EL CUERPO DEL DELITO (+18)

Autor: Indi
Género: Misterio
Fecha Creación: 20/08/2013
Fecha Actualización: 09/11/2013
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 1
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Capítulos: 10

Riley Biers, un joven atleta, es acuswado del asesinato de su antigua novia, la hermosa Tanya Denalí. Las pruebas son abrumadoras, pero falta lo más importante: el cuerpo de la víctima. Para el defensor Edward Cullen, un caso de asesinato sin "cuerpo del delito" es una golosina que no puede dejar escapar aunque le cueste su puesto en el bufete donde trabaja.La búsqueda de la hermosa joven desaparecida lleva a Edward y a su ayudante de viaje a un viaje mortalmente peligroso por el sur de california y las Vegas. Ademas Edward se ve envuelto en una relacion tortuosa con Bella Swan, abogado también y una de las mejores amigas de Tanya. Edward acaba descubriendo "algo" que amenaza con hundir su caso y su vida.... Esta historia es una adaptacion del libro de Michael C. Eberhardt del mismo nombre, como asi los personajes pertenecen a Stefani Meyer y al autor de la historia,  yo solo la adapte ........ espero les guste.      Indi

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Capítulo 2: CAPITULO 1

CAPITULO 1

 

La jueza Ángela weber, una mujer bajita de manos huesudas con venas azules y cara adusta, se inclinó sobre la mesa del tribunal y bramó:

-les advierto, ca-ba-lle-ros, que si no dejan de reñir en este tribunal me veré obligada a acusarles de desacato.

Bajó la vista hacia Edward Cullen, el joven abogado defensor, y hacia el testigo, el agente Jacob Black, que se sentía incómodamente desvalido sin la pistola que acababa de entregar a la entrada.

-¿está claro]]?- insistió reclinándose en la poltrona.

Ella sabía que tales amenazas solían ser una pérdida de tiempo. Cullen carecía aún de la experiencia de otros abogados de mayor renombre, pero era un profesional brillante que no les iba a la zaga. Siempre llevaba a los juicios un montón de documentos y libros marcados profusamente con tiras de papel amarillo de los blocs reglamentarios, y era capaza de conducir los procesos con gran entusiasmo o de apabullar implacablemente a un testigo hostil.

A Black, por el contrario, le importaba un bledo cuando incurría en uno de sus famosos enfados.

-bien, señor Cullen, puede continuar- dijo la jueza.

Edward saco un montón de papeles de su abultada cartera lo dejo caer ruidosamente en el atril en lugar de proferir un carraspeo para aplacar los ánimos. Era un joven alto con cara de niño malo y estaba muy en forma para ser una persona que trabajaba setenta y cinco horas a la semana. Tenía el pelo color cobrizo cortado al estilo deportivo y peinado hacia atrás para podérselo apartar de los ojos de un simple manotazo cuando estaba en su tabla de surf. Desde luego, ahora que se ocupaba de los casos criminales de una importante asesoría legal de California Sur, lo llevaba aún más corto.

Mientras buscaba en la cartera un bolígrafo, Edward enarcó una ceja y echó un rápido vistazo al testigo. Black tenía el ceño propio de un inspector de policía, cuello de toro y manos limpias y rudas como de fontanero. Y nunca se aguantaba nada. Cuando se enfurecía, su rostro se congestionaba. Edward leía con suma facilidad sus reacciones.

-bien, sargento, ¿Qué hora era cuando llegó a casa de mi cliente?- dijo Edward señalando con la cabeza a donde estaba sentado Mike Newton, que apretaba nerviosamente los puños.

Este era un tipo rubio y nervioso, de unos treinta años, que respiraba agitadamente en todas las comparecencias ante el tribunal. A Newton, ayudante contable, se le acusaba del homicidio de un anciano vigilante que trabajaba en el turno de noche de su empresa. Le habían disparado en la cabeza a trece metros de su puesto de trabajo poco después de haber abierto la puerta a Newton para que saliera. El proceso de Newton se basaba fundamentalmente en una supuesta confesión de éste a Black dos días después del asesinato. Edward trataba de impugnar dicha confesión.

