Los seis meses siguientes fueron los más horribles de toda mi vida. La mayoría de los días me los pasé encerrados en mi cuarto, sin salir ni comer apenas, solo llorando y gimiendo el nombre de Jake en cada rincón. Alice me inscribió en el instituto de Forks, en donde estudiaba Mike, para que me distrajera un poco de la ciénaga de mis pensamientos. Hablando de éste, me tuve que pasar por su casa un día para asegurarme de que seguía con vida después de lo de la fiesta. Llevaba muletas y aún tenía algún que otro corte o moretón en su cara.
“Pero este chico ¿en qué estaría pensando?”
-¿Por qué te estabas pegando con ese tío borracho?-le interrogué una vez que estuvimos solos en su casa.
-Verás… yo… había organizado esa fiesta para ti,-dijo con cara de cordero degollado. En algunos momentos, Mike podía ser muy dulce.-Te va a parecer una tontería pero es que quería impresionarte.-rió avergonzado y yo me uní a él amablemente.-El local lo había alquilado yo, pero resulta que no llegué a pagarle el precio exacto al tío ese y no creo que podría pagárselo, así que llegamos a un acuerdo: él me dejaría usar el local a cambio de que pudiera estar en la fiesta. Yo accedí. Y cuando estaba tranquilamente pidiendo las bebidas desde la barra, me tocó el hombro y me dijo que quería que lo acompañara, que deseaba hablar conmigo. Me llevó hasta el callejón y comenzó a pegarme mientras me insultaba y me decía que le diese el dinero que faltaba. Me di cuenta de que estaba borracho, y que por mucho que se lo dijera, no iba a recordar nuestro pacto.
Esa misma noche, releí una y otra vez las cartas de Edward antes de dormirme, y recordé la maravillosa semana que pasamos juntos en la isla Esmee. Es curioso, pero en ese corto período de tiempo conocí a un Edward muy distinto al que siempre me habían dibujado los Quileutes: tierno, atento, accesible... Es como si él y yo tuviéramos un vínculo, algo que nos unía como las piezas de un puzle; unidos por un lenguaje sin palabras, compartiendo el mismo espíritu, somos tan parecidos en el fondo... Su compañía me agradaba, lo reconozco, pero no acaba de entender el por qué de sus fechorías y cambios de humor.
Una noche, mientras estábamos contemplando la luna desde la hamaca de la terraza, obtuve mi primera sospecha.
Flashback
Estaba leyendo tranquilamente mi novela sobre el cuerpo de Edward, quien también se encontraba tumbado en la hamaca, como solíamos hacer todas las noches.
-Tengo una sensación extraña contigo.-me sacó de mi lectura.-Sabía que tú me aportarías algo bueno. Lo vi en tus ojos al mirarme por primera vez ocho años atrás. Tu expresión no caló en lo más hondo de mi ser en vano.-dijo con suavidad.-La gente habla de de simpatías naturales, pero tú…
Respiró satisfecho contra mi hombro.
-Me pregunto qué harías para garantizar mi felicidad, Bella Swan.
-Haría cualquier cosa por ti Edward, siempre que fuera justa.-le encaré.
-Te envidio.
-¿Por qué?
-Por tu franqueza, por tu conciencia limpia. Cuando yo tenía tu edad, el destino me asestó un golpe. Y como se me ha negado la felicidad desde entonces, tengo derecho a buscar el placer. Y lo conseguiré a cualquier precio.
-Entonces degeneraras cada vez más.
-Pero Bella, si el placer que buscara fuera dulce y fresco… -me apretó mucho más a él.-si fuera una inspiración, si llevara el manto de un ángel de luz… entonces ¿qué?-me conmocionó el tono tan apasionado con el que se expresó.
-A decir verdad no he entendido ni una palabra. No consigo seguir la conversación.
-¿Te doy miedo?
-No me das miedo, pero no deseo decir ninguna tontería-respondí sincera.-Buenas noches, Edward.
