No me Olvides

Autor: lolovampira
Género: Romance
Fecha Creación: 17/07/2011
Fecha Actualización: 07/12/2011
Finalizado: NO
Votos: 2
Comentarios: 0
Visitas: 3002
Capítulos: 3

 

 

 

 

 

 

 

Querido diario:

¿Por qué la vida es tan difícil?

 

Cuando me sorprendieron robando, creí que el mundo se derrumbaba. Fue

Una estúpida travesura, pero eso no fue lo peor: la jueza me impuso una

Pena de trescientas horas de servicio comunitarios. ¡Toda una eternidad!

Claro que nunca hubiera creído que me encantaría trabajar en un centro

Asistencial, y que alguien como Edward se cruzaría en mi camino.

Desde que lo conozco, me siento otra persona. Tenemos tantas cosas en

Común, y se nos acaba el tiempo... ¡Ahora querría que esas trescientas

Horas fueran eternas!

PD: ¿Cómo se le dice adiós a alguien que se ama?





Esta historia es una adaptacion de un lindo libro, la verdad espero que os guste.

Mas adelante les dire el nombre de la autora de este libro

Lore Espinosa 

 

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Capítulo 2: Para morir

 

Volvió a tocar el timbre. ¿Qué pasaba con esa gente? ¿Estarían todos sordos? La puerta se abrió de repente y apareció una mujer seria, de mediana edad, con cabellos rubios cortos y crespos, que llevaba un estridente jogging rosa.

— ¿Puedo ayudarte en algo? — preguntó con frialdad.

 

 — Soy… Bella Swan. He sido asignada a este lugar…— Su voz se desvaneció cuando la mujer entrecerró los ojos.

— Para servicios comunitarios — terminó la mujer —. Llegas tarde. Te esperaba hace diez minutos. Entra.

Bella la siguió hacia el interior del edificio. Los pisos eran de roble, muy lustrados. Exactamente frente a ella había un alto mostrador de roble que hacía las veces de escritorio de recepción. A la izquierda, advirtió un living cuyas paredes estaban revestidas con paneles de madera y un empapelado con diseños floreados, en rosa y blanco. A la derecha había una escalera y, detrás de ésta, un recinto semejante a una jaula, que supuso sería el ascensor. Del otro lado de la escalera se veía un pasillo y una puerta doble, de roble, cerrada. No había detalle en aquel edificio que se asemejara a lo que ella había imaginado que sería un geriátrico.

 — Soy Esther Drake, directora de Lavender House — se presentó la mujer, mientras abría las puertas dobles y conducía a Bella por el pasillo —. La señora Drake — puntualizó —. Vamos a conversar a mi oficina.

Entraron en una sala pequeña y acogedora, que albergaba un escritorio, dos sillas, un archivo y un sofá tapizado en cuero verde. Las paredes estaban empapeladas con un alegre diseño selvático, en verde y blanco; los cortinados armonizaban al tono y sobre el escritorio había un florero con margaritas recién cortadas.

 La señora Drake rodeó su escritorio, ocupó su silla e hizo un gesto a Bella para que tomara asiento. Tomó un anotador, lo abrió y extrajo un bolígrafo del portalápices que estaba junto al florero con las margaritas.

 — Bien, el funcionario judicial que está a cargo de tu caso me llamó por teléfono esta mañana para explicarme todos los detalles. Te dieron trescientas horas, ¿verdad?

— Correcto.

— Y supongo que querrás cumplirlas lo antes posible.

— Supone bien.

 — Estupendo. — Sonrió. — Toda la ayuda extra que podamos conseguir nos viene de perillas aquí. Nos falta personal. ¿Por qué te arrestaron?

 — Por mechera — masculló Bella. Era una palabra que odiaba usar. Cada vez que la oía de sus propios labios sentía que la piel se le erizaba de humillación. — Pero sólo fue una broma — explicó de inmediato —. Un par de pendientes, eh… es todo lo que tomé. Y además iba a pagarlos.

 La señora Drake bufó. — Bien, no importa. Sin embargo, debo advertirte que somos responsables por las pertenencias de nuestros pacientes y no quiero que lleguen a mis oídos rumores de que algo se ha perdido, ¿entiendes?

 

 Bella la miró con ojos desorbitados. ¡No podía creerlo! Estaba tratándola como a un vulgar delincuente. Acababa de hacerle una advertencia. Era demasiado.

 — Señora Drake — comenzó con gentileza, tratando de controlar sus impulsos —, no sé a qué se refiere.

 

 La mujer sonrió con sorna.

 — Yo creo que si sabes a qué me refiero. Pero para que no te queden dudas al respecto, te lo diré con todas las letras: no quiero enterarme de que la cartera, el bolso, el dinero o los efectos personales de cualquiera que se encuentre en este edificio no está en el preciso lugar en el que debería estar. ¿Lo has entendido?  Humillada, Bella sintió que las mejillas le ardían. ¿Eso significaría que, si alguien robaba algo o un paciente extraviaba un libro de bolsillo, sería ella la culpable?

 — Eso no es justo — se defendió —. No soy una ladrona.

— Claro que lo eres — se opuso la señora Drake con indiferencia —. Y bastante torpe, por cierto. Después de todo te pescaron, ¿no? Por otra parte, la vida no es justa. Cuando trabajes aquí te darás cuenta. Pero no temas. No te colgaremos ni te llenaremos de brea y plumas como castigo si alguno pierde una golosina. Sólo limítate a cumplir con tu trabajo y a mantener las manos limpias.

Bella optó por tragarse la ira que comenzaba a arderle en la boca del estómago. En realidad, no le quedaba otra alternativa.

— De acuerdo. ¿Cuáles serán mis tareas específicas aquí?

