Lo siento por el retraso pero no he podido actualizar antes y a lo mejor tardo mas en subir los capitulos x problemas personales, pero tengo una buena noticia el fic ya lo tengo terminado solo k a lo mejor no le puedo dedicar todo le tiempo k kiero pero fijo k subo un x semana si peudo mas subo mas y ademas tengo varias historias en la mente para escribir.
bss espero k os guste
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Los días transcurrían plácidamente, cálidos días estivales llenos de sol y del dulce perfumes de las flores. Bella dedicaba la mayor parte de las horas de luz a pintar, reproduciendo sobre el lienzo las líneas orgullosas e inconquistables del castillo. Se había percatado, al principio con desesperanza y luego con creciente ira, de que Edward la evitaba deliberadamente. Desde aquella tarde en que habían estado junto al acantilado, él le había hablado apenas, y siempre con estirada cortesía. El orgullo pronto cubrió su herida como una venda sobre una herida abierta y la pintura se convirtió en un refugio contra la añoranza.
La condesa no volvió a mencionar la Ma donna de Rafael y Bella se alegró de que el tiempo comenzara a borrar sus diferencias, deseando fortalecer el vínculo que había nacido entre ellas antes que ahondar en la desaparición de la famosa pintura y en la acusación formula en contra su padre. Estaba totalmente inmersa en su trabajo, vestida con unos tejanos viejos y una bata mancha da de pintura y con el pelo alborotado por su propia mano, cuando vio que Angela se acercaba cruzando la suave alfombra de hierba.
"Una hermosa hada bretona, pensó Bella, pequeña y encantadora con su chaqueta de equitación y sus pantalones color cafe."
-Bonjour, Bella -exclamó cuando ella alzó una mano para saludarla-. Espero no molestarte.
-Por supuesto que no. Siempre es una alegría volver a verte. Las palabras fluyeron con facilidad a sus labios porque era su corazón el que hablaba. Bella sonrió y dejó su pincel.
-Oh, he hecho que dejaras de pintar -dijo Angela a modo de disculpa.
-Me has dado una maravillosa excusa para que dejara de hacerlo -la corrigió Bella.
-¿Puedo mirar -preguntó Angela-, o prefieres que nadie vea tu obra antes de que esté terminada?
-Claro que puedes mirarla. Y dime lo que piensas.
Angela se acercó hasta quedar junto a Bella. El fondo del cuadro estaba terminado; el cielo color azul celeste, nubes como de lana, el pasto de un verde intenso y árboles majestuosos. El castillo iba tomando forma gradualmente: los muros grises resplandecían con el color de las perlas bajo la luz del sol y también las altas ventanas. y las enhiestas torres. Todavía quedaba mucho por hacer, pero aun en su insipiencia la pintura había captado la atmósfera mágica que Bella había entrevisto al llegar al castillo.
-Siempre he amado este castillo -afirmó Angela sin apartar los ojos de la tela-. Y veo que tú también lo amas. -Los ojos pensativos se apartaron del lienzo para fijarse en Bella-. Has sabido captar su calidez, y también su arrogancia. Me alegra que lo veas igual que yo.
-Me enamoré del castillo desde el primer momento en que lo vi -admitió Bella-. Los días pasan y me siento más prisionera de su serena belleza. Suspiró sabiendo que sus palabras se referían, en realidad, al hombre y también a su hogar.
-Eres afortunada por poseer ese don. Espero que no pienses mal de mí si te confieso algo.
-No, desde luego que no -le aseguró Bella, sorprendida y a la vez intrigada por las palabras de Angela.
-Siento una terrible envidia hacia ti -confeso de golpe como si temiera que le fallase el valor. Bella observó el hermoso rostro con enorme sorpresa.
-¿Tú, me envidias a mí?
-Oui. -Angela dudó por un momento y luego comenzó a hablar precipitadamente-. No sólo por tu talento como artista, sino por tu seguridad y tu independencia. -Bella la escuchaba con creciente perplejidad-. Tienes algo que hace que la gente se sienta fascinada contigo..., una sinceridad, una calidez en la mirada que hace que uno quiera confiar en ti, sabiendo que serás capaz de comprenderlo todo.
