Seducción (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 08/09/2014
Fecha Actualización: 09/09/2014
Finalizado: NO
Votos: 0
Comentarios: 0
Visitas: 4238
Capítulos: 3

 

Tres: Sé que él no me conviene.

Dos: Mi instinto me grita que salga corriendo.

Uno: Pero si sigue mirándome así

¿Qué haré cuando llegue a cero?

Indomable, controlador, autoritario, implacable, dulce, provocador􀀀

Es peligroso.

Es enigmático.

Es absolutamente adictivo.

Es mi hombre.

Es una historia basada en el libro seduccion de Jodi Ellen Maps, los personajes son de Stephanie Meyer y la historia del libro... Espero que les guste

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Capítulo 2: Capitulo 2

—Edward, la señorita Sawan, Rococo Union —anuncia el grandullón.

—Perfecto. Gracias, John.

Me sacan de mi estado de admiración y paso directamente al de alerta. Mi espalda se tensa.

No puedo verlo, el inmenso cuerpo del grandullón lo tapa, pero esa voz áspera y suave hace que me quede helada en el sitio y sin duda no parece provenir de un «señor de La Mansión» fumador, obeso y que lleva gabardina.

El grandullón, o John, ahora que sé cómo se llama, se aparta y me deja echarle un primer vistazo al señor Edward Cullen.

Ay, Dios mío. El corazón me golpea el esternón y mi respiración alcanza velocidades peligrosas.

De repente me siento mareada y mi boca ignora las instrucciones de mi cerebro para que, al menos, diga algo. Me quedo ahí parada, sin más, mirando a ese hombre mientras él, a su vez, me mira a mí.

Su voz ronca me ha dejado de piedra, pero verlo… En fin, me he quedado estupefacta, temblorosa e incapaz de dar señales de inteligencia.

Se levanta de la silla, y mi mirada lo sigue hasta que se pone completamente en pie.

Es muy alto. Lleva las mangas de la camisa blanca recogidas, pero conserva la corbata negra, aflojada, colgando delante del ancho tórax.

Rodea el enorme escritorio y camina despacio hacia mí. Es entonces cuando recibo el verdadero impacto. Trago saliva. Este hombre es tan perfecto que casi me resulta doloroso. Tiene el pelo rubio oscuro y da la sensación de que haya intentado arreglárselo de alguna manera pero haya desistido.

Sus ojos son verde pardusco, pero brillantes y demasiado intensos, y la sombra que le cubre la mandíbula cuadrada no logra ocultar los hermosos rasgos que hay debajo. Está ligeramente bronceado y tiene el punto justo de… Ay, Dios mío, es devastador. ¿El señor de La Mansión?

—Señorita Swan. —Su mano viene hacia mí, pero no consigo que mi brazo se levante y la estreche. Es guapísimo.

Cuando no le ofrezco la mano, se acerca y me pone las suyas sobre los hombros; luego se inclina para besarme y sus labios rozan ligeramente mi mejilla ardiente. Me tenso de pies a cabeza. Noto los latidos de mi corazón en los oídos y, aunque es del todo inapropiado para una reunión de negocios, no hago nada para detenerlo. No doy una.

—Es un placer —me susurra al oído, lo cual sólo sirve para hacerme emitir un pequeño gemido.

Sé que nota lo tensa que estoy —no es difícil, me he quedado rígida—, porque afloja las manos y baja el rostro para ponerlo a mi altura. Me mira directamente a los ojos.

—¿Se encuentra bien? —pregunta con una de las comisuras de los labios levantada en una especie de sonrisa. Veo que una sola arruga le cruza la frente.

Salgo de mi ridículo estado inerte y de repente me doy cuenta de que todavía no he dicho nada.

¿Ha notado mi reacción ante él? ¿Y el grandullón? Miro alrededor y lo veo inmóvil, con las gafas todavía puestas, pero sé que me está mirando a los ojos. Me doy un empujón mental y retrocedo un paso, lejos de Cullen y de su potente abrazo. Deja caer las manos a los costados.

—Hola —carraspeo para aclararme la garganta—. Isabella. Me llamo Isabella. —Le tiendo la mano, pero no se da prisa en aceptarla; es como si no tuviera claro si es seguro o no, pero la estrecha… Al final.

Tiene la mano algo sudada y le tiembla un poco cuando aprieta la mía con firmeza. Saltan chispas y una mirada curiosa revolotea por su increíble rostro. Ambos retiramos las manos, sorprendidos.

—Isabella. —Prueba mi nombre entre sus labios y tengo que recurrir a todas mis fuerzas para no volver a gemir. Debería dejar de hablar, de inmediato.

—Sí, Isabella —le confirmo. Ahora es él quien parece haberse retirado a su Nirvana particular, mientras que yo soy cada vez más consciente de que me está subiendo la temperatura.

De pronto, parece recobrar la compostura, se mete las manos en los bolsillos del pantalón, mueve ligeramente la cabeza y se retira hacia atrás.

