Amante mediterráneo (+18)

Autor: EllaLovesVampis
Género: Romance
Fecha Creación: 26/06/2013
Fecha Actualización: 26/06/2013
Finalizado: SI
Votos: 9
Comentarios: 9
Visitas: 31306
Capítulos: 13

 

 

Edward Anthony Cullen conocía muy bien a las cazafortunas, por eso cuando conoció a la hermosa Isabella Swan en aquella isla griega, decidió no decirle quién era él realmente. Después de todo, lo único que deseaba era acostarse con ella cuanto antes y cuantas veces fuera posible.

AVISO:Adaptación de libro con el mismo titulo de la autora Maggie Cox.

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 11: Capítulo 11

—Cuando nos conocimos, me dijiste que tenías mucho en qué pensar. —Inclinándose hacia delante, con las manos apoyadas relajadamente sobre la mesa bajo una enorme sombrilla verde, Edward se sintió un poco avergonzado al decir aquello; ella había ido a la isla inquieta y preocupada, y deseó haber insistido en preguntarle el porqué.

La vio fruncir el ceño, y esperó a ver cómo respondía a su engañosamente inocente pregunta; Isabella tenía las manos entrelazadas sobre su regazo, y parecía particularmente reflexiva.

—¿Me estás preguntando de qué se trataba? —preguntó ella perceptivamente.

Había una sensación de incomodidad entre ellos que Edward lamentaba profundamente; era obvio que tras su última despedida, en la que la aparente frialdad de él la había afectado tanto, ella se había puesto a la defensiva.

—Si —contestó—, a lo mejor me ayudará a entender.

—¿A entender el qué?

—La verdadera razón por la que viniste. ¿Por qué elegiste esta isla, Bella?

Edward había empezado a preguntarse si ella había estado siguiendo alguna pista, si sabía que no era tan inglesa como parecía. Una ascendencia dudosa explicaría su apariencia griega, el convencimiento de Eleazar de que era la hija de su amor perdido... una mujer que también se llamaba Isabella.

—Y si te lo digo, ¿desaparecerá el enfado de hace dos días? ¿Dejarás de creer que lo que compartimos fue sólo «sexo vacío y carente de importancia», aunque no te haya explicado por qué Eleazar Denali quería hablar conmigo?

En los ojos de Isabella relampagueó una expresión de dolor, y Edward quitó las manos de encima de la mesa y se irguió en su silla. Hacer el amor con ella no había carecido de importancia, todo lo contrario; estar con ella le había tocado el alma más profundamente de lo que jamás hubiera soñado que fuera posible, y le había proporcionado un placer inimaginable.

—No debería haberte presionado al respecto, pero... ¿qué se suponía que tenía que pensar al veros juntos? Ponte en mi lugar, Isabella.

—Es muy triste que tengas tan poca confianza en mí. Quizás habría llegado a la misma conclusión equivocada si hubiera estado en tu lugar, pero me gustaría pensar que habría creído en la palabra de mi amante. Te dije que mi encuentro con Eleazar no tenía nada de malo, que no te afectaba en nada ni ponía en peligro nuestra relación.

Su deliberada mención a la falta de confianza le golpeó de lleno. Compungido, Edward sacudió ligeramente la cabeza y empezó a decir:

—Fui a ver a Eleazar, y...

—¿Qué? —lo interrumpió ella, atónita.

—Logré convencerlo de que me explicara por qué fue a verte, aunque se mostró más que reacio. La historia que me contó me dejó de piedra. ¿Por qué creyó que podrías ser su hija?, ¿por eso viniste a la isla?

La vio tragar con dificultad, y por un momento pensó que no iba a responderle, pero Isabella se llevó los dedos al cuello en un gesto casi defensivo, respiró hondo y dijo:

—Mi mejor amiga murió poco antes de que decidiera venir. Angela tenía cáncer de pecho, pero como la enfermedad había estado remitiendo durante seis meses creí que estaba mejorando, que se recuperaría del todo y que el cáncer no volvería a aparecer.