-Qué extraordinario -musitó Bella azorada-. Pero, Angela -comenzó a decir con voz suave-, tú eres tan encantadora y cariñosa, ¿cómo puedes envidiar a nadie y mucho menos a mí? Haces que me sienta como una verdadera amazona.
-Los hombres te tratan como a una mujer -le explicó con un tono de voz que era casi desesperado-. Ellos te admiran no sólo por tu belleza, sino por lo que eres.-Angela se volvió y luego miró nuevamente a Bella al tiempo que pasaba una mano por su hermosa cabellera-. ¿Qué harías tú si amases a un hombre, si le hubieras amado toda tu vida con el corazón de una verdadera mujer, y él sólo te considerara como una chiquilla divertida? Bella sintió que una nube de congoja en volvía su corazón.
"Edward -pensó- Dios bendito, ella quiere que la aconseje con respecto a Edward." Hizo un gran esfuerzo para no echarse a reír histéricamente. "Se supone que debo darle consejos sobre el hombre que amo. ¿Acudiría ella a mí si supiera lo que Edward piensa de mí... y de mi padre?" Sus ojos se posaron en la oscura mirada de la joven, una mira da llena de esperanza y expectación. Lanzó un profundo suspiro. -Si estuviera enamorada de un hombre semejante, me afanaría por hacerle saber que soy una mujer y que así es como quiero que él me vea.
-Pero ¿cómo? -la mano de Angela se alzó en un gesto de impotencia-. Soy una cobarde. Incluso es probable que llegue a perder su amistad.
-Si realmente le amas tendrás que arriesgarte o pasar el resto de tu vida como su amiga. Debes decirle a... a ese hombre, la próxima vez que te trate como a una chiquilla, que eres una mujer. Debes hacer que lo comprenda de modo que en su mente no quede ninguna duda de que hablas en serio. Luego él deberá dar el siguiente paso. Angela suspiró y se encogió de hombros.
-Pensaré en lo que me acabas de decir. -Volvió a mirar a Bella con ojos agradecidos-. Gracias por escucharme, por ser mi amiga. Bella observó la menuda figura cuando Angela se alejó por el sendero. "Eres una verdadera mártir -se dijo-. Yo pensaba que las renuncias producían una cálida sensación interior, pero me siento fría y miserable."
Comenzó a recoger sus útiles de pintura. Ya no encontraba placer en su trabajo. "Creo que renunciaré al martirologio y me dedicaré a las viudas y a los huérfanos. Eso no hará que me sienta peor." Con una gran depresión instalada en el alma, Bella subió a su habitación para guardar la tela y los pinceles. Con lo que consideró un es fuerzo hercúleo, se las ingenió para sonreír a la criada que estaba colocando sábanas limpias en el armario.
-Bonjour, mademoiselle. Alice la saludó con una encantadora sonrisa y los ojos ambarinos de Bella parpadearon ante la alegría que emanaba de la criada.
-Bonjour, Alice. Parece que te sientes muy feliz esta mañana.
-Echando un vistazo a los dardos de sol que atravesaban triunfalmente el cristal de la ventana, Bella suspiró y se encogió de hombros-. Supongo que es un hermoso día.
-Oui, mademoiselle. ¡Qué día! -Alice señaló el cielo azul con una mano en la que brillaba la suave seda-. Creo que nunca había visto sonreír el sol con tanta dulzura. Bella se sintió incapaz de dejarse ganar por la depresión ante semejante ataque de buen humor y se dejó caer sobre una silla al tiempo que sonreía.
-A menos que mi lectura de los signos no sea la correcta, yo diría que es el amor quien está sonriendo dulcemente. El intenso rubor añadió aún más encanto al joven rostro cuando Alice hizo un alto en sus tareas para devolverle una sonrisa luminosa.
-Oui, mademoiselle Bella. Estoy muy enamorada.
-Y deduzco por tu mirada -Bella continuó luchando contra la sensación de envidia que despertaba en ella la excitación de la muchacha -que también eres amada.
-Oui, mademoiselle. -La luz del sol y la felicidad formaron un halo entorno a Alice-. Jasper y yo nos casaremos el sábado.
-¿Os casáis? -repitió Bella con perplejidad al observar la figura menuda de Alice-. ¿Qué edad tienes, Alice?
