La Amante (+18)

Autor: lien
Género: Romance
Fecha Creación: 09/12/2011
Fecha Actualización: 21/02/2012
Finalizado: NO
Votos: 5
Comentarios: 6
Visitas: 17566
Capítulos: 11

Cuando Bella Swan descubre que su querida tía es víctima de un chantaje, traza un plan temerario: hacerse pasar por la amante del Conde de Cullen, un famoso noble supuestamente muerto. Pero Edward Masen, el célebre Conde, no solamente está vivo, sino que además es un caballero terriblemente seductor. Un tipo que, en su afán por conquistar el mayor número de mujeres, puede llegar a comportarse de forma imprudente y sin respetar las mínimas reglas del decoro. Precisamente, una circunstancia fortuita hará que la recién transformada Bella Swan y el sensual Conde se encuentren frente a frente en una elegante fiesta. La intrépida simuladora tendrá que enfrentarse a la inesperada amenaza de su corazón... porque el Conde, fiel a sus principios, intentará poseerla en cuerpo y alma.

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Capítulo 2:

 

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Capítulo 2 El conde de Cullen no estaba muerto como creía Bella Swan, que casi se desmaya por primera vez en su vida, cuando el conde entró al iluminado salón de baile. Todo lo que la rodeaba comenzó a girar lentamente mientras luchaba por reponerse de aquella emoción. Lo último que había esperado descubrir en su vida era que Cullen estaba vivo. La impresión fue cediendo poco a poco, mientras una embriagante sensación de alegría inundaba su ser. Aunque jamás lo había visto, había pasado dos semanas ardientes aprendiendo todo lo que le fue posible sobre el conde, antes de introducirse en la sociedad disfrazada de su amante. Lo más inquietante que había descubierto durante el curso de su estudio fue que aquel era el hombre de sus sueños: un hombre que ella podría haber amado como jamás hubiera amado a otro: era su hombre ideal. Había esperado que él permaneciera para siempre como la figura de sus más íntimas fantasías. Pero allí estaba él, un ser real y lleno de vida. Y cuando él supiera quién era ella y lo que había hecho, con seguridad la despreciaría. -Dios mío, no lo puedo creer -murmuró lord Ellis-. Cullen está aquí. Bella observó en silencio al hombre de poderosa musculatura que descendía por la escalera alfombrada de azul luciendo una natural arrogancia. Una parte de ella se sintió anonadada al darse cuenta de que era sencillamente tal como ella lo había imaginado, de cabellos oscuros, un orgullo distante, un hombre que vivía según sus propias reglas. No podía creer lo que sus ojos veían. Tampoco podían creerlo los demás. La escena en el salón de baile permaneció en total quietud durante un segundo. La multitud allí reunida interrumpió su conversación. A Bella le parecía como si aquellas damas engalanadas con brillantes vestidos y aquellos hombres tan elegantes se hubieran visto atrapados dentro de una gota de ámbar líquido que por un momento se hubiera endurecido, aprisionándolos a todos. Aun las llamas de las enormes velas que pendían de la imponente araña de cristal parecieron quedar rígidas por un instante. Un segundo después, el ámbar se tornó líquido otra vez y liberó a sus cautivos. Tras este estado de inmovilidad, las relucientes criaturas comenzaron a revolotear como insectos brillantes, y una incontenible emoción iluminó sus ojos expectantes. Bella sabía qué provocaba tanta expectativa en aquellos que la rodeaban. Esperaban una escena, un escándalo del que se hablaría durante días. Sabía además que la sorpresa de la multitud allí reunida provenía del hecho de que nadie esperaba a Cullen aquella noche. Se suponía que estaba fuera de la ciudad, en uno de sus largos viajes para visitar sus propiedades. Desde luego, nadie pensó que él aparecería allí para enfrentarse con su ex amante. Sólo Bella y aquellos que estaban a su lado creían que estaba muerto. La nota del chantajista lo había afirmado. Aquella misiva había dejado claro que la tía de Bella, Esme, lady Platt, sería la próxima en morir si no cumplía las órdenes de ese villano. Pero allí