Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32270
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 2: Dios! esto es una pesadilla.

Edward dejó a Bella Swan para el final.

Y no porque pareciera una estrella de cine de los años cincuenta, con sus zapatos rosas y su peinado a lo Grace Kelly. Él era demasiado profesional como para basar las decisiones de su trabajo en sus apetencias personales. Además, sabía que las niñas ricas estaban fuera de su alcance.

No, Edward dejó a Bella esperando hasta pasado el mediodía debido a su célebre apellido. Tal vez ella pudiera darle acceso a información importante para el caso y quizá, si empezaba a inquietarse un poco, se le soltara la lengua.

Al pensarlo, sus sentidos sedientos de sexo se agitaron.

Edward observó el apartamento de Garrett Gallagher, intentando sobreponerse. Sus pensamientos, y también sus ojos, habían vagado hasta la voluptuosa mujer que llevaba toda la mañana sentada elegante mente en un sillón de cuero. Edward se obligó a repa sar mentalmente la lista de comprobaciones del procedimiento policial para asegurarse de que to dos los pasos del interrogatorio y del arresto se habían desarrollado conforme al regla mento.

Ese día, el compañero de Edward se había quedado en casa porque estaba enfermo, lo cual era raro en él, y por lo tanto Edward tenía que ser aún más meticuloso que de costumbre. No quería que Garrett se aferrara a alguna irregularidad técnica y diera al traste con su caso.

La del proveedor de telas de Charlie Swan sería la primera de una serie de detenciones que tendrían lugar en el distrito de la moda durante las siguientes semanas, si el caso de Edward avanzaba según lo previsto. Edward llevaba ocho meses reuniendo pruebas acerca de oscuras transacciones relacionadas con el mundo de la moda, y ahora obtendría la satisfacción de restaurar la justicia en su patio de atrás. No solo limpiaría considerable mente el décimo distrito, sino que además sería propuesto para un ascenso a detective de primer grado.

Otro delincuente entre rejas. Otra estrella meta fórica en el pecho de Edward. Su abuelo estaría orgulloso de él.

En el apartamento solo quedaban dos agentes uniformados que recogían y etiquetaban pruebas para la investigación. A Garrett se lo habían llevado hacía casi una hora, y Edward acababa de despachar a la buscona de la bata.

No podía seguir posponiendo el interrogatorio de Bella.

Esta parecía más frágil en persona que en su foto de archivo. Tenía la mano tan aferrada al cinturón de la gabardina que se le marcaba el blanco de los nudillos. Era evidente que los acontecimientos de esa mañana la habían dejado paralizada de asombro.

Y no era de extrañar.

Unas horas antes, Bella estaba «prácticamente», comprometida con un industrial que parecía un anuncio de moda andante. Y, de repente, se encontraba con un novio que no solo la traicionaba, sino que además se enfrentaba a una pena de al menos tres años en prisión.

Pero era absurdo sentir lástima por ella. Edward sabía por experiencia cómo actuaban las mujeres de su mundo. Las muñequitas de las páginas de sociedad de Nueva York se desprendían rápidamente de una relación fallida. Al día siguiente, seguramente ya estaría disfrutando de un opulento almuerzo con sus ricas amiguitas, y eligiendo un nuevo candidato para su compromiso matrimonial.

En un momento de debilidad, Edward se había dejado engatusar por las perlas y los modales exquisitos.

Cerrando a cal y canto su libido para afrontar el siguiente asalto con aquellas medias rosas, se acercó al sillón orejero.

-Disculpe, señorita Swan.

Ella se sobresaltó al oír su voz. Se llevó una mano al pecho, como si quisiera aquietar su corazón. O quizá para ceñirse más aún la condenada gabardina al cuello. ¿Pero qué demonios llevaba debajo de la gabardina?

Como si quisiera contestar a su pregunta, la gabardina se le abrió ligeramente a la altura de los muslos, dejando ver dos centímetros más de medias y ni rastro de falda.

Por un instante, a Edward le pareció entrever el remate de la media. Su cuerpo se tensó inoportunamente, a pesar de que Bella se apresuró a cerrar los pliegues de la gabardina sobre su regazo. Maldición. ¿Pero cómo era de corta aquella falda?

-¿Sí? -ella alzó la mirada con una expresión de cautelosa esperanza pintada en sus ojos marrones-. ¿Puedo irme ya?

