Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32273
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 13: Descubriendo verdades

Edward se apartó ligeramente de Bella, permitiendo que un soplo de brisa nocturna corriera entre los dos.

-Voy a hacer un último esfuerzo por comportarme como un caballero, Bella.

Las estrellas brillaban en lo alto: diminutos destellos en el cielo que ella apenas había notado entre el denso bosque de rascacielos de Manhattan. Pero allí, en aquel barrio de Brooklyn, Bella veía la noche con nuevos ojos.

-No te atrevas -se apretó contra él, sintiendo su dura musculatura bajo los pantalones-. No vas a ir a ninguna parte.

Él dejó escapar un gruñido. La deseaba tanto como ella a él.

-¿Qué te parece esa tumbona de ahí atrás? -murmuró, deslizando la mano por su muslo-. Podríamos tumbarnos en ella.

Ella se echó hacia atrás, tirando de él.

-¿Por qué no lo has dicho antes?

Cuando, caminando hacia atrás, tropezó con la tumbona, Bella se dio la vuelta, de modo que Edward quedó de pie, frente a ella. Suavemente, lo hizo sentarse en la tumbona.

-Ponte cómodo -musitó.

-En este momento, no creo que pueda.

Sin embargo, se reclinó en la tumbona y le tendió los brazos. Ella sacudió la cabeza y dejó que la blusa abierta se le deslizara por los brazos hasta caer al suelo. La brisa fresca sopló sobre su piel desnuda.

Él dejó escapar un suave silbido. Bella se había pasado media vida ocultando su cuerpo bajo una montaña de ropa. En ese momento, le parecía delicioso despojarse de las ropas, enorgullecerse de su cuerpo de mujer. Tal vez tuviera las curvas generosas de las que tanto huían las famélicas modelos, pero a Edward Cullen no parecía importarle. En realidad, a juzgar por la forma en que miraba su sujetador, Bella sospechaba que le gustaba lo que veía.

Sin embargo, no estaba dispuesta a mostrárselo todo de una vez. Había aprendido una cosa o dos acerca del arte de desnudarse en su torpe intento de hacer un vídeo erótico. Girándose, Bella le dio la espalda y se desabrochó el cierre frontal del sujetador, dejando que las hombreras se deslizaran por sus brazos. ¿Sería cosa de su imaginación, o realmente oyó a Edward rechinar los dientes cuando el sujetador cayó al suelo? Miró por encima de su hombro desnudo, tapándose los pechos con las manos.

Él tenía la mandíbula apretada.

-Bella... -gruñó.

-¿Sí? -dijo ella, sonriendo y contoneándose ligeramente.

-Creo que tendré que detenerte por exhibicionismo si no me dejas ver un poquito más, nena.

Oh, aquello era demasiado divertido.

-Eso es chantaje. Y abuso de autoridad -cubriéndose cuidadosamente los pechos con un brazo, ella se giró lo justo para bajarse la cremallera de la falda.

-Creo que eres tú la que está abusando de su autoridad. Me estás haciendo polvo... Guau... -Edward se calló al ver que ella se bajaba la falda, dejando al descubierto las medias negras y el liguero de encaje.

Bella bajó las manos y se volvió para mirarlo. La mirada de Edward la hizo sentirse hermosa.

-¿Qué decía, detective? -preguntó. Él sacudió la cabeza.

-Nada.

Ella se acercó lentamente a la tumbona, sin dejar de mirarlo a los ojos. Edward se incorporó, tiró de ella, sentándola sobre sus rodillas, y la atrajo bruscamente hacia sí. Cayeron sobre los cojines húmedos. El codo de Bella golpeó el brazo de la tumbona. La rodilla de Edward quedó colgando sobre el borde del cojín. Pero nada de eso les importaba. A Bella solo le importaba sentir la deliciosa presión del cuerpo de Edward. Las manos de este se deslizaban sobre su cuerpo, encendiéndola con sus caricias, apoderándose de ella.

Edward tiró de una de las tiras del liguero.

-Esto es muy sexy -dijo, desabrochando el corchete-. Pero es muy poca cosa para mantenerte apartada de mí.

Su mano se deslizó por el muslo desnudo de Bella y luego por sus caderas, hasta encontrar la tira de atrás del liguero. Bella se arqueó contra el.

-Entonces, quítamelo.

Y eso hizo él.