-llegué hacia las once de la noche- contestó Black

-¿tenía usted una orden de detención o de registro?

-no necesitaba ninguna orden, letrado.

El viejo piso de madera de la sala del tribunal crujió conforme Edward paseaba despacio ante el testigo. Era la clásica sala de techo alto con archivadores metálicos en los laterales forrada de madera de fresno supuestamente a juego con el estrado del juez y del jurado. Las mesas de los letrados eran dos raros ejemplares de madera oscura con dos rótulos de plástico en los que se leía DEFENSA y ACUSAXIÓN, clavados en la parte delantera para que el jurado supiera atenerse.

-Ah, ¿y por qué no necesitaba ninguna orden?- inquirió Edward, como si no lo supiese de antemano.

-estaba iniciando la investigación y aún no sabía si Newton estaba implicado en el asesinato. Al no ser sospechoso no se necesita orden de ninguna clase.

Edward se dio la vuelta y, tirando el bolígrafo en su mesa, sonrió discretamente. A él le resbalaban los formalismos. Sabía que Black era la clase de policía al que le gusta que se haga justicia. Naturalmente, si ello implicaba que unos inocentes fuesen a la cárcel o que algún tipo rastrero sufriese unas cuantas contusiones y empujones, a él le daba igual.

-¿luego mi cliente no era sospechoso en aquel momento?- inquirió Edward estrechando el círculo en torno a Black.

-como he intentado explicar, por entonces no teníamos sospechosos. Eran pesquisas rutinarias. Habían matado de un disparo a un vigilante del edificio de oficinas donde trabajaba su cliente. Y yo quería verificar lo que sabía el señor Newton.

-según su declaración- dijo Edward pasando rápido las páginas de un expediente grapado-, yo lo diré con sus propias palabras, “después de llamar a la puerta trascurriría aproximadamente un minuto antes de que el señor Newton abriese”.

Black aspiro profundamente.

-exacto- dijo

Los dos sabían porque Edward lo iba cercando poco a poco y el policía nada podía hacer salvo intentar escapar antes de que el abogado acabase de cerrar la trampa que le tendía.

-¿y entonces el señor Newton salió al umbral?

-exacto.

-ya- dijo Edward, vacilante, rascándose el labio inferior con el dedo, fingiendo aturdimiento-. Pero ¿no llovía en aquel momento?

-una barbaridad- comento Black

-¿y por qué no interrogo al señor Newton dentro de la casa?

-Le dije si podia pasar y me contesto que no. Luego, salió y cerró la puerta a sus espaldas.

-¿Y usted procedió a interrogarle?

-Eso es.

-O sea que no entró en la casa.

-NO.

Edward se detuvo y alzo la vista del informe. Tendría algo más de un metro ochenta y era unos centímetros más alto que el policía, pero al estar Black sentado en el estrado de los testigos, sus ojos quedaban a la misma altura.

-entonces, ¿estuvo usted, en pleno aguacero interrogando al señor Newton?

-sí que caía agua.

Edward se inclino sobre el estrado del testigo con los brazos displicentemente cruzados sobre el pecho.

-¿Quién mas había?- inquirió.

-¿Quién más?- repitió Black vacílate, preguntándose si Cullen tendría algún testigo.

-sí, ya sabe. Su compañero el agente Clearwater, ¿no es cierto?

- ah, sí- replico Black cauteloso. ¿Habría conseguido saber algo el abogado por medio deClearwater? El peligro del tal Cullen era que nunca se sabía por dónde iba a salir-. No pudo ir de servicio aquella noche- preciso.- tenía que atender un asunto familiar.

-entonces, ¿estaba usted solo?

-sí, letrado, estaba solo- contesto mirando a Cullen mientras trataba de entender que se traía entre manos.

-¿y no era un poco tarde para interrogar a alguien, que, como dice, no era más que un simple testigo?

-un buen agente no trabaja de nueve a cinco como un abogado- contesto Black.

-amenos que tenga familia, como Clearwater, ¿no?- replico Edward, que sabia la respuesta a su comentario. Las dos últimas esposas de Black la habían abandonado y sus hijos no querían saber nada de él. De no ser por su empleo en la policía aquel hombre no tenía vida.