—Gracias, John. —Hace un gesto con la cabeza al grandullón, que le devuelve una pequeña sonrisa que suaviza sus rasgos duros. Luego se marcha.

Estoy a solas con este hombre que me ha dejado sin habla, inmóvil y prácticamente inútil.

Señala hacia dos sillones de cuero marrón situados uno frente a otro en el mirador, con una mesita de café entre ambos.

—Por favor, toma asiento. ¿Puedo ofrecerte algo para beber? —Aparta la mirada de la mía y camina hacia un mueble con varias botellas de licor alineadas encima. Seguro que no se refiere a algo con alcohol. Es mediodía. Es demasiado pronto incluso para mí. Observo que se queda junto al mueble durante unos segundos antes de volver el rostro hacia mí y mirarme expectante.

—No, gracias. —Niego con la cabeza mientras hablo, por si acaso no me salen las palabras.

—¿Agua? —pregunta con esa sonrisa jugando en las comisuras de su boca.

«Por Dios, no me mires».

—Por favor. —Me sale una sonrisa nerviosa. Tengo la boca seca.

Coge dos botellas de agua de la nevera integrada y regresa hacia mí. Es entonces cuando logro convencer a mis piernas temblorosas de que me lleven al otro lado del despacho, al sofá.

—¿Isabella? —Su voz me atraviesa y me hace titubear a mitad de camino.

Me doy la vuelta para mirarlo. Probablemente sea una mala idea.

—¿Sí?

Sostiene un vaso de tubo.

—¿Vaso?

—Sí, por favor. —Sonrío. Debe de pensar que no soy nada profesional. Me acomodo en el sofá de cuero, saco mi carpeta y mi teléfono del bolso y los coloco en la mesa que tengo delante.

Me doy cuenta de que me tiemblan las manos.

Venga, mujer, ¡tranquilízate! Finjo tomar notas cuando se acerca y coloca una botella de agua y un vaso para mí en la mesita. Se sienta en el otro sofá y cruza una pierna por encima de la otra, de manera que un tobillo descansa sobre el muslo. Se recuesta contra el respaldo. Se está poniendo cómodo, y el silencio que se impone entre los dos grita mientras escribo cualquier cosa con tal de no mirarlo. Sé que tengo que mirar a aquel hombre y decir algo en algún momento, pero todas las preguntas habituales han huido, gritando y chillando, de mi cerebro.

—¿Por dónde empezamos? —pregunta. Eso me obliga a levantar la vista y dar señales de que he oído sus palabras. Sonríe. Me derrito.

Me está observando por encima de la botella mientras la levanta para acercársela a esos labios tan adorables. Rompo el contacto visual para inclinarme y servirme un poco más de agua en el vaso. Me está costando dominar los nervios y todavía puedo sentir su mirada. Esto es muy raro. Nunca me había afectado tanto un hombre.

—Supongo que debería contarme por qué estoy aquí. —¡Puedo hablar! Le devuelvo la mirada mientras cojo el vaso de la mesita.

—Ah —dice en voz baja. Ahí está la arruga en la frente. Aun así, sigue siendo guapísimo.

—¿Pidió que viniera yo en concreto? —lo presiono.

—Sí —se limita a responder. Vuelve a sonreír. Tengo que apartar la mirada.

Bebo un sorbo de agua para humedecerme la boca seca y me aclaro la garganta antes de volver a enfrentarme a su poderosa mirada.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Puedes. —Descruza la pierna, se inclina para dejar la botella en la mesita y apoya los antebrazos en las rodillas, pero no dice nada más. ¿No va a continuar la frase?

—Vale. —Me cuesta mantener el contacto visual—. ¿Por qué?

—He oído hablar muy bien de ti.

Noto que la cara se me pone roja.

—Gracias. ¿Por qué estoy aquí?

—Pues para diseñar. —Se echa a reír y me siento estúpida y también algo molesta. ¿Se está burlando de mí?

—¿Diseñar el qué? —pregunto—. Por lo que he visto, todo está más bien perfecto. —Estoy segura de que no quiere que modernice este lugar tan encantador. Quizá no sea mi fuerte, pero reconozco las cosas con clase cuando las veo.

—Gracias —dice con suavidad—. ¿Has traído tu portafolio?

—Por supuesto —contesto mientras alcanzo mi bolso. Por qué quiere verlo es algo que no entiendo. No contiene nada que se parezca a este lugar.

Lo pongo sobre la mesita, delante de él, y espero que lo arrastre hacia sí, pero —¡horror!— se levanta con un movimiento fluido, me rodea y sienta su adorable y esbelto cuerpo en el sofá que hay a mi lado. Jesús. Huele a gloria bendita (a agua fresca y mentolada). Contengo la respiración.

—Eres muy joven para ser una diseñadora consumada —reflexiona mientras pasa  lentamente las páginas de mi portafolio.

Tiene razón, lo soy. Es todo gracias a que Eleazar me dio vía libre en la expansión de su negocio.