-Diecisiete -dijo ella, con una inclinación de cabeza por la vasta colección de años que acababa de confesar.
-Diecisiete -repitió Bella con un suspiro involuntario. "De pronto me siento como si tuviese noventa y dos."
-Nos casaremos en el pueblo -continuó Alice, alentada por el interés que mostraba Bella-. Después de la ceremonia todo el mundo vendrá al castillo y bailaremos y cantaremos en el jardín. El conde es un hombre muy generoso y muy bondadoso. Ha dicho que habrá champán. Bella descubrió que la alegría se convertía en admiración.
-Bondadoso -susurró mientras ese adjetivo lo daba vueltas en la cabeza. "La bondad no es una virtud que yo hubiese atribuido a Edward." Dejando escapar un profundo suspiro, recordó la cariñosa actitud de Edward hacia Angela. "Obviamente, yo no despierto en él esas demostraciones de afecto."
-Mademoiselle tiene cosas tan bellas... Bella alzó la vista y vio que Alice acariciaba un salto de cama blanco y vaporoso con ojos soñadores.
-¿Te gusta? Se puso en pie y rozó los bordes de la tela, recordando la sedosa textura contra su piel y luego la dejó caer como si fuese un copo de nieve.
-Oh, oui, mademoiselle. Con un suspiro de envidia y femenina admiración, Alice se dispuso a colgar la prenda en el armario.
-Es tuyo -dijo Bella impulsivamente y la criada se volvió con los ojos abiertos, como dos platos negros.
-Pardon, mademoiselle?
-Que es tuyo -repitió Bella, sonriendo ante el asombro que expresaba el rostro de Alice-. Como regalo de boda.
-Oh, no, yo no puedo... es demasiado hermoso. -Su voz se convirtió en un susurro mientras admiraba la prenda con inocultable deseo-. Mademoiselle no resistiría deshacerse de él.
-Por supuesto que puedo deshacerme de él -la corrigió Bella-. Es un regalo y me alegrará saber que lo disfrutas. -Observando la delicada prenda que Alice aferraba contra su pecho, suspiró con una mezcla de envidia y desesperanza-. Fue confeccionado para una novia y estarás preciosa con él para tu Jasper.
-¡Oh, mademoiselle! -exclamó Alice visiblemente emocionada y tratando de contener las lágrimas-. Lo conservaré como si fuese un tesoro. A estas palabras siguió un verdadero torrente de expresiones de agradecimiento en lengua bretona que conmovieron a Bella. Dejó a la futura novia mirándose al espejo con el salto de cama colocado encima del delantal y soñando con su noche de bodas.
El sol volvió a sonreír dulcemente el día de la boda de Alice. El cielo estaba increíblemente azul y pequeñas nubes blancas salpicaban la uniformidad del color. Con el correr de los días, la depresión que sentía Bella se había transformado en un frío resentimiento. El comportamiento distante de Edward avivaba el fuego de su temperamento pero, con firme determinación, ella lo había enterrado bajo un hielo igualmente desdeñoso.
En consecuencia, sus conversaciones se habían limitado a unas frases breves y formalmente corteses. Bella estaba entre la condesa y Edward en el cuidado parterre de la iglesia del pueblo, esperando la procesión nupcial. El vestido de seda natural que había elegido deliberadamente por su aspecto frío e intangible había sido rechazado categóricamente por su abuela con una ademán regio de su enjoyada mano. A raíz de ello se había presentado a la ceremonia con un conjunto que había pertenecido a su madre y el aroma a lavanda se percibía nítidamente en la tela como si la hubiesen perfumado el día anterior.
En lugar de aparecer como una mujer sofisticada y distante, tenía el aspecto de una muchacha que espera que alguien le pase a recoger para llevarla a una fiesta. La falda plisada rozaba apenas las rodillas, sus listas blancas y rojas verticales terminaban en un corto delantal blanco. La blusa campesina de escote pronunciado se ceñía en la breve cintura y sus mangas cortas y abullonadas dejaban los brazos desnudos al sol. Un chaleco negro sin mangas se ajustaba perfectamente sobre la suave curva de sus pechos y sus rubios cabellos estaban cubiertos por un sombrero de pajaador nado con cintas.