estaba Cullen en persona y no existía duda de que no sólo estaba vivo, sino que aparentaba estar en plena forma. Irradiaba la peligrosa vitalidad propia de un gran animal de presa. Estaba claro que el chantajista había mentido. A fin de aterrorizar a la pobre Esme, se había aprovechado con inteligencia de la circunstancia de que Cullen no estuviera en Londres. Con el espíritu dividido entre la euforia y la desesperación, Bella observó cómo Cullen, implacable, se acercaba y se dio cuenta de que todos sus cuidadosos planes habían quedado de pronto reducidos a un total caos. Una nueva clase de desastre la amenazaba, un desastre que la afectaría a ella y a aquellos que vivían a su lado y la amaban. A Cullen no le gustaría nada saber que tenía una amante a quien jamás había conocido. Una amante que, además, había dejado que todos creyeran que iba a la caza de un sustituto. Pensó que Cullen destruiría los disfraces de aquella farsa, reduciéndolos a trizas y dejándola a ella expuesta ante todos como el fraude que en realidad era. El corazón de Bella latía enloquecido mientras escuchaba las conversaciones en voz baja que mantenía el grupo de caballeros que estaba a su lado. -¡Cullen tiene siempre tanto coraje! -Lord Mallory, con rostro espectral y tan delgado como un cadáver, se llevó con torpeza la copa de champaña a la boca y la vació de un solo trago-. Jamás creí que se presentaría en ningún salón donde estuviera lady Estelar. Es terriblemente humillante. -Por Dios, esto se presenta interesante. -Darrow, hombre de cincuenta años, cuyo prominente vientre no quedaba bien oculto bajo su chaqueta mal cortada, echó una mirada especulativa a Bella. Jacob Black se inclinó hacia ella con gesto tan protector que resultaba tierno. Sus ojos azules que en general estaban siempre alegres mostraban preocupación. -Pienso que esta situación podría resultar un poco incómoda. Los generales de los ejércitos no inventaron la extremJasperente útil táctica de la retirada sin tener una buena razón para ello, mi querida señora. ¿No le gustaría emplearla? Como siempre, yo estoy dispuesto a ayudarla. Bella luchó por encontrar la compostura. Era difícil para ella lograr una respiración acompasada. No podía estar sucediendo aquello, debía de haber algún error. Sus dedos, que levemente descansaban sobre la manga de Jacob, temblaban. -No sea ridículo, señor Black. Cullen no hará ninguna escena para que toda esa chusma se divierta. -Yo no estaría tan seguro. -Jacob estudió la ola de emoción que embargaba a la multitud a medida que Cullen avanzaba cruzando el salón-. Uno nunca sabe qué es lo que hará: ese hombre es un enigma. Bella se sonrojó. A pesar de la situación desesperada en que se hallaba, sintió la urgencia de defender al conde. -El no es ningún enigma. Lo que sucede es que prefiere mantener su intimidad, lo que es perfectamente razonable. -Bueno, usted lo ha puesto en ridículo y le ha robado su preciosa intimidad, ¿no le parece, mi querida señora? Jacob, por desgracia, tenía razón, como siempre. Bella le echó a su amigo una mirada inquisitiva. Jacob estaba mucho más familiarizado que ella con las intrincadas formas de la sociedad londinense. Había nadado en esas impredecibles aguas durante los últimos dos años. Desde que, hacía dos semanas, se habían hecho amigos, ella había aprendido a apreciar el valor de sus juicios. Jacob parecía saber quién era quién. Comprendía todos los caprichos de la conducta que había que mantener en ese mundo de privilegios, desde el simple desaire hasta el desprecio. En términos de rango social, Jacob era un pez de los pequeños en el gran estanque de Londres. Pero pertenecía al grupo de los caballeros galantes que rondaban la treintena que eran tan indispensables para los anfitriones como para las madres ansiosas. Hombres como Jacob se mostraban deseosos de bailar con las muchachas que siempre se quedaban mirando o de beber té con las señoras de más edad. Buscaban gustosos copas de champaña a las mujeres cuyos esposos estaban ocupados en las salas de juego. Conversaban amablemente y con soltura con las