El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61015
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

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Capítulo 2: Residencia en la Tierra

  Nota autora :esta capítulo es bastante canon, con las obvias diferencias que hace el hecho que Bella sea una vampiresa en esta versión, pero básicamente respeta los hechos de los libros de la autora original. A partir del próximo capítulo, Bella y el resto de los personajes toman bifurcaciones en los senderos de las decisiones que los alejan del original. Sólo aviso, porque si bien los hechos serán los mismos, los enfoques serán bastante distintos.

 

 

 

 

El lunes, de regreso a clases, mis autoproclamados lacayos Mike Newton y Eric Yorkie me esperaban ansiosos. Parecían creer que yo era merecedora de una escolta para entrar a la escuela o algo así, lo cual me fastidiaba mucho. Lo peor era que los dos competían entre ellos por llamar mi atención, lo cual los hacía ridículos más que caballerosos.

Ni bien estacioné la Chevy, un enormemente sonriente Mike me abrió la puerta y me ofreció su mano para ayudarme a descender. Me quedé mirándolo un par de segundos antes de entender qué era lo que pretendía, pero por fin acepté su mano, más por cortesía que por cualquier otra razón.

Mike se estremeció visiblemente cuando las puntas heladas de mis dedos hicieron contacto con los suyos. Parte de la razón por la que yo llevaba siempre mis guantes de dedos cortados era reducir el impacto de mis manos heladas al tocar a alguien, pero solo podía disimular parcialmente.

-¡Buenos días, Bella! –me saludó Mike con excesivo entusiasmo, mientras no muy lejos de allí Eric lo fulminaba con la mirada-. ¿Qué tal fue tu primer fin de semana en Forks?

-Hola, Mike –le respondí, conteniéndome internamente para no echarme a reír-. Mi fin de semana, muy tranquilo y relajado, gracias –completé, tomando la mochila y cerrando la puerta. Una brisa ligera arrastraba su olor lejos de mí, por lo que pude respirar sin problemas.

-Yo me pasé la mayor parte del tiempo pensando en la chica más linda del lugar –empezó Mike con una voz que pretendía ser seductora.

-¿Rosalie Hale? –le pregunté rápidamente, comenzando a caminar hacia el edificio escolar con él a mi lado-. No sé, Mike, tiene pareja, y ese tal Emmett en verdad es una montaña de músculos… además, su hermano mellizo también está cerca, y parece tener pocas pulgas…

-¡No, no, no ella…! –exclamó Mike, aparentemente asustado, pero no pudo seguir, porque ya Eric estaba a mi otro lado.

-¡Buenos días, Bella! –exclamó feliz, y con una sonrisa suficiente hacia Mike-. Permíteme llevarte la mochila, por favor, es demasiado pesada para una dama.

-Buenos días, Eric –le respondí amablemente-. Gracias, es muy amable de tu parte.

Le tendí la mochila con una mano. Para mí no pesaba nada, realmente, pese a estar llena de libros y carpetas... para un humano debía ser bastante pesada. Mejor dejarlo que escarmiente.

Eric tomó la mochila con una ancha sonrisa victoriosa, que se desvaneció cuando todo su cuerpo casi se dobló bajo el peso de mis útiles escolares.

-¿Eric? –le pregunté, sonando preocupada, deteniéndome a verlo cómo se incorporaba trabajosamente. Eric era delgaducho y no muy musculoso, la mochila podría haberlo lastimado-. ¿Eric, estás bien?

-¿Qué llevas? –sopló más que habló Eric, con el rostro empezando a enrojecer por el esfuerzo-. ¿Piedras? ¿Ladrillos?

-Oh, no, sólo unos cuantos libros extra, además de los libros de texto de la escuela, un diccionario enciclopédico, un diccionario de sinónimos y antónimos, las carpetas con los apuntes, la cartuchera con: lápiz de escribir, goma de borrar, sacapuntas, bolígrafo y bolígrafo de repuesto, corrector líquido, regla, escuadra y lápices de colores; también un block de hojas, la agenda, el monedero… y un par de medias secas de repuesto –respondí con inocencia.

Mike sonreía ahora, Eric todavía estaba sin aliento. Suspirando, tomé la mochila sin ningún esfuerzo con una mano, me la colgué al hombro y les sonreí.

-Mike, deberías juntar coraje y hablarle a Rosalie, quizás le gustes. Y Eric, gracias por tus nobles modales, la intención es lo que cuenta –les dije antes de emprender una veloz casi-huida hacia el aula.

Podría haber jurado que escuché una risita cantarina, que sonaba sospechosamente a la de un vampiro. No sé por qué, pero estuve convencidísima que el que reía era Edward Cullen.

.

La mañana transcurrió sin sobresaltos. En clase de Literatura, Mike se sentó a mi lado, y cuando el profesor nos anunció que teníamos examen sorpresa sobre "Cumbres Borrascosas", el libro que estábamos leyendo ese trimestre, Mike me anunció en un murmullo de suficiencia que si tenía alguna duda él se ofrecía a soplarme las respuestas.

Sonreí levemente, casi tanto como me reí internamente después, cuando yo acabé murmurándole las respuestas a él.

