Luego escucho una voz desde el ventanal que los sobresalto.
-Oh, aquí están! -era Jasper Whitlock-. Los he buscado por todas partes. No podía imaginar donde se había metido.
-Hace demasiado calor para bailar -dijo Lord Cullen soltando la barbilla de Isabella y volviendo a su primo.
-No me importa el calor si me divierto -repuso Whitlock-. Venga a bailar con migo, señorita Vulturi. No es frecuente que una orquesta como esta toque en la casa Forks.
-Me gustaría, pero me parece incorrecto dejar solo a Lord Cullen.
-No se preocupe por el -rió Whitlock-. Ya encontrara alguien con quien pasarla bien, si es que decide quedarse, lo cual dudo mucho.
-No me presiones, Jasper. Me suplicaste que te acompañara esta noche, y desde luego no voy a aburrirme por que has acaparado a la señorita Vulturi.
-No bailemos ahora -suplico Isabella-. Mejor permanezcamos aquí conversando. El ambiente es tibio y las luces de París son lo mas encantador que he visto en mi vida. Me amedrantan los invitados de tía Rene.
Mientras hablaba, recordó la noche de su llegada y se inquieto un poco. Si esta noche iba a ser igual que aquella, prefería ir a su habitación y encerrarse.
-La señorita Vulturi tiene razón -dijo Jasper-. De seguro esto se pondrá aun peor mas tarde. Vi llegar a Emmet McCarty y ya se ve un poco "alegre".
-Que significa "alegre" -pregunto Isabella.
-Embriagado, que ha tomado mucho. Para el es como un ritual. Casi todos los franceses toleran bien el vino, pero Emmet no es uno de ellos. Le entra el deseo de destrozar todo -respondió Jasper.
-Espero que no quiera romper el hermoso mobiliario de tía Rene -musito ella intranquila-. El otro día en la mañana vi un hermoso florero de porcelana de Dresden destrozado. Debió costar mucho dinero, pero no escuche que tía Rene se quejara.
-Quizás no le importo -sugirió Jasper.
-Pero a todo mundo le importa que le causen destrozos en su casa. A mi si me importaría mucho. Creo que la gente es muy desagradecida al aceptar la hospitalidad de tía Rene y después comportarse así. No creo que ello pueda suceder en Inglaterra.
-Pero sucede -repuso Jasper Whitlock-. Recuerdas, Edward, aquella fiesta en el Cavendish, una noche? Irina estaba furiosa al día siguiente y aumento veinte libras a la cuenta de cada uno.
-Quien es Irina? -pregunto Isabella.
-Irina Grace, una gran personalidad -respondió Jasper-. Administra un hotel en la calle Jeremy.
-Pero no se puede comparar con la tía Rene. Causar destrozos en un hotel no es lo mismo que hacerlo en una casa particular.
Hubo un momento de silencio. Luego, Jasper se rió con estrépito.
-Es usted magnifica, no cabe duda! No en vano Emmet dijo que seria el tema de conversación de París.
Antes que Isabella pudiera responder, Lord Cullen dijo:
-Creo que la señorita Vulturi tiene razón. Esta es una casa particular y la gente debería recordarlo.
Su primo lo miro y estuvo a punto de replicarle, pero cambio de idea.
Luego, antes de que pudiera añadir nada mas, el Conde Emmet McCartie cruzo los ventanales y llego hasta el balcón.
-Adivine que se encontraba aquí, Whitlock -dijo-. Oí decir que había venido a la fiesta, pero no pude verlo y, conociendo la pasión inglesa por el aire fresco, me dije: "Estará en el balcón!"
-Y acertó -repuso Jasper cortante.
El Conde no lo escuchaba, absorto en contemplar a Isabella.
Se movió hacia ella y tomándole una mano, la acerco a sus labios.
-La pequeña monja! -exclamo-. Sabia que la próxima ves la encontraría llevando algo resplandeciente, aunque creo que exagero.
-Escuche, Conde -dijo Lord Cullen con voz firme-, la señorita Vulturi es sobrina de la duquesa y vino desde Inglaterra a vivir con ella.
Cuando llego la otra noche, usted cometió un error y creo que le debe una disculpa.
-Una sobrina de Rene De Forks? -el conde había venido en exceso, pero su mente aun se mantenía lucida-. Es eso cierto?
-Así es, en efecto -repuso Lord Cullen.
-Entonces me disculpo, sinceramente me disculpo, sinceramente me disculpo -dijo el conde volviéndose hacia Isabella-. Pero aun lamento no haberla besado.
De nuevo se llevo la mano de Isabella a los labios, pero ella la rescato nerviosa.
-Vamos a bailar, señorita Vulturi -propuso Jasper e Isabella se alegro de poder escapar.