En cuatro años he dejado la universidad, he conseguido trabajo en una empresa de diseño de interiores consolidada —que tenía estabilidad económica, pero que carecía de un enfoque fresco en nuevas tendencias— y además me he labrado un nombre en la profesión. He tenido suerte y agradezco la confianza de Eleazar en mis habilidades. Eso, sumado a mi trabajo en el Lusso, es por lo que estoy donde estoy a los veintiséis años.

Bajo la mirada hacia su encantadora mano. Un precioso Rolex de oro y grafito le adorna la muñeca.

—¿Qué edad tiene? —digo sin pensar. Madre mía. Mi cerebro es un huevo revuelto y sé que acabo de sonrojarme hasta adquirir un tono rojo chillón. Debería mantener la boca cerrada. ¿De dónde diablos ha salido eso?

Me mira fijamente, sus ojos verdes abrasan los míos.

—Veintiuno —responde con cara de póquer.

Me río burlona y él arquea unas cejas inquisitivas.

—Lo siento —murmuro, y vuelvo a mirar a la mesa. Me pone nerviosa. Lo oigo exhalar profundamente y su adorable mano se acerca de nuevo al portafolio y empieza a pasar las páginas otra vez. Mantiene la mano izquierda apoyada sobre el borde de la mesa.

No veo ningún anillo. ¿No está casado? ¿Cómo es posible?

—Esto me gusta mucho —dice al tiempo que señala una fotografía del Lusso.

—No estoy segura de que lo que hice en el Lusso funcione aquí —digo con calma. Es demasiado moderno; muy lujoso, pero demasiado moderno.

Alza la vista hacia mí.

—Tienes razón, sólo digo… que me gusta mucho.

—Gracias. —Siento que me suben los colores mientras me estudia atentamente antes de volver a mi portafolio.

Cojo el agua y resisto la tentación de ponerme el vaso en la frente para calmarme, pero casi lo hago cuando su muslo, embutido en los pantalones, roza mi rodilla desnuda. Cambio de postura rápidamente para romper el contacto y, con el rabillo del ojo, veo que en las comisuras de sus labios se está dibujando una pequeña sonrisa de satisfacción. Lo está haciendo a propósito. Esto es demasiado.

—¿Dónde está el servicio? —pregunto al volver a dejar el vaso encima de la mesa.

Necesito ir y recomponerme. Estoy hecha un manojo de nervios.

Se levanta rápidamente del sofá y retrocede para dejarme pasar.

—Cruzando el salón de verano a la izquierda —dice con una sonrisa. Sabe el efecto que está teniendo sobre mí. El modo en que me sonríe me dice que es consciente de ello. Apuesto a que las mujeres siempre reaccionan así con él.

—Gracias. —Me pongo de lado para poder pasar por el hueco que hay entre el sofá y la mesita, pero se convierte en el más difícil todavía cuando él no hace el más mínimo esfuerzo para dejarme más espacio. Tengo que rozarlo para pasar, y eso me hace contener la respiración hasta que estoy lejos de su cuerpo.

Avanzo hacia la puerta. Tiene la mirada clavada en mí; me siento como si me agujerease el vestido con su fuego. Giro el cuello a un lado y a otro para intentar controlar la piel de gallina que me eriza la nuca.

Salgo a trompicones del despacho y avanzo por el pasillo antes de cruzar el salón de verano y tropezar con unos baños ridículamente pijos. Me abrazo frente al lavabo y me miro al espejo.

—Por Dios, Bella, ¡contrólate! —le gruño a mi reflejo.

—Ha conocido al señor, ¿verdad?

Me doy la vuelta y veo a una mujer de negocios muy atractiva que juguetea con su pelo en el otro extremo del baño. No sé qué decir, pero acaba de confirmar lo que yo ya sospechaba: produce este efecto en todas las mujeres. Cuando mi cerebro fracasa y no consigo decir nada apropiado, me limito a sonreír.

Me devuelve la sonrisa. Se está divirtiendo y sabe por qué estoy tan aturullada. Luego desaparece de los servicios. Si no tuviera tanto calor y no estuviese tan nerviosa, me sentiría avergonzada por lo evidente de mi estado. Pero tengo calor y estoy muy nerviosa, así que me olvido de la humillación, respiro hondo un par de veces y me lavo las manos sudadas con jabón Noble Isle. Debería haberme traído el bolso. Me vendría bien un poco de cacao para los labios. Sigo teniendo la boca seca y eso hace que mis labios se resientan.

Vale, tengo que volver a salir ahí fuera, que me den los detalles y largarme. El corazón me suplica que me relaje. Estoy muy avergonzada de mí misma. Vuelvo a recogerme el pelo, salgo de los servicios y regreso al despacho del señor Cullen. No sé si voy a ser capaz de trabajar para este hombre; me afecta demasiado.

Llamo a la puerta antes de entrar y lo encuentro sentado en el sofá mirando mi portafolio.