Sus dedos acariciaron sus pechos, se deslizaron sobre su vientre, rozaron el encaje de sus braguitas hasta que ella se irguió sobre él, buscando ciegamente sus caricias.

Bella vislumbraba las estrellas y el perfil de la ciudad entre sus párpados entornados, destellos de luz en un mundo que se reducía solo a él. El aire fresco los envolvía, girando a su alrededor, incapaz de disipar el calor que generaban sus cuerpos.

Edward comprendió que el deseo que sentía por Bella nunca se saciaría. Sus manos se deslizaban por cada centímetro de su piel, y aun así deseaba más. Le acarició los pechos, metiéndoselos en la boca mientras le apretaba la cara interna de los muslos, hasta que no pudo aguantar más.

Cuando al fin deslizó un dedo dentro de ella, Bella se deshizo en un grito entrecortado. Edward la apretó contra él, absorbiendo sus convulsiones hasta que ella se quedó inmóvil. Solo entonces se desabrochó los pantalones, buscando al mismo tiempo un condón en el bolsillo. En un arrebato de optimismo, se había guardado dos en el bolsillo cuando dejó a Bella en el cuarto de estar para ir a servir el vino.

Bella le quitó el preservativo, cerrando lentamente la mano sobre su miembro para desenrollar el látex. El pelo le flotaba sobre los hombros como un velo, ocultando su cara. Pero Edward adivinó que estaba observándolo. Esa noche, ella había decidido tomar el control, y él no pensaba cometer el error de oponerse a sus deseos. Se quedó quieto mientras ella se colocaba a horcajadas sobre él, pero se perdió en cuanto Bella se sentó sobre su sexo. Sus paredes sedosas lo rodearon, haciéndole olvidar su determinación de permitir que ella tomara las riendas. Se levantó y, sujetándola en brazos, dirigió sus movimientos hasta que encontraron el ritmo que los satisfacía a ambos. Zarandearon la tumbona, la azotea, se zarandearon el uno al otro hasta que remontaron juntos el vuelo, directos hacia las estrellas que lo habían contemplado todo.

Edward se hundió en ella, sintiéndose repleto. Colmado, al fin. Se quedó tumbado con ella, abrazándola entre los cojines de la tumbona largo rato, hasta que el frío comenzó a penetrar en su cerebro. Hasta que empezó a comprender las consecuencias de aquel enloquecedor encuentro.

No tenía ni idea de que una niña bien como Bella pudiera ocultar semejante fiera bajo sus ropas de diseño, pero le importaba poco. Bella lo había despojado de su voluntad y de sus buenas intenciones al quitarse la falda. ¿Y pensaba que él era descarado? Bella le daba un nuevo significado a esa palabra. Naturalmente, no parecía muy descarada con las manos unidas bajo la mejilla, dormida, a su lado. Al suave resplandor de las farolas de la calle que brillaban allá abajo, parecía lo que era: una mujer dulce e inteligente que tenía la mala fortuna de haber nacido en el seno de una familia de mafiosos.

Pero, esta vez, Edward no lo echaría todo a perder. Esta vez, tenía un plan.

Mientras la llevaba a través de la casa para meterla en su cama, comprendió que, si la mantenía a su lado, podría protegerla. Bella comprendería que su padre tenía que responder de sus actos, pero que ella no tenía por qué verse implicada en aquel sucio asunto.

Edward se aseguraría de ello.

.

.

Bella se despertó temprano. Se desperezó, sintiendo a su lado el cuerpo de Edward. Tenía calor a pesar de que estaba desnuda, envuelta entre las mantas y los brazos de Edward.

Deseaba quedarse un poco más en la cama, pero sabía que no podía estar más de cinco minutos en posición horizontal junto a aquel hombre sin desearlo. Y, francamente, no le quedaba ni un ápice de energía.

Deslizándose fuera de las mantas, tomó una camiseta de un montón de ropa limpia, perfectamente doblada, que había sobre la mesita de noche, y se la puso. Mientras se dirigía a la cocina, se sorprendió deseando que Edward tuviera el mismo buen gusto para el café que para el vino.

El pequeño molinillo que había junto a la cafetera eléctrica parecía una buena señal. Cinco minutos después, Bella había puesto la cafetera y había colocado dos tazas sobre la encimera, entre el molinillo y el contestador automático. Podía despertar a Edward con el olor delicioso del café y luego abalanzarse sobre él una vez más, después de dejarle tomar un sorbo o dos para recuperar fuerzas.

