NO ME OLVIDES

Autor: Monche_T
Género: Romance
Fecha Creación: 21/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 28
Visitas: 15058
Capítulos: 10

"FINALIZADO"

 

¿Cómo se le dice adiós a alguien que se ama?

Cuando me sorprendieron robando, creí que el mundo se derrumbaba. Fue una estúpida travesura, pero eso no fue lo peor: la jueza me impuso una pena de trescientas horas de servicio comunitarios. ¡Toda una eternidad! Claro que nunca hubiera creído que me encantaría trabajar en un centro asistencial, y que alguien como Edward se cruzaría en mi camino.
Desde que lo conozco, me siento otra persona. Tenemos tantas cosas en común, y se nos acaba el tiempo... ¡Ahora querría que esas trescientas horas fueran eternas!

¿cuando fue la ultima vez que viste el atardecer?, ¿alguna vez haz visto las luces de neon entre la lluvia?, ¿te haz dormido escuchando el canto de las aves nocturnas? ¿cuando fue la ultima vez que te haz detenido a pensar que la vida se vive solo un instante?

 

 

Mi otro Fic http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3520

 

LA HISTORIA NO ES MIA ES UNA ADAPTACION DEL LIBRO "NO ME OLVIDES" de CHERYL LANHAM, Y LOS PERSONAJES SON LOS DE CREPUSCULO

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 2: EDWARD.

19 de Septiembre

Querido Diario:

Como dice mi madre cuando trata de ser moderna, ¡que depre! Por momentos se cree todavía una hippie del setenta. ¿Te la imaginas con una vincha en la cabeza y pantalones de bocamangas anchas? ¡Imposible! Pero, volviéndola tema anterior, ¡que depre! Estoy cumpliendo mi condena en un hogar para enfermos terminales. Trabajar trecientas horas es una carga, pero tener que hacerlo en un lugar en el que la gente se recluye a esperar la muerte es un peso insoportable. Deprimente. No me resultaría tan tortuoso si sólo se tratara de un puñado de ancianos, si bien tampoco sería lo ideal, en el fondo guardaría la esperanza de que al menos tuvieron una oportunidad en esta vida. Aquí hay personas de todas las edades, incluso hay un chico que tenia casi la misma edad que yo. Por suerte todavía no lo conocí. La señora Drake me tiene tan ocupada preparando bandejas para la cena y doblando sábanas, que en realidad no me queda mucho tiempo para hacer sociales. Este sitio es decadente. No porque tenga mal aspecto ni nada por el estilo, sino porque no puedo cumplir mis servicios comunitarios allí. De ninguna manera. Es demasiado mórbido. Aunque sea lo último que haga voy a encontrar el modo de huir de Lavender House. ¿Las razones? Saltan a la vista: la directora me detesta, está ubicado en el peor punto de la ciudad, y no me creo capaz de pasar los próximos seis meses conviviendo con personas sentenciadas a muerte. Algo se me tiene que ocurrir. Si hago un balance, lo único bueno que me pasó fue haber conocido al bombón del autobús. ¡Lástima que fuera tan grosero!

Bella oyó la voz de su madre, que desde abajo le avisaba que ya era hora de salir. Arrojó su diario en el cajón de su mesita de luz, tomó la mochila y corrió hacia las escaleras.

No hablaron mucho camino a la escuela. Otra situación que la desalentaba. Recordaba aun las épocas en que no podían dejar de charlar. Pero desde que su madre había empezado a trabajar, cada vez tenían menos que decirse. A veces, pensó Bella, mirándola de reojo, parecían seres de distintos planetas.

Vio a Jessica no bien bajó del auto. Estaba parada bajo un inmenso roble, frente a la escuela. Con aquellos ojos enormes color avellana, su figura elegante y sus perfectos cabellos castaños, era una de las chicas más populares del Landsdale High.

― Hola ― Saludó a Bella cuando se le acercó ― ¿Cómo te fue ayer?

― Fue espantoso ― contestó su amiga. Echó una mirada furtiva a su alrededor para ver si había alguien observándolas. La mayoría de los chicos estaban reunidos en pequeños grupos, frente al edificio de dos pisos. Bella no detectó ninguna mirada intencional dirigida a ella. En realidad, todos la ignoraban lisa y llanamente. Tal vez la suya ya fuera historia antigua.

