El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61011
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 13: Todos los dias un poco

Charlie llegó a casa de los Cullen loco de felicidad, y yo también estuve tan feliz que no me importó abrazarlo un rato largo, pese a que tuve que contener el aliento y recitar mentalmente la tabla del doce para no acercar mi rostro más de lo prudente a su cuello. En verdad me alegraba de estar de regreso, y de estar a su lado. No me había dado cuenta de cuánto me importaba Charlie, ni de lo mucho que él parecía necesitarme a mí.

La misma tarde del domingo regresé a casa, tras una larga despedida y muchas promesas de volver a visitar a los Cullen. Junto conmigo iba una enorme maleta repleta de ropa, que Alice insistió que llevara conmigo. Lo hice, aunque sin intenciones de usar ninguno de esos vestidos ni zapatos de tacón que había visto en el ropero-habitación y que Alice sin duda había empacado para mí.

Charlie estuvo muy pendiente de mí toda la noche, hasta que anuncié que me iba a dormir. Para guardar las apariencias, Carlisle me había prescripto tranquilizantes que Charlie se apresuró a comprar en la farmacia local, y le dije que iba a tomar uno, ya que temía tener pesadillas.

Tras cambiarme a un indecente pijama escotado, rosado y con florcitas, el único que tenía, ya que mi querido viejo conjunto de camiseta y pantalón viejísimos había desaparecido misteriosamente, me metí al fin en mi cama a tratar de distraerme. Pero antes que tuviese mucho tiempo de pensar en nada, menos de volver a atormentarme con recuerdos horribles, unos golpecitos contra el cristal de la ventana me distrajeron.

-¿Bella? ¿Puedo entrar?

Hubiese reconocido ese cabello cobrizo en cualquier lado, y la aterciopelada voz, ni hablar. Me levanté un salto y abrí del todo la ventana, que estaba entornada, como de costumbre, para que me llegara aire fresco. Edward saltó dentro con agilidad felina, aterrizando sobre sus manos y pies sin casi hacer ruido. Los dos escuchamos con toda atención, pero Charlie seguía roncando en su dormitorio, sin enterarse de nada.

Edward se incorporó con una sonrisa deslumbrante, irradiando autosatisfacción.

-Vine a ver cómo estabas –me dijo en voz baja, mucho más serio-. Sé que no puedes tener pesadillas, pero me preocupó que te asaltaran malos recuerdos si te quedabas mucho tiempo sola… Pero ya me voy, no quiero molestar.

-No molestas –le aseguré, sin saber qué más añadir-. …me gusta que estés aquí.

-A mí me gusta tu nuevo pijama –respondió él con una sonrisita torcida, mi favorita.

-No fue idea mía –gruñí, tironeando un poco de uno de los volados-. Pero no puedo encontrar el otro.

-Alice –dijimos los dos a la vez. Él, sonriente; yo, en un gruñido.

De pronto me percaté lo insólito de la situación: era de noche, estábamos en mi dormitorio, Edward había saltado hasta mi habitación para verme, yo vestía solo ese tenue pijama rosado… No me sentía, ni tenía intenciones de sentirme, una damisela en apuros, pero no podía evitar estar un poco nerviosa.

-¿Qué sueles hacer durante la noche? –me preguntó Edward con curiosidad-. Teniendo a tu padre en la misma casa, sin poder hacer ruido…

-No gran cosa –me encogí de hombros-. Suelo quedarme acostada y fingir que duermo.

-Duerme, entonces –me dijo Edward en voz baja, acercándose para acariciarme el rostro con suavidad-. Duerme y descansa. Mañana te espera un largo día en clases.

-No quiero irme a dormir –protesté, entrecerrando los ojos ante sus suaves dedos recorriendo mis pómulos-. Me aburro. Y… tengo un poco de miedo de quedarme sola –añadí, admitiendo por fin en voz alta y hasta a mí misma lo que sentía.

-No estás sola, Bella –sopló más que habló Edward, sus dos manos trazando los rasgos de mi cara con ternura-. Estoy aquí.

-Quédate –le pedí, siguiendo un impulso repentino.

Sus manos quedaron completamente quietas. Edward parecía enormemente sorprendido.

-¿Quieres… que me quede? –preguntó, dubitativo y admirado.

-Sí –le contesté con firmeza, y sin poder evitarlo, lo abracé de nuevo, ésta vez con cuidado de no apretarlo demasiado fuerte. Escondí mi rostro en su pecho, inspirando el maravilloso olor que su piel emanaba-. Por favor, quédate. Querías que yo durmiera; bien, durmamos.

Él no dijo nada por un largo rato, aunque me rodeó también con sus fuertes brazos. Sólo nos quedamos allí, abrazados.

-Alice vio que Charlie va a levantarse un par de veces a ver si estás durmiendo bien –me cuchicheó Edward-. Te invitaría a salir a correr por un rato, pero no queremos darle un susto semejante a tu pobre padre, que al abrir la puerta no te encuentre…

-Tendré que quedarme –suspiré, soltándolo sin verdaderas ganas de separarme de su lado-. Gracias por la invitación, de todos modos. Que te diviertas.

-¿No me habías pedido que me quede? –preguntó Edward, confundido.

-Claro que me gustaría, pero no quiero arruinarte la diversión –le respondí, yendo de regreso a mi cama y metiéndome bajo las frazadas-. Fingir que duermes es muy aburrido, mucho más que correr. En otra ocasión me encantará acompañarte. Quizás, cuando las cosas se calmen y Charlie no venga a verme constantemente, pueda salir…

Lo que no me esperé fue el fluido movimiento que Edward hizo entonces. En dos pasos, estaba sentado en el borde de mi cama, observándome con toda atención.

-¿Quisieras que yo me quede, pero no me lo pides porque crees que voy a aburrirme?

-Ajá –asentí yo-. Llevo tres meses fingiendo que duermo, y es lo más aburrido del mundo, créeme. Aprovecha que a tus padres no les sorprenderá que tengas la luz prendida y ve a tocar el piano, o a leer algo…

Edward se sacó los zapatos, una mueca de decisión en su rostro. Apartó las mantas y se acurrucó a mi lado, para volver a taparnos después.

-¿Qué haces? –le pregunté, con una mezcla de diversión y nerviosismo. Nunca había estado tan cerca de él, y menos en una situación tan íntima.

-Fingir que duermo –me respondió, con los ojos entrecerrados y una sonrisa brillante en sus atractivas facciones-. Si puedes hacerlo, yo también. Durmamos. Buenas noches, Bella.

-Buenas noches, Edward –le respondí, feliz y nerviosa como nunca antes.

.

La mayor parte de la noche pasó en silencio. Edward era realmente bueno fingiendo. Con los ojos cerrados, la respiración regular y tranquila, todo su cuerpo relajado, casi me creí que se había dormido de verdad.

No pude evitar una sonrisa de estúpida felicidad. Edward era hermoso, era comprensivo, era bueno, inteligente, generoso, amable… y estaba acostado junto a mí, en una angosta cama de una plaza, fingiendo dormir cuando hacía casi un siglo que no podía hacerlo, sólo porque yo se lo había pedido, para hacerme compañía porque yo no podía salir de casa y tenía miedo de quedarme sola.

Charlie vino a verme dos veces durante la noche. En ambas dos ocasiones lo oímos mucho antes de que llegara, y Edward tuvo tiempo de esconderse bajo la cama. También se escondió durante una falsa alarma, cuando Charlie se levantó para ir al baño.

-Bella, por favor, esos ronquidos estuvieron de sobra –opinó Edward mientras volvía a deslizarse bajo de las mantas, tras la falsa alarma.

-Fue para agregarle realismo –me defendí.

-Fue un exceso de realismo. Charlie se preguntó si no estabas ahogándote.

-¡Mentiroso! –le espeté, pero no pude evitar reír, un poco avergonzada.

-En serio, pude oírlo –insistió Edward, tocándose la frente con un dedo.

La habitación estaba en penumbras. Gracias a nuestra vista perfecta, nos veíamos el uno al otro con bastante claridad, pero un humano no hubiese distinguido más que sombras. Afuera había dejado de llover, pero el día era gris y completamente nublado.

-De acuerdo, no vuelvo a roncar, lo prometo. ¿Qué hora es?

-Falta casi una hora para que sea momento de levantarse e ir a clases –me informó él-. ¿Ya decidiste si vas a ir a la escuela hoy, o prefieres tomarte un día libre?

-Tuve diez días libres. Creo que eso basta por un tiempo.

-En rigor, sólo faltaste a clases siete días –me hizo ver Edward-. Parte de los diez días fueron sábados y domingos.

-Quiero volver, me siento preparada –respondí con sinceridad, para después añadir, más dubitativa- Si estás conmigo… no me preocupa nada de eso.

-Claro que estoy contigo –me respondió Edward de inmediato-. ¿Crees que estaría aquí, fingiendo que duermo, si no quisiera estar a tu lado?

-No tienes por qué quedarte. Comprendo si hay otras cosas que te gusten más hacer…

-No, me gusta –aclaró Edward, arrebujándose otro poco más entre las mantas, y acercándose más a mí-. Es… extraño, pero me gusta.

-¿Te gusta quedarte inmóvil durante horas, sin decir ni hacer nada? –le pregunté, escéptica.

-Me gusta estar junto a ti –me susurró él, acariciando mi mejilla con suavidad-. No es ningún sacrificio fingir que duermo, si es a tu lado.