Alza la vista y sonríe. Ahora sé que tengo que marcharme, de verdad. Me es imposible trabajar con este hombre. Todas las moléculas de mi inteligencia y mis facultades mentales se desvanecen súbitamente en su presencia. Y lo peor de todo es que él lo sabe.

Me arengo mentalmente para animarme y me acerco a la mesa ignorando el hecho de que Cullen sigue cada uno de mis movimientos con la mirada. Se reclina hacia atrás en el sofá para que pase por delante de él, pero no lo hago. Me siento en el sofá de enfrente, justo en el borde.

Me lanza una mirada inquisitiva.

—¿Te encuentras bien?

—Sí —respondo sin más. Lo sabe—. ¿Quiere mostrarme dónde se encuentra el futuro proyecto para que podamos hablar de los pormenores?

Obligo a mi voz a mostrar seguridad. Ahora sólo debo seguir el protocolo. No tengo la menor intención de aceptar este contrato, pero tampoco puedo marcharme así como así, por muy tentador que sea.

Enarca las cejas, sorprendido por mi cambio de estrategia.

—Claro.

Se levanta del sofá y da unas zancadas hacia el escritorio para coger el móvil. Recojo mis cosas, las meto en el bolso y sigo su gesto, que me indica el camino.

Me adelanta rápidamente, me abre la puerta y me hace una reverencia galante y exagerada mientras la mantiene abierta. Le sonrío con educación, a pesar de que sé que está jugando conmigo, y salgo al pasillo, hacia el salón de verano. Me tenso en cuanto me pone la mano en la cintura para guiarme.

¿A qué está jugando? Me esfuerzo cuanto puedo por ignorarlo, pero tendría que estar muerta para no percibir el efecto que este hombre tiene en mí. Sé que lo sabe. Tengo la piel ardiendo — seguro que le está calentando la mano a través del vestido—, no puedo controlar la respiración y andar me exige toda mi capacidad de coordinación y de todas mis fuerzas.

Soy patética, y es más que evidente que Cullen está disfrutando con las reacciones que provoca en mí. Debo de ser la mar de entretenida.

Enfadada conmigo misma, camino un poco más de prisa para romper el contacto con la mano que mantiene en mi cintura. Me detengo al llegar a un punto en el que hay dos rutas posibles.

Me alcanza y señala el exterior, el césped de las canchas de tenis.

—¿Sabes jugar?

Me entra la risa, pero es una risa incómoda.

—No. —Suelo correr y poco más. Dame un bate, una raqueta o una pelota y ya verás la que lío.

Ante mi reacción, las comisuras de sus labios forman una sonrisa que resalta el verde de sus ojos y alarga sus generosas pestañas. Sonrío y sacudo la cabeza, admirada ante este hombre glorioso.

—¿Y usted? —pregunto.

Continúa por el recibidor y yo lo sigo.

—No me importa jugar de vez en cuando, pero me van más los deportes extremos.

Se detiene y yo con él. Tiene una forma física y un tono muscular que son demasiado.

—¿Qué clase de deportes extremos?

Snowboard, sobre todo. Pero he probado el rafting en aguas rápidas, el puenting y el paracaidismo. Soy un poco adicto a la adrenalina. Me gusta sentir la sangre bombeando en las venas. —Me observa mientras habla y siento que me está analizando. Tendrían que anestesiarme para que yo me atreviese con esos pasatiempos que bombean sangre en las venas. Prefiero salir a correr de vez en cuando.

—Extremos —digo sin dejar de estudiar a ese hombre cuya edad desconozco.

—Muy extremos —confirma en voz baja. La respiración se me acelera de nuevo y cierro los ojos mientras me grito mentalmente por ser tan patética.

—¿Seguimos? —pregunta. Percibo la sorna que tiñe su voz.

Abro los ojos y me encuentro con su penetrante mirada verde.

—Sí, por favor.

Ojalá dejase de mirarme así. Medio sonríe otra vez y se encamina hacia el bar. Saluda a los hombres que he visto antes, dándoles palmaditas en los hombros. La mujer ya no está. Los dos clientes del bar son muy atractivos, jóvenes —probablemente aún no hayan cumplido los treinta— y están sentados en los taburetes mientras beben botellines de cerveza.

—Chicos, os presento a Isabella. Isabella, éstos son Emmett Cullen y Jasper Hale.

—Buenas tardes —dice Jasper con voz cansada. Parece un poco triste. Su aspecto (es guapo si te gustan los tipos duros) y su carácter me dicen que es inteligente, seguro de sí mismo y probablemente un hombre de negocios. Lleva el pelo rubio peinado a la perfección, el traje impoluto y hace gala de una mirada astuta.

—Hola —sonrío educadamente.

—Bienvenida a la catedral del placer —ríe Emmett al tiempo que levanta el botellín—. ¿Puedo invitarte a una copa?

