CON LAS GANAS

Autor: vickoteamEC
Género: One-shoot
Fecha Creación: 21/09/2012
Fecha Actualización: 28/09/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 22
Visitas: 4928
Capítulos: 2

 

Decir todo, no decir nada.

Quedarse con la necesidad de más... con las ganas



 
 
 
Bueno, aquí les traigo un pequeño obsequio, es un "song fic" con la canción "con las ganas" de Zahara. Moría por compartírselos!!!! 

NO PERMITO PUBLICACIONES SIN LA CORRESPONDIENTE AUTORIZACIÓN.

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, sólo la idea que surgió a partir de la canción es mía. 

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Capítulo 1: CON LAS GANAS

 

 

Bienvenid@s a mi dulce locura. Espero sus comentarios, visitas y votos.

A mi consideración y dependiendo de su respuesta  al OS, dejo la posibilidad de un outtake Edward POV, ¿qué opinan?

Disfruten la lectura

Besos de bombón

VickoTeamEC

 

 

BELLA POV

Y aquí estoy… desesperada, perdida, aturdida y herida. La llaga más grande es la que se abre desde la orilla de mi corazón hasta la punta de mi alma.

Desde el primer momento supe que la única manera en la que podía terminar todo esto era mal… terriblemente mal.

Me aferré al cinturón de seguridad del auto cómo si eso pudiera salvarme del caos que era mi vida en este momento; mis manos se cerraron hasta que sentí miles de agujas picoteando mi piel, hasta que mis dedos perdieron sensibilidad y se abrieron inertes para caer por el efecto de la gravedad sobre mi regazo.

Las lágrimas nublaron mis sentidos. No sabía qué pasaba, en dónde estaba, ni qué lugar era aquel que se perdía entre la oscuridad de la noche, la neblina y el frío. No sabía en qué parte era más grande el dolor, no sabía qué era lo que sentía exactamente… no sabía si alguien escuchaba mis quejidos.

Sólo sabía que con cada suspiro mi alma se evaporaba más y más.

En un momento de devastación cómo éste sólo había una cosa a lo que podía aferrarme… recuerdos. 

 

Estaba en la fiesta de bienvenida de mi adorada prima: Caroline. Ella era la hermana que nunca tuve, nuestra infancia y parte de nuestra adolescencia la pasamos juntas. Siempre fuimos cómplices, una era el baúl de secretos de la otra, nos conocíamos a la perfección. Pero todo comenzó a cambiar cuando recién cumplí quince años y mis tíos decidieron mudarse a un vecindario residencial a las afueras de la ciudad, muy lejos de mi casa. A pesar de no estar tanto tiempo juntas seguíamos siendo las mismas de siempre cuando teníamos la oportunidad de encontrarnos, las mismas miradas de entendimiento, los mismos gestos cómo parte de nuestro “idioma secreto a señas” y las mismas bromas privadas.

Meses después de su mudanza Caroline encontró una oportunidad fenomenal mientras hacía sus prácticas finales de bachillerato en una importante agencia de gestión de proyectos. Le ofrecieron un excelente programa de estudios que se complementaba con la experiencia obtenida de trabajar en la agencia. Poco después comenzó a viajar por todo el país. Yo estaba muy contenta por su logro, más aún, cuando año y medio después se tituló con una carrera técnica. La agencia lanzó un programa en el que hacía un tour mundial para darse a conocer y a ella le tocó establecerse por un tiempo en Taiwán para estar  en los eventos de promoción.

Ya no nos vimos tan seguido los siguientes años, sólo cuando cumplí dieciocho, cuando murió mi papá en la navidad de hacía dos años y en el sepelio de mamá dos meses después que mi padre.

Hoy ya éramos dos mujeres adultas y maduras. Yo tenía recién cumplidos 20 años y ella 22. Esta noche era muy especial para las dos; festejábamos su regreso y mi recién obtenido título de licenciatura.

Definitivamente hubo magia esa noche y hubo cosas que… me marcaron, para siempre.

No había visto a mi prima, hacía horas que ella estaba en la ciudad, pero sólo sabía lo que nuestros familiares me habían contado.