Estábamos a centímetros de distancia. Nuestros rostros se acercaban cada vez más. Cerré los ojos, creo que él también cerró los suyos. Nuestras narices se tocaban…

…y el despertador empezó a sonar con un estrépito capaz de causar un infarto, o al menos de sobresaltarme tanto que di un brinco tal que caí fuera de la cama.

Edward, que también había sido tomado de sorpresa por el ruidoso artefacto pero no tanto como para saltar de la cama, estiró la mano y bajó la perilla del despertador, que dejó de sonar.

-Hum, hora de levantarse –dije, poniéndome rápidamente de pie-. Me levanto temprano para hacer el desayuno para Charlie, y justificar que ya comí cuando él llega a la mesa…

-Claro –asintió Edward, que parecía distraído-. Muy inteligente. Yo… tengo que irme. Será mejor que me cambie de ropa, y tengo que buscar mi mochila. ¿Puedo pasar a buscarte para ir a clases?

-¿Harías eso por mí? –le pregunté, feliz de no tener que separarme de él más que un rato breve.

-Por supuesto.

Nos despedimos por un rato. Edward saltó por la ventana, y antes de llegar al suelo ya estaba corriendo, veloz como el viento, en dirección a su casa. Yo bajé a prepararle el desayuno a Charlie, tan feliz que pudiese haber cantado, y eso que yo no sé cantar.

.

Edward regresó mientras Charlie terminaba su desayuno. Tocó el timbre, yo salí a abrirle. A Charlie lo dejé creer que estaba sorprendida, pero halagada, de que Edward se preocupara tanto por mí; dado que yo no tenía una coartada para explicar por qué podría haber estado esperándolo, me pareció mejor 'sorprenderme'. Edward rodó los ojos y me dijo en un murmullo que yo era una pésima actriz, pero Charlie no pareció darse cuenta.

Mi padre no se opuso en nada a que Edward me llevara a la escuela, de hecho le pareció una gran idea el que me acompañara alguien conocido. Si Charlie antes había admirado y respetado a Carlisle y su familia, después de lo que habían hecho por mí su devoción por los Cullen era cercana a la adoración.

Mi llegada a la escuela sólo puede describirse como una entrada triunfal. Yo me había vestido con algunas de mis nuevas ropas, las más informales y poco llamativas que pude encontrar, pero que aún así eran obviamente nuevas y de excelente calidad. Un vaquero azul, una camisa blanca y un suéter color canela, junto a unas botas negras, mi anodino abrigo y mi eterno impermeable marrón oscuro completaban el conjunto. Para volver a clases también usaba otra vez los lentes de cristales verdes, al menos hasta que mis ojos se volviesen castaños también, lo cual podía llevarme unos cuantos meses todavía. No consideré que iba vestida de un modo muy llamativo, pero todas las miradas se clavaron en mí en cuanto Edward, tan caballeroso como siempre, me abrió la puerta del lado del acompañante de su reluciente Volvo. Los murmullos explotaron enseguida.

-¡Es ella!

-¡Bella volvió!

-¡Viene junto con Cullen!

-Parece estar bien…

-¿Realmente es Bella Swan?

-¡Es Bella! ¡Bella está bien, está de regreso!

Salí del automóvil con mi nueva elegancia vampírica; pese a que cada día lo manejaba mejor, todavía me costaba comprender del todo que ahora mi caminar era como si desfilara, en comparación a mi anterior torpeza humana. Edward enseguida colocó un brazo alrededor de mis hombros en ademán de apoyo, y yo me apresuré a llenar mis pulmones con aire antes de que se acercara nadie.

Ángela, que acababa de estacionar su automóvil, un viejo Peugeot de un desvaído color gris, se apresuró a salir y acercarse a nosotros con una amplia sonrisa.

-¡Bella! Me alegro mucho que ya estés bien… hola, Edward, perdón por ignorarte antes.

-Está bien, hoy es el día de Bella –sonrió él, y el corazón de Ángela casi se desbocó ante la sonrisa que Edward le dirigió. No pude culparla.

La respuesta amable de Edward pareció ser algo así como la autorización que esperaba todo el resto de la gente para echársenos encima. Unos segundos después, estaba rodeada de todo tipo de rostros, entre amables y curiosos. Todos querían verme, hablarme, tocarme… intenté ser amable, pero al cabo de un minuto, todos esos humanos tan cerca de mí, con sus mejillas sonrojadas, sus corazones latiendo y la sangre fluyendo rítmicamente por sus venas, aún cuando no los estaba oliendo fue demasiado para mí, y escondí mi rostro en el pecho de Edward.

-Por favor, dennos un poco de espacio… -pidió él con voz amable, persuasiva-. Bella se encuentra bien, pero mejor no apurar las cosas…

-Vamos, que las clases ya comienzan –tronó Emmett cerca de allí, sin sonar agresivo, pero claramente dando a entender que era hora que los curiosos se largaran.

Con semejante trabajo en equipo, en cuestión de segundos estábamos libres de humanos molestos y dirigiéndonos a clases. Ahí me encontré con una nueva sorpresa: Edward había puesto todo su horario de cabeza para tomar prácticamente todas las mismas clases que yo. Su enclenque excusa fue que él había supuesto que yo necesitaría tutorías para volver a ponerme al tanto cuando me recuperara, y dejar eso a cargo de un humano era algo peligroso.

Emmett y Alice, que eran quienes estaban más cerca, parecieron divertidos por la necesidad de Edward de justificarse, mientras que yo sólo pude desear que no hubiese nadie más ahí para lanzarme a sus brazos y estrujarlo a gusto. Que alguien me diga si tanta preocupación y cuidado no lo hacían digno de comérselo a besos.

.

Fui el tema de chismorreo durante toda la mañana. Incluso los profesores se permitieron algún tipo de comentarios u opiniones al respecto, aunque en general eran discretos. Era como volver al primer día de clases, volver a desear fundirme con las paredes, volver a controlarme ferozmente para no atacar a nadie. Me había alimentado apenas la mañana anterior, y había dejado seco a todo un ciervo en esa ocasión, pero su sangre no era ni de lejos tan buena como lo era la sangre humana, y la sed persistía.

La parte buena era que ahora tenía a Edward a mi lado, lo cual era una enorme mejoría respecto al tortuoso primer día en Forks.

.

A la hora del almuerzo, Edward insistió en que nos sentáramos junto a nuestros compañeros humanos, pese a que a mí no me hacía gracia.

-Mejor acercarnos a ellos y demostrarles que no hay razones para imaginar nada raro –me susurró Edward a velocidad vampírica, de modo que los oídos humanos no nos oyeran.

Claudiqué y me senté junto a él, sorbiendo algo de gaseosa, como de costumbre. Edward tenía una bandeja repleta de comida ante él, y para disimular se vio obligado a comer una porción de pizza. Los demás no se deben haber percatado, pero yo vi con claridad la expresión de asco que cruzó su rostro. No era para menos, esa pizza olía todavía menos apetecible que los herbívoros.

Ángela y Ben se sentaron con nosotros, un poco intimidados por la presencia de Edward, pero también felices de tenerme de regreso. Sus pensamientos debían ser tranquilos y sinceros, porque Edward estaba relajado y sonriente. Mike se nos sumó poco después, irradiando alegría por verme recuperada, y si bien Edward se tensó un poco, parecía más fastidiado que enojado.

Jessica se acercó también, y la expresión tranquila de Edward cambió momentáneamente a una mueca entre enojada y un poco petulante. Lauren no se acercó, y la oí murmurar un "oh, qué alegría, Bella ha vuelto" cargado de sarcasmo. Eric y Tyler acercaron sillas desde otra mesa y se hicieron de un hueco a codazos en la mesa, que estaba quedando chica para tanta gente. Edward los fulminó con la mirada, pero sólo por un instante, antes de recobrar la expresión amable.

Con todo, el almuerzo marchó bastante bien. Todos estaban tan ocupados hablando de mí que nadie se esforzó demasiado en hablar conmigo. Un par de sonrisas poco comprometedoras y unas respuestas monosilábicas me bastaron para salir del paso.

.

Las clases de la tarde se desarrollaron sin pena ni gloria, y por fin el día escolar había llegado a su fin. Inspiré tranquila por primera vez en horas cuando por fin estuve sentada en el asiento del copiloto del Volvo.

-Por fin –suspiré con alivio-. Este día se me hizo eterno.

-Vamos a tu casa, allí sólo huele a Charlie –me propuso Edward-. Tienes tareas de diez días para recuperar. Y quizás Jake quiera darse una vuelta.

-Eso sí que es un buen plan –acepté, satisfecha.

.

Jake efectivamente se dio una vuelta, y casi enloqueció de alegría al verme consciente. Estaba enorme en sus buenos dos metros, e iba casi más desnudo que vestido. Su piel ardía como si tuviese una fiebre grave, y era cierto lo que los Cullen decían: Jake apestaba. Pero seguía siendo, aunque en una forma más corpulenta y maloliente, el mismo amigo de antes. Me apresó entre sus musculosos brazos calientes y me hizo girar y dar vueltas por la cocina de casa como si yo fuese una muñeca de trapo.

-¡Ya está bien! –protesté, viendo pasar la habitación en forma borrosa ante mí-. ¡Bájame antes que vomite!

-Bella, sé que no puedes vomitar –dijo Jake con voz cantarina.

-Entonces bájame antes de que te rompa un par de huesos –respondí, intentando sonar amenazadora.

-Me curo rápido –retrucó él, acelerando las vueltas.

-¡Bájame antes de que te muerda!

