Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32269
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 12: Desnúdate para mi.

Edward se consideraba un hombre intuitivo. En parte, lo que lo convertía en un buen policía era su habilidad para interpretar las reacciones de los de más, la sensibilidad emocional que le hacía percibir los pensamientos y los estados de ánimo de los otros.

Pero, esa noche, no sabía qué era lo que estaba pensando Bella. Sabía que ella podía ser abierta y espontánea. Había percibido aquellas cualidades el día que fueron al mercadillo de Canal Street. Sin em bargo, en ese momento, parecía cerrada en sí mis ma. Le recordaba a la belleza de la gabardina que ha bía conocido en el apartamento de Garrett, a la intocable princesa del hampa y a la niña bien a la que debía eludir.

Pero eso no le impedía sentirse como si hubiera conseguido una gran victoria por haberla conven cido para que saliera a cenar con él.

Edward redujo la velocidad de su camioneta cuando el tráfico se hizo más lento en el puente de Manhattan. Miles de personas salían en ese mo mento de la ciudad, de camino a sus hogares en Brooklyn y más allá.

-¿Es así todo los días? -preguntó Bella, rom piendo el silencio que había mantenido desde que salieran de la comisaría.

Iba tan elegante que parecía completamente fuera de lugar en aquella camioneta. Su falda negra y ajustada y su amplia camisa de hombre eran sencillas, pero Bella tenía una forma de llevar la ropa que siempre la hacía sobresalir. Un broche de oro en forma de dragón sujetaba su blusa sin botones.

-Sí. Pero a mí no me importa. Me gusta dejar la ciudad atrás cada noche.

Bella miró por la ventanilla, hacia el río East.

-¿Eres de Nueva York, Edward?

Al oír su pregunta, Edward comprendió por fin qué le pasaba: quería que se conocieran mejor el uno al otro antes de seguir adelante.

-Soy de las afueras de Cincinnati. Mi abuelo era poli en Cincinnati y yo quería seguir sus pasos. Pero, claro, como entonces era más joven y más es túpido, pensaba que tenía más mérito combatir el crimen en la Gran Manzana. Y por eso vine aquí.

-¿Te arrepientes de ello?

-No, en absoluto. Me encanta Nueva York. Es como si todo el mundo estuviera comprimido en unos pocos kilómetros cuadrados -la miró un mo mento y descubrió que lo estaba observando atentamente-. Lo que quería decir es que vine aquí por razones equivocadas. Quería impresionar a mi abuelo, pero durante los primeros años no me di cuenta de que combatir el crimen aquí es como hacerlo en cualquier otro lugar. Los crímenes son igual de terribles en todas partes. Confío en no ha ber ofendido a mi abuelo dando a entender que iba a hacer algo más grande y mejor que él -dobló la esquina de su calle-. El restaurante está a dos calles de aquí, pero ¿te importa que paremos un momento en mi casa para que me cambie de ropa? Bella le lanzó una mirada recelosa.

-¿Vives lejos de aquí?

Edward aparcó junto a la acera y señaló una casa grande, pero dejó la camioneta en marcha.

-Justo ahí. Pero comprendo que no quieras entrar. Tardaré solo dos minutos.

-¿Vives ahí? -ella miró asombrada la casa. Edward observó el impecable edificio de ladrillo, preguntándose qué aspecto presentaría a ojos de un extraño.

-Tengo tres casas en esta manzana. Dos las tengo alquiladas, pero esta me la he quedado para mí. Todavía no está terminada por dentro, pero es...

-¿Puedo verla?

-Claro -contestó él automáticamente, sin pensar en lo que podía pasar si Bella Swan en traba en su casa.

Por suerte, era un caballero. Podría soportar la tentación.

Apagando el motor, Edward salió y rodeó la camioneta para ofrecerle su brazo a Bella. Hizo como que no notaba el modo en que la falda se le subía un poco, permitiéndole vislumbrar sus discretas medias.

-Te gustará -le dijo, intentando pensar en otra cosa.