La fiesta estaba en todo su esplendor en el patio de mi tío Gabriel, mientras la familia nos reuníamos en la sala principal para esperar a Caroline. Yo estaba nerviosa y ansiosa por encontrarnos de nuevo. Había visto muchas fotos de sus “nena-aventuras” en Taiwán, cada una más graciosa o espectacular que la anterior; pero no era lo mismo verla en imágenes congeladas y leer lo que me decía a escucharla y sentirla.

 

Recuerdo que al llegar ni me miraste, 
fui solo una más de cientos 
y, sin embargo, fueron tuyos 
los primeros voleteos.

 

De repente un hombre irrumpió la tranquilidad de nuestras pláticas banales. Pasó la mirada por la estancia y sonrió un poco apenado. Cuando sus ojos se pasearon por fracciones de segundo por mi sitio agradecí al cielo estar sentada, el simple acto desinteresado y sin sentido me desarmó en mi lugar… era inexplicable.

Su rostro era una mueca de injustificado regocijo; tenía unos ojos azul pálido que me atraparon al instante, brillantes, vivaces, intensos; sus dientes desfilaban en orden detrás de unos labios perfectos que sólo me hacían desear morderlos lentamente, torturándolos; su mandíbula se marcaba como una perfecta “L” y caía hasta su barbilla, encajando a la perfección en su rostro; sus cejas pobladas enmarcaban divinamente la forma de su cara; tenía una delgada capa de bello en su barba, me provocaba una curiosidad enorme pasar mi palma sobre ella para saber cómo era la sensación de cosquilleo contra mi piel; la nariz quedaba espléndida al centro de su rostro; el cabello era de un color castaño que jamás había visto, un poco más corto a los lados y con el largo suficiente como para antojar a mis dedos para enterrarse entre ellos y acariciarlos. Era alto; no era musculoso, pero tampoco enjuto; vestía unos jeans color índigo, una camisa blanca, un saco negro y zapatos negros.

Me había hipnotizado.       

Comenzó a presentarse con cada uno, a ellos con un apretón de manos y un abrazo fraternal y a ellas con un apretón de manos y un beso en la mejilla. Pensar en que pronto estaría muy cerca de mí me puso nerviosa. Llegó mi turno; cuando saludó a la tía que estaba a un lado de mí me puse de pie, al mismo tiempo él se inclinó hacia mí, trastabillé un poco y me estabilizó sosteniéndome con una mano sobre mi espalda y otra en mi cintura.

—Cuidado, linda— dijo cerca de mi rostro.

Le dediqué mi mejor sonrisa; besó mi mejilla, provocando que todo se sacudiera en mi interior; se alejó un poco de mí y tomó mi mano a modo de saludo.

—Soy Edward— se presentó.

Repentinamente sentí la garganta seca y tuve que carraspear un poco antes de contestar.

 —Yo… soy…

— ¡Isabella! — gritó Caroline emocionada desde la puerta, interrumpiendo mi patética presentación. Le sonreí con toda la alegría que había guardado para ese momento.

— ¿Eres la prima Isabella? — preguntó Edward sorprendido.

—Sí— contesté un poco nerviosa.

—Oh, ¡Ve acá! — dijo jalando mi mano para estrecharme entre sus brazos.

Al principio no supe cómo reaccionar, estaba mortalmente sorprendida; sonreí mientras sentía mis mejillas arder y luego rodeé levemente su cuerpo con mis brazos.

—Caroline habla maravillas de ti— murmuró cerca de mi oído y se separó de mí.

Los segundos entre sus brazos fueron inexplicables y demasiado rápidos para mi gusto.

—Veo que mis amores ya se conocieron— dijo mi prima llegando a nuestro lado, saludó a Edward con un beso en los labios y fue ahí donde me di cuenta de que cualquier emoción que pude haber sentido debía ser olvidada inmediatamente.

—Hola— le dije a mi prima cuando me miró de nuevo.

Nos abrazamos largo rato, luego me llevó de la mano mientras se paseaba por la sala saludando a los miembros de la familia. Después de la sesión de abrazos y besos familiares de bienvenida salimos al patio para disfrutar de la fiesta.