― Ese lugar es escalofriante y queda en le peor sitio de la cuidad. Podré llamarme dichosa si no me asaltan.

― ¿Cómo es la gente? ― preguntó Jessica.

― Bueno sólo conocí a la directora y a dos miembros más del personal. ― Al ver que Mike se aproximaba a ella, le sonrió ― y no fueron nada del otro mundo.

― Hola, chicas ― Mike sonrió a ambas ― ¿Cómo van las cosas? Me enteré que te han condenado a trabajar algunas horas en un hogar de ancianos.

Bella lanzó una mirada furibunda a su amiga, pero Jessica estaba tan embobada con Mike, que ni cuenta se dio. Era imposible no mirarlo, pensó Bella. Alto, rubio, apuesto hasta decir basta y uno de los mejores jugadores de fútbol de Landsdale… Decididamente el chico más disputado de la escuela. Varias veces había salido con Bella, aunque desde un primer momento había dejado bien en claro que no tendrían una relación exclusiva. Él salía con muchas chicas. Pero a Bella le gustaba de todas maneras. Una de sus esperanzas era que algún día, Mike descubriera que estaba perdidamente enamorado de ella.

― Bien ― respondió Bella, avergonzada. Una cosa era trata de autoconvencerse de que una no era una ladrona, pero otra muy distinta, persuadir a los demás, sobre todo teniendo en cuenta que la habían pescado. ― Sólo espero que todo esto se transforme en una experiencia positiva para mí ― Bien podía ganar algunos puntos tomando las cosas con filosofías. ¿A quién no le gustan las santas? ― Quiero decir, admito que he cometido un error. Pero siempre hay que encontrarle el lado bueno a las cosas.

― No era eso lo que me decías hace un rato. ― La interrumpió Jessica de inmediato ― En tu opinión ese lugar es de lo peor.

― Dije que estaba en el peor punto de la cuidad ― Corrigió Bella ¿Qué rayos sucedía con su amiga? ¿Acaso pretendía dejarla como una idiota? Bastante con que, confirmando sus sospechas, hubiera hecho arder las líneas telefónicas la noche anterior. Guardar secretos no era el punto fuerte de Jessica. Pero tampoco esperaba que la hiciera quedar como una estúpida frente a Mike y a propósito.

― ¿Dónde queda ese lugar? ― preguntó Mike.

― En la parte antigua de la cuidad, en Twin Oaks Boulevard.

― Uh, ese barrio se viene abajo. ― Mike la miró compasivo. ― Será mejor que tomes precauciones Bella. Una chica como tú podría ser un blanco fácil. Eres preciosa. Cuídate las espaldas y aléjate de los callejones oscuros.

Bella sonrió agradecida. Conocía sus atributos. Las rubias de ojos verdes y buena figura no eran moneda corriente. De todos modos, le resultaba agradable oírlo de otros labios.

― No te aflijas ― dijo ― tendré cuidado.

― ¿Vendrás al partido el viernes por la noche?

Bella no pudo determinar a quien de las dos se dirigía Mike. Pero Jessica no se detuvo a pensarlo ni un segundo.

― Yo sí ― respondió con descaro ― pero ella no podrá ir.

― Tal vez pueda ― la contradijo Bella, ignoraba que se traía su amiga entre manos, pero ya se estaba hartando de su juego. ― Los viernes salgo a las cinco y media.

― ¿No era que en tu casa te habían prohibido las salidas? ― Jessica recogió su mochila y se la cargó al hombro. Sonrió a su amiga con aire candoroso. ― Además, ¿cómo llegarías allí sin auto o licencia para conducir?

― Oh ¿quieres que te lleve? ― preguntó Mike ― Jugamos de locales, de modo que tendré que estar en la cancha a las seis.

― Esta bien ― Respondió Bella con su ánimo en una vertiginosa caída libre, comparable a sus notas de física. No obstante, el dolor más grande en ese momento era la actitud de Jessica. Tal vez no eran tan amigas como había creído. ― Estoy castigada ― admitió ― Al menos por el resto del mes. Pero te agradezco la invitación.

― Puedes llevarme a mí ― acotó Jessica.

Mike la ignoró.