La condujo a las escaleras de la puerta principal, mientras pensaba qué podía hacer para ofrecerle una velada romántica. Tenía una botella de buen vino, si a ella le apetecía. Y hasta podía enseñarle sus estrellas, si le dejaba.

Bella lo siguió, llena de curiosidad. Aspiró la fragancia de las flores plantadas en tiestos que había sobre la baranda de ladrillo, y se preguntó si las habría plantado él. Le resultaba difícil imaginarse al detective Cullen con guantes de jardinero, pero tenía que reconocer que aquella combinación de flores azules, moradas y amarillas parecía muy propia de él.

-Vamos, pasa -Edward sonrió, abriéndole la puerta.

Al pasar a su lado, Bella recordó la primera vez que le había abierto una puerta, cuando ella no llevaba prácticamente nada bajo la gabardina. En aquel momento, le había parecido que la reacción que despertaba en ella era extrañamente intensa, pero nunca hubiera imaginado que su deseo crecería hasta tales proporciones que, como le sucedía ahora, empezarían a flaquearle las piernas.

-Permíteme servir unas copas. Luego, te enseñaré algo que te sorprenderá -dejó las llaves sobre un estante del vestíbulo-. Siéntete como en tu casa.

Bella entró en el cuarto de estar y observo complacida el suelo de tarima pulida, que relucía cálidamente. Las alfombras y los muebles, que formaban un conjunto heterogéneo pero elegante, eran de brillantes colores. El rojo intenso de las paredes no resultaba chillón, sino sencillamente alegre y cálido .

-No me digas que lo has decorado tú -se sentiría levemente descorazonada si un detective de Nueva York podía imaginar aquella decoración mientras que ella no era capaz de decorar su piso, más allá de poner unas cuantas fotos en las paredes. Edward regresó con dos copas de vino y le dio una.

-¿Piensas que no soy capaz de hacerlo?

-No sé qué pensar, pero te aseguro que te pediría que trabajaras de estilista para mí si tuvieras el mismo talento que con la decoración -bebió un sorbo de vino. Este era suave y agradable, ni demasiado suave, ni demasiado seco. Bella sonrió al pensar que, a pesar de las maneras de entendido que se gastaba Garrett con los sumillers de los mejores restaurantes de Nueva York, con él nunca había probado un vino tan delicioso como aquel.

Edward Cullen estaba resultando ser toda una de sorpresas.

-La verdad es que, cuando acabé de hacer todo el trabajo de carpintería, hojeé unas cuantas revistas de decoración y copié una habitación que me gustó -señaló hacia la escalera-. Pero no creas, el resto la casa es un desastre. Seguramente tardaré diez años en ponerla a la altura de esta habitación.

A Bella la reconfortó ver que decía la verdad. Las otras habitaciones de la casa se parecían más a su piso: desnudas de muebles y desordenadas, estaban llenas de cachivaches. Solo que, en lugar de rollos de tela y maniquíes, Edward tenía sierras y bancos carpinteros, brochas y escaleras.

Después de mostrarle apresuradamente los otros pisos, Edward la condujo a través de un tercer tramo escaleras al final del cual abrió una pesada puerta que daba a la azotea. En un rincón había una pérgola de madera de teca y unos cómodos sillones de mimbre rodeados de arbolillos y arbustos plantados en macetas. Pero lo mejor de todo era la vista.

Manhattan refulgía al otro lado del río East, iluminada por el perpetuo resplandor de las farolas y las luces de los edificios. La noche había caído mientras recorrían la casa, y el sol se había puesto hacia rato. Había gotas de lluvia por todas partes. Al parecer, se habían perdido un chubasco primaveral.

-Es increíble -Bella se acercó al borde dela azotea para contemplar el horizonte-. La ciudad parece tan hermosa desde aquí...

-Reluce por fuera, pero también tiene mucha sustancia por dentro -Edward se unió a ella, apoyando la copa de vino sobre la baja pared de ladrillo que rodeaba la azotea-. Me recuerda a cierta mujer que conozco.