Nevó durante la mayor parte de la mañana, lo cual me venía muy bien. La nieve es sinónimo de nubes, lo cual es sinónimo de ausencia de sol. Perfecto.

Durante la hora del almuerzo me senté junto a Ángela, dispuesta a disfrutar mis sorbos de bebida gaseosa con un poco de silencio y tranquilidad, pero no fue posible. Mike y Eric se nos unieron pronto, y también Jessica y Lauren se sentaron con nosotros aunque murmurando insultos que tuve que fingir no haber oído. Ambas chicas me odiaban, pero mi popularidad me volvía demasiado interesante como para que eligiesen apartarse de mí.

Todos los Cullen y los Hale me observaron en algún momento del almuerzo, aunque con suficiente disimulo como para no llamar la atención. Sus reacciones hacia mí variaban: mientras que Alice parecían notoriamente sonriente y amable, Rosalie me miraba con desdén y Jasper me contemplaba como si en cualquier momento yo fuese a sacar una metralleta de la mochila y aniquilar a todos los presentes en la cafetería. Edward me miraba con una expresión frustrada y curiosa, como si yo tuviese una alguna pregunta interesantísima tatuada en la cara, pregunta a la cual él desconocía la respuesta. Emmett lucía aburrido, como si no comprendiera por qué todos estaban tan pendientes de mí. Ese chico me caía cada día mejor.

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En la clase siguiente, Biología, el profesor repartió microscopios, cajitas con diapositivas desordenadas y un papel en el que anotar las fases de la mitosis en que se encontraba la célula en cada imagen; en una columna iba el orden en que estaban las diapositivas, y en otra, había que anotarlas correctamente ordenadas.

Era una práctica fácil para mí, que ya había visto ese tema. Me concentré por un minuto para recordarlo exactamente… los recuerdos humanos eran más frágiles, y además, en esa época mis sentidos tampoco eran los que actualmente. Pero no tuve problemas con esta práctica, no hacía mucho que había estudiado el tema en Phoenix y mi memoria lo recordaba sin problemas, excepto por el hecho que lo veía a través de los débiles sentidos humanos.

-¿Quieres que comencemos? –me ofreció una voz amable a mi lado.

Me sobresalté por un momento. Casi no recordaba que era con Edward Cullen con quien compartía el pupitre, y con quien por ende tendría que hacer la práctica. Lo miré con atención, pero su postura corporal no indicaba agresividad y me relajé lentamente.

Asentí en respuesta a su pregunta, decidida a no hablar. Para hablar, es necesario respirar, y eso era algo que yo no tenía intenciones de hacer dentro de ese aula cerrada que olía tan fuerte a humano.

Tomé el microscopio, coloqué la primera diapositiva en su sitio y estaba por ajustar el campo de visión cuando sentí una mano suave y tibia sobre la mía.

-A velocidad humana, por favor –me murmuró en voz demasiado baja para que nadie más nos escuchara-. No queremos llamar la atención.

Me hubiese sonrojado de haber podido. Estaba llevando esto muy bien, considerando todo, pero estar cerca de él me distraía.

Terminé de preparar el microscopio a velocidad humana y con mucho cuidado de no romperlo. Tuve que quitarme los lentes para ver, aunque confié que todos estarían demasiado ocupados en sus trabajos como para andar fijándose en el color de mis ojos. Miré con atención a través del microscopio y me sorprendí al distinguir la célula y todas las diminutas partes que la componían, no ya como manchas borrosas, sino con todo detalle. Reconocí montones de partes que tantas veces había visto esquematizadas y las identifiqué sin problemas. Era fascinante.

-¿Puedo ayudarte? –me preguntó Edward, un poco burlón.

Aparté la mirada del microscopio y lo miré a él, que me sonreía con sorna. No sé por qué, pero me molestó muchísimo.

-Profase –anuncié en voz baja, cambiando la diapositiva a velocidad vampírica antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo. Ups.

Le eché una mirada de disculpa, pero él estaba más preocupado por ver la diapositiva con sus propios ojos. Había vuelto a colocar la primera diapositiva en el microscopio (a velocidad humana) y después de verificar lo que yo ya había dicho, asintió y lo anotó en el papel con una caligrafía envidiable. Cambió a la segunda diapositiva y la estudió no más de dos o tres segundos antes de dar su veredicto:

-Anafase.

Mientras lo anotaba, tomé el microscopio y le eché un vistazo. Era correcto, y tuve que obligarme a soltar el microscopio y devolvérselo.

-¿Quieres ver la diapositiva siguiente? –me ofreció.

Lo miré intrigada por un momento, pero asentí y me esforcé por prestar mucha atención y moverme a velocidad humana para hacer el cambio.

-Interfase -murmuré.

Le tendí el microscopio, a fin que verificara lo que decía. Él miró y asintió apreciativamente antes de anotarlo. Cambió a la siguiente diapositiva y miró con atención:

-Telofase –dijo, pero me tendió el microscopio antes de escribir nada.

Miré con curiosidad, pero desde luego que era correcto. Sólo cuando levanté la vista y asentí, él esbozó una sonrisa y anotó la palabra en el espacio correspondiente. Coloqué la última diapositiva en el microscopio y le eché un vistazo.

-Citocinesis –completé, identificándola sin problema. Él verificó y anotó.

