Cautiva del griego

Autor: EllaLovesVampis
Género: + 18
Fecha Creación: 30/06/2013
Fecha Actualización: 30/06/2013
Finalizado: SI
Votos: 8
Comentarios: 6
Visitas: 43980
Capítulos: 11

Bella siempre había intentado no pensar en la noche de pasión que había pasado con Edward Cullen.Entonces, ella no era más que una muchacha tímida y rellenita y él un magnate griego, para el que ella sólo había sido una más.Lo que no sabía era que Bella se había quedado seaba lo que era suyo: su pequeño y a Bella y el único modo de conseguirlo era casándose.

AVISO:Adaptación de la novela con el mismo nombre de la autora Lynne Graham.(publicada también en FF.net por mi)

 

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Capítulo 2: Capítulo 2

A Edward no le hizo ninguna gracia aquella frase vengativa. Hizo saltar la ira que siempre llevaba escondida bajo su apariencia fría y calmada. Todas las mujeres hacían lo imposible por halagarle y siempre estaban pendientes de sus palabras, pero Bella parecía decantarse por la mordacidad. No había olvidado aquella noche sorprendentemente agradable en que se había mostrado dulce en lugar de hiriente con él. Aquello le había gustado, y habría preferido encontrar en ella la misma actitud, ya que no soportaba que lo censurasen.

Sus ojos brillaron cautelosos bajo las tupidas pestañas.

—Es posible —reconoció Edward fríamente.

Hubo una larga pausa y Edward se tomó su tiempo para observarla, recorriéndola con la mirada con un descaro tan natural en él como su agresividad. Se detuvo un rato en sus inquietos ojos chocolates, descendió hasta sus labios carnosos, que destacaban sobre la piel de melocotón, y finalmente fue bajando la vista hacia sus curvas. Para él resultaba una novedad saber que esa vez ella le abofetearía si se atreviese a tocarla. Después de todo, no sería la primera vez, y estuvo a punto de sonreír al acordarse: fue la primera y única vez que una mujer lo había rechazado.

Terriblemente consciente de aquella tasación descaradamente sexual e incapaz de soportarla por más tiempo, Bella se sonrojó y le dijo bruscamente:

—¡Ya basta!

—¿Ya basta de qué? —gruñó Edward, tremendamente excitado a pesar de que su intuición le advertía que algo no iba bien. Al volver a mirarla a la cara, detectó su miedo y se preguntó por qué estaría tan asustada. Ella nunca se había mostrado así en su presencia, ni le había rehuido la mirada. Se sintió un poco decepcionado, incluso siendo consciente de que algo pasaba y preguntándose qué era.

—¡De mirarme así! —por primera vez en dos largos años, Bella era plenamente consciente de su cuerpo y le enfurecía comprobar que él lograba afectarla con tanta facilidad.

Edward dejó escapar una risa tosca y masculina.

—Es normal que te mire.

—Pues no me gusta —dijo apretando los puños para refrenarse.

—Qué tozuda eres. ¿Y no vas a ofrecerme un café, o a pedirme que me quite el abrigo y tome asiento? —le reprochó.

Bella se sentía como un pájaro en las garras de un gato juguetón y le respondió con voz entrecortada:

—No.

—¿Qué ha sido de tu cortesía? —sin que nadie se lo pidiese, se quitó el abrigo con una lentitud y gracilidad tan atractivas que ella no pudo evitar mirarle.

—La he perdido en una partida de póquer. —le contestó en tono mordaz.

Bella apartó de nuevo sus ojos, apretando los dientes e intentando controlarse. Él le hacía perder la cordura. Todo con él se convertía en sexo. La hacía pensar y sentir cosas sin quererlo. Por mucho que se resistiese, un zumbido vergonzoso de conciencia física recorría todo su cuerpo. Siempre le provocaba aquella reacción, siempre. Edward había logrado que se sintiera culpable desde el primer momento.

Con resolución, Edward eliminó la distancia entre ambos y alzó la mano para levantarle la barbilla, forzando el contacto visual que ella tanto trataba de evitar.

—¿Es por el funeral? ¿Te ha afectado mucho?

Ahora estaba tan cerca que Bella se echó a temblar. Se sentía desconcertada por la facilidad con que él la había tocado. No quería recordar aquella breve intimidad que había roto todas las barreras, ni el gusto de su boca o el olor evocador de su piel.

—No… estuvo bien recordarla —dijo bruscamente.