― No me parece tan malo trabajar en un geriátrico. Mi abuela está internada en uno y el entorno es bastante agradable.

Bella decidió que lo mejor era decir la verdad. No tenía sentido mentir. Además, a pesar de que Lavander House era espantoso, había empezado a sentirse un poco culpable por su actitud. Lo peor de este mundo debe ser saber que uno se va a morir sin remedio.

― En realidad, no esto en un geriátrico ― explicó ― Es un hogar para enfermos terminales.

― ¿Qué es eso? ― preguntó Jessica.

― Un lugar al que la gente va para morir ― Con su atención aun concentrada en Bella ― Qué extraño.

― ¿Extraño? ― preguntó Bella ― ¿Por qué?

Él se encogió de hombros y la muchacha no pudo menos que rearar en aquella espalda ancha, cuyos músculos se marcaban por debajo de la chaqueta.

― Por tu edad.

― ¿Mi edad? ¿Qué tiene que ver eso con m edad?

― Todo ― contestó él ― Además de ser la primera vez que infringes la ley, se trata de un delito que no implica violencia ― Se interrumpió. Parecía bastante incómodo ― Espero que no te moleste, pero he discutido tu caso con mi tío.

Por supuesto que le molestaba, pero no era mucho lo que podía hacer al respecto. Tenía plena conciencia de que se había convertido en el tema de conversación de sus amigos y sus respectivas familias.

― No hay cuidado.

Él le sonrió agradecido.

― De todas maneras en su opinión ― que debe ser calificada porque trabaja para el Departamento de Libertad Condicional ― Tendrían que haberte asignado a un hogar o centro comunitario. De hecho, estaba casi convencido de que conocía el lugar exacto. ¿Te has asegurado de que no cometieron un error contigo? No sería la primera vez que metieran la pata, ya lo sabes.

― Oh, por el amor de Dios ― interrumpió Jessica ― ¿A qué tanta discusión? Después de todo, lo único que tendrás que hacer es vaciar orinales o cambiar algunas sábanas.

Mike meneó la cabeza.

― Destinar a Bella a un sitio donde será testigo de cómo cierta gente espera la muerte es la estupidez más grande que podían haber hecho. Esa clase de cosas puede causar daños psicológicos.

― Que tontería ― contestó Jessica.

― Ninguna tontería ― insistió él ― se necesita una capacitación especial para trabajar en una establecimiento como ese. Sé que es así. Mi otro tío es cura y siempre habla de lo desgastante que es trabajar con enfermos terminales. ― Miró a Bella ― Los funcionarios del departamento deben haberse equivocado. De ninguna manera pueden enviarte a un lugar semejante. Imposible ¿Quieres que le pregunte a mi tío?

Así se le ocurrió la gran idea. Tenía que existir un modo de zafarse de esa situación. Mike estaba en lo cierto. El trabajo en Lavender House podía acarrear consecuencias muy perjudiciales: agotamiento, depresión, insomnio, pérdida del apetito. Las posibilidades eran infinitas.

― Es un gesto muy amable de tu parte, Mike ― contestó, obsequiándole la más calida de sus sonrisas. _ Tal vez sea una buena idea preguntarle. Por supuesto, si el Departamento de Libertad Condicional cometió un error me gustaría saberlo.

Cuando sonó el timbre, los tres se encaminaron hacía el edificio. Bella sonrió para sus adentros mientras escuchaba a medias la charla de Jessica. ¿No era una suerte haber mantenido esa pequeña conversación con Mike? De pronto, vio una pequeña luz de esperanza. Se marcharía de ese lugar aunque fuera la última cosa que hiciera en este mundo.

Esa tarde se aseguró de tomar el autobús anterior. La dejó en la parada a las tres menos cinco. Miró la calle, tratando de decidir si le convenía entrar a trabajar media hora más temprano o tomar una Coca en el bar de la esquina. Pasó un grupo de chicos, que se detuvieron a pocos metros de la entrada del Hogar. No parecían muy sociables. Eso la decidió: salió corriendo hacia la esquina. Tal vez se hubieran ido para cuando llegara la hora de empezar su turno.