Un plan perfecto.

Mientras esperaba que se hiciera el café, pasó bajo el arco de entrada de la cocina para admirar de nuevo el cuarto de estar de Edward. Acarició suavemente una estantería de libros que parecía hecha a mano. Echó un vistazo a los títulos de los libros, manuales de criminología y de carpintería casi todos ellos, y luego se fijó en la televisión y en el vídeo que había en una esquina del estante. Diciéndose que seguramente habría puesta una película de John Wayne, encendió la televisión.

La cinta comenzó a girar automáticamente dentro del aparato, justo cuando otra máquina pitaba en la cocina. Pensando que el café estaba listo, Bella extendió una mano para apagar la televisión, pero se detuvo.

En la pantalla, una mujer estaba a punto de bajarse la cremallera de un vestido de satén negro. Bella se quedó paralizada de asombro al ver que la cinta de vídeo que había destruido volvía a la vida delante de sus ojos. Se quedó mirándola, muda de perplejidad y de dolor, mientras la mujer de la pantalla se desnudaba provocativamente ante el espectador.

A través de los latidos atronadores de su corazón, oyó la voz de un hombre a su espalda, en la cocina. Lista para enfrentarse a Edward, apretó el botón de pausa del vídeo y la imagen quedó ridículamente congelada en la pantalla. Pero, al darse la vuelta, la sorprendió ver que la cocina estaba vacía. Sin embargo, la luz del contestador automático parpadeaba y la voz de Jasper Hall resonaba en la habitación a pleno volumen.

-Creo que tengo algo contra Charlie Swan -anunció aquella voz mientras ella permanecía paralizada entre la cocina y el cuarto de estar-. Algunas cifras de su declaración de impuestos no encajan, pero quiero que me des tu opinión. Llámame cuando llegues.

Bella notó de repente que el café ya estaba hecho. Con manos temblorosas, tomó la cafetera y llenó las dos tazas que había puesto sobre la encimera.

Apenas había tenido tiempo de procesar lo que significaba haber encontrado una copia de su cinta en el vídeo de Edward. ¿Y ahora esto?

Edward y Jasper estaban investigando a su padre. ¿La convertía eso en una informante? ¿En una chivata? ¿O solo en una pobre ingenua?

Fuera como fuese, Edward había traicionado su confianza al quedarse con una copia del vídeo. Seguramente, también le había mentido acerca de la investigación.

Sintió una extraña punzada de frío. Su primer impulso fue salir corriendo de allí, pero ya no escuchaba a la mujer que se escondía tras sus ropas de diseño.

Por más cosas que las revistas contaran sobre él, por más fotografías que los paparazzi le hicieran rodeado de gángsters, Bella creía en la inocencia de su padre.

Quizá no se hubiera comportado muy bien al enviarla a un internado tras la muerte de su madre. Pero siempre la había querido. Se había pasado los veranos recuperando el tiempo perdido, enseñándole pacientemente cómo tenía qué coser las faldas de sus muñecas.

Su padre podía ser frívolo. Podía estar demasiado inmerso en su arte como para preocuparse de mostrarse políticamente correcto. Pero era un buen hombre.

No como el tipo deshonesto y traicionero con el que había pasado la noche.

Se acercó al televisor y sacó la cinta. Sujetándola bajo el brazo y agarrando con la otra mano una taza de café, subió las escaleras lista para enfrentarse a Edward.

Edward sonrió antes de abrir los ojos. El olor del café se filtró por su nariz, mientras que la tibieza de las sábanas a su lado le recordaba quién se había tomado la molestia de llevarle el desayuno a la cama. No se le ocurría mejor modo de despertar.

-Necesito hablar contigo.

La voz seria de Bella hizo añicos sus fantasías, forzándolo a abrir los ojos inmediatamente. Ella estaba completamente vestida. Hasta llevaba puesto el broche del dragón que adornaba su blusa. Se había recogido el pelo en un moño sobre la nuca. Bella dejó una taza de café sobre la mesita de noche y se retiró de la cama cautelosamente.

-¿Qué sucede? -Edward se incorporó, tapándose las caderas con la punta de la sábana-. ¿No te gusta mi café?

-Primero, permíteme disculparme por haberme tomado demasiadas confianzas en tu casa. Mientras preparaba el café, he visto y oído cosas que no debería haber visto ni oído, y lo lamento -se había replegado otra vez en sus maneras de señorita de internado, las mismas que había usado para mantenerlo a distancia el primer día, en el apartamento de Garrett.