-Me temo que no. Necesito hacerle unas cuantas preguntas acerca de su relación con Garrett Gallagher.

Cualquier información que pudiera darle acerca de los negocios de Gallagher o de los contactos de su padre en el hampa, le vendría bien, pensó Edward, sentándose en el sofá frente a ella.

-¿Está metido en un problema serio? -preguntó ella, frunciendo el ceño.

-Sí. Se enfrenta a cargos con penas de entre tres y diez años. Yo diría que tiene un problema serio, en efecto.

¿Le importaba de verdad, después de descubrir a su novio en una situación tan comprometedora? Aquello intrigaba a Edward. Bella poseía cierto aire de inocencia, a pesar de la diminuta minifalda que debía de llevar debajo de la gabardina. Parecía demasiado refinada para relacionarse con un delincuente como Garrett. Pese a la reputación de gángster de su padre, estaba claro que había intentado proteger a su única hija.

Ella se frotó los brazos, como si tuviera frío.

-¿Qué es lo que ha hecho exactamente?

-Unas cuantas cosas. Ha estado ayudando a introducir drogas en Estados Unidos, utilizando su negocio textil como tapadera.

Intentó darle una explicación sencilla, pues no quería disuadirla de que cooperara. ¿Y si todavía le gustaba aquel tipo?

Bella pareció sorprendida. Y asustada.

-No tenía ni idea -se mordió el labio inferior con sus dientes derechos y blanquísimos-. Parecía tan... culto. No parece un vulgar delincuente.

Edward se preguntó si conocería el alcance de los negocios de su padre. El viejo Swan tampoco parecía un vulgar delincuente y, sin embargo, se codeaba con la organización mafiosa más antigua y peligrosa de la ciudad.

-¿Es usted escaparatista, señorita Swan?

-Decoro escaparates para mi padre, pero también acabo de fundar mi propio negocio de modas -dijo ella y luego sonrió-. ¿Cómo sabe a qué me dedico?

-Su nombre aparece en el expediente de Garrett. Pero solo he revisado sus datos generales. Su residencia en un barrio elegante, su perfecta educación, su relación con Garrett...

La cual, por los informes que le habían facilitado, parecía bastante superficial. Y, ahora que conocía a Bella, Edward no se explicaba por qué Garrett no se había casado con ella aún. En su opinión, aquel tipo había cometido un error colosal.

-Cuando nos encontramos esta mañana, ya pensaba usted detener a Garrett, ¿verdad?

Edward pensó que lo mejor sería no revelarle la naturaleza exacta de lo que había pensado esa mañana al encontrarse con ella.

-Siento no haber podido evitarle todo esto, pero...

-Llámeme Bella, por favor...

Le sonrió de una forma que era al mismo tiempo cálida y distante. Al parecer, no podía despojarse de sus maneras de internado de señoritas ni siquiera en medio de un interrogatorio policial, por más que aquello le trastocara el día... o la vida entera.

Edward habría preferido que entre ellos se mantuviera en pie el mayor número de barreras sociales posible. Sobre todo, porque su mente se empeñaba en descarriarse, volviendo una y otra vez a aquel retazo de medía que había visto de refilón. Pero no iba a mostrarse grosero.

-Bella -le gustó pronunciar su nombre-, ¿podría decirme por qué ha venido a visitar a Garrett Gallagher esta mañana?

Ella se quedó blanca. Se removió, inquieta, en el asiento: Hubiera dado igual que gritara por un me gáfono que iba a contarle una patraña.

-Era una simple... visita social.

Edward no habría acusado a la hija de Charlie Swan de nada, salvo de tener poco criterio para elegir a sus novios, pero en ese momento empezó a sospechar que podría haber algo de qué hacerlo. Bella parecía tan culpable como un pecador en domingo.

-Al parecer, ¿iba a darle una sorpresa...?

Ella se ajustó la gabardina sobre el regazo por enésima vez.

-¿Qué le hace pensar eso?

-Bueno, si el señor Gallagher hubiera sabido que iba usted a venir, ¿cree que habría mandado abrir la puerta a su amiguita?

Las mejillas de Bella se pusieron tan rosas como sus medias.

-Entonces, creo que hice bien no diciéndole que iba a venir, ¿verdad? De lo contrario, nunca me habría enterado.