Con gesto ceñudo, Bella empujó las pesadas puertas de vidrio y se encaminó directamente hacia el mostrador. Limpieza no faltaba, pero era lo único respetable de ese lugar. Los pisos estaban recubiertos de linóleo gris de alto tránsito, los bancos giratorios presentaban grietas en sus tapizados de cuero rojo y el mostrador gris, cromado, había sido nuevo en la época de Segunda Guerra Mundial. La muchacha se sentó en uno de los bancos, sacó su libro de Física y lo abrió. Podía aprovechar para adelantar la tarea.

― ¿Qué vas a tomar?

Bella levantó la vista y se encontró con el bombón del autobús. Llevaba un delantal blanco atado a la cintura y, en la mano, un anotador y un lápiz. De cerca era mucho más lindo de lo que había imaginado. De ojos grises, cabellos oscuros y hombros muy anchos, sin duda arrancaría más de un suspiro femenino al pasar.

― Oh, una Coca, por favor.

― ¿Algo más?

Meneó la cabeza y soltó un suspiro de alivio. No la había reconocido como la idiota que no sabía que hacer para que se abriera la puerta del autobús, pensó, mientras lo miraba con el rabillo del ojo.

― ¿Eres estudiante? ― Le preguntó cuando le trajo la Coca al mostrador.

― Estoy en quinto año en Landsdale. ― Los latidos de su corazón se aceleraron. Qué hermosa voz tenía. De locutor.

― Oye, Jacob ― vociferó un hombre desde el otro extremo de la barra, al tiempo que levantaba su taza ― ¿Nos sirves más café?

El chico no volvió a dirigirle la palabra. Sin embargo, Bella advirtió que no dejaba de observarla cada vez que creía que ella no lo miraba. Fingió estar fascinada con su texto de Física.

Quince minutos después, pagó su cuenta y se marchó. El grupo de muchachotes que se había reunido frente a Lavender House ya no estaba allí, pero de todas maneras Bella se apresuró a entrar. En ese barrio, lo mejor era no quedarse en la calle.

No bien cruzó la puerta, la señora Drake la hizo subir.

― Hoy te presentaré a los pacientes ― le dijo.

Bella disminuyó la velocidad.

― A veces hacemos cosas por ellos ― Continuó la mujer. Si en algún momento notó la vacilación de Bella, supo disimular. Cuando llegaron al descanso, se detuvo y esperó.

― ¿Qué clase de cosas? ― preguntó la chica, con tono aprensivo.

―Oh, Dios ― pensó ― no soy enfermera. No pretenderán que aplique inyecciones o ponga catéteres, ¿no?‖

Pero no le habría llamado la atención un pedido semejante: hasta el momento no había visto pasar a nadie que remotamente se pareciera a un médico o una enfermera.

La directora sonrió de mala gana.

― No te preocupes. No te pediremos que practiques una cirugía cerebral. A ciertos pacientes les gusta leer, y a otros, salir a dar un paseo, pero necesitan un poco de ayuda para hacerlo. Algunos, simplemente prefieren compañía. Es parte del trabajo de una voluntaria. Hacer un poco de todo. Una vez que hayas conocido a todos, podrás preparar las bandejas para la cena.

― Oh ― comentó Bella, y se encogió de hombros ― de eso sí que puedo encargarme.

― Bien ― dijo la señora Drake ― Y antes de que me olvide, recuérdame que te presente a la señora Meeker. Es la enfermera que está de turno hoy. Se encara de suministrar los calmantes y las medicinas y hacer que nuestros paciente se sientan lo mejor posible.

Bella asintió con la cabeza y luego miró por detrás de ella al oír un taconeo que subía por las escaleras. Una mujer de mediana edad, bastante robusta, con su negra cabellera convertida en una montaña, subía en dirección a ellas. Llevaba un traje de pantalón y chaqueta verde, muy ajustado, que ceñía con un cinturón color cereza, aros largos de piedras falsas y unos zapatos claros, de plástico, ajustados con una cinta elastizada al talón; los tacos tendrían unos ocho centímetros de altura como mínimo.

― Alice ― la llamó la directora ―, te presento a Bella Swan, la chica de quien te hablé. Bella, ella es Alice Dickson, la mejor de nuestras voluntarias.

― Es un placer conocerte ― dijo la mujer, mientras le tendía la mano.