Veo que Cullen sacude un poco la cabeza y pone los ojos en blanco. Emmett sonríe. Es el polo opuesto a Jasper: informal y relajado, con unos vaqueros viejos, una camiseta de Superdry y unas

Converse. Tiene un rostro insolente con un hoyuelo en la mejilla izquierda que lo favorece. Sus ojos azules brillan, cosa que lo hace parecer aún más insolente, y lleva el pelo negro a la altura de los hombros y hecho un desastre.

—No, gracias —contesto.

Mueve la cabeza hacia Cullen.

—¿Edward?

—No, gracias. Le estoy enseñando a Isabella la ampliación. Va a encargarse del interiorismo —dice sonriéndome.

Me río por dentro. No lo haré si puedo evitarlo. De todos modos, se está precipitando un poco, ¿no? Todavía no hemos hablado de las tarifas, de lo que quiere, ni de nada.

—Ya era hora. Nunca hay habitaciones libres —gruñe Jasper pegado a su botellín. ¿Por qué nunca he oído hablar de este sitio?

—¿Qué tal el snowboard en Cortina, amigo mío? —pregunta Emmett.

Cullen se sienta en un taburete.

—Alucinante. La forma de esquiar de los italianos se parece bastante a su estilo de vida relajado.—Esboza una gran sonrisa (la primera sonrisa de verdad desde que lo conozco), recta, blanca y exuberante. Este hombre es un dios—. Me levantaba tarde, encontraba una buena montaña, bajaba las laderas hasta que me cedían las piernas, echaba la siesta, comía tarde y, al día siguiente, vuelta a empezar. —Está hablando con todos pero me mira a mí. Su pasión por los descensos queda reflejada en su amplia sonrisa.

No puedo evitar devolvérsela.

—¿Se le da bien? —pregunto, porque es lo único que se me ocurre. Imagino que todo se le da bien.— Muy bien —confirma. Asiento con un gesto de aprobación y, por unos segundos, nuestras miradas se entrelazan. Soy la primera en apartarla.

—¿Continuamos? —pregunta tras bajarse del taburete y señalar la salida.

—Sí. —Sonrío. Al fin y al cabo, se supone que he venido aquí a trabajar. Lo único que he conseguido hasta el momento es un sofocón y una lista de deportes extremos. Siento que estoy como en trance.

Desde el momento en que he atravesado las puertas he sabido que no iba a ser una reunión normal y corriente, y estaba en lo cierto. A lo largo de los cuatro años que llevo visitando a gente en sus casas, sus lugares de trabajo y en edificios de nueva construcción, nunca me he topado con un Edward Cullen.

Probablemente no vuelva a hacerlo. Sin duda, tengo un buen trabajo.

Me vuelvo hacia los dos chicos de la barra y me despido con una sonrisa. Ellos levantan los botellines hacia mí antes de continuar con su conversación. Camino en dirección a la puerta que lleva de vuelta al recibidor y lo siento cerca, detrás de mí. Tan cerca que puedo olerlo. Cierro los ojos y rezo una plegaria a Dios para que me saque pronto de ésta y, al menos, con un mínimo de dignidad intacta. Es demasiado intenso y estimula mis sentidos en un millón de direcciones distintas.

—Y ahora, la atracción principal. —Empieza a subir la amplia escalera. Lo sigo mientras contemplo el vacío colosal que lleva a una zona muy espaciosa—. Éstas son las habitaciones privadas —dice señalando varias puertas.

Camino detrás de él admirando su adorable trasero, pensando que es posible que tenga los andares más sexys que jamás haya tenido el privilegio de ver. Cuando consigo apartar los ojos de su culo prieto veo que, a intervalos regulares, hay al menos veinte puertas que llevan a otras habitaciones Avanzamos hasta otra escalera grandiosa que lleva a un piso superior.

Al pie de la escalera hay una preciosa vidriera y un arco que conduce a otra ala.

—Ésta es la ampliación. —Me guía por una nueva ala de la mansión—. Aquí es donde necesito tu ayuda —añade, y se detiene en la entrada de un pasillo que lleva a diez habitaciones más.

—¿Es todo nuevo? —pregunto.

—Sí. De momento son cascarones vacíos, pero estoy seguro de que le pondrás remedio. Te las enseñaré.

Me deja más que asombrada cuando me coge de la mano y tira de mí por el pasillo hasta que alcanzamos la última puerta. ¡Qué inapropiado! Todavía le suda la mano y estoy segura de que la mía tiembla entre sus dedos. La sonrisa que me lanza con una ceja arqueada me dice que estoy en lo cierto. Hay una especie de corriente eléctrica que fluye entre los dos y hace que me estremezca.

Abre las puertas y me mete en una habitación recién enlucida. Es enorme, y las ventanas encajan con el resto de la propiedad. Quienquiera que la construyese hizo un trabajo excelente.

—¿Son todas tan grandes? —pregunto, y doblo los dedos hasta que me suelta la mano. ¿Se comporta así con todas las mujeres? Es desconcertante.

—Sí.

