Me pasé todo el viaje llorando en el hombro de Alice y pensando en cómo podría contárselo a los Quileutes. “No te preocupes, Bella, si quieres yo se lo diré” me comentó mi consoladora.
Tras unas largas y dolorosas horas de sollozos, llegamos por fin a Forks.
-Tú lo sabías ¿a que sí?-le dije en el taxi de camino a la reserva.-Sabías que Jake iba a morir.
-Bella, intenté que no sucediera. Mis visones son subjetivas, el futuro siempre puede cambiar.
-Pues al parecer esta vez no.-siseé para mí.-¿Tú crees en el destino, Alice?-cambié repentinamente de tema.-¿Crees que hay algún motivo por el que a algunas personas les ocurren determinadas cosas?
-Aunque te parezca mentira, creo que no. Son nuestras elecciones las que planifican nuestro futuro… no el destino.
-Yo no puedo permitirme pensar así. Creo que hay algo, una fuerza que dirige nuestras vidas desde que nacemos hasta que morimos. Y sí, nuestras elecciones también pueden influir, pero eso no cambiará el camino que está preparado para nosotros.-expliqué filosófica.-Sabes, mi padre me decía que a las personas malas, les ocurren cosas malas… y a veces me pregunto si yo lo soy, pues no dejan de sucederme cosas malas.
-Bella, eres una chica maravillosa, y te admiro por eso. Una buena persona a la que, injustamente, le han sucedido cosas malas.-contestó en tono maternal.-Anda, mira, ya hemos llegado.
Nos bajamos del taxi, con mis maletas a rastras, mientras seguía dándole vueltas a la charla que habíamos tenido. Ante nosotras se presenciaba una humilde casita de ladrillos a unos metros de la playa. El humo que expulsaba la chimenea nos avisó de que había alguien en su interior.
Con unas tranquilizadoras friegas en mi espalda por parte de Alice y tras haber hecho unas cuantas respiraciones, me armé de valor y entré.
En cuanto crucé el umbral, pude sentir las inquisitivas miradas de los lobos sobre mí, pero mi valentía decayó de golpe y no fui capaz si quiera de devolverles la mirada.
-¡Bella!-exclamó contento Seth, levantándose del sofá con intenciones de venir a abrazarme. Sam le chafó los planes.
-¿Y Jacob?-preguntó con la voz más dura que había oído jamás.
Se me encogió el gesto, comencé a temblar como un flan y antes de que me diera un síncope y cayera redonda al suelo, Alice contestó por mí:
-Jacob ha fallecido.
Las caras de los lobos se volvieron pálidas, moradas pero el caso es que todas expresaban el mismo dolor. Emily se echó a los brazos de Sam, en un mar de lágrimas; Paul, Jared, Embry y Quil me miraron incrédulos con ojos vidriosos. Leah estaba en las mismas, solo que tuvo que consolar al pobre Seth en su regazo. Y Billy… prácticamente me desintegró con la mirada. “¡Cielo Santo! Era la imagen más dramática que había visto en mucho tiempo.” No pude evitar que unas húmedas lágrimas brotaran de mis ojos otra vez.
-Tú eres la culpable. ¡Estás maldita!-me escupió Paul.-Si no te hubiéramos conocido nunca, si no hubiéramos tenido contacto alguno contigo y con tus problemas,-elevó el tono muy furioso.- ¡Jacob ahora viviría!
-¡Paul, se acabó! ¡Márchate!-le ordenó Sam. El resto de sus secuaces le siguieron y abandonaron la casa, no sin antes darme un empujón, cabreados. “Deseé morirme.”
-Bella,-me apeló Billy.-ven. Quiero hablar un momento contigo.
Me llevó al piso de arriba, al cuarto de mi difunto amigo. Levantó el colchón de su cama y sacó una especie de llavero plateado, el cual llevaba una única llave colgando. Abrió el último cajón de su cómoda de roble y me tendió una cajita de color rojo desgastado.