-¿Te marchas ya?-me retuvo con fuerza el brazo derecho.
-Tengo frío.-pronuncié con cuidado.
Guardó silencio unos cuantos segundos, antes de rendirse del todo.
-Vete. No tardaré en entrar.
Fin del flashback
Debo decir que desde aquella semana no he vuelto a ser la misma. La cicatriz de mi muñeca iba desapareciendo cada vez con más y más rapidez, pero yo me negaba a que mi corazón hiciera lo mismo con el recuerdo de Edward.
Sí, lo admito: ME HABÍA ENAMORADO DE ÉL ¿vale?
Bueno, en realidad no sé si era exactamente amor, pero sentía la urgente necesidad de verle una última vez, de saber qué había sido de él o si había encontrado a otra que me sustituyera en su obseso juego del amor.
Pensar lo último me partía el corazón.
-Señorita Swan, ¿podría traducirme la frase que he escrito en la pizarra?-me ridiculizó delante de toda la clase el maestro de latín.
-Claro, señor.-bajé de mi atormentada nube, y leí la oración mentalmente para organizar en mi cabeza la respuesta.-De camino a casa… tuvo que andar mucho.
-¿Mucho?-me miró irónico.-MUCHO va a tener que estudiar usted si quiere aprobar el curso. En fin, sigamos.
Debo decir que el señor Johnson tenía razón en cuanto a lo mis notas, creo que lo único que iba aprobando era matemáticas y porque no era de cosa de estudiar. Pero ¿cómo querían que sacase buenas notas si tenía una crisis existencial? Ignoré el resto de la explicación y volví a mis asuntos.
-Bella, no le hagas ni caso.-me consoló mi compañero de mesa, Mike. He de reconocer que nos hicimos muy amigos desde que entré en el instituto y me ayudó mucho a superar la pérdida de Jake. Me acompañaba a casa casi todos los días desde que se deshizo de las muletas, y los fines de semana siempre quedábamos para salir con sus amigos (Ángela, Tyler, Eric y sí… Jessica. Habían roto desde lo de la fiesta y ella estaba tan sumamente “disgustada” que en cuanto podía nos fastidiaba a los dos.)
La llegada de la primavera a Forks, hizo que todo volviera a recobrar la vida. El pueblo se llenó de gente en cuestión de semanas, el buen tiempo también acompañó a su etapa de esplendor y el bosque se tornó de un verde tan fresco que pareció reclamar la existencia de duendecillos y hadas.
-Bella, ¿qué harás el año que viene?-me interrogó Mike en uno de nuestras interminables charlas de camino a casa.-¿Vas a ir a hacer bachillerato o buscarás un empleo por aquí?
-Si te soy sincera, no lo sé. Pero digo yo que primero debo aprobar todas las asignaturas.
-¡Yo sé que las aprobarás! Puedes llegar a ser muy lista cuando quieres.
-¿Por qué me lo has preguntado?-retomé la conversación.
-Bueno, ya te comenté que me dedicaría a ayudar a mi padre en su empresa, la cual está aquí al lado, en Seattle, pero… puedo cambiar de idea.
-¿Y qué otra idea tienes en mente?-dije sacando las llaves al ver que ya había llegado.
Guardó silencio y dirigió su vista a los pies.
-Ninguna.-dijo ruborizado.-Hasta mañana.
-Hasta mañana, Mike.
Por un momento pensé que Mike acabaría pidiéndome por fin que fuéramos novios o directamente me plantaría un beso aquí mismo, pero gracias a dios no lo ha hecho. He de reconocer que aún sentía algo por Edward e iniciar otra relación amorosa me producía escalofríos.
Abrí la puerta de manera automática y entré.
-¡Alice Janet Cullen!-canturreé mientras soltaba la mochila y colgaba el abrigo.-No te lo vas a creer, pero tenías toda la razón respecto a Mike…-me detuve en seco al darme cuenta de que en el mueble de la entrada había una nota.
