Nota autora original: La historia empieza en el momento que Edward y Bella están en el prado por primera vez, en Crepúsculo, luego regresan al Jeep de Emmett. A partir de ahí hice una realidad alternativa. Es el primer fic que hago con vampiros. Espero que les guste. Como ya veréis he utilizado gran parte de los diálogos del libro. Era esencial para mi ponerlo para lo que va a ocurrir en el futuro.
Nota mia:Los personajes les pertenecen a Stephenie Meyer y el fic es de Crisabella Cullen, que me dio permiso para publicarlo aqui.
Si en alguna ocasión había tenido miedo en su presencia, aquello no era nada en comparación con cómo me sentí en ese momento. Cruzó como una bala, como un espectro, la oscura y densa masa de maleza del bosque sin hacer ruido, sin evidencia alguna de que sus pies rozaran el suelo. Su respiración no se alteró en ningún momento, jamás dio muestras de esforzarse, pero los árboles pasaban volando a mi lado a una velocidad vertiginosa, no golpeándonos por centímetros. Estaba demasiado aterrada para cerrar los ojos, aunque el frío aire del bosque me azotaba el rostro hasta escocerme. Me sentí como si en un acto de estupidez hubiera sacado la cabeza por la ventanilla de un avión en pleno vuelo, y experimenté el acelerado desfallecimiento del mareo.
Entonces, terminó. Aquella mañana habíamos caminado durante horas para alcanzar el prado de Edward, y ahora, en cuestión de minutos, estábamos de regreso junto al monovolumen.
—Estimulante, ¿verdad? —dijo entusiasmado y con voz aguda.
Se quedó inmóvil, a la espera de que me bajara. Lo intenté, pero no me respondían los músculos. Me mantuve aferrada a él con brazos y piernas mientras la cabeza no dejaba de darme vueltas.
— ¿Bella? —preguntó, ahora inquieto.
—Creo que necesito tumbarme —respondí jadeante.
—Ah, perdona —me esperó, pero aun así no me pude mover.
—Creo que necesito ayuda —admití.
Se rió quedamente y deshizo suavemente mi presa alrededor de su cuello. No había forma de resistir la fuerza de hierro de sus manos. Luego, me dio la vuelta y quedé frente a él, y me acunó en sus brazos como si fuera una niña pequeña. Me sostuvo en vilo un momento para luego depositarme sobre los mullidos helechos.
— ¿Qué tal te encuentras?
No estaba muy segura de cómo me sentía, ya que la cabeza me daba vueltas de forma enloquecida.
—Mareada, creo.
—Pon la cabeza entre las rodillas.
Intenté lo que me indicaba, y ayudó un poco. Inspiré y espiré lentamente sin mover la cabeza. Me percaté de que se sentaba a mi lado. Pasado el mal trago, pude alzar la cabeza. Me pitaban los oídos.
—Supongo que no fue una buena idea —musitó.
Intenté mostrarme positiva, pero mi voz sonó débil cuando respondí:
—No, ha sido muy interesante.
— ¡Vaya! Estás blanca como un fantasma, tan blanca como yo mismo.
—Creo que debería haber cerrado los ojos
—Recuérdalo la próxima vez.
— ¡¿La próxima vez? —gemí.
Edward se rió, seguía de un humor excelente.
—Fanfarrón —musité.
—Bella, abre los ojos —rogó con voz suave.
Y ahí estaba él, con el rostro demasiado cerca del mío. Su belleza aturdió mi mente... Era demasiada, un exceso al que no conseguía acostumbrarme.
—Mientras corría, he estado pensando...
— En no estrellarnos contra los árboles, espero.
—Tonta Bella —rió entre dientes—. Correr es mi segunda naturaleza, no es algo en lo que tenga que pensar.
—Fanfarrón —repetí. Edward sonrió.
—No. He pensado que había algo que quería intentar.
Y volvió a tomar mi cabeza entre sus manos. No pude respirar.
Vaciló... No de la forma habitual, no de una forma humana, no de la manera en que un hombre podría vacilar antes de besar a una mujer para calibrar su reacción e intuir cómo le recibiría. Tal vez vacilaría para prolongar el momento, ese momento ideal previo, muchas veces mejor que el beso mismo.
Edward se detuvo vacilante para probarse a sí mismo y ver si era seguro, para cerciorarse de que aún mantenía bajo control su necesidad. Entonces sus fríos labios de mármol presionaron muy suavemente los míos.