damiselas nerviosas que hacía poco habían hecho su presentación en sociedad. En síntesis, resultaban francamente útiles y, por lo tanto, siempre podían lograr una invitación para los mejores bailes y fiestas de la ciudad. Jacob tenía treinta y cinco años. Un rostro agradable, mejillas regordetas y ojos azul pálido. Sus modales eran amables e inofensivos. Su cabello ralo y de color castaño claro estaba cortado y rizado a la última moda. El chaleco amarillo, que quedaba un tanto suelto en su talle y la corbata anudada con gran meticulosidad representaban la vanguardia de aquellos tiempos. A Bella le gustaba Jacob. Era uno de los pocos hombres que no parecía tener interés en intentar tomar lo que todos imaginaban era el lugar de Cullen en su vida. Se sentía cómoda en su presencia. Él disfrutaba conversando sobre temas de arte y arquitectura, y ella respetaba los consejos que éste le ofrecía en materia social. Pero incluso Jacob, que rara vez se sentía pérfido respecto a la respuesta adecuada que debía darse en cualquier situación social, parecía torpe esa noche. Obviamente, no sabía cómo manejar la inminente catástrofe. Bella abrió su abanico de encaje blanco mientras trataba de poner en orden sus conmocionados pensamientos. Lo único que la podía salvar del desastre era su propia inteligencia, que como ella bien sabía era una de sus mejores armas. -Cullen es, por encima de todo, un caballero. No existe razón por la que él me avergüence a mí o a sí mismo. -Lo que usted diga, querida. -Jacob arqueó una de sus tupidas cejas, mostrando asentimiento-. Le aseguro que no hay necesidad de que me dé detalles de su relación con Cullen. Todos en la ciudad tienen plena conciencia de la clase de amigos que fueron ustedes. -Desde luego. -El tono de voz de Bella mostró una nota de reserva, típicamente empleada por ella siempre que alguien se ponía demasiado atrevido en el tema del conde. Casi nunca era necesario usar ese tono con Jacob porque, en general, era más discreto. Casi no podía quejarse de las suposiciones que, Jacob y los integrantes de la alta sociedad hacían con respecto a la naturaleza de sus relaciones con Cullen. Todos habían llegado precisamente a las conclusiones a las que ella deseaba que llegaran. Tales suposiciones eran parte de su gran plan para ganar la entrada en el exclusivo círculo de conocidos de Cullen. Aquel esquema había funcionado hasta esa noche. -Independientemente de su pasada relación con Cullen -dijo Jacob-, la pregunta que todos se hacen esta noche es qué pasará después. Se nos indujo a creer que usted y él habían tomado rumbos distintos, mi querida señora. Sin embargo, la presencia de Cullen aquí esta noche indica lo contrario. Bella no le prestó atención a aquel tono interrogante en su voz. Era casi imposible que pudiera darle una respuesta cuando ni ella misma la tenía. Incapaz de pensar en nada más que hacer en medio de aquella crisis, Bella decidió hacer lo único que era posible. Se mantuvo firme en la historia que ella misma había inventado cuando se embarcó en tan peligrosa aventura. -Cullen sabe muy bien que nuestra relación se ha acabado, a menos que él decida disculparse por la desavenencia que él mismo provocó entre nosotros dos -dijo con tono desprovisto de emoción. -Uno nunca usa la palabra imposible cuando se trata de Cullen -dijo Jacob-. Pero en este caso, creo que está permitido hacerlo. Es sensato decir que nadie aquí y ahora puede concebir que el conde se disculpe con una dama que lo ha humillado delante de todo el mundo. -Bella se sintió horrorizada. -Pero yo no he hecho tal cosa, señor Black. -¿No? Bella se abanicó con presteza. Se sentía terriblemente acalorada. -Yo simplemente indiqué que él y yo ya no nos debíamos nada el uno al otro. -Y que todo fue culpa de él. -Bueno, sí -Bella tragó saliva-. Desde luego que él tuvo la culpa de todo. Pero yo no quise humillarlo delante de sus amigos. Jacob la miró extrañado. -Vamos, mi señora. Seamos honestos entre nosotros. Usted ha dado a entender que hubo una violenta discusión entre Cullen y usted, tan violenta que llegó a destruir una