NOVIA DEL OESTE (one-shoot)

Autor: lololitas
Género: One-shoot
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 14
Comentarios: 9
Visitas: 7119
Capítulos: 1

"FANFIC FINALIZADO"

Texas 1872

Oeste de los Estados Unidos era un lugar inhóspito, lleno de dificultades, en donde una mujer necesitaba un marido para sobrevivir, Isabella Swan, pone su futuro en manos del destino, en busca de sus sueños responde el anuncio de “Novias por correo”, por carta acepta casarse con Jacob Black, un hombre al que jamás ha visto,  pero el destino no siempre juega limpio, al llegar a Shiloh Springs, descubre que su prometido ha sido asesinado unos días antes. El sheriff Edward Cullen al ver la desgracia de la joven y hermosa chica, hace hasta lo imposible por ayudarla y protegerla, pero sin involucrar su corazón en el proceso, ¿lo conseguirá?, o romperá la promesa que había hecho muchos años atrás.

 


ADAPTACION CON LOS PERSONAJES DE CREPUSCULO DEL LIBRO "The Chances Are Bride" DE Billie Warren Chai

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Capítulo 1: UNICO.

 Shiloh Springs, Texas 1872

El sheriff Edward Cullen escuchó que la puerta de su oficina se abría de un golpe, haciendo vibrar las ventanas.

— ¡Ya ha llegado! — Su ayudante Seth Clearwater corrió hasta las celdas. — La novia por correo ya está aquí.

— ¡Lo he oído! — Exclamó el sheriff, saliendo de la pequeña habitación oscura. Demonios, la mitad del país probablemente lo había oído.

— Me pediste que te avisara. — Le recordó Seth. — ¿Qué vas a hacer, Edward?

— Encontrarme con ella. — Respondió Edward cogiendo su sombrero y saliendo de la oficina. Momentos después escuchó otro portazo y Seth se apresuró para alcanzarlo. — Ve a buscar al pastor  Denali y dile a él y a su esposa que vayan a mi oficina ahora.

Sentada en un banco fuera de la terminal de la diligencia, había una mujer menuda que llevaba una chaqueta azul viaje y un ridículo sombrero con un velo y una pluma verde, que se posaba en sus rizos color caoba.

¿Dónde tenía la cabeza Jacob Black? La mujer no debía de tener más de veinte años, y Black por lo menos cuarenta.

— ¿Disculpe, señorita? — La saludó quitándose el sombrero. — Soy el sheriff Edward Cullen. Es usted la Srta. Isabella Swan?

— Sí, soy yo. — Confirmó ella mirando al sheriff.

Maldición... Tan joven, tan menuda... tan hermosa. No iba a ser fácil.

— Lo siento mucho, pero el Sr. Black no está disponible. — Mintió. — ¿Por qué no viene a mi oficina?

Ella no se movió.

— Puede esperar allí, fuera del sol.

— ¿El Sr. Black sabrá dónde encontrarme? — El velo ocultaba sus ojos, pero no la incertidumbre de su voz.

— Sí, señorita.

Si él estuviese en condiciones de encontrarla, lo cual no era el caso.

— ¿Y mi bolsa? — Ella se mordisqueó un dedo, a pesar de los guantes.

— Seth se hará cargo de ella.

— De acuerdo.

Y levantándose puso su brazo alrededor del de Edward. Ella apenas le llegaba al hombro. Si Jacob Black no estuviera ya muerto, Edward podría considerar matarlo sólo por traer a una chica tan dulce e inocente a una ciudad salvaje como Shiloh Springs. Cuando entraron en su oficina, él le ofreció una silla.

— ¿Quiere un café, o un vaso de agua?

— Agua, gracias. — Respondió ella, timidamente.

Edward agarró un vaso manchado de café y lo limpió con la manga antes de llenarlo con el agua de la jarra, dándoselo a continuación.

— Gracias.

La puerta principal se abrió y el pastor y su esposa entraron.

— Sheriff. — Denali lo saludó, mientras que su esposa examinaba a Isabella.

La esposa del pastor encontraba defectos a cualquier mujer que conociera, especialmente si era más joven o más guapa que ella, lo que significa a cualquier mujer menor de cuarenta años. Se consideraba el epítome de las buenas costumbres y del comportamiento cristiano, y no le importaba expresar su opinión cuando lo consideraba necesario.

— Reverendo, Sra. Denali, esta es la Srta. Isabella Swan, la novia del Sr.Black.

La joven se levantó y extendió la mano hacia el pastor.

— Encantado de conocerla, Srta. Swan. — La saludó el reverendo, casi sin tocar su delicada mano.

— Lo mismo digo, señor. — Respondió ella.

Edward notó que la Sra. Denali extendía la mano a regañadientes y la saludaba tocando ligeramente la mano de la muchacha.

¡Maldita sea! Odiaba esta parte del trabajo, pero como sheriff, tenía la obligación de hacer cosas desagradables.

— Srta. Swan... — Edward se volvió hacia ella. — No hay una manera fácil de decir esto, pero...

El rostro de ella palideció.

— El Sr. Black, falleció inesperadamente hace tres días.

La copa se cayó de las manos de Isabella.

— Lo enterramos ayer. Nadie sabía exactamente cuando llegaría usted aquí.

La joven empezó a temblar. Edward la sujetó, cogiendo su desmayado cuerpo antes de que se cayera al suelo. Inesperadamente, se sintió excitado.

— Maldito Jacob Black. — Murmuró él.

— Bueno, sheriff. Usted no debe hablar mal de los muertos. — Censuró la Sra. Denali.

Edward se sintió fastidiado por la reprimenda ya que ella nunca había dicho nada bueno sobre Black cuando estaba vivo, de hecho, de hecho no decía nada bueno de nadie. Pero ahora que Black estaba muerto...

No le servía de nada haber llamado al reverendo y a su esposa para que le ayudaran a darle la noticia a ella... Su caballo le habría ayudado más. Ignorándolos, la llevó hasta una celda vacía y la acostó en un banco. Cogiendo una toalla la humedeció.

Cuando Edward oyó que la puerta principal se cerraba detrás de la pareja Denali, les deseó con sarcasmo un buen viaje. Volviendo la atención a la Srta. Swan, le quitó el sombrero y el velo, y le pasó la toalla por su pálido rostro.

— ¿Srta. Swan?

Ella permanecía inmóvil. Black podría haber sido un imbécil, pero tenía que reconocer que había sabido elegir a una mujer hermosa.

Entonces los párpados de ella se agitaron abriéndose. Los profundos ojos color chocolate lo hipnotizaron. En ese momento, Edward pensó que su corazón había dejado de latir, y que sus pulmones buscaban aire desesperadamente.

Isabella tuvo que esforzarse para abrir los ojos. Y cuando lo hizo vio al sheriff de rodillas frente a ella con expresión preocupada, se acordó de todo. Había ido a Shiloh Springs para casarse con Jacob Black, un hombre al que nunca había visto. El sheriff le había dicho que Jacob había muerto. La habitación giró cuando trató de ponerse de pie.

— Tranquila. Usted está conmocionada.

¡Conmocionada! Sí, la noticia de la muerte de Jacob Black había sido una conmoción para ella, pero al mismo tiempo que lamentaba su muerte, no podía llorar por él. A decir verdad, ella no albergaba ningún tipo de sentimiento hacia él, a pesar de saber podrían haberse enamorado con el tiempo.

¿Qué iba a hacer ahora? No tenía dinero para volver a casa. Además, ya había deshonrado a su familia huyendo para casarse, por lo que no podía regresar a Georgia. Presa del pánico, sintió que en su interior crecía un sentimiento de total desesperación y tuvo que contener las lágrimas. ¡Dios, necesitaba tiempo para pensar!

— Tome, bébase esto. — Edward le ofreció un vaso. — Esto la calmará.

Isabella olfateó el whisky, que ella acostumbraba a beber cuando los calambres mensuales eran insoportables. El dolor ahora no era físico, pero aún así no era menos real.

— Gracias.

Sostuvo el vaso con ambas manos y bebió. Sintió que el líquido le quemaba en el estómago y minutos más tarde el calor se extendió por todo su cuerpo.

— Cuando se sienta mejor, podemos ir afuera. Creo que se sentirá más cómoda.

Isabella asintió y se puso de pie, notando que estaba siendo observada por el sheriff. Edward extendió la mano para sostenerla y ella se la aceptó, sintiéndose protegida como un cachorro. Los dos salieron de la celda.

La estatura de él era impresionante. Edward era cerca de veinte centímetros más alto que sus hermanos, y estos no eran nada pequeños. Si ella no levantaba la vista, no veía nada más allá que unos hombros anchos que llevaban una camisa de algodón. Y levantándola más se fijó en lo atractivo que era.

Largas pestañas sombreaban sus ojos castaños y una reconfortante sonrisa completaba la singular belleza de aquel rostro. Sin embargo, lo que más la impresionó fue la forma en que la estaba tratando, que conseguía que ella confiase en él.

Después de ayudarla a sentarse a la mesa, Isabella esperó hasta que él se volviera y se sentara también.

— Sheriff Cullen, ¿cómo murió el Sr. Black?

— No voy a mentirle... Recibió un disparo. — Contestó, inclinándose hacia delante con los ojos entornados. — En realidad, le dispararon cinco balas en el pecho. El que lo hizo se aseguró bien de que lo mataba sin ninguna duda.

Isabella suspiró. En Georgia, la gente no se mataba entre sí por ninguna razón, por lo menos no después de que la guerra terminara.

— Srta. Swan, ¿qué es lo que el Sr. Black, le contó acerca de él?

— Nos escribimos después de que la agencia Una Novia Para Todos nos puso en contacto. Él me dijo que tenía treinta años y que nunca había estado casado. Me contó que había luchado  por los Estados Confederados de América y que su familia lo perdió todo durante la guerra y que estaban todos muertos. También mencionó que era dueño de un restaurante y de un hotel, y que podría darme una buena vida.

Edward apretó los puños. El bastardo de Black, había mentido descaradamente a su novia. Y ahora estaba muerto, Edward se sintió obligado a contarle la verdad.

— Srta. Swan, me temo que él no fue totalmente honesto con usted. Black no era el dueño de un restaurante ni de un hotel, pero si del Saloon Chances Are y del Club Social.

La expresión de ella titubeó pero se mantuvo serena. Su pequeña boca de labios curvilíneos se contrajo. Edward se vio invadido por un repentino deseo de abrazarla y consolarla. ¿Tenía ella alguna idea del poder que ejercía sobre él?

No se había sentido tan culpable, desde que a su novia la violaron y asesinaron mientras él luchaba por defender el Sur. Parecía que su maldición era no ser capaz de proteger a las mujeres que quería, incluyendo a su madre y a su hermana, que habían muerto al final de la guerra, profundizando aun más la herida que todavía tenía en su corazón.

Con el tiempo, la culpa y el dolor formaron un escudo en su corazón, que le hizo prometerse a si mismo que nunca dejaría a ninguna mujer acercarse a sus emociones. Aunque algunas lo afectasen en el plano físico, ninguna se acercaría a su alma.

Hasta ese momento.

— Llegará otra diligencia hacia el Este dentro de cinco días. Supongo que la querrá tomar. — Concluyó Edward, aunque no era asunto suyo lo que ella iba a hacer. Pero, diablos, alguien tenía que protegerla. — Emily Young es la dueña de una casa de huéspedes cerca de aquí. Vamos a comer algo y luego hablaremos con ella.

Ella consintió y aceptó el brazo que Edward le ofrecía. Mientras caminaban hacia el Café Sue, la gente se detenía y miraba a la novia por correspondencia. A Edward le gustaría saber lo que pensaba ella de todo esto.

Isabella sabía que ella era motivo de curiosidad. Todo el mundo quería conocer a la estúpida que se había cruzado la mitad del país, para casarse con alguien que no había visto nunca. Todo le parecía una pesadilla de la que no lograba despertarse.

Así que Jacob Black era dueño de un Saloon y de un Club Social. No tenía ni idea de como era el ambiente de esos lugares, pero a juzgar por la expresión del sheriff, no debía ser una buena cosa.

Edward se fue a hablar con Emily Young para reservar una habitación para ella.

Confusa, Isabella no sabía qué hacer ni qué pensar. Sin embargo, una cosa era segura, no tenía dinero suficiente para pagar un billete de regreso a Georgia. Además, no tenía ningún motivo para volver. Su madre ya le había dicho que estaba siendo imprudente y que haría el ridículo. Pero esa había sido una oportunidad para una nueva vida, y estaba decidida a hacer que funcionase. Ya no sería nunca más, una criada gratis  para su padre y sus hermanos.

Bien, en primer lugar trataría las cosas más urgentes. Estaba hambrienta. Ella pidió una pequeña comida con carne, puré de papas y café. El sheriff Cullen volvió a su mesa mientras ella terminaba de comer y se sentó enfrente.

— Gracias, Ben. — Agradeció Edward al hombre que le trajo el café. — Esta es la Srta. Swan. Se quedará en la ciudad hasta que el tren llegue la próxima semana. ¿Todavía te queda tarta?

— Ben y su hija Sue son los propietarios de este establecimiento. — Explicó Edward a Isabella, quien asintió con la cabeza en señal de saludo hacia el hombre. — Emily tiene una habitación libre. Seth llevará su bolsa

— No sé como agradecérselo. — Balbuceó Isabella torpemente.

Ben le sirvió un trozo de tarta de manzana a Edward y ella se sorprendió al ver que un sheriff se ponía la servilleta en el regazo y usaba el tenedor y no la cuchara.

— No hay nada que agradecer. A Emily le gusta ayudar. Usted tendrá una habitación limpia, desayuno y cena. No le gustan los escándalos.

— Espero que no cueste muy caro. No tengo mucho dinero. — Era mejor decir la verdad enseguida, pensó Isabella.

— No se preocupe. — Edward se comió otro trozo de tarta. — Le recordé a la Sra. Young que yo le debía dinero a Black por un caballo.

¿El sheriff tenía la impresión de que ella necesitaba caridad?

— Puedo pagar mis gastos, sheriff Cullen. No voy a aceptar su caridad. — Isabella se sorprendió de sus propias palabras. Había aprendido por experiencias anteriores, a no discutir con un hombre, y menos con alguno tan grande como Edward Cullen.

— No es caridad. se lo debía a Black, y Black a usted. — Le explicó. — Ya sé que el matrimonio fue concertado, pero debería agradecer a su ángel de la guarda que él esté muerto. Tendría un enorme dolor de cabeza si se hubiera casado con él...

Edward dejó a un lado lo que quedaba de la tarta y dirigiéndose al mostrador, dejó allí algunas monedas.

— Esto debería pagar mi tarta y la comida de la Srta. Swan. Por favor, Ben, acompáñala hasta la pensión de la Sra. Young.

— Puedes irte tranquilo sheriff.

Isabella estaba aturdida, la mente era un torbellino de pensamientos y emociones. Por fin se levantó y puso algo de dinero sobre el mostrador, pero Ben se negó cortésmente. Después de insistir un poco más, ella se dio por vencida.

— La llevaré hasta la casa de huéspedes de la Sra. Young. — Comentó Ben.

— Enséñeme el camino, puedo ir sola. — Declaró Isabella con altivez. Después de todo, el sheriff no tenía nada que ver con sus acciones. — Estoy segura de que la podré encontrar.

— Le dije al sheriff Cullen que la llevaría y siempre mantengo mi palabra.

Después de caminar uno al lado del otro en silencio, Isabella se sintió muy aliviada cuando llegaron a la pensión.

Emily le mostró una habitación en el segundo piso. Tenía un colchón con bultos encima de una sencilla cama de madera, una mesita de noche con tres cajones y algunos ganchos cerca de la puerta principal. Todas las comodidades de una casa, y ella no tenía necesidad de cocinar.

Volviendo a la recepción, Isabella abordó el tema del dinero pero se le informó de que su alojamiento ya se había pagado por adelantado.

— No puedo permitir que el Sr. Cullen pague mis gastos. — Insistió ella. —Espero que me entienda, pero eso no está bien.

— Ya que vas a quedarte aquí puedes llamarme Emily. El sheriff Cullen es un hombre honrado. Según él, es una deuda que tenía con Black, así que no veo ningún problema en que quiera devolvérsela pagando tus gastos.

— Pero puedo pagar mis gastos. — Protestó Isabella. — Si no aceptas mi dinero, entonces te puedo ayudar en la cocina, limpiando o con la ropa de cama. No tengo miedo al trabajo duro. Limpiaba la casa de mi padre y de mis hermanos en Georgia.

— Me encantaría que me ayudases con la ropa de cama.

Isabella no se sorprendió cuando Emily aceptó la oferta con tanta rapidez.

Emily explicó que la norma del establecimiento era de sólo un baño caliente una vez por semana. Los otros se cobraban por separado. Isabella se preparó enseguida un baño con el agua calentada en el fogón y llenando una bañera que estaba montada en la cocina. Isabella estaba encantada con su primer baño caliente desde que había salido de su casa.

La muerte de Jacob Black había cambiado el destino de Isabella. El sueño de empezar una nueva vida con un marido que la cuidase se había disuelto en el aire. Casi se había deshecho en lágrimas en la oficina del sheriff, pero ahora, con el cuerpo sumergido en agua caliente, los músculos relajados y las emociones reprimidas durante todo el día, un torrente de lágrimas comenzó a caer por su delicado rostro.

Se sintió mejor después del baño y antes de regresar a su habitación, se puso la bata nueva que se había hecho para su vida de casada.