Para lo que ninguno de los dos estaba preparado era para mi respuesta.
La sangre me hervía bajo la piel quemándome los labios. Mi respiración se convirtió en un violento jadeo. Aferré su pelo con los dedos, atrayéndolo hacia mí, con los labios entreabiertos para respirar su aliento embriagador. Inmediatamente, sentí que sus labios se convertían en piedra. Sus manos gentilmente pero con fuerza, apartaron mi cara. Abrí los ojos y vi su expresión vigilante.
— ¡Huy! —musité.
—Eso es quedarse corto.
Sus ojos eran feroces y apretaba la mandíbula para controlarse, sin que todavía se descompusiera su perfecta expresión. Sostuvo mi rostro a escasos centímetros del suyo, aturdiéndome.
— ¿Debería...?
Intenté desasirme para concederle cierto espacio, pero sus manos no me permitieron alejarme más de un centímetro.
—No. Es soportable. Aguarda un momento, por favor —pidió con voz amable, controlada.
Mantuve la vista fija en sus ojos, contemplé como la excitación que lucía en ellos se sosegaba. Entonces, me dedicó una sonrisa sorprendentemente traviesa.
— ¡Listo! —exclamó, complacido consigo mismo.
— ¿Soportable? —pregunté.
—Soy más fuerte de lo que pensaba —rió con fuerza—. Bueno es saberlo.
—Desearía poder decir lo mismo. Lo siento. —Después de todo, sólo eres humana.
—Muchas gracias —repliqué mordazmente.
Se puso de pie con uno de sus movimientos ágiles, rápidos, casi invisibles. Me tendió su mano, un gesto inesperado, ya que estaba demasiado acostumbrada a nuestro habitual comportamiento de nulo contacto. Tomé su mano helada, ya que necesitaba ese apoyo más de lo que creía. Aún no había recuperado el equilibrio.
— ¿Sigues estando débil a causa de la carrera? ¿O ha sido mi pericia al besar?
¡Qué desenfadado y humano parecía su angelical y apacible rostro cuando se reía! Era un Edward diferente al que yo conocía, y estaba loca por él. Ahora, separarme me iba a causar un dolor físico.
—No puedo estar segura, aún sigo grogui —conseguí responderle—. Creo que es un poco de ambas cosas.
—Tal vez deberías dejarme conducir.
— ¿Estás loco? —protesté.
—Conduzco mejor que tú en tu mejor día —se burló—. Tus reflejos son mucho más lentos.
—Estoy segura de eso, pero creo que ni mis nervios ni mi coche seríamos capaces de soportarlo.
—Un poco de confianza, Bella, por favor.
Tenía la mano en el bolsillo, crispada sobre las llaves. Fruncí los labios con gesto pensativo y sacudí la cabeza firmemente.
—No. Ni en broma.
Arqueó las cejas con incredulidad. Comencé a dar un rodeo a su lado para dirigirme al asiento del conductor. Puede que me hubiera dejado pasar si no me hubiese tambaleado ligeramente. Puede que no.
—Bella, llegados a este punto, ya he invertido un enorme esfuerzo personal en mantenerte viva. No voy a dejar que te pongas detrás del volante de un coche cuando ni siquiera puedes caminar en línea recta. Además, no hay que dejar que los amigos conduzcan borrachos —citó con una risita mientras su brazo creaba una trampa ineludible alrededor de mi cintura.
—No puedo rebatirlo —dije con un suspiro. No había forma de sortearlo ni podía resistirme a él. Alcé las llaves y las dejé caer, observando que su mano, veloz como el rayo, las atrapaba sin hacer ruido—. Con calma... Mi monovolumen es un señor mayor.
—Muy sensata —aprobó.
— ¿Y tú no estás afectado por mi presencia? —pregunté con enojo.
Sus facciones sufrieron otra transformación, su expresión se hizo suave y cálida. Al principio, no me respondió; se limitó a inclinar su rostro sobre el mío y deslizar sus labios lentamente a lo largo de mi mandíbula, desde la oreja al mentón, de un lado a otro. Me estremecí.
—Pase lo que pase —murmuró finalmente—, tengo mejores reflejos.
De repente se escuchó un sonido, pero antes de darme cuenta, Edward tenía pegado al oído un teléfono móvil y me miraba fijamente a los ojos.