Se detuvo un momento para tranquilizarse, y Edward sintió que se le encogía el corazón por su dolorosa pérdida; finalmente, ella continuó:

—Su familia no me dijo que el cáncer estaba empeorando... Angela no quería que lo supiera. No sé por qué, pero al parecer creyeron que no podría soportar la verdad. Supongo que querían protegerme en cierta manera, aunque fuera algo ridículo dadas las circunstancias. Como no me dijeron lo grave que estaba... ni siquiera pude despedirme de ella.

Isabella se secó los ojos con los dedos e hizo una mueca de dolor; sin saber cómo consolarla, Edward apenas se movió, y dejó que ella continuara cuando estuviera lista.

—La otra razón por la que vine a Grecia fue también de peso: descubrí que era adoptada justo después de la muerte de mi amiga. Puedes imaginarte lo conmocionada que me sentí. Así que ésas son las dos razones por las que vine; no había ningún motivo ulterior, ningún gran plan para venir precisamente aquí. De hecho, elegí esta isla al azar en un mapa de Grecia. Y, por si te lo estás preguntando, te diré que no hay ninguna prueba que demuestre que soy hija de Eleazar Denali; que él crea que me parezco a la mujer a la que amaba, y que me llame Isabella como ella, no implica que sea hija suya.

—Cuéntame más de cómo te enteraste de que eres adoptada —la animó Edward con voz suave.

—¿Qué más hay que contar? Me sentí destrozada —su boca se torció ligeramente en un gesto de angustia—; tengo casi treinta años, y durante todo este tiempo he vivido pensando que era hija biológica de mis padres. Ahora sé que me encontraron en un cesto de ropa de un hospital, con una nota que decía que me llamaba Isabella. El nombre también estaba escrito en griego. Supongo que vine en busca de una sensación de pertenencia, de un sitio en el que encajara de forma más natural. No tenía ni idea de que surgiría lo de Eeazar, me tomó completamente por sorpresa cuando vino y me contó su historia; me pidió que no se la contara a nadie más, y yo accedí, por supuesto. De todas formas, son puras especulaciones... además, no entiendo por qué un hombre como él se arriesgaría a sacar a la luz un episodio tan triste de su pasado y quedar expuesto al escándalo, sobre todo teniendo en cuenta que es algo de lo que no se siente nada orgulloso, y que no existe ninguna prueba que confirme sus sospechas. Por eso no podía decirte de qué habíamos hablado, Edward. Le di mi palabra.

A pesar de las dudas de Isabella, Edward volvió a pensar con asombro que era posible que su amante fuera la hija natural del amigo de su padre... el amigo que, irónicamente, tenía esperanzas de que se interesara por su vanidosa hija.

—Así que... como todo son especulaciones y suposiciones, supongo que investigarás si la conexión con Eleazar existe realmente, ¿verdad? —comentó.

Isabella lo sorprendió al negar con la cabeza y decir:

—No, no voy a hacerlo. Sea verdad o no, ya tengo unos padres que me quieren, que han hecho todo lo posible por hacerme feliz, a pesar de que se equivocaran al ocultarme que era adoptada. Me he dado cuenta de que encajo más de lo que creía; ya no necesito buscar a mi padre biológico para encontrar mi sitio, porque ya estoy donde debo estar.

—¿Te das cuenta de la oportunidad a la que puedes estar renunciando? —dijo Edward, perplejo ante la indiferencia con la que descartaba las posibilidades que se abrirían ante ella si resultaba ser la hija de Eleazar Denali —; el amigo de mi padre es un hombre muy rico, su patrimonio es enorme. No pensarás darle la espalda sin más a una fortuna así, ¿verdad?

Isabella sintió una punzada de dolor, al recordar lo importante que era el dinero para Ewad y todo su entorno; estaba claro que su aventura terminaría en cuanto ella se fuera de la isla. Los millonarios y multimillonarios de su mundo no tenían relaciones a largo plazo con mujeres como ella: probablemente, Edward acabaría casándose con alguien como Tanya, una mujer griega y rica.