Me dirijo hacia al centro de la habitación mientras miro a mi alrededor. Tiene un buen tamaño.

Veo que hay otra puerta.

—¿Tiene baño? —Mientras hablo, voy hacia la puerta y entro.

—Sí.

Las habitaciones son enormes, especialmente teniendo en cuenta cómo suelen ser en los hoteles.

Podrían hacerse muchas cosas. Me sentiría muy emocionada si no estuviese tan preocupada por lo que se espera de mí. Esto no es el Lusso. Salgo del cuarto de baño y encuentro a Cullen apoyado en la pared, con las manos en los bolsillos, los párpados caídos y los ojos oscuros mirándome. Dios mío, este hombre es puro sexo. Es casi una pena que el diseño tradicional no tenga cabida en mi historia como diseñadora. No me interesa lo más mínimo.

—No estoy segura de ser la persona adecuada para este trabajo. —Sueno apesadumbrada. No pasa nada, porque lo estoy. Me apena no poder controlarme. Me mira, con esos ojos verde pardusco que atacan mis defensas, y me doy la vuelta sobre los talones.

—Creo que tienes lo que quiero —dice en voz baja.

«¡Mi madre!»

—Lo mío siempre ha sido el lujo moderno. —Echo otro vistazo a la habitación y, despacio, vuelvo a dejar que mi mirada se pose en él—. Estoy segura de que quedará más satisfecho con Eleazar o con Erick. Ellos se encargan de nuestros proyectos de época.

Reflexiona sobre lo que he dicho durante un segundo, hace de nuevo ese movimiento de cabeza y se aparta de la pared impulsándose con los omoplatos.

—Pero te quiero a ti.

—¿Por qué?

—Tienes pinta de ser muy buena.

Se me escapa un suspiro involuntario entre los labios al escuchar sus palabras. No sé cómo interpretarlas. ¿Se refiere a mi habilidad como diseñadora o a otra cosa? El modo en que me mira me dice que es a la otra cosa. Está un pelín demasiado seguro de sí mismo.

—¿Especificaciones? —pregunto. De nuevo, no se me ocurre otra cosa. Vuelvo a sonrojarme.

Una sonrisa juguetea en las comisuras de sus labios.

—Sensual, íntimo, lujoso, estimulante, reconstituyente… —Hace una pausa para valorar mi reacción.

Frunzo el ceño. No es lo habitual. No ha mencionado ni relajante, ni funcional, ni práctico.

—Vale. ¿Hay algo en particular que deba incluir? —vuelvo a preguntar. ¿Por qué me molesto en averiguar las respuestas?

—Una cama grande y muchas aplicaciones de pared —contesta de una tirada.

—¿Qué clase de aplicaciones?

—Grandes, de madera. Ah, la iluminación tiene que ser la adecuada.

—¿La adecuada para qué? —No puedo evitar el tono de confusión.

Sonríe y me derrito en un charco de hormonas calientes.

—Para las especificaciones, claro.

Ay, Dios, debe de estar pensando que soy una lerda.

—Sí, claro. —Levanto la vista y veo que unas vigas robustas cruzan el techo. El edificio es nuevo pero no son vigas falsas—. ¿Las hay en todas las habitaciones?

Vuelvo a mirarlo a los ojos.

—Sí, son esenciales. —Su voz es grave y seductora. No estoy segura de poder aguantar mucho más. Cojo el cuaderno de especificaciones del cliente y empiezo a tomar notas.

—¿Hay algún color en particular que deba incluir o evitar?

—No, puedes volverte loca.

Levanto la cabeza para mirarlo.

—¿Perdone?

Sonríe.

—Que hagas lo que quieras.

Ah, bueno, no voy a volverme loca con nada porque no va a volver a verme por aquí. Pero debería conseguir la máxima información para poder pasársela a Eleazar o a Erick con al menos un mínimo de datos.

—Ha mencionado una cama grande. ¿De algún tipo en particular? —pregunto intentando mantener la profesionalidad.

—No. Sólo que sea muy grande.

Flaqueo a mitad de la nota, levanto la vista y veo que me está observando. Me siento idiota porque me pone muy nerviosa.

—¿Qué hay de los tejidos?

—Sí, muchos tejidos. —Empieza a caminar hacia mí—. Me gusta tu vestido —susurra.

Mierda, ¡tengo que salir de aquí!

—Gracias —digo con un gritito agudo mientras voy de camino a la puerta—. Ya tengo todo lo que necesito. —No es verdad, pero no puedo quedarme ni un minuto más. Este hombre me nubla los sentidos—. Prepararé algunos bocetos. —Salgo al pasillo y voy directa al comienzo de la escalera.

Maldita sea, cuando me he despertado esta mañana esto era lo último que me esperaba. Una mansión de campo pija —con un dueño guapísimo como colofón— no forma parte de mi rutina diaria.

Consigo llegar a la escalera y la bajo a una velocidad estúpida, teniendo en cuenta los altísimos tacones marrones tostados que llevo puestos. Pongo los pies en el suelo de parquet preguntándome cómo diablos he llegado aquí.

