella no pretendía enfadar a su padre con aquel escaparate. Solo deseaba abrirle los ojos respecto a cómo lo veían los demás.

De pronto, vio que la cortina de detrás del escaparate se movía.

-Bonjour, Bella -dijo su padre, abriendo las cortinas-. ¿Qué tal va tu nueva creación? -miró el escaparate con interés.

Bella no estaba preparada para enfrentarse a él ese día. Pero, pensándolo bien, tal vez si esperaba a estarlo, nunca hablaría con él.

-Bien, papá. Pero este será mi último escaparate. Tengo mucho trabajo. He de ultimar los detalles de mi nueva colección para el preestreno de la semana que viene.

Bella se preparó para oír una canción a pleno pulmón, pero, en lugar de ponerse a cantar, su padre le sonrió afectuosamente.

-Desde luego, cariño. Los escaparates pueden esperar unas semanas.

Bella apretó los dientes un instante.

-No, papá, voy a dejarlo definitivamente. No puedo diseñar y al mismo tiempo seguir decorando tus escaparates. Es demasiado trabajo para mí.

En lugar de contestar, su padre intentó distraerla. Primero, le ofreció una taza de café. Luego, intentó llamar a Jessica, la contable, para que le echara un vistazo al escaparate. Incluso llegó al punto de meterse en el escaparate para dar algunos retoques a los maniquíes.

Pero Bella consiguió reconducir el cauce de la conversación.

-Tú conoces a muchos escaparatistas que estarían encantados de trabajar para ti.

Su padre le ajustó la chaqueta a uno de los maniquíes.

-Nadie lo hace tan bien como tú -contestó, frunciendo el ceño. Pero su hija captó al instante aquel cumplido que tanto le había costado ganarse.

Le dio un abrazo, recordando que a su padre le resultaba muy difícil acercarse a los demás. Siempre había preferido que fueran los otros quienes se acercaran a él.

-Gracias.

-Aunque, a decir verdad, y a pesar de tu talento, no alzando a entender qué significa este escaparate -añadió el padre, ajustando el otro lado de la chaqueta del maniquí.

Por primera vez, Bella comprendió que su padre tenía fe en ella. A menudo, había interpretado el silencio con que acogía sus trabajos como un insulto. Pero, en realidad, su padre solo le había estado dejando espacio para que desarrollara su creatividad, confiando en que encontraría un camino propio, en lugar de imponerle su visión artística. ¿Por qué no se había dado cuenta antes?

-Esta escena muestra unas cuantas combinaciones de ropa de hombre para el otoño y además proclama a ojos de todo el mundo que la casa de moda Swan no hace buenas migas con criminales.

Las manos de su padre se detuvieron solo un instante antes de que se lanzara a cantar un fragmento de La Bohéme.

Bella cerró la caja de las corbatas y se interpuso entre su padre y el maniquí en el que este estaba trabajando.

-Papá, no quiero que nuestro nombre siga asociándose con el de ciertos delincuentes -dijo con firmeza, alzando la voz por encima del vozarrón de su padre, que seguía entonando una letra en italiano-. Nos atraemos mala publicidad cada vez que uno de esos mafiosos aparece en nuestra tienda. Y eso no me gusta -su padre bajó un poco el volumen, signo de que la estaba escuchando-. Quisiera que no te dejaras fotografiar por la prensa la próxima vez que veas a Demetri el Escualo o al Gran Aro, o a cualquiera de los otros.

Su padre se calló de repente. Frunció el ceño y por primera vez pareció prestarle atención.

-¿Tan importante es eso para ti?

-Algunas personas juzgan a un hombre por su indumentaria, pero otras lo juzgan por las compañías que frecuenta. Quiero que empecemos a ganarnos el respeto de estos últimos

Su padre le pellizcó la mejilla, haciéndola sentirse como si tuviera doce años.

-Hoy me recuerdas mucho a tu madre.

Aquel comentario hizo que Bella se sintiera de repente fuerte y capaz. De no haber sido porque le dolía el corazón cada vez que pensaba en Edward, aquel día le habría parecido todo un éxito.