Ordenar correctamente la secuencia fue muy simple. Yo señalé el orden en que iban, él asintió y lo transcribió en la columna de al lado. Cuando terminó, dejó el papel sobre el escritorio, en medio de nosotros dos, junto al microscopio y la cajita con las diapositivas.

Sorprendida, me di cuenta que habíamos terminado. Habíamos tardado apenas más de cinco minutos, con lo cual nos quedaba casi un cuarto de hora libre antes de tener que entregar el trabajo concluido.

Volví a encasquetarme los lentes en la cara y me escondí lo mejor posible detrás de mi cabello. Me crucé de brazos y me eché hacia atrás en la silla. Para mi gran nerviosismo, mi compañero de banco me estaba mirando como si yo fuese lo más fascinante del mundo.

-Creo que no tuve oportunidad de presentarme debidamente –me dijo en voz baja, amable, tranquila-. Soy Edward Cullen.

Lo miré solo por el rabillo del ojo y asentí. Ya sabía eso, y seguramente él sabía que yo sabía, pero era una forma educada de comenzar una conversación. Ahora yo debería decirle mi nombre, él me preguntaría si me gustaba Forks, y yo por cortesía le diría que sí… Pero para decir solo la mitad de todo eso sería necesario inhalar al menos una vez, y respirar era algo que yo no tenía intenciones de hacer en ese lugar y ese momento.

Yo lo admiraba y envidiaba por ser capaz de respirar ese aire y hablar tanto… pero también lo odiaba por eso.

-Si oí bien, tu nombre es Isabella, ¿verdad? –siguió diciendo él, en el mismo tono cortés en los labios y la curiosidad en los ojos.

Apreté un poco los labios, sin poder corregirlo. Asentí con la cabeza otra vez; después de todo, ese era mi nombre. Estar tan cerca de él me ponía nerviosa.

-Aunque creí escuchar por ahí, creo que en la cafetería, que te haces llamar Bella –continuó él, un poco más incisivo.

Asentí nuevamente, sintiéndome más y más nerviosa y ridícula. Apreté las manos en dos puños, algo que él no notó o no le importó.

-Bella… -repitió él en tono falsamente reflexivo-. En italiano, es sinónimo de "hermosa". Un poco presuntuoso, ¿no te parece? –me dijo, obviamente burlón.

Mi poca paciencia alcanzó su límite justo ahí. Antes de detenerme a pensarlo, yo me había puesto de pie, volcado la silla, y antes que el respaldo tocara el suelo mi mano había golpeado con todas mis fuerzas el rostro de Edward Cullen, haciéndole girar la cara. El ruido fue fortísimo, como el de dos masas de piedra colisionando, pero por suerte el ruido de la silla al caer disimuló un poco.

Desde luego, todo el curso tenía la vista clavada en Edward y en mí; en cuanto levanté la vista, vi que el profesor se acercaba a zancadas hacia nosotros.

-¡Cullen, Swan! ¿Qué significa esto? –ladró, entre enojado y sorprendido.

-Él me molestaba –acusé rápidamente, señalando a Edward sin remordimientos.

El profesor lo miró fijo, aparentemente sin atreverse a creerlo. Intuí que Edward no solía hacer nada que llamara la atención negativamente sobre él, y me sentí un poco culpable. Mi poco de culpa creció cuando vi que se llevaba una mano al lugar en que yo lo había golpeado… debía dolerle.

-Lo siento –se disculpó, humildemente. Se giró a mirarme a los ojos-. No quise ofenderte. Perdón, por favor.

Algunas chicas suspiraron con adoración, mientras mi culpa crecía más y más. Estaría completamente roja a estas alturas si fuese humana. Asentí, al tiempo que estrujaba mis manos, incómoda.

-Señor Cullen, que no vuelva a suceder –lo amonestó el profesor, antes de dirigirse hacia mí-. Señorita Swan, si quiere cambiar de sitio…

Vi fugazmente a Mike casi saltando de expectación y negué con rapidez.

-No, está bien. Él… se disculpó –enderecé la silla y volví a sentarme.

Mis compañeros me miraban con expresiones diversas. Jessica y Lauren irradiaban odio y envidia, Mike parecía decepcionado, Ángela tenía los ojos entrecerrados como si sospechara que allí había algo más, Eric me miraba anhelante. El profesor parpadeó, confundido, antes de recuperar el control de la situación.

-¿Terminaron el trabajo práctico?

Afortunadamente yo había empujado la silla pero no el banco, de modo que el microscopio y las diapositivas no habían sufrido daños. El papel estaba justo ahí, junto a las demás cosas. El profesor le echó un vistazo antes de encarar a Edward.

-En fin, Edward, ¿no crees que deberías dejar que Isabella también mirase por el microscopio?

-En realidad, ella identificó tres de las cinco diapositivas –alcahueteó él.

El señor Banner me miró, ahora con una expresión escéptica.

- ¿Has hecho antes esta práctica de laboratorio? -preguntó.

Asentí con la cabeza. Ya no me quedaba aire para hablar.

El señor Banner asintió a su vez, mirándome con renovado respeto.

-¿Estabas en un curso avanzado en Phoenix?

Asentí otra vez.