No podía conciliar el sueño, porque los pensamientos la tenían agitada. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida como para viajar más de mil millas para casarse con un desconocido? Y era todavía peor que se hubiera creído cada frase escrita por Jacob.

Ahora, tenía que tomar una decisión. Podría ir a casa y enfrentar la ira de su padre y la burla de sus vecinos, por no hablar de que tendría que seguir cocinando y limpiando para la su padre y sus cinco hermanos, hasta cuando Dios quisiera. Pronto se convertirá en una solterona envejecida y cansada. O podría quedarse en Shiloh Springs e intentar construirse una nueva vida utilizando sus habilidades; cocinar, limpiar, lavar y coser. También sabía leer, escribir y hacer sencillas cuentas, aunque no se había ejercitado desde hace algún tiempo.

Su sueño era formar una familia con un esposo e hijos. Probablemente encontraría otro hombre que la quisiera como esposa. Ya había visto a muchos hombres en la ciudad.

El recuerdo del sheriff surgió en su mente. Edward parecía tan exigente como su padre y sus hermanos. Le había sugerido que ella se marchase en el próximo tren, no le había dado la opción de elegir donde quería comer, y había pagado su comida después de arreglar su alojamiento.

Isabella se preguntó si habría una Sra. Cullen.

~~~

Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente, el brillante sol entraba por la ventana del dormitorio. No recordaba en qué momento se había dormido.

Había trabajado siempre muy duramente y se consideraba tan fuerte como cualquier otra persona. Por Dios, su vida tenía que ir bien alguna vez, ¿no? Levantándose, se lavó la cara con una toalla húmeda, se recogió el cabello y se puso un vestido ligero antes de bajar corriendo las escaleras.

Emily estaba sentada en la sala de estar, cosiendo.

— Tranquila, querida. Has tenido un viaje largo y un final nada feliz, por eso te dejé dormir más. Te he guardado el desayuno. — Emily sonrió y la envió a la cocina. — Come lo que quieras.

Isabella encontró galletas y tocino en el horno y cogiendo una taza del mostrador la llenó con café. La comida sabía mejor que la de los distintos sitios, en los que había parado la diligencia en su viaje hasta allí. Después de comerse las galletas y el tocino, limpió todo y regresó para hablar con Emily.

— ¿Cuáles son las habitaciones que necesitan sábanas limpias?

— La ropa de cama se cambió ayer, el próximo cambio será dentro de dos días. ¡Ouch! — Exclamó Emily después de pincharse el dedo con la aguja. —Siéntate un momento y hazle la compañía a una anciana.

— ¿Quieres un poco de té? — Preguntó Isabella.

— A pesar del calor, estaría muy bien... Agradezco tu amabilidad.

Isabella había regresado con dos tazas de té cuando oyó un golpe en la puerta.

— Tengo un mensaje para la Srta. Swan. — Anunció el chico que estaba de pie en el umbral.

¿Un mensaje?

— Soy yo. — Isabella cogió el papel y cerró la puerta. De regreso a la habitación, abrió y leyó la nota. — El Sr. Crowley, un abogado, quiere que vaya a su oficina hoy. — Le comentó a Emily.

— Es un picapleitos. — Le informó Emily. — No digas que no te lo advertí y no creas nada de lo que él te diga, a menos que todo esté muy claro.

Fuese lo que fuese, al ser una llamada de un abogado, tenía que ser importante. Isabella se inquietó, preguntándose que podría ser. Ansiosa, decidió averiguar de lo que se trataba, inmediatamente.

— Me reuniré con él ahora. — Dijo Isabella mordisqueándose una uña, cediendo a esa costumbre cuando estaba nerviosa.

— Buena idea, de lo contrario te quedarás sin dedos.

Emily se rió mientras Isabella salió apresuradamente.

Incluso aunque Emily no le había dado explicaciones para ir, Isabella se las arregló para encontrar la oficina del Sr. Crowley. Una placa corroída por el tiempo, con el nombre y su profesión, colgaba de un soporte en la parte delantera de su casa. Las ventanas estaban cubiertas de polvo.

Al entrar en la pequeña oficina y vio a un hombre trabajando.

— Buenos días. Soy Isabella Swan. Busco al Sr. Crowley. Me pidió que me reuniera con él aquí.

— Ah, sí. Yo soy Tyler Crowley, abogado.

Era un hombre de mediana edad, corpulento y calvo, que después de invitarla a seguirlo hasta la parte de atrás de su oficina, extendió la mano para indicarle un sillón de cuero viejo delante de una mesa de madera grande y oscura, lleno de figuras decorativas.

— Represento a las propiedades de Jacob Black, Srta. Swan. — Dijo sentándose a la mesa, y abriendo una carpeta con documentos. — Hay deudas pendientes que deben de pagarse.

Isabella estaba paralizada por el miedo, como si tuviera los brazos atados a la espalda. ¿Tyler Crowley esperaba que le devolviese el dinero que le había mandado Jacob?

— No tengo dinero, Sr. Crowley.

— Eso no es un problema. — Contestó él, hojeando unos papeles.

— Quiero decir que no puedo devolver lo que el Sr. Black me envió. —Isabella se retorcía las manos sintiendo que el pánico se iba apoderando de ella.

Tyler la miró por encima de sus gafas.

— ¿Cómo? Srta. Swan, no le estoy pidiendo el dinero que Jacob le envió. La he llamado para hablar de su herencia.

— ¿Herencia? — Su corazón se aceleró.

— Los negocios de Jacob estaban en orden. — Afirmó quitándose las gafas. — Después de que usted accediera a casarse, él hizo un testamento, dejándole todo a su favor.

Isabella abrió la boca y dio gracias a Dios por estar sentada.

— ¿Todo?

— Todo, absolutamente todo. — Repitió él. — El Saloon Chances Are, El Club Social, sus cuentas bancarias y sus propiedades. Ahora, todo eso es suyo.

— No sé qué decir.

Sus manos temblaban incontrolablemente. Jacob Black, un desconocido con el que supuestamente se tendría que haber casado, le acaba de dejar todas sus posesiones. Bueno, ella habría sido una gran esposa, si él no hubiera muerto.

— Tengo que terminar la documentación y llevarla mañana para que el juez la firme. El viaje a la ciudad dura al menos medio día, y volveré pasado mañana con todos los documentos en orden. Sólo necesito su firma en unos papeles.

Uno a uno, el abogado le entregó los documentos, explicándole lo que eran. Cuando Isabella los hubo firmado se los devolvió.

— Le aconsejo que no hable con nadie hasta que yo vuelva con todo firmado. — Le recomendó recogiendo los papeles y metiéndolos en una carpeta. —No tiene sentido ser interrogada por entrometidos. Yo me encargaré de todo.

Isabella se levantó para irse, y Tyler la acompañó hasta la puerta.

— Gracias, Srta. Swan.

Pensativa, ella caminaba por la acera, recordando que su padre siempre decía que la vida era impredecible. De hecho, allí estaba ella... De la mañana a la noche, su suerte había cambiado radicalmente.

~~~

Edward estaba tan irritado que quería golpear algo. Había pasado la noche removiéndose en la cama a causa de una mujer a la que acababa de conocer.

Salió a caminar por la calle, con el rostro tan sombrío que la gente se apartaba para que él pasase. Los que se atrevían a saludarlo solo conseguían una ligera inclinación de cabeza o a lo sumo un seco, ―buenos días‖.

Más adelante, él descubrió a la responsable de su noche de insomnio saliendo de la oficina del abogado. Tal vez hubiese ido hasta allí para enterarse de sus derechos como prometida de Jacob Black, o buscando dinero para regresar a Georgia. Edward no se desvió del camino.

— Buenos días, Srta. Swan. — La saludó, tocándose el ala del sombrero.

Se veía diferente, no tan deprimida como debía verse a alguien cuyo novio había muerto inesperadamente.

— Buenos días, sheriff Cullen. Hace un hermoso día, tal vez un poco caluroso, pero la brisa ayuda a refrescarlo. — Isabella le regaló una sonrisa.

Edward no podía creerse que estuviera hablando del tiempo con Isabella. ¿Qué había pasado durante la noche?

— Si necesita cualquier cosa del pueblo, no dude en pedírmelo. Estaré encantado de mostrarle el lugar.

¿Por qué estaba siendo tan amable cuando lo que realmente quería era alejarse de ella tanto como fuera posible?

— Gracias, sheriff.

Él notó un brillo en esos hermosos ojos cafes.

— Edward, por favor. Llámame Edward.

Sonaba muy formal cuando le llamaba sheriff.

— Muy bien, Edward. Entonces llámame Isabella.

Edward tuvo la sensación de que esa cálida y acogedora sonrisa era solo para él.

— ¿Dónde puedo encontrar un carrete de hilo?

— En el almacén Stanley. Yo voy en esa dirección.

Edward le ofreció su brazo, y ella aceptó.

En ese momento, sintió un calor que envolvió su corazón y se extendió por todo su cuerpo. Tuvo la impresión de oír la sangre corriendo por sus venas. Cuanto más luchaba contra los sentimientos, más fuerte latía su corazón por Isabella, que ya lo había enredado con su inocencia.

Caminaron juntos hasta la tienda, haciendo sonar la campana de la puerta cuando Edward la abrió para ella.

— Sheriff Cullen, ¿en qué puedo ayudarle? Me temo que no tengo libros nuevos. — Saludó la Sra. Stanley, deteniéndose de repente cuando vio a Isabella.

— ¡Buenos días, señora. Stanley! Esta es Isabella Swan. Necesita un carrete de hilo.

Todos en el pueblo sabían que era una novia por correspondencia, por lo que la presentación no le resultó a Isabella muy violenta.

Edward notó un frío repentino en el comportamiento de la dueña de la tienda. La hija de la Sra. Stanley, Jessica, estaba interesada en él. Le habían invitado varias veces a cenar con la familia y se estaba quedando sin excusas que darles. Eran buena gente, y la hija era una buena chica, pero no sentía nada especial, o incluso esa chispa que solamente había sentido una vez antes y ahora se repetía con Isabella Swan.

No, eso estaba mal. No podía ni debía. La diligencia estaría de vuelta en unos pocos días, y sería mejor mantenerse alejado de ella hasta entonces.

— Necesito hilo azul oscuro. — Dijo Isabella.

— Lamento su pérdida. — Murmuró la Sra. Stanley, sin parecer muy sincera.

— Gracias. — Le agradeció Isabella mientras examinaba los hilos. — Bien, esto debería servir. Con un carrete será suficiente.

— ¿Pretende quedarse en el pueblo o regresar al Este? — La Sra. Stanley fue directa al grano.

— Todavía no tengo planes. Tal vez me quede en Shiloh Springs.

— No puedo hacerle ninguna oferta de trabajo, y no creo que encuentre alguna en el pueblo, a menos que quiera trabajar en el Saloon Chances Are.

Isabella tuvo la impresión de que el veneno que destilaba la boca de la Sra. Stanley, tenía toda la intención de boicotear cualquier intento que ella hiciera, para encontrar un empleo y quedarse allí.

— Bueno Sra. Stanley, Isabella no es el tipo de persona que trabajaría en el Saloon. Estoy seguro de que encontrará un trabajo adecuado en el pueblo si decide quedarse. — La defendió Edward aunque a él mismo le extrañase lo que acababa de decir, recordando que justo un momento antes había deseado que ella se fuera pronto.

Isabella pagó su compra y él la acompañó hasta la puerta. No se atrevía a ofrecerse a pagar sus gastos de nuevo.

— Lo siento. No sé que le pasó a la Sra. Stanley. — Comentó Edward al salir de la tienda.

— Tengo que volver. La Sra. Young me espera para que la ayude con la cena. — Dijo dirigiéndole una sonrisa que le hizo derretirse como mantequilla sobre pan caliente.

— Sí, señorita. — Saludó Edward tocándose el ala de su sombrero. — Continuaré con mi ronda. Buenas tardes.

— Buenas tardes, Edward. — Se despidió ella regresando a la pensión.

Edward continuó su camino mientras pensaba en Isabella. Le parecía que era muy amable y agradable. ¿Qué la habría llevado a buscar un marido por correspondencia? ¡Y sobre todo a Jacob Black!

Solo de pensar en ese sujeto le revolvía el estómago. Afortunadamente sus contactos con él habían sido pocos y distantes. Solamente había frecuentado el Saloon Chances Are en calidad de sheriff.

Jacob era una comadreja, la personificación de la palabra ―traidor‖ y ―tramposo‖. Y a Edward el Saloon Chances Are le exigía más vigilancia que cualquier otro establecimiento del pueblo. La bebida mezclada con las cartas marcadas para hacer trampas, creaban una situación tan explosiva que lo mantenían muy ocupado, especialmente las noches de los sábados.