—Entonces, ¿qué problema hay? —sus ojos oscuros y atractivos asediaron los de ella, con un magnetismo al que pocos podían resistirse.

La garganta le dolía de tanta tensión.

—Hay uno —respondió con dificultad—. Y es que no te esperaba aquí.

—Normalmente soy bien recibido —murmuró Edward perezosamente. Su réplica no casaba con lo penetrante de su mirada.

Bella luchaba por parecer tranquila, pero los dientes le castañetearon durante un segundo antes de recuperar el control.

—Es normal que me sorprenda verte aquí. Ha pasado mucho tiempo y me he mudado de casa —indicó, esforzándose por comportarse con normalidad y decir cosas que pareciesen normales—. ¿Mi tía te dio mi dirección?

—No, hice que te siguieran.

Bella palideció ante aquella afirmación tan desenvuelta.

—Santo Dios, ¿y por qué hiciste algo así?

—¿Por curiosidad? ¿Por qué no me gusta fiarme de la información que recibo de terceras personas? —Edward se encogió de hombros con indiferencia. Con el rabillo del ojo detectó un leve movimiento que le hizo fijar su atención bajo la mesa. En la esquina más alejada, un perro gris y peludo se acurrucaba hecho un ovillo para lograr que su enorme corpachón ocupase el menor espacio posible—. Dios, no me había dado cuenta de que había aquí un animal. ¿Qué es lo que le pasa?

Bella aprovechó entusiasmada la distracción que había provocado el extraño comportamiento de Jacob.

—Le aterran las visitas y esconde la cabeza porque cree que así nadie lo ve, así que no dejes que crea lo contrario. Las tentativas amistosas le asustan.

—¿Sigues coleccionando casos perdidos? —bromeó Edward. Y al apartar la vista alcanzó a ver a través de la ventana una gallina picoteando el arríate que había delante de la casa—. ¿Crías gallinas aquí?

Su tono fue el de un miembro de la jet aterrorizado ante la vida rural de su amiga. Bella apostaba a que Edward jamás había visto tan de cerca un ave de corral y, de no estar tan nerviosa, se habría echado a reír por la cara que había puesto. Golpeó la ventana para alejar a la gallina de sus plantas e, incapaz de tranquilizarse, decidió tratarlo como a cualquier otro visitante inesperado.

—Voy a preparar café —dijo, empujando la puerta de la cocina.

—No tengo sed. Dime qué has estado haciendo estos dos últimos años —la invitó amablemente.

Un escalofrío le recorrió la espalda antes de volver a mirarle. Pensó que no podía saber de la existencia de Anthony. ¿Cómo iba a sospecharlo siquiera? A menos que alguien hubiera dicho algo en el funeral. Pero, ¿para qué demonios iba alguien a hablar de ella o de su hijo? Para sus parientes ella no era más que una pazguata que llevaba una vida horrorosamente aburrida. Regañándose a sí misma por la paranoia que estaba a punto de apoderarse de ella, Bella inclinó la cabeza.

—He estado convirtiendo este lugar en un hogar habitable. Necesitaba mucho trabajo y eso me ha mantenido ocupada.

Edward observó cómo entrelazaba las manos nerviosamente para luego separarlas. Cruzó los brazos y cambió de postura, revelando un estado de ansiedad que cualquier persona un poco observadora habría detectado de inmediato.

—He oído que tienes un hijo —dijo con toda tranquilidad, y todo el tiempo, mientras su nerviosismo iba en aumento, se iba diciendo a sí mismo que debía estar equivocado y que sus sospechas eran ridículas y descabelladas.

—Sí, sí, así es. No pensaba que te interesase tanto la noticia —respondió Bella intentando recobrarse, forzando una sonrisa y preguntándose cómo demonios se había enterado de que había sido madre—. Que yo recuerde, siempre has rechazado salir con chicas que tuvieran hijos.

Edward sería el primero en admitir que aquello era cierto: nunca había tenido el menor interés por los niños y le aburría e irritaban la adoración de los padres por su prole. A nadie que lo conociese se le habría ocurrido presentarle a su progenie.

—¿Quién te ha dicho que tenía un hijo? —preguntó Bella un poco tensa.

—Los Stanley.

—Me sorprende que me mencionaran —Bella intentaba mantener la voz clara mientras se preguntaba agobiada qué respondería si le preguntaba por la edad del niño. ¿Mentiría? ¿Podría mentir sobre algo así? Se encontraba en una situación que habría intentado evitar por todos los medios. No se veía capaz de mentir sobre algo tan serio sin que le remordiese la conciencia—. ¿Te contaron la versión de la chica abandonada? —preguntó.