amistad tan íntima. No puede decirme que no buscaba venganza cuando hizo su aparición en sociedad. Todos creen que usted anda a la búsqueda de un sustituto adecuado. -Eso no es cierto -Bella se aclaró la voz-. Lo que quiero decir es que el conde me debe una disculpa, pero jamás he tenido la intención, digamos, de obtener nada de él. -«Nadie recibe disculpas de los muertos», pensó. -Cualquiera que sea su intención, usted ha dejado claro lo que todos comprendieron, que fue usted la que cortó la relación. Creen que usted en verdad tuvo la osadía de decirle adiós a Cullen. El transformarse en una furia instantánea a los ojos de los adinerados había sido parte de su plan, pero Bella no podía explicarle eso a Jacob. -Con respecto a ese malentendido... -¿Malentendido? -Jacob la miró con lástima-. Durante las dos últimas semanas, nadie ha podido averiguar si usted es la dama más osada de Londres o simplemente una candidata al manicomio. -Estoy comenzando a preguntarme eso yo misma -murmuró Bella entre dientes. Debía de haber estado loca para llegar a esta situación. -Usted sabe que todo el mundo ha estado sobre ascuas para ver cómo Cullen responde a su venganza. -Ya le he dicho, señor Black, que yo no tengo en absoluto ningún interés en vengarme. Lo que hubo entre nosotros fue una pequeña riña, eso es todo. Requiere una disculpa, nada más. -De modo que ahora se trata de una pequeña riña. Antes se había referido a esa situación como una discusión mayúscula. -Estas cosas se agrandan fuera de toda proporción bajo la influencia de los chismosos, ¿no cree? -Desde luego que es así, mi querida señora. -Jacob le dio una palmada en la mano para animarla-. Pero no tema. Yo permaneceré a su lado, listo para ayudarla si Cullen se pone desagradable. -Una idea estimulante, claro que sí. Sin embargo, no era de ningún modo estimulante. Cullen de alguna manera había regresado del mundo de los muertos y sería terrible el coste que habría que pagar. La reacción de Jacob a la situación confirmaba todo lo que Bella había aprendido acerca del notable conde. La sociedad lo creía deliciosamente peligroso e impredecible. Corrían rumores de un duelo que había tenido lugar hacía unos años en el cual él casi había matado a su contrincante. También se rumoreaba que él podría ser en realidad el responsable del asesinato de su ex socio, Eric Yorkie. Era un hecho que después de la muerte de Yorkie, Cullen había asumido el control del beneficioso fondo de inversiones que su socio manejaba. Muchos declaraban que aquel lucrativo fondo no era lo único con lo que Cullen se había quedado después de la muerte de Yorkie. Se decía que había mantenido una larga relación con la viuda de éste, Rosalie, y que la relación continuaba hasta el presente, aun cuando ella se había vuelto a casar y era ahora lady Dwyer Nadie sabría jamás la verdad acerca de esos incidentes o de muchos otros, ya que Cullen jamás hablaba de ellos. En realidad, él tenía una regla acerca de hablar de su pasado o del de los otros. Se trataba de un hombre infinitamente reservado que nunca daba explicaciones sobre sus actos. Definitivamente Cullen no era la clase de hombre que toleraría una humillación de ningún tipo. Bella recordó que había estado en otras situaciones más difíciles. El último año en el extranjero, durante el cual ella y su prima Alice habían recorrido las ruinas de Italia, no había estado desprovisto de incidentes. Se había producido aquel desagradable enfrentamiento con un ladrón en las calles de Roma y otro encuentro, de igual forma peligroso, con un bandido durante el viaje a Pompeya. Aun así, Bella tenía plena conciencia de que jamás había tratado con un hombre cuya reputación fuera de las proporciones que caracterizaban a la del conde. El secreto estaba en mantener la calma y el control, pensó Bella. Se estaba enfrentando con un adversario potencialmente peligroso, pero sabía por sus investigaciones que Cullen era un hombre de gran inteligencia. Con algo de suerte, decidiría tomar la inminente confrontación de una manera racional y fría. Por la información que ella había