Jacob Black era un enigma para todos los del pueblo. Nadie sabía quien era ni de donde había venido. Solo se sabía que un día había aparecido en el pueblo con el dinero suficiente para comprar el Saloon Chances Are, que estaba a punto de cerrar. El negocio había prosperado después de que Victoria Mallory abriera el Club en el segundo piso del Saloon. Muchos vaqueros llegaban desde todos los lugares. Black parecía ser un buen empresario y tenía un montón de dinero. Muy rara vez se le podía ver fuera del Saloon. Los rumores decían que había hecho una fortuna dirigiendo los bloqueos a los Yanquis durante la guerra. No era necesario decir que los hombres como él tenían muchos enemigos, y algunos creían que se estaba escondiendo en Shiloh Springs, pero nadie lo sabía a ciencia cierta y Black no es que fuera muy hablador.

~~~

Isabella volvió agitada a la casa de huéspedes. ¡Jacob le había dejado todos sus bienes! Usaría ese dinero para construirse una nueva vida.

Al menos no tendría que volver a casa, aunque tampoco estaba segura si quería quedarme en Shiloh Springs. Pero ahora, con lo que había heredado, no tenía prisa en tomar una decisión.

Isabella pensó que haber aceptado la propuesta de matrimonio de Jacob Black había sido una muy mala idea. Le había mentido acerca de ser el dueño de un hotel y de un restaurante. Lo que había escrito en sus cartas sobre su amor también podría haber sido mentira, pero la propuesta de matrimonio fue real.

¿Por qué quería una esposa? ¿Qué le llevó a hacer un testamento en secreto, dejándole todos sus bienes a una mujer que no conocía? Bien, no sabía que clase de hombre había sido Jacob Black, y ahora mucho menos que clase de marido habría sido. Pero en ese momento lo importante era que la herencia era muy real y a su favor. Quizás Black la había amado de alguna extraña manera. Jamás sabría la respuesta, pero aún así, se lo agradeció en silencio.

Una vez que llegó a la pensión y al ver a Emily sentada en el porche desgranando habas, dejó de lado todos sus pensamientos relacionados con los hombres.

— Deja que te ayude. — Se ofreció Isabella sentándose a su lado.

Tomó un puñado de habas y comenzó a sacarlas. Sus dedos pequeños y ágiles trabajaban más rápido que los de la anciana.

— ¿Cómo fue tu paseo por el pueblo?

Estaba claro que Emily quería saber lo que había pasado en su reunión con Tyler Crowley. Isabella evitó responderle, diciéndole lo que había pasado en la tienda de los Stanley. Fue entonces cuando Emily le contó que Jessica, la hija de los Stanley, estaba segura de que iba a casarse con el sheriff. Por alguna inexplicable razón, eso le molestó y explicaba la hostilidad de la Sra. Stanley.

Isabella terminó con las habas y Emily entró en la casa cogiendo el cuenco.

— Voy a empezar a preparar la cena.

Preparar la cena con Emily, no era muy diferente de preparar las comidas en casa de su padre. Después Isabella se ofreció a lavar los platos y ayudó a Emily a limpiar la cocina.

— Buenas noches, Emily. — Se despidió después de haber terminado todo. — Me voy a retirar ya.

— Vete a la cama y descansa. — Respondió Emily. — Tendrás que pelar patatas por la mañana.

Isabella sonrió a Emily y se detuvo en la escalera, agarrando la barandilla con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Seguía sin saber si era un huésped de pago o un caso de caridad.

En los dos días que siguieron, Isabella continuaba en la pensión, con la Sra. Young tratándola como a una sirvienta. Su paciencia se estaba empezando a agotar cuando Tyler le envió un mensaje para que fuera a verlo.

Se puso el único vestido que estaba limpio y cuando fue a despedirse de Emily, esta le entregó una lista de la compra. Sin mirarla se la metió en su bolso.

Al llegar a la oficina del abogado, Tyler la condujo hasta su escritorio.

— Gracias por venir, señorita Swan. El juez ha firmado los papeles, y ahora usted es la dueña del Saloon Chances Are. El dinero fue transferido a una cuenta bancaria a su nombre. Solo le falta pagar mis honorarios. — Terminó él presentándole una cuenta de más de cien dólares.

— No tengo todo ese dinero. — Se lamentó Isabella.

— Sí, usted lo tiene en su cuenta bancaria. Podemos ir hasta allí y le presento al Sr.  Call.

— No sé muy bien lo que tengo que hacer.

Isabella expulsó el pánico que empezaba a sentir, después de todo, un abogado tenía que saber como proceder en estos casos.

— Srta. Swan, ahora usted es la propietaria del Saloon Chances Are y el Club Social. Los empleados han seguido trabajando y hay que pagarles. Vladimir, el gerente, pagó al personal con las ganancias diarias. Se lo he incluido también en los documentos. — Tyler sacó su reloj del bolsillo del chaleco. — Podemos ir ahora, si lo desea.

— ¿Pero... ahora? — Balbuceó ella.

— Sí, este es un buen momento.

El abogado reunió los papeles y los metió en la carpeta, entonces acompañó a Isabella hasta la puerta y salieron.

En el banco, Tyler le presentó a los empleados. El Sr.  Call estaba fuera en ese momento. Para sorpresa de Isabella, había más de 500 dólares en una cuenta a su nombre. Ella firmó el pago de Tyler y le dio las gracias al servicial empleado del banco.

Poco después, Tyler la acompañó hasta la entrada trasera del Saloon Chances Are y llamó a la puerta. Un hombre gordo con el pelo grasiento les atendió.

— Sr. Crowley, entra. — El hombre miró fijamente hacia Isabella.

— Vladimir, esta es la Srta. Isabella Swan, la prometida del Sr. Black. Los tres entraron en una pequeña oficina. — El Sr. Black hizo un testamento después de prometerse con la Srta. Swan. Era importante para él cuidar de ella, así que le dejó todos sus bienes.

— ¿Qué quieres decir con eso? — Preguntó Vladimir sentándose como si hubiera recibido un golpe.

— Pues que esta joven dama es la nueva propietaria del Saloon Chances Are.

— ¿La nueva propietaria? ¿Ahora trabajo para ella? — Preguntó Vladimir estupefacto.

— Sí, trabajas para ella, y creo que a Jacob le hubiera gustado que la tratasen con educación. Ella no sabe como gestionar un Saloon, así que tenemos que ayudarla.

Vladimir miró a Isabella a los ojos. Parecía como si esperase que ella cerrase el Saloon después de la muerte de Jacob.

— Sé que es una sorpresa para ti, igual que lo es para mí también. Imagino que sabes como gestionar un Saloon, por lo que te agradezco tu ayuda por adelantado. — Se apresuró a decir Isabella observando la reacción de Vladimir.

— ¿Sabes que esto no es solo un Saloon, sino también un... uh... Club Social? — Preguntó Vladimir tuteándola, todavía conmocionado.

— ¿Y qué es un ―Club Social‖? ¿Es como un hotel?

Los dos hombres se miraron antes de que Vladimir contestase.

— Es un burdel. Victoria Mallory es la jefa. Ella paga el alquiler y un porcentaje a la casa. — Y señalando con el dedo hacia ella, añadió. — Es decir, a ti.

Isabella estaba atónita. ¡De repente se había convertido en la dueña de un burdel! ¡Un prostíbulo! ¿Pero qué es lo que le había hecho Jacob Black?

— Recuerde que puede vender los establecimientos y las propiedades. —Sugirió Tyler.

— Victoria se pondrá furiosa. Ella pensaba que Jacob se casaría con ella. — Vladimir frunció el ceño. — No sé como se va a tomar la noticia.

— Pues no va a poder hacer nada. — Comentó el abogado. — El juez ya ha firmado los papeles.

— ¿Qué papeles? — Preguntó una voz de mujer.

Isabella miró a la mujer que llevaba un vestido que parecía ser muy caro. Su largo y rojo cabello le caía suelto por la espalda y tenía los labios y las mejillas maquilladas en un tono rojizo. De constitución robusta, casi regordeta, estaba envuelta en un aire de arrogancia y autoridad.

— Victoria, esta es la Srta. Isabella Swan, la prometida de Jacob. — Explicó Tyler. — Srta. Swan, esta es la Srta. Victoria Mallory.

— Encantada de conocerla. — Isabella le extendió la mano.

— No lo creo. — Ella apoyó las manos en sus caderas, ignorando el saludo de Isabella. — Jacob me amaba y nos íbamos a casar. Ella está mintiendo.

— No, Victoria, no está mintiendo. Jacob me lo contó todo. Le pidió que viniese desde Georgia. — Contestó Vladimir.

— Jacob también tomó medidas para la Srta. Swan, en caso de su muerte. Le dejó todas sus propiedades, incluyendo el Saloon Chances Are y el Club Social. — Añadió Tyler.

Victoria cerró sus puños con rabia y apretó los labios.

— Jacob no me haría eso a mí. El Saloon y el Club son míos por derecho, no se los quedará, no lo permitiré.

— El testamento ha sido legitimado y el juez ya ha firmado los papeles. No hay nada que puedas hacer. — Le explicó Tyler.

— ¡Ya veremos!

Y girando sobre sus talones, Victoria salió de la oficina airadamente. El eco de sus tacones en la escalera resonó en toda la casa. Vladimir abrió un cajón y sacó un libro.

— Este es el libro de contabilidad. ¿Sabes leer y escribir?

— Sí. Y hacer cuentas también.

Era evidente que Vladimir no tenía una opinión muy alta de las mujeres.

— Te sugiero que comiences pronto a aprender a manejar el negocio. Este libro te dará una buena idea sobre el negocio de la casa. Vendemos todo tipo de bebidas. Hay juegos, y cada mesa paga el cincuenta por ciento de las apuestas. Victoria dirige el burdel y paga a la casa el cincuenta por ciento de sus ganancias. — Vladimir tamborileó los dedos en el libro mientras le daba una pequeña lección sobre la forma de gestionar un Saloon.

Isabella ojeó el libro, pero su cabeza estaba tan confusa que los números se mezclaban en las páginas.

— Lo estudiaré más tarde. Seguirás trabajando aquí, ¿no?

— El tiempo que sea necesario. Tengo que pedir whisky y cerveza. Tenemos suficiente para los próximos quince días, pero se necesita una semana para que lleguen las mercancías. Las camareras ya han cobrado y yo retiré mi paga la semana pasada. Tyler ha llevado el libro de contabilidad desde la muerte de Jacob. Y hay que pagar al pianista.

— Págale, por favor. ¿Y las... chicas?

— Eso lo lleva Victoria. Ella contrata y despide a las chicas, cobra y efectúa los pagos. La casa se encarga de los muebles y de la ropa de cama. Las chicas pagan una tarifa semanal reducida por las habitaciones.

— Oh... — Isabella se sintió muy confundida.

— ¿Por qué no le muestras la casa? — Sugirió Tyler.

— No es adecuado para una dama ir paseándose por un Saloon. — Protestó Vladimir.

— Ella es la dueña, debe comprobar su propiedad. — Dijo Tyler bruscamente, perdiendo la paciencia.

— Bien. — Cedió Vladimir. — Esta es la oficina. Afuera esta el bar y arriba el burdel.

— Nos gustaría verlo. — Pidió el abogado mirando a Isabella.

— Tú ya has estado aquí antes, Tyler, incluso en el piso de arriba. — Le desafió Vladimir, haciendo que él se sonrojara de vergüenza.

— La Srta. Swan no la conoce todavía. — Tartamudeó en señal de protesta.

— De acuerdo. — Vladimir se levantó y los llevó dentro del Saloon.

— Aquí está el bar. Los clientes suelen beber en el mostrador o en las mesas. Las mesas del fondo están reservadas para el juego.

Entonces Vladimir caminó hasta una puerta cercana a la oficina y la abrió. Era el almacén de licores. Después le mostró a Isabella la barra del bar, antes de señalar el piano en un rincón oscuro de la sala. Si Vladimir no le hubiese dicho que eso era un piano, ella podría haberlo confundido con un mueble normal.

— ¿Se sirven comidas? — Preguntó Isabella cuando recordó que Jacob había mencionado las cartas que tenía en el restaurante.

— No tenemos cocina. — Respondió Vladimir. — Ya te he mostrado todo, a no ser que quieras ir a la segunda planta. Las chicas están dormidas, excepto Victoria.

— Creo que lo dejaré para otro momento. ¿Siempre está esto tan oscuro?

— No es necesario encender las luces con la casa vacía, y a los borrachos no les gusta demasiado la luz. — Explicó Vladimir. — Las mesas de juego se iluminan también para evitar las trampas. Jacob no toleraba el fraude.

— Yo tampoco apruebo las estafas de ninguna clase.

— Gracias por mostrarnos la casa, Vladimir. Creo que la Srta. Swan debe de estar agobiada con tanta información. Será mejor que nos vayamos. — Dijo Tyler.

Al salir del Saloon Chances Are, se dirigieron deprisa a la oficina de Tyler.

— Si necesita cualquier cosa, avíseme. Vladimir y yo la ayudaremos de la mejor manera posible. — Estaba a punto de entrar en su oficina cuando se volvió hacia ella. — Tal vez deberíamos hablar un poco más.

Isabella le siguió hasta la mesa y se sentó en un sillón.

— Será mejor que se lo advierta. — Empezó a hablar sentándose en el otro lado de la mesa. — Jacob me dijo que alguien quería comprar sus propiedades y que estaba tratando de causarle problemas. — Tyler se echó hacia atrás. — Si alguien la busca para eso, consúlteme primero. El que sea puede ofrecerle muy poco con la esperanza de que usted no conozca su valor real.

— Lo haré, muchas gracias. — Dijo ella, dándole la mano y despidiéndose.

Al salir de allí, Isabella fue a la tienda a comprar polvo para limpiar los dientes. La campana de la puerta anunció su entrada en el almacén, interrumpiendo la conversación de la Sra. Stanley con otra señora mayor. Isabella sintió sus serias miradas, así que hizo sus compras y salió de la tienda a toda prisa.

Una brisa ligera acariciaba su rostro, trayendo recuerdos de cuando era una despreocupada niña que jugaba en los arroyos de las montañas de Georgia, en un día caluroso de verano. La guerra había terminado con su sueño de tener una familia y un hogar, ya que uno a uno, los hombres que se habían ido a la guerra, no habían vuelto. Había venido hasta Shiloh Springs en un intento de resucitar ese sueño, pero de nuevo había sido destruido. Apenas unos días antes, ella se debatía entre regresar a Georgia con todos los problemas que eso causaría, o tratar de ganarse la vida por sus propios méritos. Ahora tenía un negocio y el futuro parecía brillante, pero en el fondo de su corazón, todavía alimentaba ese sueño de niña.

Antes incluso de llegar a la pensión, Emily llegó corriendo por la calle para encontrarse con ella, con la misma determinación que los Confederados iban a encontrarse con los Yanquis.

— ¡Isabella, me he enterado de que has heredado el Saloon Chances Are y el Club Social! — Dijo Emily enfurecida.

— Sí. El Sr. Black fue muy generoso conmigo, a pesar de que no nos casáramos. — Tartamudeó. ¿Por qué iba a negar la verdad?

— No voy a tolerar eso en mi casa. Tienes que irte inmediatamente.

Emily la echaba de su casa sin darle ninguna explicación.

— Eso no está bien... He pagado una semana por adelantado.

— No me dijiste que el Saloon Chances Are era tuyo. ¡No permito que personas como tú estén en mi casa! — Vociferó Emily. — Recoge ahora mismo tus cosas y vete.

No tenía ningún sentido tratar de discutir, así que Isabella fue hasta su cuarto y recogió sus escasas pertenencias. Normalmente retiraría las sábanas sucias de la cama, pero no vio ninguna razón para hacerlo en ese momento.

— ¿Conoces algún otro lugar en la ciudad donde yo pudiera...? — Isabella se quedó en silencio, dándose cuenta de que no debería de haberle preguntado.

— ¿Por qué no duermes en el burdel, ahora que ya es tuyo?

Seguramente tenía que haber algún lugar donde ella pudiera hospedarse.

Minutos más tarde, Isabella estaba en el centro del pueblo con su bolsa en la mano. No había ningún hotel. Tal vez Tyler conocía algún lugar. Corrió hasta la oficina del abogado, pero encontró la puerta cerrada y nadie respondió cuando llamó.

Todavía estaba de pie delante de la oficina cuando Edward Cullen apareció. Su corazón latía con fuerza, imaginando el toque de esas fuertes manos. Si estaba pensando en mandarla a casa de nuevo, sería mejor que se lo pensase dos veces.

— ¿Qué pasa, Isabella? — Preguntó Edward, deteniéndose a una distancia considerable.

— Pensé que el Sr. Crowley podría decirme un lugar donde quedarme.

— Creí que estabas en la casa de huéspedes de Emily. — Una sonrisa brotó en la comisura de sus labios.

— Me ha echado porque he heredado las propiedades de Jacob... todas.

— ¿Qué? — Sorprendido, Edward se quitó el sombrero y se pasó el dorso de la mano por la frente.

— Jacob hizo un testamento dejándome todo, incluyendo el Saloon y el... burdel. Así que por eso Emily no me permite quedarme en su casa.

Lo último que deseaba Isabella era discutir el tema en la calle, pero no tenía elección.

— No hay ningún hotel en el pueblo, y Emily regenta la única pensión. — Edward entrecerró los ojos, mirándola fijamente. — ¿Por qué no esperas en mi oficina mientras busco algún sitio para ti?

Sin esperar una respuesta, cogió su bolsa y el brazo de Isabella, mientras ella apresuraba el paso para igualarlo. Los sonidos de la madera de la acera parecían burlarse de su situación.

Edward entró en su oficina, dejó la bolsa junto a la mesa y encendió una lámpara.

— Espera aquí hasta que regrese. — Ordenó, con una expresión severa en su rostro que demostraba lo serio que se tomaba su trabajo.

Ese tipo de actitud la habría asustado días atrás, pero había visto cómo todos en el pueblo lo respetaban, lo que demostraba que era un buen hombre.

— Gracias. Parece que siempre vienes a mi rescate.

Isabella tuvo que admitir que se sentía segura cuando él estaba cerca, ya que no hacía más que ayudarla a resolver los problemas en los que se ella se metía.

Edward dejó a Isabella en la oficina y se marchó. Emily tenía el derecho a no alquilarle una habitación, pero no era justo. Tendría que encontrarle otro lugar. No podía dormir en la calle y ella tampoco conocía a nadie más en el pueblo. No quería ser responsable de cuidar a otra mujer si podía evitarlo.

Edward entró en la tienda y se acercó a la Sra. Stanley.

— Necesito su ayuda. Isabella ha heredado las propiedades de Jacob Black, incluyendo el Saloon Chances Are y el Club, por lo que Emily ya no quiere que esté en su casa. ¿Tendría una habitación que le pudiera alquilar?

— Me arruinaría si permitiese que esa mujer se quedase aquí. ¿Por qué no se queda en el Club? Allí tienen habitaciones. — Una sonrisa malvada se extendió por el rostro de la Sra. Stanley. — Tal vez Victoria y ella podrían compartir una. Disculpe, tengo cosas mejores que hacer.

Maldita sea, se esperaba una reacción así. Después de allí, Edward lo intentó en otros lugares, incluida la casa parroquial, todo en vano. Nadie quería ser el anfitrión de la dueña de un burdel. La Sra. Denali le reprendió con severidad, diciendo que las buenas personas deben mantenerse alejadas de gente como Isabella, y que debería sentirse avergonzado por involucrarse en ese asunto.

Edward llegó casi arrastrando los pies hasta su oficina. Era increíble como el pueblo entero había juzgado a Isabella, aunque ella no hubiera hecho nada malo.

Se encontró a Isabella sentada a la mesa leyendo un libro de Mark Twain que él había dejado sobre la mesa.

— Disculpa, Isabella. No hay ni un lugar disponible en el pueblo. Me dieron varias sugerencias para que te hospedases en el Club. — Confesó Edward sintiendo que su estómago se contraía cuando el rostro de Isabella palideció. — Hay una última opción, pero no puedo dejar que te quedes allí.

— Me quedaré con mucho gusto en cualquier lugar, excepto en el burdel. — Dijo ella. — Incluso aquí en la cárcel, como último recurso.

— Bien, porque eso era exactamente lo que estaba pensando. — Admitió Edward con una leve sonrisa.

Él consideró por un instante si tenía derecho de hacerle esa oferta, ya que la oficina del sheriff pertenecía al pueblo e Isabella tenía una propiedad allí, lo que la convertía en una ciudadana. Maldita sea, ¿y qué importancia tenía eso?

— ¿Qué pasa? No has cambiado de idea, ¿verdad? — Preguntó Isabella con el ceño fruncido.

Él no podía alimentar sus expectativas para luego destruirlas. Eso lo volvería el peor de los irresponsables.

— No, pero sólo porque no hay ningún preso en este momento. Cuando haya alguno tendrás que irte. Todo lo que puedo ofrecerte es una cama para que duermas, pero tendrás que comer y hacer las otras cosas en otros lugares.

— ¿Qué otras cosas? — Los inocentes y chocolatosos ojos de Isabella lo avergonzaron.

— Bueno, ya sabes... bien, esas cosas de mujeres.

¡Señor, en que lío se estaba metiendo!

— No, no lo sé.

Edward rezó para que alguien entrara y lo salvara de esa vergonzosa situación, pero la puerta permaneció cerrada.

— Bañarse, higiene personal... esas cosas.

Maldita sea, ahora había hablado de más. Si sus primos lo oyeran, nunca jamás volvería a tener paz.

— Me parece bien. ¿Quién se queda aquí durante la noche?

— Nadie, a menos que tengamos prisioneros. — Respondió Edward. — Cerraré la cárcel al salir. Seth no vendrá por aquí durante la noche, a menos que suceda algo y yo necesite ayuda. Si vuelvo por la noche, quiero que sepas que es por ese motivo. La gente sabe dónde encontrarme durante la noche si hay algún problema.