Hablamos durante casi toda la velada, me enteré de cómo conoció al guapo chico canadiense que tenía por novio, de cómo habían decidido vivir juntos y algunos  detalles de cómo habían pasado su primer aniversario.

Después de mil amores ella aseguró que él era el indicado, Edward era el hombre con quien quería pasar el resto de su vida y el único con el que se había planteado tener una familia. Juzgando la forma cordial en la que nos hablaba a cada una de las primas y tías de Caroline, lo mucho que se esmeró para que todos lo aceptáramos en la familia y las sonrisas que le dedicaba a mi prima… podía aventurar que el sentimiento era recíproco.

Esa noche reí cómo loca en mi cama, antes de dormir, mientras recordaba la absurda idea de lograr si quiera llamar la atención de Edward. Él estaba con mi prima y punto. No había más a dónde ver, nada qué pensar y nada qué pretender.

Las salidas con mi prima se hicieron tan frecuentes cómo nuestros trabajos nos lo permitieron. Era de lo mejor en el mundo tenerla de regreso y tratar más nuestra relación, que poco a poco se fue enfriando por las circunstancias.

Un día de tantos, quedé de verme con ella para ir a cenar a un nuevo restaurante. Nos habíamos tomado la molestia de anticipar la velada, hicimos reservaciones, fuimos de compras un fin de semana antes para elegir atuendos nuevos, hicimos cita con nuestros estilistas y tratamos de planear todo lo mejor posible para que esa noche de “chicas” se extendiera hasta muy entrada la madrugada, cómo en los viejos tiempos.

Todo iba tal y cómo lo habíamos calculado; hasta que escuché el timbre de mi casa y al abrir me encontré con una persona totalmente diferente.

— ¿Edward? — dije evaluándolo con la mirada.

Usaba unos jeans oscuros, una camisa azul claro abierta de los primeros botones y zapatos negros.

—Hola, Bella.

—Pasa— dije haciéndome a un lado y él entró directo a la sala, sentándose en uno de mis sofás—. ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Caroline?

—Vine a llevarte a la cena y Caroline no va a venir.

— ¿Qué? ¿Por qué?

—Le hablaron de la agencia, salió a un viaje de último momento a la ciudad de al lado, pero vuelve en dos días. Me pidió que te llevara a ésta cita, dijo que tenían mucho planeándola y que no podía dejarte sin ésta salida. Así que… prácticamente me ordenó que te acompañara. Claro, si no te molesta. ¿Puedo ser su compañero ésta noche, señorita Swan? — con cada palabra mi corazón se aceleró, era inevitable, éste hombre me hacía reaccionar de las formas más impropias e inimaginables.

—Está bien— dije con la mayor monotonía que pude, tratando de restarle importancia.

—Perfecto. Aquí te espero— contestó poniéndose cómodo.

Salimos después de unos minutos. Muy caballerosamente me llevó del brazo hasta el auto, abrió la puerta para mí y me ayudó a entrar. Mientras él rodeaba el auto me dejé caer sobre el asiento y suspiré pesadamente. Edward hacía que la sangre se me galopara entre las venas, que mis nervios se dispararan, mi piel se crispara, las manos me sudaran frío, mis mejillas ardieran permanentemente en su presencia y mi cuerpo se retorciera internamente por escalofríos.

Entró en el coche y se giró hacia mí para hablarme de frente.

— ¿Estás bien? Bella, si no quieres que yo te acompañe…

—No, no pienses mal. ¿Por qué dices eso?

—Por tu cara y el suspiro— dijo viéndome fijamente y con el ceño fruncido, haciendo una mueca de preocupación.  

—Estoy bien, no te preocupes es sólo que… estoy un poco cansada por el trabajo.

—No tenemos por qué hacer esto, podemos decirle a Caroline que sí fuimos…

—No. Vamos— me puse el cinturón de seguridad y me giré hacia él con una sonrisa.

— ¿Segura?— dijo dándome una última oportunidad para retractarme.

—Sí, segura.

—Está bien— dijo sonriendo levemente. Abrochó su cinturón de seguridad y encendió el coche para conducirnos a nuestra “cita”.