— ¿Qué pasa, Alice? —preguntó Edward con voz tranquila.
Supe antes de que digiera nada que algo muy malo estaba a punto de ocurrir. Una rigidez repentina afectó el perfecto rostro de Edward.
— ¿Cuánto tardarán en llegar? —inquirió con un tono muy rápido. Tuve que concentrarme para captar lo que decía.
— ¿Cuántos son? —preguntó.
Sus ojos se abrieron mucho y en un jadeo contestó.
— ¡Tres...! Alice, dense prisa — colgó —Suéltate el pelo —ordenó Edward con voz tranquila y baja.
Obedientemente, me quité la goma del pelo y lo sacudí hasta extenderlo todo a mí alrededor.
Comenté lo que me parecía evidente.
—Vampiros malos.
—Sí, quédate inmóvil, permanece callada —intentó ocultar bastante bien el nerviosismo de su voz, pero pude captarlo—, y no te apartes de mi lado, por favor — me rogó.
A pesar de que el miedo me nublaba el entendimiento, fui consciente del miedo que reflejaba los ojos de Edward. Ya no eran dorados, ahora se veían totalmente negros.
Me estremecí.
—Lo siento, Bella —murmuró ferozmente—. Exponerte de este modo ha sido estúpido e irresponsable por mi parte. ¡Cuánto lo siento!
Noté cómo contenía la respiración y fijaba los ojos abiertos como platos en la esquina oeste del camino. Avanzó medio paso, interponiéndose entre lo que se acercaba y yo.
Aparecieron de uno en uno en la linde del bosque a doce metros de nuestra posición. El primer hombre entró en el camino y se apartó inmediatamente para dejar paso a otro más alto, de pelo negro, que se colocó al frente, de un modo que evidenciaba con claridad quién lideraba el grupo. El tercer integrante era una mujer; desde aquella distancia, sólo alcanzaba a verle el pelo, de un asombroso matiz rojo.
Cerraron filas conforme avanzaban con cautela hacia donde nos hallábamos, mostrando el natural recelo de una manada de depredadores ante un inusual encuentro. Edward me protegía con su cuerpo, haciendo así una barrera. Pero pude ver a los tres andar en nuestra dirección por encima del brazo de Edward. Se pararon a poco más de dos metros de nosotros, me fijé en los ojos de los recién llegados también eran diferentes. No eran dorados o negros, como cabía esperar, sino de un intenso color borgoña con una tonalidad perturbadora y siniestra.
El moreno dio un paso hacia Edward sin dejar de sonreír.
—Creíamos haber oído a alguien —hablaba con voz reposada y tenía un leve acento francés—. Me llamo Laurent, y éstos son Victoria y James —añadió señalando a los vampiros que le acompañaban.
— Soy Edward Cullen y ella es mi pareja — me sobresalt{e ante la firmeza de su voz —. ¿Piensan quedarse mucho tiempo en la zona?
—En realidad, vamos hacia el norte, aunque hemos sentido curiosidad por lo que había por aquí. No hemos tenido compañía durante mucho tiempo.
— Esta región suele estar vacía si exceptuamos a mi familia y algún visitante ocasional, como ustedes.
— ¿Cuál es su territorio de caza? —preguntó Laurent como quien no quiere la cosa.
Edward ignoró la presunción que implicaba la pregunta.
—Está los montes Olympic, y algunas veces la Coast Ranges de una punta a la otra. Tenemos una residencia aquí. También hay otro asentamiento permanente como el nuestro cerca de Denali —
Laurent se balanceó, descansando el peso del cuerpo sobre los talones, y preguntó con viva curiosidad:
— ¿Permanente? ¿Y cómo han conseguido algo así?
— ¿Por qué no sigen el sendero a nuestra casa y charlamos más cómodos? mi familia los recibirá encantados—los invitó Edward—. Es una larga historia.
James y Victoria intercambiaron una mirada de sorpresa cuando Edward mencionó la palabra «casa», pero Laurent controló mejor su expresión.
—Es muy interesante y hospitalario por tu parte —su sonrisa era encantadora—. Hemos estado de caza todo el camino desde Ontario—estudió a Edward con la mirada, percatándose de su aspecto refinado—. No hemos tenido ocasión de asearnos un poco.