Una sonrisa divertida asomó a la boca bellamente perfilada del magnate griego:

—Sí.

—Pues no fue así —dijo Bella, intentando no mirarle, porque cuando sonreía se desvanecía la frialdad de su rostro y la enigmática y adusta cautela que mantenía en guardia a los demás.

De pronto, a Edward no le gustó la idea de que ella se hubiese acostado con otro y aquello dejó de parecerle divertido, sorprendiéndose al mismo tiempo de aquel ataque de celos tan contrario a su forma de ser. Sus aventuras siempre habían sido ocasionales, exentas de sentimentalismo, pero ellos ya hacía tiempo que se conocían cuando él se convirtió en su primer amante. Pensó que quizá fuese algo inevitable.

—¿Qué pasó? —se oyó preguntar. Él no solía hacer nunca ese tipo de preguntas, pero estaba decidido a satisfacer su curiosidad.

A Bella le desconcertó aquella pregunta y agitó las manos, nerviosa. Cada vez se sentía más tensa.

—No fue algo tan complicado. Supe que estaba embarazada y decidí tener el niño.

Edward se preguntó por qué no mencionaba al padre. ¿Sería otra aventura de una noche? ¿Había decidido que aquello le gustaba después de la que ambos habían compartido? ¿La conocía en realidad? Él habría jurado que Bella Swan era una de las pocas mujeres que quedaban que nunca se inclinarían por la promiscuidad ni por la maternidad siendo soltera. Era una persona conservadora: trabajaba de voluntaria haciendo obras de caridad, era discreta en el vestir. Frunciendo el ceño, apenas entrevió la cocina a través de la puerta, pero el recorrido de su mirada se detuvo abruptamente y volvió atrás para fijarse en unas letras magnéticas de colores que adornaban la puerta de la nevera formando un nombre que le resultaba familiar. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos.

—¿Cómo se llama tu hijo? —murmuró Edward con voz pastosa.

Bella se puso rígida.

—¿A qué viene esa pregunta?

—¿Y por qué evitas responderme?

Un frío nudo le retorció el estómago. No era algo que ella pudiese ocultar ni algo sobre lo que pudiese mentir, porque todo el mundo sabía el nombre de su hijo.

—Anthony —dijo casi en un susurro, quedándose sin voz en el peor momento posible.

Era el nombre del abuelo de Edward, nombre que él también llevaba, y ella lo había pronunciado tal y como se pronunciaba en griego. Edward quedó tan impactado que fue incapaz de pronunciar palabra. No podía aceptar que lo que sólo había sido una inocente y estúpida sospecha pudiese convertirse en algo cierto.

—Siempre me gustó ese nombre —le dijo Bella en un intento desesperado por encubrir la verdad.

—Anthony es un nombre Cullen. Mi abuelo llevaba ese nombre, y yo también —sus ojos oscuros se posaron en ella con frialdad—. ¿Por qué lo escogiste?

Bella sintió como si una mano de hielo le apretara las cuerdas vocales y el pecho impidiéndole respirar.

—Porque me gustaba —volvió a repetir, porque no se le ocurría otra respuesta.

Edward se apartó de ella y apretó frustrado los puños. No tenía tiempo para juegos ni misterios no concebidos por él. Su accidentada vida le había enseñado muchas cosas, pero había obviado la paciencia. Se negó a creer lo que su cabeza intentaba decirle. No practicaba el sexo sin protección. A pesar de correr muchos riesgos en los negocios, el deporte o en muchos otros aspectos, en éste era especialmente precavido. No deseaba tener hijos, nunca los quiso, y por supuesto no se arriesgaría a ofrecerle a una mujer la oportunidad de chantajearle. ¿Por qué si no tendría alguien un hijo de un hombre tan rico como él? Era una responsabilidad y una complicación que no necesitaba y siempre pensó que era demasiado listo como para cometer tal error, pero era consciente de que la noche del funeral de Jessica se había sentido extraño y había abandonado la prudencia. Más de una vez.

Bella contempló a Edward con renuente perspicacia. La tensión se había apoderado de su cuerpo. Estaba estupefacto y horrorizado, y ella lo entendía perfectamente. No lo culpaba por no ser precavido y dejarla embarazada y, aunque no pensaba igual cuando descubrió que estaba en estado, el paso del tiempo había cambiado su forma de ver las cosas. Después de todo, Anthony había enriquecido su vida hasta extremos indescriptibles y era incapaz de arrepentirse de su concepción.

