EL ARISTOCRATA

Autor: kristy_87
Género: Romance
Fecha Creación: 07/02/2011
Fecha Actualización: 31/05/2011
Finalizado: SI
Votos: 9
Comentarios: 41
Visitas: 54655
Capítulos: 23

 

En busca del amor Él tenía oscuras sospechas acerca de Bella y de sus padres. Era celoso, irritable y exigente; enigmático, encantador y todo un aristócrata. ¿Por qué, entonces, Isabella Swan, se había enamorado locamente de su primo conde Edward de Massen?

 

Este fic no es mío es de GUISSY HALE CULLEN.

 

 

TERMINADO

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Capítulo 1: El viaje

Capitulo 1


El viaje en tren se hacía interminable y Bella estaba muy cansada. La discusión que había mantenido la noche anterior con Jacob no con tribuyó a mejorar su estado de ánimo y a ello había que sumar el largo vuelo de Washington a París. Ahora, las tediosas horas en el sofocante tren le habían hecho rechinar los dientes para reprimir su enfado. Después de todo, pensó con resignación, ella no era más que una pobre viajera. El viaje había sido la excusa perfecta para la última y definitiva batalla entre Bella y Jacob, ya que su relación había sido tensa y accidenta da durante las pasadas semanas. Su permanente negativa a ser presionada para que aceptara casarse con él había provocado innumerables discusiones, pero Jacob la amaba y su paciencia no parecía tener límites. Su obstinación no cedió hasta que ella le anunció que estaba decidida a hacer ese viaje y, entonces, la guerra comenzó.

-No puedes marcharte de sopetón a Francia, para ver a una supuesta abuela cuya existencia ignorabas hace un par de semanas. Jacob se había paseado con una agitación que se hacía ostensible por la forma en que permitía que su mano desordenara su bien cuidado peinado.

-Bretaña -había explicado Bella-.

Y no tiene ninguna importancia cuándo descubrí su existencia. Ahora sé que ella existe. -Esta anciana te escribe una carta, diciéndote que es tu abuela y que desea conocerte y tú emprendes el viaje, así por las buenas.

Jacob se había mostrado sumamente irritado. Ella sabía que su mente lógica era absolutamente incapaz de comprender su impulso y había tenido que hacer un gran esfuerzo para contener su propio temperamento y tratar de explicárselo con calma.

-Ella es la madre de mi madre, Jacob, la única familia que me queda, y estoy decidida a conocerla. Tú sabes que he estado haciendo planes para ir a verla desde que recibí su carta.

-Esa vieja deja pasar veinticuatro años sin dar señales de vida y ahora, súbitamente, llega esta invitación. -Jacob había continuado su nervioso paseo por la gran habitación de alto techo antes de volverse nuevamente hacia ella-.¿Por qué diablos nunca te hablaron tus padres de ella? ¿Por qué esperó a que estuvieran muertos para ponerse en contacto contigo?.

Bella sabía que él no quería mostrarse cruel con ella. La crueldad no formaba parte de la naturaleza de Jacob, sino la lógica, y su mente de abogado estaba acostumbrada a tratar continuamente con hechos y datos. Ni siquiera podía adivinar el lento y terrible dolor que había aún en ella, persistiendo después de dos meses, el tiempo que había transcurrido desde la súbita e inesperada muerte de sus padres. El hecho de saber que sus palabras no habían tenido la intención de herirla no impidió que ella estallara y la discusión se volvió más violenta hasta que Jacob se marchó, dejándola sola, resentida y ardiendo de ira.

Ahora, mientras el tedioso tren traqueteaba en dirección a Bretaña, Bella se vio obligada a admitir que también ella abrigaba varias dudas. ¿Por qué su abuela, esa desconocida condesa Perla de Massen, había permanecido en silencio a lo largo de casi un cuarto de siglo? ¿Por qué su madre, su encantadora, frágil y fascinante madre, nunca le había hablado de que tenían un pariente en la remota Bretaña? Ni siquiera su padre, tan veleidoso, extrovertido y directo como había sido, había mencionado ja más que tuviesen vínculos familiares más allá del Atlántico? "Habían estado tan íntimamente unidos", re flexionó Bella. Los tres habían hecho muchas cosas juntos.

Incluso cuando ella era una niña, sus padres la habían llevado con ellos a visitar senadores, congresistas y embajadores. Charlie Swan había sido un renombrado artista y un retrato creado por su talentosa mano era una posesión muy valiosa. Los miembros de la alta sociedad de Washington le habían encargado trabajos durante más de veinte años. Su padre había sido apreciado y respetado como hombre y como artista. La gracia y el encanto de Renee, su esposa, había contribuido a que la pareja fuese muy estimada en los círculos importantes de la de la capital. Cuando Bella creció, y su talento artístico natural hizo evidente, el orgullo de su padre no tuvo límites. Los dos habían dibujado y pintado juntos, primero como maestro y alumna, luego como hombre y mujer, y su relación se hizo más estrecha al compartir con idéntica alegría la llamada del arte.

