Narra Jacob
Abrí la puerta y estaba el propietario de la moto, Freddy.
Le di la mano e hice que pasara.
- ¿Cómo estás, tío? –me preguntó.
- Bien, aquí esperando a la novia. ¿Y tú?
- Pues aquí a recoger a mi novia. –reímos porque su “novia” se refería a la moto.
- Va bien, la he probado. Tan solo le he tenido que cambiar las bujías.
- Vale, gracias. ¿Cuánto te debo?
- Serán unos setenta euros.
- Ten. –me entregó cien euros.
Me encaminé a devolverle pero me paró.
- Quédatelos.
- Tío…
- Ha sido mucha faena y molestias…
- Es mi trabajo.
- Da igual, ten.
- Gracias. Vuelve cuando lo necesites.
- No lo tengas en duda.
- Adiós.
Luego vi un coche rojo aparcando en la puerta de mi casa y salí a ver quien era, pero fui corriendo al saberlo.
- ¡Raquel! –grité mientras cogía a mi hermana en brazos.
- Jacob, ¡como estás de mayor! Te he echado de menos. –le salieron cuatro lágrimas.
- No llores. Yo también.
- ¡Ey! –vino Rob a darme la mano.
- Lo tengo ahí dentro.
- Gracias.
- ¿Está papá? –me preguntó mi hermanita.
- Sí. Si no se ha ido a ver a Sue…
Entramos dentro de la casa y mi padre estaba mirando la televisión y se dio una gran sorpresa.
- ¡Hija! –gritó mi padre.
- Voy a preparar café… -susurré.
Los dejé hablando allí.
Mi hermana hacía dos años que se casó con Rob. Fuimos toda la reserva a la boda, y yo con mi Alma. Aun me acuerdo de ese momento.
Alma cogiendo el ramo que tiró mi hermana, ese ramo que tiran las novias diciendo la próxima en casarse serás tú…
Cuando la cafetera terminó con los cafés los saqué a la sala de estar y hablamos un poco.
- Bueno… queremos deciros una noticia. –dijo mi hermana mirándonos sonriendo al igual que Rob.
- ¿Qué ocurre? –dijo mi padre sonriendo.
- Estoy embarazada de tres meses. –se sonrojó mi hermana.
Me levanté de mi silla y la abracé lo más fuerte que pude sin hacerle daño.
- ¡Felicidades! Voy a ser tío…
- Sí, y queremos que seas el padrino.
- Claro que sí.
Era la mejor noticia que me dieron en todo el día.
Cuando pasaron más horas me fui a la habitación y mi hermana entró.
- ¿Qué ocurre? –le pregunté. –siéntate.
- Tranquilo, Jacob. Estoy bien. Estamos. –se tocó la barriguita.
- Me alegro tanto… ¿Qué querías?
- Nada, quiero que esta noche vengáis a mi casa tú y Alma. ¿Podrá ser?
- ¿A cenar?
- Sí. ¿Te apetece?
- Claro. Ahora le llamo y se lo digo.
- Vale, grandullón. Me voy para casa. Nos vemos esta noche.
- Sí.
|