― Gracias ― contestó Bella. Tuvo que contener el impulso de no quedarse mirando el brillo dorado que decoraba las largas uñas granate de Alice ― Para mí también es un gusto.

― Tengo que ir a una reunión ― agregó la señora Drake ― Alice te pondrá al tanto de todo. ― Bajó las escaleras a prisa.

― ¿Ya conociste a algún paciente? ― preguntó la voluntaria.

― No hasta ahora aprendí donde están todas las cosas y a preparar las bandejas con la cena.

― De acuerdo ― Con una sonrisa la tomó del brazo ― Vamos, empezaremos con el señor Kenworthy. Es muy amable. ― Avanzaron por el pasillo.

De pronto, Bella sintió miedo. ¿Qué se le dice a alguien que se está muriendo? ¿Cómo ha que actuar? ¿Había que fingir que nada pasaba?

― ¿Que es lo que… eh… tiene?

― ALS. El mal de Lou Gehring. Vino a vivir a este sitio cuando su esposa falleció porque no tenía a nadie que cuidara de él. ― Se detuvo ante la última puerta del largo corredor, golpeó y empujó para entrar.

Bella la siguió. La habitación era muy luminosa y estaba empapelada con diseños floreados en verde y amarillo. Había cortinas brillosas en la ventana abierta y una pantalla grande de televisión. Un hombre delgado, de cabello oscuro y anteojos, estaba sentado en una silla de ruedas, junto a una cama reclinable de hospital.

― Hola, Jose ― lo saludó Alice con alegría ― ¿Cómo estás hoy?

― Bien ― sus palabras se oyeron tan apagadas, que sonó como un ―Bnnn‖. Desvió la mirada aun sin torcer el cuerpo, para poder ver a Bella.

― Ella es Bella Swan ― la presentó Alice ― Otra voluntaria.

― Hola ― Bella sintió mucha pena por él, pero trató de no demostrarlo. Por suerte, tras las presentaciones del caso, se marcharon de la sala. Lo peor es que no se le ocurría ni media palabra que decirle.

Alice le hizo conocer a tres pacientes más: dos con cáncer y uno con sida. Bella trató de no pensar en el motivo de la internación ni en la razón por la cual sus familias no podían cuidar de ellos. No quería tener que conjeturar respuestas. Era demasiado deprimente. Sin embargo, para su asombro, toda la gente que conoció se mostró sonriente y alegre. Jamie Brubaker, el paciente con cáncer, estaba por ir al cine.

― Ahora te presentaré a Edward ― Anunció Alice ― mientras la conducía a una habitación separada, situada junto a una pequeña escalera al final de pasillo. ― Tal vez le venga bien un poco de compañía en estos momentos.

La sala se parecía bastante a las demás, con excepción de que tenía más ventanas. Un muchacho de pelo oscuro estaba recostado en la cama, leyendo una revista. Levantó la vista cuando las oyó entrar.

― Hola, Alice, ¿cómo estás?

Alice rió.

― Como siempre. Te traje a una de nuestras flamantes voluntarias. Bella Swan. Edward Masen.

― Hola ― la saludó él a secas.

― Hola ― Respondió ella. Lo notó delgado en extremo. Llevaba unos pantalones de corderoy muy gruesos y una abrigada camisa de lana. El cabello era negro como azabache: su piel de un cálido color miel, y sus ojos de terciopelo, dulce como el chocolate. Sin embargo, no fue el peculiar tono intenso de los ojos lo que le llamó la atención sino el modo en que la miró. Por una décima de segundo, tuvo la sensación de que aquella mirada era capaz de penetrarle el alma. Tuvo que esforzarse por quebrar el contacto visual.

― Los dejaré solos para que se conozcan ― dijo Alice —. Podrían jugar a las cartas, o hacer alguna otra cosa. Edward, sé amable. No querrás espantar al personal, ¿verdad?

—Yo sólo espanto a las moscas — contestó el aludido, sin apartar la mirada de la muchacha ni por un instante.

Ella sintió pánico. No quería quedarse a solas con Edward. Y no sabía por qué. Pero Alice ya se había ido.

Él seguía mirándola fijo.

— ¿A qué colegio vas? —preguntó por fin.

— Landsdale High. ¿Y tú? — Habría deseado morderse la lengua. Por lo frágil de su aspecto, era obvio que no podía ir a ninguna parte. — Oh… lo siento.