-Bueno -dijo después de una pausa-. Supongo que es bueno que sean compañeros de laboratorio –giró y se alejó murmurando sobre que así los otros chicos tendrían la oportunidad de aprender algo por sus propios medios.

Quedamos Edward y yo, compartiendo el pupitre sin mirarnos, incómodos, y, en mi caso, muy avergonzada. Arranqué la última hoja del cuaderno y le garabateé rápidamente una nota.

Lo siento. No quise perder el control, pero estoy nerviosa y no puedo hablar con tantos humanos alrededor.

Dejé el papel apoyado en la tapa del cuaderno, en medio de los dos, por debajo del banco. Él lo leyó velozmente y lo tomó para escribir una respuesta a su vez.

No te preocupes. Fui grosero y me lo merecía. ¿Por qué no puedes hablar?

Su caligrafía era muy elegante, mucho más prolija que mis torpes garabatos. Pero la respuesta a su pregunta me parecía tan obvia... Rodé fugazmente los ojos antes de redactar una contestación.

Porque para eso hay que respirar, y no quiero arriesgarme.

Sus ojos se abrieron más en comprensión, y me echó una mirada de disculpa.

Perdón, por favor, ahora es mi turno de disculparme. No lo tuve en cuenta. ¿Cómo lo llevas?

Sonreí levemente. Él parecía verdaderamente arrepentido.

Bastante bien, siempre que no respire. Los demás deben creer que soy tímida.

En realidad, la mayoría de los chicos creen que eres algún tipo de premio que ganar o conquistar, y algunas chicas oscilan entre el odio y la envidia

me escribió Edward, sonriendo.

Lauren sospecha que tienes una montaña de cirugías estéticas encima, y Ashley cree que no hablas para fingirte misteriosa y así parecer más interesante.

¿Los oíste?

le garrapateé, incrédula. ¿En serio pensaban eso de mí?

Por así decirlo

me respondió por escrito, sonriendo torcido.

El profesor reclamó la atención de los estudiantes en ese momento, por lo que Edward velozmente hizo desaparecer la hoja de papel dentro de su bolsillo, antes que yo tuviese oportunidad de preguntarle a qué se refería exactamente con ese último y críptico "por así decirlo".

La clase acabó poco después, y yo huí cobardemente. Necesitaba respirar, pero por sobre todo necesitaba alejarme de Edward. Ese chico, o vampiro, o chico-vampiro… o lo que fuese… me confundía demasiado, me ponía nerviosa y hacía que me distrajera. Eso no era bueno, distraerme es un lujo que no me puedo permitir.

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Mike me descubrió cuando iba hacia la clase siguiente, gimnasia.

-¡Bella! ¡Brillante bofetada la de hoy! –medio gritó, feliz.

Yo escondí el rostro en las manos, avergonzada y furiosa de que me recordara mi desliz en medio del pasillo repleto de gente. Ojalá me tragara la tierra.

-Nadie había golpeado a Cullen antes –me contó Mike, emocionado.

Deseé que la tierra lo tragara a él también, además de mí… pero en agujeros diferentes.

-¡Tenía que venir una linda chica de afuera para enseñarle a ese idiota a no pasarse de listo! –siguió parloteando Mike, feliz, sin notar mi enojo.

-Él sólo hablaba –murmuré. Mike no me escuchó… o no quiso escucharme.

-Fue genial que alguien pusiera en su lugar a ese engreído –afirmó Mike, radiante-. Y el que además fuese la chica más hermosa le enseñará…

No pude aguantarlo más. Había dos posibilidades, bueno, tres: la primera, enfrentaba a Mike y le decía que no era ninguna heroína por golpear a Edward Cullen, que se había comportado un poco molesto, de acuerdo, pero tampoco tanto como para merecer una bofetada… aunque para eso tendría que inhalar, algo que no podía hacer con él tan cerca de mí.

La segunda, callaba a Mike de una bofetada, eso le enseñaría… pero dos golpes en un día era demasiado, más aún teniendo en cuenta que Mike no tenía los huesos irrompibles de mi compañero de pupitre; podría matarlo por accidente con demasiada facilidad.

La tercera, corría a velocidad vampírica hacia los vestuarios femeninos y le haría creer que me escabullí porque su cháchara me aburría.

Todas las posibilidades desfilaron por mi mente en un segundo, y al instante siguiente ya había tomado una decisión.

-… que no puede llevarse el mundo por delante sólo porque… ¿Bella? ¿Dónde estás? –escuché su voz confundida desde los vestuarios y sonreí ampliamente.

Dejar a Mike hablando solo era muy satisfactorio.

.

Gimnasia pasó sin contratiempos. Yo había practicado un poco en la parte boscosa cercana a casa cómo golpear la pelota de voley con la fuerza necesaria para dar un golpe común que no matara a nadie. Ya lo dominaba muy bien, aunque los árboles habían sufrido unos cuantos daños durante mis ensayos. Lo único que no podía hacer era distraerme.

Mike estaba en mi equipo y trató de hablarme un par de veces, pero yo estaba lo más concentrada posible en el juego y casi no lo miré. Pareció molesto por eso, lo cual me venía de perlas. Cuanto más enojado estuviese, menos intentos haría por charlar conmigo.