Al pensar en Edward, recordó que aún tenía algo más que decirle a su padre.

-Papá, ¿crees que podría echarle un vistazo a tus libros de cuentas?

-Estoy perdiendo dinero -cantó él entonando la patética melodía La Bohéme, mientras se ponía a ajustar de nuevo las ropas del maniquí-. Me voy a arruinar.

-Quizá yo pueda ayudarte a averiguar dónde está el problema -dijo ella, no queriendo darle más datos. ¿Para qué iba a preocuparlo hablándole de las sospechas de la policía?

Su padre la tomó de la mano y cantó con todo su corazón:

-Ojalá pudieras. Ojalá pudieras. A mí los números se me dan fatal, pero tú eres tan lista...

Riendo, Bella recogió la caja de las corbatas, asombrada de lo fácilmente que le había resultado hablar con su padre.

¿Había sido siempre tan sencillo y ella no se ha bía dado cuenta? ¿O es que había madurado tanto durante los últimos meses que al fin había aprendido a hablar con su padre, pese a los esfuerzos de este por evitarlo?

Fuera como fuese, su padre le había dado permiso para revisar los libros. Y, de ese modo, Bella podría demostrar su inocencia y probarle a Edward que se equivocaba.

Y, al mismo tiempo, podría cortar para siempre el último lazo que la unía al apuesto detective. Aunque, por más que se dijera que estaba mejor sin un hombre que no confiaba en ella, la idea le servía de escaso consuelo.

.

.

Sentado cómodamente en su azotea, Edward hojeaba las páginas de la devolución de impuestos de Charlie Swan, buscando agujeros sin encontrar ninguno. Había apagado la radio, que retransmitía un partido de los Mets, hacía casi una hora, pero el silencio no había conseguido aumentar su concentración.

¿Cómo iba a concentrarse si todo en aquella azotea le recordaba a Bella? No podía mirar la tumbona sin experimentar un agudo ataque de melancolía. Pero aún peor era el recuerdo de su gélido adiós.

Irritado, Edward apartó las hojas de la declaración de impuestos. Apoyó los pies enfundados en botas en el poyete de ladrillo que rodeaba la azotea y contempló el perfil de Manhattan a la luz brillante de la tarde, en busca de respuestas. Esa semana había recibido al fin la notificación de su ascenso, junto con la noticia de que Garrett Gallagher había sido sentenciado a cinco años de cárcel por una serie de delitos mayores.

Edward era ya oficialmente detective de primer grado del departamento de policía de Nueva York. Sin embargo, aquel logro, que la primavera anterior lo había significado todo para él, ahora no conseguía aliviar su melancolía.

Tal vez porque estaba convencido de que, en ese momento, su abuelo no se sentiría orgulloso de él. En el transcurso de una semana, Edward había conseguido enemistarse con una mujer que de pronto había adquirido una extraordinaria importancia en su vida. Después de la noche que compartieron, había creído que podría pasar todo el fin de semana con ella, quedarse abrazados hasta que comprendieran un poco mejor lo que estaba ocurriendo entre ellos. Las noticias acerca de las supuestas actividades delictivas del padre de Bella habían puesto fin a aquella ilusión. Pero ¿significarían también el fin de su relación?

Edward había intentando llamarla esa semana, pero Bella había vuelto a mostrarse evasiva, escudándose en el contestador automático, sin devolverle nunca las llamadas. Edward no sabía exactamente qué quería decirle, pero no pensaba renunciar a ella sin presentar batalla.

Fuera lo que fuese lo que había entre ellos, no se parecía ni remotamente a las relaciones que había tenido durante los diez años anteriores. Quizá hubiera caído en el típico síndrome policial, consistente en permitir que el trabajo se convirtiera en su vida entera. Siempre había sabido que su profesión pondría a prueba cualquier relación que pudiera mantener, pero, tratándose de la hija de un gángster, parecía inevitable que provocara una ruptura total.

El teléfono inalámbrico que había sobre la mesa sonó, sacándolo de sus pensamientos, que no dejaban de girar en torno a Bella Swan. Pero, a pesar de haberse pasado la semana pensando en ella, no estaba preparado para oír su voz al otro lado de la línea.