La pequeña familia había disfrutado de una existencia idílica en la elegante residencia de Georgetown, una vida llena de amor y felicidad, hasta que el mundo de Bella se hizo trizas a su alrededor junto con el avión que llevaba a sus pudres a California. Le había resultado imposible creer que estuviesen muertos y que ella se guía viviendo. Las habitaciones de altos techos ya no resonarían con el eco de la poderosa voz de su padre o con las suaves risas de su madre. La casa estaba vacía y sólo quedaban en ella los recuerdos, como sombras que dormían en cada uno de los silenciosos rincones. Durante las dos primeras semanas, Bella no pudo soportar la visión de una tela o de un pincel, o la idea de entrar en el estudio del tercer piso, donde ella y su padre habían pasado tantas horas, donde su madre entraba para recordarles que los artistas también deben comer.

Cuando finalmente fue capaz de reunir el co raje necesario para subir las escaleras y entrar en la habitación bañada por la luz del sol, sintió una paz extraña y reparadora, más que una angustia sorda e intolerable. La luz del cielo sumía la habitación en una cálida claridad y las pare des retenían el amor y la dicha que alguna vez habían existido allí. Bella había vuelto a vi vir, a pintar, y Jacob se había mostrado generoso y atento, ayudándola a llenar el terrible vacío que había dejado la pérdida de sus padres. Entonces fue cuando llegó la carta.

Y ahora había abandonado Georgetown y a Jacob para ir en busca de esa parte de ella misma que pertenecía a Bretaña, y de una abuela absolutamente desconocida. La carta, extraña y formal, que la había hecho viajar desde la familiaridad de las concurridas calles de Washington hasta la desconocida campiña de Bretaña, se encontraba ahora guardada en el bolso de piel que tenía en el asiento a su lado. La misiva no transmitía ningún afecto, sólo datos y una invitación, o más bien una orden imperial, pensó Bella, divertida e intrigada por partes iguales.

Pero si bien su orgullo se había mofado de la orden, su curiosidad, su deseo de saber más cosas acerca de la familia de su madre, había hecho que aceptara la extraña invitación. Con su sentido de la organización y su innata impetuosidad, Bella y había hecho los preparativos del viaje, cerrando su amada casa de Georgetown y quemando los puentes que la unían a Jacob.

El tren gimió e hizo chirriar sus ruedas en son de protesta cuando entró en la estación de Lannion. Un hormigueo de excitación se apoderó de ella cuando reunió su equipaje de mano y descendió al andén para contemplar por primera vez, atentamente, el paisaje del país en el que había nacido su madre. Miró en todas direcciones con ojo de artista, perdida por un instante en la serena belleza y en los colores suaves y combinados que caracterizaban la región de Bretaña.

El hombre observó su expresión concentrada y la pequeña sonrisa que jugaba en sus labios entreabiertos, y una de sus oscuras cejas se alzó en un gesto de sorpresa. Se demoró unos minutos examinando a Isabella, admirando su figura alta y esbelta enfundada en un traje sastre color verde-azulado, y el vuelo de la amplia falda en torno a sus piernas largas y perfectamente torneadas. La brisa suave pasaba sus dedos ligeros por el pelo que iluminaba el sol y lo hacía flotar, enmarcando el rostro ovalado y de rasgos delicados.

Los ojos, advirtió el hombre, eran gran des y redondos, su color era de un café como el chocolate y estaban rodeados por espesas pestañas que eran más oscuras que su pelo claro. La piel parecía increíblemente suave, delicada como el alabastro, y la combinación producía un efecto etéreo: una orquídea frágil y hermosa. El hombre pronto descubriría que las apariencias suelen engañarnos.Se acercó a Isabella lentamente, casi con renuencia.

-¿Es usted mademoiselle Isabella Swan? -preguntó en un inglés con ligero acento. Bella se sorprendió al oír su voz, ya que se encontraba tan abstraída en la contemplación del paisaje que no había advertido la proximidad del hombre. Apartando un mechón de pelo, volvió la cabeza y alzó la vista, mucho más alto de lo que acostumbraba, para mirar los ojos verdes y de espesas pestañas.

-Sí -contestó, preguntándose por qué aquellos ojos hacían que se sintiera tan extraña-. ¿Viene usted del castillo de Massen?

Capítulo 2: el conde massen

 
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