Cuando las clases de ese día por fin terminaron, me fui a casa a seguir comiéndome la cabeza sobre Edward. Estaba obsesionándome con él de un modo peligroso.

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Esa noche, tumbada en mi cama, mirando el cielo raso y sin nada para hacer, encontré un nuevo entretenimiento: empecé a practicar recitar el himno nacional, alternando una palabra sí y otra no. Luego, a cantarlo. El resultado era tan raro e inconexo que me detuve muchas veces para reírme. Al menos por esa noche tuve otra cosa en la cabeza que a Edward Cullen.

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Recitando mentalmente una palabra de cada tres del himno nacional y muy sonriente, me dirigí a la escuela a la mañana siguiente. Al llegar al estacionamiento, descubrí que el automóvil de los Cullen ya estaba allí, como de costumbre.

Estacioné no muy lejos, fingiendo que no los miraba. Después de todo, ellos también fingían que no me miraban a mí, pero yo sabía que el tal Jasper me tenía auténtica manía, y mi compañero de pupitre, Edward, no se quedaba atrás. La diferencia radicaba en que mientras que Jasper me observaba con la mirada calculadora de un depredador, Edward siempre lucía decepcionado y un poco frustrado cuando por fin apartaba la vista de mí. Como si esperara cada día encontrar en mi rostro algo que, pasara lo que pasara, no aparecía.

La mirada de Jasper era mucho más intimidante, en realidad. Me daba la impresión de estar calculando cuándo saltarme encima y atravesarme con una espada, o lo que sea que se haga para matarnos. Entonces, ¿por qué rayos era la mirada frustrada de Edward la que me ponía nerviosa?

Bajé de la Chevy de un salto y cerré la puerta con un golpe cuidadoso. Ya manejaba mi sobrehumana fuerza mucho mejor, y no había roto nada accidentalmente en los últimos tres días. Todo un récord.

Jasper se fue a clase tras echarme una última mirada amenazadora. Rosalie y Emmett ya habían entrado al edificio escolar, y solo Edward y Alice seguían en el estacionamiento. Él me miraba con su habitual expresión entre curiosa y frustrada, y ella me sonreía cariñosamente… como si fuésemos amigas.

Bufé para mí. Me hubiese gustado tener una amiga con mi misma naturaleza, alguien con quien charlar de lo que me pasaba y con quien intercambiar consejos y experiencias. Tal vez me hubiese acercado a Alice de estar ella sola, pero con su gran familia y su maniático novio cuidándole la espalda (especialmente su maniático novio), cualquier acercamiento quedaba desalentado.

Caminé con cuidado por la tierra congelada. Mis nuevos súper-reflejos me impedirían caerme, pero era posible que abollara el capó de un auto o rompiera una ventanilla al apoyarme con demasiada fuerza en un intento de recuperar el equilibrio. Un brillo plateado en las ruedas de la Chevy me llamó la atención, y pese a que no lo necesitaba, me agaché para comprobar que había visto bien.

Sí, Charlie había puesto cadenas en las ruedas. Sonreí para mí, sintiendo algo cálido y agradable a la altura de mi muerto corazón. Yo era prácticamente indestructible; en caso de un accidente, mi cuerpo no sufriría daños. No necesitaba protección.

Pero saber que alguien se preocupaba por mí, que alguien me cuidaba y se esforzaba en protegerme me hizo sentir tan humana, tan viva… tan la Bella de antes de esta horrible transformación…

Hubiese querido llorar, pero sabía que no podía. Los ojos me picaban y sentía un nudo en la garganta, pero sólo unos sollozos secos escaparon de mi boca. Dicen que el llanto sin lágrimas es peor, porque es mil veces más doloroso, y es cierto. Cuando ya no se tienen ni lágrimas que derramar, no hay nada que calme el dolor interno que se siente. Era lo que me pasaba a mí…

Tan absorta estaba en mi sufrimiento que no reaccioné al oír el crujido de ruedas trabadas sobre el asfalto congelado, y sólo levanté la vista cuando el automóvil estaba a un metro escaso de mí. Instintivamente levanté ambos brazos con las palmas de las manos abiertas y hacia delante, y frené sin esfuerzo el auto que se me veía encima. Cierto que el impacto me impulsó un poco hacia atrás, y que el golpe hizo que mi espalda rompiese las luces traseras del Chevy del lado derecho, pero eso fue todo.

Sostuve el auto durante un segundo antes de darme cuenta de lo que pasaba. Entonces, asustada, lo lancé lejos lo más fuerte y rápido que pude, a la vez que me moví velozmente junto a la puerta de la Chevy, donde quedé hecha un ovillo en el piso, abrazándome las rodillas, inexplicablemente aterrada.

Una mano tibia se posó en mi espalda al mismo tiempo que el automóvil que yo había mandado a volar por fin se detenía con un ruido de cristales rotos y todos los que estaban cerca comenzaban a chillar y gritar.

-Tranquila. No respires, el conductor del auto está herido… está sangrando.

Noté que yo temblaba. La voz que me hablaba a velocidad sobrehumana era gentil y amable, y la mano frotaba ligeramente mis omóplatos.