Edward admiraba la valentía de Isabella. Se necesitaba mucho valor para que una mujer viajase sola al Oeste para casarse con un desconocido. Ella no sólo era hermosa, era demasiado valiente. Aun así, él se mostraba reacio a dejarla en la cárcel. Aunque... ¿qué podría pasar? Bueno, tal vez un incendio, pero eso podía ocurrir en cualquier lugar.

¿Estaría tan preocupado si un hombre, por ejemplo, su hermano se quedará allí solo? No, pero maldita sea, ella era una mujer, una mujer muy hermosa, y él no podía simplemente ignorar ese hecho. De repente se vio invadido por un fuerte sentimiento, una sensación que no había sentido desde que había conocido a su novia, antes de la guerra.

— Lo he entendido, Edward. — Contestó Isabella.

Si lo que acababa de decir era verdad, ella sería la primera mujer en la historia de la humanidad que entendiera a un hombre.

— No puedo quedarme si tienes un prisionero. Comeré y... humm... haré otras cosas en otro lugar. — Se sentó triste en una silla. — Puedo hasta irme del pueblo.

Edward se sorprendió al no querer que ella se marchase.

— Es tarde y tengo hambre. — Tenía que hacer algo antes de que ella comenzara a llorar. — Apuesto a que tú también. Vamos a cenar al restaurante de Sue.

Edward no le dio muchas opciones, sujetándola por el codo la condujo hacia la puerta.

La noche empezaba a caer, ensombreciendo el pueblo. En el camino hacia el restaurante, los dos se cruzaron con la Sra. Young. Isabella se puso tensa, pero Edward clavó la mirada en la vieja pomposa, obligándola a permanecer callada.

Al llegar al restaurante, Edward abrió la puerta para que ella pasase. Al entrar, Sue corrió hacia Isabella, evidentemente con intenciones de echarla del restaurante, pero se detuvo al ver al sheriff. Isabella se dio cuenta de cómo iba a ser recibida en los sitios de ahora en adelante.

Sue les acompañó a una mesa al fondo donde la gente decente no podría ver a Isabella, pero Edward se detuvo en una mesa justo en el medio de la sala.

— Aquí está muy bien. — Dijo sacando una silla para Isabella y sentándose en seguida.

El rostro de Sue enrojeció por la furia y apretando los labios para no decir nada, fulminó con la mirada a Isabella.

Edward pidió bistec y patatas para los dos. El malestar de Sue hacia Isabella era evidente, ya que los platos llegaron en un tiempo récord.

— Es mejor comer antes de que se enfríe. — Dijo Edward cuando Isabella vaciló. — Sue no rechazará que le pague la cuenta.

— Si, es verdad... — Afirmó ella cortando un trozo de carne y llevándoselo a la boca. — Está muy bueno.

Comieron en silencio sin intercambiar una sola palabra. Isabella acabó con todo lo que tenía en su plato. Edward estaba impresionado con la rapidez con que ella se llevaba el tenedor a la boca. Nunca había visto a una mujer comer tanto. Estaba tan atento a sus movimientos, que apenas se dio cuenta de que también había vaciado su plato.

— ¿Quieres postre? — Preguntó Edward, acordándose de su postre favorito, la tarta de manzana de Sue.

— No debería. — Dijo ella, mordiéndose el labio inferior. — ¿Los postres de aquí son buenos?

— Sue hace la mejor tarta de manzana de Texas. Voy a pedir un pedazo.

— Entonces yo pediré lo mismo. — Isabella se echó a reír.

Sue tomó la orden y regresó poco después con dos trozos, quedándose de pie cerca de la mesa mientras saboreaban la tarta.

— ¡Maravillosa, como siempre!

A pesar de su enfado, Sue se mostró satisfecha con la aprobación de Edward.

— Está deliciosa. — Confirmó Isabella.

— Sue ha ganado el primer premio cinco veces seguidas en las celebraciones del Cuatro de Julio.

— Puedo entender porque. — Isabella se terminó de comer la tarta. — Estaba muy buena. — Le dijo a Sue.

— Gracias. — Respondió Sue con una sonrisa.

Edward pagó la cuenta y regresaron a su oficina. Abrió la puerta y la condujo adentro, mientras se preguntaba como iba a dejarla allí sola.

— Isabella no es correcto que te quedes sola aquí.

— Estaré bien, Edward. He estado en sitios peores. Mi casa fue un horror durante la guerra.

Los dos se sentaron en lados opuestos de la mesa.

— ¿No me digas que estuviste en medio de los combates?

— No, pero la guerra estaba a nuestro alrededor. Las tropas de ambos bandos fueron allí tan a menudo que terminamos acostumbrándonos. Pero no fue tan malo hasta que Sherman prendió fuego a todo lo que encontró, incluida nuestra casa. Mi padre me escondió en el sótano, detrás de una pared falsa que él construyó. Eso me salvó de los Yanquis. Mi mejor amiga, Maggie, se suicidó después de que... todos la violaran.

La tristeza ensombreció el rostro de Isabella, dejando claro que los recuerdos eran muy dolorosos.

— Los soldados golpearon a mi padre antes de quemar la casa conmigo dentro. Después de eso, él nunca fue el mismo.

Conmovido, Edward se levantó, la puso de pie y la abrazó hasta que ella dejó de temblar y sollozar. Después le limpió las lágrimas con un pañuelo.

— Eso ya ha pasado. Ahora estás en Shiloh Springs. Tienes una nueva vida y un futuro por delante.

— ¡Que futuro! El único restaurante del pueblo no me atenderá si tú no vienes conmigo. La única pensión que hay no me acepta y nadie quiere alquilarme una habitación. Todo por culpa de las propiedades de Jacob.

— No saben nada de ti. — Edward se apartó. Estar tan cerca de ella cuando la estaba animando, le estaba causando a él mismo una gran ―animación‖ que no deseaba que ella notase. — El pueblo solo conocía a Jacob Black y el tipo de establecimiento que poseía. Con el tiempo, la gente te conocerá y las cosas cambiaran. Tienes que darles una oportunidad.

— Es difícil cuando todos me cierran la puerta en las narices.

— ¿Por qué no duermes un poco? Las cosas a veces se ven mejor por la mañana. — Todavía se resistía a dejarla sola en una celda.

— Tienes razón. Te estoy apartando de tus tareas. — Ella entró en la celda y probó el colchón. — He dormido en peores camas. Gracias, Edward. — Sentándose en la cama rebotó un par de veces.

Edward sentía que si no salía de allí rápidamente, sus próximos movimientos los guiaría el deseo.

— Voy a hacer mi ronda y vuelvo para ver como estás antes de irme a dormir. — Y después de decir eso, cerró la puerta y se fue.

Isabella se acostó en la cama. Las lágrimas que no habían inundado sus ojos durante los años de la guerra y la pobreza, ahora mojaban su delicado rostro. Maldito Jacob Black y el Saloon Chances Are. Malditos los ciudadanos de Shiloh Springs.

Si no fuera en contra de sus principios, cogería todo el dinero que había heredado, vendería las propiedades y abandonaría el pueblo. Había sobrevivido a la guerra, los Yanquis no la habían forzado a salir de su casa, así que unos cuantos fanáticos intolerantes de mente estrecha no la obligarían a abandonar el pueblo.

Secándose las lágrimas, se sentó con la espalda recta. Por un breve momento, recordó que ya no era pobre, de ahora en adelante sería una mujer de negocios. Se lo tomaría con calma, decidiendo una cosa a la vez. Preocuparse no servía de nada.

Cerrar el Saloon Chances Are y el Club podría satisfacer a los cotillas del pueblo, pero necesitaba el Saloon para ganar dinero. Jacob le había dicho que tenía un restaurante y un hotel. Había un restaurante en la ciudad, pero no un hotel. Era una idea... Las chicas del Club usaban las habitaciones de la segunda planta del Club para sus... negocios. Tal vez podría convertirlas en habitaciones para huéspedes.

Todavía estaba pensando en esos planes cuando oyó una llave en la cerradura.

Se sintió aliviada cuando Edward entró. Deseó correr hacia sus brazos y disfrutar de su cálido abrazo. Pero tal vez él no lo aprobase.

— Sólo he venido a asegurarme de que todo está bien.

Los rasgos del rostro de Edward resaltaban por la tenue luz y la incipiente barba. Su atractivo masculino amenazaba con apoderarse de ella.

— Estoy bien. Sólo una cosa. — Isabella estaba avergonzada, pero no había forma de escapar de la situación. — Tengo que ir al baño.

Él la llevó a la parte de atrás, donde una barra pesada atravesaba la puerta. Una vez que la quitó, entraron en un callejón. Edward le indicó la dirección de la letrina.

— Esperaré aquí. Avisa cuando termines.

Isabella entró en la pequeña estructura de madera, usándola rápidamente.

— Estoy lista.

Edward le puso la mano en la espalda, instándola a volver a la oficina. Cuando entraron, recolocó la barra de la puerta.

— La celda no se cierra a menos que sea con la llave. Si alguien aparece, no abras la puerta y no digas nada, ¿lo has entendido?

— Sí. Nadie sabrá que estoy aquí.

— Está bien, cerraré la puerta después de salir de la oficina, como siempre hago. Mantén la luz baja y al fondo de la celda. — Edward se acercó a la puerta. — Si vuelvo, llamaré a la puerta y luego la abriré. Buenas noches.

Isabella deseó que se quedase. Pero mientras intentaba decidir si debía o no expresar ese deseo, él se marcho.

— Buenas noches, Edward. — Susurró cuando él ya no la podía oír.

Regresando a la celda, se puso la camisola de dormir. Las sábanas frías no tardaron en calentarse. La luna se filtraba a través de la pequeña ventana, formando un juego de luces con la llama de una vela, que creaba inquietantes sombras.

Cuando al fin cerró los ojos, Edward invadió sus pensamientos. Él era una persona decente que asumía sus responsabilidades, y era respetado por la gente del pueblo. Aunque le había parecido un poco autoritario al principio, Isabella adivinó que había sido sólo por su bien.

Edward era un hombre muy atractivo, aunque tuviera algunas cicatrices visibles en la cara y en los brazos. El leve roce de esas fuertes manos la dejó sin aliento y su recuerdo fue el detonante para que su mente divagara imaginando como sería estar en sus brazos. Sintió un escalofrío por la columna que se alojó en el centro de su feminidad. Y pensar que solo lo conocía desde hacía unos pocos días...

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Unos golpes violentos contra la puerta la despertaron de un sueño profundo. Todavía era de noche. Afuera había alguien. Isabella se quedó inmóvil, negándose a respirar para que no notaran su presencia.

— ¿Sheriff, la chica está ahí? Queremos probarla también.

¡Oh, no! Si Edward estuviese allí, sabría que hacer. Todo lo que tenía para defenderse era una escoba deshilachada.

Se deslizó fuera de la cama mientras los hombres seguían gritando. Arrastrándose hasta la mesa, cogió las llaves y se fue a su celda, mientras seguían llamando a la puerta y tratando de mirar por la ventana.

Isabella se encerró dentro de la celda y giró la llave hasta que escuchó un chasquido. Después se escondió debajo de la cama.

— ¡El Señor es mi pastor, nada me falta! — Rezó repitiendo el Salmo veintitrés, el mismo que recitaba a menudo mientras se ocultaba de los Yanquis durante la guerra.

De repente, escuchó como se rompía la ventana, haciendo que se tapara los oídos y temblara de miedo. ¡Esos matones estaban entrando por la ventana!

— Bueno, esa perra tiene que estar aquí. No la hemos encontrado en ningún otro lugar del pueblo.

Isabella se quedó sin aliento.

— El jefe nos ha enviado a matarla, pero no nos ha prohibido divertirnos antes.

— No puede estar en otro lugar, nadie acogería a una prostituta.

¿Cómo pueden pensar que soy una prostituta?, pensó Isabella. Nunca había estado con un hombre. El pánico la empezó a dominar, y ni se atrevía a respirar por miedo a que la escucharan y entraran en la celda.

— ¿Dónde estás, puta? — Gritó uno de los atacantes. — ¿Has terminado de atender al sheriff? ¡Somos los siguientes!

Isabella escuchó las risas de los hombres, y minutos más tarde estaban todos delante de la celda.

— ¡Sal, perra! ¡ También queremos lo que le has dado al sheriff!

Isabella se escondió en las sombras de debajo de la cama, acercándose tanto como le fue posible a la pared. Fue como si reviviera los horrores de la guerra cuando se escondía en una zanja y tuvo que taparse la boca con una manta para no gritar.

Uno de los hombres sacudió la puerta de su celda.

— ¡Vamos, zorra, abre la puerta! Entraremos a por ti de una manera u otra.

— ¡Apartaros de ahí! — La fuerte voz de Edward invadió la cárcel, ahuyentando el miedo de Isabella. — ¡Daos la vuelta y apoyar las manos en la pared!

— No estábamos haciendo nada.

Isabella escuchó que la puerta de la celda se sacudía con más fuerza. De repente, el ruido fue reemplazado por disparos. Se asustó al pensar que los disparos podrían haber alcanzado a Edward.

— ¡Isabella! ¿Dónde estás? — Preguntó Edward.

Ella se asomó ligeramente. Edward estaba de pie cerca de la puerta.

— Isabella, ¿estás herida? ¿Dónde está la llave?

— La tengo yo.

— Edward, ¿estás ahí?

Isabella reconoció la voz de Seth Clearwater.

— Sí. Tenemos dos muertos aquí.

Edward miró hacia Isabella. Había una furia desenfrenada en sus ojos, pero no estaba dirigida a ella.

— ¿Qué ha pasado? — Preguntó Seth.

— Estos dos irrumpieron en la oficina. Isabella se encerró en su celda para protegerse. — Los dos miraron a la joven que llevaba una camisola e iba descalza. — No se rindieron y apuntaron sus armas hacia mí.

— Eran bandidos. — Dijo Seth, estirando el cuello para mirar los cuerpos. — De los que matan y maltratan a los más débiles sin ninguna razón.

— ¿Puedes abrir la celda, Isabella? — Preguntó Edward.

Temblando ella cogió la llave y abrió la puerta. Cuando salió Edward la envolvió en un fuerte abrazo, utilizando su cuerpo para que no viera los cuerpos, y la condujo a la sala principal.

Una vez que se sentaron, Isabella se inclinó hacia delante, apoyando su cabeza entre sus manos. Edward la envolvió con una manta. Sus manos sujetaron por unos momentos sus frágiles hombros para tranquilizarla.

— Seth, ve a por el empleado de la funeraria y encuentra algo para sellar esta ventana. Los quiero fuera de aquí. — Edward señaló los cuerpos y se volvió hacia ella. — Y ahora cuéntame lo que pasó sin dejarte ningún detalle.

— Ya estaba dormida cuando llamaron a la puerta y empezaron a gritar. Seguí tu consejo y me quede callada. — Empezó a contar Isabella, tirando de la manta. — Cuando me di cuenta de que no se iban a ir, cogí la llave, me encerré en la celda y me escondí debajo de la cama. De repente, oí un cristal que se rompía y entraron por la ventana.

— ¿Te dijeron algo?

— Sí, dijeron que querían lo mismo que te había ―dado‖ a ti. — Isabella se puso rígida. — Me llamaron... perra, y más cosas así. Y uno de los hombres dijo que su jefe les había ordenado que me mataran, pero que iban a divertirse antes.

Tener a Edward cerca, la estaba empezando a tranquilizar. Había una promesa callada de protección que les unía.

— Bueno, no puedes quedarte aquí. Cuando vuelva Seth te llevo a mi cuarto. Puedes quedarte allí y yo dormiré aquí. — Decidió Edward mirando a su alrededor.

Maldita sea. Eso había ocurrido por su culpa. Edward sabía que no debería de haberla dejado sola. Alguien había matado a Jacob Black, y ahora trataba de matar a Isabella. La razón tenía que estar vinculada al Saloon Chances Are. Y la historia se repetía. Una vez más, una mujer que le importaba había resultado herida porque no la había protegido. Pero esta sería la última vez. La mantendría a salvo y encontraría al culpable de todo.

Minutos más tarde, empezaron a llegar curiosos pero Edward los dispersó. No tenía paciencia para tratar con ellos. El reverendo Denali también apareció sin invitación y comenzó a rezar por los dos bandidos muertos.

— Reverendo, prefiero que rece por los vivos. — Dijo Edward, señalando con un gesto hacia Isabella.

La verdad era que deseaba abrazarla, pero eso no sería adecuado. ¿Cómo se le había metido tan rápido bajo la piel?

El reverendo Denali obedeció y se acercó a Isabella, que levantó los ojos para mirarlo.

— Ah, querida, que prueba más dura has tenido que pasar, ¿no?

— Gracias, reverendo, pero estoy bien. No se preocupe, puede regresar a su casa.

Menos mal que Isabella había despedido a aquel pedante sujeto. Edward corrió a abrirle la puerta al pastor.

— Gracias, reverendo. Digger le avisará para los entierros. — Le explicó y añadió apresuradamente, notando la renuencia del pastor a marcharse. — La Sra. Denali debe de estar preocupada.

— Es cierto. — Y se marchó deprisa, como si el diablo le estuviera persiguiendo.

— No necesitamos ese tipo de ayuda. — Dijo Seth que iba acompañado por Digger, el empleado de la funeraria, mirando como se marchaba el reverendo.

Edward los acompañó a la celda y recogió las armas de los hombres muertos.

— Ya no las necesitaran más. Sácalos de aquí por la puerta de atrás. — Le ordenó abriendo la puerta.

— Sí, sheriff. Tengo el carro detrás del edificio. — Respondió Digger saliendo por la puerta principal y regresando poco después por la de atrás.

— Me llevo a Isabella a mi habitación y vuelvo enseguida. — Edward la agarró del brazo y la condujo hacia la puerta. — Y que nadie piense mal de nosotros. Voy a dormir aquí en la celda, como debería de haber hecho desde el principio.

De repente, Edward notó que hablaba sin apartar los ojos de Isabella. La manta se le había deslizado de los hombros, dejándola con solo la delgada camisola cubriendo su curvilíneo cuerpo, que insinuaba su silueta debido a la luz de la lámpara. Era una tortura. Sin pensarlo dos veces, tiró de la manta y la cubrió de nuevo.

Después de cerrar la puerta de su oficina, él la dirigió por las oscuras y desiertas calles. Al llegar a la herrería, la llevó a la habitación de arriba. El cuarto estaba limpio y ordenado, ya que Edward aun no se había ido a dormir esa noche. Después de numerosos intentos, no lograba quitársela de la cabeza. Le bastaba cerrar los ojos unos segundos, para que el delicado rostro de Isabella se apoderase de su pensamiento, imaginándose su suavidad, su aroma y su dulce sabor. Deseaba estar cerca de ella y estaba haciendo la ronda por tercera vez cuando habían irrumpido en la cárcel.

Lo único que deseaba ahora era abrazarla y acunarla entre sus brazos, pero eso era imposible. Isabella tenía que haberse asustado tanto como lo estuvo durante la guerra. ¿Cómo puede una belleza de aspecto tan frágil, ser tan valiente y fuerte?

Indiferente a los pensamientos tumultuosos de Edward, Isabella se arrastró por la cama hasta el borde.

— ¿Sabes cómo usar un arma, Isabella?

— Sí, mis hermanos y mi padre me enseñaron a disparar con una pistola y un rifle.

— Tengo un rifle. — Anunció Edward, sacando un rifle de una esquina. — Colócalo al lado de la cama. Si alguien que no conoces se acerca, dispara primero y pregunta después.

Isabella asintió con un movimiento de cabeza.

— Vete a dormir, nadie te molestará aquí. — Dijo él. Lo mismo que le había dicho en su oficina.

Tapándola, esperó a que cerrara los ojos y sintiendo que los pantalones le empezaban a apretar, salió de allí rápidamente asegurando la puerta.

Cuando Edward llegó a su oficina, los cuerpos ya habían sido retirados. Decidió que limpiaría las manchas de sangre por la mañana y se acostó en la misma cama en la que Isabella había estado, recordando lo que le había contado.

Alguien la quería muerta. ¿Por qué? Por mucho que lo pensase, las razones siempre lo llevaban de vuelta al Saloon Chances Are y al asesinato de Jacob Black. Isabella se había librado por poco de sufrir el mismo destino.

Estaba demasiado cansado para pensar pero no conseguía dormirse. Y levantándose, cogió un cepillo y un cubo de agua y empezó a limpiar las manchas. ¡Maldita sea, no había tenido otra alternativa que matar a esos hombres! Si los hubiera capturado, los podría haber interrogado y averiguar quien era el culpable del crimen. No tenía ninguna duda de que Isabella sufriría otro ataque.

Sentía un fuerte deseo de matar al autor del asesinato de Jacob, lo que le llevaría a enfrentarse con el juez King, quien no tenía ni un ápice de compasión en todo su cuerpo.

Edward frotó el suelo con más fuerza.

Después de la limpieza y mientras se tomaba una taza de café, su mente voló lejos, Isabella se había convertido en la dueña de sus pensamientos. Se acordó de sus pies descalzos bajo la manta, su cabello despeinado y sus incitantes labios y sintió que un escalofrío de deseo le recorría.

En seguida se reprendió por esos pensamientos, después de todo, ya no era un adolescente, sino un hombre de veintiocho años, que había estado comprometido antes y le había entregado su corazón a otra mujer. Pero ahora Isabella se lo estaba robando sin darse ni cuenta.

¡Diablos, no caería en el mismo error otra vez! Tenía que sacar a Isabella de sus pensamientos.