Edward sabía perfectamente cómo se sentía. Había aprendido rápidamente que las chicas aficionadas a los policías con las que empezó a salir a su llegada a Nueva York, no eran muy exigentes a la hora de elegir compañero de cama. De modo que Edward procuraba ser más selectivo, lo cual le había deparado largos periodos de abstinencia. De hecho, el que atravesaba en aquellos momentos, le hacía la boca agua cuando pensaba en las hermosas pantorrillas de Bella Swan bajo aquellas finísimas me dias, dando al mismo tiempo al traste con su concentración.

Intentó no sentir simpatía por ella y procuró concentrarse en su trabajo.

-Así que ¿solo era una visita de cortesía? Ella asintió, un poco más tranquila.

Continuó interrogándola y observando cómo reaccionaba a cada una de sus preguntas. Descubriría sus secretos tarde o temprano, aunque tuviera que retenerla allí, con su falda diminuta, una hora más.

Que el Cielo lo ayudara.

Sacó una pluma y un papel por hacer algo, solo por distraerse.

-¿Y cómo describiría su relación en líneas generales? ¿Es sobretodo íntima, o hablan de negocios cuando están juntos?

.

.

Oyó la pregunta del detective, pero no quiso contestarla. Observó, hipnotizada, su pluma, que él movía arriba y abajo sobre su pulgar, y trató de encontrar un modo de soslayar la pregunta. No quería que otro poli más metiera las narices en los negocios de su familia. Su padre podía parecer un protegido de la mafia, pero en realidad se limitaba a hacerles trajes a los mafiosos. Las relaciones de su padre la preocupaban desde hacía años, pero toda vía no había conseguido convencerlo de que abandonara a sus poco recomendables clientes.

-Garrett y yo rara vez hablábamos de negocios -contestó, cambiando de postura en el sillón de cuero gris.

Tenía las piernas rígidas por la tensión que le producía su incómoda postura, pero se negaba a desvelar ni un milímetro más de sus medias. ¿Eran imaginaciones suyas o los ojos de Edward Cullen se habían agrandado de asombro al ver sus muslos un instante antes? ¿Estaría admirando sus medias o pensando en acusarla de exhibicionismo?

-Y, cuando hablaban de negocios, ¿qué clase de cosas surgían en la conversación?

-Garrett no pertenece a la parte creativa del negocio al que me dedico, así que en realidad no teníamos mucho de qué hablar. A veces me pedía que averiguara con antelación qué clase de telas pensaba utilizar mi padre para su siguiente colección para que él fuera el primero en ofrecérselas a buen precio.

La pluma dejó de moverse.

-¿Y usted lo hacía?

Al ver su expresión, Bella empezó a preguntarse si no debería haber llamado a un abogado. Pero, a fin de cuentas, ¿qué tenía ella que esconder? Aparte de lo obvio, claro.

-Si así fuera, ¿sería delito?

-No, Bella.

¿Por qué le había pedido que la llamara así? Cada vez que pronunciaba su nombre, este parecía deslizarse sobre su piel como una lenta caricia. Como si respondieran a su pregunta, los nudos de su corsé empezaron a aflojarse, amenazando con dejarla tan suelta como la ramera con la que Garrett había dormido. Metió tripa, intentando que la prenda no soportara ninguna presión extra.

De todos modos, aquella prenda no estaba hecha para llevarse más que cinco minutos. Estaba ideada para volver loco a un hombre en treinta segundos. No era de extrañar que se le estuviera cayendo.

-Bueno, yo nunca he sido capaz de adivinar la dirección que va a tomar la creatividad de mi padre, así que nunca le he dado a Garrett información sobre el funcionamiento interno de su negocio. Garrett se enteraba de lo que quería Charlie Swan al mismo tiempo que los demás.

Su padre había adoptado las costumbres de un artista de éxito: los almuerzos en restaurantes de moda, los desfiles en París y Milán, el inacabable trajín de diseñadores en ciernes, artistas y modelos que poblaban su estudio a todas horas...Y no parecía importarle que su artístico tren de vida no le hubiera dejado tiempo para nada más, ni siquiera para su única hija.

Edward Cullen se aclaró la voz y dejó a un lado su hiperactiva pluma.

-¿Desde cuándo conoce a Garrett?

Algo en su gesto, en su forma de inclinarse ligera mente hacia delante, hizo que la pregunta sonara personal.

El forro de seda de la gabardina le rozaba los pezones cada vez que tomaba aire. Y más le rozaría si el corsé se le desataba y acababa a sus pies.