Eso resultó, y más rápido de lo que me había atrevido a esperar. Jake me soltó de inmediato, y sólo mis veloces reflejos me salvaron de empotrarme en la pared. Edward estaba a mi lado al instante, como si intentara detenerme.

-Bella, eso no lo digas ni en broma –me advirtió Edward, completamente serio-. Nuestra saliva es venenosa para los humanos, pero mortal para los licántropos. Si muerdes a un humano, lo conviertes en vampiro; pero si mordieras a Jake… él moriría entre horribles dolores.

Me tapé la boca con las manos, horrorizada. No había tenido intenciones de morderlo en ningún momento, pero no dejaba de sentirme avergonzada por eso.

-Está bien, no lo sabías –minimizó Jake, encogiéndose de hombros.

-Yo… perdón, Jake, yo nunca… -no supe muy bien por dónde empezar a disculparme.

-Ya, no importa –descartó Jake, restándole importancia-. Mejor cuéntame cómo fue tu día de clases. ¿Qué dijeron al verte regresar?

Ésa era una maniobra tan falta de sutileza para cambiar de tema que hasta yo me di cuenta, pero preferí seguirle la corriente. Después le pregunté por su vida de licántropo, y eso nos mantuvo ocupados un rato.

-Fue raro al principio, pese a que papá me había explicado a grandes rasgos, después que Emmett me llevara de regreso a casa, lo que pasaría –explicó Jake-. Pero Billy sólo conoce la teoría, él nunca se transformó. Y el mío es un caso extraño, porque las leyendas dicen que se tarda varias semanas, a veces varios meses, para completar la transformación…

-Carlisle conjetura que el hecho que estuvieses en contacto directo con Bella aceleró el proceso, y el que después estuvieses tan cerca del resto de nosotros, dio el resto –expuso Edward-. Tardaste sólo tres días, casi exactamente 72 horas, en completar la transformación. Parece ser que el contacto directo actúa como un catalizador, acelerando la transformación.

-Sam, que lleva algún tiempo siendo hombre-lobo, tardó un mes en completar el proceso, pero él nunca estuvo en contacto con nadie de tu familia –asintió Jake, pensativo-. Me pregunto por qué mi transformación fue tanto más rápida.

-Podría ser un mecanismo de protección… si unos vampiros atacaran la reserva, cuanto antes se transformen los jóvenes en hombres-lobo, mejor. Si es a plazo de varias semanas, los vampiros podrían masacrar a toda la comunidad sin problemas. Es una estrategia de supervivencia… creo yo –aclaró Edward-. Algo perfectamente razonable.

-¿Te parece razonable convertirse en un enorme y peludo lobo? –preguntó Jacob, escéptico.

-Me parece razonable en tanto ese enorme y peludo lobo proteja a su gente. Jacob, mi familia es una excepción en esto de no matar personas –explicó Edward, muy serio-. Cualquier otro vampiro que se aparezca por las tierras de tu tribu supone un serio peligro. Cualquiera de tus amigos, tus compañeros de colegio, tus hermanas, tu padre, tus vecinos, todos ellos están en peligro frente a cualquier nómada sediento que ande por la región. En verdad, los habitantes de La Push no saben cuán afortunados son al tener a tu jauría protegiéndolos.

-Bueno, se supone que no deben saberlo –se encogió de hombros Jacob-. Es parte de ser una criatura mítica. Se supone que no existes.

-Dímelo a mí –murmuré yo, y los tres nos reímos-. Pero cuéntame, ¿cómo fue que te transformaste? ¿Qué pasó?

-Era el día después a la madrugada en que apareciste en mi taller, y yo estaba preocupado, quería ir a verte –narró Jacob-. El doctor Cullen me había prometido que al día siguiente, cuando las cosas estuviesen más tranquilas, yo podría ir a visitarte, y que me explicarían un montón de cosas raras que había tenido que ver, como por ejemplo a los hermanos de Edward moviéndose a la velocidad de la luz, a su hermana a punto de prenderle fuego, todos esos zumbidos que eran para ellos una conversación…

Reí un poco, deteniéndome a pensar por primera vez cómo luciría la familia Cullen, todos con sus capacidades extra, para alguien externo que además no supiera qué eran ellos. Debía ser de lo más extraño.

-Si bien Billy me había explicado lo que ellos eran, en qué me convertiría yo, y que se suponía que éramos enemigos mortales y todo eso que sonaba más a película de ciencia ficción que a vida real –Edward rió ante la comparación, Jake sonrió y siguió hablando-, yo quería oírlo de primera mano, y por supuesto quería saber cómo estabas… la última vez que te había visto, tenías un aspecto…

Jacob se interrumpió con un pequeño estremecimiento. Edward hizo una mueca de dolor, como si el recuerdo lo hiciera sufrir.

-¿Qué aspecto tenía yo? –pregunté en voz baja, paseando la mirada de uno a otro.

Edward y Jacob intercambiaron una larga mirada antes que Jake hablara.

-En realidad, no es que estuvieses mal, es que estabas… vacía. Como si fueses una estatua, incapaz de sentir, de hablar, de oír… daba tanta tristeza verte así…

-Alice no podía ver tu futuro, Jasper no conseguía captar emociones emanando de ti –dijo Edward en voz baja, sus ojos cargados de dolor-. Estabas como… petrificada. No te resistías a nada, pero tampoco colaborabas. Tu cara era tan inexpresiva, tan vacía, como si estuviese tallada en piedra. No parecías sufrir, pero...

-¡Pero ya estás bien! –interrumpió Jake, con una alegría un poco forzada, que se volvió más natural mientras hablaba-. Estás bien otra vez. Viva, sonriente, hermosa… sólo que ahora apestas –añadió.

-Ella siempre olió igual, es sólo que antes no podías percibirlo –me defendió Edward, aunque no parecía enojado-. Tu olor antes no era tan malo –le dijo a Jacob-. La primera vez que pasaste por casa olías a tacho de basura, pero tapado… ahora sigues oliendo a basurero, pero sin tapa. Sin ofender –avisó Edward, alzando las manos delante de él.

-Sin problemas –rió Jake, y con una sonrisa torcida, añadió-. Prefiero oler a perro mojado que a… flores de velorio.

-¿"Flores de velorio"? –repetí yo, riendo sorprendida-. ¿Es una nueva fragancia?

-Así es como huele un… un frío, para alguien… como yo –Jake evitaba cuidadosamente las palabras "vampiro" y "licántropo", al menos la mayor parte del tiempo-. Huele frío, y excesivamente dulce, hace que me pique la nariz. Huele como a… muerte.

Yo me quedé estática, mientras Jake apartaba la mirada, incómodo.

-No debía haber dicho eso –masculló Jacob, incómodo.

-Bueno, "muerte" es lo que uno de los nuestros significa para un humano en la enorme mayoría de los casos –respondió Edward con voz neutra-. Pero cuéntanos qué fue exactamente lo que te precipitó a transformarte.

-Como si no lo supieras –bufó Jake, rodando los ojos.

-Yo sí, pero Bella no –replicó Edward.

-De acuerdo. Como te venía diciendo antes de todo este paréntesis que ya no sé a título de qué vino, yo quería ir a verte, y el doctor Cullen me había invitado, pero Billy se negó rotundamente a permitirme ir –explicó Jacob-. Yo me enojé mucho, y al atardecer intenté evadirme. Le había pedido a mi amigo Embry la porquería de moto que tiene, y la dejé cerca de casa con la excusa de repararla, apoyada contra la pared trasera. Antes que el sol se pusiera por completo, intenté escabullirme, pero Billy había adivinado que yo haría eso y me estaba esperando junto a la moto. Tenía las llaves, que yo había dejado en el contacto, en la mano. Sólo con verlo me enfurecí tanto…

Jake se interrumpió, con la mirada lejana, perdida.

-No lo heriste –susurró Edward, en respuesta a algún pensamiento de Jacob-. Él sabía a lo que se arriesgaba… y debo decir a su favor que tenía razón y sólo intentaba protegerte. Ocho vampiros, aunque uno de ellos estuviese inmóvil, no son buena compañía para un muchacho a punto de convertirse en licántropo.

Jacob suspiró mientras se encogía de hombros, y sonrió con algo de dolor mientras seguía hablando, mirándome a mí.

-Fue como si explotara –su sonrisa era triste, un poco dolosa. Me pareció de pronto mucho mayor, más maduro y serio de lo que lo había visto nunca-. Mis ropas reventaron, mi piel estalló. Un calor muy fuerte me recorrió la columna vertebral, me brotó pelo por todos lados, me encorvé hasta acabar en cuatro patas… pero lo peor fue mi mente. Mi cabeza era un cosa terrible, revuelta de cosas sin sentido… creí que me había vuelto loco. Sólo pude correr, tratar de huir de mí mismo.

-Te entiendo –susurré, tomando su enorme mano caliente entre mis manos pálidas y frías.

El contraste no podía ser mayor. Su manaza era morena, cálida, un poco áspera de trabajar, con uñas carcomidas e irregulares. Mis manos eran mucho más pequeñas, blancas, suaves como seda y frías como hielo, de dedos delgados y uñas bien cortadas.

Y sin embargo, su mano estaba en el lugar correcto ahí, entre las mías. Pese a todas las diferencias, Jacob era mi amigo, y en esos momentos yo lo comprendía mejor que nadie.