~~~

A la mañana siguiente, Edward le ordenó a Seth que se acercase hasta la ferretería y le pidiese al dueño, Doug Tipton, que viniera a arreglar la ventana rota. El ambiente del pueblo parecería normal, si no fuese porque las mujeres levantaban su nariz cuando él pasaba a su lado.

Edward se encogió de hombros y continuó el recorrido de su ronda, caminando deprisa.

Después de hacer las reparaciones en su oficina, Doug se encontró con el sheriff en la acera.

— ¿Te apunto el cristal nuevo en tu cuenta?

Por supuesto que no.

— No, la oficina del sheriff pertenece al pueblo. Envíales la factura al Consejo. — Edward dio dos pasos y se detuvo. — ¿Por qué creías que la deuda era mía?

— Pues porque era tu novia la que estaba durmiendo en tu celda. La ventana no se hubiera roto si ella no hubiera estado allí. — Doug se pasó la mano por la nuca apoyándose en la escoba. — Podría haber ido al Saloon Chances Are. Allí tiene muchas habitaciones.

Furioso, Edward agarró al hombre por el cuello y lo levantó, estrellándolo contra la pared.

— La Srta. Swan es una dama. No puede quedarse en un burdel y caminar por el pueblo con la cabeza alta. — Enseguida se formó un grupo de curiosos a su alrededor. — Vino aquí con una única intención, para casarse, pero Jacob murió y le dejó el Saloon para que tuviera un medio de ganarse la vida.

Mirando rápidamente a través de la multitud, Edward vio al pastor que se destacaba en medio de la gente.

— Voy a quitar la cruz de la capilla, porque aquí en Shiloh Springs no significa nada. Aquí nadie sigue los mandamientos de Cristo. Me avergüenza ser el sheriff de este pueblo. — Edward se arrancó la placa del pecho y se la entregó a Tyler.

Isabella estaba un poco alejada del grupo, sus ojos reflejaban el miedo que invadía su corazón. En el momento en que la vio, Edward se le acercó.

— ¿Isabella, puedo acompañarte a desayunar?

La gente les abría paso mientras ellos se dirigían al Café Sue.

Isabella estaba muy molesta mientras comía. Desde su llegada a la ciudad, no había hecho más que causar problemas a Edward, y se odiaba por ello. Tal vez la mejor solución sería que se marchase del pueblo.

— Creo que deberías vender el Saloon Chances Are. Sólo te trae problemas. — Comentó Edward cortando un pedazo de tortita y comiéndoselo. — En realidad, hazte un favor a ti misma y cierra el establecimiento.

— No puedo permitirme ese lujo.

Isabella aun no estaba muy segura de cuanto dinero le quedaba, o si el Saloon tenía muchos clientes.

— Pero no deja de ser una molestia. Tengo que ir allí por lo menos una vez al día, y el movimiento aumenta considerablemente los fines de semana. — Edward cortó otro trozo de tortita.

— Le he preguntado a Tyler Crowley si me compensaba vender, pero me ha dicho que ahora no hay compradores. — Isabella sintió la garganta seca y tomó otro sorbo de café. — Podría convertir el Club en un hotel y el Saloon en un restaurante.

Edward se detuvo con el tenedor en el aire. Isabella esperaba que dijera algo, pero permaneció callado.

— Bueno, por supuesto, las... señoritas que viven allí, tendrían que mudarse. — Isabella pasó a explicarle su idea. — Tendría que hacer una pequeña reforma que duraría una semana o dos.

— Sigo pensando que deberías cerrar el Saloon. — Edward levantó el tenedor de nuevo. — Pero la propiedad es tuya. Habla con el Sr.  Call en el banco y con Tyler. Mientras tanto, te quedas en mi habitación. Cuanto antes resuelvas el asunto, mejor.

Isabella se esforzó para entender lo que había querido decir y llegó a la conclusión de que su idea le había gustado. La noche anterior Edward la había consolado, acunándola entre sus musculosos brazos, dejando que el silencio entre ambos la calentase. Sin embargo, en ese momento, lo sentía como un extraño. ¿Qué había hecho para perder al único amigo que había hecho en el pueblo?

— Te acompaño al banco. — Anunció Edward, después de pagar a Sue.

Cuando Isabella le siguió hasta la puerta, él le ofreció su brazo. Bueno, esa no era la cercanía que ella quería, pero aceptaría toda la que pudiera conseguir. Ted  Call los recibió en el banco y los invitó a sentarse frente a él.

— Hola, sheriff, Srta. Swan. El Sr. Black era un buen cliente. El Sr. Tyler ya ha traído los documentos y ha abierto una cuenta a su nombre. Transferí el valor de la cuenta del Sr. Black a la suya. — Ted sacó una libreta y se la entregó a Isabella.

El saldo era de más de 400 dólares, lo que le sorprendió hasta el punto de hacerla suspirar. Edward la miró por el rabillo del ojo y levantó una ceja.

— ¿Cuándo puedo disponer de algo de dinero? — Preguntó ella con ansiedad. Allí había suficiente dinero para poner en marcha su plan.

— Cuando quiera. Solo tiene que traer la libreta y decirle al Sr. Smiley cuanto quiere. — Ted se levantó. — Si me disculpan, tengo otro compromiso. Gracias Srta. Swan.

Edward la llevó al vestíbulo pero Victoria Mallory bloqueó la puerta de salida, mientras encaraba fijamente a Isabella.

— Victoria. — Saludó Edward.

— Sheriff. — Contestó ella, siguiendo hasta el despacho del banquero.

Edward seguía con la mano en la espalda de Isabella mientras la guiaba al exterior, provocando que ella sintiera su cálido toque en todo su cuerpo.

— Tengo que hablar con el Sr. Stanley. — Dijo ella.

— Y yo tengo que encontrarme con Crowley. Es el presidente del Consejo del pueblo, y tengo que darle las llaves y hacerlo oficial. Espero verte más tarde. — Edward se tocó el ala de su sombrero, dio media vuelta y se fue en la otra dirección.

Isabella se lamentaba por perder el calor de sus fuertes manos, mientras se dirigía a la tienda. Cuando llegó encargó una cama, sábanas y una pequeña cómoda para cada habitación del nuevo hotel junto con otros suministros que deberían llegar en una semana. El Sr. Stanley se frotó las manos de satisfacción, mientras que su esposa miraba a Isabella con un aire desdeñoso.

Como una mujer que caminaba hacia el cadalso, se dirigió al Saloon Chances Are. Estaba cansada, irritada, cubierta de polvo y sin ganas de discutir, a pesar de que sabía que eso sería inevitable.

Prefiriendo no entrar por la puerta principal, decidió probar la puerta de atrás, pero estaba cerrada con llave. Llamó un par de veces, pero no obtuvo ninguna respuesta. Frustrada, Isabella pateó la puerta, pero lo único que consiguió fue hacerse daño en el pie. Cojeando, regresó a la puerta principal y entró en el establecimiento. Llamando la atención de Vladimir se encaminó directamente a su despacho. Los dos clientes que estaban en el bar, no le prestaron ninguna atención.

Sentada en esa pequeña habitación, Isabella recordó a su madre.

Isabella Swan, ¿qué has hecho para haber llegado a esta situación? Hiciste tu elección, pero no te ha salido como planeabas. ¿No te enseñé a levantar la cabeza y seguir adelante? Ahora eres la dueña de un Saloon y de un prostíbulo. Tú no los has pedido, pero ahora son tuyos. Puedes olvidarte de todo y marcharte, o encontrar una manera de conseguir beneficios. Estas personas trabajan para ti. Lo único que tienes que hacer es tomar posesión de todo. ¿Dónde está tu orgullo? ¿Se lo llevaron los Yanquis también?

Isabella oía la voz de su madre tan clara como oía el piano sonando en el Saloon. Bien, ella había llegado a la ciudad buscando una nueva vida, y aunque no era esto lo que había esperado, era un gran cambio. Era su vida, y resolvería todo de la mejor manera posible.

Vladimir entró en el despacho sin llamar.

— Estoy ocupado. ¿Qué quieres?

— Yo también tengo otras cosas que hacer. En adelante, por favor llama antes de entrar en mi oficina. Quiero las llaves de todas las puertas, para entrar por donde yo quiera. Y aún hay más. Dile a Victoria que ella y las chicas tienen que salir de aquí en tres días. Voy a convertir el Club en un hotel, algo que el pueblo realmente necesita. Después de que ellas se vayan, reformaré las habitaciones.

— ¿Y dónde quieres que envíe a las chicas? — Vladimir se puso pálido.

— No lo sé. ¿No eres el gerente? — Isabella lo estudió por un momento. ¿Le obedecería? — Después de que desocupen las habitaciones, habrá que limpiarlas y cambiar el papel de las paredes antes de que lleguen los muebles.

— Y, ¿a dónde irán?

— Victoria es una mujer de recursos. Estoy segura de que encontrará otro lugar.

— No creo que eso sea justo. — Vladimir cambió su peso de un pie al otro. — Victoria nunca le ha hecho nada malo a nadie. Y, además, eso no está bien. No puedo trabajar para ti. — Él comenzó a quitarse el delantal.

Isabella sintió pánico. Después de todo, lo necesitaba para atender el Saloon.

— ¡Espera! Disculpa, Vladimir. No quiero que te vayas. — Diablos, el Saloon era suyo y tendría que aprender a manejarlo si Vladimir renunciaba. — Tal vez podamos negociar. Tú me enseñas a manejar el Saloon y yo te pagaré diez dólares más a la semana.

Vladimir no se movió, pero tampoco dijo que sí. Ella observó como reflexionaba sobre la propuesta.

— Quiero una habitación gratis mientras trabajo aquí.

Bien, su propuesta era razonable. Isabella ya estaba dispuesta a pagarle más y una habitación no sería un gasto muy grande.

— Trato hecho. — Dijo ella extendiendo la mano.

— De acuerdo. — Aceptó él, acercándose a la mesa y apretando la mano de Isabella. — Tenemos que pedir whisky.

— ¿Cómo puedo hacer eso? — Preguntó Isabella, dudando que se pudiera comprar en la tienda del pueblo.

— Envía un telegrama al distribuidor pidiendo lo que quieres. El pago se realiza a la entrega. Su nombre debe de estar en uno de los cajones del escritorio. — Vladimir se detuvo en la puerta. — ¿Quieres aprender a llevar el bar? — Preguntó, apoyándose contra el marco.

— ¿Es muy difícil? — Isabella no había considerado ese detalle y la idea la intrigaba.

— No. Sólo tienes que prestar atención. Cuando empiezan a gritar, ignóralos. Continúa llenando las copas y cobrando dinero. ¿Por qué no empiezas esta tarde? El bar no estará muy lleno, y yo voy a estar aquí.

— Lo haré. — A Isabella le había gustado la parte en la que los clientes gastaban su dinero en el Saloon.

— Después del almuerzo, te enseñaré los suministros de bebidas que siempre tienes que tener. — Comentó Vladimir apartándose de la puerta, no sin antes mirarla de arriba abajo. — Será mejor que te pongas algo más sencillo. — Añadió saliendo por la puerta.

Isabella no creía que estuviera muy elegantemente vestida. Por supuesto, no limpiaría la casa vestida de esa manera, aunque no era un vestido de fiesta. Pero como no quería crear problemas por ese motivo, le bastaría con ir a la habitación de Edward y cambiarse.

Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.

— Entre.

— ¿Aun te quedas en la cárcel? — Vladimir se limpió las manos en el delantal.

— No. Después del ataque, el sheriff Cullen me ha prestado su cuarto. Realmente no puedo quedarme allí.

— Me acordé de que Jacob tenía algunas habitaciones en el piso de arriba. Él ya había preparado una para ti. Hay una entrada independiente por el callejón y no tienen ninguna conexión con el Club.

¿Cómo no se le había ocurrido antes quedarse donde había vivido Jacob?

— ¿Tienes la llave?

— Supongo que la tiene Tyler. Tiene que haber una copia en uno de los cajones.

Isabella comenzó a revolver los limpios y organizados cajones. En uno de ellos encontró registros de pedidos, otros papeles referentes al Saloon y una llave pequeña.

— Tal vez está en la caja que tienes detrás. Tengo la combinación.

Vladimir se refería a un mueble pequeño tapado con una cortina que estaba detrás de Isabella. Ella apartó la cortina y encontró una caja fuerte.

— ¿Qué hay dentro?

— Se guardan los recibos y la recaudación del día. Jacob lo recogía todo aquí, excepto lo que necesitaríamos durante el día. Ingresaba una parte en el banco, y el resto lo guardaba dentro de la caja.

— ¿Cuánto dinero hay dentro de la caja? — Isabella casi no podía respirar.

— Cerca de cuatrocientos dólares. Cogí algo de dinero para pagar algunos gastos, como mi sueldo y el de las camareras.

Vladimir abrió la caja fuerte. El dinero estaba organizado en fajos de billetes. Isabella contó cuatrocientos veintisiete dólares. ¡Era una fortuna! Ella nunca había visto tanto dinero en su vida.

Dentro de la caja fuerte, vio un pequeño cajón cerrado y recordó la pequeña llave que acaba de encontrar en uno de los cajones. Abriendo el pequeño compartimiento se encontró con una llave grande. Sólo podía ser del cuarto que Jacob había dispuesto para ella. Por lo menos ahora tenía un lugar para quedarse, independiente del Saloon y del burdel.

— ¿Cómo puedo llegar al piso de arriba? — Preguntó, ansiosa por descubrir la habitación, pero decepcionada por marcharse del cuarto de Edward.