-Desde hace casi un año.

Y, en todo ese tiempo, nunca le había dado más que un beso de buenas noches cada vez que se despedían. Evidentemente, tenía una amiguita más placentera para satisfacer sus otras necesidades.

El muy cerdo.

-¿Alguna vez le ofreció sustancias ilegales?

-¿Cómo dice? -preguntó ella, indignada.

-Ya sabe: anfetaminas, crack, éxtasis, drogas de diseño...

-¡Por supuesto que no!

Pero ¿cómo se atrevía Edward Cullen a sugerir se mejante cosa? Ella tal vez no llevara nada más que seda y satén bajo la gabardina, pero desde luego no era esa clase de chica.

Intentar coaccionar a su novio para que tuvieran una relación más íntima era la mayor transgresión a la que se había atrevido hasta hoy.

-Tenía que preguntárselo, Bella -al menos, el detective tuvo la decencia de lanzarle una leve sonrisa de disculpa-. Por si le sirve de algo, le diré que, de todas formas, no encaja usted con mi idea de una consumidora habitual de drogas.

Antes de que Bella pudiera contestar, una policía uniformada se acercó a ellos.

-Disculpe, detective -la joven le mostró a Edward Cullen una bolsa de plástico-. Nosotros ya hemos terminado aquí. He comprobado varias veces las etiquetas y el procedimiento de la recogida de pruebas. Hemos encontrado unas cuantas facturas de tejidos y una lista que podría pertenecer a posibles compradores de drogas. Todo se ha hecho siguiendo el procedimiento reglamentario.

Bella observaba a la alta mujer, cuyo nombre, según su placa, era T. Denaly, mientras hablaba con el detective Cullen. La señorita Denaly no tenía pinta de ir a acabar medio desnuda en un interrogatorio policial. Y Bella estaba convencida de que T. Denaly le habría dado a Garrett una patada en el trasero si se hubiera atrevido a tratarla como la había tratado a ella.

Bella poseía esa confianza en sí misma cuando se trataba de cuestiones de trabajo, pero, a nivel personal, no daba pie con bola. Había dejado que su padre se aprovechara de ella la mitad de su vida y al parecer, había permitido que Garrett hiciera lo mismo.

-Gracias, Denaly -dijo Edward Cullen cuando la mujer salió, acompañada por el último agente uniformado.

Bella se quedó a solas con el detective.

El silencio que reinaba en el apartamento de Garrett pareció acentuarse cuando la puerta se cerró tras los policías. Bella empezó a oír el tictac del reloj de pared y el zumbido de la lámpara de la cocina. Y también empezó a sentir los ojos verdes de Edward Cullen clavados en ella.

¿Cómo podía desear tanto a un hombre al que acababa de conocer? Y, además, a un hombre que acababa de arrestar a su novio, que había presenciado la mayor humillación que había sufrido en su vida y que la retenía para interrogarla mientras una humillación aún mayor se cernía sobre ella en la forma de un díscolo corsé.

Qué desastre.

-Creo que eso es todo, Bella -el detective Cullen se metió el cuadernillo de notas en el bolsillo de la chaqueta de cuero, pero no se movió de donde estaba-. ¿Le importaría hacerme un favor?

Por un momento, Bella se perdió en las profundidades de sus ojos verdes, cuyo color iba a juego con el verde fluorescente de algunas de las es trellitas de su corbata.

De pronto, Bella se sorprendió diciendo:

-Lo haré, si puedo.

La sonrisa traviesa del detective le produjo un escalofrío mucho más potente que el roce del forro de seda de la gabardina.

-Llámeme si se le ocurre algo más sobre su novio que pueda servirme de ayuda.

Ella aceptó su tarjeta y la leyó distraídamente.

-Ya no es mi novio, detective -le aclaró.

Bella sintió que una oleada de rubor le subía del cuello a las mejillas. ¿Por qué de repente le habían entrado ganas de decirle aquello?

-No se lo reprocho, después de lo que ha pasado hoy -dijo él, poniéndose lentamente en pie-. Y, por favor, llámame Edward.

Bella se levantó, dispuesta a huir a toda prisa del apartamento y de aquellos intensos ojos verdes. Se acordó demasiado tarde del corsé. Este se deslizó dos centímetros al sur, y las copas del sujetador se enrollaron como persianas bajo la curva de cada seno. Bella habría dado cualquier cosa por poder desatárselo y volvérselo a atar antes de salir por la puerta, pero no podía hacerlo mientras el detective permaneciera en el apartamento, junto a ella.