Black frunció el ceño.

-bien. Una vez que mi cliente salió al porche, ¿Qué sucedió?- inquirió.

-le dije que tenía que hacerle unas preguntas a propósito de los disparos.

-¿y?

-que queríamos verificar que él no había visto ni oído nada.

-¿y alguna cosa más?- inquirió Edward rápidamente para mantener a Black en marcha de forma que cuando llegase al precipicio al que le encaminaba no tuviera más remedio que saltar.

-pues si- comento Black-. Quería saber por qué estaba haciendo horas extras aquella noche en concreto.

-¿y el que le respondió?

-dijo que trabajaba unas horas extras por las tardes para despachar trabajo atrasado.

-¿y usted que le dijo? -le dije que no era eso lo que yo tenía entendido. Había hablado con su jefe y el afirmo que no recordaba que el señor Newton hubiese hecho nunca horas extraordinarias.

-¿y el que contesto a eso?

-que su jefe se equivocaba.

-muy bien. Vamos a ver. En su declaración-prosiguió, Edward, volviendo a bajar la vista hacia los papeles- dice usted textualmente:”el señor Newton me dijo que estaba allí cuando los disparos, cogiendo unos papeles que no debía, y que el vigilante comenzó a perseguirle y fue entonces cuando el otro que estaba con ellos le disparo”

-exactamente- dijo Black

-¿se lo dijo él, sin más?

-sí.

-ya- replico Edward, apartándose de Black y dirigiéndose a la jueza-. Estoy algo perplejo, sargento. Tiene usted información de que mi cliente estaba presente cuando los disparos y, sin embargo, en su declaración dice que no era sospechoso- añadió abriendo los brazos en un ademan de extrañeza.

-así es- contesto el policía.

Edward se volvió rápidamente, acercándose al testigo y alzando la voz.

-¿Por qué no leyó sus derechos a mi cliente?

-mire, letrado- replico Black, enfureciéndose-, no hace falta ser una eminencia para darse cuenta de lo que quiere imputarme. -había apoyado las dos manos en la barandilla del estrado, como si se dispusiera a saltar- -.¡Newton no era sospechoso en aquel momento y no tenia porque leerle sus derechos! Además, no pude ni interrogarle. Cayó de rodillas en el porche, se tapo la cara con las manos y comenzó a confesar, incluso a i me sorprendió.

-me lo imagino- dijo Edward sin recrearse en el sarcasmo. Black esta en el terreno que él quería y continuo atacando-.¿y usted, entonces, que hizo?

-le leí sus derechos, le pregunte si entendía lo que acababa de decirle y cuando asintió con la cabeza lo espose.

-sargento Black- replico Edward haciendo una pausa y acercándosele de modo que la jueza pudiera ver bien como el testigo cometía perjurio-. ¿En algún momento de aquella noche le dijo mi cliente que quería hablar con un abogado?

-no hasta que le leí sus derechos.

-¿está seguro?

-seguro- contesto Black con voz sonora.

-he acabado con el testigo, señoría- dijo Edward mirando fijamente al policía para ver como encajaba lo que nenia a continuación-. Pero quisiera pedirle al señor Black que permanezca en la sala mientras declara la señora Jessica Stanley.

El alguacil salió al pasillo y un minuto después volvió a entrar acompañado de una mujer de unos cincuenta años muy bien vestida, alta y esbelta; lucía un elegante conjunto de seda azul y zapatos de ante de tacón alto a juego. Era la clase de muñeca consentida cuya única ocupación ha sido siempre tener un aspecto sensacional. El cuidado de su imagen se había convertido en dedicación única, confirmada por aquel bronceado invernal, unos brazos torneados por la gimnasia y un pelo rubio de peluquería cara.

-señora Stanley – dijo Edward una vez que ella hubo prestado juramento-, muchas gracias por su presencia. Sé que ha sido una gran molestia para usted comparecer a juicio- añadió para calmar sus nervios, cual si le estuviera agradeciendo acudir a una cuestión benéfica. Era una mujer muy nerviosa y la excesiva cortesía sirve a veces para tranquilizar a esa clase se señora consentida.