-Sé que mi hijo y tú tenías una relación que nunca he aprobado. Nunca me has caído bien, lo admito, pero todo esto lo he hecho por él y por tu padre.-me dio al fin la caja.-Hay algo que debes saber: supongo habrás notado que siempre has sido la preferida de Jacob, te quería Bella. Sé consciente de ello.
-Lo soy, señor.
-Bien, pues en esta caja que acabo de darte se encuentran los objetos más codiciados de mi hijo. Ábrela, por favor.
Lo hice. Mis ojos se volvieron de nuevo vidriosos al contemplar sus pertenencias que me recordaban a él, pero hubo una no pude evitar coger: una pulserita de cuerda de la cual colgaba la figura de un lobo de madera tallado a mano por el mismísimo Jacob. Llevábamos los dos la misma cuando éramos niños, como símbolo de que siempre estaríamos juntos y del gran secreto que escondían los Quileutes. Yo perdí la mía a los 11 años, en uno de nuestros viajes a Escocia, en un lago. Pero me alegraba saber que él aún la conservaba.
-Te resulta familiar ¿eh?
Afirmé, frunciendo los labios en un intento de deshacerme del sentimiento de culpabilidad y nostalgia que embargaba mi corazón. Seguí mirando, una sudadera de los Lakers, fotos nuestras, postales… más y más dolorosos recuerdos llegaron a mi mente como electroshocks.
-Quédatela. Es lo que él habría querido.-dijo guardando de nuevo la llave.-Sólo te pido una última cosa que espero que comprendas: quiero que te marches y que no vuelvas a aparecer por aquí. Tu presencia solo haría más dolorosa la pérdida.
-Yo no fui quien lo mató.-alegué.
-Lo sé, pero tú eres el motivo por el que decidió irse a Brasil. Considérate como la principal culpable.
No podía ni creerme lo había dicho, me estaba hablando tan frío como si fuera una extraña para él, una extraña con la que había convivido durante 8 años. Aunque después de lo que había sucedido… entendía perfectamente su comportamiento hacia mí.
-Adiós, Bella.-pronunció sin un ápice de compasión, dejándome a solas y marchándose él.
Olí la chaqueta de Jake y la apreté con todas mis fuerzas. Gemí al aspirar su olor. No pude creerme que ya no volvería a verle… Su cálido cuerpo que me ha servido de abrigo más veces de las que podría enumerar, su agradable sonrisa que era capaz de levantar el ánimo al ser más desdichado del planeta, él que me había consolado en mis noches de angustia y protegido tantísimas veces con esa mirada en los ojos. Jake lo era todo para mí, y ahora que no está me siento como si yo también hubiera muerto.
Me puse la sudadera de mi amigo y me marché de allí, silenciosamente, a casa de Alice antes de que las lágrimas volvieran a decorar mi rostro.
¿Acaso no tenía derecho a ser feliz alguna vez? ¿Qué había hecho para merecerme este sufrimiento? Tal vez Paul tuviera razón en cuanto a lo de que “estaba maldita”, no sé, pero desde luego muy afortunada no era.
En cuanto crucé la puerta, subí derecha al cuarto de baño y me preparé la ducha. Dejé que al agua cumpliera su función de relajar mis tensos músculos, y como si fuera posible, también hacerme olvidar. Misión fallida, me temo. Salí del baño igual de taciturna que cuando me metí, físicamente me sentía mejor, eso es verdad, pero el daño psíquico permanecía agonizando mi mente. Me vestí con el pijama, y cómo no, me enfundé otra vez la chaqueta de Jacob y bajé a por un vaso de agua. Me gustaba ponerme su chaqueta porque era como si aún siguiera conmigo. ¡Ilusa!
-Bella, ¿no quieres tomar nada?-me preguntó dulcemente Esmee.
-No, no, gracias. Me quiero acostar pronto.
-De acuerdo.-dijo acercándose a mí para después abrazarme.-Lo siento mucho, Bella, de verdad.
