Divina Tentación +18

Autor: Annalice
Género: Romance
Fecha Creación: 23/12/2011
Fecha Actualización: 23/12/2011
Finalizado: NO
Votos: 1
Comentarios: 2
Visitas: 5016
Capítulos: 4

La llegada inesperada de los hermanos Hale, Jasper, Rosalie y Isabella, supone un revuelo en la pequeña población de Forks. Son extremadamente bellos, inteligentes y misteriosos. ¿De dónde vienen? ¿Dónde están sus padres y por qué sobresalen sea la que sea la actividad que emprenden?

Los tres son en realidad ángeles del Señor con la misión de ser los ángeles guardianes de la familia Cullen. Tienen instrucciones claras: no deben establecer vínculos demasiado fuertes con ningún humano y deben esforzarse por ocultar sus cualidades sobrehumanas. Pero Bella, la más inexperta, rompe una de las reglas sagradas: se enamora del menor de la familia a los que debe proteger, Edward Cullen.

Desafiar al Cielo no resulta buena idea cuando te enamoras de tu protegido.


Denme una oportunidad, en otras páginas ha tenido un éxito aplastanteSmile

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Capítulo 2: Café

2

Café

Cuando me desperté por la mañana, el sol entraba a raudales por las ventanas y se derramaba sobre el suelo de mi habitación. Las motas de polvo bailaban frenéticamente en las franjas de luz. Me llagaba el olor a salitre. Quien se hubiera encargado de decorarla lo había hecho con una idea bastante definida de su futura ocupante. Había cierto encanto adolescente en los muebles, en la cama de hierro con dosel y manto morado y en el papel de la pared, con su estampado color azul cielo. El tocador, también blanco, tenía líneas moradas. Había una mecedora de mimbre en un rincón y, junto a la cama, pegado a la pared, un delicado escritorio de patas torneadas con un portátil que apenas se usar correctamente.

Me estiré y sentí el tacto de las sábanas arrugadas contra mi piel; su textura era todavía una novedad para mí. En el lugar de donde veníamos no había objetos ni texturas. No necesitábamos nada físico para vivir y, por lo tanto, no había nada. El Cielo no era fácil de describir. Algunos humanos podían tener a veces un atisbo, surgido de los rincones más recónditos de su inconsciente, pero era muy difícil definirlo. Había que imaginarse una extensión blanca, una ciudad invisible sin nada material que pudiera captarse con los ojos, pero que aun así constituyera la visión más hermosa que se pudiera concebir. Un cielo como de oro líquido y cuarzo rosa, con una sensación permanente de ingravidez y ligereza: aparentemente vacío, pero más majestuoso que el palacio más espléndido de la tierra. No se me ocurría nada mejor para intentar describir algo tan inefable como mi anterior hogar. El lenguaje humano, la verdad, no me tenía muy impresionada; me parecía absurdamente limitado. Había demasiadas cosas que no podían decirse con palabras. Y ése era uno de los aspectos más tristes de la vida de la gente: que sus ideas y sentimientos más importantes no llegaban a expresarse ni a entenderse casi

Una de las palabras más frustrantes del lenguaje humano, al menos por lo que yo sabía y sentía, era amor. Tantos significados distintos vinculados a esa palabra diminuta.

Permanecí en la cama preguntándome por la intensidad de aquella emoción tan irracional y tan indiscutiblemente humana. ¿Y si el rostro de una persona se volvía tan sagrado para ti que quedaba grabado de modo indeleble en tu memoria? ¿Y si su olor y su tacto te llegaban a resultar más preciosos que tu propia vida? Desde luego, yo no sabía nada del amor humano. Pero, no sabía porque, cada vez que pensaba en una de estas cosas o cerraba los ojos se me aparecía el rostro de aquel chico de la playa, mi protegido Edward Cullen. Cuando había hablado con él, me había sentido… feliz y completa. Como si ese humano rellenara lo que durante mis diecisiete años de vida me hubiera faltado. La manera que tenía de sonreír me hipnotizaba y sus ojos esmeraldas eran algo nunca visto.

Los ruidos de mis hermanos trajinando abajo, en la cocina, interrumpieron mi ensueño y me arrancaron de la cama.

Me envolví en un suéter de cachemir azul eléctrico para abrigarme y bajé descalza las escaleras. En la cocina me recibió un aroma tentador a tostadas y café. Me complacía descubrir que me estaba adaptando a la vida humana: sólo unas semanas atrás esos olores me habrían dado dolor de cabeza e incluso náuseas. Pero ahora había empezado a disfrutar la experiencia. Flexioné los dedos de los pies, recreándome en el suave tacto del suelo de madera.