-No te preocupes. Nadie alcanzó a ver nada. No estás en peligro…

Mis ojos estaban apretadamente cerrados, y yo no respiraba, aunque debería estar hiperventilando. Todo mi cuerpo temblaba al tiempo que se balanceaba ligeramente hacia delante y atrás.

-Tranquila. Estás bien. Todo va a estar bien. Había pocos estudiantes afuera, nadie vio gran cosa… ¿cómo te sientes?

Escuché la pregunta como si se la formularan a otra persona, y mi boca respondió un automático "bien" que también sonó como si lo dijera otra persona.

-¿…Bella? –el dueño de la voz suave estaba zarandeando unos hombros que me costó un momento reconocer que eran los míos.

Con gentileza, pero la fuerza indiscutible de un vampiro, sentí como separó mis brazos de mis rodillas y levantó gentilmente mi barbilla. Mis ojos aún estaban cerrados, por lo que su siguiente movimiento me tomó completamente por sorpresa.

Me abrazó.

Me rodeó cuidadosamente con sus brazos, murmurando palabras tranquilizadoras y de consuelo en mi oído. Respondí el abrazo aferrándome a él como si fuese lo único sólido en este mundo, algo que en ese momento sentía que era. Aún temblaba, y temblé otro rato mientras él frotaba mis hombros en círculos y me susurraba palabras tranquilizantes.

No me enteré en absoluto del jaleo que después me contaron que se armó, pero creo que fue mejor así. Justo cuando acababa de dejar de temblar y estaba por abrir los ojos, el sonido de la sirena de la ambulancia a lo lejos (bastante lejos, pero mi oído ya podía captarlo) me hizo enterrar la nariz en su cuello, asustada de nuevo.

-Sshh… no respires ahora. Van a sacar a Tyler del auto, y si bien no está muy herido, sí tiene unos cuantos cortes y está sangrando. No mucho, pero lo suficiente como para… ponernos nerviosos. No te preocupes, él está básicamente bien… a ver si esto le enseña a manejar con más cuidado…

Asentí levemente contra su cuello. Ya estaba más tranquila, y por fin solté el férreo agarre que tenía sobre su ropa en la parte de la espalda. Mi abrazo se hizo más flojo, y pronto mis brazos colgaban a ambos lados de mi cuerpo; ya sólo me apoyaba en él.

Pero me sentía tan cómoda ahí que no quería apartarme. No me había sentido tan relajada en mucho tiempo. Con los ojos aún cerrados, probé de inhalar sólo un poquito.

Fuego ardiente bajando por mi reseca garganta. No pude evitarlo; me tensé de inmediato, lista para saltar. La sangre estaba ahí, tan cerca, y yo estaba tan sedienta…

-¡No respires! –me advirtió él, clavando sus dedos en mis hombros-. La ambulancia está por llevárselo. Lo has hecho muy bien hasta ahora, no lo arruines. Por favor. No te pongas en evidencia. Nadie sospecha. No respires. Por favor, no respires…

Me costó mucho, muchísimo, contenerme de correr hacia ese humano sangrante y beber hasta dejarlo seco. Apreté las manos en sendos puños a ambos lados de mi cuerpo, enterré mi nariz en el cuello de él y me concentré en oír su voz, sí, su voz, la había escuchado antes, tendría que recordarla… quién era, quién era…

-Ya está. Se lo llevaron. No te preocupes, no hay peligro… aunque todavía no retiraron el auto, y no sería prudente que nos acercáramos. Sería mejor si hoy te reportas enferma… ¿te acompaño a la enfermería?

Abrí por fin los ojos. Parpadeé unas cuantas veces, confundida… hasta que comprendí que mis lentes se habían roto en alguno de los momentos en que aplastaba mi rostro contra mis rodillas o el cuello de ese alguien, y que estaba mirando a través de los fragmentos de los cristales verdes. Me impulsé hacia atrás y quedé en cuclillas; rápidamente saqué los lentes rotos de mi cara e hice un recuento de daños.

Los cristales necesitaban ser reemplazados y el marco también estaba abollado, pero con un poco de suerte, podría volver a usarlo. Adquirir esos lentes había sido bastante caro para mis magros ahorros, reponerlos antes de que pasara un mes de haberlos comprado no era algo que mi bolsillo llevara demasiado bien.

Mientras aún observaba los lentes rotos con el ceño fruncido, una risa cerca de mí me distrajo.

-Te quedan bien… aunque quizás debas optar por los lentes de contacto.

Unos ojos castaños claro, aunque oscurecidos por la sed, me observaban con amabilidad. Cabello castaño rojizo, facciones perfectas, sonrisa de afiladísimos dientes blancos, piel blanquísima. Edward Cullen era mi, en varios sentidos, salvador.

-Vamos a la enfermería… allí por lo menos no se huele la sangre. Para no respirar, no hables, solo asiente o niega con la cabeza, ¿sí? E intenta parecer un poco enferma –me instruyó hablando a velocidad vampírica-. Tal vez quieras, hum, apoyarte en mí, como si te sintieras débil, y… eh… entrecerrar los ojos, para que no vean el color de tus iris.