El restaurante lucía moderno, sofisticado y brillante desde afuera; se colaban un par de luces cada que la puerta se abría. La fila para el estacionamiento nos detuvo un par de minutos y al final tuvimos la buena suerte de conseguir un lugar cerca de la entrada.

Edward me ayudó a Salir del coche, me tendió la mano y tiró amablemente de mí para ponerme de pie. Cerró la puerta y echó los seguros y la alarma mientras yo me recargaba a un lado del auto.

—Espero no matarme— mascullé mirando el piso del estacionamiento lleno de pequeñas piedras, alisé la falda de mi vestido, aseguré mi bolso y me erguí completamente hacia Edward.

— ¿Por qué dices eso?

—Es algo difícil caminar con unos tacones cómo estos en un piso cómo éste.

—Bueno, para eso estoy aquí. No te voy a dejar caer— sonreí y alcé la vista.

Lo miré, me miró, mi sonrisa se fue desvaneciendo lentamente, el mundo desapareció, sólo estábamos su mirada clavada a fuego contra la mía y yo. Parpadeé un par de veces y Edward sonrió, iluminando su mirada y colmando mi interior con una inexplicable felicidad.

—Vamos— dijo ofreciéndome de nuevo su brazo.

—Vamos— respondí en el mismo tono que él, comenzando a caminar.

Edward hizo muy bien su trabajo sosteniendo mi peso en el corto trayecto del estacionamiento a la puerta del lugar.

—Por cierto, ésta noche estás encantadora—  dijo en murmullos.

Me quedé mirándolo mientras se acercaba al hostess y le daba los datos de la reservación. Luego se giró hacia a mí, me sonrió cómo si nada y me condujo del brazo hasta nuestra mesa.

El primer brindis lo hicimos con un exquisito vino blanco, el motivo fue “por una noche espectacular”. Nos llevaron la carta y mientras esperábamos nuestra orden nos dedicamos a observar y comentar cada de talle del lugar. Era una rara combinación vintage, moderna y contemporánea; pero cada objeto, cuadro y luz estaba colocado de una forma tan armoniosa que resultaba un lugar espléndido y bastante agradable. Después de comer estuvimos hablando un poco más, extendiendo nuestra plática sobre trabajo, días de verano de la preparatoria, vacaciones, viajes y romances; aunque, sinceramente, del último tema no tenía mucho qué contar.

Había un lugar apartado que jugaba el papel de pista de baile; había música suave, apenas cubriendo el ruido de los murmullos de las múltiples pláticas. Edward se puso de pie con una mano tendida hacia mí, le sonreí en complicidad y dejé que me guiara.

Rodeó mi cintura con ambos brazos y yo rodeé su cuello. Comenzamos a mecernos en un delicado vaivén acorde con la música, intercambiamos un par de palabras y risas. Luego pasó de nuevo, el mundo desapareció y nuestras miradas se engancharon cómo si no hubiera nada más en la vida.

— ¿Cómo pude haber pasado desapercibidos estos ojos tan hermosos? — murmuró en voz baja.

— ¿Qué? — dije atónita.

—Sí, Bella, tu mirada es hermosa— lo miré con seriedad unos segundos, parecía que estaba hablando en serio.

Rompí contacto con su mirada y me reí descaradamente.

—Las copas te están atrofiando el pensamiento, primito. ¿Por qué mejor no nos vamos? — dije zafándome de su agarre y dirigiéndome más rápido de lo normal hacia nuestra mesa.

El silencio reinó en el interior del auto. Íbamos a medio camino cuando nos paramos en un semáforo en rojo y se giró hacia mí para hablarme.

— ¿Sólo estás seria o estás enojada? —cuestionó.

—No estoy enojada— dije con seguridad.

—Entonces, ¿podemos ir a otra parte?

— ¿Otra parte? — dije alarmada, mirándolo fijamente.

—Sí. Vamos a bailar, hace mucho que no salgo. Caroline siempre está cansada y…

—Está bien— le corté antes de que siguiera hablando de mi prima. ¿Por qué rayos tenía que recordarla?

Momento… ¿qué demonios hacía recriminado que Edward se acordara de su novia, que por cierto es mi prima? Debía estar más que loca por mis estúpidas reacciones.