Solo que, esta vez, Bella no se ocultaba tímidamente bajo una gabardina. Oh, no. Esta vez, parecía dispuesta a presentar batalla. Y Edward tenía la impresión de que su primera víctima iba a ser cierto detective desnudo.

Ella se sacó una mano de detrás de la espalda y tiró una cinta de vídeo sobre la cama.

-Espero que hayas disfrutado esta noche, detec tive, porque te garantizo que no volverás a verme desnuda.

Un millón de maldiciones estallaron en el cerebro de Edward cuando se dio cuenta de lo idiota que había sido. ¿Por qué no le había confesado lo de la cinta la noche anterior? Lo había pensado mientras le enseñaba el cuarto de estar, pero había preferido esperar hasta que tuvieran ocasión de hablar. Sin embargo, después, cuando Bella se quitó la falda en la terraza, había olvidado todas sus buenas intenciones.

Estaba intentando encontrar un modo de disculparse que no sonara ridículo cuando ella giró sobre sus tacones y salió de la habitación.

-Bella, espera -Edward rebuscó precipitada mente entre la ropa que había sobre su mesita de noche y se puso unos pantalones cortos.

Bajó corriendo las escaleras. Pero ella ya se estaba colgando el bolso al hombro y se dirigía hacia la puerta. Edward consiguió cerrar la puerta con un brazo, interponiéndose en el camino de Bella.

-Lo siento -al mirarla cara a cara, notó que una vena palpitaba en su cuello y sintió el leve temblor de su cuerpo, que ardía de rabia y de dolor. Dios, no pretendía hacerle tanto daño-. Bella, copié esa cinta en la comisaría automáticamente, antes de saber lo que contenía. Es el procedimiento habitual.

-¿Y traértela a casa también es el procedimiento habitual? No fue eso lo que me dijiste cuando me devolviste el original -Bella lo esquivó y agarró el pomo de la puerta.

Edward no podía hacer nada, más que dejarla marchar. No iba a añadir el secuestro a la lista de infracciones que ya había cometido esa mañana.

Pero eso no significaba que no pudiera seguirla. Sin perder un segundo, se ató el cordón de los pantalones cortos y atravesó la puerta tras ella.

-He hecho mal, y lo sé -reconoció mientras se ponía la camiseta que había tomado del montón de ropa.-Tenía intención de guardar la cinta bajo llave en un cajón hasta que Garrett fuera sentenciado y luego pensaba tirarla o devolvértela. Pero te juro, Bella, que no podía concentrarme en el trabajo teniéndola en mi mesa. La veía todo el tiempo en mi cabeza, incluso antes de ceder a la tentación y ponerla en el vídeo.

-Deberías habérmelo dicho -gritó Bella por encima del hombro, bajando por la tranquila calle de Brooklyn-. Es asqueroso, pero podría habértelo perdonado si no fuera por una cosa: no puedes traicionar mi confianza más que una vez, Edward. Quizá tu abuelo no te enseñó este refrán: «si me engañas una vez, culpa tuya. Si me engañas dos, culpa mía».

Edward dio un respingo al pisar algo puntiagudo. Lástima que no hubiera tenido tiempo de ponerse los zapatos. Se acercó a ella cojeando. Estaba seguro de que no volvería a verla si no conseguía convencerla en ese momento.

-¿Es que hay algo más?

Ella se detuvo y miró de un lado a otro de la calle, buscando un taxi.

-Tu contestador automático está al lado de la cafetera.

-¿Y?

-Y estaba todavía aturdida después de ver el vídeo cuando tu compañero dejó un mensaje diciendo que había encontrado ciertos trapos sucios sobre mi padre -echó a andar de nuevo. Parecía dispuesta a andar en dirección a Manhattan hasta que encontrara un taxi.

-No estamos investigando a tu padre -contestó él, atrayendo la atención de una anciana ataviada con una bata naranja que estaba barriendo las escaleras de su casa.

La anciana se detuvo para mirar a la glamurosa estrella de cine que pasaba ante su puerta seguida por un fan descalzo que saltaba a la pata coja. Fantástico. Genial.

Ajena al espectáculo que les estaban ofreciendo a los escasos madrugadores que caminaban por la calle, Bella siguió andando con paso firme.

-Entonces, ¿por qué te ha dejado tu compañero ese mensaje?