Jasper la condujo al rededor de la pista de baile. Bailaba mejor que su primo, con mas lentitud y soltura. Además Lord Cullen bailaba mas confiadamente, pero con mucha frialdad.
-Que maravilla! -le murmuro Jasper al oído-. He estado esperando tenerla para mi solo. Que diría si nos escabullimos cuando nadie nos vea y nos vamos al Maxim's por un par de horas? La traeré de regreso antes que su tía note su ausencia.
-Pero yo no podría hacer eso -dijo Isabella sorprendida.
-Por que no? Su tía casi se esta volviendo un dragón. No so tan rico como mi primo, ni tan distinguido, pero yo la cuidaría, y la haría pasar un buen rato, se lo prometo.
-Lord Cullen, dijo que usted deseaba enseñarme París -musito Isabella.
-Bueno, y que hay de malo en eso?
-No creo que tía Rene lo permita.
-De verdad? No puede seguir con eso. Por quien espera? Por uno de los grandes duques?
-No espero por nadie.
-Entonces, vamos a divertirnos un poco. no? -dijo el meloso-. Vamos escapemonos ahora. Vaya por su abrigo.
Pero, no se moleste; la noche es cálida. Mi automóvil espera afuera.
-No puedo hacer eso -protesto Isabella-. Usted no entiende. Tía Rene ha sido muy bondadosa con migo, y confía en mi. Si ella dice que debo salir con un acompañante como en Inglaterra, debo obedecerla. Después de todo, dependo de ella por completo.
-Eso es lo que estoy tratando de decirle -agrego Jasper-. No tiene que depender solo de ella. Yo puedo cuidar muy bien de usted, siempre que no sea demasiado exigente.
-Salgamos al balcón -musito Isabella casi sin aliento-, dejando de bailar. Sentía que todo daba vueltas a su alrededor y no entendía que trataba de decir el.
En aquel momento, varias parejas balaban, una de ellas se detuvo junto a Jasper y comenzó a hablarle. Isabella se dirigió al balcón. El conde había desaparecido y Lord Cullen se encontraba solo. Se volvió a mirarla mientras ella se acercaba.
-Disfruto el baile? -le pregunto. Tenia un pura encendido y su aroma impregnaba el ambiente.
-No lo se -respondió ella-. El señor Whitlock ha estado tratando de persuadirme para que baya con el al Maxim's, pero estoy segura que tía Rene no lo aprobaría. Cree que pueda ir sola?
Era la pregunta de una niña y los ojos inocentes se elevaron al rostro de Lord Cullen.
El permaneció de pie, bajando la vista hacia ella y de nuevo pareció que no era necesario decir nada; tan solo se quedaron mirándose uno al otro. De pronto, casi con brusquedad, el volvió la cabeza.
-Creo que esa es una decisión que debe tomar usted misma. -Pero el señor Whitlock no entiende! He tratado de explicarle que tía Rene ha sido muy bondadosa y que dependo de ella por completo y debo hacer lo que desea.
-Y que es lo que desea? -pregunto Lord Cullen, con una cínica sonrisa en los labios.
Isabella no contesto. De repente, recordó las palabras de su tía: "Le he pedido a Lord Cullen que venga solo a tomar el te.
Es muy rico y un codiciado soltero y jamas ha dado un escándalo. Quiero que seas muy amable con el. Es muy importante. Además el Barón dice que seria muy bueno relacionarse con el"
-La escucho -la voz de Lord Cullen saco a Isabella de su ensueño.
-Creo... -musito diciendo la verdad-, que mi tía quiere que sea mas amiga suya que de su primo.
-Así que es eso. Pues hablemos con claridad. No cuente con migo. Lo entiende? No cuente con migo.
Al decir aquello, arrojo el puro al jardín y se alejo dejando a Isabella sola en el balcón. Ella comprendió que había dicho algo malo, pero no se explico por que el se había marchado sin despedirse. No lo creo capas de tal incorrección.
Al verlo desaparecer en el gran salón, el jubilo que antes experimento pareció desvanecerse. Se sintió sola, temerosa a punto de llorar. Apretó los labios tratando de contener el sollozo.
Lord Cullen descendió las escaleras hacia el vestíbulo y pidió que le trajeran su automóvil. La situación era ridícula, se dijo. Si la duquesa quería un protector para su sobrina, Por que demonios tenia que elegirlo a el? La chica era tan bonita que no le seria difícil conseguir a alguien mas rico que Jasper.