La dejo que se acomodara, se estirase la falda y situarse el bolso, y luego se dispuso a acostumbrarla a la resonancia de su voz en la cavernosa sala.

-bien, en la noche de dos de noviembre del corriente año. ¿Dónde vivía usted?

-en el uno cuatro seis seis siete de Dover, Huntington Beach – contesto ella con vos queda.

-¿y usted conoce usted al acusado señor Newton?

-si, lo conozco- contestó ella-. Es mi vecino de la puerta de al lado.

Edward metió las manos en los bolsillos y comenzó a pasear displicentemente hacia ella interrogándola, igual, ente, en un tonal banal, como de paseo.

-¿Cuánto tiempo hace que conoce al señor Newton?

-desde que nos trasladamos a esa dirección hace tres años.

-¿se trasladaron, quienes?

-mi esposo John y yo- contesto la mujer sacando un pañuelito bordado del bolso y llevándoselo recatadamente a la boca para toser.

A Edward le pareció un detalle muy adecuado. Lástima que no les sirviera con weber; el sentimiento que habría podido provocar en un jurado, a la jueza la dejaba fría. Los jueces están acostumbrados a ver llorar a mujeres, y a hombres, y a huérfanos desconsolados que se ponen histéricos al ver como se llevan a su padre a la cárcel.

-¿considera amigo al señor Newton?

-sí- contesto ella con los ojos brillantes mirando al acusado mientras esbozaba una discreta y audaz sonrisa a la que Newton correspondió con la misma discreción

-¿usted y su marido siguen viviendo en Dover?-inquirió Edward

-pues no. Vamos, yo si- contesto ella, un tanto vacilante.

Edward asintió con la cabeza y casi le hiso un guiño para animarla a continuar.

-mi esposo se mudo el mes pasado. Nos hemos separado- añadió

-ya. ¿Cuál fue la causa de la separación?

-bueno…- comenzó a decir balbuceando y mirando en derredor como si buscase una salida. Si ella podía superar esa pregunta, Edward estaba seguro que lo demás sería fácil.

-mi esposo descubrió lo de Mike y yo- musito.

-lamento que tenga que dar esas explicaciones- bramo weber.

La señora Stanley respiro hondo y miro a Newton a los ojos, como quien se agarra a una tabla en un naufragio. -Mike y yo manteníamos relaciones- confeso con voz quebrada. Se oyeron murmullos entre el público y la jueza dirigió la mirada a la sala; una confesión como aquella solía suscitar mas revuelo, así que dejo que cesara el rumor sin recurrir al mazo, limitando a decir:

-prosiga, señor Cullen. Edward se volvió hacia la testigo. Sabía que ahora todos tenían la atención fija en ellos. Black se inclinaba hacia delante en el sillón, asiendo los brazos con sus carnosas manos.

-cuando dice Mike, ¿se refiere usted al señor Newton?

-sí- respondió ella mirando tiernamente a Newton.

Era evidente que estaba entontecida con aquel hombre, y Edward no entendía por qué. Claro que Newton era veinte años más joven y presentaba unos melancólicos ojos azules y una boca eslava muy sensual capaz de atraer a una mujer, pero era un mediocre oficinista de una pequeña empresa y no tenía un céntimo.

-bien, la noche del dos de noviembre- prosiguió Edward-, ¿recuerda donde estaba?

-en casa de Mike… del señor Newton. Mi esposo estaba fuera- añadió tras un segundo de indecisión- y pase allí la noche.

Volvieron a oírse murmullos entre el público y weber llamo al orden con un solo golpe de mazo.

-mientras estaba en la casa del señor Newton, ¿llamo alguien a la puerta?

-sí.

-¿y dónde estaba usted y el señor Newton en ese momento?

-en la cama- contesto ella con un suspiro.

A medida que confesaba iba perdiendo un poco ms de dignidad. Tendrían que transcurrir meses hasta que se acallara el cotilleo sobre ellos dos en la Junior League y la señora Stanley pudiera mostrarse de nuevo en público. Todas tenían aventuras, generalmente con los maridos de las otras, pero ella había tenido el deplorable mal gusto de dejarse sorprender; peor aún, de verse implicada en un escándalo con homicidio y un individuo como Newton.