Fue una pregunta estúpida.

— Iba Tufts — contestó —. Pero me parece que eso fue hace siglos. Me recibí el año pasado. ¿Cómo es que te ofreciste de voluntaria en un lugar como éste?

Bella se movió con nerviosismo. Por alguna razón, sintió vergüenza de confesar que en realidad no era una ―voluntaria‖.

— Bueno, sentí necesidad de hacer algo para ayudar. — Miró el cuarto, pues no deseaba que sus miradas volvieron a encontrarse. Había estantes con libros debajo de las ventanas. Un libro de tapas plateadas le llamó la atención. — ¿Ése es el libro de Harry Harrison? — le preguntó, señalando el estante más alto.

— Sí, es uno de la serie ―Edén‖. ¿Te gusta leer ciencia ficción?

Bella se dirigió de inmediato hacia los estantes. Ese movimiento fue un pretexto para hacer algo, la liberó de la obligación de mirarlo. — Solía leer mucho más que ahora — contestó, mientras tomaba el libro. La tapa estaba arrugada y algunas páginas tenían las puntas dobladas; parecía bien leído y muy amado. De pronto recordó cuánto placer sentía ella a leer. — Pero ahora estoy tan ocupada que prácticamente no tengo tiempo.

— Oh, sí, con tantas horas de trabajo como voluntaria. —Acentuó la palabra con sarcasmo. — Debe de ser muy difícil.

Bella alzó la mirada.

— ¿Cómo tengo que interpretar eso?

Edward sonrió y su cara delgada se transformó.

En sus ojos brilló un destello de picardía.

— Significa que termines de una vez con la patraña. Todo el mundo sabe que no estás aquí por la generosidad de tu corazón, sino porque te arrestaron y fuiste condenada a brindar servicios a la comunidad.

— Lo que no implica que mi trabajo sea malo. — se defendió.

Él se encogió de hombros, como si le hubiera dado igual una cosa o la otra.

— ¿Por qué te arrestaron?

— Por mechera. — Dejó el libro. — Pero en realidad, no estaba robando. Sólo fue una travesura.

— Sí, un par de amigos míos hicieron una travesura parecida — replicó con sorna —, con la diferencia de que para la policía fue robo de autos. También los obligaron a servir a la comunidad.

— Un par de aros ni se comparan con un auto — protestó Bella.

— Pero ellos no habían robado el auto. Sólo estaban manejándolo para divertirse. Claro que eran pobres y latinos; ni ricos ni sajones.

— Es un comentario muy ruin — gruñó Bella. Luego se tapó la boca, arrepentida. Demonios. Ese chico se estaba muriendo y ella ni siquiera sabía qué le pasaba. Lo mejor era que no volviera a abrir esa bocota suya, por pesado que Edward se pusiera. No quería irritarlo ni que se pusiera de rodillas a sus pies.

— A menudo la verdad es ruin — dijo —, en especial con mis amigos. A ellos les dieron dos años; a ti, trescientas horas.

Un cóctel de emociones se anudó en su estómago. Estaba furiosa por la actitud de Edward, avergonzada y humillada. ¿Qué pretendía que hiciera, que se disculpara por no haber ido a la cárcel?

— Será mejor que me vaya a ayudar con las bandejas para la cena.

En el descanso del primer piso se topó con Alice.

— ¿Ya terminaste? — le preguntó, mientras sacaba una pila de toallas de un carro.

— Creo que estaba cansando — mintió Bella — ¿Qué es lo que tiene?

— Anda mal del ―bobo‖ — respondió Alice.

— ¿Problemas cardíacos? — Bella frunció el entrecejo. — ¿No es posible un trasplante en su caso?

Alice meneó la cabeza.

— Edward tuvo una grave infección virósica, que complicó el estado de las válvulas o algo similar. Sea lo que fuere, no está apto para ser trasplantado. Siempre y cuando tuviéramos la suerte de conseguir un donante, claro. Lo dudo, por el tiempo que le queda.

— ¿Cuántos años tiene?

— Dieciocho. — Alice sonrió con amargura.