Respirando hondo para alejar esa sensación, siguió a Vladimir.

La escalera estaba a un lado del edificio, no entendía como no la había visto antes. Cuando llegaron arriba, ella abrió la puerta que chirrió al ser abierta.

Pasaron a un salón decorado con muy buen gusto. Una gruesa alfombra de lana amortiguaba el ruido de sus pasos. El mobiliario era nuevo, las cortinas de encaje y había objetos de cristal y porcelana en los estantes. Al estar cerrado desde la muerte de Jacob, había una fina capa de polvo que lo cubría todo.

Isabella se fijó en otra puerta, probablemente el dormitorio, giró el picaporte y la abrió.

Otra alfombra cubría el suelo de madera e Isabella vio que había una cama de madera tallada, con sábanas de lino bordadas y una manta. Allí Jacob y ella se habrían ido a la cama por la noche y concebidos niños, que ella hubiera dado a luz en esa misma cama.

Las piernas de Isabella se doblaron, sintiendo una presión en el pecho al darse cuenta de que todo eso era un gran sueño perdido.

— Isabella, ¿estás ahí? — Una voz familiar la llamó desde la sala de estar. — ¿Estás bien?

Ella se volvió para ver a Edward de pie en la puerta del dormitorio.

— Sí, estoy bien.

— Vladimir me dijo que estabas aquí. Me había olvidado de este apartamento. Black, contrató a un carpintero para construir este lugar para ti. — Sus ojos vagaron por la habitación antes de volverse a mirarla.

— Vladimir acaba de decírmelo. He encontrado la llave en la caja fuerte. Sólo necesita una pequeña limpieza y podré vivir aquí.

— Creo que sí. — Suspiró Edward. — Ten mucho cuidado. Ese callejón puede ser muy peligroso.

— Supongo que sí. — No quería pensar en nada en ese momento.

— Tyler está tratando de convencerme de que vuelva a asumir el cargo de sheriff. Podría acompañarte hasta la puerta por las noches. Así no tendrías que preocuparte de los borrachos.

Edward se preocupaba por ella.

Él tuvo la impresión de que los pies de Isabella no tocaban el suelo cuando ella se le acercó. Entonces se puso de puntillas y apoyando sus manos sobre su amplio pecho, lo besó en la mejilla. Pero eso no era suficiente.

Envolvió sus brazos alrededor de su cintura, acercándola más. La excitación lo invadió cuando sintió esos hermosos pechos rozando el suyo. Inclinándose cubrió sus labios con los suyos. Isabella cerró los ojos y suspiró. Su entrega permitió a Edward acariciarla, notando lo mucho que ella deseaba sentir el calor de sus manos por todo su cuerpo. Aunque le pareció que duraba una eternidad, el beso terminó pronto.

Edward le acarició el rostro con los nudillos, mientras dejaba un rastro de besos en la garganta de Isabella. Sus grandes manos recorrían su curvilíneo cuerpo hasta encontrar sus firmes y redondeados pechos por encima de la ropa.

Ella correspondió a sus caricias, deslizando sus manos detrás de su espalda. ¿Cómo podía desear tanto a este hombre?

— Isabella. — Susurró Edward, antes de besarla de nuevo. — Cariño, tenemos que parar.

— Lo sé. — Susurró entre besos. — Tenemos que parar. — Afirmó ella sin dejar de besarlo.

Finalmente Edward interrumpió el beso.

— No me arrepiento de haberte besado.

— Yo tampoco. — Dijo ella, sin alejarse demasiado. — Será mejor que vaya abajo. Le dije a Vladimir que le ayudaría en la barra del bar y tengo que decirle a Victoria que cierre el Club.

— ¿Por qué no dejas que Vladimir lo haga? — Preguntó Edward mientras le besaba en la barbilla y en la oreja. — No se va a tomar muy bien la noticia.

— Ya había pensado en eso, pero creo que la responsabilidad es mía. — Contestó Isabella apartándose y caminando hacia la puerta. Edward la siguió saliendo primero, permitiendo que ella cerrase la puerta con llave. — No es justo que Vladimir haga el trabajo sucio mientras yo cuento el dinero.

Edward descendió un escalón y se volvió. Se quedaron cara a cara, mirándose a los ojos. Sin pensarlo, ella se inclinó y le besó de nuevo entrelazando su cuello con sus brazos mientras él la sujetaba por la cintura.

— No deberíamos hacer esto aquí. — Dijo ella, antes de que sus labios se encontraron de nuevo.

— Probablemente no... — Contestó Edward besándola una vez más antes de acompañarla hasta el bar.

— Vladimir. — Llamó Isabella. — ¿Tengo tiempo para ir al cuarto del sheriff y cambiarme de ropa antes de reunirme contigo en el bar?

Edward observó como se movían sus caderas mientras ella caminaba hasta el bar y volvió a sentir que el deseo le inflamaba de nuevo.

— Sí, Isabella. — Vladimir miró a Edward con una sonrisa. — No tengas prisa.

Isabella salió por la puerta pero en vez de seguirla, Edward se volvió hacia Vladimir.

— ¿Hay algo que quieras decirme? Estás sonriendo como un gato que se ha comido un canario.

— No me había dado cuenta de la belleza de Isabella. — Contestó Vladimir cogiendo un trapo y limpiando el mostrador. — Supongo que tú ya debes de haberlo notado. Apuesto a que es muy apasionada en la cama.

Edward agarró al tipo por el cuello y lo empujó sobre el mostrador.

— Creo que no te he entendido bien. ¿Estás insultando a Isabella? Espero haberlo entendido mal. — Edward cerró el puño y amenazó con quitarle a Vladimir esa sonrisa estúpida de su cara.

— Yo... sí, sí, sheriff. Isabella es una dama. — Vladimir se retorció, fingiendo inocencia. — Sé que ella es una chica decente. No sé que me ha pasado... Y tú eres el caballero que la está ayudando.

— Pensaba que no te había entendido bien. Cuando Isabella vuelva, quiero que la trates con respeto y la protejas, como si tu vida dependiera de ello. — Dijo Edward con una mirada amenazante, soltando a Vladimir, que se bajó del mostrador. — ¿Te queda claro?

— Sí, señor.

No entraba dentro de los planes de Edward preocuparse tanto por Isabella, pero no podía evitar que fuera su corazón quien lo estuviera gobernando en ese momento. Solo habían pasado unos días y ella ya lo había conquistado.

Saliendo del Saloon, se dirigió a su cuarto. La puerta del dormitorio estaba cerrada.

— Un momento, por favor.

Isabella apareció después de dos o tres minutos, llevando una blusa blanca, una falda oscura y el cabello recogido en un moño. Hechizado, Edward se imaginó quitándole los broches que lo sujetaban y dejando caer su cabello a lo largo de su espalda, lo que la haría aún más seductora.

— En un momento termino de recoger mis cosas.

Ella recorrió la habitación, metiendo las cosas en su bolsa de viaje. Edward estaba fascinado por sus ligeros movimientos.

— No te olvides de esto. — Le advirtió cogiendo el espejo de plata y un cepillo y entregándoselo a ella.

— Oh, gracias, creo que eso es todo.

Isabella los metió en la bolsa y volvió a mirar a su alrededor. Tan pronto como la cerró, Edward la cogió del asa.

— Déjame ayudarte con esto.

Ella no protestó regalándole una sonrisa, para enseguida besarle la mejilla. Ese gesto provocó que Edward considerase la posibilidad de abandonar la bolsa y llevar a Isabella a su cama. Él tenía la certeza de que ella sería muy receptiva a sus caricias.

Sabía que no podía hacerle eso a ella. Así que, se esforzó en contenerse con todas sus fuerzas.

— Isabella...

— No digas nada. — Le pidió Isabella, colocando los dedos en sus labios e impidiéndole continuar. Se pasó la lengua por los labios antes de continuar. — Me gusta besarte.

Después de decir eso, ella se volvió y salió de la habitación.

La pequeña descarada sabía que lo tenía en la palma de su mano.

Cuando volvieron al Saloon, Edward la dejó con Vladimir.

— Recuerda que cuando estés lista para subir a tu habitación tienes que llamarme. No quiero que vayas sola por ese callejón.

Isabella asintió con la cabeza hacia Edward y se fue a dejar la bolsa al piso de arriba. La verdad era, que él no estaba muy contento con la idea de que ella se mudara a ese lugar. Preferiría que se hubiera quedado en su cama, incluso aunque él no estuviese junto a ella.

Ella observó a Edward marcharse, con el corazón encogido. Había llegado a ese pueblo para casarse con un hombre y se había enamorado de otro. ¿Cómo era posible que él le hubiera robado el corazón con tanta rapidez?

Bien, no conseguiría nada pensando en ese asunto todo el rato.

— Vladimir, por favor, puedes decirle a Victoria que quiero hablar con ella.

— No es necesario, Vladimir, ya estoy aquí. — Con una bata de seda y zapatillas, Victoria se sentó en una mesa. — Tráeme una copa.

Sin saber qué hacer, Vladimir miró a Isabella, quien aceptó que le sirviera un trago de whisky. Isabella se sentó en la misma mesa.

— Tú no perteneces a este lugar. — Le dijo Victoria antes de beberse la copa de un solo trago.

— No importa de donde vengo, pero soy la nueva propietaria del Saloon Chances Are. Tú, por otro lado, trabajas aquí, y tus servicios ya no son necesarios. — Isabella se enderezó en su silla. — Voy a convertir el Club en un hotel, y tienes tres días para desalojar el piso de arriba.

— No puedes hacer eso. El Saloon Chances Are no es nada sin mí. — Gritó Victoria, sujetando la copa con tanta fuerza que sus dedos se pusieron blanquecinos. — No nos vamos a ir.

— Ah, sí que os vais a marchar. Yo soy la dueña de este lugar, y si no desocupáis este establecimiento en tres días, el sheriff os desalojará.

Isabella se levantó y le dio la espalda, pero Victoria se levantó, bloqueándole el camino. Tantos años luchando contra sus hermanos, la habían enseñado a defenderse, así que no fue difícil derribar a la ramera borracha.

— No te olvides, Victoria... tres días. Te sugiero que empieces a recoger tus cosas ahora.

~~~

Cumpliendo el plazo de la fecha límite, la jefa del burdel y sus chicas desalojaron el piso, pero Victoria se marchó dejando un enorme desastre detrás que tuvo que limpiar Isabella y gritando su enfado a quien quisiera escucharla,

Los días siguientes fueron de intensa limpieza de las habitaciones, pero a ella no le importó. Después de todo, había echado a las prostitutas de su propiedad, y eso debía de servir de algo ante la gente del pueblo.

El cansancio empezó a hacer mella en Isabella. Cada noche Edward llegaba a las siete en punto y la acompañaba hasta las escaleras. Pero esa noche, sin embargo, ya eran las siete y media y aun no había aparecido todavía. Isabella no podía esperar más. Cansada, lo único que deseaba era llegar a su casa lo antes posible.

Vladimir estaba trabajando detrás de la barra del bar. Ella sólo tenía que salir por la puerta de atrás y subir las escaleras. Seguramente podía hacerlo sola.

Así que se fue hacia el callejón, llevando en la mano la llave de su casa. No había mucha luz, pero no vio a nadie mientras corría hacia las escaleras.

Pero nada más subir el segundo escalón, alguien tapó su boca con una mano y la cogió firmemente por la cintura. Isabella le dio una patada, tratando de golpear las piernas del atacante mientras le mordía los dedos con fuerza.

Isabella sintió el sabor de la sangre un instante antes de que se viera libre. Aprovechando la distracción del desconocido, lo empujó con fuerza consiguiendo que los dos rodaran juntos por la escalera. Cuando cayeron al suelo, Isabella rodó hacia un lado y levantándose gritó con todas sus fuerzas.

Vladimir salió armado por la puerta trasera del Saloon. El agresor salió corriendo cuando lo vio. Por extraño que pudiera parecer, Vladimir se quedó paralizado y confundido. Isabella trató de quitarle el rifle, pero él lo agarró con más fuerza. Entonces Vladimir levantó el brazo, apuntando el rifle hacia el cielo y disparó, mientras que el hombre doblaba la esquina y desaparecía en la oscuridad.

— ¿Estás herida, Isabella? — Le preguntó Vladimir, mientras ella se limpiaba el polvo del vestido.

En ese momento, Edward llegó sin aliento, con el revolver en la mano.

— ¿Qué ha pasado? — Preguntó exigiendo una respuesta.

— Alguien ha atacado a Isabella. Yo estaba atendiendo la barra cuando oí los gritos. Cogí mi rifle y salí para ver lo que pasaba. Ella estaba de pie gritando, mientras que el hombre intentaba levantarse.

Edward se metió el arma en la cartuchera y la agarró de los brazos.

— ¿Estás herida?

— No, sólo asustada. — Contestó ella temblando de la cabeza a los pies.

— Te dije que me esperaras cuando salieras del Saloon. — Edward la abrazó llevándola a su despacho. — Vladimir, sírvele un brandy para calmarla.

— Claro, sheriff. Yo también necesito un trago. — Vladimir ya estaba en la puerta cuando preguntó. — ¿Quién intentaría hacer algo así?

— No lo sé, pero tengo la intención de averiguarlo. — Respondió Edward con determinación.

Edward llevó a la oficina a Isabella que continuaba temblando al sentarse. Vladimir se apresuró a traer la botella de brandy y Edward le sirvió una copa.

— Bébete esto.

Edward estaba tenso, deseando vengarse del hombre que había asustado a Isabella. Pero su furia disminuyó cuando se encontró con esos hermosos ojos chocolate. Sería un placer verlos abrirse cada mañana cuando amaneciera. Le molestaba el hecho de que ya era la segunda vez que casi no había llegado a tiempo para salvarla. No quería perderla.

— Edward, ¿podrías acompañarme hasta mi casa? — Preguntó ella, con el miedo notándose todavía en su voz. — No quiero quedarme aquí.

— Creo que es una buena idea. Termina el brandy primero.

Mientras ella tomaba el último sorbo, Edward le ordenó a Vladimir que mantuviera su arma cerca y cogiendo la botella, enlazó a Isabella por la cintura y salieron fuera. Le bastó con observar el callejón un instante para llegar a la conclusión de que ya no había peligro. Cuando llegaron a lo alto de las escaleras, Isabella abrió la puerta y Edward entró primero.

— Espera aquí mientras compruebo que todo está en orden. — Le pidió él mientras revisaba las habitaciones, antes de guardar el arma.

Isabella entró deteniéndose delante de Edward, mirándolo fijamente a los ojos sin decir nada. A él le bastó esa mirada para que la llama del deseo le consumiese. Pero sabía que lo mejor sería respetar su inocencia, porque si la tocaba, Edward estaba seguro de que no podría parar.

Y aun sabiendo eso, no pudo resistirse cuando Isabella cerró los ojos y le ofreció su boca. Al principio, sus labios se rozaron, pero en poco tiempo el beso estalló en una pasión ardiente. La lengua de Edward invadió su boca, saboreando la bebida que Isabella había tomado. Pero eso no era nada nuevo, ella ya le había intoxicado de otras maneras.

Edward se sentía perdido con tanta dulzura, pero no deseaba estar en otro lugar que no fuera allí. Quería que ella compartiese su cama con él, para siempre.

Cediendo a las demandas de su deseo, permitió que sus manos recorriesen el suave cuerpo de Isabella, sujetándola por el trasero y acercándola hasta que ella pudo sentir la fuerza de su virilidad contra su vientre. Edward no recordaba haber experimentado nunca esa sensación tan abrasadora.

Isabella correspondió a sus besos envolviendo sus brazos alrededor de su cuello. La inocencia de Isabella tuvo el efecto de un potente afrodisíaco, algo que en ese momento, él no necesitaba. Fue entonces cuando un atisbo de razón le recordó que tal vez fuera virgen y se planteó ser suave y lento con ella, pero tenía que hacerla suya esta noche. Edward ya sentía que Isabella era suya en su corazón, así que quería compartir con ella las maravillosas sensaciones que dos personas enamoradas podían experimentar al hacer el amor.

— Isabella, cariño. — Dijo, alejándose un poco. — Tenemos toda la noche. Tengo que terminar mi ronda. ¿Ya has cenado?

Isabella negó con la cabeza.

— No quiero que salgas de aquí, ¿de acuerdo? — Comentó Edward.

— Sí.

— Voy a ir al restaurante y le pediré a Sue una cena para dos. No tardaré mucho. No abras la puerta a nadie, usaré tu llave cuando vuelva. ¿Tienes un arma?

— Sí, mi padre me dio una durante la guerra, y me la he traído. — Respondió Isabella, buscando en su falda y sacando una llave de su bolsillo.

— Voy a por ella.

Isabella abrió la cerradura de su bolsa y sacó un oxidado revolver Colt. Al verla Edward no quiso ni pensar en la posibilidad de que el arma se disparase sola, hiriendo a Isabella. Así que cogiendo uno de los revólveres de su cartuchera se lo entregó.

— Será mejor que uses este. Echa el seguro hacia atrás, apunta y aprieta el gatillo. — Edward la besó suavemente y se dirigió a la puerta. — Cierra después de que me vaya.

Afuera, él esperó hasta que oyó el clic de la cerradura y se dirigió al restaurante para pedir la cena, diciendo que regresaría enseguida a buscarla. Durante su ronda, estuvo muy atento a todos los hombres que se cruzaban en su camino. Todos eran sospechosos, pero no tenía ninguna prueba aun para desenmascarar al culpable.

En su oficina, encontró sentado a Seth limpiando su arma y Edward aprovechó para ponerlo al tanto de los problemas que se habían producido en el Saloon.

— Si me necesitas, estaré allí. — Le dijo Edward, sin mencionar que estaría en el piso de arriba con Isabella.

Al salir, recogió la cena y regresó al salón. Antes de subir las escaleras, recorrió con la mirada los alrededores y abriendo la puerta, se paró en la sala de estar. Desde donde estaba, podía ver la luz vacilante de la lámpara oscilando en la pared.

Isabella se había quedado dormida en un rincón del sofá con un libro en su regazo. La bebida debía de haberla relajado. Después de dejar la cena en la mesa, Edward se arrodilló a su lado.

— Cariño. — La llamó, acariciando su mejilla. — Despierta, ya he vuelto.

— Humm. — Murmuró Isabella entrelazando sus brazos alrededor de su cuello, aprovechándose del nuevo poder de seducción que ejercía sobre él.

A causa de sus lánguidos movimientos, el escote de la blusa de Isabella mostró un poco más de sus voluptuosos senos. Edward se sentó a su lado tirando de ella para instalarla en su regazo, para recorrer a continuación sus curvas con las manos hasta cubrir uno de sus pechos, mientras con la otra le soltaba el cabello, liberando los largos y sedosos mechones dorados.

— Me haces sentir importante y no sólo alguien que necesita que la cuiden. — Le susurró Isabella al oído.

Pero en ese instante su estómago gruñó, interrumpiendo el mágico momento.

— Creo que tienes hambre. He traído la cena.

El aroma de la carne con patatas consiguió que ella se levantara del sofá y se fuera a la cocina. Edward la observó poner platos y cubiertos en la mesa, además de llenar dos vasos de agua.

La carne era tan tierna y sabrosa como el puré de patatas. Isabella se iba animando conforme comía. Mirándola Edward pensó que eso era bueno, ya que para lo que él tenía en mente, la necesitaba con toda su fuerza recuperada.

Después de cenar, Isabella quitó la mesa y dejando los platos en el fregadero, regresó al sofá para volver a sentarse en el regazo de Edward y abrazarlo.

— No sé como agradecértelo. Además de cuidar de mí, me acompañas a casa, y todavía me traes la cena. Me siento mejor que nunca, me siento viva... — Isabella le sostuvo la cara entre sus manos.

— Y tú, dulzura, siempre me sorprendes, no importa cuanto lo intento pero la verdad es que no puedo estar muy lejos de ti.

Edward, fascinado con las curvas de sus pechos que se insinuaban debajo de su blusa, se apresuró a desabrochar los pequeños botones y a desatar su corsé, dejando a la vista sus redondeadas y cremosas cimas. Ella, a su vez, también le quitó a él la camisa, acariciando su camiseta interior antes de levantarla y sentir su caliente piel. El toque de la mano de Isabella casi le hizo gritar de puro placer.

Con un mínimo esfuerzo, Edward la cogió en sus brazos y la llevó hasta el dormitorio. Una vez allí, termino de desnudarla observando extasiado su perfecto cuerpo, sintiéndose envuelto por una pasión abrumadora. Ella era aún más hermosa de lo que se imaginaba. Sus pechos tenían la forma perfecta, grandes y con unos pequeños pezones del color de las frambuesas.

Edward le besó primero un pecho y luego el otro, siendo recompensado con sus gemidos de placer. En cuestión de minutos, se deshizo de sus pantalones y se acostó a su lado. Le acarició con los dedos un pezón, para luego bajarlos por su sensual cuerpo sintiendo su piel humedecida.

En ese momento, sus corazones empezaron a latir con fuerza al mismo ritmo. Sus cuerpos temblaban como si anhelasen unirse rápidamente para formar uno solo. Antes de cubrirla con su peso, Edward acarició los sedosos rizos de entre los muslos de Isabella, llevándola a la locura y haciéndola gemir enardecida. Bailando al compás de la música que estaban creando, los dos siguieron acariciándose, besándose y explorándose, hasta que ya fue imposible retrasar lo inevitable.

Por fin Edward se acomodó en medio de los bien torneados muslos de Isabella y fue abriéndose camino en su interior. Cuando intentó profundizar más, él la sintió estremecerse y gemir. ¿Cómo podía haber olvidado que Isabella era virgen?

— El dolor pasará pronto, cariño. — La tranquilizó Edward, acariciando sus pechos y mordisqueando sus pezones, esperando distraerla y excitarla aún más. En realidad no lo sabía a ciencia cierta, pero esperaba que fuera de esa manera. Y tuvo razón, a juzgar por la respuesta de Isabella.

— Lo sé... No te detengas, por favor. ¿Esto es todo lo que hay? — Preguntó ella, moviendo las caderas.

— Claro que no, dulzura, esto es sólo el principio.

Edward pasó el resto de la noche mostrándole a Isabella como le hacía el amor un hombre a la mujer que amaba. Y sí, él realmente la amaba.