— Primero examinemos tus horarios — contestó la señora Drake. Extrajo una carpeta de tres anillos del último cajón y la arrojó con un golpe seco sobre su escritorio. La abrió y busco una página en particular. —Veamos, los domingos ya están cubiertos. Tenemos a la señora Deering.

— Levantó la vista para mirar a Bella. — ¿A qué hora sales de la escuela?

— A las dos y media.

La mujer frunció el entrecejo.

— ¿Entonces, por qué llegaste tarde hoy?

Bella se movió, nerviosa. No quería reconocer que había invertido casi una hora tratando de convencer a una de sus amigas de que la llevara hasta allí.

— Oh, porque tuve que ir a la biblioteca a buscar algunos libros.

 — Pero en adelante podrás llegar aquí a las tres y media, ¿verdad?

 Bella hizo unos rápidos cálculos mentales. Trato de recordar a que hora pasaba el autobús anterior. Si lo tomaba, llegaría a tiempo.

— Seguro.

 — Bien. Entonces, de lunes a jueves puedes trabajar de tres y media a seis, los viernes hasta las cinco y media, y ocho horas completas los sábados. — La señora Drake ya estaba garabateando en la carpeta de tres anillos. —Con eso cumplirías veinte horas por semana… y tendrás las noches y los domingos libres para estudiar.

Bella sintió que se le iba el alma a los pies. Santo Dios. Era mucho peor de lo que había imaginado. No tendría tiempo de nada después de la escuela, y por las noches, cuando llegara a su casa, no le quedaría más remedio que engullir una cena rápida y encerrarse a estudiar. No sabía con exactitud que había imaginado en un principio, pero, después de haber escuchado sus perspectivas expuestas con claridad, sentía deseos de vomitar.

 

 — Está bien — susurró.

 — Y no vuelvas a llegar tarde — recomendó la señora Drake, poniéndose de pie —. Nuestros pacientes deben confiar en que el personal estará en su puesto de trabajo a la hora establecida. — Miro a la muchacha con detenimiento.

 — No tienes problemas de drogas, ¿verdad?

 — Por supuesto que no.

 — Bien, porque aquí los fármacos se mantienen bajo llave.  Bella se ofendió. Las drogas jamás habían sido una tentación para ella. Pero estaba convencida de que la señora Drake no le creería.

— Vamos. — La mujer se levanto de su asiento. — Ya estamos retrasadas. Te mostrare el lugar para que puedas empezar.

 

 Bella obedeció y se puso de pie.

— ¿Dónde puedo dejar mi mochila? — pregunto, mientras seguía a la directora por el pasillo.

 — Tírala en el guardarropa. — La mujer se detuvo y abrió una puerta.

Una vez que se hubo sacado el peso de su mochila, Bella trato de prestar mucha atención. Primero, la señora Drake la llevo a la cocina. Frente a la pileta, había una mujer alta, de piel oscura, con una bata de casa estampada y un delantal de cocina blanco. Estaba pelando papas.

 

 — Señora Thomas — dijo la señora Drake —. Le presento a Bella Swan. Trabajara con nosotros durante los próximos meses.

— Es un placer conocerte — contesto la mujer, mientras se limpiaba la mano en el delantal para tendérsela.

Bella se la estrecho con torpeza. Era la primera vez en la vida que cumplía con esa formalidad y no lo hacía del todo bien.

— Encantada — murmuro, avergonzada porque, a juzgar por la mirada de la señora Thomas, se dio cuenta de que ella también conocía los motivos de su presencia allí.

 — La cena se sirve a las seis y media — anunció la señora Drake —. Una de tus tareas, antes de retirarte, será preparar todas las bandejas de los pacientes que deseen comer en su habitación.

— ¿Eso implica que algunos pacientes lo hacen en el comedor?

 — Si, si tienen deseos de hacerlo.

 — ¿Qué otras tareas tendré que cumplir? — Apretó los dientes. Sospechaba que, para pagar el derecho de piso, la obligarían a hacer el trabajo sucio.

— Serán muy divertidas — contesto la directora, mientras se encaminaba hacia una puerta que daba a un inmenso lavadero —. Por esta tarde quiero que dobles sabanas y toallas. El chico que está a cargo de esa sección hoy no se presentó.

 Bueno. Doblar ropa de cama no era ninguna tragedia; era mil veces mejor que vaciar orinales.


 Después de la cocina, la recorrida siguió por el comedor, las salas de lavado de ropa, de depósito de medicamento, la enfermería, y las tres salas de estar. Bella estaba cada vez mas confundida. ¿Dónde estarían las ancianas y sus sillas de ruedas? ¿Y los frascos de inhalaciones, los monitores cardiacos y los equipos de rehabilitación?

— ¿Dónde están los pacientes? — pregunto Bella cuando comenzaron a subir escaleras.

— Algunos, descansando en sus habitaciones — respondió la mujer —; otros han salido.

— ¿Salido?

— Si. — Se detuvo en el descanso. — Esto no es una cárcel, ¿sabes? Las personas que pueden hacerlo, salen de compras, van a la biblioteca o cruzan al bar de enfrente a tomar un café.

— Lo siento — murmuro Bella —. Lo cierto es que no sabía que los hogares de ancianos eran tan… tan… flexibles.

— ¿Hogar de ancianos? — La señora Drake parecía confundida. — Esto no es un hogar de ancianos.

— ¿Entonces qué es? — Bella ya empezaba a hartarse de sentirse como una idiota.

 — Es un hogar para enfermos terminales. La gente viene aquí a morir. 

 

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espero les guste 

lore espinosa

 

 

 

Capítulo 1: ¿ por que a mi ? Capítulo 3: Las cosas pasan

 


 


 
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