-Te entiendo –dije de nuevo, mirándolo a la cara-. Yo… viví algo terrible también, intentaba huir de todos, hasta de mí misma, cuando encontré tu taller. Fue pura casualidad, pero… cuando me preguntaste si estaba bien… sentí que nunca más podría estar bien, y me derrumbé. Tu… -dudé un momento, pero acabé confesándolo- …tu calor parecía ser lo único seguro en este mundo, pero llegó el momento en que hasta esto no fue suficiente… creo que de ser humana me hubiese desmayado, pero como no puedo… es como si mi mente se hubiese desconectado. Estuve perdida en mi mente, hasta que encontré buenos recuerdos que me ayudaron a recuperarme. Recuerdos de gente que quiero... estabas entre ellos –le confié, con una pequeña sonrisa. Jake sonrió también-. Por eso, te entiendo. Es terrible… pero te recuperas. ¿Cómo lo lograste?

-Sabía, a grandes rasgos, a qué atenerme –siguió Jacob, más relajado-. Toda esa noche corrí y aullé, hasta que mi mente colapsó de cansancio, junto con mi cuerpo, y me dormí. A la mañana siguiente, cuando desperté, era humano otra vez, pero estaba desnudo y en medio del bosque… Tuve que robar unos pantalones y una camisa que alguien había tendido a secar en el patio de una casa, y después empecé a caminar por la ruta de regreso a casa. Harry Clearwater, un amigo de Billy, se cruzó conmigo y me llevó hasta casa. Por suerte Billy comprendió y me dejó devorar todos los comestibles de casa sin quejarse, antes de que yo me fuese a dormir a mi cama. El suelo del bosque no es el colchón más cómodo, créeme. Después me llevó a hablar con Sam; él ya lleva varios meses siendo licántropo, pero no se había transformado la noche anterior, de modo que no se había enterado de nada. Todo eso estaba muy bien, pero yo seguía queriendo ir a verte… Sam, que se creía que podía declararse Alfa sólo por ser el primero en convertirse, se opuso. Discutimos y gané.

-Qué raro, yo había oído que hubo una pelea a colmillo limpio –observé.

-Alcahuete –le gruñó Jacob a Edward, que se encogió de hombros. Dirigiéndose a mí, Jake confesó-. Bueno, sí. Empezó como una discusión, terminó como una pelea… el caso es que gané, y que Sam ya no puede prohibirme nada porque soy el nuevo Alfa. Billy comprendió que prohibirme no llevaría a nada, y yo insistí tanto que negociamos por teléfono con los Cullen, y pude ir a visitarte –la sonrisa de Jake era enorme-. Y no sólo que no me atacaste, ni yo a ti, sino que te relajaste contra mi pelaje. Seguí yendo a verte cada tanto; estuve ahí el sábado, pero me fui cuando estaban por llegar esos nómadas…

Pasamos buena parte de la tarde charlando y riendo, con las ventanas abiertas de par en par. Ninguno de nosotros tres sentía frío, después de todo, y a Jake parecía repugnarle nuestro olor casi tanto como a Edward y a mí nos asqueaba el suyo. Preparé pescado frito con papas fritas para cenar, y Jake se comió las porciones de Edward y mía, además de la suya propia, y repitió cuando llegó Charlie, con la excusa que así mi padre no tendría que cenar solo.

Mientras Charlie veía televisión yo lavé los platos, Edward los enjuagó y Jake secó. Ambos se despidieron poco después, y no fue hasta los acompañé afuera que me encontré con una enorme e imponente moto en el porche. Jake pareció satisfecho por mi expresión de sorpresa.

-¿Qué te parece? –me preguntó, irradiando orgullo.

-¿De dónde salió esta nave espacial con forma de moto? –pregunté yo; Edward dio un bufido, mientras Jake sonreía más que antes.

-Estará insoportable después de eso –murmuró Edward sin molestarse en bajar demasiado la voz, aunque parecía más divertido que irritado.

-Quédate con tu Volvo, no tiene punto de comparación –le espetó Jake, pero sonreía. Se volvió hacia mí antes de seguir hablando-. Digamos que había que justificar cómo iba yo a verte a casa de los Cullen, ya que no podía decirle a todo el mundo que me transformaba en un enorme y peludo lobo –Jake dijo esto último en voz muy baja-. Edward quiso regalarme la moto, pero yo no pude aceptarlo, y mi padre se opuso rotundamente. El doctor Cullen dijo que estaba muy bien que Billy apoyara la cultura del trabajo y el ahorro y todo eso, y encontró una gran excusa.

-Jacob está trabajando en casa para pagar la moto –me informó Edward.

-Lo de trabajar es casi una forma de decir –sonrió Jake con una mueca-. Es tres veces por semana, un par de horas. Hasta ahora, no hice gran cosa. Acompañé una vez a la señora Esme a un vivero, y le ayudé a cargar las macetas hasta el auto. Hubiese podido hacerlo sola, pero llamaría la atención que una mujer delgadita y pálida como ella lleve macetas que pesan casi lo mismo que ella sin esfuerzo. Y durante el viaje de regreso, me compró medio kilo de helado de chocolate que comí en su nombre

Los ojos de Jake brillaban ante el recuerdo del medio kilo de helado. Luego, su rostro hizo una mueca un poco avergonzada, y Edward empezó a reír entre dientes.

-Hace un par de días tuve que acompañar a Alice a hacer unas compras –confesó Jacob en un murmullo-. Al igual que con la señora Esme, ella podría cargar todas esas bolsas mucho mejor que yo, pero sería sospechoso.

Edward estalló en carcajadas, pese a que intentaba contenerse.

-Sí, ríete –gruñó Jake, que se estaba sonrojando-. Alice me arrastró por un montón de tiendas, y hasta me pidió mi opinión sobre qué tipo de ropa llevar. ¡Qué se yo qué color es el amaranto, si el negro estiliza o si hay diferencias entre el rosa bebé y el rosa pastel! Pero no debería quejarme, me dio cien dólares de propina… dijo que toda la diversión que tuvo había valido eso y más.

No pude evitar la risa yo también. Imaginarme a Jacob cargando bolsas y bolsas de ropa, con Alice junto a él pidiéndole consejo sobre qué ropa llevar, era muy cómico, sobre todo teniendo en cuenta las diferencias de tamaño entre ellos dos.

-El trabajo que me da el doctor es más tranquilo, aunque me temo que no lo hago del todo bien –confesó Jacob-. Tengo que clasificar y ordenar su correo. Resulta que recibe montones de cartas, revistas y libros de todo el mundo, y no todo está en inglés. Para mí, el italiano y el portugués son casi lo mismo, salvo por la 'ç' que aparece a veces en los textos en portugués… pero todavía confundo el italiano con el español, y a veces con el francés. Por suerte el alemán es un poco más fácil de distinguir, todo tiene diéresis y mayúsculas por todos lados.

-¿Carlisle recibe cartas en italiano, portugués, francés, español y alemán? –repetí, no muy segura de que había entendido bien.

-Olvidaste el inglés. Mayormente son publicaciones sobre avances recientes en medicina –aclaró Edward-. Tiene que mantenerse actualizado. Y si bien muchas se editan en inglés, Carlisle prefiere leer las ediciones específicas sobre algunos temas en la versión original en que se escriben, no las traducciones.

-Así que, mi trabajo es clasificar por idioma y fecha de recepción todas esas publicaciones… sé que es muy médico y académico, pero la verdad, algunas de esas cosas parecen una sarta de insultos –masculló Jake, haciéndonos reír de nuevo.

-Entonces, ¿estás pagando la moto a costa de trasladar macetas, hacer de perchero humano y clasificar revistas? –pregunté.

-Sí, básicamente –asintió Jacob, pasando una mano por la moto, con una gran sonrisa-. Me pagan tan bien que en unas semanas más tengo saldada mi deuda. Al casco me lo regalaron –añadió, mostrándome un gran casco negro y plateado, a juego con la moto.

-Te necesitábamos vivo y entero en el trabajo –se encogió de hombros Edward-. Puede que sanes mucho más rápido que cualquier ser humano común, pero no creo que ni siquiera tu súper sistema inmunológico pueda recuperarse de un cuello roto.

Jacob bufó algo que sonó a "melodramático", pero se calzó el casco en la cabeza antes de subir a la moto y arrancar. Hizo rugir el motor varias veces, una expresión de felicidad en su rostro.

-Hasta pronto, Bella –se despidió Edward con un beso en mi frente-. Que tengas dulces sueños –añadió, sonriendo. Ése era nuestro chiste privado.

-¿Vendrás esta noche? –le pregunté en un susurro vampírico, tan rápido y silencioso que ni siquiera Jake pudo oírnos-. Prometo no roncar.

La sonrisa de Edward fue enorme cuando me respondió, casi moviendo sólo los labios:

-No encontraba la forma de pedírtelo sin sonar poco caballeroso… pero me encantará dormir a tu lado.

Se despidió de Jacob con una palmada en el brazo; Jacob nos saludó a ambos con la mano, y cada uno de ellos se alejó en una dirección distinta, pero en ambos casos a toda velocidad.

Yo sólo pude quedarme ahí, con la más estúpida de las sonrisas pintada en mi rostro. Tenía a mi maravilloso mejor amigo Jacob, y tenía a mi maravilloso Edward, que no estaba muy segura qué era, pero sí estaba segura de que yo lo amaba… y empecé a estar más segura de que él a mí también, lo cual me hacía sentir tonta, pero también más feliz de lo que me había sentido nunca.

.

