Aún saboreaba su puro cuando oyó unos pasos ligeros y en seguida supo de quién eran.Percibía su presencia,inmóvil,entre las sombras,observándolo.Dio una larga calada y absorbió no sólo el rico aroma del puro sino también la fragancia del perfume floral que el aire le llevaba y bajo el que se ocultaba su aroma que,como con los buenos whiskies,una vez paladeado,era difícil de olvidar.Expulsó el humo que retenía en los pulmones y esperó,sin moverse,hasta que los aros grisáceos se perdieron en la noche.Luego,tendiendo apenas el puro hacia un lado,preguntó:
—¿Quieres probarlo?
—Siempre fuiste dado a los malos hábitos,Edward.
—No has respondido a mi pregunta.Llevo otro en el bolsillo de la chaqueta,si prefieres no compartirlo conmigo.
Ella suspiró con patente impaciencia.
—Las damas decentes no fuman.
—Tampoco beben ni blasfeman.Pero eso nunca ha sido un impedimento para ti.
—Entonces era una niña—replicó.—Tú siempre me estabas pervirtiendo y yo era tan tonta que me dejaba llevar.Pero ya no soy una niña.
—Eso es obvio.
Se acercó hasta que él pudo ver su perfil por el rabillo del ojo.Iluminada por el resplandor de las luces de gas,estaba preciosa.Se había puesto un vestido azul grisáceo con cuello barco rematado de encaje.Edward pensó que un poco más de luz resaltaría el color de sus ojos.También se había cambiado de peinado.Aunque los rizos y las cintas eran algo distintos,seguía llevando el pelo en un recogido alto,como antes,con lo que su cuello largo y esbelto quedaba expuesto a su inspección y ojalá también a sus labios.Los ingleses se arreglaban mucho para una simple cena.
—¿No tenías ni la más remota idea de todo lo que te esperaba aquí?—preguntó ella al fin.
Edward le dio una calada lenta al puro,luego exhaló el humo.
—No.
—Ha debido de ser una sorpresa...
—Sorpresa es poco—replicó él.
—Has dicho que no te acordabas de nada.
—No me acuerdo.
—Tu madre debió de quererte mucho...
—Quizá no me quería nada.
—No digas eso,Edward.
—Me abandonó,Bella.¿Qué quieres que diga?
Pensó decirle que también ella lo había abandonado,pero de nada servía insistir en el asunto.Además,su madre ya no estaba y Bella sí.Ella había podido elegir,Bella no.
—No conocí a tu padre,pero su crueldad era legendaria—señaló la chica.—Quizá tu madre quiso ahorrarte el sufrimiento que él podría haberte causado.
—Se me ocurren formas mejores de hacerlo.
—Ella no podía imaginar que te quedarías huérfano,ni que la persona a la que le daba la carta donde lo explicaba todo no sabía leer.A lady Forks le costó admitir que ella misma había sido analfabeta,como a ti te costará aceptar la responsabilidad que ahora llevas sobre los hombros.-Edward meneó la cabeza.
—Cuesta hacer frente a una estampida de ganado.Trasladarme aquí no es más que una molestia.
—Tal vez dentro de unos meses lo veas de otra forma.
No entendía qué sacrificio podía suponer asistir a bailes,cenas y óperas.Claro que ésa sería la primera noche que no cenaría acompañado únicamente de la anterior lady Forks.Anteriormente había tenido ocasión de cenar con hombres de negocios,banqueros y ganaderos.Además,la creación del imperio ganadero de la Texas Lady lo había obligado a relacionarse con hijos de ingleses.Sus refinadas maneras siempre le habían llamado la atención y se había esforzado por emularlas,por parecer seguro de sí mismo aunque no lo estuviera.Si bien no creía que las circunstancias fueran a exigirle sacrificio alguno,tampoco quería sentirse incómodo en su nuevo entorno.Era obvio que todas las damas de Tejas se habían esforzado mucho para olvidar sus costumbres tejanas.
—Quiero proponerte algo—dijo Edward,pensando que,si endulzaba la oferta,conseguiría lo que quería.
—No es la primera vez,Edward.No me interesa.
—Pero si aún no sabes qué es.
—Pierdes el tiempo.
—Es mi tiempo;si lo pierdo es cosa mía.Tú me enseñas lo que no sé y yo te perdono la deuda.
Bella soltó una tensa carcajada.
—¿La deuda?¿No pensarás en serio que voy a dejar que me desabroches el corpiño?
—O eso o me devuelves mi cuarto de dólar.
—¿De dónde crees que voy a sacar un cuarto de dólar en este país y después de tantos años?
—Ése es tu problema,querida.Pero yo voy a cobrarme lo que me debes de una u otra forma.
Notó que su osada afirmación la indignaba.También él había tenido motivos para indignarse en todo aquel tiempo.Y,aunque sabía que la suya era una deuda que probablemente jamás se cobraría,aún albergaba alguna esperanza.
—A estas alturas,seguro que ya habrás desabrochado algún corpiño y satisfecho tu curiosidad—repuso ella.—¿Me equivoco?
Había desabrochado unos cuantos,pero la experiencia no lo había satisfecho del todo.Le dio una calada al puro,suponiendo que se trataba de una pregunta retórica.
—¿Me estás ignorando?—preguntó ella.
Entonces Edward se volvió,le sostuvo aquella mirada misteriosa e intentó averiguar qué era exactamente lo que veía en ella:¿miedo,desprecio,decepción?Había albergado la ilusión de que se alegrara de verlo,de que le explicara su silencio de tantos años.
—Jamás podría ignorarte,Bella.
—Pues no se te ha dado mal en estos diez años.