—Dejémoslo estar —murmuro ella suavemente.

Esta sugerencia indignó a Edward. ¿Cómo una mujer tan lista podía decir semejante tontería? ¿Sería posible que hubiera dado a luz a su hijo sin decirle siquiera que se había quedado embarazada? ¿Era aquello posible? Su lógica le impedía aceptar que ella pudiese hacer algo así, porque era una mujer muy tradicional. Pero entonces, ¿por qué otra razón le pondría al niño Anthony? ¿Y por qué estaba tan nerviosa? ¿Por qué intentaba evitar hablar siquiera del tema?

—¿El niño es mío? —preguntó Edward con aspereza.

El color huyó de su rostro, y con él la fuerza de su voz.

—Es mío. Y no tengo nada más que añadir.

—No seas estúpida. Te he hecho una pregunta muy clara y quiero una respuesta muy clara. ¿Cuántos años tiene?

—No estoy preparada para hablar contigo sobre Anthony —con la boca seca y el corazón tan acelerado que sentía náuseas, Maribel enderezó la espalda—. No tenemos nada que hablar. Lo siento, pero preferiría que te marcharas.

Edward no daba crédito a sus palabras. Nadie le había hablado de ese modo jamás.

—¿Te has vuelto loca? —le dijo en voz baja y cortante—. ¿Crees que puedes soltarme esta bomba y decir que me marche sin más?

—Yo no te he soltado nada. Tú has llegado a tus propias conclusiones sin mi ayuda. No quiero discutir contigo —sus ojos se tornaron casi negros, en una extraña mezcla de desafío y súplica.

—Pero si mis conclusiones no hubiesen sido acertadas, me habrías corregido —razonó Edward con mordacidad—, y como no lo has hecho, lo único que puedo asumir es que crees que Anthony es hijo mío.

—Es mío —Bella se agarró con fuerza las manos para evitar que temblaran—. Supongo que no me aceptarás un consejo, pero te lo voy a dar de todas formas: por favor, utiliza ante todo la calma y la lógica.

—¿Calma? ¿Lógica? —gruñó Edward, ofendido por la elección de aquellas palabras.

—Anthony es un niño sano, feliz y seguro. Nada le falta. No hay razón por la que debas preocuparte o involucrarte en nuestras vidas —le dijo Bella con firmeza, pretendiendo que comprendiese y aceptase la situación.

Edward empezó a sentir una rabia ciega que no había experimentado desde la muerte de su hermana cuando él tenía dieciséis años. ¿Cómo se atrevía a excluirle de la vida de su hijo? Anthony era sin duda hijo suyo. Si no fuera así, Bella lo habría dicho. Pero el desconcierto le hizo retener la respuesta agresiva que estaba dispuesto a pronunciar. ¿Por qué intentaba librarse de él si Anthony era su hijo? ¿Qué sentido tenía aquello?

—¿Diste por hecho que yo no querría saber nada? ¿Es ésa la razón de este sinsentido? —Edward la miró desafiante y lleno de ira—. ¿Crees saber cómo me sentiría si tuviese un hijo? No lo sabes. ¡Ni siquiera lo sé yo después del modo en que me he enterado de esta noticia!

La atmósfera se tornó tensa.

—¿Cuándo nació? —pregunto Edward.

A ella le dolían el cuello y los hombros por la rigidez de su postura. La legendaria fuerza de voluntad de los Cullen arremetía contra ella a través de la dureza con que él la miraba. Ella nunca había sido más consciente de la vehemencia de su carácter y se le ocurrió que decirle unos datos inofensivos podría calmarle. Le dio la fecha.

El silencio se hizo eterno. En aquellas circunstancias y con aquella fecha, Edward supo de inmediato que era imposible que el hijo fuese de otro.

—Quiero verlo.

Bella palideció y sacudió la cabeza negando drásticamente mientras su cabello castaño se agitaba brillante alrededor de sus mejillas.

—No. No lo voy a permitir.

—¿Que no vas a permitir qué? —dijo Edward sin dar crédito a lo que oía.