Con sólo ligeras variantes, esta rutina se repitió durante las siguientes dos semanas. Yo ya no era el centro absoluto de atención y cotilleo en la escuela, donde la escandalosa pelea a puñetazo limpio entre Pamela Dowling y Debbie Newton (una prima de Mike) por ver quién se quedaba con el guapo y mujeriego Johnny Marks había enviado el tema de mi recuperación a un modesto segundo plano.

Me puse al día con mis estudios en un santiamén. A mis profesores les expliqué que Edward me había dado tutorías de los temas desarrollados durante mi ausencia, lo cual no le hizo mucha gracia a él, lo cual fue interpretado como modestia de su parte. Yo me divertía y él bufaba.

Pasaba gran parte de mi tiempo con Edward, aunque siempre tuve tiempo para Jacob, algún ocasional encuentro de chicas con Ángela y Jessica en los que a veces participaba Alice, y me seguí ocupando de los quehaceres domésticos como antes. También pasé bastante tiempo en casa de Edward y fui conociendo más a su familia. Charlé con cada uno de ellos, y mi admiración y simpatía por ellos creció cuanto mejor los conocía.

Y por las noches, Edward todavía venía a "dormir" a mi lado, sin que nos quedara ya ninguna razón real para hacerlo, pero disfrutábamos de esos ratos de silencio, cómodamente acurrucados en brazos del otro. Pese a esto, no habíamos compartido aún ni un beso, y yo no sabía si sentirme decepcionada o qué por tener a mi príncipe azul cada noche a mi lado y no ser capaz de besarlo.

Era raro, sobre todo teniendo en cuenta que Edward y yo pasábamos mucho tiempo juntos, y todo el mundo asumía que éramos pareja. Pero como lo asumían sin molestarse en preguntarnos, no me sentí en la obligación de desasnarlos.

.

Mi existencia otra vez se había encarrilado en una cómoda monotonía, como sucedía regularmente, cuando un suceso fuera de lo común vino a perturbar esa tranquilidad, como también comenzaba a ser costumbre. Ésta vez fue Mike Newton quien precipitó unos acontecimientos que, quiero creer, se hubiesen dado de todos modos, pero quizás más tarde o de otro modo.

Un viernes cualquiera, sin nada más excepcional que ser el último día de la semana, Mike se me acercó con expresión confiada. Edward y yo estábamos a menos de un metro del Volvo cuando Mike nos interceptó, por lo que no le presté atención hasta que vi que Edward lo fulminaba con la mirada, al tiempo que apretaba los dientes tan fuerte que el chasquido debió ser audible hasta para los débiles oídos humanos de Mike.

-Hola, Bella, ¿te gustaría salir conmigo este fin de semana? –me soltó Mike a bocajarro.

Me tomó tan de sorpresa que me quedé inmóvil, procesando lo que acababa de oír. Mike debió malinterpretar mi silencio, porque siguió hablando con gran seguridad, sin mirar ni una vez a Edward, que emanaba una tensión tan evidente que sin tener el don de Jasper yo la percibía con toda claridad.

-Podríamos salir a Port Angels, al cine, y después a cenar –siguió diciendo Mike, aparentemente sin ver que las manos de Edward se apretaban en sendos puños-. Por supuesto, invito yo.

Me recuperé de la impresión a tiempo para intentar hilvanar una respuesta que calmara los ánimos, sacara a Mike de su error y contuviera a Edward de lanzarse sobre el humano y despedazarlo ahí mismo.

-Gracias, Mike, es muy generoso de tu parte –empecé, casi segura de que Mike no advertiría la nota de ironía en mi voz-. Pero no voy a ir contigo. Ya tengo planes.

Edward no se relajó, y Mike tampoco pareció decepcionado. Casi daba la impresión que estaba esperando ese tipo de respuesta.

-Bella, si es por Cullen, no tienes que estar a su lado sólo porque te sientes agradecida por lo que sus padres hayan hecho por ti –me dijo con un cierto aire condescendiente que me irritó muchísimo, más aún de lo maleducado que me pareció que hablara de Edward como si no estuviese presente-. Por favor, no confundas agradecimiento con otro tipo de sentimientos.

Durante un segundo, nadie se movió. Yo seguía sorprendida; Edward, furioso; y Mike, sonriente, seguro de su argumento. Antes de poder evitarlo, estallé en carcajadas. Era una suerte que estuviésemos al aire libre, en el estacionamiento, y que de este modo yo pudiese respirar cómodamente, porque ese ataque de risa fue uno de los más intensos que había tenido desde que desperté a mi nueva existencia.

-Mike… -le dije en cuanto me recuperé lo suficiente de las risas como para poder hablar claramente-. ¿Crees que paso tanto tiempo junto a Edward porque estoy agradecida por haberme cuidado cuando me perdí? ¿En serio crees eso?

La seguridad de Mike se resquebrajó un poco al advertir que esa idea me causaba risa, y que Edward no dejaba su pose amenazante.

-Bueno, si estás confundida después del accidente, podrías sentirte obligada a…

-No estoy confundida en absoluto, Mike –lo corté antes de que siguiera diciendo tonterías-. Gracias por tu honesta preocupación –añadí con sarcasmo-, pero estoy perfectamente, y sé lo que quiero, o mejor dicho, a quien quiero, y es a Edward.

-Eso es lo que te parece ahora, pero…

-Ya pasaron algo más de tres semanas desde que me perdí, y dos desde que desperté –lo corté de nuevo, la diversión dejando paso al fastidio al ver que Mike no podía entenderlo-. Tuve tiempo de poner todo en perspectiva, y te aseguro que tengo muy en claro mis sentimientos por Edward, por si te interesa, aunque de todos modos no es asunto tuyo.

La seguridad de la que Mike había hecho gala había desaparecido, sólo para ser reemplazada por una mezcla de incredulidad y enojo. Se giró hacia Edward, que estaba completamente inmóvil, y le espetó casi con rudeza:

-¡Ganaste! Te quedaste con ella. Estarás feliz, ¿no? Ya la convertiste en tu chica…

-Michael Newton, es exactamente ese tipo de pensamientos el que llevó a que Bella no se interesara en tu persona –le dijo Edward lenta y claramente, mirándolo directo a los ojos-. Bella no es un premio que obtener, ni una conquista que lograr. Es una persona maravillosa, sensible, inteligente y admirable, que por alguna inexplicable razón me considera suficientemente bueno para estar a su lado, que es donde me quedaré durante todo el tiempo que ella quiera… porque la amo con todo mi ser.

Clavé mis ojos, aún mayormente rojos, aunque en los bordes exteriores los iris comenzaran a adquirir un matiz más parecido al naranja, en los ojos completamente ámbar de Edward. Los lentes de cristales verdes estorbaban, desde luego, pero fui capaz de ver perfectamente a través de ellos, como si no estuviesen ahí, y leer toda la sinceridad de esa declaración los orbes castaños del amor de mi existencia.

Sin razonarlo, sin pensarlo, le eché los brazos al cuello, igual que en las películas cursis. Él rodeó mi cintura con sus brazos, casi del mismo modo automático, y un segundo después nuestros labios se encontraron en un maravilloso Beso. Sí, Beso con mayúscula.

Regresé a este mundo, bajando de mi maravillosa nube de ensoñación y felicidad, cuando empezaron a sonar aplausos a nuestro alrededor. Sin que yo me hubiese percatado, una pequeña multitud de curiosos se había acercado y había oído, si no todo el intercambio, al menos la última parte. Y en ese momento, estaban aplaudiéndonos, a tono con la sensación de júbilo que me embargaba.

Edward y yo nos separamos lentamente, como con desgano, mientras los aplausos seguían. Muchos de nuestros compañeros, además de chicos y chicas de otros cursos, estaban ahí, sonriendo y aplaudiendo; algunas chicas suspiraban. Mike parecía un pez fuera del agua por como boqueaba, y desde un par de metros de distancia Jessica me echaba miradas de envidia. Cerca de ella, Lauren se dio media vuelta, con la cabeza muy en alto, y se alejó a zancadas.

Más cerca de nosotros había unos cuantos rostros conocidos. Ángela, Ben, Lee, Samantha, Ashley, Conner y Austin sonreían mientras aplaudían; Tyler y Eric tenían una expresión melancólica, pero aplaudían igualmente.

Observé a Emmett, Rosalie, Alice y Jasper un poco más atrás de los humanos, aplaudiendo también. Jasper tenía una expresión tan completamente inocente en el rostro que no me cupo duda que él tenía algo que ver con la ovación que Edward y yo recibíamos en esos momentos. Alice era pura alegría, mientras aplaudía a la vez que daba saltitos. Emmett parecía a punto de empezar a reír a carcajadas, sin dejar de aplaudir con ganas. Rosalie estaba dividida entre un gesto de alegría y uno que parecía decir "por fin", y también aplaudía enérgicamente.

Me hubiese sonrojado de haber podido. Como no podía, opté por algo mucho más placentero.

Volví a besar a Edward.

.

Esa misma tarde, Edward insistía en que lo presentara ante mi padre… como mi novio.

-¿No podemos simplemente besarnos en la cocina en el momento en que él entra a casa? –sugerí, un poco nerviosa-. Eso sería igual de convincente que decírselo, o más.

-Bella, ése no es el modo en que debe hacerse –se negó Edward-. Además, vamos a decirle que estamos saliendo, no anunciarle que irás a Las Vegas a convertirte en corista. Vamos, Charlie es un hombre razonable, no va a dispararme.

-Eso no puedes saberlo –gruñí.

-Alice me hubiese advertido –replicó Edward.