Cruzó los brazos sobre el pecho.

-Gracias, Edward.

Sus palabras sonaron ásperas, jadeantes y coquetas cuando, en realidad, lo que le pasaba era que tenía tanto miedo a que se le cayera el corsé que estaba a punto de hiperventilar.

Se acercó a la puerta, rezando por poder escapar sin contratiempos. Hasta los zapatos empezaban a desatársele, pero se negaba a agacharse para atárselos.

-Bueno, entonces, si eso es todo... -balbuceó, aguardando solo la confirmación oficial de Edward para regresar a su casa después de aquel día horrible.

Él se pasó una mano por la mandíbula cuadrada y frunció el ceño.

-Bueno, ¿le importaría pasarse por la comisaría mañana para contestar a unas cuantas preguntas más? Digamos, ¿sobre las once?

-¿Más preguntas?

No estaba en posición de discutir, pero ¿qué más podía decirle sobre Garrett? Al parecer, no lo conocía en absoluto.

Además, tendría que afrontar otra vez el atractivo de aquella mandíbula cincelada y de aquella sonrisa tentadora.

-Siempre se me ocurren unas cuantas cosas más cuando dejo reposar el caso durante un día en mi cabeza -se encogió de hombros, como si quisiera disculparse-. Puedo mandarle un coche al estudio de su padre, si quiere.

-No es necesario.

Menuda imagen: un coche patrulla aparcado frente a la puerta del estudio de Charlie Swan. ¿Y si algún pez gordo del hampa había quedado con su padre para ir a probarse un traje, o algo así? Menudo lío. Además, Bella no sabría cómo explicarle a su padre que fuera a buscarla un coche patrulla.

-Estaré allí a las once.

Una vez vestida adecuadamente, conversar con Edward no sería tan... provocativo.

O eso esperaba.

-Estupendo -él se acercó a la puerta y la abrió-. Hasta mañana, entonces.

Por fin, la libertad. La huida parecía tan cercana... Sin embargo, Edward la detuvo antes de que pudiera salir al pasillo.

-Te torcerás el tobillo si no te atas ese zapato -dejó que la puerta se cerrara suavemente mientras miraba fijamente el pie de Bella.

Las, cintas rosas que sujetaban el zapato a su pie se había desatado por completo. Igual que a las del corsé, Bella no se había molestado en hacerles dobles lazos. Ahora, si se agachaba para atarse el zapato, el corsé sería historia. Pero, si no se ataba el zapato rosa, lo perdería antes de alcanzar el ascensor. Un zapato desatado parecía poca cosa comparado con el descubrimiento de que su novio la había estado engañando y con el hecho de que su escaso criterio acerca de los hombres la había conducido a mantener una relación con un criminal.

Pero, pese a todo, aquello amenazaba con ser más de lo que podía soportar. Se mordió una de sus uñas rosa flor de pasión y trató de decidir qué iba a hacer.

Se dio cuenta de que la situación empezaba a ponerse embarazosa cuando Edward alzó las dos cejas al mismo tiempo e indicó con el pulgar hacia sus pies.

-¿Quieres que te lo ate yo?

Bella sintió una oleada de gratitud y, asintiendo con la cabeza, pensó que debía comprar una mesa entera llena de entradas para el Baile de la Policía de ese año.

-¿No te importa?

Él se quedó parado un momento. Quizá le había sorprendido que hubiera aceptado su ofrecimiento. Bella quería explicarle su extraño comportamiento. Quizá, diciéndole que sufría de terribles dolores de espalda que disminuían su movilidad. O que se había fracturado el dedo índice la semana anterior y le resultaba difícil hacerse los lazos.

Pero nunca se le había dado bien mentir.

Por fin, él la sujeto por los brazos. Bella deseó retroceder, pero, de haberlo hecho, se le habría salido el zapato. O el corsé.

-¿Por qué no te sientas un minuto? -le preguntó él, llevándola otra vez hacia el brazo del sillón.

Ella asintió como una niña buena a la que iban a atarle el zapato antes de que saliera corriendo a tomar el autobús de la escuela. Solo que el roce de las manos de Edward no la hacían sentirse como una niña buena.