—Gracias— dijo él sonriendo encantadoramente, posando una mano sobre la mía, haciéndome sonreír y estremecerme.

Fuimos a un antro muy concurrido del centro. Era el lugar de moda, al que sólo iban las personas de las mejores zonas residenciales de la ciudad o las que cargaban con el suficiente dinero como para pagar una de las exageradamente caras mesas.

Edward pidió una mesa en uno de los lugares VIP, independiente, privada y pegada a la pista de baile. Tomamos un par de cocteles, la música era cada vez más animada; comenzó a sonar una de mis canciones favoritas: lenta, sensual y atrevida. Sin dudar, y animada por algunos tragos de más, pegué un brinco de mi sitio y comencé a moverme sensualmente de un lado hacia el otro, cerré los ojos y dejé que la música guiara los golpes al aire que hacía con mi cadera y los círculos de mi cintura y hombros. Abrí los ojos sólo para maldecirme por hacerlo, Edward me admiraba; sí, admiraba; con una ávida mirada deseosa y ardiente. Le sonreí restándole importancia al poder de sus hermosos orbes azules y me giré para no tener que verlo a la cara. Poco después sentí cómo entrelazaba nuestras manos y nos llevaba al centro de la multitud que bailaba de forma decadente.

 

Cómo no pude darme cuenta 
que hay ascensores prohibidos, 
que hay pecados compartidos, 
y que tú estabas tan cerca.

 

Al principio bailábamos de frente, una canción tras otra mientras yo giraba, me movía por todas partes; pero sobre todo, esquivaba su mirada. Sabía que si lograba tener de nuevo esa conexión con él estaría perdida.

En uno de mis tantos giros puso sus manos en mi cadera para detener mi movimiento, puso mi espalda contra su pecho y se pegó completamente a mí en un movimiento tan lento cómo tortuoso. Al primer roce un jadeo involuntario salió de mis labios, sus manos guiaban mi cuerpo con destreza, llevándome al borde de la locura, su pelo rozó mi mejilla mientras sus labios se encargaban de desarmarme al esparcir pecaminosos besos sobre la piel de mi cuello; estiré mi brazo por encima de nosotros para poder cumplir mi endemoniada fantasía y acariciar con esmero su pelo desordenado y enloquecedor.

La urgencia de tenerlo más cerca crecía en mi interior cómo si algo se estuviera inflando desde mi centro hasta esparcirlo por todo mi cuerpo. Sus manos dibujaron mis contornos y las mías lo que alcanzaron de sus costados, no cabían los sentimentalismos, ni ninguna otra cosa… sólo habíamos uno, formado por él y yo. Nada más.

Nos miramos por largo rato, como si de un lenguaje nuevo se tratara y él entendiera a la perfección mis pensamientos. Me tomó de la mano y nos sacó de ahí. Condujo a alta velocidad de regreso a mi casa, el camino fue silencioso pero rápido y agónico, anticipando el momento de nuestra perdición.

Al llegar me bajé corriendo, con los tacones en la mano y las llaves listas para abrir la puerta; Edward acomodó su coche al lado del mío dentro de la cochera. Corrí a la puerta que daba al garaje para abrirla y… estaba ahí, ansioso y desesperado. Mi corazón estaba tan acelerado que los latidos atronaban detrás de mis oídos, mi respiración era más superficial que otra cosa y mi cuerpo vibraba levemente.

 

Me disfrazo de ti. 
Te disfrazas de mí. 
Y jugamos a ser humanos 
en esta habitación gris.

 

La anticipación me estaba desarmando, su cuerpo acercándose lentamente hacia el mío, mis temblores ahora más evidentes, sus ojos en los míos, su rostro inclinándose hacia mí. Las sensaciones inimaginables, inexplicables y exquisitas. Si esto era sólo por su cercanía… ¿qué sería de mí cuando finalmente me besara?

Un roce de sus labios sobre los míos: electricidad.

Su mano acariciando mi mejilla: escalofríos.

Sus labios presionando los míos: terciopelo.

Su lengua acariciándome, tocándose con la mía: una sacudida.

El sofá sosteniendo mi peso: confort.

Nuestras manos acariciándonos lentamente: fuegos artificiales.