Bella no hizo más preguntas, pues, en realidad, no deseaba conocer las respuestas. Si bien no era la persona más agradable que había conocido, tampoco quería pensar en lo que tenía que enfrentar. Dios, qué pesado era ese chico. ¡Pero sólo tenía dieciocho años!

Pasó media hora colaborando con Alice en la tarea de cambiar toallas sucias por limpias y conocer a la mayoría de los residentes. Había doce internos en total, en Lavander House, y todos ellos tenían algo en común; se estaban muriendo.

Alice la llevó abajo, asomó la cabeza en el despacho de la señora Drake y le informó que presentaría a Bella a la enfermera. Lavander House contaba con una enfermera matriculada durante las veinticuatro horas del día. Tenía que haber una persona que se encargara del suministro de medicamentos, que no eran drogas convencionales, de las que mejoran a la gente, sino aquellas sirven para ayudarlos a soportar el dolor.

Después de eso, Bella armó las bandejas para la cena con la señora Thomas. Durante la tarea, se enteró de que la cocinera tenía dos hijos grandes. La hija estudiaba abogacía, y el hijo, ingeniería electrónica.

El tiempo pasó tan rápido que Alice tuvo que entrar en la cocina y recordarle que ya era hora de irse. Bella recogió de inmediato sus cosas y corrió hacia la parada de autobús.

Durante el trayecto de regreso a casa, comenzó a orquestar todo. La conversación que había mantenido con Mike le sirvió de puntapié inicial. Tenía que haber un modo de salir de esa situación, para no tener que volver nunca más a ese sitio. Apoyó la cabeza contra la ventanilla del autobús. La noche se cernía rápidamente sobre la ciudad. Las luces ya se habían encendido y el tráfico estaba pesado.

Bajó donde correspondía y fue corriendo hasta su casa.

***

Apartó el arroz y los langostinos hacia el borde del plato. No porque no le gustaran — ¡le encantaban! —, sino porque quería que sus padres notaran un deterioro en su apetito.

— Será mejor que te apures, Bella — sugirió su madre, mientras se servía otro pancito —, Tienes tarea que hacer.

— Ya terminé. — Corrió la silla hacia atrás y se puso de pie.

— No has comido mucho — señaló el padre, que levantó la vista de su plato para mirar el de ella —Mira cuánto desperdicio. ¿Comiste alguna cosa que te echó a perder el apetito?

— No, no probé bocado desde el almuerzo, salvo una gaseosa. Simplemente, no tengo hambre —contestó, cuidándose muy bien de mantener su postura indiferente.

— No te preocupes por ella, Charlie, — dijo la madre. Dirigió una mira de exasperación a su marido. — Tiene una salud de hierro.

— De acuerdo, si tú lo dices. Pero sigo sosteniendo que debería comer un poco más. — Charlie Swan miró a su hija. Era un cuarentón regordete, de cabellos oscuros salpicados de plata, ojos castaños y cejas espesas. — ¿Qué tal el geriátrico? — preguntó con el aire cordial.

Bella se encogió de hombros. Tenía que ser muy, pero muy cauta en ese punto. Sus padres seguían muy enfadados con ella. Si pretendía comprar su compasión y lograr que el viejo ―papi‖ moviera algunos hilos por ella, tenía que interpretar su papel a la perfección.

— Bien. — Le obsequió una cálida sonrisa — Es un poco triste. — Los hogares para ancianos por lo general son así — comentó él abiertamente. Introdujo otro bocado de langostinos en su boca.

Bella vaciló. Tuvo el presentimiento de que no era el momento indicado para informarles que Lavander House no era un hogar para ancianos, en realidad. Con el humor que tenían en esos momentos, lo más probable era que pensaran que cumplir los servicios comunitarios en un hogar para enfermos terminales era justamente lo que ella se merecía. No. Se aguardaría ese as del triunfo bajo la manga para cuando estuvieran de mejor talante.

Bella siguió jugueteando unos minutos más con la comida y su frustración se intensificó. Los padres charlaban de sus cosas, al parecer, indiferentes a la tristeza y depresión que ella estaba viviendo. Demonios. Bueno… tendría que afinar la puntería.

— ¿No te conviene empezar con la tarea? — preguntó Rene, mirando su reloj.