Tras tomar un sorbo de agua para intentar calmar la sequedad de su garganta, dijo:

—Tengo la suerte de haber crecido en el seno de una familia acomodada, aunque nunca creí que el dinero fuera lo más importante en la vida. No considero que sea un requisito imprescindible para alcanzar la felicidad, así que no creo estar renunciando a ninguna fantástica oportunidad al negarme a investigar mi posible parentesco con alguien como Eleazar Denali.

—Si eso es cierto, está claro que eres muy diferente de las otras mujeres a las que he conocido —dijo Edward con seriedad.

Él había notado la postura orgullosa de su cabeza cuando le había planteado la cuestión, y se dio cuenta de que estaba ante una persona muy especial. Recordó que ella le había dicho una vez que se había sentido atraída por él, no por su cuenta bancaria, y tuvo ganas de tomarla en sus brazos allí mismo y pedirle que se casara con él, porque era un auténtico tesoro.

Sin embargo, aunque la idea era muy tentadora, Edward no se sentía preparado para dar un paso tan importante; no estaba listo, aún sentía un gran resentimiento hacia su padre por haberle presentado a una manipuladora mentirosa como Irina. Su matrimonio lo había marcado de por vida en su actitud hacia las mujeres, ya había demostrado con creces que no podía confiar en Isabella, y ella había sufrido terriblemente por ello. Además, no había ninguna garantía de que su relación durara más allá del torbellino inicial de la intensa atracción física que compartían.

Sin embargo, mientras descartaba la idea de intentar tener una relación más seria con ella, recordó sus temores sobre la última vez que habían hecho el amor; había estado tan enloquecido de deseo por ella, que había olvidado ponerse protección.

—Tenemos que hablar de algo más. La última vez que estuvimos juntos... en el calor del momento, no usamos protección cuando hicimos el amor —dijo, sin andarse por las ramas.

Isabella se ruborizó con timidez ante su franqueza, y empezó a trazar con el índice uno de los pequeños cuadrados verdes del mantel de lino.

—Lo siento, Isabella. Si surge un problema como consecuencia de ello, te aseguro que haré...

—¿ Un problema? ¿Te refieres a un embarazo?

—Si ése fuera el caso, entonces haré...

—¿Qué es lo que harás, Edward? —Isabella levantó la cabeza, y lo miró acusadoramente con ojos relampagueantes y húmedos—; ¿me enviarás de vuelta a Inglaterra para que aborte? Igual que le pasó a mi madre. Así no tendrás que volver a saber de mí, ¿no?

Edward iba a decirle que haría lo que fuera por ella, que estaría a su lado pasara lo que pasase, y que apoyaría la decisión que ella tomara en lo referente al bebé... aunque decidiera abortar. Si ella optaba por aquella opción, sería emocional y psicológicamente catastrófico para él; ya había perdido a un hijo, y no podía soportar la idea de perder a otro.

—Nunca haría algo así —dijo.

Edward parecía conmocionado, y ella estuvo a punto de arrepentirse de su violento arranque; sin embargo, el peso emocional de la situación y el estrés acumulado durante los últimos meses se hicieron sentir, y no pudo contener las furiosas palabras que salieron de sus labios.

—Dime, ¿por qué tendría que creerte? Ya me has engañado una vez. ¿cómo sé que no volverás a hacerlo? Vienes del mismo mundo frío, despiadado y superficial que Eleazar Denali, ¡está claro que las mujeres somos prescindibles para los hombres como tú! Das prioridad a tus ambiciones sobre el amor, y probablemente estés demasiado ocupado en ganar tus millones, para pensar en algo tan insignificante como los sentimientos heridos de alguien —Isabella se puso de pie bruscamente, mientras sus ojos se inundaban de lágrimas—; bueno, pues estoy segura de que te sentirás muy aliviado al saber que no tienes que preocuparte por el insignificante problemilla que te supondría un embarazo mío, porque resulta que tomo la pildora. Qué suerte para ti, ¿verdad?

