Deseo Sombrío (+18)

Autor: Sombra_De_Amor
Género: Misterio
Fecha Creación: 24/06/2013
Fecha Actualización: 26/06/2013
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 5293
Capítulos: 7

En las profundas sombras de las montañas Tenebrosas se escondían monstruos. En aquel lugar se ocultaban las bestias del mal, que se alimentaban de los débiles; criaturas no humanas.

Edward Cullen lo supo a los diez años. Su padre era uno de ellos.

Ahora Edward lo estaba persiguiendo. Se estaba adentrando en el denso bosque, tenía que salvar a su madre, y el feroz viento le abofeteaba la cara y le cortaba las manos.

Su madre era un ángel de Luz, una vez oyó a su padre llamarla así. Pero eso fue antes de que el lado oscuro se apoderase de él y lo poseyese por completo.

Ojos amarillos y penetrantes acechaban a Edward a cada paso que daba en el bosque. Se quedó sin aliento al tropezar con un tronco astillado y cayó entre zarzas y troncos cubiertos de hielo. Las agujas de pino se le clavaron en las palmas de las manos y las yemas de los dedos se le llenaron de espinas. Se puso de rodillas y se hurgó en los bolsillos para intentar vaciarlos de hojas y hierbajos; sabía que su padre podía estar vigilándolo y que probablemente estaría preparado para saltar sobre él en cualquier momento.

 

Una historia intrigante que te envolverá, está es la adaptación del libro "Deseo Sombrío" de Rita Herron; y los personajes de S.M.

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 2: Cap.-1

Veinte años después: seis días para el despertar

El primer polvo era siempre el mejor.

Esto no quiere decir que el agente especial Edward Cullen nunca se hubiese llevado a la cama a la misma mujer dos veces.

No era eso, pero la verdad es que él sentía que el hecho de repetir con una mujer quizá condujese a que sus intenciones fuesen malinterpretadas.

Alguien podría darle importancia. Alguien podría llegar a esperar algo de él. Y él no tenía nada que ofrecer.

El sexo era sexo. Una necesidad animal primaria. Una necesidad que el satisfacía de buen grado. No como la del demonio que bullía en su interior, contra el que debía luchar a diario.

Los muelles de la cama de la habitación de aquel motel chirriaban mientras él trataba de abrirle la blusa a aquella mujer. No podía apartar la vista de sus pechos, admiraba cómo sobresalían por encima del encaje. Una oleada de calor le subió por la espalda cuando los pezones de la joven se arrugaron y solicitaron una dosis de atención. Un Martini a medianoche había sido suficiente para que la chica se derritiese entre sus manos ansiosas de lujuria.

Se sentó a horcajadas sobre ella y le desabrochó el cierre delantero del sujetador; su polla se movió nerviosamente cuando aquellas grandes tetas le llenaron las manos. La chica empezó a gemir y dibujó una línea con un dedo alrededor de su mandíbula. Lo cogió por la cabeza y la arrastró hacia la suya mordisqueándole los labios. Sus lenguas bailaron juntas y ella deslizó un pie hacia la parte trasera de la pantorrilla de él, haciéndolo enloquecer de deseo.

Fuera, las nubes se movían y la luz de la luna iluminaba la habitación, llenándola de claridad y aportando luminosidad a la sonrosada cara de la chica, que en ese momento le arrancaba la camisa y le acariciaba el pecho.

Edward llevaba años sintiendo el mal en su interior, desde el momento en que sus padres habían desaparecido. Todo había cambiado la noche en que lo habían encontrado en el borde del bosque de las Tinieblas, magullado, golpeado y tan traumatizado que había perdido la memoria.

Aun así, temía que su padre hubiese matado a su madre…

Aquella mujer, con las uñas pintadas del color de la sangre, le arañó la piel. Una gota de sangre se derramó y se mezcló con el sudor. Eso lo puso incluso más cachondo, y en su mente se desdibujó la línea que lo diferenciaba de todos los asesinos a los que trataba de capturar en su día a día.

Durante un instante la bestia de su interior alzó la cabeza y se imaginó cómo sería deslizar las manos alrededor de aquel esbelto cuello femenino: primero le hundiría los dedos hacia el interior de la laringe y cuando tuviese los ojos desorbitados, observaría cómo la vida abandonaba su cuerpo lentamente.

Al suspirar, el aire que salió entre los dientes apretados se convirtió en un silbido que lo devolvió a la realidad. El lado oscuro, los agujeros negros, trataban de absorberlo para hacerse con el control de su ser…

No podía sucumbir a la oscuridad. Era un agente del FBI. Había jurado que salvaría vidas, no que las robaría.

Ella, completamente ajena a la confusión que él vivía, lo atrajo bruscamente hacia sí y le cogió las manos para colocarlas en sus muslos. Se sentía muy caliente. Mojada. Preparada.

La crudeza del asunto hizo que volviese en sí. Con un gruñido, hundió la oscuridad en sus profundidades y se agachó para chupar un arrugado pezón. Ella ronroneaba como un gatito hambriento. Abrió los muslos y lo invitó a entrar, acariciando su erección. Elevó el pubis, se bajó las bragas y le llevó los dedos hasta su húmeda vagina. Su gemido de placer rompió la barrera de resistencia que Edward había levantado e hizo que se descontrolara, que le arrancase el sujetador y las bragas, y le levantase la falda hasta la cintura. Aquella falda ajustada era la culpable de que sus ojos se hubiesen fijado en ese culo y se hubiese excitado tanto cuando la vio entrar en el bar.