Alzo la vista y, sobreponiéndose, continuo-

-la cama esta junto a la ventana por el lado en que yo estaba acostado y Mike se inclino por encima de mí para ver quien llamaba.

-¿y le dijo quien era?

-no. Me dijo:”no hagamos caso”. Pero siguieron llamando varios minutos insistentemente y cada vez más fuerte- contesto ella-. Luego, oímos una voz de hombre que gritaba:”Newton, soy el sargento Black de la oficina del sheriff. Quiero hablar con usted. Sé que está ahí porque he visto apagarse la luz”.

Lo estaba haciendo muy bien. Edward cruzo las manos a la espalda y se dispuso a hacerle unas preguntas para encauzar el relato.

-¿y que hizo el señor Newton?

-pues, como era tan tarde en aquel barrio tan tranquilo y ese hombre estaba haciendo que se enterasen los vecino s de que era policía y quería interrogarle, Mike, pensó que era mejor que dejase de gritar y no le oyera toda la vecindad. Se levanto, se uso el batín y bajo a abrir. Yo le oí hablar con el que había llamado.

-¿vio usted al hombre?

- al principio no, pero al cabo de unos minutos dios unos pasos atrás y pude ver que era este señor- dijo señalando a Black.

-¿el sargento Black? ¿Nadie más?

-yo no vi a nadie más.

-continúe- dijo Edward.

-al cabo de un rato ya no vi al sargento porque habían cambiado de posición.

-¿Qué quiere decir con que habían “cambiado de posición”?

-pues que el sargento estaba debajo del porche y Mike en la acera.

-¿así que el señor Newton estaba bajo el aguacero?

-si.

Black puso los ojos en blanco.

-¿y ya no podía ver al sargento?- inquirió Edward.

-solo su mano que apuntaba al pecho de Mike de vez en cuando.

Edward volvió a su mesa y miro a Black, que empezaba a enrojecer profundamente. Lo tenía en sus manos: a una hora tardía, obligando a su cliente a permanecer bajo una fría lluvia, acosando a preguntas; y, en el piso de arriba, un testigo irrefutable.

-muy bien, señora Stanley. ¿Qué sucedió cuando el sargento hizo que el señor Newton permaneciera bajo la lluvia?

-comenzó a amenazarle- contesto la mujer-. Le gritaba y profería muchas palabras obscenas.

-¿puede darnos un ejemplo concreto, señora Stanley?

-¿puedo decirlo ante el tribunal?- inquirió ella mirando a la jueza.

-sí, señora Stanley- respondió weber en tono amable-. No hay ninguna obscenidad en ingles, ni en otras lenguas que este tribunal no haya oído innumerables veces.

-el sargento llamo a Mike gilipuertas- contesto tímidamente la mujer.

Weber enarco las cejas, Edward sonrió y siguió interrogando.

-¿así que el sargento se puso grosero con el seños Newton?

-sí. No dejaba de insultarle y de gritar: “sabemos que lo has matado; será mejor que colabore.”

-¿y qué contesto el señor Newton?- inquirió Edward.

-le dijo varias veces: “no voy a decir nada sin mi abogado”.

-¿está segura de que se lo dijo?- inquirió Edward dando un golpe con el dedo en la barandilla del estrado.

-totalmente- respondió ella-. No cesaba de repetírselo, pero el señor Black no lo soltaba.

-¿no lo soltaba?- inquirió Edward con voz de asombro.

-¡no! Mike le suplicaba:”hace mucho frio; déjeme entrar.”

Bastara con unas cuantas preguntas más, pensó Edward, y se acerco más a ella.

-¿y el sargento que dijo?

-dijo: “mejor, a ver si así se te aclaran las ideas”. – Contesto la señora Stanley sin vacilar y cada vez con vos más fuerte-. “no pienso marcharme hasta que me digas lo que quiero.”

-¿esas fueron sus palabras?- inquirió Edward mirando hacia Black.

El policía estaba sentado con los puños cerrados, los dientes apretados y los ojos clavados en el.

-sí, esas fueron.

-bien. ¿Y qué sucedió luego?