—Por favor, no se ofendan, pero he de rogarles que se abstengan de cazar en los alrededores de esa zona. Debemos pasar desapercibidos, ya me entiendes —explicó Edward.
—Claro — asintió Laurent—. No pretendemos disputarles el territorio. De todos modos, acabamos de alimentarnos a las afueras de Seattle.
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando Laurent rompió a reír.
—Les mostraré el camino si quieren venir conmigo. Bella, ve a recoger el Jeep —añadió sin darle importancia.
Supuse que era una táctica de Edward para alejarme de ellos antes de que se dieran cuenta de que no era vampiro. Asentí con un leve movimiento.
Mientras Edward hablaba, ocurrieron tres cosas a la vez. La suave brisa despeinó mi cabello, Edward se envaró y el segundo varón, James, movió su cabeza repentinamente de un lado a otro, buscando, para luego centrar en mí su escrutinio, agitando las aletas de la nariz.
Una rigidez repentina afectó a todos cuando James se adelantó un paso y se agazapó. Edward exhibió los dientes y adoptó la misma postura defensiva al tiempo que emitía un rugido bestial que parecía desgarrarle la garganta. No tenía nada que ver con los sonidos juguetones que le había escuchado esta mañana. Era lo más amenazante que había oído en mi vida y me estremecí de los pies a la cabeza.
— ¿Qué ocurre? — preguntó Laurent, sorprendido.
Ni James ni Edward relajaron sus agresivas poses. El primero fintó ligeramente hacia un lado y Edward respondió al movimiento.
— ¡Ella es mía!
El firme desafío de Edward se dirigía James. Laurent parecía percibir mi olor con menos fuerza que James, pero pronto se dio cuenta y el descubrimiento se reflejó también en su rostro.
— ¿Te has traído un aperitivo? mm... ¿Es que no piensas compartirlo?—inquirió con voz incrédula, mientras, sin darse cuenta, daba un paso adelante.
Edward rugió con mayor ferocidad y dureza, curvando el labio superior sobre sus deslumbrantes dientes desnudos. Laurent retrocedió el paso que había dado.
—He dicho que ella es mía —replicó Edward con sequedad.
—Pero es humana —protestó Laurent. No había agresividad en sus palabras, simplemente estaba atónito.
—Sí... — replicó tajante Edward.
Edward gruñó algo demasiado rápido para que pudiera entenderle, pero sonaba bastante parecido a una sarta de blasfemias. Supuse que respondía a lo que fuera que pensó James.
— ¡No! grito Edward de repente. Me congele. Todo paso muy rápido, me empujo con un brazo hacia atrás dándome al mismo tiempo la vuela. — ¡Bella, corre! — me indicó Edward con ferocidad. Obedecí sin rechistar.
Me sentí torpe, como si corriera sobre arena mojada. Parecía incapaz de mantener el equilibrio sobre la tierra. Tropecé varias veces, y en una ocasión me caí. Me hice varios rasguños en las manos con la gravilla del camino para amortiguar la caída. Luego me tambaleé, para volver a caerme, pero finalmente conseguí llegar al sendero en dirección ah la carretera. No pude evitarlo, intenté correr aun sabiendo que sería inútil y que mis rodillas estaban muy débiles. Me invadió el pánico.
Escuché un estruendoso ruido a mis espaldas, fue como el chocar de dos rocas. Me horroricé al pensar en que Edward pudiera estar herido.
Algo pasó delante de mí en un abrir y cerrar de ojos. Actuó tan rápido que no vi si había usado los pies o las manos. Un golpe demoledor impactó en mi pecho y me sentí volar hacia atrás, hasta sentir el crujido de las ramas al romperse cuando mi cabeza se estrelló contra el árbol. Se agrietó el tronco y los trozos se hicieron añicos al caer al suelo, a mi lado.
Estaba demasiado aturdida para sentir el dolor. Ni siquiera podía respirar. Abrí los ojos como platos al ver a James, se acercó muy despacio a mí. Una sonrisa burlona en el rostro.
—Edward... —balbuceé intentando recuperar el aliento. Escuché la risa de James sarcástica.
— Victoria y Laurent están jugando con él — me explicó tranquilamente —. ¿Escuchaste eso? —dijo él tendiendo el oído, poniéndose tenso —. No, tú no puedes oírlo. Eres una simple y débil humana. Eso es el ruido que hace un vampiro cuando es desmembrado.