Él se arrodilló a sus pies, sujetando el zapato de Bella sobre su muslo mientras lo colocaba delicadamente alineado sobre la suela. Por un instante, su pulgar y su dedo corazón se cerraron como un anillo sobre su tobillo, sujetando su pierna y poniendo sus sentidos en estado de alerta. Luego, las grandes manos de Edward se deslizaron sobre el se doso tejido de sus medias, rozándolo tan levemente que Bella sintió que un cosquilleo placentero le subía por la pantorrilla, por el muslo, y más arriba...

Bella cerró los ojos al experimentar aquella sensación inesperada. Qué impresión se llevaría él si seguía aquel camino con sus manos.

En ese instante, las manos de Edward se volvieron de nuevo bruscas y profesionales y le ataron el zapato tirando con firmeza de ambos cabos del nudo.

Ella abrió los ojos y vio que la estaba mirando fijamente y que sus ojos despedían más calor que sus manos. Bella dejó escapar un leve sonido: un tenue siseo, como el de una tetera que soltara el exceso de vapor. Él se incorporó prácticamente de un brinco.

-¿Se encuentra bien? -su voz baja y áspera raspó los nervios de Bella.

Esta asintió, recordando que tenía prisa.

-Sí. Yo... eh... lo siento.

-Ha tenido un mal día -le tendió la mano como si quisiera estrechársela.

Bella la aceptó, lamentando tener durante unos segundos solo una mano para sujetarse la gabardina.

-Gracias, Edward.

Sus manos quedaron unidas un instante, aunque Edward retiró la suya casi tan rápido como lo hizo Bella. Teniendo en cuenta la reputación de mafioso de su padre, Bella estaba acostumbrada a que los hombres huyeran de ella. Sin embargo, no pudo evitar pensar que el recelo de Edward no tenía nada qué ver con el miedo a convertirse en un objetivo de la mafia.

-Nos veremos mañana -le recordó él.

Si a Bella no la hubiera traicionado su novio tan descaradamente esa misma mañana, habría estado ansiosa por volver a ver a Edward. Desde luego, se sentía atraída por él. Quizá demasiado. Tal vez ese fuera el problema.

Su capacidad para juzgar a los hombres era un auténtico fracaso, a juzgar por el chasco que acababa de llevarse. Y no estaba dispuesta a colarse por un policía que parecía saber dónde estaba el interruptor que la encendía, por muy guapo que fuera.

-Adiós -dijo Bella por encima del hombro, saliendo del apartamento. Trotó hacia el ascensor tan rápido como le permitieron los tacones rosas. En menos de sesenta segundos, salió del portal y tomó un taxi hacia el centro, sintiéndose a salvo de los sagaces ojos y la tentadora sonrisa de Edward.

Solo entonces se permitió relajarse. El taxista estaba demasiado ocupado despotricando contra el tráfico y contra los participantes en la tertulia de un programa de radio como para notar sus furtivos esfuerzos de atarse el corsé, tapándose el pecho con las solapas de la gabardina.

Apenas podía creer que hubiera escapado del apartamento de Garrett sin que nadie notara que no llevaba casi nada bajo la gabardina. Lentamente, una sensación de alivio empezó a apoderarse de ella, relajándole los músculos agarrotados de un cuerpo que llevaba demasiadas horas en estado de rigidez.

Había conseguido escapar con su dignidad y su arma secreta intactas. Se llevó la mano al bolsillo de la gabardina para asegurarse de que la cinta de vídeo seguía allí. Pero no encontró nada.

«Oh, Dios mío». Horrorizada, se tocó el otro bolsillo. Nada.

A medida que el pánico se apoderaba de ella, dejó de oír los juramentos del taxista. Los semáforos y los transeúntes de mediodía se emborronaron más allá de las ventanillas. Bella concentró toda su atención en buscar la cinta entre los asientos del taxi, con la esperanza de que se le hubiera caído del bolsillo al entrar en el coche. Pero no hubo suerte. Había perdido su arma secreta.


jajajaja. parece que Bella pudo mantener su gabardina en su sitio...jejejeje. aunque su arma secreta ha desaparecido... no haré más comentarios porque es evidente quien tiene su arma secreta... solo esperen a ver su cara... jajajaja ;). un besote guapas y nos leemos mañana.

Capítulo 1: Ojos Verdes. Capítulo 3: Creo que deberíamos averiguarlo.

 
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