-Buenas tardes, Isabella- dijo mi hermano en plan de guasa, tendiéndome una taza de café humeante. La sostuve una fracción de segundo más de la cuenta antes de dejarla y me quemé los dedos. Jasper notó como me estremecía y frunció el ceño. Eso me recordó que, a diferencia de mis dos hermanos, yo no era inmune al dolor

Mi forma física era tan endeble como cualquier otro cuerpo humano, aunque yo era capaz de curarme las heridas menores, como cortes y fracturas. Sabía que Jasper me consideraba vulnerable y que pensaba que la misión de proteger a los Cullen podía resultar demasiado peligrosa para mí. Me habían elegido porque yo estaba más en sintonía con la condición humana que los demás ángeles: yo me preocupaba por los humanos, me identificaba con ellos y procuraba comprenderlos. Tenía fe en ellos, lloraba por ellos. Tal vez se debía a que era joven o a una cualidad que el Señor me había otorgado. En cambio, Jasper y Rosalie llevaban siglos en activo.

Di un sorbo cauteloso al café y le sonreí a mi hermano. Él pareció relajarse, tomó una caja de cereales y examinó la etiqueta

-¿Qué prefieres: tostadas o esta cosa llamado Kryspies?

-Tostadas- contesté, arrugando la nariz ante los cereales.

Rosalie, también sentada a la mesa, parecía muy concentrada untando una tostada con mantequilla. Mi hermana estaba intentando tomarle gusto a la comida. La observé mientras cortaba su tostada en cuadraditos, los esparcía por el plato y volvía a juntarlos como si formasen un puzzle. Fui a sentarme a su lado y aspiré la embriagadora fragancia a fresas que parecía acompañarla siempre.

Era raro visitar la Tierra con Rosalie y Jasper. Los dos llamaban mucho la atención allí donde iban, al contrario que yo. Jasper por su aspecto físico parecía una estatua griega que hubiera cobrado vida. Tenía un cuerpo perfectamente proporcionado, y daba la impresión de que cada uno de sus músculos hubiera sido esculpido en un mármol purísimo. Su pelo, ondulado y rubio, no le llegaba a los hombros ya que no lo tenía ni largo ni corto. Tenía una nariz completamente recta. Hoy llevaba unos tejanos azules desteñidos, rajados en las rodillas, y una camisa de lino arrugada, prendas que le conferían un desaliñado atractivo. Jasper era un arcángel y miembro de los Sagrados Siete.

Rosalie por su parte, era una de las más sabias y antiguas de nuestra estirpe, aunque no aparentase más de veinte años. Era un serafín, la orden angélica más cercana al Señor. En su envultura física, Rosalie se parecía a una madonna del Renacimiento con aquel cuello de cisne y aquella cara ovalada y pálida, con sus cabellos rubios cayéndole en cascada. Igual que Jasper, tenía los ojos azules y penetrantes. Esa mañana llevaba un vestido blanco y vaporoso y unas sandalias doradas. que la hacían verse deslumbrante

En cuanto a mí, yo no tenía nada de especial; era sólo un ángel vulgar y corriente, uno del montón, situado en el escalón más bajo de la jerarquía. A mi no me importaba. Eso implicaba que podía relacionarme con los espíritus humanos que ingresaban en el Reino. Físicamente tenía, como toda mi familia, un aspecto etéreo y bien hermosa. Mis ojos, a diferencia de mis hermanos, eran de un chocolate intenso, y por la melena marrón caoba que me caía en suaves ondas por la espalda. Me habían creado más bien menuda y con rasgos delicados, no demasiado alta, con la cara en forma de corazón, orejas de duendecillo y una piel pálida como la leche.

Rosalie se levantó y se acercó al fregadero con su plato. Más que caminar, parecía bailar cuando se movía. Tanto ella como Jasper poseían una gracia natural que yo también poseía solo que menos exagerada y hasta a veces ni se notaba. Más de una vez me habían acusado de ser una torpe.

Saltaba a la vista que éramos diferentes, y no como pueda serlo un estudiante de Bella Artes que lleve el pelo teñido y medias estrafalarias. No, nosotros éramos diferentes de verdad: como de otro mundo. Cosa nada sorprendente teniendo en cuenta quienes éramos… o menor, qué éramos. De entrada, los humanos tenían defectos y nosotros no. Si nos veías entre una multitud, lo primero que te llamaba la atención era nuestra piel, tan traslúcida que habríamos llegado a creer que contenía partículas de luz.