Estaba muy cerca de ella. La estrella de su alfiler de corbata parecía hacerle guiños a Bella a luz de la luna. Sería tan fácil extender las manos hacia él, rozar con los labios su mandíbula pétrea y olvidarse de todo lo demás... Pero, esa noche, estaba decidida a asumir mayores riesgos.

-¿Cómo sabes que no soy toda brillo y glamour sin nada de sustancia dentro? -bebió otro sorbo de vino-. Me he pasado la vida creándome una imagen basada en esos mismos conceptos.

-Esa es Bella Swan la diseñadora, no Bella Swan la mujer.

El húmedo aire nocturno soplaba entre ellos. Alzaba la corbata de Edward y hacía ondular suavemente la blusa de Bella alrededor de su cuerpo.

-Ambas son la misma -Bella sintió una repentina timidez al notar que se acercaba a ella.

-No, no lo son -él le quitó la copa de vino y la colocó junto a la suya sobre el poyete de ladrillo-. Yo salí un día con la mujer, pero estoy seguro de que ha sido la diseñadora quien me ha dado calaba zas durante las últimas semanas.

Edward no quería presionarla. Bella le había di cho que necesitaban conocerse mejor, y él quería asegurarse de que así fuera. No se aprovecharía de la luz de la luna para besarla, por más que lo de seara.

Ella volvió a mirar el perfil de Manhattan recortada contra el cielo, pero Edward comprendió, por el rápido ritmo que adquirió de pronto su respiración, que su cercanía no la dejaba indiferente. Aquella idea avivó su deseo, haciendo que se preguntara cuanto tiempo podría seguir sin tocarla si se quedaban allí.

-Puede que me escude en mi profesión para mostrarme fuerte -musitó ella, pensando en voz alta-. En el mundo de la moda hay una competitivi dad feroz. Supongo que he tenido que adoptar una cierta pose para abrirme camino en él -se giró hacia Edward y sus ojos castaños reflejaron las luces de ciudad-. Me habrían comido viva hace mucho tiempo si les hubiera mostrado mi verdadero yo.

Edward asintió.

-Por favor, dime que es tu verdadero yo el que sabe la alineación de los Mets y al que le gusta ir al zoo.

-Puede que sí -ella se echó a reír-. Pero la verdad es que nunca he estado en un partido de los Mets. Acabé haciéndome del equipo porque todas las mañanas mi padre roba las páginas de moda del periódico. A mí solo me deja la primera página o la sección de deportes y, como me niego a leer sobre robos y asesinatos, empecé a buscar noticias de los deportes que pudieran interesarme.

-¿Y elegiste a los Mets porque sí?

Ella esbozó una débil sonrisa.

-Su uniforme me gustaba más que el de los Yankees.

-Te das cuenta de que eso es como si yo dijera que me gusta la colección de Bella Swan porque su diseñadora es un bombón, ¿no?

-¿Te parece insultante? -Bella se colocó tras la oreja un mechón de pelo que el viento le había desordenado.

Edward se acercó un poco más a ella. No podía soportarlo más: tenía que tocarla. Pasándole suavemente los dedos por los brazos, se inclinó hacia ella.

-Ven al estadio Shea conmigo la próxima semana y te convertiremos en una aficionada de verdad.

-¿Habrá una próxima semana? -Bella fijó su mirada en él, sin pestañear.

-Yo quiero que la haya.

Edward estaba seguro de eso. Pero no sabía que le deparaba el futuro al padre de Bella, y la sombra de Charlie Swan seguía interponiéndose entre ellos. Sin embargo, no quería pensar en Swan y en sus amigos de la mafia en ese momento.

Bella asintió.

-Yo también.

Edward quería besarla. Deseaba estrecharla entre sus brazos y llevarla a su dormitorio, pero no lo haría. Con una voz estrangulada que apenas reconoció, dijo:

-Creo que deberíamos irnos a cenar.