Bella deseó haberle dicho aquello de un modo más diplomático. Por desgracia, no había precedentes de los que tomar ejemplo, porque nadie jamás le había dicho que no a Edward Cullen. «No» era una palabra que él no estaba acostumbrado a oír o que supiera cómo aceptar. Desde su nacimiento tuvo todo lo que quiso o pidió a pesar de no tener cubiertas otras necesidades mucho más importantes para un niño. Pero había sobrevivido obviando los sentimientos, y había salido adelante sin ellos. Ahora, cuando deseaba algo, sencillamente lo conseguía y la gente sensata no se interponía en su camino. Cuando alguien lo contrariaba, podía ser tan implacable como sólo puede serlo una persona con enorme personalidad. Ella sabía que él se había tomado su rechazo como algo profundamente ofensivo y fue consciente de lo lamentable de la situación.

—No lo permitiré —susurró excusándose, inmóvil y rígida como una estatua, resistiéndose a toda intimidación.

Pero Edward ya había pasado por su lado y había recogido una foto que descansaba en la mesa.

—¿Es él? —dijo bajando la voz, contemplando desconcertado la imagen de aquel niño sonriente con un camión de juguete.

Ella se dijo a sí misma que aquello era producto de simple curiosidad, y luchó por controlar el pánico.

—Sí —respondió a regañadientes.

Edward contempló la foto con enorme intensidad. Estudió la piel aceitunada del niño, su pelo cobrizo indomable y sus ojos verdes. Aunque jamás había mostrado el más mínimo interés por un niño y no podía compararlo con ningún otro, pensó que Anthony era sin duda alguna el niño más guapo que había visto en su vida. Desde las cejas hasta la barbilla menuda y resuelta, rezumaba los genes de los Cullen.

—Edward, márchate, por favor —le urgió Bella, violenta—. No conviertas esto en una batalla entre los dos. Anthony es un niño feliz.

—No hay duda de que es un Cullen —dijo Edward perplejo, con un acento griego más marcado que de costumbre.

—No, es un Swan.

—Bella… es un Cullen. No puedes llamar perro a un gato así porque sí, ¿por qué querrías hacerlo?

—Se me ocurren muchas razones. ¿Te importaría marcharte ahora que me has obligado a satisfacer tu curiosidad? —Bella temblaba. Sentía deseos de arrebatarle de las manos aquella preciosa foto de su hijo. Habían saltado todas las alarmas de protección.

—No es simple curiosidad —censuró Bella—. Me debes una explicación…

—Yo no te debo nada y quiero que te vayas —tragándose el pánico, Bella descolgó el teléfono—. Si no te vas ahora mismo, llamaré a la policía.

Bella la miró desconcertado y luego se echó a reír inclinando hacia atrás la cabeza.

—¿Por qué harías semejante locura?

—Ésta es mi casa. Y quiero que te marches.

—¿Justo cuando acabo de descubrir que puedes ser la madre de mi único hijo? —la prudencia y perspicacia innatas de Edward le hacían contenerse. Sabía que sería muy poco sensato reconocer a Anthony antes de llevar a cabo una prueba de ADN, a pesar de que estaba seguro de que era su hijo. No sabía cómo, pero tenía esa certeza, y ya había llegado a la conclusión de que la situación podría haber sido mucho peor. Al menos se trataba de Bella y no de una arpía interesada, calculadora y exenta de moral.

—Llamaré a la policía —amenazó Bella vacilante, aterrorizada ante la idea de que Anthony despertase y, al oír algún ruido arriba, Edward insistiese en subir a verlo.

Él la miró confuso.

—¿Qué es lo que te pasa? ¿Estás histérica? ¿Corres el riesgo de que te roben o asalten? ¿Es por eso por lo que dices esas estupideces acerca de llamar a la policía?

Los ojos de ella se tornaron de un negro tan brillante como el del poso del café, resaltado por su palidez y tensión.

—Quiero que olvides que has venido y lo que crees haber averiguado. Por lo que más quieras.

—¿Existe alguna otra persona que piense que es el padre de Anthony? —preguntó Edward, calculando que aquélla sería la única razón que explicaría su deseo de hacerlo desaparecer.

La tensión en el ceño de Bella empezaba a causarle dolor. Enfrentarse a Edward Cullen en ese estado era como sentirse azotada por una tormenta.

—Por supuesto que no —dijo, mostrando con un gesto su desagrado—. Esa sugerencia resulta demasiado sórdida.

—Las mujeres hacen cosas así continuamente —le dijo Edward con cinismo, sin convencerse del todo de su negativa. Había visto cómo Jessica manipulaba a Bella y sabía que aunque era tremendamente lista, podía resultar muy crédula cuando había sentimientos de por medio—. Si no es ése el problema, ahórrame esos discursos teatrales sobre olvidar que he venido. ¿Podrás?