-Ya sé quién es el malo.

Edward se puso tenso.

-¿Tu padre ha confesado? -un largo silencio siguió a su pregunta-. ¿Bella?

-No, Edward. Pese a lo que puedas creer, mi padre no es un delincuente.

Él apretó el teléfono con más fuerza. Aquello le resultaba difícil de creer. Sin embargo, no podía reprocharle a Bella que creyera en la inocencia de su padre.

-Entonces, ¿quién es el malo, según tú?

-En realidad, es la mala.

-¿Quién?

-¿Recuerdas a la mujer que entró en el estudio con mi padre el día que fuiste a hablar conmigo sobre el juicio de Garrett?

Edward recordaba vagamente a la sombra que se deslizaba alrededor de Charlie Swan, limpiando las salpicaduras de café.

-¿La contable?

-Sí. Jessica Stanly. Ha estado amañando los libros de mi padre y me da la impresión de que le roba desde que empezó a trabajar para él.

A Edward le resultaba difícil de creer que aquella mujercilla de los papeles estuviera relacionada con la mafia y que, en cambio, el gran diseñador que vestía a todos los hampones de la ciudad fuera inocente.

-Siento decirte esto, Bella, pero ¿se te ha ocurrido pensar que tal vez esa tal Jessica Stanly esté amañando los libros por orden de tu padre?

Bella suspiró al otro lado de la línea. Edward recordó otros suspiros menos exasperados. De pronto, se asustó al darse cuenta de cuánto los echaba de menos.

-¿Y por qué iba a amañar mi padre sus libros? -preguntó finalmente.

Edward empezó a pasear por la azotea, intentando aclarar sus ideas.

-Para encubrir sus pagos a la mafia. Esa gente exige dinero a cambio de protección, así que es posible que...

-En los libros hay anotadas sumas importantes en concepto de seguridad -dijo ella-. Y mi padre no tiene ningún sistema de seguridad en la tienda.

¿Quién necesitaba sistemas de seguridad tenían al sindicato del crimen de Nueva York a su servicio?

-Quizá no deberías meterte en esto, Bella. ¿Y si la había puesto en peligro al sugerirle que revisara los libros de Swan?

Edward se tendió en la tumbona donde se habían pasado la mitad de la noche del viernes, deseando pensar en ella en vez de en el caso, aunque fuera solo durante unos minutos.

-Lo que quiero decir es que preferiría que no me odiaras por haberte desvelado la verdad acerca de tu padre.

-Mi padre no está pagando a esos criminales -dijo ella, indignada-.Y me alegro mucho de haber descubierto la verdad. ¿Podrías al menos hacer algunas averiguaciones acerca de esa tal Jessica Stanly?

-Claro -total, ¿por qué no? Era posible que esa Jessica Stanly estuviera cometiendo un delito, pero seguramente no sería sentenciada ni a la mitad de años de cárcel que su jefe. Pero Edward no quería pensar en ello en ese momento. En ese momento, solo le importaba una cosa-. ¿Cuándo podemos vernos?

Bella empujó el libro de cuentas de su padre a través de la mesa de café y agarró con fuerza el teléfono.

-No creo que sea buena idea.

-¿Vas a huir otra vez? -gruñó él.

-No. La verdad es que, en ciertos aspectos de mi vida, creo que voy a plantarme -sus ojos vagaron por el piso, deteniéndose en las perchas de las que colgaban las muestras de su colección de otoño-.Tú eres uno de esos aspectos.

-¿Qué quieres decir? -parecía tan ofendido que Bella no pudo evitar sonreír.

Más o menos.

Le resultaba difícil sonreír cuando el corazón le dolía cada vez que pensaba que sus manos no volverían a recorrer aquellos hombros musculosos, que nunca volvería a estremecerse al sentir la mirada ávida de Edward sobre su cuerpo.

-Quiero decir que no voy a pasar por alto el hecho de que consideres a mi padre un delincuente. Además, tengo la impresión de que no buscas una relación como la que a mí me interesa.