-Tal vez porque tu padre no tiene las manos limpias -contestó- Tal vez porque su costumbre de ir por ahí con conocidos criminales está empezando a pasarle factura.

Ella se detuvo bruscamente enfrente de una panadería y le lanzó una mirada furiosa.

-¿Desde cuándo va contra la ley tener clientes que sean criminales?

Edward notó que el panadero se acercaba al escaparate y los miraba, intrigado. No estaban gritando, pero, al parecer, componían un curioso cuadro.

-No va contra la ley. Pero tu padre no hace nada para desmentir su imagen de mafioso. En todo caso, se comporta como si fuera el «don» del distrito de la moda.

-Eso no lo convierte en culpable de nada.

-Sí. Lo convierte en culpable de tener poco criterio, al menos.

Bella puso los brazos en jarras. -Eso tampoco es un crimen.

La mujer del panadero ya se había unido a su es poso para mirar por el escaparate. Edward se acercó a Bella y deseó haberse limitado a disculparse, en vez de enzarzarse en una discusión acera de Charlie Swan.

-Siento lo de esa llamada. Pero te juro que no hay abierta ninguna investigación oficial sobre tu padre. Jasper y yo hemos oído que está pagando a sus amigos de la mafia, para que le den protección especial y le hagan ciertos favores. Al parecer, la cosa ha llegado a tales extremos que está empezando a perder dinero.

Bella sacudió la cabeza.

-No. Sé que el negocio de mi padre está perdiendo dinero, pero es porque la temporada ha sido muy floja. Todo se arreglará en cuanto la colección de otoño llegue a las pasarelas, dentro de unas semanas.

-Lo que tú digas, Bella -dijo él-. Pero échale un vistazo a sus libros, y verás si es tan inocente como crees.

Ella alzó la barbilla.

-Será un placer demostrarte que estás equivocado.

-No lo estoy.

Edward hizo como si no viera a la pareja de ancianos que había salido a su puerta a contemplar la discusión. Hasta el repartidor de periódicos detuvo su bicicleta para mirar a la diosa del glamour cantándole las cuarenta al poli de Brooklyn. Se preguntó si estarían haciendo apuestas sobre el resultado de la discusión. Demonios, hasta él habría apostado por la diosa.

-¿Se te ha ocurrido pensar que la reputación de tu padre puede dañar tu negocio? ¿O que sus amigos los gángsters tal vez esperen que los trates con la misma cortesía con que los trata tu padre?

Ella agarró el bolso con tanta fuerza que Edward adivinó que estaba conteniendo las ganas de darle con él en la cabeza.

-¿Crees que yo sería capaz de tener tratos con la mafia?

Él tardó una décima de segundo más de lo necesario en contestar. Y enseguida comprendió que pagaría muy caro aquel error. La cara de desilusión de Bella lo decía todo. Habían llegado demasiado lejos como para arreglar las cosas. Edward sabía desde el principio que aquello podía pasar. Lo que no sabía era que fuera a dolerle tanto.

Un destello amarillo pasó junto a ellos. Bella saltó de la acera alzando el brazo, y el taxi se detuvo dando un frenazo.

Edward hizo un último intento, a pesar de que sabía que, en efecto, la diosa había vencido.

-No es que crea que quieras hacerlo, Bella, pero tal vez te veas en una situación que...

Ella levantó las manos, mandándolo callar, y retrocedió hacia el taxi.

-Hablaré con mi padre para quedarme tranquila, y para demostrarte que te equivocas. Pero no le ocultaré nada.

-Bella... -intentó acercarse al taxi para abrirle la puerta, pero el taxista, extrañamente solícito, se le adelantó.

Maldición. ¿Por qué tenía la sensación de que todo Brooklyn estaba de parte de Bella? Edward vio que le dirigía una amable sonrisa al taxista y se preguntó si debería haber adoptado una actitud más circunspecta respecto a las relaciones de su padre con la mafia.

Cuando Bella se giró para deslizarse dentro del taxi, su dragón de oro relumbró al sol. Y Edward pensó que había sido un idiota al pensar que por Bella sería capaz de vencer a cualquier dragón.


Descubrió a Edward!, estos dos no tienen un buen despertar, primero el sale corriendo y luego la que sale corriendo es Bella... si es que no puede ser. jejejeje.

Capítulo 12: Desnúdate para mi. Capítulo 14: Se quien es el malo

 
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