Pero a la ves, como era tan joven, pensó sin duda en conseguirle a un hombre sano y decente, no a alguno de los conocidos vividores. Aunque no cabía duda de que estaba dispuesta a venderla al mejor postor. Así se procedía siempre en el mundo en que ella se desenvolvía: Solo contaba el dinero y a pesar de que se decía que la duquesa tenia una fortuna, era evidente que se preparaba a invertir gran parte de ella en su sobrina, aparte de habitarla con lujosos trajes.
-Yo conduciré -dijo Lord Cullen a su chófer. El hombre se quito la gorra, respetuoso, en tanto que el coche se alejaba.
Había sentido el súbito deseo de respirar aire fresco. Algo empalagoso, recargado, en el salón de baile le repugnó y el pensar que Isaballa iría de un hombre a otro hasta que la duquesa encontrara a alguien que mereciera su aprobación, le producía nauseas. Seria otra de las ideas del Barón?, se pregunto.
El Barón le desagradaba aun mas que la misma Isabella. Lo había conocido en el Servicio Diplomático hacia cosa de un año y sabia que era un bruto pendenciero, sin escrúpulos cuando se trataba de mujeres. No podía comprender como ninguna mujer, aun una tan inteligente como la Duquesa, tuviera nada que ver con Sioba Knesebech.
Se sentía involucrado en una trampa de la que no acertaba ver el final. Recordó de nuevo el grito de Isabella pidiendo ayuda cuando el conde intento besarla en el vestíbulo, la noche que llego. Se acordaba de lo frágil y desvalida que se veía recostada en el sofá, las largas y oscuras pestañas contrastando con la palidez de sus mejillas. Tenia que admitir que esta noche lucia diferente y encantadora. Había algo en los enormes ojos de mirada inocente y en el pequeño y alargado rostro, que lo hacia a uno sentir que decía la verdad, por increíble que pareciera.
Por supuesto, era ridículo. A estas alturas ya debía haber adivinado lo que tramaba su tía. No podía imaginar que las mujeres que conoció en la cena, o que vio en el salón, provinieran de la sociedad parisiense, o que de hecho, ninguna mujer respetable se atreviera a traspasar el umbral de la Casa Forks. Su aire ingenuo debía ser una pose, se dijo. Sabia muy bien de que le hablaba cuando le confeso que su tía deseaba que el fuera su amigo. Por supuesto que lo sabia! Pero el no iba a aceptarlo! Tenia a Tanya; ella sabia complacerlo en todo y, Que otra cosa podía pedir un hombre?
Debió conducir algunas kilómetros sin darse cuenta a donde se dirigía, ya que se encontró de pronto, en el bosque, cerca de uno de los restaurantes que frecuentaba. Salio del automóvil y pensó en tomar una copa, pero el lugar le pareció demasiado lleno y ruidoso. El conjunto musical parecía insignificante después de escuchar los delicados acordes de los violines de Ventura.
De pronto, decidió que hacer: visitaría a Tanya. Sintió el deseo de estar junto a ella. Cuando menos, no era una mujer complicada. No pretendía ser lo que no era.
-Unas flores, monsieur? -era la voz ronca de n anciano vendedor, que portaba una gran canasta llena de flores.
-Non, merci -respondió Lord Cullen. Después, cambio de idea-. Deme de aquellas! -dijo señalando un gran ramo en la esquina de la canasta.
-Aun no las he arreglado, monsieur -explico el vendedor-. Son para los ojales. Mi hija me las acaba de traer del campo.
-Las comprare todas -agrego el, y entrego al hombre un billete de cinco francos escuchando un torrente de "merci beaucoups"
Lord Cullen tomo el ramo de flores blancas y lo coloco en el asiento trasero del automóvil. Después que se alejo, advirtió que eran bellas, frescas, silvestres nada ostentosas. Aun con las verdes hojas sin cortar completaban un ramo cuya fragancia lo embriagó. Aspiró nuevamente el fresco olor que se arremolinaba en el automóvil y pensó de nuevo en la maldita chica. Isabella!
Piso firmemente el acelerador. Deseaba llegar cuanto antes junto a Tanya. No lo esperaba y ello contribuía a hacer la reunión mas placentera. La había visto esa tarde entre cinco y siete, y cuando la dejo ella se le había colgado al cuello, suplicándole que no fuera tan pronto. Pensó en ella con afecto mientras tomaba el camino a través del bosque.
Aminoró la velocidad al llegar al llegar al anticuado boulevard donde compro la casa. El lugar parecía desierto. Dejo el automóvil bajo unos arboles en medio de la calle, atravesó la acera y abrió la puerta de la casa con su propia llave. El ir a ver a Tanya de forma tan furtiva, le producía una divertida sensación de aventura. Por lo general, una pequeña y pulcra doncella que el también pagaba, habría la puerta y recogía su sombrero.