Me congelé y mi corazón dejó de latir y se sobresaltó en mi pecho. Un extraño calor recorrió mi cuerpo y se filtró a través mis venas. Literalmente me sentí arder de pura rabia y dolor.
—¡No! — dije con voz ronca—. No, Edward, no puede estar muerto... — murmuré con una sacudida. Los sollozos no se hicieron esperar. Las lágrimas se desbordaron de mis ojos.
— Oh, pero que tierno, lloras por tu amado vampiro. ¿Por qué? — inquirió él con la voz burlona. Supe de inmediato lo que debía hacer sin temor.
— Porque lo amo... y lo amaré por siempre. Mi vida no tiene sentido sin él, ¡mátame! — le supliqué levantando mi barbilla temblorosa para verle el rostro.
— ¿Te gustaría que yo accediera a tu última petición? —me preguntó con amabilidad.
— Si. Cuando antes termines conmigo, antes me reuniré con él — repliqué con seguridad.
Los ojos de James, que poco antes sólo mostraban interés, ahora ardían con una incontrolable necesidad. Oí el gruñido final del cazador como si proviniera de debajo del agua. Pude ver, cómo su sombra oscura caía sobre mí. Con un último esfuerzo, alcé la mano instintivamente para apoyarlas en su cuello. Entonces se me cerraron los ojos y me dejé ir por el dolor, la rabia y la ira que sentía.
El dolor agudo que traspasó el cuello era como si me hubieran vertido ácido en la venas. El dolor fue insoportable al instante. Escuché como James succionaba mi sangre con avidez. Aquel abrazo mortal se hizo más fuerte y me concentré en el. Quería darle a él algo que jamás olvidaría. Quería que sufriera lo mismo que sufría yo.
Si podía hacer que una simple taza de té fría se calentara a mi antojo en mis manos cuando quería, seguramente podría hacerle alguna daño a esta criatura, o eso esperaba con todas mi fuerzas. Me concentré esperando un milagro.
Fuego. Volcán. Lava. Pensé en todo lo más caliente que pudiera destruir un vampiro. Como me había pasado algunas veces en el pasado, volvió a suceder pero con más intensidad. El calor subió por la puntas de los dedos de mis pies, recorrió mis piernas, atravesó mi vientre como un sol ardiente lo sentí subir y aovillarse en mis manos, como si se concentrara ahí todo el calor. Apoyé las palmas en el cuello de James con toda la furia que sentía.
Sentí su gélida piel estremecerse. Intentó quitar mis manos pero en el momento en que toco mis dedos, sus labios soltaron mi cuello y empezó a gritar de dolor.
— ¡Ah! quema, quema, quema... ¡Suéltame! — me rogó él con una mirada escarlata.
Le lancé una mirada de triunfo. Percibí en su cuello las marcas que dejaron mis manos al quemarle, rojas y humeantes marcas. ¿Cómo era eso posible? Pensé con esfuerzo, pero el dolor que corría por mis venas reapareció y aullé de sufrimiento.
Entonces se me cerraron los ojos y pensé en el mar, frío, agua, me dejé ir, cuando noté la fría brisa del mar y las gotas de agua caer sobre mi para refrescarme.
…
Mientras iba a la deriva, soñé con Edward, que estaba a mi lado.
En el lugar donde flotaba, debajo de las aguas negras, oí el sonido más feliz que mi mente podía conjurar, el más hermoso, el único que podía elevarme el espíritu y a la vez, el más espantoso. Era otro gruñido, un rugido salvaje y profundo, impregnado de la más terrible ira.
El dolor agudo que traspasaba mi cuello me trajo de vuelta, casi hasta la superficie, pero no era un camino de regreso lo bastante amplio para que me permitiera abrir los ojos.
Entonces, supe que estaba muerta...
... porque oí la voz de un ángel pronunciando mi nombre a través del agua densa, llamándome al único cielo que yo anhelaba.
— ¡Oh no, Bella, no! —gritó la voz horrorizada del ángel.
Se produjo un ruido, un terrible tumulto que me asustó detrás de aquel sonido anhelado que era la voz de Edward. Un gruñido grave y despiadado, un sonido seco, espantoso y un lamento lleno de agonía, que repentinamente se quebró...
Yo en cambio decidí concentrarme en la voz del ángel.