-el señor Black le dijo a Mike que tenía un testigo que le había visto disparar al vigilante, y que ir mejor colaborase para librarse de la cámara de gas, y que si hablaba, el lo ayudaría.

-¿el sargento Black dijo que podía ayudar al señor Newton si confesaba?- inquirió Edward enarcando una ceja como si acabara de creérselo.

-sí.

-¿y qué dijo el señor Newton?

-dijo que quería ver a su abogado y entrar en la casa. Y así estuvieron una media hora. El señor Black seguía gritando a Mike: “tu lo mataste. ¿A que si? Tu lo mataste” no paraba. Y Mike seguía suplicando que le dejase entrar- contesto la señora Stanley-. Y no tenía puesto más que un ligero batín y estaba calado y tiritando- añadió con ojos tristes como si viera atropellar a un perrito.

Edward dejo que las palabras de la señora Stanley retumbasen en la sala un instante.

-¿y el sargento Black no dejo entrar en la casa al señor Newton?

-no- contesto ella con voz fuerte pero comedida-. Al final cesaron las voces y entonces oí musitar a Mike “si”, después “si” otra vez, y luego: “…le dispare”

-ya – dijo Edward-. Solo “le dispare”. ¿Nada más?

-eso es lo único que oí- contesto ella-. Pero el sargento decía: “eso es, muchacho. “Lo recuerdo muy bien. “eso es, muchacho; ahora dime quienes eran los otros que estaban contigo.” Era tan degradante… como si estuviese hablando con un mendigo o algo así- añadió alzando la barbilla desafiante hacia el policía.

-¿eso fue todo?

-sí.

Edward dio la espalda a la testigo un instante para volverse inmediatamente, hablando despacio.

-ahora, señora Stanley, piénselo bien- añadió en tono acuciante, inclinándose junto a ella hacia la derecha- ¿oyó usted si el sargento Black decía al señor Newton que tenía derecho a consultar a un abogado?

-¡desde luego que no!- contesto la mujer-. Mike no hacía más que decirle que quería hablar con su abogado y el sargento no le dejaba.

-¿así que usted oyó al señor Newton pedir un abogado?

-repetidas veces.

-¿y eso fue antes de que oyera usted balbucear al señor Newton las palabras “le dispare”?

-sí.

-nada más. Señoría- dijo el defensor volviendo a sentarse junto a su cliente.

Newton miro a Edward al rostro y le pregunto:

-¿Qué tal ha estado?

Edward asintió discretamente con la cabeza, pero en realidad, pensaba que la testigo había hundido a aquel hijo de puta.

George Landes, el suplente del fiscal del distrito, se levanto despacio para iniciar su interrogatorio. Landes llevaba en aquel destartalado tribunal veinticinco años, con el consiguiente apoltronamiento; pero aun era capaz de a un testigo cuando lo consideraba pertinente. No obstante, Landes sabía que Cullen tenía acorralado a Black. Un jurado jamás habría escuchado una descalificación de la testigo, por mucho que él lo intentara acosar a la señora Stanley. Y a weber poco le importaba que aquella mujer se entendiera con todos los jóvenes de Newport; era una buena testigo, desde luego, pero, además, era la primera vez que Cullen hacia subir al estrado a una persona así. Cualquier abogado defensor intentaba colocar a algún familiar o amiga respetable fingiendo que no advertía que mentían. Cullen nunca había intentado una cosa semejante y todos lo sabían. Weber incluida.

Landes planteó unas cuantas preguntas rápidas y volvió a sentarse. Tras deliberar menos de un minuto, la jueza weber dio su veredicto.

-este tribunal acepta la solicitud del señor Cullen de suprimir la afirmación supuestamente efectuada por el señor Newton al señor Black. Basándose en la información de que disponía, el señor Black debió considerar sospechoso al señor Newton y, por lo tanto, no habría debido preguntarle nada a propósito del asesinato sin previamente hacerle saber sus derechos. Creo que el señor Cullen ha demostrado suficientemente que el sargento Black coacciono, con toda probabilidad la confesión del señor Newton. ¡Se levanta la sesión!- añadió con un golpe de mazo.

Edward comenzó a recoger sus papeles, juntándolos con ambas manos cual jugador de póquer que recoge sus fichas de ganancia tras una buena jugada.