Estábamos en el comedor de casa, sentados uno frente al otro, acabando velozmente los deberes. Edward consideraba algo fastidioso el tener que resolver cálculos o escribir redacciones, sobre todo sobre temas que conocía igual o mejor que los mismos profesores, pero comprendía también que no hacer los deberes no era una opción. Para mí por lo menos era la primera vez que cursaba la escuela secundaria, y era más fácil sorprenderme.

-Alice no puede verlo todo –repuse, apartando el libro de Biología, abierto en la página que esquematizaba el ordenamiento de los pares cromosómicos-. No cuando Jake se pasa las tardes en tu casa.

-Jake no se pasa todas las tardes en casa, y Alice dispone de todo el resto del día y de la noche para ver –contestó Edward con tranquilidad, sin levantar la vista de una larga ecuación matemática tan repleta de números como de letras-. Y no intentes cambiarme de tema. ¿Piensas presentarme a tu padre como tu novio, sí o no?

-¿Entonces somos "novios"?

-Es una noción bastante libre, teniendo en cuenta lo que los humanos entienden bajo ese término, pero creo que es lo más cercano a describir nuestra relación –respondió Edward, apartando por fin la mirada del ejercicio ya casi resuelto y mirándome con intensidad-. A menos que prefieras otro tipo de denominación.

-¿Hay verdadera necesidad de etiquetar todo? –me pregunté yo, casi más a mí misma que a él, hojeando el libro de biología con desgano-. ¿No podemos simplemente ser Edward y Bella, y que cada uno piense lo que quiera de nosotros? ¿Es necesario ponerle un nombre a lo que sentimos? Te amo, ¿no basta con eso?

Al segundo siguiente, Edward me tenía entre sus brazos y estaba besándome como si no hubiese un mañana. Acabé sentada en su regazo, rodeando su torso con mis brazos, mientras él también me abrazaba.

-Me basta y sobra –susurró, sus ojos dorados llenos de ternura-. Soy tan feliz, Bella, que quiero que todo el mundo lo sepa. Nada de fastidiosos Mike Newtons cerca de ti, nada de maliciosas Jessica Stanleys creyendo que yo podría siquiera mirarla a ella, teniéndote cerca. Podría gritarlo a los cuatro vientos, podría…

-Ya, ya, ya está bien –murmuré yo, un poco avergonzada, pero completamente feliz-. Es sólo que… Esto no parece un noviazgo muy convencional, y no estoy segura de cómo encararlo. Bueno, no sabría como encarar cualquier noviazgo, convencional o no. Nunca antes había sentido nada así por nadie, es todo tan nuevo… es maravilloso, pero también estoy un poco asustada, y sorprendida, y…

Edward me acalló con otro maravilloso beso, que le devolví con ganas.

-A mí me pasa lo mismo –musitó Edward contra mi pelo, mientras acariciaba con suavidad mis brazos. Jamás me había tocado más allá de los brazos, los hombros, el cuello o la cara. A veces rodeaba mi cintura con un brazo, pero siempre de un modo flojo-. Yo también estoy sorprendido y maravillado, más de lo que estoy asustado, pero también tengo miedo, Bella. En todos estos años, nunca había sentido algo así por nadie. Ni como humano, ni como vampiro, nunca me había enamorado antes.

Permanecimos en silencio un rato, cómodamente abrazos, intercambiando castas caricias, cada uno perdido en sus pensamientos. Los míos en especial, le daban vuelta al asunto del "noviazgo". No podía evitarlo, yo asociaba "novios" con chicas frívolas y superficiales, más interesadas en divertirse que en tomarse la vida en serio. Claro que no tenía por qué ser siempre así y yo lo sabía, pero durante tantos años yo había tenido que ser la adulta del dueto formado por mi madre y mí, que no podía evitar sentir que estaba traicionando mis propias convicciones al presentar a Edward como "mi novio".

Sabía que era un prejuicio, pero los novios, sobre todo en la adolescencia, me parecían figuras pasajeras en la vida, y yo no quería que Edward fuese pasajero. Quería que él permaneciera por siempre a mi lado, más ahora que "por siempre" tenía el más extenso de los significados para mí. Eso me llevó a pensar en el futuro. Esme me había explicado que ellos tendrían que mudarse en unos años, antes que los humanos cayeran en la cuenta que ninguno de los Cullen envejecía. Tal vez pudiesen quedarse en Forks tres o cuatro años más, pero Carlisle o Esme en especial nunca podían llegar a cumplir los cuarenta y ser creíbles. Podían pasar por treintañeros con la ropa adecuada y una actitud madura, pero no más de eso. Desventajas de congelarse en los veintipocos.

Rosalie, Emmett y Jasper se irían a la universidad el año próximo, o al menos eso se diría oficialmente. Alice y Edward los seguirían al año siguiente. Yo también habría terminado la escuela dentro de dos años. Mis anteriores planes de estudiar una profesión en algún lugar alejado, como Alaska, asentarme en alguna gran ciudad donde un par de muertes más por mes no llamaran la atención y mantener el contacto teléfonico con mis padres quedaban abolidos. ¿Y entonces qué?

-Por favor, dime qué piensas –casi suplicó Edward, mirándome con toda atención-. Estás muy pensativa.

-Estaba pensando… en el futuro. ¿Qué pasará cuando acabemos la escuela secundaria?

-Estos son los momentos en que daría cualquier cosa por poder oír tu mente –suspiró Edward, asombrado y un poco sobresaltado-. ¿Cómo llegaste de nuestras mutuas confesiones de lo ansiosos y asustados que estamos al estar enamorados por primera vez, a pensar de aquí a dos años?

-Sólo empecé a pensar que tengo el prejuicio que los novios son algo fugaz, y no quiero que lo seas para mí –expliqué, y la cara de Edward se iluminó con una enorme sonrisa-. Quiero que estemos juntos para siempre, y eso me llevó a recordar que tu familia se tendrá que mudar de aquí dentro de un par de años, antes que le gente se dé cuenta que no envejecen, y entonces me pregunté qué haría yo una vez que acabe la escuela…

-Estudiar una carrera, desde luego –respondió Edward como si esa fuese la única respuesta lógica-. Tus calificaciones son excelentes y estoy seguro que hay montones de universidades donde estarán encantados de aceptarte.

-No tengo casi dinero –admití-. Y de todos modos, no estoy muy segura de que pueda estar junto a tantos humanos sin problemas.

-Faltan dos años, tienes tiempo de sobra para ejercitar tu autocontrol. Lo realmente difícil son los primeros doce meses, y lo estás haciendo mucho mejor que cualquiera de nosotros en su primer año –me dijo Edward con reverencia-. Será pan comido cuando llegue el momento de inscribirte en la universidad. Respecto al dinero, con tus calificaciones sería una locura que no te otorgaran becas o asistencia financiera de algún tipo. En el improbable caso de que no lo hicieran, mi familia puede ayudarte. Con Alice pudiendo prever las cotizaciones de la Bolsa, el dinero no es un problema para nosotros.

-¿Y qué pasa contigo? –pregunté-. ¿También irás a la universidad?

-No sé… tengo dos licenciaturas en medicina –mencionó él como al pasar-, pero nunca ejercí. Tampoco llegué al doctorado… tal vez éste sea el momento.

-¿Tienes dos licenciaturas en medicina? –jadeé, sorprendida.

-Bella, todos tenemos títulos universitarios –me informó con diversión-. Con todo el tiempo del mundo por delante, no es nada raro. Esme es arquitecta, además de decoradora de interiores; Jasper tiene una licenciatura y un doctorado en Filosofía, además de un posgrado en Historia. Alice es contadora, organizadora de eventos y diseñadora de indumentaria. Carlisle tiene más especializaciones en Medicina de lo que yo pueda recordar, creo que excepto las caries puede curar cualquier cosa. Emmett estudió carpintería, plomería y albañilería; podría construir una casa él solo si quisiera… además, tiene una maestría en Literatura. Rosalie es abogada en derecho civil, penal y familiar; y aunque no suele trabajar, no lleva perdido ni un caso cuando ejerce.

Me costó un momento asimilar que yo había estado codeándome con unos cerebritos durante tres semanas sin saberlo.

-¿Cómo es posible que alguien con títulos universitarios de semejante envergadura asista a clases en un aburrido instituto, en un aburrido pueblo lluvioso, donde se debe aburrir a muerte al estudiar cosas que sabe mejor que los mismos profesores? –dije lentamente, todavía asombrada-. ¡Y yo pensaba hasta hace poco que fingir que dormía era aburrido!

Edward soltó una risa cantarina; parecía enormemente divertido.

-El tedio es a lo que menos se acostumbra uno. Cuanto más jóvenes nos fingimos, más tiempo podemos pasar en un mismo sitio; fue por eso que nos inscribimos como estudiantes en Forks. De todos modos, aún si ejerciéramos nuestras respectivas profesiones, deberíamos tener mucho cuidado de no llamar nunca la atención, y eso significa también no convertirnos en eminencias en ningún campo, o al menos, no demostrarlo.

-Eso sí que es injusto. Por lo que dices, Jasper podría darle cátedra a nuestro profesor de historia, por ejemplo, pero tiene que refrenarse para no llamar la atención –observé-. ¡Es injusto!