A medida que nos introducíamos en la vida del pueblo, la gente no dejaba de preguntarse qué hacíamos en un rincón tan apartado como Forks. Unas veces nos tomaban por turistas que habían decidido prolongae su estancia; otras, nos confundían con personajes famosos y nos preguntaban sobre programas de televisión de los cuales ni siquiera habíamos oído hablar. Nadie adivinaba que estábamos trabajando

Forks tenía una población de unos mil doscientos habitantes. La gente, en cualquier época del año, era muy abierta y simpática.

-¿Tu estas de acuerdo, Isabella?- El sonoro timbre de voz de Jasper me devolvió a la realidad. Trate de retomar el hilo de la conversación, pero me había quedado en blanco

-Perdona- dije con la cabeza gacha- Estaba a miles de kilómetros. ¿Qué decías?

-Sólo estaba fijando algunas normas básicas. Todo va a ser distinto a partir de ahora

Se le veía otra vez ceñudo y algo irritado por mi falta de atención. Esa misma mañana los tres empezábamos en el instituto Forks Thomas Jefferson: yo como alumna, Jasper como nuevo profesor de historia y Rosalie como la nueva enfermera.

-Lo importante es que no perdamos de vista para qué estamos aquí- dijo Rosalie- Nuestra misión está bien clara: proteger a la familia Cullen. Ser sus ángeles guardianes de cerca no es nada fácil. No a todos los ángeles se les permite cuidar y velar a sus protegidos de cerca, y esta es una oportunidad. Por suerte, al instituto van los tres hijos, aunque el mayor, mi protegido, es el profesor de Educación Física. En cuanto a la hija y al hijo menor-

-Edward- dije sin darme cuenta. Rosalie me miró extrañada- mi protegido se llama Edward

-De acuerdo. Quería decir que tenemos que hacer lazos con ellos, tú Isabella ya comenzaste ayer pero debes proseguir. Tienes que hacerte su amiga y, si tiene algún problema, preocupación o cualquier cosa recuerda que debes ayudarlo. En cuanto a ti Jasper, tu protegida te será más difícil acercarte a ella pues es una alumna.

-Ya me las apañaré. La tengo en mi clase- dijo pensativo, como si estuviera pensando alguna nueva estrategia

-Si lo deseáis puedo también acercarme a ella. Ser amiga de la hermana de mi protegido me puede ayudar a acercarme más a él- dije intentando que no rechazaran mi propuesta, y ni tan siquiera yo podía imaginarme que sentido tenía eso en la vida humana

-Es buena idea pero céntrate principalmente en tu protegido- me ordenó Jasper mirándome seriamente

-Esto será divertido-dije, quizá con más entusiasmo de la cuenta

-No se trata de divertirse- me soltó Jasper- ¿Es qué no has oído lo que acabamos de decir?

-Lo que pretendemos básicamente es ser algo así como las conciencias de esos chicos. Ser sus amigos y llevarlos por el buen camino. Como dicen los humanos algo vulgarmente, sus ángeles de la guarda- dijo Rosalie en tono conciliador- No te preocupes por ella, Jasper. Lo hará muy bien. Ya sabes que la eligieron por su cercanía y comprensión con los humanos

Rosalie marchó de la sala para preparar el uniforme con que debía vestirse ahora Jasper, y yo como ya estaba vestida porque los alumnos podían llevar las prendas que quisiesen, me dediqué a seguir con mi tostada. Jasper, como miembro del personal docente, tenía que ir con camisa y corbata reglamentarias, y la verdad es que la idea no le hacía mucha gracia. Normalmente llevaba tejanos y suéteres holgados. Cualquier prenda demasiado ajustada nos resultaba agobiante. En general, la ropa nos producía la extraña sensación de estar atrapados, así que compadecí a Jasper cuando lo vi bajar retorciéndose de pura incomodidad bajo aquella impecable camisa blanca que aprisionaba su torso y dando tirones a la corbata hasta que logró aflojar el nudo. Rosalie bajó con las misma ropas que antes solo que a su vestimenta le había añadido la bata de enfermera.

-¿Estás segura de que hay una indumentaria establecida para los profesores?- preguntó Jasper

-Me temo que sí- contesto Rosalie- pero aun suponiendo que me equivoqué, ¿de veras quieres correr el riesgo el primer día?

-¿Qué tenia de malo lo que llevaba puesto?- gruñó él, enrollándose las mangas para tener los brazos libres- Al menos era más cómodo y, ¿por qué Isabella no tiene que hacer lo mismo?

Rosalie chasqueó la lengua

-Porque no es lo adecuado para impartir clase, por eso. Y en cuanto a Isabella, ella es una alumna y el colegio establece que pueden vestirse a sus anchas. Se acabó la discusión

-Ya está entonces- dijo Jasper aún fastidiado- De arcángel celestial a profesor de historia

Capítulo 1: Descenso Capítulo 3: No estables lazos fuertes

 


 


 
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