—Espero noticias tuyas, Isabella. —Su voz ronca me recorre el cuerpo. Cullen me alcanza al final de la escalera y me tiende la mano. La acepto por temor a que, si no lo hago, se acerque y vuelva a ponerme los labios encima.

—Tiene un hotel encantador —digo de corazón. Estoy empezando a desear que el contenido de mi bolso consistiera en unas bragas limpias, una venda, tapones para los oídos y algún tipo de armadura. Con eso habría estado más preparada.

Levanta las cejas, mantiene mi mano en la suya y, lentamente, la aprieta. La corriente que viaja por nuestras manos unidas hace que me tense de pies a cabeza.

—Tengo un hotel encantador —repite pensativo. La corriente se convierte en una descarga eléctrica y retiro la mano en un acto reflejo. Me mira inquisitivo—. Ha sido un placer conocerte, Isabella. De verdad. —Hace énfasis en «De verdad».

—Lo mismo digo —susurro.

Veo que su mirada se clava en mí durante un instante y empieza a mordisquearse el labio inferior.

Se desplaza hacia la mesa central del recibidor. Saca una sola cala del jarrón que preside el mueble y la estudia un momento antes de ofrecérmela.

—Elegancia sencilla —dice con suavidad.

No sé por qué, quizá porque mi cerebro está muerto, pero la cojo.

—Gracias.

Se mete la otra mano en el bolsillo y me observa de cerca.

—De nada. —Su mirada viaja de mis ojos a mis labios. Retrocedo unos pasos.

—¡Por fin te encuentro! —Una mujer sale del bar y se acerca a Cullen. Es atractiva: rubia, de estatura media, con el pelo escalado y labios rojos y carnosos. Lo besa en la mejilla—. ¿Estás listo?

Vale, supongo que debe de ser la esposa. Pero no lleva anillo, así que quizá sea la novia. Sea como sea, me quedo perpleja, porque él no me quita los ojos de encima ni se molesta en contestar a su pregunta. Ella se da la vuelta para ver qué le está robando su atención y me mira con recelo. Me cae mal al instante, y no tiene nada que ver con el hombre al que está abrazando.

—¿Y tú eres…? —ronronea.

Cambio de postura, incómoda. Me siento como si me hubieran pillado haciendo una travesura.

Bueno, es que me han pillado. He tenido reacciones extremadamente indeseadas hacia su novio.

Una irracional punzada de celos me apuñala. ¡Esto es ridículo!

Sonrío con dulzura.

—Yo ya me iba. Adiós. —Me doy la vuelta y prácticamente salgo corriendo hacia la puerta y escalones abajo. Me subo de un salto al coche, dejo escapar un enorme suspiro y, cuando mis pulmones me agradecen el aire fresco, me reclino en el asiento y empiezo a hacer ejercicios para normalizar la respiración.

Voy a tener que pasarle el proyecto a Erick. Me echo a reír, es una idea estúpida. Erick es gay.

Cullen le afectará tanto como a mí. A pesar de que está pillado, sigo sin poder trabajar con él. Sacudo la cabeza, incrédula, y arranco el coche.

Mientras conduzco por el camino de grava, miro cómo la imponente mansión se hace cada vez más pequeña en mi retrovisor. Y allí, de pie en lo alto de la escalera, viéndome marchar, está Edward Cullen

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—¡Has vuelto! Estaba a punto de llamarte —exclama Rosee sin levantar la vista de la figura de los novios que está colocando sobre la tarta de bodas que debe decorar. Tiene la lengua fuera, apoyada sobre el labio inferior. Me hace sonreír—. ¿Te apetece salir? —Sigue sin mirarme.

Es algo bueno. Estoy segura de que mi cara me delataría si intentara fingir que no pasa nada.

Todavía estoy alterada por mi cita del mediodía con cierto señor de La Mansión. No tengo energía para arreglarme y salir.

—¿Y si guardamos fuerzas para mañana? —Tengo que intentarlo. Sé que eso significa una botella de vino en el sofá, pero al menos podré ponerme el pijama y relajarme. Después del día que he tenido, mi mente va a toda pastilla y necesito desconectar. Me duele la cabeza y no he podido concentrarme en todo el día.

—Perfecto. Termino la tarta y soy toda tuya. —Le da la vuelta al pastel de fruta sobre el pedestal y echa unas gotas de pegamento comestible en la cobertura—. ¿Qué tal el día en el campo?

¡Ja! ¿Qué le digo? Esperaba encontrarme a un paleto pomposo que ha resultado ser un dios, guapo a rabiar. Pidió que fuera yo expresamente, su tacto me convirtió en lava ardiendo, no puedo mirarlo a los ojos por miedo a desmayarme y le ha gustado mi vestido. En vez de eso, contesto:

—Interesante.

Levanta la vista.

—Cuenta —me responde. Le brillan los ojos y se inclina de nuevo sobre la tarta, con la lengua fuera otra vez.