 

Muerdo el agua por ti. 
Te deslizas por mí. 
Y jugamos a ser dos gatos 
que no se quieren dormir.

 

Sus manos paseando por mis costados: hormigueos.

Mis manos acariciando su pecho: gloria.

Sus manos en mis piernas: las nubes.

Sentirlo contra mí: excitación.

Gemidos: pérdida de la razón.

Caroline: miedo, sufrimiento, horror, decepción, traición, pérdida, ruptura, maldición, error, injuria, desprecio… dolor.

— ¡Detente! — dije con la respiración entrecortada, me separé de él y me senté de golpe.

— ¿Qué pasa, Bella? — cuestionó igual de agitado que yo.

—No puedo— dije al borde del llanto.

—Tranquila— dijo alejándose de mí.

—Lo siento— me puse de pie para correr a mi habitación para encerrarme a llorar. Sentía que había condenado mi vida al infierno.

Y así era.

Más tarde salí de mi encierro para buscar un vaso de agua, la curiosidad fue más grande y lo encontré tiritando y echo bola en el sofá. Mi corazón, débil como siempre, se apiadó de él y fui al armario para sacar un par de mantas para cubrir su tembloroso cuerpo.

—No— dijo con la voz enronquecida y apagada, tomando una de mis manos para impedir que me fuera cuando me incliné sobre él mientras lo arropaba.

—Edward…— regañé.

—Por favor... — rogó en un tono de voz extraño.

Me incliné un poco más hacia él y pasé una mano por su frente. Tenía fiebre. Tras un suspiro de derrota lo ayudé a ponerse de pie, lo llevé a mi habitación para que no siguiera congelándose en la sala, subí un par de grados la calefacción, lo recosté a un extremo de la cama y yo intenté dormir al otro. Hubo un momento en el que se giró hasta que pudo arrastrarme a su lado, abrazando mi cintura, envolviéndome, reconfortando el frío de mi interior con su cercanía.

Al otro día despertó hasta muy tarde, se disculpó por lo que había pasado y se fue. Olvidamos el tema, no lo volví a ver, desde entonces casi no hablé con mi prima y me enfrasqué en el trabajo. Un par de semanas después supe que Caroline se iba de nuevo, la despedí en el aeropuerto junto con mis tíos y Edward, nos pidió que nos cuidáramos mutuamente cómo buenos primos y se marchó.

Increíblemente, la distancia hizo que me acercara un poco más a ella, habló conmigo sobre todo lo que pasaba en su vida. E l tiempo pasaba y su relación con Edward se veía cada vez más distante, su viaje se alargó más y más… hasta que las semanas se convirtieron en 2 meses.

Ella juraba que Edward era el hombre de su vida, pero no luchaba con la fuerza que yo suponía que debería.

Edward llegó un sábado por la noche, tocando la puerta cómo un poseso y sollozando cómo un niño pequeño. Me abrazó cómo si fuera lo único que pudiera mantenerlo a flote en la vida, lloró por un rato y luego me habló de todo lo que pasaba con él. Me confesó que desde la noche que pasó en mi casa no podía  ver a Caroline de la misma manera, ya ni siquiera podía besarla, estar lejos de ella enfrío la situación y había dado por terminada su relación con ella.

Su dolor era el mío, sus sensaciones eran las mismas, mi agonía del deseo era una copia exacta de la suya y el estremecedor sentimiento que salía en gritos callados era perfectamente igual.

 

Mis anclajes no pararon tus instintos, 
ni los tuyos, mis quejidos. 
Y dejo correr mis tuercas 
y que hormigas me retuerzan.

 

De la nada surgió un beso desesperado que nos llevó al borde del abismo; el camino a mi habitación se desdibujó, fue cómo recorrerlo en fracción de segundos; nuestras manos avariciaron todo en nuestro ser. Edward me pedía a gritos con su mirada que le demostrara lo que sentía por él; yo le daría todo esa noche y un poco más.

—Quiero amanecer contigo hoy y muchas noches más— pidió con un alto grado de desespero en su voz.

Mi voz desapareció en un recóndito lugar de nuestro momento y sólo asentí.

Dije sí a todo.