Hemos salido a tomar algo, ya me entiendes. No tardaremos mucho. Tienes un flan de huevo en la nevera por si te entra hambre.
Te queremos, Alice.
Ahora que lo decía mi amiga, la verdad es que no había comido demasiado en los últimos meses, y esa absurda desidia por mi parte había pasado factura. Estaba mucho más delgada de lo normal, diría que hasta casi escuchimizada, y muy pálida de cara. Animada por el Te queremos de Alice, fui a la cocina a por el flan. Cuando me lo comí, me sentí algo mejor y subí a mi cuarto para hacer los deberes. Comencé con los de matemáticas, pero en mitad del problema escuché unos pasos, en el rellano de la escalera, ascender. Los oí avanzar pesadamente hasta mi puerta. Mi corazón se aceleró y paré de inmediato lo que estaba haciendo para mirar. Mis ojos se toparon con la presencia de una esbelta figura masculina que conocía a la perfección.
-¿Bella?-balbuceó abatido y con una chispa de esperanza en sus acaramelados ojos apagados. -¿Cómo te encuentras?
Pensé en cerrarle la puerta en todas las narices o echarle a patadas, pero una fuerza hizo que me quedase clavada en el asiento, mirándole como una tonta. He de reconocer que volver a verle me producía una mezcla de felicidad, nerviosismo y confusión que no pude evitar ocultarle, pues me temblaba la voz.
-Pronto estaré bien.-contesté levantándome.
-No puedes odiarme, Bella. No era mi intención herirte.-dijo alarmado moviéndose con rapidez hasta llegar a mí y acorralarme contra la pared.- Escúchame, por favor. Fui un cobarde, un monstruo, merezco el infierno, cómo puede…- me miró suplicante.-Pero debes saber que la muerte de Jacob fue un arrebato, yo no soy así… y tú lo sabes muy bien. -en su mirada pude ver que estaba realmente arrepentido.- Sé que no puedo cambiar el pasado, pero si permanezco contigo cada segundo del futuro, estoy convencido de que lograré regenerar mi amarga existencia.-comenzó a recorrerme el rostro tiernamente con su gélida mano antes de proseguir.-Tú estabas en mi camino ¿lo has olvidado? Y desde entonces no he querido dejar el lugar donde estabas tú. Aunque te fuiste yo permanecí, esperando el regreso de mi ángel o demonio personal, según como se mire.-me besó en los labios con una necesidad muy gentil.-Dime que no me quieres.-dijo juguetón.-Te reto.
Me quedé muda. No sé si por su propuesta o por el simple hecho de aparecer en mi cuarto así, de repente.
-No puedes.-contestó por mí, orgulloso.
-No lo diré.
Sonrió orgullosamente sobre mis labios antes de volver a devorarlos con dulzura. Cuando abrió de nuevo los ojos para mirar los míos, encogió el gesto en una mueca preocupada.
-¿Me dejarás? ¿Pretendes seguir tu camino y que yo siga el mío?
-Sí,-contesté con firmeza.-no podemos estar así siempre.-gruñó escéptico contra mis labios.-No creo que sea bueno para nadie.-un demandante beso suyo me cerró la boca.
-Lo sé, lo sé. ¿Lo dices en serio?
-Sí.-repetí.
-¿Y ahora?-volvió a estampar sus labios contra los míos con rabia, introduciendo su lengua en mi boca son ningún reparo mientras me enroscaba las piernas alrededor de su cintura reduciendo el inexistente espacio que había entre nuestros cuerpos.
“Cuánto había extrañado este fuego que se acumulaba en mi interior a causa de sus toques.”
-No puedes dejarme. No puedes dejarme, confiésalo.-mordió mi labio inferior.
-Te dejaré.-jadeé.
Se separó de mí un poco, lo suficiente para volver a dejar mis piernas sobre la alfombra de la habitación.