Edward no había hecho ningún comentario acerca de su aspecto, limitándose a inclinar ligeramente la cabeza cuando ella descendió las escaleras y ahora Bella mantenía la guerra de silencio dirigiendo toda la conversación hacia su abuela.
-Ellos llegarán desde la casa de la novia -le informó la condesa y, aunque Bella era consciente de la presencia del hombre moreno que estaba junto a ella, parecía sumamente interesa da en lo que su abuela le estaba diciendo-. Toda su familia la acompañará en su último paseo como soltera. Luego, ella se reunirá con el no vio y entrará en la capilla para convertirse en su esposa.
-Es tan joven -dijo Bella con un ahogado suspiro-, apenas un poco mayor que una niña...
-Alors, ya tiene edad suficiente para ser una mujer, mi querida anciana. -Con una leve sonrisa, la condesa dio unos golpecitos en la mano de Bella-. Yo tenía aproximadamente su misma edad cuando me casé con tu abuelo. La edad tiene muy poco que ver con el amor. ¿No crees, Edward? Bella sintió, más que vio, cómo él se encogía de hombros.
-Eso parece, abuela. Antes de cumplir los veinte años, nuestra pequeña Alice tendrá un crío jugando sobre su delantal y otro debajo de él.
-Hélas! -suspiró la condesa con sospechosa nostalgia y Bella se volvió para observarla con curiosidad-. Parece que ninguno de mis nietos está dispuesto a darme niños para que los malcríe. -Miró a Bella con ojos tristes e inocentes-. Es muy difícil ser paciente cuando una se envejece.
-Pero mucho más fácil ser astuto -comentó Edward con voz seca y Bella no pudo evitar mirarle. Edward la miró a su vez alzando una ceja y ella mantuvo su mirada tranquilamente, decidida a no sucumbir ante su hechizo.
-Querrás decir sabia, Edward -le corrigió la condesa sin inmutarse-. Esa es una verdad como un puño. Voild! -exclamó antes de que él pudiese hacer ningún otro comentario-. ¡Allí vienen! Un grupo de niños pequeños arrojaba al aire suaves y delicados pétalos que jugaban con la brisa antes de caer al suelo.
Los pétalos formaban una alfombra de amor para los pies de la novia. Pétalos inocentes y silvestres del bosque y los prados, y los niños danzaban en círculos mientras los ofrecían al juego caprichoso de la brisa. Rodeada por su familia, la novia caminaba como si fuese una muñeca pequeña y delicada. Llevaba un vestido tradicional y obviamente antiguo, y Bella pensó que jamás había visto una novia tan radiante y un vestido más perfecto.
De un blanco añejo, la falda amplia y plisada caía desde la cintura hasta un palmo de la calle sembrada de flores. El escote era alto y cerrado con un encaje, y la parte superior del vestido era ceñida y estaba adornada con un delicado recamado. Alice no llevaba velo, pero sí un sombrero redondo y blanco coronado por un tocado de encaje que confería a la novia una belleza exótica y atemporal.
El novio se reunió con ella y Bella notó, casi con alivio maternal, que Jasper parecía tan bueno e inocente como la misma Alice. Jasper también estaba vestido siguiendo la tradición: pantalones blancos dentro de botas delicadas y una chaqueta color azul oscuro sobre una impecable camisa blanca con la pechera bordada. El sombrero bretón de ala estrecha, con sus cintas de terciopelo, acentuaba su juventud y Bella supuso que era apenas mayor que Alice.
Un halo de amor joven parecía rodearles, puro y tierno como el cielo matinal, y el súbito e inesperado acceso de nostalgia dejó a Bella sin aliento y luego cruzó con fuerza las manos para combatir un repentino estremecimiento.
"Si sólo una vez -pensó y tragó con dificultad para humedecer la sequedad que se había insta lado en su garganta-, sólo una vez Edward me hubiese mirado de ese modo yo podría vivir con ese recuerdo durante el resto de mi vida." Se sobresaltó cuando alguien le tocó el brazo y alzó la vista para encontrar la mirada ligeramente burlona de Edward y sus ojos siempre fríos. Alzando la barbilla, permitió que él la acompañase hasta el interior de la capilla.
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