Cuando se volvió para marcharse de allí, Edward se puso de pie y alargó la mano para intentar detenerla, pero al darse cuenta de sus intenciones, ella le lanzó una mirada llena de desprecio y se apartó de él.

—¡No me toques! ¡Y no vuelvas a mentirme en tu vida! Estoy harta de que me mientan... ¡estoy harta!, ¿me oyes?

Sí, la oía. Y fue entonces cuando Edward se dio cuenta de que, al ocultarle su verdadera identidad y su riqueza, sólo había conseguido solidificar su convicción de que la gente que la rodeaba nunca le decía la verdad. Por culpa de su propia incapacidad de creer que una mujer pudiera interesarse solamente en él, había cometido la grave equivocación de no decirle a Isabella quién era, y ella lo consideraba un mentiroso.

Dejó que su mano cayera impotentemente a su lado, y un músculo empezó a moverse espasmódicamente en su mejilla mientras el corazón se le llenaba de remordimiento y consternación.

—¿Por qué no te sientas, y hablamos? —sugirió, consciente de que era inútil que insistiera—; estás llegando a conclusiones precipitadas, que no son ciertas.

—¡Vete al infierno!—espetó ella.

Edward no pudo hacer otra cosa que verla irse a toda prisa, y sintió una furia renovada hacia su padre, por haber contribuido a crear en él la profunda desconfianza y la arrogancia que le impedían ser totalmente sincero con una mujer. ¿Habría sido ésa la razón por la que ni siquiera le había pedido perdón a Isabella por haberla herido?

Los padres de Edward estaban tomando unos cócteles en la terraza con un pequeño grupo de amigos cuando él llegó a la casa. Esme, su madre, se mostró encantada de verlo, y se apresuró a ir a abrazarlo afectuosamente. Sin embargo, aunque agradecía el caluroso recibimiento, él no perdió tiempo en dejar claro el motivo de su visita; buscó a su padre con la mirada, y al verlo conversando con un hombre al que no reconoció, tocó el brazo de su madre y le dijo:

—Lo siento, pero no estoy aquí de visita; tengo que hablar con Carlisle.

Al oír que su hijo nombraba a su padre por su nombre de pila, Esme supo de inmediato que debía de haber algún desacuerdo o algún enfado entre ellos; frunciendo el ceño, apartó un mechón de pelo de la frente de Edward, como solía hacer cuando era pequeño.

—Cariño, está hablando de negocios con el embajador griego en Irán; por supuesto, como director de la compañía, querrá que os conozcáis. ¿Por qué no te unes a nosotros, y tomas una copa? Luego podrás hablar en privado con tu padre, cuando se haya ido todo el mundo.

—¡Lo que tengo que decirle no puede esperar!

Incapaz de ocultar la tensión que atenazaba su cuerpo entero, Edward fue hasta donde estaba su padre; tras saludar al hombre que lo acompañaba con una breve inclinación de cabeza, no perdió el tiempo y dijo:

—Quiero hablar contigo.

—¡Edward! ¿Es tan importante lo que tienes que decirme, que ha hecho que olvides tus modales? Como puedes ver, estoy hablando con un invitado. De hecho, deja que os presente...

Antes de que su padre pudiera continuar, Edward sacudió la cabeza enfáticamente.

—A menos que quieras que te avergüence aún más en presencia de tu distinguido invitado, te sugiero que vengas a hablar conmigo ahora mismo.

Edward siguió a su padre hasta su despacho; la decoración opulenta y las paredes oscuras de madera de cerezo creaban un ambiente sombrío y poco acogedor.

—Hay varias cosas que deberías saber —empezó a decir, sintiendo la familiar sensación de que las compuertas que contenían su rabia empezaban a abrirse.

—¿A qué te refieres?—perplejo, Carlisle sacudió la cabeza y frunció el ceño ;— últimamente, te has vuelto impredecible e irreflexivo. No entiendo lo que te está pasando, hijo mío. ¿Tiene esto algo que ver con alguna joven? ¿Cómo fue tu visita a Eleazar el otro día?, supongo que no hablasteis sólo de negocios, ¿verdad? ¿Estaba allí la hermosa Tanya?