Por fin, Bella bajó los brazos. Estaba convencida de que, aunque el Ángel de la muerte estuviera sentado sobre su hombro en esos momentos, ellos se mantendrían firmes en su postura indiferente. Caramba que estaban enojados. Tal vez lo mejor fuera darles unos pocos días más. Quizás una semana.

— Es cierto. Tengo un examen de Física mañana.

Al día siguiente tuvo que ir caminando a la escuela y por eso, llegó tarde. Cuando sonó el primer timbre, estaba subiendo las escaleras a toda velocidad. Jessica no la había llamado, llegaría tarde a su primera clase del día y tampoco había logrado borrar de su mente a Edward Masen ni al resto de los internos de Lavender House.

Y su humor empeoró ante el anuncio del señor Campbell, su honorable profesor de inglés, respecto de que tendrían que entregar un resumen sobre un libro el lunes siguiente.

No hubo quien no protestara en la clase, pero al viejo Campbell no se le movió un pelo.

— Ésta es una clase selecta — aclaró. Tomó un trozo de tiza y se acercó al pizarrón. — De modo que ninguno de ustedes debe tener problemas en terminar un libro.

— Pero ya estamos a mitad de semana — se quejó Kimberly Rand —. Sólo nos quedan unos días.

— Olvida el televisor — recomendó Campbell.

— ¿Podemos leer el libro que queramos? — preguntó algún alumno de atrás.

— Siempre que sea un libro de verdad, con palabras de verdad en lugar de fotografías, no tengo inconveniente. — Les sonrió de un modo casi imperceptible. — Y por favor, ahórrenme el disgusto de tener que verme en problemas con el Consejo de Educación. Catcher in the Rye está permitido, pero Henry Miller y Terry Southern quedan totalmente fuera de discusión. Traten de elegir libros que estén en la biblioteca del colegio.

Bella suspiró. El Distrito Escolar Federal de Landsdale no era famoso por sus ideas liberales respecto de los libros que se consideraban adecuados para los estudiantes secundarios. La elección sería muy difícil. Fue entonces cuando recordó que había conseguido el primer libro de la serie ―Edén‖ en la biblioteca de la escuela. Al demonio, pensó. Si se sentía presionada, podía escribir un resumen sobre esa historia.

No vio a Jessica en todo el día, pero se encontró con Mike a la salida de la biblioteca.

— Hola — le dijo —. ¿Cómo estás?

— Bien.

— Oye, la propuesta de llevarte al partido de viernes por la noche sigue en pie.

Bella se moría por aceptar, pero pedir a sus padres que le levantaran la sanción en ese momento habría arruinado todos sus planes. Cómo le gustaba Mike. Caramba.

— Es muy amable de tu parte — contestó, con una sonrisa radiante —; si no estuviera castigada, te habría dicho que sí de inmediato.

— Lo entiendo — respondió él —. Tal vez podamos salir juntos cuando se acabe tu castigo.

Abrió la boca para aceptar pero antes de poder articular palabra, la más descabellada de las imágenes se representó en su mente: Jacob, el bombón del autobús. Parpadeó repetidas veces y luego sonrió, incómoda, al ver la expresión perpleja de Mike

— Sí, sería lindo.

— Bueno, avísame cuando tus padres te den permiso para volver a salir. Ah, el domingo voy a ver a mi tío. Le preguntaré lo de Lavander House.

— Oh, no te molestes. — Bella se encogió de hombros. — Mi papá se encargará de ese asunto.

— ¿Seguro?

Asintió con la cabeza y al segundo se preguntó qué demonios estaba haciendo. No podía darse el lujo de desperdiciar ninguna propuesta de colaboración para huir de Lavander House para siempre.

— De acuerdo. Hasta luego. — Mike la saludó y se encaminó hacia el sitio donde estaba el equipo.

Bella se quedó de pie durante un rato, pensando por qué no habría sido más vehemente para pedirle ayuda. Un montón de tonterías daban vueltas en su mente. Jacob, Alice, los pacientes del Hogar, Edward y sus comentarios sarcásticos. Por un momento, se sintió rara. Se mordió el labio. Quería borrar esa sensación. Pero no pudo. Se dio por vencida y se dirigió a su próxima clase.

Capítulo 1: LA CONDENA Capítulo 3: ADAPTANDOME.

 
14637149 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10856 usuarios