Los pantalones y los calzoncillos cayeron al suelo, los calcetines los siguieron y después sacó un condón. Siempre lo hacía con protección, no podía permitirse que un niño continuase la estirpe Cullen.

Gruñendo con anhelo, le cogió las manos y se las colocó a la altura de la cabeza, sujetándola como si fuese una prisionera a merced de sus deseos.

Se resistió medio en broma, pero sus ojos brillaban con la locura del desenfreno mientras él frotaba su cuerpo palpitante contra el de ella. Esta se mojó los labios y luego le mordió el cuello. El agente volvió a gruñir y la puso de espaldas, bajándole la cabeza hasta el estómago. No le gustaba verles las caras, no quería que existiese ninguna conexión afectiva.

Le pasó las manos por los hombros desnudos, descendió para masajearle el culo y luego la levantó para ponerla de rodillas. Ella preparó sus manos y gimió, meciéndose hacia delante, lanzándose hacia él.

—Quiero que estés dentro de mí, Edward —le suplicó—. Tómame ya.

Las llamas de la lujuria se encendieron todavía más cuando su polla le golpeó el trasero y la punta de su sexo estimulaba el de ella. Se deslizó hacia el interior de su húmedo cauce unos dos centímetros, luego se retiró, volvió otra vez hacia dentro y mantuvo la presión de ambos.

—Dios mío, cariño, por favor…

Le encantaba cuando las chicas le suplicaban…

Se abrió para él y lo hizo enloquecer, la imagen de ella ofreciéndose hizo que su cuerpo ardiera en llamas. Al clavársela, la embistió tan fuerte que ella gritó su nombre y agarró las sábanas, retorciéndolas entre sus uñas pintadas del color de la sangre. Él la agarró por las caderas y comenzó a hundírsela cada vez más profundamente, cada vez más rápido; notaba cómo el sudor recorría su cuerpo y la sangre fluía por su pene. Ella utilizaba su propio cuerpo para plegarse al de su amante, tensándolo y chupándolo, produciéndole una deliciosa sensación. Con los jadeos, se iba acelerando el ritmo. Él cerró los ojos y 

escuchó su respiración áspera, su propio pecho cada vez más pesado mientras intentaba retrasar su orgasmo. El placer era intenso, y la culminación, inminente.

 

Una estocada más y se inclinó, apretó la espalda contra su pecho a la vez que acariciaba sus pezones con los dedos. Eso hizo que alcanzase enseguida el orgasmo, y su cuerpo se agitó y se contrajo aferrado al del hombre. Sin interrumpir el movimiento, la volvió a penetrar mientras el sudor le resbalaba por las cejas y el sonido de sus cuerpos desnudos chocando se mezcló con el que producía el viento en el exterior.

 

Edward no perdió el control en ningún momento.

 

Estuvo a punto en el momento del clímax, pero incluso en ese instante de turbación, mantuvo a raya sus emociones. Un sonido gutural surgió de lo más profundo de sus entrañas, y lo que hizo fue enterrarlo aún más hondo con la fuerza del grito que liberó en el mismo momento en que su orgasmo la inundó.

 

En el exterior, la luna se había movido hasta que quedó oculta tras las nubes y desapareció por completo. Un vacío oscuro y premonitorio ocupó la habitación. El viento rugió de repente y las paredes vibraron. Edward se alarmó, sus sentidos se afinaron y lo alertaron de que el demonio se había despertado y estaba preparado para sembrar el caos.

 

Un segundo más tarde, el teléfono móvil sonó desde la mesilla de noche, y lo liberó de antemano de la situación inevitablemente incómoda que se avecinaba.

 

Soltó bruscamente a la mujer y esta se desplomó hacia delante, todavía temblando tras su reciente culminación. Él se quitó el condón y se separó de ella, en ese mismo instante sintió asco de sí mismo. Pero, Dios mío, ¿qué acababa de pasar? Había imaginado cómo sería matarla.

 

Ella lo agarró del brazo y trató de retenerlo.

 

—No contestes al teléfono.

 

Tenía que irse. Era la única forma de mantenerla a salvo.

 

—El deber me llama.

 

Ella parpadeó con lascivia y le tocó el miembro con un dedo; recogió un resto de semen de la punta de su pene y se lo llevó a la boca.

 

—Pero yo ya tengo ganas de repetir.

 

—Para poder complacerte, tendrías que convencer a los delincuentes de que se tomen una noche libre

 

—respondió.

 

Ella suspiró, pero él ignoró con destreza la clásica mirada de decepción, esa mirada necesitada que sugería que lo que ella buscaba no era solo echar un polvo, sino también algo de cariño, un poco de conversación.

 

Hizo caso omiso y se lanzó a por el teléfono, dando a entender lo que no le gustaría tener que decir en voz alta. Aquella chica era una buena candidata para follar, pero no había ninguna posibilidad de llegar a ser algo más. No tenía sentido mentirle. Había sido simplemente un polvo sin compromiso en un momento de descanso entre dos casos.

Ella se mordió los labios y mostró una sonrisa de decepción antes de recoger la seductora falda. Sin embargo, él no se disculpó, simplemente no podía ofrecer lo que no tenía: corazón.

 

 

Capítulo 1: Prologo Capítulo 3: Cap.-2

 


 


 
14640704 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10860 usuarios