-¿Nunca te lo dijo nadie, Bella? –Edward habló con voz muy suave, burlona, pero un poco triste-. La vida tiende a no ser justa. Mírate. Eras una chica normal, con toda una vida tranquila y por delante, hasta que algún mal nacido te convirtió en esto. Mira a Alice, ella no recuerda nada de nada, no sabe más que su nombre de su vida anterior, ni siquiera recuerda su apellido. Mira a Jasper, el capricho de una vampiresa ambiciosa lo privó de su vida, y también lo convirtió en esto. Esme. Ese maldito con el que tuvo que casarse, además de maltratarla en vida, de un modo indirecto la tiró por el acantilado. Carlisle. Dime si es justo que alguien tan compasivo y bueno tenga que pasar por todo lo que pasó él. Rosalie. Ella sólo quería una vida tranquila, estuvo tan cerca de lograrlo, y esos malditos se lo arrebataron, la hirieron física y psíquicamente; me temo que quizás nunca se recupere del todo. Emmett. ¿Alguna vez te contó qué fue lo que lo llevó a este tipo de vida, tan peligrosa? Era el mayor de ocho hermanos, y su padre abandonó a la familia cuando Emmett tenía catorce años. Él se convirtió en el hombre de la casa, tuvo que salir a trabajar duro para que a sus hermanitos no les faltara el pan. No intentó cazar ese oso por diversión ni para hacerse rico, intentaba que los suyos no pasaran hambre. Jacob… no creo que se haya percatado aún, pero no poder envejecer se convertirá en una maldición para él cuando sus amigos y seres queridos sí lo hagan, y eventualmente mueran –Edward hizo una pausa, su voz se había quebrado levemente-. ¿Te parece justo algo de esto?

Me quedé en el más completo silencio. Durante el tiempo que solía pasar en casa de los Cullen, Rosalie y Esme me habían contado sus historias en la versión completa, no sólo la adaptación simplificada que Edward me dio de cada uno el día que me liberé de mi laberinto. Fue en esos días que me enteré, por ejemplo, que el pirómano don de Rosalie se manifestó por primera vez cuando cazó a su prometido, el cabecilla de los que la habían herido de tantas maneras. Ella sólo sabía que lo odiaba y que lo quería hacer sufrir tanto como había sufrido ella… y él empezó a arder. Rosalie lo quemó vivo, de adentro hacia fuera del cuerpo; Royce King murió entre horribles dolores y gritos: no quedó más que un montoncito de cenizas negruzcas cuando Rose acabó con él. El don de Esme no se debía sólo a que en vida ella tenía muy buena memoria, como Edward había mencionado una vez, sino que Esme tenía tantas cosas para olvidar de su vida humana como cosas que quería recordar con desesperación. A su marido golpeador quería olvidarlo con todas sus fuerzas, a su bebé muerto le dolía tanto recordarlo como olvidarlo, sus padres que la mandaron a volver con su cruel marido prefería recordarlos como eran en su infancia… esa explosiva mezcla se convirtió en el don de no sólo atisbar memorias ajenas, sino bloquear las suyas propias en cierta manera, y hasta manipularlas y alterarlas llegado el caso, a las suyas y a las de otros.

Ni Jasper ni Emmett me habían dado detalles de su pasado humano, sólo un par de vagas referencias. Carlisle no mencionaba jamás los años difíciles; cuando muy rara vez hablaba del pasado, era de los buenos momentos que había pasado junto a su familia. Alice no tenía nada que contar, después de todo, y si bien insistía en que no le importaba, Edward me había confiado que Alice tenía un enorme álbum de fotos al que regularmente añadía fotografías de su familia. Ella temía volver a olvidar, ser incapaz de recordar a sus seres queridos. Respecto a Jacob, sabíamos que él más tarde o más temprano podría controlarse lo suficiente como para dejar de convertirse en lobo, y entonces volvería a envejecer, pero ni él mismo tenía idea de cuándo tendría el autocontrol necesario.

-Nada de eso me parece justo –musité en voz muy baja, escondiendo la cara en el hueco del cuello de Edward-, y tampoco me parece justo que en su momento, con sólo diecisiete años, hayas tenido que cargar de golpe con tu orfandad, la dolorosa transformación y el don de oír pensamientos ajenos a toda hora dentro de tu cabeza, todo a la vez. Debe haber sido enloquecedor.

-Bella, en mi época a los diecisiete años se era un hombre, no un adolescente –me hizo ver Edward, pero en voz tan apagada que dejaba en claro que estaba de acuerdo con lo demás-. Aunque tuve mucha suerte. Carlisle me apoyó siempre, fue comprensivo y paciente conmigo siempre, más de lo que merezco. Cada nuevo miembro de mi familia fue un nuevo punto de apoyo… No como en tu caso, que no tenías a nadie…

-Los tuve cuando más los necesité, cuando me perdí –dije en un susurro

Me di cuenta en ese momento de que nunca habíamos hablado directamente de lo que pasó esa noche. Es más, ni siquiera lo nombrábamos directamente, siempre se decía "cuando estabas perdida". Incluso yo lo evitaba, como si por ignorarlo no hubiese ocurrido. Yo había, moderadamente, hecho las paces con ese recuerdo. Lo había podido mandar al pasado, aunque fue el último y el más difícil de alejar. La culpa, sin embargo, probablemente estaría ahí siempre; no podía imaginarme perdonándome a mí misma ese tipo de acto.

De pronto, como un relámpago, un recuerdo atravesó mi cabeza. Jasper, sentado frente a mí, leyéndome la Balada del Viejo Marinero. Recordé el texto del poema, lo había leído una vez después de mi transformación, y desde luego lo recordaba con toda claridad.

Tres jóvenes se dirigen a una boda, cuando un Anciano Marinero de aspecto aterrador y lastimoso a la vez detiene a uno de ellos, y comienza a narrarle su historia. Pese a que intenta irse, el Joven no puede; está absorto por el relato. El Marinero, a bordo del barco, había matado con su ballesta un albatros, un animal considerado a veces como símbolo del cristianismo y otras sólo como un emblema de buena suerte, pero en todos los casos respetado. El barco entra en una corriente maligna después de eso, ya que el Marinero trajo la mala suerte sobre la tripulación y el barco todo con esa muerte. La embarcación es arrastrada a un lugar terrible y desconocido, y no hay viento ni corrientes marinas que les ayuden a volver a su patria. El sol cae en picada, se agota el agua, y el barco no se mueve. Las demás maldicen al Marinero por dar muerte al albatros, y como recordatorio de su acción le cuelgan el animal muerto alrededor del cuello. Entonces llega un barco fantasmagórico, monstruoso, que se mueve pese a que no hay viento ni corrientes que lo impulsen: a bordo van la Muerte y la Muerte en Vida, que juegan a los dados quién se queda con cada uno de los tripulantes. La Muerte gana en todos los casos, salvo en el del Marinero, con quien se queda la Muerte en Vida. El barco espectral se aleja otra vez, y poco a poco todos los tripulantes del barco mueren de sed, excepto el Marinero, quien sobrevive apenas, atormentado por la culpa, los ojos de sus camaradas muertos clavados él, acusadores. Por fin, llueve; el Marinero se empapa de agua, todo su cuerpo bebe, él puede dormir por fin y descansar. Cuando despierta, ha sido perdonado; el albatros muerto se desprende y cae de su cuello al mar. Como si fuese una señal, unos indefinibles seres angelicales, etéreos, hechos de pura luz, llegan entonces, y apoderándose de los cuerpos muertos de los compañeros de travesía del Marinero, ponen el barco a punto para que retorne a su patria. Poco antes de llegar a la costa, los seres angélicos abandonan los cuerpos de los muertos y ascienden al cielo en remolinos de luz, que vistos desde la costa impulsan a tres hombres, el Piloto, el Ayudante y el Ermitaño, a acercarse en una chalupa hasta el barco. En el momento en que la chalupa toca el barco, éste se resquebraja por completo y se hunde, aunque el Marinero alcanza a nadar y es rescatado por los otros tres.

Lo que me inquietaba era el final: el Ermitaño no puede absolver de la culpa al Marinero, que desde entonces todos los días, al caer la tarde, debe contarle su historia a alguien, en señal de penitencia. Tras hacerlo, consigue la paz necesaria para subsistir hasta el día siguiente, cuando volverá a contar sus desdichas. El poema acababa con una sentencia algo ominosa sobre el Joven que había oído la historia, diciendo que después de eso, él había sido "si más triste, más sabio".

Lo recordé con increíble exactitud. Cada palabra, cada letra, cada signo de puntuación. Recordé también a Jasper leyéndomelo, y recordé mi deseo de que alguien fuese capaz de absolverme, de redimirme de mis culpas…

Entonces lo entendí. Fue como si se hubiese hecho la luz de pronto. Fue una revelación tan completa que hasta contuve el aire. No se trataba de que alguien me diese su absolución, no se trataba de que yo me perdonara a mí misma. En todo acto de pedir perdón había una humillación por parte de quien lo pedía, y una clara condescendencia por parte de quien lo otorgaba. Con pedir perdón yo no le devolvería la vida a esa chica muerta ni a su hijo nonato, ni a cualquiera de mis víctimas anteriores.

No se trataba del perdón. Se trataba de la injusticia. La injusticia estaba aquí mismo, en el mundo. Yo había sido injusta con esa chica, le había quitado la vida. Antes, alguien me la había quitado a mí, o al menos la vida como humana. Todos habíamos sufrido, o sufríamos todavía, alguna injusticia: Edward, Jacob, Alice, Rosalie, Emmett, Esme, Carlisle, Jasper, yo misma… Todos habíamos sido tratados con injusticia al menos una vez. Y todos habíamos tratado con injusticia a otros, también al menos una vez.