Necesitaba salir de allí, si quería seguir comportándose como un caballero. Pero, en lugar de responder, Bella le acarició el pecho con una de sus uñas pintadas de rosa, deteniéndose a pocos milímetros de su cintura.

-Y yo creo que deberíamos quedarnos aquí un poco más.

Edward la miró con ojos de asombro, y vio que le estaba quitando el alfiler de la corbata. Respiró hondo y procuró no tocarla. Bella quería, necesitaba, tomar las riendas, y él estaba dispuesto a respeta r sus deseos.

Solo que no sabía si sobreviviría.

Ella le quitó el alfiler y lo depositó en el bolsillo de su pantalón antes de volver a subir las manos por su pecho. Edward intentó contenerse con todas fuerzas.

-Cariño, no sé cuánto tiempo podré conte nerme. Llevo semanas pensando en ti.

Ella le desató lentamente la corbata. Un brillo travie so iluminaba sus ojos.

-Te mereces que te atormente después de cómo me dejaste plantada.

Él dejó escapar un gruñido.

-Creo que estás dejando que Bella la diseña dora se apodere de ti otra vez, cariño. Yo voto por que vuelva Bella la mujer.

Ella le desabrochó el botón de arriba de la ca misa y luego el de más abajo. Se acercó a él y sopló suavemente sobre su piel.

-Gracias a ti, creo que Bella la mujer por fin ha tomado las riendas.

Edward se prometió que le dejaría hacer lo que quisiera. Si Bella decidía quedarse con él esa noche, podría hacer lo que quisiera con su cuerpo. Pero primero, necesitaba tocarla.

Puso las manos sobre sus caderas y se apretó contra ella. Necesitaba sentir la presión de sus muslos contra él. Al instante, comprendió que aquel movimiento había sido un error, al tiempo que un alivio porque ahora la deseaba aún más, y cuanto antes.

Bella pensó que iba a derretirse sobre el cuando la atrajo hacia sí. Quería provocarlo, seducirlo, impedir que esa noche se alejara de ella.

Pero Edward tenía sus propias ideas. Le lamió el cuello, deslizando besos ardientes sobre su escote hasta llegar al broche que sujetaba su blusa.

-Definitivamente, prefiero a Bella la mujer -le susurró al oído-. He visto tu striptease una y otra vez en mi cabeza, como si tuviera esa cinta grabada en el cerebro.

Bella sintió que su piel se erizaba y se encendía. El aire húmedo de la noche giraba a su alrededor, pero apenas conseguía refrescarla.

-Tú has visto muchas cosas de mí -logró decir, jadeando levemente mientras él le abría la le toca a usted enseñarme una cosa o dos, detective.

Él inclinó la cabeza hacia sus pechos, humedeciendo con la lengua los bordes del sujetador de encaje blanco.

Ella lo detuvo, sujetándole la cabeza con ambas manos antes de que alcanzara sus pezones. Los ojos de Edward se ensombrecieron hasta ponerse de un verde oscuro como la medianoche y le lanzaron una mirada abrasadora.

-Me estás destrozando, cariño.

Ella sintió un estremecimiento.

-Empieza por la camisa, por favor.

Edward, que se había quitado la chaqueta hacía rato, se despojó de la camisa y la tiró al suelo.

Bella lo devoró con los ojos. Hacía demasiado tiempo que no lo veía desnudo. La corbata aún le colgaba del cuello, pero antes de que pudiera qui társela, Bella tiró de ella para atraerlo hacia sí y besarlo. Él abrió la boca inmediatamente. Hizo suyos los labios de Bella y los devoró. Ella dejó de pensar todo lo que sabía era que lo deseaba.

Se habían acabado los juegos.


NO ME MATEN POR DEJARLO EN LO MEJOR. JEJEJEJE.

LOS AGRADEZCO ENORMEMENTE TODO SU APOYO... UN BESOTE NOS LEEMOS.

Capítulo 11: Aceptando la invitación Capítulo 13: Descubriendo verdades

 
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