—No era lo que me esperaba. —Me quito una pelusa imaginaria del vestido azul marino para intentar restarle importancia.

—No me cuentes lo que te esperabas y dime qué te has encontrado. —Ha dejado de intentar colocar a los novios en lo alto de la tarta. En vez de eso, me mira fijamente. Tiene cobertura en la punta de la nariz, pero la ignoro.

—El dueño. —Me encojo de hombros mientras jugueteo con mi cinturón marrón tostado.

—¿El dueño? —pregunta con los labios fruncidos.

—Sí, Edward Cullen, el dueño. —Me quito más pelusas imaginarias del vestido.

—Edward Cullen, el dueño. —Me imita, y a continuación hace un gesto hacia uno de los sillones semicirculares de su taller—. ¡Siéntate! ¿Por qué intentas parecer tan tranquila? No engañas a nadie. Tienes las mejillas del color de esa cobertura. —Señala una tarta con forma de camión de bombero que hay en la estantería de metal—. ¿Por qué el dueño, Edward Cullen, no era como esperabas?

«¡Porque estaba muy bueno!» Me dejo caer en el sillón con el bolso en el regazo mientras Rose, de pie, se da golpecitos en la palma de la mano con el mango de una espátula. Al final, se acerca y se sienta en el sillón de enfrente.

—Cuéntame —me presiona. Sabe que tengo algo que contar.

Me encojo de hombros.

—El hombre es atractivo y lo sabe. —Los ojos se le iluminan y los golpes de la espátula se tornan cada vez más rápidos. Quiere más drama. Le encanta. Cuando Mike y yo rompimos, fue la primera en aparecer para ver el espectáculo en calidad de amiga. No tenía por qué haberse molestado.

Lo dejamos de mutuo acuerdo. Fue una ruptura amistosa y bastante aburrida. No destrozamos la vajilla y ningún vecino tuvo que llamar a la policía.

—¿Qué edad tiene? —pregunta con avidez.

Ahí me ha pillado. Todavía me tortura haber soltado una pregunta tan inapropiada en una reunión de negocios. No valía la pena ni que me sintiera avergonzada, porque estaba claro que estaba jugando conmigo.

Me encojo de hombros.

—Dijo que veintiuno, pero por lo menos tiene diez más.

—¿Se lo has preguntado? —La mandíbula le llega al regazo.

—Sí. Se me escapó en un momento en el que el filtro cerebro-boca me falló del todo. No me siento orgullosa —murmuro—. He quedado como una idiota, Rose. Nunca me había sentido así con un hombre. Pero éste… En fin, te habrías avergonzado de mí.

Suelta una sonora carcajada.

—¡Bella, tengo que enseñarte habilidades sociales! —Se recuesta con brusquedad sobre el respaldo del sillón y lame la cobertura de la espátula.

—Sí, por favor —gruño, y estiro la mano hacia ella. Me pasa la espátula y empiezo a lamer los bordes. Hace un mes que vivo con Rose y sobrevivo a base de vino, azúcar para cobertura y masa para tartas. No puede decirse que la ruptura me haya quitado el apetito—. Estaba muy seguro de sí mismo —digo entre lametones.

—¿En qué sentido?

—Ese tío sabía que provocaba ciertas reacciones en mí. Seguro que daba pena verme. Ha sido patético.

—¿Tanto?

Sacudo la cabeza.

—Exageradamente patético.

—Seguro que no vale nada en la cama —musita Rose—. Todos los guapos son así. ¿Y las especificaciones?

—Una ampliación de diez dormitorios. Pensaba que iba a una mansión de campo, pero es un superhotel pijo con spa. La Mansión. ¿Lo conoces?

Rose pone cara de no tener ni idea.

—No —responde, y se levanta para apagar el horno—. ¿Puedo ir contigo la próxima vez?

—No. No pienso regresar. No puedo trabajar así. Además, tiene novia y no puedo volver a mirarlo a los ojos, no después del numerito de hoy. —Me levanto del sillón y tiro la espátula al cuenco vacío—. Se lo he pasado a Eleazar. ¿Y el vino?

—En la nevera.

Subimos al apartamento y nos ponemos el pijama. Dejo el bolso en la cama y la cala hace su aparición estelar. Elegancia sencilla. La cojo y le doy vueltas entre los dedos; luego la tiro a la papelera. Olvidado…

Ya con la ropa cómoda, meto en el reproductor de DVD la última novedad del videoclub, salto al sofá con Rose e intento concentrarme en la película.

Es imposible. El ojo de mi mente está invadido por las imágenes de un hombre de ojos verdes, rubio, esbelto y de edad desconocida con unos andares para babear y toneladas de atractivo sexual.

Me quedo dormida con las palabras «Pero te quiero a ti» rebotando en mi cabeza. No tan olvidado…

Capítulo 1: Capitulo 1 Capítulo 3: Capitulo 3

 


 


 
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