Mi respuesta fue sonreírla sin ganas. Agradecía de veras el apoyo de la familia de Alice, pero eso no cambiaría nada: tenía que afrontar la realidad, por muy fea y dura que se me presentase.
Me fui a la cama, pero antes cogí la caja que me había dado Billy y continué examinando su contenido. Me recosté en el colchón y coloqué la caja sobre mis piernas. No encontré más que objetos simples pero con una gran importancia sentimental para mí: un diente de león disecado que cortó Jacob para mí la primera primavera que me fui a vivir con ellos, fotografías nuestras en los monumentos de los países a los que habíamos viajado, un mazo de cartas con las que jugábamos al “UNO”… pero después de rememorar todo aquello, me percaté de que la caja contenía algo que no había visto nunca.
En una esquina, debajo de unas postales, se encontraba un taco de sobres blancos recogidos con una vieja cuerda. Los tomé y desaté. Era un grupo considerable de cartas, cartas que no había visto en mi vida. Abrí una de ellas:
Mira cómo has acabado Bella, seduciendo a un vampiro.
Mi vida era como una noche sin luna antes de encontrarte, muy oscura, pero al menos había estrellas, puntos de luz y motivaciones. Y entonces tú cruzaste mi cielo como un meteoro. De pronto se encendió todo, todo estuvo lleno de brillantez y belleza. Cuando tú te fuiste, cuando el meteoro desapareció por el horizonte, todo se volvió negro. No había cambiado nada, pero mis ojos habían quedado cegados por la luz. Ya no podía ver las estrellas y nada tenía sentido. Por eso comencé a buscarte. Eres todo lo que quiero, TODO lo que necesito. Eres lo que veo delante de mí y siento por encima del hombro que ahí estás. Ahí veo tu sonrisa, abandonaría todo olor por ti, podría aceptar la derrota si estuvieras a mi lado.
Tu amante inmortal, Edward Anthony Cullen.
“A esto es a lo que debería referirse Edward.” Pensé. “pero… ¿por qué nunca había tenido contacto alguno con estas cartas? ¿Y por qué las había guardado Jacob todo este tiempo sin decirme nada? ¿Qué sentido tenía que las tuviera él?” Continué releyendo el resto de las cartas.
Estaba claro que Edward era lo bastante tradicional como para utilizar un lenguaje tan metafórico y culto a la hora de escribir cualquier oración. En una de las cartas me encontré un regalo sorpresa: una florecilla de lavanda ya disecada, que no sé por qué, pero me dio por colocármela en un mechón del pelo como si fuera un adorno. “De algo estoy seguro: Bella, no soy capaz de vivir en un mundo donde no estés junto a mí.” “Te quiero más de lo que puedo soportar y me mata herirte de esta manera, por eso te pido que hagas algo que no he sido capaz de cumplir: PERDONAR.”-leía frases al azar.-“El único motivo por el que llevo persiguiéndote todos estos años es porque trataba de pedirte perdón. La muerte de tus padres fue un terrible error; estaba sediento y fui un maldito inconsciente al entrar en tu casa para calmar mi necesidad, pero por otro lado, no te habría conocido nunca…”
Esas palabras me emocionaban, me producían sensaciones contradictorias, como cuando llueve y luce sol al mismo tiempo.
Mientras intentaba conciliar el sueño, mi corazón siguió acelerado, incluso me costaba retomar el aliento.
“¿Qué tiene Edward que me provoca estos sentimientos? ¿Es en realidad un ángel escondido en el cuerpo de un demonio? Pero ¿qué me ocurre?”
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Bueno, bueno chicas qué pasará ahora que bella ha descubierto esas cartas que le escribía "su amante inmortal"? jajajaj espero que os haya gustado el capi pero aun quedan cosas en el aire como qué fue de Mike Newton y el resto de los humanos? o cómo afectará a bella la cicatriz de su muñeca? seguirá oyendo la voz de edward en su cabeza o sucedera algo más grave? ^^ gracias, un besito a todas
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