~~~

Isabella se despertó temprano a la mañana siguiente y su mirada se encontró con la de Edward que apoyado sobre un codo, la miraba fijamente.

— Estaba esperando a que te despertaras. — Le susurró besándola en la frente. — Tengo que irme a hacer la ronda.

— ¿Por qué no me has despertado antes? — Le preguntó, golpeándole ligeramente el brazo, encantada con el tacto de sus definidos músculos. — Voy a preparar el desayuno.

— Mmmm. Desayunar. Buena idea.

Antes de que ella protestase, Edward la cubrió con su peso y la besó apasionadamente. Isabella gimió al sentir como la penetraba, pero pronto empezó a responder a sus embestidas, moviéndose al mismo ritmo. Sintiendo cada oleada de placer por tenerlo dentro, ella enmarcó su rostro sin afeitar entre sus manos y lo besó. Edward aplastó su boca contra la de ella mientras vertía su semilla en su interior. Alcanzaron el clímax al mismo tiempo y juntos regresaron a la tierra poco a poco.

— Te quiero. — Edward le susurró al oído.

Isabella pensó que su corazón iba a estallar de felicidad. ¡Edward la amaba!

Con sus extremidades entrelazadas Edward se volvió a dormir y observándole, Isabella dio las gracias a los cielos porque sus sueños se hubieran hecho realidad.

Después de algún tiempo en sus brazos, Isabella se levantó con cuidado de la cama y se puso la bata. Encendiendo el fogón llenó la cafetera con agua y la puso a hervir. Cortó unas rebanadas de pan y en una sartén puso a freír unas rodajas de tocino, batiendo también unos huevos junto con un poco de queso. Casi se desmayó del susto cuando Edward la abrazó por detrás.

— Deberías de haberme despertado.

— Quería preparar el desayuno para el hombre que amo. — Contestó ella abrazándolo. — Es cierto, Edward. Te quiero.

Isabella apenas había terminado de hablar cuando sintió la inmediata respuesta del cuerpo de Edward, pero sin ceder a su deseo él la levantó y la hizo girar en el aire.

— Es demasiado tarde para volver a la cama, tendremos que esperar hasta más tarde. ¿Estás muy dolorida?

— No, estoy bien.

Después le quitó el tenedor a Isabella y se hizo cargo de darle vuelta al tocino y se ocupaba de llenar dos tazas con café, mientras ella tostaba el pan y terminaba de preparar los huevos.

— Ya te lo he dicho antes, pero me gustaría repetírtelo. No quiero que andes sola por el callejón. Volveré para llevarte al Saloon. Lo digo en serio. Alguien mató a Jacob Black y tú ya has sufrido dos intentos de asesinato. No quiero que te hagan daño. — Edward dejó el tenedor en su plato y le levantó la barbilla, obligándola a mirarlo. — No sé lo que haría si algo te sucediese. No soportaría el dolor de perder a otra mujer a la que amo, por no estar allí para protegerla.

¿Qué estaba diciendo? ¿Quién era la mujer a la que habían asesinado? ¿Su esposa?

— Se llamaba Heidi. — Empezó a contar Edward al ver la perpleja mirada de Isabella. — Me uní al ejército a los diecisiete años y me fui a la guerra contra los Yanquis. Pero antes de salir, le pedí a Heidi que se casara conmigo. Unos renegados Yanquis la violaron y asesinaron mientras yo estaba fuera. Lo mismo que hicieron con mi madre y mi hermana. Y yo no estuve allí para protegerlas. — Puso los codos sobre la mesa y apoyó la cabeza en sus manos.

— Mi padre murió de un ataque al corazón cuando yo era un niño. Le había prometido cuidar de mi madre y de mi hermana. — Continuó Edward, sin moverse. — Y no estuve allí cuando ellas más me necesitaron. Busqué a los bastardos que lo hicieron, solo para descubrir que otros ya los habían matado.

Edward no quiso contarle que había jurado que nunca se enamoraría otra vez para no tener que cargar con esa responsabilidad de nuevo. Salvo que todo eso lo había jurado antes de conocer a Isabella y enamorarse de ella. Nadie puede controlar lo que siente el corazón.

— Sé que no sirve de nada Edward, pero lo siento. — Isabella le cogió las manos y se las besó. — Te prometo que tendré cuidado y esperaré a que vengas a buscarme. Y quiero que me prometas que tú también tendrás cuidado.

— Te lo prometo, dulzura. Mejor me voy ya, así regresaré a tus brazos más rápido. — Anunció besándola largamente. — Cierra la puerta después de que me vaya.

Isabella lo acompañó hasta la puerta y la cerró con cerrojo.

Mientras esperaba el regreso de Edward, Isabella limpió la sala y lavó los platos, sonriendo al imaginarse su vida con Edward. A pesar de su tendencia a dar órdenes, él tenía todo lo que alguna vez siempre soñó que tendría su marido. Estaba segura de que lo amaba y de que él era sincero al decir que también la quería.

Su sueño se estaba haciendo realidad después de todo.

Cuando Edward volvió, Isabella corrió a sus brazos y después de un beso y una conversación rápida, la acompañó por el callejón después de que lo hubiera comprobado. Apresurándola, la guió hasta el Saloon y le ordenó a Vladimir que no la dejara sola en ningún momento.

— Estaré de vuelta en una hora. Sue está preparando la comida para nosotros.

En su despacho, Isabella se sentó en su escritorio, bebiéndose el té que le había traído Vladimir. Después de algunas horas analizando el libro de contabilidad, descubrió que seguiría ganando dinero incluso sin Victoria y las chicas. Y el hotel ya esperaba a sus primeros clientes.

Isabella se fijó en que había mucho dinero en la caja fuerte y preparando un depósito se dirigió al bar, donde Vladimir estaba contando las botellas de whisky.

— Vladimir, tengo que ir al banco. Edward no quiere que me vaya del Saloon. Si vas tú, yo me encargaré de todo aquí.

— Desde luego, Isabella. Simpson tiene una cuenta de dos dólares con setenta y cinco, no le sirvas hasta que te pague.

— Entendido. — Ella le entregó un sobre. — El dinero y la libreta están aquí. No dejes que el Sr. Smiley trate de convencerte de que es menos. He anotado la cantidad total. ¿Y podrías comprar cigarrillos en el almacén para que podamos venderlos aquí?

— Es una idea excelente, Isabella.

Vladimir se quitó el delantal, cogió el sobre y sacando una pequeña pistola de debajo del mostrador se la metió en el bolsillo antes de salir.

Isabella cogió un trapo y empezó a limpiar el mostrador. Entonces oyó el crujido de la puerta y vio a Victoria en la sala.

— No has perdido el tiempo en cambiar las cosas. No puedo decir que me guste, pero todo volverá a estar como antes cuando regrese a mí.

¿Qué estaba diciendo?

La mujer caminó hasta la mitad de la sala y continuó con su discurso.

— Jacob quería casarse conmigo y me prometió este lugar. Créeme, todo esto es mío, y tú no te vas a quedar aquí mucho más.

Isabella estaba harta de Victoria Mallory. Cruzó el salón para mirarla.

— ¿Victoria, estás loca? Jacob me pidió matrimonio y pagó mi billete para que viniera aquí desde Georgia. También redactó un testamento dejándome todos sus bienes, incluso antes de que yo llegara. ¡Así que todo eso indica, que tú no tienes derecho a nada!

Isabella se fijó en que Victoria se retorcía nerviosamente la falda.

— Ahora, ¿por qué no vuelves por donde has venido? Tengo que trabajar. — La despidió volviéndose hacia la barra, pero Victoria la agarró por el pelo, deteniéndola.

— ¡No tienes ningún derecho sobre lo que él me prometió! — Se quejó Victoria.

Isabella lanzó una fuerte patada golpeando la pierna de Victoria, lo que hizo que ella gritara de dolor y le soltara el pelo. Al girarse, vio a Victoria avanzando hacia ella y apartándose hacia un lado, Isabella le pegó un puñetazo directamente en la cara.

La sangre goteó por el vestido de Victoria mientras se llevaba las manos al rostro y gritaba de dolor.

— Zorra. — Murmuró Victoria, rompiendo la parte inferior de una botella en el borde del mostrador.

Con la botella rota en la mano, se dirigió hacia Isabella, que no tuvo más remedio que retroceder.

— ¡Deja eso y vete! — Isabella le gritó alejándose de ella.

Isabella lanzó una silla a Victoria, quien la tiró a un lado, rompiéndose al chocar contra el suelo. Si pudiera coger uno de esos pedazos de madera podría defenderse. Victoria amenazó y maldijo otra vez a Isabella. Agachándose, Isabella cogió una pata de la silla.

— Voy a cortarte la cara y así no volverá a desearte ningún hombre. — Sonrió Victoria con el rostro ensangrentado.

— Yo creo que no. — La voz de Edward retumbó en la sala.

Gracias a Dios, agradeció Isabella en silencio.

— Intenta hacerlo y te matare. ¡No importa que seas una mujer! — El arma de Edward apuntaba al pecho de Victoria.

Isabella dejó caer la pata de la silla, preguntándose cómo había conseguido él sacar el revolver tan rápido.

Después de un rato bastante largo, al final, Victoria soltó la botella que se hizo añicos en el suelo y se marchó del Saloon, pasando al lado de Vladimir que entraba en ese momento.

Edward guardo su revolver antes de envolver a Isabella entre sus brazos.

— ¿Te ha hecho daño? — Le preguntó apoyando la cabeza de ella en su pecho.

— No, no me ha hecho daño. Solo me tiró del pelo. — Su respiración ya controlada contradecía el latido acelerado de su corazón.

— ¿Qué demonios está pasando? — Preguntó Vladimir. — ¿Estás bien, Isabella?

— Estoy bien, Vladimir, gracias. — Le aseguró ella acercándose más a Edward.

— Vladimir, tráele un poco de café. — Habló él haciendo que se sentara en una silla y sentándose a su lado también. — ¿Qué ha pasado?

Isabella le contó todo lo que había sucedido con Victoria.

— Gracias a Dios que llegaste en ese momento. ¡Creo que me habría matado!

Vladimir le llevó una taza de café, pero al ir a cogerla Isabella vio algo que brillaba en el suelo y se agachó para recogerlo.

— ¿Qué es eso? — Preguntó Edward, acercándose para ver el objeto.

— Debe de haberse caído del vestido de Victoria. — Isabella miró el botón dorado y se lo entregó a Edward. — Es un botón muy raro y parece valioso. — Comentó mirando todavía el botón mientras él lo sostenía.

— Tengo que ir a la oficina. — Dijo Edward. — Victoria ya se ha ido, pero no confío en ella. — Se metió el botón en el bolsillo. — Voy a ver si aun sigue por aquí. — ¿Quieres que te acompañe a tu cuarto ahora?

Un montón de tentadores pensamientos invadieron la mente de Isabella.

— Estoy bien. Nos vemos dentro de una hora.

— Vladimir, avísame si vuelve Victoria otra vez.

Edward se levantó y salió apresuradamente hacia su oficina.

~~~

Edward por fin había encontrado una pista sobre el asesinato de Jacob Black. Al llegar a su oficina sacó el botón de su bolsillo y lo comparó con el botón que tenía guardado en un sobre en su escritorio. El botón que estaba dentro del sobre era idéntico al botón perlado con una incrustación dorada, que se había caído del vestido de Victoria. El primer botón lo había encontrado en el interior del puño de Black cuando su cuerpo fue descubierto.

La tienda del pueblo no vendía nada parecido, pero Edward volvió a guardar el botón en el cajón y decidió hablar con Mike Stanley para asegurarse.

~~~

La campana de la puerta anunció su entrada, y vio a Mike detrás del mostrador ojeando un catálogo.

— ¿En qué puedo ayudarle, sheriff?

— Me gustaría preguntarle algo. ¿Usted vende botones como éste? — Preguntó Edward mostrándole el botón.

Mike lo observó, examinándolo desde todos los lados.

— Hace unos meses pedí dos docenas de este modelo especialmente para Victoria Mallory.

Edward lo volvió a guardar en su bolsillo.

— Gracias, Mike.

Ya tenía un sospechoso de la muerte de Black... Victoria. Ella podía no haberlo matado, pero estaba totalmente seguro de que había estado presente en el momento del crimen. Agonizando antes de morir, Black había desgarrado el botón del vestido de Victoria.

Edward fue a buscarla pero ella no se encontraba en su nueva casa, y las chicas no sabían cuando iba a volver. Luego se fue hacia la barbería para lavarse y afeitarse, pasando por el camino por el restaurante para pedirle a Sue que le preparase una cesta de picnic.