-¿No te parece que lo único que estás haciendo es buscar excusas? -un suspiro de frustración sonó al otro lado de la línea-. Bella, no quiero que hablemos de esto por teléfono.

Ella sintió que las lágrimas amenazaban con derramarse por sus mejillas. Sin embargo, no quería que hablaran de aquello más que por teléfono.

-Tengo que dejarte. He de estar en el centro Javits dentro de una hora para empezar a preparar el desfile de esta noche.

-Al que, supongo, no estoy invitado.

Ella tragó saliva. Dos veces. Tenía que ser así, por más que le doliera separarse de él.

-Solo quería decirte lo de la contable. Puedes hacer lo que quieras con la información que te he dado, pero yo pienso asegurarme de que mi padre despida a esa mujer -le pareció oír que Edward rechinaba los dientes al otro lado de la línea. Bien. Saber que no era la única que lo estaba pasando mal la aliviaba un poco.

Dos horas después, mientras revisaba los archivos informáticos en la comisaría, las palabras de Bella seguían resonando en la cabeza de Edward.

No podía decirle adiós. Aún no.

Primero, investigaría a la contable de su padre, porque se lo debía a Bella. Luego, encontraría un modo de recuperarla. Él no era capaz de quedarse de brazos cruzados, esperando que llegara el momento para entrar en acción.

Tenía que recuperarla. Tenía que comprobar si podían seguir juntos, a pesar de todo.

Pero, antes que nada, debía averiguar quién demonios era Jessica Stanly. Su nombre y su fotografía aparecieron en la pantalla en cuestión de segundos. Edward revisó el resto de sus datos: dirección, formación académica, vínculos familiares, una foto de prensa de un diario económico... Su cara le resultaba muy familiar, con aquel pelo rubio y aquella amplia sonrisa.

Al rescatar un historial anterior, tecleando su nombre de soltera, los dedos de Edward se quedaron inmóviles sobre el ratón. Nombre de soltera: Jessica Denaly Stanly. Comprobó de nuevo la lista de sus parientes y leyó los nombres de sus tres hermanas: Kate, Irina y Tanya.

Tanya Denaly.

Edward miró más allá de su ordenador, al otro lado del pasillo. Hacia el sitio vacío de Tanya Denaly. ¿Era posible que Tanya fuera la hermana de la contable?

Qué extraño que nunca hubiera mencionado que su hermana trabajaba para Charlie Swan, teniendo en cuenta que Tanya se dedicaba a investigar al diseñador para intentar encontrar alguna prueba que lo relacionara con el crimen organizado.

Edward sintió un nudo en el estómago y notó que su instinto se ponía alerta. ¿No le había dicho Bella algo acerca de que la chaqueta de Tanya era de diseño? Nunca antes se había parado a pensarlo, pero de pronto se preguntó si un simple patrullero podía comprarse una chaqueta así con el sueldo medio de un policía de Nueva York.

Sintió que la adrenalina inundaba su sangre: el arrebato de energía que siempre acompañaba a un hallazgo importante. Solo que, ahora, la emoción de la caza estaba completamente ausente. En su lugar, Edward sentía miedo por Bella.

Volvió a mirar la mesa vacía de Tanya y, de pronto, tuvo un presentimiento.

Se levantó y gritó hacia la mesa del sargento de guardia, al otro lado de la sala:

-Denny, ¿a quién has mandado al Javits esta noche?

Bella estaría desprotegida en el centro de convenciones. Sería un blanco fácil para cualquiera que quisiera quitarla de en medio por husmear en los libros de su padre.

El sargento bajó un dedo por la página del dietario que tenía frente a él.

-A Newton -su dedo se movió horizontal mente sobre el papel-.Y a Tanya Denaly.

 


Bueno mis niñas, parece que más de una se equivocó con Charlie Swan... jejejejeje... la mala no podia ser otra que Tanya y Jess... espero que Edward llegue a tiempo al rescate... jejejeje. un besote y nos leemos mañana. muakis.

 

Capítulo 13: Descubriendo verdades Capítulo 15: El desenlace

 
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