Que su padre mencionara a Tanya Denali fue la gota que colmó el vaso.

—No fui a ver a tu amigo porque estuviera interesado en su hija. ¡Maldita sea, entérate de una vez por todas de que estoy harto de que interfieras en mi vida! ¿No te basta con haber hecho que me casara con una zorra intrigante y licenciosa, que hizo de mi vida un infierno? Admito mi responsabilidad; permití que mi ego se sintiera halagado por su atención, y me dejé engañar por su belleza y por el encanto que simulaba mejor que cualquier actriz. Pero tú conocías su verdadero carácter, conocías bien a su familia, y sabías que era incapaz de ser honesta o fiel; sin embargo, como deseabas el prestigio de estar relacionado con la aristocracia, y los orígenes de su familia se remontan a tiempos ancestrales, la pusiste en mi camino una y otra vez. ¡Y ahora estás intentando hacer lo mismo con la hija de Eleazar!

Incapaz de permanecer quieto, Edward se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y empezó a pasearse por la habitación como un león enjaulado.

Tras permanecer en silencio durante varios segundos, Carlisle se pasó la mano por el pelo en un gesto de cansancio, y miró a su hijo con tristeza.

—No era mi intención causarte tanto dolor, Edward. Pensé que si Irina llegaba a conocerte, si de verdad te amaba, como ella afirmaba, se volvería más estable. Su padre pensaba lo mismo, un día me dijo que creía que, si alguien podía hacer que ella se asentara, ése eras tú. Soy consciente de que dejé que mis ambiciones anularan mi sentido común, tu madre me lo ha dicho más de una vez.

—Y tiene razón —dijo Edward.

Se detuvo en medio de la habitación, y dejó escapar un audible suspiro. Se había quedado estupefacto al oír a su padre disculparse al fin y admitir que había tenido parte de culpa en lo que había sucedido, pero seguía sin fiarse de sus intenciones futuras.

—No vuelvas a interferir en mi vida, ni en la privada ni en la profesional; ¿me lo prometes?

Carlisle asintió lentamente.

—Y puedes olvidarte de cualquier posible relación entre Tanya Denali y yo, ¿está claro? Soy perfectamente capaz de elegir a mis propias novias sin tu ayuda. Y cuando vuelva a casarme... —se interrumpió brevemente al ver un destello de esperanza en los ojos de su padre, y sintió que su propio corazón se aceleraba al continuar diciendo—: cuando vuelva a casarme, será con una mujer a la que yo elija, y por amor, no por estrategias ni intereses beneficiosos para la empresa o la familia. ¿Está claro?

—¿Cómo puedo arreglar las cosas entre nosotros? —Carlisle se acercó a su hijo, e hizo un gesto esperanzado con las manos;— sé que la empresa está más que segura en tus manos, tu destreza y tu instinto innato para los negocios han doblado con creces los beneficios en los últimos cinco años. Eres un hombre de muchos talentos, hijo mío. Supongo que debería aceptar mi retiro por fin, y dejarte hacer tu trabajo. ¿Te parece bien?

Era una oferta de paz inesperada, y Edward la aceptó.

—Sí.

—Entonces, démonos la mano en señal de acuerdo.

Edward tardó varios segundos en acceder al contacto; había sentido resentimiento hacia su padre durante mucho tiempo, y las viejas heridas no sanarían de inmediato. Finalmente, estrechó su mano, y después fue hasta la puerta del despacho.

—Cuídate, padre. Hasta la vista —dijo, e incluso se permitió esbozar una ligera sonrisa.

Se apresuró a marcharse, y no vio el visible estremecimiento de emoción que sacudió los anchos hombros de Carlisle.

Capítulo 10: Capítulo 10 Capítulo 12: Capítulo 12

 
14971750 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 11051 usuarios