—Sólo por esta vez te pido que dejes de pensar en ti mismo. Si eso te resulta teatral, lo siento, pero es lo que hay —con mano nerviosa, Bella se apartó el pelo de la cara.

Edward le dedicó una mirada dura como el granito.

—No voy a escuchar más tonterías. ¿Dónde está Anthony?

Bella se dirigió a la puerta y la abrió con mano sudorosa.

—Llamaré a la policía. Lo digo en serio. No tengo nada que perder.

—Te dejo mi tarjeta. Llámame cuando recuperes la cordura.

Edward dejó su tarjeta sobre la mesa.

—No pienso cambiar de idea —declaro Bella, desafiante.

Edward se detuvo frente a ella.

—¿Quieres iniciar una guerra? ¿Crees que puedes manejarme? —bramó—. No puedes hacerlo.

—Pero tengo que hacerlo, porque no pienso aceptarte en la vida de mi hijo. ¡Haré lo imposible por protegerle de ti! —juró Bella en un ataque febril.

—¿Protegerlo de mí? ¿Qué es lo que intentas decir? Te vuelves ofensiva sin razón —Edward le lanzó un juicio severo, intentando intimidarla con la expresión de su rostro—. ¿Por qué? Esperaba otra cosa de ti. ¿Es esto una especie de venganza, Bella? ¿Estás enfadada porque he tardado dos años en buscarte?

No era la primera vez que él le provocaba tal rabia y miedo que ella llegaba a perder la noción de las cosas. Nadie podía ser más provocador que Edward Cullen. Nadie sabía mejor cómo asestar una puñalada metafórica que hiciese tanto daño. La gente sensata no lo quería como enemigo. Y una mujer sensata, pensó acusándose con amargura, jamás se habría acostado con él.

—¿Por qué iba a estar enfadada? —murmuró Bella con impotencia—. Ni siquiera me gustas.

A Edward no le impresionaba prácticamente nada, ya que desde pequeño había conocido las peores facetas de la naturaleza humana a través de su madre, pero aquella declaración de Bella le impactó. Siempre había considerado su apariencia de sensatez y seriedad como una barrera defensiva. La consideraba una mujer bondadosa y simpática, buena por naturaleza, tristemente condenada a que se aprovecharan de su buen corazón. Pero en media hora, Bella había dado la vuelta a todo lo que él creía saber sobre ella y le había insultado y atacado de un modo impensable.

Aun así, por lo que pudo averiguar, era la madre de su hijo. Se preguntó si la tensión la había vuelto histérica, si es que no podía soportar aquella situación. No creía que ya no le gustara. Sabía que ella lo amaba, lo supo desde el momento en que la conoció, y no era una mujer voluble.

Con rostro sombrío, Edward se subió a la limusina. Como buen Cullen y, dado lo viril y agresivo de su personalidad, no perdía el tiempo a la hora de mover ficha. Descolgó el teléfono, llamó al jefe ejecutivo de su equipo de abogados y le pidió una copia del certificado de nacimiento de Anthony Swan. Explicó los detalles ignorando el silencio de estupefacción al otro lado de la línea, porque Edward Cullen nunca daba explicaciones de sus actos a nadie ni contaba con todo detalle una situación a menos que así lo deseara.

—Quiero también para mañana por la mañana un informe completo sobre mis derechos como padre en este país.

Terriblemente enfadado y con ánimo combativo, Edward volvió a maravillarse del comportamiento ofensivo y la actitud tan irracional de Bella. Al recordar sus palabras, su hostilidad se hizo aún más fuerte. ¡Rechazar su deseo por ver al niño! ¡Sugerir que debía proteger al niño de él y que estaría mejor sin su compañía! Había ofendido su sentido del honor atreviéndose a hacerle aquellas vergonzosas acusaciones.

Todo el tiempo le asaltaban imágenes de Bella mirándole desafiante. Sus relucientes ojos marrones se endurecieron en una mirada abrasadora. ¿Cómo había podido tener al niño sin decírselo? Pero al acordarse de la foto del pequeño se puso nervioso, porque prefería estar enfadado con Bella en lugar de pensar en la verdad que subyacía en el fondo de aquel asunto.

Capítulo 1: Capítulo 1 Capítulo 3: Capítulo 3

 


 


 
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