-ha sido un buen triunfo para nosotros - comento a Newton mientras los guardaba en la cartera.

-¿y ahora qué?-inquirió Newton, angustiado.

-ahora veremos si aun quieren llevarle a los tribunales- contesto señalando con la cabeza a Landes.

-¿cree que lo harán?

-tienen un proceso seguro por robo y han conseguido vincularle a la escena del crimen. Sí, estoy seguro de que se seguirán adelante. Pero sin la confesión no tienen más que evidencia circunstancial. No hay arma ni testigos y yo calificaría la motivación de foco firme.

Dos alguaciles habían aparecido a ambos lados de Newton, quien, temeroso, se mostraba remiso a levantarse. Ambos lo asieron con firmeza por el codo y Newton se puso en pie siempre le aterraba que los alguaciles acudieran para llevárselo. Era la primera vez que veía por dentro la cárcel de una gran ciudad, y ahora se veía en la tesitura de tener que compartir las comidas con tipos capaces de irse de juerga después de haber dado a alguien una paliza mortal.

-hablaremos el martes- dijo Edward en el momento en que los alguaciles se llevaban a su cliente; y apretó las correa de cuero de su vieja cartera.

Al ingresar en la facultad de derecho, su padre, poco antes de morir, había pedido dinero prestado a sus compañeros de tertulia para comprársela. La cartera había aguantado diez años a todo trote y estaba hecha una pena; los clips de la cerradura hacía ya tiempo que no funcionaban y solo se cerraba con la correa. Pero Edward, se resistía a comprarse una nueva. Era el ultimo regalo de su padre, quien, con gesto displicente, le había dicho: “sí, a mí, en principio, no me gusto nada eso de que estudiaras leyes, pero te quiero, hijo. Vete con viento fresco.”

Se puso la cartera bajo el brazo como si fuese un balón; se le había desprendido el asa el mes anterior y no la había hecho reparar, aunque seguía anotándolo para no olvidar dejarla en el talabartero de San Clemente.

Ateara, el alguacil del tribunal del juez Crowley situado al fondo del pasillo lo paro al cruzar la puerta de la sala.

-Cullen, tengo un recado de Crowley. Quiere verle pronto

-¿le ha dicho de que se trataba?- inquirió Edward

-creo que lo han designado a usted defensor en ese caso “sin cadáver”

-¿Por qué? Crowley sabe que mi empresa no me deja asumir casos de oficio.

-dice el juez que se apuesta algo a que usted se las arreglara para asumir este.

Inmediatamente supo a lo que se refería ateara. Tres semanas antes, Riley Biers, un ex ídolo deportivo de un instituto local, había sido detenido por homicidio de su antigua novia, una bella actriz llamada Tanya Denali, y era un caso que ocupaba los titulares de la prensa, y hasta de algunos periódicos de ámbito nacional por su singularidad. Hacía seis semanas que la joven había desaparecido y la última vez se la había visto discutiendo con biers en la playa. El fiscal acusaba a biers a pesar de que no existía prueba evidente de la muerte, dado que aun no había aparecido el cadáver de Tanya Denali.

-¿y qué ha pasado con Pelser?- inquirió Edward pensando en el defensor que s había estado encargando del caso.

-conflicto personal- contesto ateara- casi lloraba cuando se lo comunico al juez.

Edward sabia que el alguacil no debía exagerar mucho. Un caso sin cuerpo del delito era el mayor reto para un abogado criminalista, la prueba por antonomasia de su capacidad. No solo eran extremadamente raros lo crímenes sin cadáver, sino que la evidencia circunstancial contra el acusado fuese abrumadora. A qué abogado amante de la ley iba a gustarle rebuscar entre todos los testimonios para encontrar aquel que fuese la clave de la causa, que abogado iba a querer semejante caso? Y ahora, por lo visto, se lo asignaba a él; el caso del crimen sin cadáver.

Hizo esfuerzos por contener una sonrisa.

-¿y aun no han encontrado a la victima?- inquirió

-ni una uña.

Capítulo 1: PROLOGO Capítulo 3: CAPITULO 2

 


 


 
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