Asentí lentamente, al tiempo que guardaba el marco de los lentes en el bolsillo de mi abrigo. Ese día no podría asistir a clases, estaba demasiado conmocionada y sedienta… y el automóvil medio destrozado y manchado de sangre estaba aún ahí, en el estacionamiento.

Quedarme sería llevar los límites demasiado lejos.

.

Edward me acompañó hacia la enfermería, con un brazo alrededor de mi cintura, pero poniendo mucho cuidado en no tocarme más que la espalda y levemente el costado, y aún así, solo lo estrictamente necesario. Un caballero de los que ya no hay.

Eso llevó mi mente a vagar. ¿Cuánto tiempo llevaría él siendo un vampiro? Su autocontrol era excelente, si pudo hablar (y por lo tanto, respirar) con el chico accidentado y sangrante a unos metros de distancia. No sólo se dominó él, sino que además tuvo la entereza necesaria para contenerme a mí…

-¡Bella! ¡Bella, por fin te encuentro! ¿Estás bien? ¿Estás herida…?

Gruñí en voz baja. Mike Newton nos había descubierto, había corrido a mi lado y ahora estaba dando saltitos, mientras miraba de soslayo a Edward Cullen. Seguimos el camino hacia la enfermería. Yo, con los ojos entrecerrados; Edward, visiblemente tenso; Mike brincando a mi lado, buscando llamar la atención.

-Está conmocionada, Tyler chocó con el Chevy –respondió la voz melodiosa de Edward, que sonaba algo cortante-. Bella estaba parada junto a la puerta, el auto de Tyler estuvo a un metro de aplastarla. Es lógico que esté asustada.

-¡Cielos! ¡Bella, qué suerte que no estabas un metro más adelante!

Mike me hablaba a mí, ignorando olímpicamente a Edward, que parecía bastante molesto.

-Bella no va a ir a clases hoy. Voy a llevarla a su casa, pero antes tengo que avisar en la enfermería. Yo me ocupo –añadió Edward.

-Bella, puedo llevarte, no sería ninguna molestia… -ofreció Mike.

Negué con la cabeza. Mike tenía buenas intenciones, pero lo que menos necesitaba yo, en mi estado de nervios y sed, era tener a un humano revoloteando a mi alrededor, no hablemos ya de compartir un viaje en un automóvil.

-Yo me ocupo –repitió Edward en un tono que no daba opción a réplica, medio empujándome dentro de la enfermería y cerrando la puerta en las narices de Mike.

.

El trámite fue breve. La enfermera estaba obviamente deslumbrada por la sonrisa brillante y las palabras amables de Edward, y en cuestión de minutos estábamos caminando de regreso al estacionamiento.

Para mi sorpresa, no fue a la Chevy a donde me dirigió Edward, sino al Volvo.

Levanté la cabeza para verlo, sorprendida. Luego miré a la Chevy, y otra vez a él. Edward comprendió perfectamente.

-Te la llevaré a tu casa más tarde –prometió, y yo asentí, conforme.

Al sentarnos dentro, automáticamente me abroché el cinturón de seguridad. Él sonrió levemente, pero no hizo comentarios. Puso en marcha el silencioso motor y dio marcha atrás. Salimos del estacionamiento, bajamos por la calle principal. Recién entonces me atreví a respirar, cautelosamente.

No había olor a sangre, por suerte. Sólo un leve olor al cuero de los asientos, al suave perfume de los autos nuevos… y un hedor imposible a vampiro. Fruncí la nariz.

-¿Estás bien? –me preguntó él cautelosamente.

-Sí –alcancé a decirle mientras luchaba por encontrar el botón para bajar la ventanilla-. Pero apesta.

La ventanilla por fin estaba abajo, y pude respirar el aire impregnado a humedad y humo de los caños de escape. Una bendición.

-¿Qué es lo que apesta? –me preguntó, atónito.

-El auto –le respondí, de cara al viento fresco pero sin sacar la cabeza por la ventanilla. Ser la hija de un policía me hizo crecer incorporando las normas de tránsito casi como un hábito.

-¿A qué apesta el auto? –me preguntó otra vez, intrigado.

-A… a ti. Y a tu familia, supongo –añadí, reconociendo que allí había por lo menos tres o cuatro aromas mezclados-. Nunca había olido algo así… tan fuerte. Tan concentrado.

Sus ojos no se habían movido del frente, pero lo vi abrirlos un poco más y a continuación entrecerrarlos un poco. Una diferencia mínima, que a otro posiblemente no le hubiese llamado la atención.

-Yo tampoco había sentido tu olor antes –dejó caer, sin dejar claro en su tono si era una acusación o una forma vampírica de comenzar una conversación.

¿Tendrían los vampiros unas normas de etiqueta especiales al momento de presentarse o de entablar conversación? ¿Qué tipo de tópicos eran considerados inadecuados para una charla? ¿Qué otro tipo de costumbres particulares tenían? ¿En lugar de intercambiar tarjetas de visita con nombre, apellido y dirección, intercambiaban tarjetas de olor…?

Forcé a mi bailarina mente a regresar al presente y responder la cuasi-pregunta.

-Supongo que no. Me mudé hace poco, y por lo que sé, tu familia lleva dos años viviendo en esta ciudad –le respondí cautelosamente.