"

¿Nunca te lo dijo nadie, Bella? La vida tiende a no ser justa."

Oí las palabras de Edward dentro de mi cabeza como si él acabara de decírmelas al oído. Era cierto lo que decía, pero no del todo exacto. No era la vida en abstracto quien era injusta, sino cada persona. Cada persona tenía momentos justos e injustos, y echarle la culpa a 'la vida' no servía de nada.

Yo no tenía una receta contra la injusticia. Como si fuese tan fácil. La única forma de ir contra la corriente era intentar romper el círculo vicioso. Los demás eran injustos conmigo, entonces yo era injusta con ellos. Así no había forma de salir adelante.

Lo único que podía hacer era intentar obrar yo con justicia, todos los días un poco, en medida de lo que podía. Podía empezar por no lloriquear y lamentarme por haber dejado de ser humana por quién sabe qué capricho de qué vampiro; eso sería injusto para los demás, que de todos modos no podían ayudarme y sólo sufrían también.

Me pregunté de pronto si Carlisle había comprendido esto hacía tiempo, y si su actitud tan abierta y comprensiva se debía a eso. No podía estar segura, pero de algún modo intuí que algo de eso había. Del mismo modo, comprendí de golpe por qué Carlisle solo tan rara vez hablaba del pasado. Era mejor dejar el pasado donde debía estar, precisamente, en el pasado, valga la redundancia. Mi experiencia de extravío mental me había dejado al menos eso en claro.

Ahí mismo comprendí que si alguna vez le contaba a alguien lo que me pasó exactamente la noche en que asesiné a esa joven humana rubia, no sería a Edward, con su complejo de responsabilidad y culpa. Él encontraría la forma de echarse la culpa, yo estaba segura, asegurando que debería haberme hablado antes de la dieta de su familia o algo así. Comprendí también que no era bueno que él tomara la responsabilidad de mis acciones, mis errores y mis equivocaciones. Si él se hacía cargo, me quitaba a mí la culpa, pero también la posibilidad de superarme, de aprender de mis errores y de no volver a cometerlos. Era admirable que Edward estuviese tan dispuesto a tomar responsabilidades en una época en que la mayor parte de la gente intenta evitarlas como a la peste, pero no era saludable para ninguno de los dos que toda la culpa fuese suya…

No pude evitar sonreír al comprender por qué Edward hacía todo esto. Él me amaba, e intentaba protegerme a toda costa. Aunque la forma estuviese equivocada, sus intenciones eran las mejores. Él sólo quería que yo no sufriera, y estaba seguro que si me hubiese hablado antes de la dieta de su familia, hubiese podido ahorrarme el sufrimiento. Era muy noble de su parte, pero no estaba bien que él se atormentara por eso. Estaba en el pasado, es más, en una de las bifurcaciones del pasado que no habíamos recorrido.

-Te amo –le dije, besando con suavidad sus labios, sólo un roce, similar al beso de la paz-. Me alegro mucho de tenerte a mi lado.

-Bella, ¿en qué estabas pensando? –me preguntó Edward con un cierto temor reverencial, levantando mi barbilla con un dedo-. Tenías una expresión de dolor, después, de tranquilidad, y al final sonreías… ¿En qué pensabas?

Sonreí más y sacudí la cabeza. Tendríamos que discutir esta manía por saber siempre qué pasaba por mi cabeza.

-En muchas cosas –respondí globalmente, encogiéndome de hombros-. En ti, en mí, tu familia, la culpa, el perdón, la muerte, la responsabilidad…

-Muchas cosas, ya veo –musitó él, sobrecogido-. ¿Estás bien?

-Sí –respondí con seguridad-. Muy bien.

Edward se me quedó mirando, pero pareció comprender que, no importa lo que había pasado en mi cabeza, en esos momentos yo estaba perfectamente. Sonrió también y volvió a besarme, con tanta dulzura y amor que no pude menos que derretirme.

Tan absorta estaba en ese beso que no reaccioné hasta que Edward se apartó de pronto, y me giró hacia la puerta, apartándome un poco de él. Abrí lo ojos sorprendida, sólo para encontrarme allí parado a Charlie, que nos miraba a ambos con una mezcla de sorpresa, indignación, reproche, y por fin… ¿resignación?

Le dirigí una mirada envenenada a Edward, que tenía un aspecto tan perfectamente feliz como si lo hubiese planeado, y eso no me parecía del todo improbable. Después de todo, él podía oír la mente de Charlie desde una distancia razonable…

-Ejem, hola, Charlie –saludó Edward, bajándome de su regazo-. ¿Cómo está usted?

Le eché un vistazo muy precavido a mi padre, que todavía no se había movido y nos seguía mirando con los ojos algo desorbitados, aunque, comprobé con alivio, había dejado el cinto con la pistola colgado en el vestíbulo.

-Hola, papá –lo saludé también, poniéndome de pie-. Lo siento, me retrasé con la cena.

Charlie seguía parado allí, muy rígido, demasiado ocupado inspirando y expirando regularmente como para responder.

-Empiezo ya mismo a prepararla… -musité y me escabullí a la cocina.

Oí que Edward se ponía de pie también, quizás para irse, quizás para seguirme, pero entonces Charlie reaccionó.

-Siéntate, Edward –le ordenó en tono severo-. Hablemos.

Desde la cocina, no pude ver, pero oí con claridad cómo Edward volvía a tomar asiento, y cómo Charlie se sentaba también.

-De hombre a hombre, muchacho, ¿qué es lo que sientes por mi niña? –exigió Charlie.

Al oírlo, yo no podía evitar desear que ojalá Charlie hubiese tardado quince minutos más en regresar a casa esa noche.

-La amo –respondió Edward, la honestidad impregnada en cada palabra-. Amo a Bella con todo mi corazón, y asombrosamente ella me ama también.

-Son muy jóvenes –la voz de Charlie sonó casi como un quejido.

-Apenas empezamos a salir esta tarde… como pareja –repuso Edward suavemente-. Vamos a llevarlo con mucha calma, tenemos la eternidad por delante.

Hubiese podido golpear a Edward por la elección de palabras, aunque desde luego Charlie no comprendió cuán literal era la última parte.

-Hum, bueno… -Charlie sonaba pensativo, y tardó un momento en añadir, en voz mucho más baja, aunque yo desde la cocina lo podía oír con toda claridad-. Bella estuvo muy mal cuando fue ese accidente. Sé que la encontraste, y te lo agradezco mucho, no sé qué hubiese podido pasarle si se quedaba en la calle, pero… dos cosas: si estás aprovechándote de que ella se siente agradecida, créeme que te las verás conmigo; y si esto es sólo porque te sientes responsable de seguir cuidándola, olvídate y déjala vivir.

No supe si sentirme agradecida por la preocupación de Charlie, indignada por la poca fe que tenía en Edward, avergonzada por toda la situación…

-Charlie, con todo respeto, yo ya estaba enamorado de Bella cuando ella sufrió el accidente –dijo Edward en el mismo tono bajo de Charlie-. Me sentí muy culpable por no haber sido capaz de protegerla mejor, es cierto, pero… no es por eso. Yo la amo, la amo en verdad, con cada fibra de mi ser –dijo Edward en voz lenta, clara y vehemente-. La amo y quiero que sea feliz. Mientras ella me acepte a su lado, me quedaré; en cuanto Bella no me quiera cerca, desapareceré. Prometo no insistir ni molestar si ella me rechaza. Le doy mi palabra de honor.

Lo de la palabra de honor podía sonar anticuado en otro contexto, pero de algún modo en ese momento fue exactamente lo que Edward debía decir. Charlie pareció apaciguado, al menos los latidos de su corazón empezaron a sonar más rítmicos y tranquilos.

-Bien, entonces… pero si la lastimas… -Charlie no completó la amenaza, lo cual hizo que sonara peor de lo que realmente era.

-No esperaba menos de usted, Charlie –respondió Edward, y casi pude ver su sonrisa mientras lo decía-. Si me disculpa, es tarde. Debo volver a casa.

Ya era suficiente. Tomé aire profundamente en la cocina, rogando por que alcanzara para decir todo lo que tenía que decirles a esos dos, sin necesidad de inhalar tan cerca de Charlie, y me dirigí al comedor a paso firme.

Edward estaba guardando sus libros y útiles escolares dentro de su mochila, mientras Charlie lo examinaba con expresión meditabunda.

-Papá, Edward, tenemos que hablar –anuncié, y ambos se quedaron muy quietos, mirándome con atención-. Papá, aprecio mucho tus nobles intenciones, pero por favor, ten un poco de confianza en mi criterio a la hora de enamorarme. Edward, después hablamos sobre tu complejo de sobreprotección, ¿sí? No quiero que seas mi guardaespaldas, sino mi novio.

Me detuve en seco al oír lo que acababa de decir. Había luchado toda la tarde contra la palabra, y ahora yo misma la había pronunciado con naturalidad. La sonrisa de Edward era deslumbrante; Charlie parecía más resignado que antes… y sonreía.

.

No hizo falta decírselo a la familia de Edward; como era de esperar, Alice y Rosalie les había ido con el chisme ni bien salieron de clases. Esme y Carlisle nos felicitaron profusamente, nos desearon todo lo mejor, y prometieron no entrometerse.

La vida, o no-vida si se quiere, era buena. Todo era un remanso de paz. Hasta que

 

 

 

 

Capítulo 12: De Amor y de Sombra Capítulo 14: ESPERANDO LA CARROZA

 
14640705 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10860 usuarios