-Como puede ser tu carne tan suave y entregada,-dijo entre dientes.-y tu corazón como un puño de hierro.
Me miró con furia por última vez, casi asqueado, antes de liberarme de la jaula que formaban sus brazos a mi alrededor y darme la espalda. Recorrió la habitación despacio, cabizbajo y se paró en mi escritorio. Yo me quedé inmóvil, pegada a la pared, observándole.
-Haga lo que haga no lo logro llegar a ti.-continuó en un tono algo más relajado.-Y es tu alma lo que deseo. Tu compañía, tu voz, tus pensamientos…-cogió una de mis camisetas, que colgaba en la silla del escritorio y la aspiró profundamente.
-¿Por qué no vienes por tu propia voluntad?-gimió contra ella.
-Si realmente quieres a alguien,-empecé.-no le presionas ni le atas.
-Naciste para ser mi tormento.-continuó drogado con mi aroma.
- Ámame u ódiame como desees. Tienes mi perdón incondicional.-sentencié quitándole de un tirón la chaqueta que olía, pero un décima de segundo después de hacerlo me agarró fuertemente de la muñeca.
-Podría partirte los huesos sin ningún esfuerzo,-me fulminaron sus ojos dorados.-eres tan solo una muñeca de porcelana entre mis manos.
Por un momento pensé que lo haría, es más, casi recé para que eso sucediese. Estaba harta de esta asquerosa vida de mierda y sufrimiento. Sin embargo, mis plegarias no fueron escuchadas y aflojó su agarre. Su mirada de hielo se tornó a una más piadosa al descubrir que la mano que sostenía era la de la cicatriz de su mandíbula. La tapé con la otra, avergonzada, pero él me la retiró con suavidad y la destapó de nuevo. Sus ojos brillaban de felicidad, como si esa marca reavivara el recuerdo de alguna vez pudimos estar juntos sin los Quileutes, sin su familia y sin todos estos líos. En un lugar mágico y fuera del tiempo…
-Ya lo tienes casi cicatrizado del todo.-comentó decepcionado, tal vez esperaba lograr leerme la mente como cuando estaba en carne viva. -¿Leíste mis cartas?-preguntó dibujando figuras imaginarias a lo largo de mi brazo.
-Sí...
-Entonces devuélvemelas.
-¡No!- exclamé recelosa.
-¿Por qué?
-Porque… Edward, al contrario que tú, yo no puedo vivir sin el calor humano, -comencé excitada.-porque necesito sentirme querida aunque solo sea en un mundo de ilusiones en mi cabeza.-se me quebró la voz.- Siempre me he sentido fuera de lugar y contigo, me siento extrañamente compenetrada. La semana que pasamos juntos en Brasil fue… maravillosa.-se me saltaron las lágrimas.-Porque no me vetabas de nada, durante el día me mimabas como a un cachorrillo y... ADORBA que me despertases en mitad de la noche para hacerme el amor. ¿Crees que soy una máquina y no tengo sentimientos?
-Podría preguntarte lo mismo.-replicó.-Y precisamente por eso, tú y yo somos uno, debemos estar juntos. Somos como esos gemelos, tan unidos en sus sentidos y en sus sentimientos que pueden llevarse a través de continentes, tan cerca están sus pensamientos… Bella, tienes que ser mía, sé mía, rápido di que lo serás.
Se me paró el corazón.
-Llevo siéndolo desde hace seis meses.
-¿Te casarás conmigo?
-Sí…-contesté como una idiota enamorada.
Él esbozó una sonrisa de victoria y segundos después nos besamos llenos de dicha, entregándonos el alma el uno al otro.
-Sé que debería haber traído un anillo para que fuera más tradicional.
-No importa.-le callé, besándole de nuevo.
-Pero como siempre ha sido tan imprevisible…-sonrió contra mis labios.
"Sí, era un masoquista. Pero al fin y al cabo, no podía o no quería huir de mi destino…"
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