— ¡Bella, por favor! ¡Bella, escúchame; por favor, por favor, Bella, por favor! —suplicaba.
Sí, quise responderle. Quería decirle algo, cualquier cosa, pero no encontraba los labios.
— ¡Carlisle! — llamó el ángel con su voz perfecta cargada de angustia—. ¡Bella, Bella, no, oh, no, por favor, no, no! No tenía que ocurrir así… se le quebró la voz.
El ángel empezó a sollozar sin lágrimas, roto de dolor.
Un ángel no debería llorar, eso no está bien. Intenté ponerme en contacto con él, decirle que todo iba a salir bien, pero las aguas eran tan profundas que me aprisionaban y no podía respirar.
Sentí un punto de dolor taladrarme la cabeza. Dolía mucho, pero entonces, mientras ese dolor irrumpía a través de la oscuridad para llegar hasta mí, acudieron otros mucho más fuertes. Grité mientras intentaba aspirar aire y emerger de golpe del estanque oscuro.
— ¡Bella! —gritó el ángel.
—Ha perdido algo de sangre, pero la herida no es muy profunda —explicaba una voz tranquila—. Echa una ojeada Edward. Solo tiene una pierna rota, debió ser al caerse. Es una fractura abierta.
¿Edward? Él… estaba… vivo… quería escuchar su voz. Supliqué en mi mente.
El ángel reprimió en los labios un aullido de ira.
—Edward —intenté decirle, pero mi voz sonaba pastosa y débil. Ni yo era capaz de entenderme.
—Bella, te vas a poner bien. ¿Puedes oírme, Bella? Te amo.
Sentí pura felicidad de volver a escucharlo. Entonces comprendí que James mintió descaradamente antes. Que cruel.
—Edward —lo intenté de nuevo, parecía que se me iba aclarando la voz.
—Sí, estoy aquí.
—Me duele —me quejé.
—Lo sé, Bella, lo sé —entonces, a lo lejos, le escuché preguntar angustiado—. ¿No puedes hacer nada?
—Mi maletín, por favor... No respires, Alice, eso te ayudará —aseguró Carlisle.
— ¿Alice? —gemí.
—Está aquí, fue ella la que supo dónde podía encontrarnos — explicó Edward con calma.
—Me duele el cuello —intenté decirle.
— Bella, Carlisle te administrará algo que te calme el dolor. Te habrás hecho daño al caerte, no te muevas — contestó reprimiendo un gemido de dolor.
No parecían entender.
— ¡Me arde el cuello! —conseguí gritar, saliendo al fin de la oscuridad y pestañeando sin cesar.
No podía verle la cara porque una cálida oscuridad me empañaba los ojos. ¿Por qué no veían el fuego y lo apagaban?
La voz de Edward sonó asustada.
— ¿Bella?
— ¡Fuego! ¡Que alguien apague el fuego! —grité mientras sentía cómo me quemaba. Alguien aparto el pelo de mi cuello.
— ¡Carlisle! ¡El cuello!
—La ha mordido.
La voz de Carlisle había perdido la calma, estaba horrorizado. Oí cómo Edward se quedaba sin respiración, del espanto.
—Edward, tienes que hacerlo —dijo Alice, cerca de mi cabeza; sus dedos fríos me limpiaron las lágrimas.
— ¡No! —rugió él.
—Alice —gemí.
—Hay otra posibilidad —intervino Carlisle.
— ¿Cuál? —suplicó Edward.
—Intenta succionar la ponzoña, la herida es bastante limpia.
Mientras Carlisle hablaba podía sentir cómo aumentaba la presión en mi cabeza, y algo pinchaba y tiraba de la piel. El dolor que esto me provocaba desaparecía ante la quemazón del cuello.
¡No! Grité en mi mente. Si me aspiraba el veneno, eso quería decir que yo no me transformaría en vampiro. Yo quería estar con él para siempre.
— ¿Funcionará? —Alice parecía tensa.
—No lo sé —reconoció Carlisle—, pero hay que darse prisa.
—Carlisle, yo... —Edward vaciló—. No sé si voy a ser capaz de hacerlo.
La angustia había aparecido de nuevo en la voz del ángel.
—Sea lo que sea, es tu decisión, Edward. No puedo ayudarte.
Me retorcí prisionera de esta ardiente tortura, y el movimiento hizo que el dolor de la pierna llameara de forma escalofriante.
