Anarquía en New York

Autor: MarCeCullenHale
Género: Acción
Fecha Creación: 25/04/2013
Fecha Actualización: 30/04/2013
Finalizado: NO
Votos: 2
Comentarios: 1
Visitas: 2603
Capítulos: 4

"La Bestia" y "Cherry" son de esas personas que nadie conoce, y sin embargo todos saben de su existencia. Ellos llegarán a NY para ponerlo de cabeza y traer el caos. Adiós, Corrupción, hola, Anarquía.

 

Los personajes no me pertenecen, al igual que esta historia no es de mi pertenecia la autora (ninfaffadd - FF.Net) me ha dado la autorización de publicar.

 

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Capítulo 2: Donde el caos nace

ADVERTENCIA: Esta historia contiene palabras altisonantes y escenas explícitas, si lo lees es bajo tu responsabilidad.

Recomendación musical:

Marilyn Manson: The Beautiful People.

Capítulo 1: Donde el caos nace.

"La inocencia nunca florece bajo tierra, siempre es aplastada".


1997.

Dos lindos y pequeños niños, con sus padres policías. Familias clase media-alta, con sus casitas de ladrillos en Chicago. Un cuento de hadas, muchos podrían pensar, pero los cuentos de hadas también tienen sus villanos.

Isabella Swan con 9 años y Edward Masen con 13, juntos en la escuela, inseparables, uña y mugre. Sus padres, Charlie y Renné Swan, y Edward y Elizabeth Masen, respectivamente. Las dos parejas de padres eran policías de Chicago, el lugar de la corrupción y el crimen.

La mayoría de los fiscales, jueces y policías en Chicago eran corruptos, pero no los Swan ni los Masen. Ellos no soportaban la corrupción, y eran fieros y apasionados en su trabajo.

Sí, la mitad de la ciudad los querían muertos, pero si eres policía y quieren matarte, significa que estás haciendo bien tu trabajo.

Bella y Edward los idolatraban, ¿cómo no hacerlo? Sus padres eran sus héroes; entre los Swan y los Masen, habían atrapado a 5 asesinas escurridiza de los hombres más buscados.

Pero, claro, con eso no acabas con la corrupción de una ciudad infectada. Sólo la enfureces.

Los mafiosos decían "guerra" y se mataban entre ellos, mataban policías, los policías decían "paz" y mataban mafiosos, pero también policías.

¿Dónde quedaba la lealtad?

Antes los criminales tenían fe, honor, respeto. ¿Y ahora? ¿En qué creían? ¿De qué servía la traición? En algún momento, los jefes se quedarían sin gente en la que confiar, y sus negocios sucios se irían abajo.

Y aún así, las mafias seguían transportando sus productos a través de túneles secretos —no tan secretos— dentro de las alcantarillas. Como viles ratas.

Lo hacían con la ayuda de fiscales y vigilantes corruptos, éstos recibían dinero a cambio de callar. Pero, si exigían demás o abrían la boca, ¡pum!, al siguiente día aparecían muertos en algún callejón sucio. ¿Quién fue?

Las pandillas.

Sí, claro.

Los pandilleros eran sólo unos anarquistas que vivían en exceso, eran un peligro, sí, pero no uno mortal. Los que sí lo eran, eran los corrompidos, los que ya estaban más amaleados.

Prostitución.

Drogas.

Corrupción.

Robos.

Pandillas.

Chicago no era una ciudad en la que los inocentes perduraran por mucho tiempo, Edward y Bella no eran la excepción.

Los Masen y los Swan comían tranquilamente en la casa de los primeros. Edward y Bella jugaban a las escondidas dentro de la casa, Renné y Elizabeth cocinaban mientras sus esposos charlaban animadamente en la sala.

— ¡Un, dos, tres por Bella! —gritó Edward mientras tocaba la base del juego.

— ¡No es justo! Siempre pierdo —refunfuñó Bella, mientras hacía un puchero.

—Tal vez eres muy lenta... —Edward se burló.

— ¡Edward!

—Ya, lo siento —levantó las manos en señal de rendición—. Juguemos de nuevo, tú cuentas.

—Está bien —puso sus manos frente a sus ojos y comenzó—. Uno, dos, tres —Edward corrió a esconderse—, cuatro, cinco. ¡Allá voy! —y partió a buscarlo.

Buscó en el baño, en los cuartos y no lo encontró, así que tuvo que subir al ático; éste no era oscuro, ni polvoriento como en las películas de terror.

Encendió la luz, vio a Edward observando por la ventana que daba al patio trasero.

— ¡Te encontré! Un, dos...

—Shhhh... —la interrumpió—. Ven —ella hizo caso.

— ¿Qué pasa? —susurró.

—Mira —señaló a la ventana—. Esos autos están vigilando la casa.

Dos autos negros con cristales polarizados estaban estacionados en la calle trasera. La ventana del piloto bajó poco a poco, dejando ver un rostro furioso.

— ¿No es Stephen? ¿El amigo de nuestros padres? —él asintió— ¿Qué hace aquí?

—No lo sé, pero parece enojado... Vayamos a avisarles a mamá y a papá.

Apenas bajaban las escales del ático, cuando vieron a Elizabeth saliendo del sanitario.

—Hola, niños, ¿qué hacían?

—Jugando —respondió Bella—. Stephen está afuera, aparcado en la calle de atrás.

— ¿Stephen? ¿Qué estará...? —un estruendo de cristales romperse y el gritó de Renné se escuchó en la parte de abajo. Los tres brincaron del susto— Quédense arriba y no salgan —ordenó.