Tanya lo esperaba siempre arriba, atraviada algunas veces con ropa exótica y en ocasiones desnuda, como la encontró la noche anterior cuando le pidió que le comprara el collar de esmeraldas.
Sintió la suave alfombra bajo sus pies. Las luces del vestíbulo y de la escalera estaban apagadas, pero los faroles de la calle que brillaban a través de la ventana, le mostraban el camino. Sabia que en la habitación de Tanya debía haber luz, ya que ella le tenia horror a la oscuridad y siempre mantenía una lampara a su lado. De niña, su padre acostumbraba a encerrarla en una alacena oscura como castigo, y ahora parecía de claustrofobia. La sola idea de estar en penumbras la ponía histérica.
Lentamente, Lord Cullen hizo girar la manija de la habitación sosteniendo el ramo de flores blanco en la otra mano. Se le ocurrió esparcirlas sobre la almohada de Tanya, para que su cabeza se perfumara con las flores. Como esperaba, brillaba una tenue luz rosada, lo bastante clara para dejar ver la gran colcha de satín en un extremo de la habitación.
Pudo ver el cabello rojizo de Tanya desparramado sobre las almohadas. De pronto, se quedo rígido. El brazo desnudo de un hombre rodeaba los hombros de ella y había una cabeza junto a la suya. No estaba sola!
-Disculpenme si los interrumpo -dijo Lord Cullen con una voz helada que parecía congelar el aire de la habitación.
-Mon Dieu! Dijiste que no regresarias esta noche -jadeo Tanya.
El hombre justo a ella se movió, incorporándose junto a medias. Era un individuo de mediana edad, cabello cano y oscuras y gruesas cejas. Miro a Lord Cullen con una expresión de asombro casi ridícula.
Lord Cullen giro sobre sus talones.
-Me permiten desearles buenas noches? -la voz resonaba con sarcasmo. A continuación, salio cerrando suavemente la puerta tras el.
Al descender la escalera, pudo escuchar los gritos de Tanya. La voz era chillona y desagradable y sabia que continuaría gritando y repitiendo a su amante, quienquiera que este fuera, que la dejara.
Subió a su automóvil y se alejo. Conducía con furia hacia los bosques, lejos de las calles de las casas de París.Estaba indignado, no solo contra Tanya, sino con sigo mismo por haber hecho el papel de tonto. No hubiera sido tan denigrante si el hombre con quien Tanya le era infiel fuera joven y atractivo, pero un tipo de mediana edad solo significaba una cosa: que ella quería mas dinero, mas joyas y que su codicia era insaciable.
Se odio por haberse mezclado con una mujer tan ambiciosa y desprovista de escrúpulos.
Cuando pensó en la cuenta que debería pagar por el collar de esmeraldas, que le regalo a Tanya la noche anterior su pie se hundió con fuerza en el acelerador y condujo aun mas aprisa. Seria difícil rechazar el pago de la cuenta, si le comunicaba al joyero que no había autorizado el regalo y que este debía ser devuelto. Pero sabia que apretaría los dientes y se resignaría a pagar. Le había dado un regalo a su amante y como tal podría quedárselo. Solo deseaba que el collar algún día la ahorcara. Si podía guardar la joya; pero daría instrucciones a su abogado para que la sacara de la casa de inmediato.
Pensó que pasaría mucho tiempo antes de permitir que lo atraparan de nuevo una mujerzuela así. Emprendía ahora que Tanya no le había interesado nunca, salvo porque el poseerla despertaba la envidia de todos sus amigos. Era atractiva, sin duda, eso era parte de sus recursos. Lo divirtió algunas veces, pero descubrió casi con alivio, que no sentía afecto por ella. Solo le quedaba el resentimiento de saber que lo engaño como un tonto.
Despuntaba el amanecer cuando emprendió el regreso a París. Se sintió muy cansado de pronto. Se había disipado su enojo y lo único que deseaba ahora era irse a la cama. Al día siguiente tendría tiempo de sobra para pensar que les diría a sus amigos.
"Terminaste con Tanya?" -le preguntarían. "Por que? Que hizo ella?"
De una cosa estaba seguro: no les diría la verdad. Podría parecer vanidad o infantilismo, pero no soportaría que se rieran de el.
Al llegar al final de los Campos Elíseos, advirtió un delicado aroma a sus espaldas. Inconscientemente había traído consigo el ramo de flores que le compro a Tanya, y las puso en el asiento trasero.
Las enormes fuentes de la plaza de la Concordia se veían frente a el. Iridiscentes bajo el sol matutino, atraían los primeros rayos del sol que se habrían paso entre el cielo sombrío. Detuvo el automóvil, recogió el ramo y apoyándose en la portezuela, lo lanzo hacia el agua.
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