A la una en punto Edward regresó al Saloon. Avisó a Isabella y la acompañó hasta su casa para que se cambiara de ropa. Ella intentó de todas las maneras averiguar sus planes, pero Edward se mantuvo firme y la llevó hasta el carro que había preparado antes. Después de recoger la cesta, atravesaron el pueblo y siguiendo por el camino llegaron hasta un rancho, para acabar deteniéndose en el arroyo.

— Este lugar es precioso. ¿Estás seguro de que podemos estar aquí?

Edward la ayudó a bajar del carro y extendió una manta en la hierba.

— ¿El dueño no nos disparará para echarnos?

— No, al propietario no le importará, pero si quieres preguntarle, por mi adelante. — Edward se tumbó en la manta agarrando a Isabella de una mano.

— Deberíamos de haberle preguntado antes de venir.

Isabella se sentó junto a él, colocándose la falda a su alrededor.

— ¿Por qué no le preguntas en voz alta? — Bromeó él. — Puede que esté cerca.

— Señor, ¿podemos utilizar su propiedad para un picnic? — Ella se echó a reír divertida.

— Siéntete libre para hacerlo. — Respondió Edward.

Isabella miró a su alrededor.

— En serio, Edward. El dueño puede enfadarse. — Repitió ella poniéndole suavemente las manos en su torso acariciándoselo y acercándose hasta que sus pechos se apretaron contra su pecho. Él la envolvió en sus brazos.

— ¿Y si el dueño soy yo? En realidad, compré la propiedad hace un año. Fue una buena oferta. Tengo un pozo, pero no he podido construir una casa todavía. Un par de veces al mes vengo aquí a cazar.

— ¿Este rancho es tuyo? — Su rostro se sonrojó y lo miró perpleja. — Me has engañado...

— Sí, yo soy el dueño. Hay una razón especial por la que te he traído aquí. —Edward se sentó y tiró de ella para que estuviera frente a él. — Este lugar es especial, igual que tú.

Él sujetó sus pequeñas y suaves manos con una de las suyas y metió la otra en el bolsillo de su chaleco.

— Te quiero, Isabella, y ya no puedo imaginar mi vida sin ti. ¿Quieres casarte conmigo?

Edward sacó del bolsillo un anillo de compromiso. Ella gritó y le echó los brazos alrededor de su cuello.

— ¡Sí, me casaré contigo! Tampoco puedo imaginarme la vida sin ti. — Edward le puso solitario en el dedo. — Te quiero demasiado, Edward... — Le confesó mirando el anillo. — ¡Es precioso!

Se besaron con pasión. Edward sintió que los pechos de Isabella presionaban contra el suyo. Incapaz de controlarse más, la acostó sobre la manta y en cuestión de segundos, la desnudó. Sus ojos se deleitaron con el terso y frágil cuerpo de Isabella.

— Eres tan bella. No puedo esperar a que seas mi esposa.

Después de cubrir su cuerpo con besos, él también se desnudó y la penetró lentamente, saboreando la pasión hasta que finalmente ambos explotaron de placer. Después de vestirse, Isabella abrió la cesta de picnic.

— ¿Prefieres el pollo o el jamón? También hay huevos duros.

Ella le sirvió pollo mientras Edward le ponía jamón en un plato. Mientras comían charlaron riéndose alegremente. Algún tiempo después, Edward la ayudó a levantarse y entrelazando la mano con la de ella, dieron un paseo haciendo planes sobre de como sería la casa que iban a construir en la cima de la colina. Edward la abrazó y la besó, mientras Isabella se preguntaba si ya habría un bebé creciendo en su vientre.

Los dos volvieron al pueblo abrazados en el asiento de la carreta, besándose y muy sonrientes.

Edward no veía la hora de casarse y alejarla de todo lo que tuviera que ver con el Saloon. Parando el carro en el establo la ayudó a bajar.

— Vamos rápidamente al Saloon antes de que alguien te dispare.

Resolver el asesinato de Black se estaba convirtiendo en algo urgente, la vida de su futura esposa dependía de ello.

— Quédate en tú oficina. — Le ordenó Edward cuando llegaron. — Las cosas pueden ponerse feas y no quiero que te expongas al peligro. Ten el arma siempre cerca y en caso de duda, dispara primero que yo preguntaré después. Quiero que estemos juntos para siempre.

Ella se lanzó a sus brazos.

— Te quiero, Isabella. No podría soportar que algo te sucediese. Me moriría.

— Yo también moriría sin ti, Edward. Encontraré algo que hacer aquí hasta que vuelvas. — Le prometió señalando el desorden a su alrededor.

Con un beso rápido, Edward se fue e Isabella cerró la puerta con llave.

~~~

Una vez más, Edward se dirigió a casa de Victoria para interrogarla. Las chicas negaron que estuviera allí, pero él registró la casa buscando por todas partes para asegurarse. No la pudo encontrar, pero encontró dos vestidos con los mismos botones, y a los dos les faltaba un botón. También encontró una pistola, pero no era del mismo calibre que la que mató a Black. Victoria podía haberla comprado para ella.

Edward se llevó los vestidos a su oficina y los dejó allí.

Cuando salió de su oficina, notó que había una columna de humo al otro lado del pueblo y empezó a correr. ¡Las llamas salían del Saloon!

Su corazón empezó a latir descompasadamente en su pecho. Isabella le había prometido quedarse allí y no salir para nada. Tenía que salvarla y esta vez no fallaría.

Al llegar enfrente del Saloon, Edward vio las llamas alzarse hasta el cielo, desde las habitaciones de la planta superior y del tejado, extendiéndose por toda la fachada. No había manera de controlar el fuego, se quemaría todo el edificio. A juzgar por las llamas, la parte de atrás todavía estaría intacta y corrió hasta el callejón. La puerta trasera estaba cerrada. Edward trató de abrirla pateándola con todas sus fuerzas, pero no se movió. Tendría que haberse imaginado que Black pondría la puerta más pesada y más resistente, en la parte trasera de su propiedad. Se dirigió a la parte delantera del edificio y para su sorpresa, encontró todo intacto.

Victoria estaba en frente del Saloon gritando.

— ¡Fuego! ¡Fuego!

Vladimir apareció en la puerta y al intentar salir, Victoria levantó una pistola y le disparó.

— ¿Qué demonios estás haciendo, Victoria? — Gritó Vladimir. — Tengo que salir. El maldito edificio está en llamas.

— ¡El Saloon Chances Are es mío por derecho! ¡Si no puedo tenerlo, nadie lo hará! — Vociferaba la mujer enloquecida. — ¡Quiero a esa perra muerta, igual que al traidor de Black! El Saloon era mío. — Disparó otra vez a la puerta. — ¡Ese bastardo mentiroso prometió casarse conmigo! Después de todo lo que hice por él va y me quita mi Saloon. Ese desgraciado se merecía morir y me alegro de haberlo matado.

— ¡Suelta el arma, Victoria! — Gritó fuerte Edward para hacerse oír por encima del crepitar del fuego.

Ella se giró hacia él y disparó. Con agilidad y rapidez, Edward sacó su revolver y apretó el gatillo. Las piernas de Victoria se doblaron mientras una brillante mancha roja coloreaba su blusa blanca y se extendía en su pecho, hasta que finalmente cayó al suelo.

Con una punzada de pesar, Edward guardó el arma.

Vladimir salió corriendo del interior del Saloon tosiendo, mientras que el hollín se propagaba por el aire.

— ¡Isabella se ha quedado atrapada en la oficina! Traté de salvarla, pero una parte del edificio se derrumbó, bloqueando el paso...

Edward cruzó la puerta principal y atravesó la aparentemente impenetrable cortina de fuego y se abrió camino a través de la madera quemada. El calor era insoportable, y las llamaradas de fuego quemaban su piel, pero él no sentía nada mientras corría hacia la oficina.

— ¡Isabella! ¡Isabella! ¡Contesta!

Edward escuchó los gritos ahogados de socorro. ¡Estaba viva!

— ¡Estoy aquí, Isabella! — Gritó él.

Una enorme tabla de madera en llamas bloqueaba la puerta de la oficina. En ese momento, una fuerza descomunal corrió por las venas de Edward, mientras lanzaba la tabla y los escombros a un lado. Pero el calor había dilatado el marco, y la puerta no se abría.

¡No! No iba a suceder de nuevo. No soportaría perder a Isabella.

— ¡Aléjate de la puerta, voy a echarla abajo! — Le advirtió levantando la pierna y pateándola con su bota, escuchando como cedía un poco.

— ¡Edward, ayuda! — Isabella tosía al otro lado de la puerta.

Apoyando el hombro, Edward echó todo el peso de su cuerpo contra la puerta. Esta vez se abrió, y una ráfaga de aire caliente se precipitó dentro del cuarto. A través de la densa humareda, él se las arregló para encontrar a Isabella tosiendo y sentada en el suelo. Edward casi no podía respirar.

— ¡Tenemos que salir de aquí, rápido! El edificio se va a derrumbar.

Edward la levantó pero Isabella no tenía fuerzas para sostenerse, por lo que tuvo que cogerla en brazos y apretando su rostro contra su pecho, salió por la parte delantera del Saloon esquivando las llamas y la caída de escombros.

La falda de Isabella comenzó a arder, pero Edward rápidamente logró apagarla. Un segundo después una amenazante pared de fuego apareció frente a él y agachándose sobre Isabella, murmuró una maldición y corrió a través de las llamas hasta llegar a la calle.

Sintiéndose seguro al aire libre, Edward respiró una bocanada de aire fresco antes de dejar a Isabella de pie en el suelo. Apoyándose el uno en el otro, observaron en silencio mientras el Saloon se derrumbaba. Isabella se llevó la mano a la boca al ver el cuerpo de Victoria en el suelo y al Sr.  Call arrodillado junto al cadáver, con el rostro cubierto de lágrimas.

El banquero se levantó con la pistola de Victoria en la mano.

— ¿Quién la ha matado? — La multitud observaba en silencio. — ¡Quiero saber quién la mató!

Nadie respondió.

— ¿Quién ha matado a mi hermana? — Gritó enfurecido.

Un murmullo colectivo se extendió por el aire. ¿Victoria era su hermana? Edward llevó a Isabella hasta Vladimir, sin apartar los ojos de  Call.

— Cuida de ella. — Sacó el revolver de su cinturón y se lo puso en un lado.

— Victoria prendió fuego al Saloon y cuando Vladimir trató de escapar de las llamas, le disparó. — Edward se apartó de Isabella y caminó hacia  Call. —Le dije que soltara el arma, y entonces me apuntó con ella. No tuve otra opción.

— Victoria sólo quería lo que era suyo. Ese desgraciado rompió el compromiso, diciendo que no podía casarse con una prostituta. Dijo que necesitaba una esposa respetable y se burló de ella. El Saloon y el Club hubieran sido suyos si no fuera por ese maldito testamento. —  Call levantó el arma y apuntó a Isabella. — Black se lo dejó todo a esa ramera.

Edward controló su furia. Si había un tiroteo eso no le ayudaría en absoluto.  Call continuó hablando.

— Ella no se marchó del pueblo y Monty y Randy no pudieron matarla en la cárcel. Victoria se volvió loca después de que esa perra la expulsara del Saloon Chances Are. Todo el mundo sabía que Victoria se merecía ese lugar más que nadie. Esa de ahí es la responsable de la muerte de dos personas. — Apuntó el arma hacia Isabella. — Y voy a matarla, sheriff. El pueblo me lo agradecerá. Si no fuese por ella, Black y Victoria aun seguirían vivos. — Deliró  Call. — Esa zorra tiene al sheriff de su lado y ha robado todo lo que tenía que ser para Victoria.

— No puedo dejar que hagas eso,  Call. ¿Quién de vosotros mató a Black? — Para Edward ya estaba todo muy claro, pero  Call seguía desvariando. — Sugiero que detengas esto antes de que se derrame más sangre.

— Victoria fue quien lo mató. Le disparó a Black, cuando le dijo que iba a casarse con esta perdida. Una vez que esta perra estuviese muerta, Victoria podría hacerse con el burdel. Las cosas serían como tenían que haber sido. Victoria poseería el Saloon y el Club, yo tendría el banco, y nuestro hermano James volvería para ocuparse de las mesas de juego. Ahora tengo que matar a los dos.

¿James, el bandido que estaba en busca y captura, era su hermano?

Edward vio a Seth escondido cerca de allí. De una forma u otra, el banquero no sobreviviría si se decidía a atacar.

— Suelta el arma,  Call. Si Victoria era la única implicada, no tengo ningún problema en liberarte. No es demasiado tarde. — Añadió en un susurro.

El cañón del arma apuntando hacia Isabella comenzó a subir mientras  Call apretaba el gatillo.

Edward le disparo al corazón y el hombre cayó de rodillas. Trató de levantar el arma, pero ya moribundo, se derrumbó en el suelo.

— ¡Lo siento! — Isabella corrió hacia Edward, quien la abrazó.

— La culpa no es tuya. Eran malas personas. — Ella enterró el rostro en su pecho.

— Tenía tanto miedo de que te mataran. No sé lo que haría sin ti.

— Cuando vi que las llamas salían del Saloon, casi me volví loco. Estaba aterrorizado de pensar que me necesitabas y que podría fallarte.

— Sabía que vendrías a rescatarme.

Mientras se besaban, la Sra. Stanley se acercó.

— Siento mucho que perdiera todo, Srta. Swan. ¿Por qué no vamos a la tienda y le ayudo a reponer algo de ropa y lo que necesite?

Isabella se volvió hacia Edward, que estaba boquiabierto. Ahora que el fuego había destruido el burdel, Isabella volvía a ser respetada y la Sra. Stanley no podía perder una venta.

— En nombre del pueblo, lo sentimos mucho, Srta. Swan. — Dijo el Sr. Crowley, acercándose a la Sra. Stanley. — Al parecer, algunas personas la juzgaron mal a usted y al Sr.  Call y confiaron en la persona equivocada. Esperamos que se quede en el pueblo y nos conceda otra oportunidad.

Esas palabras la conmovieron volviéndose hacia Edward, quien pasándole el brazo por sus hombros, la atrajo hacia él.

— Gracias, Sr. Crowley. Haré lo que decida Edward.

— Nos íbamos a mudar del pueblo, tengo un rancho en las afueras. Así que creo que nos quedaremos un tiempo más por aquí para ver como van las cosas. — Contestó Edward dándole la mano al Sr. Crowley.

Isabella miró las cenizas del Saloon.

— Creo que voy a tener que pasar la noche en la cárcel de nuevo.

— ¡Oh, no! Una vez que encontremos al pastor, nos casaremos y pasaras la noche conmigo en el rancho, bajo el cielo estrellado. Parece que tendremos que empezar pronto a construir la casa, porque quiero que esté llena de niños que te mantengan alejada de los problemas.

~~~

Isabella estaba en el porche del rancho, observando a su marido llegar cabalgando, bajarse del caballo y subir las escaleras. Desviándose de su camino, se fue directo hacia la cuna y cogió al bebé, que estaba durmiendo.

— ¿Cómo está el pequeño? — Preguntó asegurando a Eric en sus brazos, cerca de su corazón, y pasando su brazo alrededor de Isabella, antes de besarla. — ¿Estáis bien los dos? Parece que me he ido durante un mes.

— Ni siquiera has llegado a cinco días. — Isabella se apoyó en el robusto cuerpo de su marido. — Aunque me han parecido meses. ¿Les has capturado?

Los dos se sentaron en el balancín del porche.

— La denuncia que recibimos fue correcta esta vez. Capturamos a James Mallory y a su pandilla a las afueras de Temmings. James murió en el tiroteo, y mis hombres se llevaron a los otros tres a la cárcel. El juez vendrá la próxima semana para enviarlos a Huntsville.

— Estábamos preocupados por ti.

El bebé arrugó la cara y agitó sus puños mientras empezaba a quejarse.

— Creo que tiene hambre.

Isabella se desabrochó la blusa y Edward le entregó al bebé observando como ella acomodaba a Eric en su pecho.

— He echado de menos estos momentos. — Edward le puso el brazo alrededor de sus hombros. — Si hace un año alguien me hubiera dicho que iba a añorar ver a mi mujer amamantando a nuestro hijo, le habría encerrado por loco.

Miró como el bebé succionaba el pecho de su madre y le acarició la mejilla. Isabella levantó sus hermosos ojos cafes hacia Edward y le dijo con el amor brillando en ellos.

— Esto era lo único que deseaba cuando llegué al Oeste. Doy gracias a Dios por haberte encontrado.

— Yo también, cariño. — Contestó Edward haciendo cosquillas en los pequeños pies del bebé. — Yo también.

FIN

 

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HOLAAAAAA GUAPAS, ESPERO LES HAYA GUSTADO ESTA GRAN AVENTURA, DEDICADO ESPECIALMENTE PARA AQUELLAS GUAPAS QUE ME PIDIERON VER A EDWARD DE VAQUERO, ¿A QUE ES LINDO VERDAD?, SE QUE UN ONE-SHOOT NO RESULTA TAN EMOCIONATE COMO UNA HISTORIA COMPLETA, PERO AUN ASI LA ESCENCIA DEL VIEJO OESTE ESTA AHI, ES PARA QUE SE DEN UNA IDEA DE LO QUE PUEDE SER UNA HISTORIA DE VAQUEROS.

 

NOS SEGUIMOS VIENDO GUAPAS. BESITOS


 


 


 
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