— ¡Edward! No lo hagas —grité y me di cuenta de que había cerrado los ojos de nuevo. Los abrí, desesperada por volver a ver su rostro y allí estaba. Por fin pude ver su cara perfecta, mirándome fijamente, crispada en una máscara de indecisión y pena — Quiero estar contigo para siempre… —le rogué.
— Bella, no sabes lo que dices —. Me contesto con agonía. Pero si lo sabía. Estaba segura de lo quería. Lo quería a él. Siempre.
—Alice, encuentra algo para que le entablille la pierna —Carlisle seguía inclinado sobre mí, haciendo algo en mi cuello—. Edward, has de hacerlo ya o será demasiado tarde.
El rostro de Edward se veía demacrado. Lo miré a los ojos y la duda se vio sustituida por una determinación inquebrantable. Apretó las mandíbulas y sentí sus dedos fuertes y frescos en mi cuello, colocándose con cuidado. Entonces inclinó la cabeza sobre mí y sus labios fríos presionaron contra mi piel.
El dolor empeoró. Aullé y me debatí entre las manos heladas que me sujetaban. Oí hablar a Alice, que intentaba calmarme. Algo pesado me inmovilizó la pierna contra el suelo y Carlisle me sujetó la cabeza en el torno de sus brazos de piedra.
Entonces, dejé de retorcerme, me concentre de nuevo en lo que le había hecho a James. El fuego que había sentido con ira, aun seguía ahí, se concentraba en un punto más pequeño de mis pies. Estaba completamente apartado. Pero no era el mismo fuego, este era algo mío. Lo sabía aunque no lo comprendía.
No quería herir a nadie pero no tenía ningún derecho a decidir por mí. Me concentré con todas mis fuerzas.
— ¡Edward, suelta a Bella! — gritó Alice de repente.
—Edward —intenté decir, pero no conseguí escuchar mi propia voz, aunque ellos sí parecieron oírme. Edward separo sus labios de mi piel. Sentí la ponzoña recorrer mi cuerpo.
—Está aquí a tu lado, Bella. Ella ha tomado su decisión, será mejor que cambies de idea o ya has visto lo que ocurrirá — indicó Alice.
—Quédate, Edward, quédate conmigo... pero no me quites el veneno — le rogué.
—Aquí estoy — susurró contra mi oído. Su voz temblaba.
No sabía lo que Alice había visto de mí en el futuro, pero me sentí triunfante.
El fuego seguía extendiéndose en mi cuerpo. Quemaba. Me concentré de nuevo. Quería, frío, hielo, nieve para calmar mi agonía. Lo quise con todas mis fuerzas.
— Mirar eso — indicó Emmett en algún sitio no muy lejos.
— ¿Está nevando? — exclamó Jasper con sorpresa—. ¿Pero, cómo puede ser si hacía mucho calor hace tan solo un rato?
Me relajé al instante cuando sentí algo frío rozar mi rostro. En verdad fue en varios puntos. Me sentí aliviada, pero no quise perder la calma y seguí con los ojos cerrados. Me aferré a la cintura de Edward. Él me apretó despacito y apoyó su cabeza en mi hombro. Me susurró palabras de consuelo. Me decía que pasaría el dolor y le creí. Fue como un bálsamo para mí. A lo lejos escuché la voz cantarina de Alice.
— Lo hace Bella. Deseó que nevara para aliviar la quemazón — explicó Alice en voz alta.
— ¿Cómo, ella puede hacer nevar? Eso es imposible — replicó Emmett aturdido.
— Ese es su don — dijo Edward en voz quebrada de dolor —. Controla los elementos de la naturaleza.
Escuche como aguantaban las respiración de estupor.
Sentí como me cargaba en sus brazos con delicadeza. Luego apenas percibí nada más. Me dejé llevar por la intensa oscuridad que me envolvía. Escuché a Alice a los lejos como me gritaba algo. Bella, concéntrate en tus recuerdos más hermosos. Será más fácil.
Y lo hice. Recordé la maravillosa tarde que pasé con Edward en el prado apenas unas horas antes o quizás minutos, no lo supe bien. Inmediatamente me llegó el olor a flores silvestres y a musgo. Y ahí me dejé llevar a soñar que estaba de nuevo en el prado de Edward. El dolor desapareció casi por completo.
|