recabado acerca de él, estaba casi segura de que no dejaría que sus emociones lo dominaran en los minutos siguientes. «Casi segura», pensó. Bella miró con intranquilidad cómo Jacob fruncía el ceño, mientras observaba a la multitud. Oyó un sonido seco, bajó la mirada y vio cómo, por accidente, había quebrado las espigas de su abanico. En aquel momento, el grupo de gente que estaba delante de ella se abrió. La risa nerviosa de una mujer se oyó para luego apagarse repentinamente. Los hombres se hicieron a un lado. Incluso Jacob dio uno o dos pasos hacia atrás. Bella de pronto se encontró allí sola en medio del atestado salón. Edward, conde de Cullen, se detuvo directamente delante de ella. Como Bella había estado mirando su abanico recién destrozado, lo primero que observó en el conde fueron sus manos. Era el único hombre del salón que no llevaba guantes. En un mundo donde en los hombres se admiraban las manos suaves, elegantes y con gracia, Edward las tenía curtidas por el aire. Grandes y fuertes, aquellas eran las manos de un hombre que se había abierto camino en el mundo solo. Bella de pronto recordó que hacía cinco años escasos que él había recibido su título de nobleza, herencia de una bancarrota. No había nacido en la riqueza y en el poder. Él solo había creado aquellos atributos. Con dificultad apartó la mirada de aquellas manos musculosas y levantó los ojos con rapidez. Edward poseía un rostro que podía haber sido grabado en una moneda de oro: fuerte, arrogante y atrevido hasta el punto de ser duro; era el rostro de un conquistador antiguo. Él la observó con sus ojos color ámbar, llenos de inteligencia. El cabello era muy oscuro, casi negro y tenía un mechón plateado peinado hacia atrás. Bella se encontró con aquellos ojos brillantes y una impresión de profunda conciencia y reconocimiento la traspasó. Algo que se había estado gestando muy profundamente en su ser durante semanas, salió de pronto en llamas a la superficie. Éste era el hombre del cual ella se habría enamorado y que jamás había soñado que un día conocería en persona. Era exactamente tal y como se lo había imaginado. Bella sabía que todos los presentes esperaban sin aliento para ver su reacción. -Mi lord -susurró Bella tan débilmente que sólo él pudo oírla-. Me siento tan complacida de ver que usted está vivo. Con una plegaria en el corazón para que tuviera razón respecto a la suposición de que la curiosidad del conde dominaría su reacción, cerró los ojos y cayó en una reverencia grácil. Edward la tomó antes de que alcanzara el suelo. -Muy inteligente de su parte, señora Swan -murmuró para que sólo ella lo escuchara-. Me preguntaba cómo saldría usted de este enredo. Bella no se atrevió a abrir los ojos. Se sintió alzada en vilo hasta dar contra el pecho de Edward. Sus brazos eran fuertes y firmes y sintió que estaba extrañamente segura y a salvo en aquel abrazo. El perfume de él avivó una curiosa sensación en su interior. Se asombró del placer inesperado y profundamente sensual que la invadía. Jamás había experimentado nada parecido al sentimiento que la embargaba en aquel momento. Levantó las pestañas lo suficiente para ver cómo las ligeras faldas de su vestido blanco de seda caían en cascada sobre la manga negra de la chaqueta de Cullen. Edward la acompañó sin esfuerzo a través del salón, hacia la puerta. -Apártese, si no le molesta -ordenó a cada cual que encontró en su camino-, mi buena amiga necesita algo de aire fresco. La multitud le abrió paso. Murmullos de asombro y especulación siguieron la espectacular salida de Bella del atestado salón de baile. Edward la condujo hasta salir de la gran mansión. Sin hacer ningún alto, a grandes pasos bajó los anchos escalones hasta el reluciente carruaje negro, tirado por dos caballos también de tono azabache. El lacayo, ataviado con una librea negra, abrió la puerta del carruaje; Edward introdujo a Bella en el interior y la puerta se cerró. El carruaje negro partió en medio de la noche por las calles de Londres.

Capítulo 1: Capítulo 3:

 


 


 
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