Condené mi existencia en nuestro absurdo y perfecto amor.

 

Quiero que no dejes de estrujarme 
sin que yo te diga nada. 
Que tus yemas sean lagañas 
enganchadas a mis vértices. 

Me disfrazo de ti. 
Te disfrazas de mí. 
Y jugamos a ser humanos 
en esta habitación gris. 

Muerdo el agua por ti. 
Te deslizas por mí. 
Y jugamos a ser dos gatos 
que no se quieren dormir.

 

Sus manos guiaron nuestra dulce locura, llegó un punto en el que no sabía dónde comenzaba él y dónde terminaba yo. Sus manos dibujaron las curvas de mi cuerpo, se deslizaron cómo magia por mi piel y mis labios recorrieron plenamente la extensión de su piel. Sus movimientos sobre mí, cada vez más urgentes, me hacían perder la razón, aferrándome con mi vida entera a las sábanas.

 

No sé que acabó sucediendo, 
sólo sentí dentro dardos. 
Nuestra incómoda postura 
se dilató en el espacio

 

Cuando menos lo pensé me sentí invadida, todo mi ser se tensó, mi alma se estremeció y una sensación de dolor se instaló en mi centro.

Edward me miró a los ojos con una duda casi palpable, la respuesta que obtuvo fueron un par de lágrimas.

Me sonrió, agradeciendo por ser el elegido, me besó con devoción y me hizo enloquecer con suaves caricias que me condujeron a una explosión que jamás pensé que podría haber sentido.

Sin perder mucho tiempo nos dedicamos a entregarnos una y otra vez, cómo si no hubiera mañana, como si nunca más lo fuéramos a volver a hacer, como si el amanecer no nos amenazara con aparecer.

Le entregué mi cuerpo por primera vez, mi alma y el destino de ésta misma.

 

En momentos como éste todos aquellos recuerdos, de no hace mucho tiempo, eran lo único que me mantenían aferrada a algo… a nada. Por un instante vi mi presente, vi el desastre y vi cómo fue que llegué hasta esto.

 

Las confesiones de nuestras almas enganchadas y enamoradas desde la primera vez que nos vimos no faltaron. Cuando estábamos juntos el mundo entero desaparecía; y con él los prejuicios, las personas, las situaciones.

Nos amamos con libertad entre las cuatro paredes de mi habitación, cada vez que hacíamos el amor era épica, literalmente, y así fue hasta que un día… un fatídico día… Caroline regresó después de seis meses. Ésta era la revancha, su última carta para ganar el amor de Edward, mi Edward.

No supimos cómo fue que pasó. Ella solamente quería mi consejo. Llegó a mi casa, usó la llave de repuesto, esa que estúpidamente había olvidado cambiar de lugar y nos vio. Su rostro cayó en mil pedazos cuando nos encontró sobre mi cama, dándonos un beso nada inocente, mientras Edward decía que me amaba más que a nadie, más que a nada.

Su furia cayó cómo el peso de mil espadas sobre mí, su juicio sobre nosotros terminó de comer mi atormentada alma, convulsioné de dolor, lloré e imploré… pero ella se fue.

Vomité, literalmente vomité. Mientras Edward me pedía que me tranquilizara pensaba en el motivo de mis malestares, la reacción de ella y la situación entre nosotros.

Debía hablar con Caroline.

Salí hecha una ráfaga, tomé la poca fuerza que quedaba en mi interior y conduje desesperadamente entre el frío invierno y la nieve.

El auto estaba helado, casi congelado, el acelerador se atascó, el freno no bajó… golpes, vueltas y un recorrido hasta el final de un barranco a mitad del bosque.

 

Se me hunde el dolor en el costado, 
se me nublan los recodos, 
tengo sed y estoy tragando, 
no quiero no estar a tu lado.

 

Abrí los ojos, tratando de recordar, pensando en el tiempo que tenía aquí. Intentando de numerar las veces que la conciencia me había abandonado para arrastrarme a un oscuro abismo.

Un dolor lacerante me invadió un costado, miré para encontrarme con una pieza que en algún momento debió pertenecer al motor del auto… ahora me torturaba y dejaba que un delgado hilo de sangre se filtrara para mancharlo todo, dejándome sentir cada gota que salía de mí.