—Pero¡qué dices!—Su voz retumbó en medio del silencio de la noche.Tiró el puro y se le acercó,amenazador.Ella retrocedió de inmediato,con los ojos muy abiertos y la respiración entrecortada.Un caballero se habría retirado,le habría dejado espacio,pero Edward sabía lo que se decía de él,que lo creían un salvaje y en aquel momento,fue así como se sintió.—Te escribía todas las noches—prosiguió,con una furia contenida.-Como te prometí.Todas las noches durante tus dos primeros años de ausencia.Al tercero,empecé a escribir una vez por semana.Luego una al mes.No siempre podía enviarte las cartas en seguida,porque a veces,cuando seguíamos la pista al ganado,no había muchos pueblos en el camino y los que había estaban muy lejos unos de otros,pero en cuanto llegaba a alguno,las llevaba a la oficina de correos.Claro que te escribí,Bella.
Ella negaba con la cabeza,la conmoción visible en sus ojos.
—No recibí ninguna carta,Edward.Ni una sola.
—Las escribí—repitió él,mientras la rabia se disipaba al descubrir la verdadera razón de su silencio.
—¿Cuándo dejaste de escribir?—preguntó la joven.
—Nunca he dejado de hacerlo.Sólo dejé de enviarlas.—Cielo santo,cuánto deseaba tocarla.
—Eres un ladrón,Edward.Y blasfemas.Y mientes.
Consciente de que no debía hacerlo,alargó la mano,le acarició la mejilla y le tocó con el pulgar los labios húmedos.
—A ti nunca,Bella.A ti jamás te he mentido.
—¿Y por qué no las he recibido?—preguntó ella con los ojos llenos de lágrimas.
—No lo sé,querida—respondió él,meneando la cabeza.
—Miraba el correo todas las mañanas.Tardé años en darme por vencida.E incluso sin saber nada de ti,seguía esperando que vinieras a buscarme.Me aferraba a esa ilusión porque a veces era lo único que me ayudaba a pasar el día.No puedes ni imaginarte lo desgraciada que he sido aquí,Edward,lo mucho que he echado de menos la vida que dejamos atrás.
A veces,un hombre no encuentra palabras para enjugar las lágrimas de una mujer.Por lo que Edward ni siquiera lo intentó.
Sostuvo su precioso rostro entre las manos,deleitándose con la tersura de su piel en las yemas de los dedos,haciendo lo que había querido hacer aquella tarde,acariciarla con ternura,experimentar de nuevo la suavidad que se le había negado tantas veces en su vida.El camino que había recorrido no había sido fácil y a pesar de sus recientes bravatas,sabía que eso no iba a cambiar.Pero en aquel instante,no quería pensar en los desafíos que lo aguardaban.
Se concentró en Bella.
En el brillar de aquellos ojos,perdido en las sombras;en el ángulo resuelto de su barbilla,en su naricilla respingona.De algún modo,todo lo relativo a su apariencia le era desconocido,pero por otro lado,le resultaba dolorosamente familiar.
Bella cerró los ojos despacio y él posó sus labios en los de ella.Su sabor era exactamente como lo recordaba y eso le hizo sentir una punzada de nostalgia tan aguda que necesitó de toda su fuerza interior para no doblarse.La muchacha a la que había anhelado tantos años se había convertido en una mujer capaz de despertar la pasión de un hombre con tan sólo posar en él su mirada de ojos.Olía como las flores en primavera y era tan cálida como la tierra bañada por el sol.Quería tomarla en brazos e internarse con ella en el jardín,para terminar,allí ocultos,lo que habían empezado hacía tanto tiempo.Pero no era terminar lo que verdaderamente quería,sino empezar de nuevo y no sabía por dónde.Aquella dama de ocasional acento del sur,modales impecables,caminar elegante,con el porte,el encanto y el conocimiento necesarios para encajar perfectamente en aquella sociedad,era todo lo contrario de Edward,aún lo bastante tosco como para poner en peligro la reputación de cualquiera que se acercara demasiado a él.
Una vez la había amado tanto como un muchacho de dieciséis años puede amar.No podía asegurar que aún la amara;no sabía si lo que sentía por ella era un afecto verdadero o el despertar de un fantasma del pasado.El suelo que pisaba le parecía tan inestable como si estuviera en medio de una estampida.Había llegado a Inglaterra sin saber lo que le esperaba y ahora sólo tenía claro que se sentía más perdido que en toda su vida.En realidad,nunca había dejado de estarlo,sólo que no se había dado cuenta.Cuando el investigador había llamado a su puerta,Edward había comprendido la mentira que había vivido.Quizá incluso el tiempo pasado con Bella hubiese sido una falacia.
No había dejado de pensar en ella un solo instante de cada noche de cada año que habían estado separados.Habitaba sus sueños y él se había aferrado a su recuerdo.Ahora que ya era toda una mujer,no la veía tan distinta de lo que había esperado.Con algunas curvas más,algo más refinada.Perfecta para la casa que se había construido,la que había levantado pensando en ella,en las hectáreas de tierra que había comprado cerca de Tejas.
Qué curioso que Bella esperara que fuera a buscarla para llevarla de vuelta a y él hubiera estado planificando su regreso a casa.Edward había querido pensar que ella habría recibido sus cartas,aunque las suyas se hubiesen perdido.Jamás había renunciado a lo suyo por completo...todavía no.Hasta que el destino cambió su rumbo,su destino final.
Hasta que probó el dulce néctar de su boca aderezado con la sal de sus lágrimas.Ella había sido desgraciada en Inglaterra.¿Qué hombre condenaría a una vida de tristeza a la mujer que un día fuera dueña de su corazón?
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