— ¿Qué pasa, ma? —preguntó Edward.

—Obedezcan —dijo firme.

Subieron de nuevo y Elizabeth cerró la puerta. Se quedaron en completo silencio, se sentaron en el suelo y escucharon lo que abajo sucedía. Hubo algunos gritos y disparos, para eso, Bella ya estaba temblando de miedo.

—Edward, tengo miedo —susurró.

—Ven aquí —tomó la mano de ella e hizo que se acercara a él—. Yo te protegeré— dijo mientras la abrazaba y ella se acurrucaba en su hombro y sollozaba.

Él también tenía miedo, pero no quería alterar más a Bella.

Entonces la puerta se abrió, ambos se tensaron, pero se relajaron al ver que era Renné.

—Bajen, rápido —gesticuló con la boca. Ellos lo hicieron—. Vayan lo más apresurado que puedan hasta el refugio, sin que nadie los vea. Quédense allí dentro sin hacer ruido ni movimientos.

— ¿Qué sucede, mami? —Isabella la miró con los ojos llorosos.

—Hay problemas, mi niña —se agachó y abrazó a los dos niños fuertemente—. Edward, prométeme que la protegerás —sus ojos se inundaron de lágrimas—, por favor —Edward asintió con la cabeza.

—Lo prometo.

Respiró hondo, secó sus lágrimas y miró a su hija a los ojos. —Bella, necesito que seas fuerte, tal vez las cosas no salgan bien hoy —ambas sollozaron, pero Isabella asintió—. ¿Recuerdas la clave de la caja fuerte, donde guardamos el dinero y las joyas? —ella volvió a afirmar— Bien, quiero que vayas al refugio con Edward, que saques el dinero, las joyas, todos los documentos y ponlos aquí dentro —le entregó una mochila—. Quédense dentro hasta que amanezca de nuevo... Antes de salir asegúrense de que no haya nadie afuera o dentro de la casa —suspiró.

— ¿En dónde los veremos? —preguntó Edward. Renné negó con la cabeza.

—Lo más probable es que no nos vuelvan a ver —Bella se lanzó a sus brazos.

—Te amo, mami —balbuceó entre sollozos.

—Yo también te amo, mi princesa, pase lo que pase —dio un beso en su frente y abrazó a Edward—. Cuídala, Edward... Es lo único que tendrás ahora —le susurró a éste.

—Lo haré.

Otro estruendo, esta vez en el techo.

—Corran —susurró Renné—. Adiós —ellos comenzaron a correr.

Ya alejados, Isabella se giró para despedirse por última vez de su madre. Pero lo único que pudo ver fue una bala que entró desde la ventana al final del pasillo y se estampó en el pecho de su madre. Bella gritó y Edward tiró de ella para seguir su camino.

El refugio estaba en el segundo piso, al otro extremo de donde estaba el ático, era una casa grande. Y esto no ayudaba a llegar más rápido, mucho menos con Bella y sus ojos abnegados en lágrimas, tropezando cada dos pasos.

Llegaron a la puerta con Edward jalando de Isabella, cuando escucharon una conversación que se desarrollaba abajo.

— ¡¿Abriste la boca, Cullen?! —gritaba un hombre, con voz iracunda.

—Por favor, Stephen, ¿a quién podría haberle dicho? ¿Al jefe de policía? Él es más corrupto que tú —respondió Charles con un tono de ironía.

— ¿Y tú, Masen? Si fuiste tú, mataré a tu esposa —el aludido soltó una carcajada irónica.

—Claro, inténtalo y ella te corta las bolas antes de que la toques —y rió. Tenía razón, Elizabeth Masen era de temer. —Es obvio que uno de "tus hombres" te traicionó. Así es esta ciudad, camarada, ¿qué esperabas? ¿Qué tus perros te fueran fieles? Cuando los cerdos vuelen.

—Me importa una mierda lo que digan, sé que fueron ustedes —se escuchó un disparo y el gritó de una mujer. Edward, el niño, metió a Bella al refugio y le ordenó que allí se quedase. Tomó un bat que estaba en el piso y bajó a donde se desarrollaba la discusión.

— ¡Edward! —gritó su madre. Por suerte Stephen no supo que Elizabeth se refería a su hijo y no a su esposo. Otro disparo y Edward hijo observó el cuerpo de su padre en el suelo, con un hilo de sangre escurriendo por su frente. Elizabeth gritó de furia y fue su turno.

— ¡Cállate, zorra! —ordenó Stephen.

Otro disparo.

Y la pelirroja cayó al suelo, sin vida.

— ¡Hijo de puta! —gritó Charlie, mientras se abalanzaba contra el asesino. Sin embargo un plomazo dio de lleno en su corazón, derribándolo.

Edward bajó el bat y retrocedió en silencio, anonadado por la escena sangrienta que acababa de presenciar. Abrió la puerta del refugio y se encontró con una aterrada Isabella, que sollozaba en una esquina, con sus brazos rodeando sus rodillas.

Se unió a ella y se abrazaron fieramente.

— ¿Ya terminó todo? —susurró Isabella.

—Sí, Bella, todo terminó.

Dio un beso en la frente de ella y el sueño los abrumó.

Una fría tarde de noviembre sus padres fueron asesinados brutalmente frente a ellos, ¿por qué? Por no querer cooperar en la mafia, porque descubrieron al jefe de policías siendo sobornado, por ser honestos.

Ese día, ellos cambiaron para siempre, juraron que vengarían a sus padres, y así lo hicieron. Pusieron de cabeza al mundo.


 

Capítulo 1: Presafio Capítulo 3: Ya vienen...

 


 


 
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