Tenía la boca seca, me dolía respirar, lágrimas hicieron un recorrido hasta hidratar mi boca con una repugnante mezcla salada de lágrimas y sangre. Igualmente agradecí la humedad entre mis labios.

Fue inevitable no recordar a Edward, lloré de nuevo, lloré aún más. Había soñado tanto en todo lo que pudimos hacer.

Traté de gritar, ¿hasta cuándo me encontrarían? No escuché más que un débil resuello, ya no había nada.

Edward, mi amor, mi vida… mi todo. ¿Qué será de ti? No quisiera verte sufrir, por favor, no llores. Te juro que estoy luchando, me estoy aferrando a nuestra vida con todas las fuerzas que quedan en mí. Edward, mi amor, te juro que estoy poniendo todo de mí. Pero… me siento tan cansada, esto más fuerte que yo, me arrastra… ¡No quiero! Te amo. Edward, mi alma, perdóname. No quiero hacerte esto, créeme cuando te digo que me duele el corazón sólo de pensar que estás sufriendo.

¡Edward! Quiero luchar a tu lado por un “nosotros”, quiero vivir contigo por el resto de mi vida, quiero que me propongas matrimonio, quiero ver nacer a nuestros hijos mientras tomas mi mano, quiero que tengamos cien lunas de miel... No quiero dejarte.

Te juro que no quiero.

 

Me disfrazo de ti. 
Te disfrazas de mí. 
Y jugamos a ser humanos 
en esta habitación gris.

 

¿Recuerdas nuestras miradas? Sé que sientes lo mismo que yo, te entiendo, me entiendes. Por favor, amor mío, no sufras por mí; recuerda sólo los buenos momentos.

 

Muerdo el agua por ti. 
Te deslizas por mí. 
Y jugamos a ser dos gatos 
que no se quieren dormir.

 

Edward, ¿recuerdas cada vez que hicimos el amor así cómo yo las recuerdo? Tú fuiste el primero, lo sabes. ¿Recuerdas todos aquellos amaneceres?

Te amo.

 

Me moriré de ganas de decirte 
que te voy a echar de menos… 
Y las palabras se me apartan, 
me vacían las entrañas

 

Me gustaría tanto verte por última vez, decirte que te acompañaré en todo momento. Nunca estarás solo, mi amor, jamás.

Quiero hablarte, te lo juro, lo intento, lo juro. Pero el alma se desliza por mi cuerpo, mi vida se me va.

Perdóname, mi amor. Perdón.

Siento cómo aquella partecita que se alojaba en mi cuerpo me abandona, siento cómo ese pequeño fruto de nuestro amor me deja incompleta y vacía. No pude retenerlo, mi amor, perdóname.

Mi alma se aleja más, mi vida se va.

Mi amor, por favor, no llores. Porque cuando lloras yo lo hago contigo, porque me iré con una gran tristeza.

No quiero dejarte.

 


Finjo que no sé, y que no has sabido. 
Finjo que no me gusta estar contigo… 
Y al perderme entre mis dedos 
te recuerdo sin esfuerzo

 

Debí decírtelo antes, debí dejar que especularas mi raro comportamiento.

Debí decirte sobre mi embarazo. Sobre nuestro hijo.

Duele, amor, duele no tenerlo junto a mí.

Debí escuchar tu voz cuando me gritaba que no saliera.

Perdóname, mi amor.

Te amo.

Quiero hablarte, por lo menos verte.

Ahora mis ojos están cerrados, pesan, escucho un leve sonido y mis manos se ciernen sobre mi vientre vacío.

Ahí estás, amor. El perfecto recuerdo de ayer.

Lo siento, te juro que luché hasta el final, me aferré lo más que pude para estar ahí, contigo.

No te abandonaré, mi amor. Jamás. Desde cualquier lugar estaré siempre para ti.

Sólo me llevo tu recuerdo y tu sonrisa…

Edward, te amo.

 


Me moriré de ganas de decirte 
que te voy a echar de menos.

 

 

 

 

 

Capítulo 2: FORGEETING *OUTTAKE*

 


 


 
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