-¿Dónde vivías antes? –me casi espetó con brusquedad, mirándome fijo.

-En Phoenix, Arizona –le respondí, a la defensiva, de frente a él y con la espalda contra la puerta, los brazos medio levantados frente a mí.

-¿En serio? –inquirió, taladrándome con la mirada-. ¿Estás segura?

Le respondí con un rugido, enseñando los dientes. Eso no fue cortés, fue instintivo.

-De acuerdo –aceptó él de inmediato, volviendo la vista a la calle justo a tiempo para frenar ante un semáforo en rojo-. Te creo –añadió, aparentemente un poco impresionado por mi despliegue.

Relajé la postura y apreté mucho los labios. No tenía intenciones de hablar otra vez. El semáforo cambió a verde y él arrancó.

-¿Te gusta Forks? –me preguntó al cabo de unos segundos, en el mismo tono de amable interés en que me lo preguntaba todo el mundo.

-No hay sol –le contesté, sin quitar la mirada del frente. Era la respuesta más honesta que había dado a esa pregunta.

Mi honestidad, o tal vez la sequedad del tono, parecieron desestructurarlo. Tardó unos segundos en volver a hablarme.

-A veces hay sol –dijo por fin-. Cada dos meses o algo así, pero a veces hay un par de días seguidos de sol.

Asentí levemente. Claro que de vez en cuando había días soleados, pero mucho menos que en Phoenix, eso seguro.

-Oficialmente, mi familia dice que nos vamos de campamento esos días –añadió él al notar que yo no tenía intenciones de acotar nada-. En el pueblo creen que somos unos fanáticos de la vida al aire libre.

Asentí otra vez, reflexionando para mí misma. La de ellos era una buena excusa… tendría que pensar en algo para mí. No podría irme "de campamento" yo también, pero debía justificar al menos ante Charlie por qué no asomaba la nariz fuera de casa en los días soleados.

-Tal vez quieras venir "de campamento" con mi familia el próximo día de sol –ofreció él en un tono pretendidamente casual, pero bastante nerviosismo se coló en su voz.

Giré a ver su perfil, sorprendida por la propuesta. Él frenó suavemente, solo entonces noté que ya habíamos llegado a casa. Me detuve un momento, incómoda, sin saber muy bien cómo comportarme.

-Humm… gracias por traerme. Y por… impedir que hiciera un desastre hoy –añadí, hablando atropelladamente-. Gracias. Sobre lo otro… voy a pensarlo.

-No habrá sol al menos hasta dentro de un par de semanas, pero la invitación está en pie –me dijo, sonriendo suavemente, como si intentara no asustarme-. También, si quieres simplemente ir a vernos… conversar, conocernos, formular alguna pregunta…

-Voy a pensarlo. Gracias –le repetí antes de casi huir fuera del auto y lanzarme dentro de casa. A penas recordé mantener la velocidad humana.

No sé cómo, pero aparentemente él estaba logrando deslumbrarme a mí también.

.

Pasé el resto del día tumbada en mi cama, escuchando música y comiéndome la cabeza sobre cómo comportarme en adelante frente a Edward y a sus hermanos, qué excusa darle a Charlie sobre mi atrincheramiento dentro de casa en los días soleados, si aceptar la invitación de Edward, si seguir su consejo y optar por los lentes de contacto, qué explicación le daría esa noche a Charlie sobre mi inasistencia a clases...

Mi cabeza parecía un carrusel, pero con caballos de verdad, cuando decidí que era hora de concentrarme en preparar la comida de Charlie y dejar de pensar en cosas que me estaban quitando la cordura.

.

Mientras amasaba unos ñoquis, reflexioné sobre lo extraño que era todo.

Había contado con que al venir a Forks sería la única de mi especie, que cazaría en las grandes ciudades de los alrededores, que me refugiaría aquí hasta que fuese el momento de entrar a la universidad, que entonces me iría a algún lugar alejado y perpetuamente nublado (Alaska sonaba como una buena opción), que me mantendría en contacto telefónico con mis padres a lo largo de los años, y que después de que ellos, ya ancianos, fallecieran… bueno, me iría a vivir a alguna ciudad lo suficientemente grande y peligrosa como para que un par de muertes más por mes no llamaran la atención, ejercería la profesión que hubiese estudiado para camuflarme entre los humanos, y listo.

Sonaba tan sencillo. Claro que había considerado que quizás alguna vez no podría mantener el control. Podría cruzarme con un accidente de tránsito, por ejemplo, y dejar seco a algún herido en menos de lo que se tarda en decir "vampiro". De hecho, no había estado muy lejos de hacer exactamente eso esta misma mañana.

Lo cual me llevaba de regreso a este intrigante vampiro de ojos castaños… lo cual no le hacía demasiado bien a mi cordura. Mi obsesión por él estaba alcanzando extremos peligrosos.

bueno chicas aqui un nuevo capii

os gusta?bno ya sabeis lo unico que yo pido es unos votos despues de leer :D

P.D1:cuantos mas votos dejeis mas rapido subire los capiis

P.D2: no os olvideis de pasar por mi otro fic "regreso a los recuerdos" xD

besos y nos leemos :))))))

Capítulo 1: La vida, ese parentesis Capítulo 3: San Valentin

 
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